Julián Halpern, acodado al alféizar de la ventana, veía una calle recta y sin color. Era estupendo haber obtenido un piso alemán intacto requisado en esta ciudad de Lodz. Era lo que todo el mundo buscaba en aquellos momentos. Lodz y Varsovia, distantes sólo ciento cincuenta kilómetros, eran los dos focos de actividad de los que más valía no alejarse. Dormir en una cama propia y estar en un piso normal después de tantos años producía una magnífica sensación. En los armarios encontró pijamas y trajes, e incluso un uniforme de las S. A. Habían huido empujados por el pánico.
Abajo, por la acera, llegaba Wolin. Era puntual. Julián apagó la radio y fue a abrirle. Marchar por la alfombra esponjosa le producía un placer infantil. Aún no se había acostumbrado. También le encantaban las zapatillas que una frau alemana —Kirche, Küche, Kinder— había bordado para su esposo. Wolin colgó su abrigo caqui en el vestíbulo y miró en torno.
—Bien; todo está en su sitio. Es la quintaesencia del asqueroso gusto alemán. Ah, y no falta la belleza de la Naturaleza —añadió tocando un cuadro que representaba una puesta de sol.
—He quitado el retrato del Führer —dijo riendo Julián—. Voy a hacerte café.
—Lo había olvidado. He traído una cosa. —Wolin volvió al vestíbulo—. Ve haciendo el café.
Cuando Julián terminó, encontró al otro sentado en un sillón con un gran álbum abierto sobre las rodillas.
—Los trastornos de las guerras y revoluciones son muy útiles. Las cosas cambian de propietario. Aquí, en Lodz, se puede encontrar ya todo lo que se quiera. Ahora empieza la gran afluencia de Berlín. Llega de todo. Se dirá lo que se quiera, pero estos alemanes hacían unas reproducciones magníficas. Mira.
Y le enseñaba a Julián una página con un dibujo de Durero.
—Fíjate en este rostro de campesina. ¡Qué vida, qué realismo! Ninguna tendencia a lo «bonito». Y aquí —dijo pasando suavemente un dedo por el grabado—, ¡qué consistencia de la carne!
Julián le sirvió el café y coñac.
—Baruga afirma que dentro de unos años sus imprentas producirán las mejores ediciones de arte de esta parte de Europa. Ya está preparando un álbum de ese Korpanov.
Wolin se llevó la taza a los labios.
—Ah, sí, Baruga. Hombres así son los que nos hacen falta hoy.
—¿Por qué lo dices con ese tono? —Julián no quería comprometerse demasiado—. Al fin y al cabo tiene energía.
—El talento de un jefe de guerrilleros sólo es útil en plena guerra. Su individualismo lo perderá. —Wolin hablaba con sequedad y dureza—. Tiene demasiado interés en saber y adivinar cuál será la línea del Partido en cada momento.
—Es que hoy todo es improvisación. En realidad, ¿hay muchos que sean distintos a él? A fin de cuentas, sólo somos unos cuantos.
—Reconocer que alguien es necesario no nos obliga a olvidar el futuro. Baruga es de estilo antiguo. La megalomanía caballeresca.
—¿Cuál es su verdadero nombre? —preguntó Julián.
—Stein. Es hijo de un comerciante en maderas. Quizás haya que buscar en eso el origen de sus modales de oficial autoritario. Es como una compensación y no se librará nunca de ello. Al revés, cada día será peor. Este coñac no es malo del todo.
—Los soldados dan lo que sea a cambio de vodka. Ese coñac me lo dejaron por dos botellas.
—El comercio. Millones de personas se han metido ahora en el comercio. Será la última llamarada de esa maldita pasión. —Wolin formaba las palabras frunciendo los labios—. Sólo quieren ganar. Confiemos en que todo cambiará. Aunque también pudiera ocurrir que volvieran a disfrutar de su cómoda vida de antaño: su libertad, sus tiendas, sus inversiones de capital, y sus blandos cojines… Tendremos que vigilarlos para que el cambio se realice de verdad. ¿Sabes lo que está montando ahora Baruga?
Julián no lo sabía.
—Una música sobre el teclado nacionalista y católico. Y resulta que tiene razón, porque esa táctica puede sernos útil. Ahora todo su interés está en captarse al jefe ideológico de la reacción, Miguel Kamienski. Los rusos lo tienen preso.
Julián lanzó un silbido burlón.
—¿Lo conocías? —Wolin lo miró con interés.
—Naturalmente. Ya sabes que los fascistas polacos son una raza aparte: sublimes, puros, con la vista siempre en el cielo. Eso del asqueroso trabajo no les concierne. Procuran que lo hagan los demás sin que ellos lo vean. He discutido de filosofía con Kamienski. Durante la ocupación me ofreció incluso ocultarme. Ya sabes, por lo de la caridad cristiana. Pero esta caridad no afectaba a lo que hacían sus hombres.
—¿Qué carácter tiene?
—Una gran fuerza de voluntad y capacidad táctica. Ha leído mucho. Es un anima naturaliter endeciana[1]. Sólo piensa por categorías cerradas. No comprende la fluctuación de la realidad. Sus creencias e ideas le llevan a ser infiel consigo mismo, pero no es cínico. Desde luego, para sostener su movimiento político, aceptaba dinero de los industriales.
—Si creamos ese grupo —dijo pensativo Wolin— tendremos que prever los medios de que se van a servir. Antes de la guerra, como se sentían fuertes, despreciaban a los católicos franceses. Se apoyaban en ocasiones en Tomás de Aquino, pero Maritain era ya para ellos un judeocomunista. Ahora, en cambio, se embarcarán en el humanitarismo y personalismo católicos.
—No creo que conquisten a nuestros católicos progresistas. Unos evolucionan rápidamente hacia el marxismo y los demás son irreconciliables con nosotros.
—¡Qué quieres! —dijo Wolin, acariciándose una mejilla—, la Iglesia es una fuerza. Pero ésa no es la cuestión. Hay que darles un poco de sostén ideológico a esas minorías y calmar las conciencias. Y quién sabe si no lograremos hacernos un pequeño sitio en el Vaticano. Lo único que necesitamos es tiempo. Después de todo, jugar con gente como ese Miguel es más cómodo que tratar con los socialistas.
—Nunca acabaremos con todas estas historias. En fin, que el diablo se los lleve a todos. —Julián cruzó las manos detrás de su cabeza y estiró las piernas—. Lo que cuenta es la juventud. Los mejores vendrán con nosotros, y rápidamente, porque se hartarán de la imbecilidad de los enemigos. Éstos, intelectual-mente, están desarmados. No tienen nada que ofrecer.
—¿Qué me cuentas de la Universidad? —preguntó Wolin.
—Un caos. Siempre estamos empezando de nuevo. Desde luego, estoy preparado para soportar durante muchos años a los que van adaptándose. Verdaderos marxistas, no sé si podríamos reunir tres entre todo el profesorado del país. E incluso estos tres serán marxistas como yo, de la última hornada.
—Tienes que seguir trabajando en ese libro sobre la dialéctica.
—Trabajo en él. Ahora estoy en buenas condiciones para hacerlo.
—Con los socialistas tendremos que fastidiarnos mucho —dijo de repente Wolin—. Parece que es necesario contar con ellos, pero no olvidemos que es una enfermedad contagiosa. Y por culpa del socialismo caerá más de una cabeza en el Partido. Lo presiento. ¿Recuerdas lo que te pregunté?
—¡Ah! —recordó Julián—. Las novelas policíacas. Sí, sí, pero todavía no he podido encontrar ninguna.
A Wolin le encantaban las novelas policíacas. Decía que nada le producía tanto reposo en los tiempos revueltos. Las buscaba con pasión en cualquier lengua que él pudiera entender.
—También estoy buscando las obras de Labiche. Es un autor delicioso. Me han dicho que van a representar El sombrero de paja de Italia.
Julián quería llenarle otra vez el vaso de coñac, pero Wolin lo cubrió con la mano.
—No, no abusemos. Creo que eres amigo de Piotr Kwinto. ¿Qué nombre es Kwinto? ¿Quizás un apodo?
—No. —Julián estaba un poco fastidiado porque no sabía por qué le preguntaba Wolin aquello—. Es un nombre italiano, Quinto. Ya sabes que se establecieron aquí unos arquitectos y cortesanos de Italia. De ahí viene ese apellido. Piotr es un buen muchacho. Nunca le ha preocupado el dinero. Siempre es mejor un origen feudal que la tara de una herencia pequeño-burguesa.
Wolin cerraba los ojos. Origen feudal. De él decían que era de una familia proletaria, pero, en verdad, su infancia había transcurrido en una grandísima casa blanca que se elevaba en un parque junto a un lago. Sus institutrices francesas le prohibían jugar con el agua cuando paseaba por la orilla del lago por estrechos senderos cubiertos de grava. Después aprendió a escaparse, subía a la canoa y desaparecía un día entero. Ya entonces le pesaba lo ridículo de su ambiente social. La verdadera vida estaba entre los chicos del pueblo. Y aún sintió más intensamente ese ridículo cuando empezaron a enviarlo por las mañanas en landó al liceo de la pequeña ciudad situada a seis kilómetros. A los quince años se escapó de casa. Luego, la miseria, el duro trabajo físico, temporadas en la cárcel y la evolución de su conciencia. En la cárcel se había formado mucho. Conoció Francia, España y Rusia.
—Los que han estado con nosotros han tenido mucha suerte —dijo—. Al otro lado sólo se oye rechinar de dientes y cada año, cada mes que pasa están más desolados. Al perder, no comprenderán ni siquiera lo que les ocurre. Es una tragedia física. Tendrías que escribir el análisis del reaccionario que pierde. Es muy curioso. ¿Sobre qué escribía ese Kwinto antes de la guerra?
Julián pensó antes de responder. Wolin tenía que conocer de sobra la historia de Piotr.
—Sobre Paul Valéry. Ya sabes en qué acaban esas cosas. Este muchacho, en realidad, estaba como los demás de nuestro ambiente: suspendido en el vacío.
—Los artículos que escribe ahora no están del todo mal. De todos modos, nadie se atrevería a ocuparse en estos momentos de Paul Valéry desde el punto de vista marxista. Estoy seguro de que Kwinto tendrá conflictos de conciencia.
—Es lo normal. El proceso de adaptación siempre es lento.
—Sí. —Wolin pensaba en una tendencia que le había notado a Julián: la tendencia a suprimir las dificultades que podían perjudicar a sus ambiciones. La ideología exige que cada uno obtenga lo que merece; para ello se hace la revolución. Y Julián había creído siempre que la cátedra que ahora ocupaba la disfrutaba por derecho propio. Luego dijo—: Sí, naturalmente. Lo que me divierte de esta ciudad son sus mujeres. Aquí en Lodz cada patio tiene sus preciosas ridículas. Les encanta servirse de las palabras nuevas que oyen por ahí, aunque no conozcan su verdadero significado. ¿Ves a Mania, la pelirroja?
Wolin se reía porque Julián estaba imitando la entrada de Mania en una asamblea política. La especialidad de Julián era la pantomima.