VIII

Los aviones que dejaban caer armas y municiones sobre Varsovia tenían que recorrer un largo camino. Partían de Bari, en el extremo meridional de la península italiana, volaban sobre todo el sur del Continente europeo y penetraban en Polonia por el lado de las cordilleras. Los que lograban burlar las cortinas de disparos antiaéreos y realizar su misión, tenían inmediatamente que emprender la ruta de regreso, ya que los rusos les habían negado el derecho de aterrizar en sus aeródromos. Las tripulaciones estaban formadas por polacos o ingleses.

Edmundo Lompa, soldado de la división de S. S. «Hermann Goering», encontró en el campo cerca de Varsovia, junto a los restos de un avión derribado, un carnet negro. Lo guardó como recuerdo. Había visto caer aquel avión. Lo habían alcanzado encima de la ciudad y venía tocado, volando muy bajo y arrastrando una larga cola de fuego. Lompa era silesiano; en su casa hablaba polaco con sus padres. Movilizado a la fuerza en las S. S., se había encontrado en varios frentes. Después de la guerra, no sabía qué hacer. Sus padres se habían quedado en Silesia, pero él no se atrevía a volver. Se alistó en la Legión Extranjera francesa y lo enviaron a Indochina. Hasta 1946 no llegó el cuadernito negro a manos del pastor protestante Nathan Hawkes, en Hobart-Town, Tasmania. La última página escrita por el hijo de Hawkes, el que pilotaba aquel avión que Lompa vio caer, decía lo siguiente:

«Detalles. Voy hacia Julia. Muros gruesos; sombra azulada. Una parra densa en torno a una ventana. En la mesa de madera gastada, un jarro de barro, pan, y la familia cena. Detrás de una puerta abierta, una luz intensa. El vino se ilumina en los vasos. Las manos sobre la mesa: la tangibilidad, la redondez del poderoso cuerpo humano. Los cuellos: “Mi amiga tiene el cuello transparente y por eso veo cuanto come y bebe”. Recuerdo esa canción. Detrás de ellos, en las paredes, unas cacerolas. Brillo del cobre.

»Los detalles son lo más importante. Cuando se tiene un detalle, hay que descubrir luego el detalle del detalle. Esta familia es italiana: pero sólo importan los vasos, las manos, cada rostro, las cacerolas de cobre, y la infinita cantidad de formas y matices de color. Sin embargo, un detalle no dirá nada si se reduce exclusivamente al color y a la forma, es decir, si no reconocemos que es un detalle. Sería mala pintura.

»Hoy le he dicho a Julia que después de la guerra me quedaría. Pobre Betsy. An Englishman italianated is a devil incarnated. Hay que situarse donde haya más detalles y menos abstracción. La vida de las gentes es muy desigual. Para unos el mismo espacio está lleno de detalles, de matices, de reflejos; otros, en cambio, dicen: mar, tierra, cena…, y eso es todo. Para enterarse, hay que fijarse en los pequeños objetos que tiene la gente, objetos que revelan costumbres y siglos acumulados. La guerra es buena, a pesar de todo.

»Con Julia, más allá del pueblo, entre los olivares cerca de los viejos toneles de vino. No hay ni un alumno que comprenda de verdad lo que dicen los libros escolares. Sólo ven en ellos símbolos. Pero nada podría existir si no supiéramos que es posible conocer la felicidad».