Fecha: De enero a marzo de 1991.

Fuerzas en liza: Fuerzas armadas de Irak contra una coalición de 32 países encabezada por Estados Unidos y con participación destacada británica y francesa, liderados por Estados Unidos y bajo el mandato de Naciones Unidas.

Personajes protagonistas: Sadam Husein. El presidente George Bush padre; el secretario de Defensa Dick Cheney y el presidente del Estado Mayor Conjunto, Colin Powell. El general H. Norman Schwarzkopf, el teniente general Walter Boomer, de los marines; el teniente general Charles Horner, de la Fuerza Aérea; teniente general John Yeosock, del ejército y el vicealmirante Arthur Stanley, de la Armada.

Momentos clave: La batalla de Medina Ridge y la toma de la capital de Kuwait.

Nuevas tácticas militares: Primera vez que la fuerza aérea y los misiles, empleados en exclusividad durante un mes, logran prácticamente desactivar a un importante ejército adversario antes de la utilización de las fuerzas terrestres.

Primer conflicto en que ambos adversarios —aunque con muy distinta efectividad— emplearon misiles superficie-superficie.

Primera vez que se utiliza un sistema antiaéreo para destruir un misil balístico enemigo y un cazabombardero invisible para el radar.

En 1991 Irak fue atacado y derrotado por una coalición multinacional en represalia por su invasión a Kuwait en la llamada guerra del Golfo. La atmósfera bélica duró siete meses, aunque sólo seis semanas fueron de conflicto armado. La Tormenta del Desierto —como es conocida esta operación por parte de Estados Unidos— es símbolo de la posición dominante del poder aéreo en los conflictos armados a finales de siglo XX, claramente arrollador y decisivo. La fuerza aérea de la coalición de países participantes, bajo el mandato de la ONU y el liderazgo de Estados Unidos, logró el control sobre Kuwait e Irak en sólo unas pocas horas, y en unos pocos días logró la supremacía total. Pero también simboliza el triunfo de la experiencia y la tecnología y, en opinión de muchos expertos, un cambio fundamental en el modo en que se tendrán que desarrollar muchas guerras en el futuro.

La Operación Tormenta del Desierto, la campaña dirigida por Estados Unidos para liberar Kuwait, no fue como cualquier otra guerra. De intensa violencia, corta duración y con un saldo de víctimas enorme por un lado y bajísimo por el otro, «fue una versión del Infierno de Dante», describe el general Ronald H. Griffith, comandante de la 1.a División Acorazada de Estados Unidos. Una guerra que surgió de improviso justo cuando el mundo miraba a Europa con el Muro de Berlín caído y el final de la Guerra Fría. Quizá por ello, en opinión de muchos expertos, Irak invadió a su pequeño vecino del sur con la esperanza de contar con la pasividad del resto del mundo. Nadie acudiría en ayuda de Kuwait.

Pero en enero de 1991, el mundo pudo ver a través de las pantallas del televisor los enfrentamientos de una coalición internacional, compuesta por 32 naciones bajo el mandato de la ONU y dirigida por Estados Unidos, como respuesta a la invasión y anexión del emirato de Kuwait por Irak. Las principales batallas fueron combates aéreos y terrestres en Irak, Kuwait y en la frontera de Arabia Saudí. La campaña se inició el 17 de enero con una serie de bombardeos en los que se utilizaron cien ultra mortíferos misiles de crucero Tomahawk disparados desde barcos estacionados en aguas del mar Rojo y el golfo Pérsico.

Así comenzó una guerra que se caracterizó por la integración de muchos modernos sistemas electrónicos que lograron la paralización del comando, control y comunicaciones de Irak y por el uso de una avanzada y cara tecnología de aviones fantasma, satélites (JSTARS), visores nocturnos, misiles «inteligentes» y otro tipo de municiones guiadas que barrieron al enemigo.

La cobertura periodística de la Operación Tormenta del Desierto, que comenzó el mes de agosto de 1990, en palabras del secretario de Defensa Cheney, «fue la mejor cobertura que se haya hecho en una guerra. El pueblo norteamericano vio de cerca, con sus propios ojos, a través de la magia de la televisión, lo que el ejército norteamericano era capaz de hacer».

Para muchos expertos, contrariamente, la transmisión televisiva de la Operación Tormenta del Desierto tuvo como consecuencia que la guerra tal como fue entendida por la mayoría de la gente, no fue la real. Y es que los medios de comunicación trabajaron bajo una severa censura gubernamental y militar. Así, por ejemplo, en los medios estadounidenses no se recogió ninguna noticia de la oposición democrática iraquí desde agosto de 1990 hasta marzo de 1991, y eso que en su mayoría eran resistentes en el exilio que estaban contra Sadam Husein, pero también contra la intervención bélica en Irak, partidarios de una solución pacífica del conflicto.

La maquinaria militar de Estados Unidos, inactiva desde Vietnam, se mostró en el sol del desierto mejor nunca. Antiguos enemigos y rivales de décadas pasadas formaron una rápida alianza para derrotar a un enemigo que la propaganda no dudaba en presentar tan poderoso, cruel y ambicioso como Adolf Hitler. Al mismo tiempo, el conflicto aumentó la división entre el mundo árabe, ya que países como Egipto, Arabia Saudí, Marruecos y Siria apoyaron con sus tropas a la coalición de Naciones Unidas, mientras otros, como Jordania, Yemen, Sudán y la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) respaldaron a Irak, mientras que Libia, Argelia y Túnez les mostraron apoyo moral. Además, Sadam tuvo el apoyo de Cuba y la India.

«Sadam Husein debía abandonar el territorio kuwaití. No sabíamos cómo íbamos a conseguirlo pero nuestra respuesta a la petición de ayuda a Kuwait fue que lo haríamos. Esto nunca sería un Dunkerque [la retirada británica de Europa al principio de la Segunda Guerra Mundial] íbamos a detenerlos de forma rápida y evitando el mayor número de bajas», recuerda el general Walt E. Boomer, del comando central de la 1.a Fuerza Expedicionaria de Marines (USMC).

Desde la más temprana juventud Sadam Husein había demostrado tener unos nervios de hierro; era despiadado y utilizaba la intriga, la rebelión, el asesinato y la ejecución de todo el que se mostrara en contra. Representaba la dictadura absoluta, un déspota con armas químicas y dispuesto a utilizarlas. La Administración norteamericana se encargaría de mostrar repetidas veces esta imagen, así como la del poder militar iraquí, que de forma tremendamente exagerada se presentaba como «el cuarto del mundo», para ganar el apoyo de su opinión pública en la guerra que iniciaría para liberar Kuwait.

LAS REIVINDICACIONES DE SADAM HUSEIN

El petróleo corría por Irak, Kuwait, Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos y Qatar. Todo un mar de combustible sobre el que fueron enriqueciéndose y ganando poder. Kuwait poseía el 10 por ciento de las reservas de crudo mundiales. Irak controlaba una quinta parte del petróleo mundial, con unos ingresos anuales de unos trece mil millones de dólares.

Sin embargo, la desastrosa guerra de ocho años que había mantenido con Irán desde 1980, tras la larga rivalidad árabe-persa y, en concreto, porque Irak quería modificar la delimitación de fronteras entre los dos estados para anexionarse la región de Shatt al-Arab, dejó un desastroso legado al país mesopotámico. Durante esta guerra, el dirigente iraquí no dudó en pedir ayuda militar, táctica y económica a la primera potencia mundial, Estados Unidos, que se la prestaron gustosos para frenar la amenaza islamista de la revolución iraní. También fue apoyado por la Unión Soviética, tradicional aliada de Bagdad, Europa, los países árabes más importantes y las monarquías petroleras del Golfo. Aun así, no pudo derrotar a Irán.

Finalizada la guerra sin un claro vencedor, Irak debía enfrentarse al futuro con el país y su economía devastados, así como pagar una deuda de más de ochenta mil millones de dólares por los numerosos gastos militares, que dejaron su economía en una situación muy precaria y con un ejército exhausto.

A pesar de ello, las fuerzas armadas de Sadam en 1989 contaban con 56 divisiones y un millón cien mil hombres. Era dueño de los mejores tanques soviéticos, de helicópteros, misiles móviles y un avanzado sistema de defensa aérea, lo que convertía al ejército de Irak en el cuarto más grande del mundo.

Sadam vio una manera de utilizar su gran ejército para mantener a raya a los acreedores que le hablan ayudado a financiar su enfrentamiento con Irán: los fabulosamente ricos, pero más escasamente armados, árabes kuwaitíes y saudíes, a los que le exigió treinta mil millones de dólares con el argumento de que se lo debían por haberse enfrentado a Irán. Sin embargo, las relaciones entre el Irak laico y Arabia Saudí —cuna del islam— nunca habían sido buenas, y Kuwait siempre había estado a la defensiva con Irak, ya que este último consideraba al pequeño país vecino como una provincia propia. A principios de los años sesenta ya había intentado anexionárselo, lo que fue impedido por la intervención directa del ejército británico.

El día 26 de julio las diferencias entre Bagdad y Kuwait se acentuaron en una reunión en Ginebra, ya que el emirato había decidido rebajar el precio del barril de petróleo a 14 dólares, mientras que Irak pretendía subirlo de 18 a 25 dólares. Asimismo, Irak reclamaba a Kuwait el pago de dos mil quinientos millones de dólares en compensación por el petróleo que, según Bagdad, le había sustraído de su territorio en la zona fronteriza de Rumaila durante la guerra con Irán. No sólo eso, sino que desempolvó la vieja reivindicación sobre Kuwait como «19.a provincia de Irak»; Kuwait accedió a la independencia en 1961, tras haber sido protectorado británico desde 1899, bajo la soberanía de la familia Al-Sabah. Los norteamericanos no tuvieron conciencia de peligro ni preocupación por la actitud de Sadam Husein.

«Después de la guerra Irán-Irak, la Administración norteamericana trató de construir puentes de amistad y fomentar los vínculos económicos con los iraquíes. Ya sabía que Sadam Husein era un dictador. Sin embargo, buscaban un contrapeso para lo que pensábamos era el mayor peligro en la zona: el fundamentalismo de Irán», indica el exgeneral director del Programa de Seguridad Nacional Bernard Trainor, y en la actualidad profesor de la Universidad de Harvard, además de coautor de The Generals War The Inside Story of the Gulf War.

A mediados de julio de 1990, los efectivos del ejército iraquí marcharon desde la ciudad de Basora hasta la frontera con Kuwait, donde se detuvieron a la espera de órdenes. Era un contingente tan grande como para no sólo invadir Kuwait, sino también Arabia Saudí. En ese momento no hubo ninguna reacción por parte de Estados Unidos.

Es más, su embajadora se reunió entonces con Sadam en su palacio de Bagdad y dio a entender que se trataba de un problema árabe y que Estados Unidos no adoptaría ninguna postura al respecto. Telegrafió a Washington comunicando que Sadam no quería contrariarlos y que había que evitar los insultos y las críticas públicas mientras los árabes resolvían el asunto. Los norteamericanos pensaron que Sadam no invadiría a su vecino. Sadam creyó que los norteamericanos no acudirían en ayuda de un país tan pequeño. Grave error por ambas partes. La CIA, sin embargo, siempre alertó del peligro.

Hasta ese momento, Estados Unidos tendía a considerar que Sadam exageraba y que no quería otra cosa que intimidar para lograr un acuerdo satisfactorio. También los kuwaitíes debieron pensar aproximadamente lo mismo. Con excepción de la CIA, al principio, pocos creyeron que la intimidación se convertiría en invasión.

El presidente egipcio Hosni Mubarak desplegó una tarea de mediación y consiguió que el día 31 de julio, tras varios aplazamientos, se entablaran negociaciones entre Irak y Kuwait en una reunión que se celebró en Yidda (Arabia Saudí) para tratar sobre sus diferencias; pero el 1 de agosto se suspendieron las conversaciones sin haber llegado a ningún acuerdo.

Al día siguiente, el 2 de agosto, las fuerzas iraquíes entraron en Kuwait en las primeras horas de la mañana después de que Occidente hiciera caso omiso a la acumulación de fuerzas militares de Sadam en la frontera de ambos países. «Lo interpretaron como un farol, una gran farsa y fue una enorme sorpresa», afirma el exgeneral Trainor. Quizá la ocupación y conquista de un territorio rico podrían acabar con las deudas y falta de dinero para la reconstrucción de Irak. En Estados Unidos se decretó la alerta máxima, pero ya era demasiado tarde.

El poderoso ejército iraquí integrado por ciento cuarenta mil hombres fuertemente armados, encabezados por unidades de la Guardia Republicana, y más de mil tanques, avanzaron por los casi intransitables pantanos y los desiertos que cubren vastos yacimientos de petróleo e invadieron la capital de Kuwait en un ataque relámpago. En sólo tres horas, sin encontrar apenas resistencia, el emirato fue ocupado. Los kuwaitíes sucumbieron en cuarenta y ocho horas.

Irak destruyó buena parte de las infraestructuras de Kuwait; de acuerdo con testimonios de supervivientes, la ocupación se caracterizó por la violación, el saqueo y el asesinato. El emir de Kuwait escapó por poco y se refugió en Arabia Saudí; Sadam instauró un régimen títere. El día 8 de agosto decidió la anexión total e irreversible del país ocupado.

«La gran pregunta —según el general Trainor— era saber cuáles eran las intenciones de Sadam en esos momentos. ¿Se conformaría con tomar Kuwait o continuaría hacia Arabia Saudí?». En opinión de este militar, «hubo una preocupación real de que Sadam Husein continuara hacia las provincias orientales de Arabia Saudí, sobre el golfo Pérsico, donde había gran cantidad de pozos de petróleo y estaban todas las refinerías». Con la invasión, Irak pasó a controlar nada menos que el 20 por ciento de los recursos mundiales de petróleo, lo que representaba un peligro en caso de desabastecimiento mundial de crudo.

Los dirigentes del Golfo tenían muchos más motivos de preocupación que las petroleras occidentales. En Sadam encontraron el líder de un movimiento panárabe que terminaría por derrocarlos utilizando la vieja lucha contra el infiel Israel y sus aliados para obtener apoyo local. Pero Arabia Saudí también tenía sus aliados. «Las relaciones saudíes-norteamericanas se remontan a Franklin D. Roosevelt. Por una especie de acuerdo tácito, los saudíes asegurarían siempre el suministro de petróleo a cambio de que Estados Unidos asegurase su seguridad», cuenta el general Trainor.

Husein hizo un llamamiento a la «guerra santa» contra Estados Unidos y en favor de la recuperación de los lugares sagrados del islam, Medina y La Meca, que forman parte del reino saudí. La amistad entre Estados Unidos e Irak se había roto para siempre.

GEORGE BUSH Y EL APOYO INTERNACIONAL

Cualquiera que fuera la guerra que se contemplase, en la mente de muchos estaba presente Vietnam veinte años antes. El síndrome post Vietnam, con el amargo recuerdo de un sangriento estancamiento bélico, se había convertido para toda una generación de estadounidenses en una proclama contra la guerra. ¿El próximo combate iba a ser ver morir a los jóvenes por las compañías petroleras? ¿Podía permitir el gobierno norteamericano que un régimen como el de Sadam dominase las mayores reservas de petróleo del mundo? Evidentemente, no.

El jefe de los halcones de la Administración estadounidense durante la crisis del Golfo fue el propio presidente, George Bush padre. En palabras del general Trainor: «Mientras que la mayoría de nosotros estábamos discutiendo el valor de las sanciones económicas frente a la posibilidad de lanzarnos a la ofensiva contra Sadam Husein, en la mente del presidente ya tenía claro que las sanciones no iban a funcionar». «No permitiremos —manifestó con rotundidad George Bush— que Kuwait sea anexionada a Irak. No es una amenaza. Simplemente no lo permitiremos».

Con esta advertencia George Bush rechazó de plano cualquier negociación, diciendo de manera explícita que en ningún momento existiría pacto alguno. De esta forma puso fin a cualquier oportunidad de que la liberación se produjera sin que fuera necesaria la muerte de decenas de miles de personas ni ninguna catástrofe ecológica. En Estados Unidos muy pronto el apoyo al presidente Bush en la opinión pública ascendió a un porcentaje del 80 por ciento.

La primera reacción de la comunidad internacional se produjo el mismo día de la invasión, cuando el Consejo de Seguridad de la ONU hizo un llamamiento a Irak (resolución 660) para que se retirara de ese país. El final de la Guerra Fría permitió a la Unión Soviética seguir a Estados Unidos. Por vez primera, se pudo interpretar que la URSS y Estados Unidos tenían la misma posición —al menos en apariencia— en lo que respecta a un conflicto internacional, algo impensable antes de la disolución del bloque soviético.

«Había en torno a cincuenta mil asesores soviéticos civiles y militares en Irak», recuerda Trainor. Los soviéticos necesitaban el apoyo norteamericano durante el caos de su transición política; su cooperación en la Glásnost y en la Perestroika, las políticas reformistas de Mijaíl Gorbachov. «La Unión Soviética podría haber vetado todas las resoluciones de la ONU en apoyo de Irak pero no lo hizo», señala el historiador militar Joseph Alexander.

El 6 de agosto, la ONU (resolución 661) condenó la invasión iraquí e impuso una serie de sanciones económicas, incluido el bloqueo internacional al comercio con Irak. Este país importaba el 80 por ciento de sus alimentos y prácticamente sólo exportaba petróleo, lo que haría muy duro el embargo. Además se puso en marcha la operación Desert Shield (Escudo del Desierto), nombre que inicialmente recibió la operación aliada contra Sadam Husein.

Ese mismo día el secretario de Defensa Dick Cheney y el comandante de las fuerzas armadas en el Golfo, Norman Schwarzkopf, viajaron a Arabia Saudí para reunirse con el rey Fahd. En aquella primera valoración se habló de la necesidad de una concentración de soldados en Arabia Saudí, en torno a doscientos mil. La cifra sorprendió a los políticos saudíes. Pero el reino estaba en peligro y el rey Fahd aceptó. Los países árabes pusieron limitaciones a su participación en la alianza. La primera condición fue que Israel no entrara en la coalición. La segunda, que Sadam no fuera depuesto o asesinado.

Mientras, el presidente George Bush se dedicaba a dar delicada forma a la espinosa estructura de la coalición que iba a intervenir contra Irak. «La decisión de adoptar una posición requirió la consulta simultánea con tres de los principales actores internacionales. Arabia Saudí, la Unión Soviética e Israel», indica Joseph Alexander.

«La política de George Bush para reunir una coalición para obtener el apoyo público a la operación fue ejemplar —sostiene el exgeneral Trainor—. Dado que dentro de Estados Unidos había una gran oposición a cualquier participación en la guerra, construyó su apoyo con la comunidad internacional. Y entonces llegó el apoyo del pueblo norteamericano y el Congreso», añade. Algo imprescindible para iniciar la guerra, ya que desde 1975, los presidentes norteamericanos necesitaban el permiso del Congreso para el empleo de unidades militares. Y comenzó el despliegue de tropas norteamericanas más grande desde Vietnam: más de un cuarto de millón de soldados se pusieron en camino hacia el desierto iraquí.

Cuando Bush ordenó los ataques contra Irak llevaba tres años en el cargo de presidente; había sido vicepresidente de Ronald Reagan durante ocho años así como director de la CIA, embajador extraordinario de varios presidentes y tenía experiencia legislativa. Su brillante carrera al servicio del Estado era innegable. Algo de lo que carecía su hijo cuando doce años después comenzó la segunda guerra del Golfo con la operación militar Libertad Duradera.

Asimismo, Bush padre comandó la Tormenta del Desierto en un momento en que su plataforma principal de lucha, la Guerra Fría, agonizaba después del triunfo de los ideales por los que él había luchado, por lo que le fue posible articular una amplia coalición de naciones, incluso dentro del mundo árabe. Es más: logró lidiar con Israel para impedir que el Estado judío frenara la participación árabe.

Con 27 divisiones iraquíes en Kuwait, y sin saber si iban a continuar con la invasión o no, la situación no era fácil. «El rey Fahd fue valiente al aceptar la presencia de los norteamericanos para proteger el reino de Arabia Saudí. Era cuestión de tiempo que el propósito de defender a los saudíes se convirtiera en atacar y expulsar a Sadam de Kuwait, incluso en atacar Irak», afirma Charles Horner, comandante de las fuerzas aéreas de la coalición. El ejército saudí sólo contaba con unos setenta mil hombres y la capital del reino podía ser capturada en tan sólo seis días. Si Bush necesitaba un casus belli para una intervención militar directa de Estados Unidos en la zona ya lo había encontrado.

Naciones Unidas insistió en la retirada de los iraquíes, pero éstos hicieron oídos sordos. La persistente negativa del dictador suní provocó que el 29 de noviembre el Consejo de Seguridad, por unanimidad —una de las pocas veces en su historia—, autorizase el uso de la fuerza contra Irak, a menos que se retirara de Kuwait antes del 15 de enero de 1991 (resolución 678).

Además de contar con el apoyo de la ONU, los norteamericanos precisaban disponer de la colaboración necesaria para emprender la ofensiva de reconquista. Por eso el secretario de Estado James Baker llegó a visitar doce países en tres continentes en tan sólo dieciocho días.

Al final, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, además de varios países árabes, formaron una coalición para expulsar a las tropas invasoras de Kuwait que, a diferencia de lo que sucedió en la segunda guerra del Golfo de 2003, contó con el apoyo de Naciones Unidas.

EQUIPAMIENTO Y DESPLIEGUE DE MEDIOS

Una vez que los norteamericanos tuvieron luz verde comenzó el despliegue. Durante cinco meses habían estado mandando tropas y equipos a la zona. ¿Qué quedaba, aparte del uso de la fuerza? «Antes de que anocheciera había dos escuadrones tácticos que volaban hacia la frontera. A la mañana siguiente llegó una brigada de la 82.a División Aerotransportada y comenzó a tomar posiciones. Y poco después vino la avanzada de la 1.a División de Marines», explica el historiador militar Joseph Alexander. Además, ya desde mediados de septiembre había cerca de setecientos aviones norteamericanos en suelo de Arabia Saudí.

En enero de 1991 la coalición contra Husein había alcanzado una fuerza de 680 000 hombres, mientras que el líder suní llegó a reunir en Kuwait un ejército de ocupación de cerca de 500 000 hombres. Además, Irak contaba con una importante potencia militar, ya que dedicaba el 60 por ciento de sus ingresos petrolíferos a la compra de armas, sobre todo a Francia y, más aún, a la URSS.

Asia central y Oriente Próximo, incluido el este del Mediterráneo y el golfo Pérsico, estaban bajo el control del Mando Central de Estados Unidos (U. S. Central Command CENTCOM) con sede en la base aérea de MacDill en Florida. «Nunca fue un mando tan bien considerado e importante como, por ejemplo, el de Europa o el del Pacífico. Se le consideraba un lugar remoto, el último destino de muchos militares antes de su jubilación, algo así como una especie de recompensa por los servicios prestados», sostiene Bernard Trainor.

Cuando comenzó el conflicto el CENTCOM se trasladó a Riad, capital de Arabia Saudí, y pasó a ser el cuartel general de las fuerzas de la coalición, bajo el mando del general Schwarzkopf. Este cuartel general tenía siete mandos subordinados. Desde Washington se envió a un pequeño grupo de estrategas para ayudar a Schwarzkopf, denominados «los caballeros Yedi», que trabajaron en secreto preparando estrategias en la «habitación que nunca existió».

Tras presentar varios planes al Pentágono y a la Casa Blanca (incluso uno elaborado en secreto por el secretario de Defensa Cheney denominado «La incursión por el oeste» y otro de ataque frontal directo en tierra propuesto por Schwarzkopf que suponía muchas bajas), el presidente Bush optó por el plan que iba a suponer menos pérdidas de vidas humanas. Al final, la Operación Tormenta del Desierto se definió en dos fases sucesivas; la primera de bombardeos aéreos, a partir de enero de 1991, y una posterior ofensiva terrestre, a partir del 24 de febrero. Para ello Schwarzkopf necesitaría al menos el doble de tropas de las asignadas inicialmente: en tomo a medio millón de soldados.

Se pusieron en marcha operaciones navales dirigidas a reforzar las sanciones contra Irak, a mantener el golfo Pérsico libre de minas y, sobre todo, a proteger las líneas de abastecimientos.

Estados Unidos tenía previsto un innovador sistema denominado Prepositioning (despliegue previo), por el que grandes unidades estacionadas en Estados Unidos contaban con todo su material pesado embarcado en buques de transporte, situados cerca de las zonas sensibles. «La 7.a Brigada Expedicionaria de Marines, acuartelada en Twenty-Nine Palms, California, desde donde fue enviada a Arabia Saudí por vía aérea, contaba con la llegada por vía marítima de sus tanques, vehículos de asalto, municiones, artillería y material de comunicaciones, preposicionados en la isla de Diego García, en pleno océano índico —explica Alexander—. A los cuatro días llegaron a un enorme puerto proporcionado por el gobierno saudí». También la base aérea de Torrejón (España) y otros emplazamientos clave en Europa, como Azores (Portugal) o Ramstein (Alemania), actuaron como enormes portaaviones para permitir en el menor tiempo la mayor movilización de personal y armamento desde la Segunda Guerra Mundial.

Como nación que vivía de la importación y la exportación, Arabia Saudí disponía de puertos y aeródromos, elementos que fueron fundamentales. Nada más comenzar la invasión, se puso en marcha una flota aérea de transporte que necesitó disponer de corredores por diversos países, que dieron su consentimiento. Sin embargo, la disponibilidad de transporte aéreo estaba muy por debajo de las necesidades. Solamente había, por ejemplo, noventa cuatrimotores a reacción C-141, cuando se necesitan doscientos cincuenta para llevar una brigada aerotransportada. El transporte aéreo, a pesar de su velocidad, no pudo mover más del 5 por ciento de la fuerza necesaria. El resto lo realizaron los buques de la marina mercante norteamericana, con una flota de noventa y cuatro barcos, además de cuarenta buques de otros pabellones.

Para la batalla, la coalición había logrado reunir además del numeroso ejército, dos mil carros de combate y una flota de cien barcos de guerra entre los que había seis portaaviones, además de un impresionante despliegue aéreo de al menos 1800 aviones. El contingente norteamericano era, con diferencia, el más numeroso con 415 000 soldados, de los que veintisiete mil eran mujeres. Además, había unos veintiocho mil británicos, quince mil franceses, treinta y cinco mil egipcios y diecinueve mil sirios, además de contingentes muchos menores de otros países. Solamente británicos y franceses tuvieron su bautismo de fuego junto a los norteamericanos.

La superioridad naval era fundamental para el rápido despliegue de estas fuerzas al garantizar las líneas de suministro. «Teníamos —narra el historiador norteamericano Joseph Alexander— barcos de transporte fuera del Golfo, estacionados en el norte del mar Arábigo y en el mar Rojo. Además, en las primeras etapas, mientras se producía la acumulación de fuerzas, fuimos capaces de proteger los puertos y mantener el comercio en la zona». Desde el océano índico, el Mediterráneo y el Extremo Oriente llegaron acorazados, cruceros dotados del sistema Aegis, de radares capaces de efectuar simultáneamente funciones de búsqueda, seguimiento y guiado de misiles, submarinos nucleares, buques logísticos y mercantes…

El tráfico hacia Irak tenía que pasar por el golfo Pérsico o el mar Rojo, y fue fácilmente controlado en los estrechos de Ormuz y de Tiran, donde siete mil embarcaciones fueron interceptadas, al ritmo de treinta o cuarenta diarias.

En poco tiempo, el agobiante bloqueo naval supuso para Irak un costo de treinta millones de dólares al día, la mitad de sus ingresos por petróleo. Los kuwaitíes habían logrado sacar sus activos del país y Sadam necesitaba dinero. Los aliados no tenían este problema; el gobierno saudí proporcionó mucho más que infraestructura. «También aportó una buena parte de los fondos para la guerra. Y fue una guerra muy costosa. Consumíamos combustible como locos en nuestros equipos de combate, nuestros vehículos oruga y de ruedas, y todo fue proporcionado por los saudíes», indica Joseph Alexander. Arabia Saudí suministró diariamente veinte millones y medio de galones de combustible, cerca de noventa y cinco millones de litros.

EL GENIO DE LA LOGÍSTICA

El Pentágono montó la red logística para transportar la enorme cantidad de armamentos y municiones desde Estados Unidos y otras bases, principalmente en Alemania. Tanto el transporte marítimo como el aéreo estuvieron coordinados por el mando central que el Pentágono tiene en Saint Louis (Illinois). El Mando de Transporte Aéreo Militar (Military Airlift Command, MAC) coordinó hasta el 11 de marzo un total de 15 800 misiones aéreas, que según el general Hansford Johnson, jefe del mando de transpone de Estados Unidos, «constituyeron una de las operaciones de control y coordinación aéreas más complejas de la historia militar».

El teniente general William Pagonis, de ascendencia griega, fue el genio de este impresionante despliegue logístico. Sus operaciones se asemejaban a la Bolsa de Nueva York en un ocupado día de negocios. Pagonis fue capaz de hacer el traslado del equivalente de la ciudad de Atlanta, unas 400 000 personas, a más de doce mil kilómetros de distancia. En un tiempo récord trasladó a los soldados de los XVIII y VII Cuerpos de Ejército con sus carros de combate, piezas de artillería, vehículos blindados, helicópteros, municiones y todo el suministro y apoyo que necesitaban las siete divisiones. Trasladó los 39 millones de raciones necesarias para alimentar a 435 000 soldados, más cien mil relevos de personal y demás equipo militar. Y para lograrlo, arrendó el equipo pesado de transporte a los antiguos países del Pacto de Varsovia.

En lo referente al transporte naval, éstos llevaron 3,9 millones de toneladas de carga y 6,8 millones de toneladas de combustible. La logística fue fundamental debido a que al reabastecer ordenadamente a los combatientes tuvieron hasta el mínimo recurso necesario para la guerra. Cada una de las siete divisiones de los dos cuerpos de ejército estadounidenses movilizados necesitaban, en un día de batalla, cinco mil toneladas de municiones, dos millones de litros de combustible, otro millón de agua y en torno a veinte mil toneladas de comida.

El 16 de enero de 1991 las fuerzas multinacionales al mando del general estadounidense Norman Schwarzkopf —rebautizado por algunos como Norman de Arabia— iniciaron su participación bélica. En la madrugada del 17 de enero se lanzaron aviones no tripulados al espacio aéreo iraquí. El falso ataque activó su sistema de radar antiaéreo revelando su localización y haciéndolo vulnerable a un ataque aéreo.

A continuación, tuvo lugar una masiva ofensiva aérea contra los centros de comunicaciones iraquíes. Los aviones «invisibles» norteamericanos F-17 destruyeron los radares y cerca de seiscientos objetivos más. Eran los primeros pasos; los ataques se prolongaron durante varias semanas, en las que se arrojaron cerca de 600 000 toneladas de bombas en Irak y Kuwait.

El presidente de Estados Unidos anunciaba el 18 de enero a su nación que el objetivo del ataque era destruir el potencial nuclear de Irak y sus arsenales de armas químicas, además de liberar Kuwait.

LA RECONSTRUCCIÓN DEL EJÉRCITO DE ESTADOS UNIDOS

«Para entender el éxito de la Tormenta del Desierto, hay que mirar a Vietnam, donde aprendimos muchas lecciones. El presidente Bush y el secretario de Defensa Cheney conocían en detalle todo lo que podía suceder en el campo de batalla. Pero quienes tendrían que luchar serían los militares y desde Vietnam no habían entrado en combate», señala Charles Horner, comandante de las fuerzas aéreas de la coalición.

En la cadena de mando estadounidense bajo el presidente estaban el secretario de Defensa Dick Cheney y el presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor General, Colin Powell. El general H. Norman Schwarzkopf mandaba la zona a través de los cuatro comandantes del ejército expedicionario: el teniente general Walter Boomer, de los marines; el teniente general Charles Horner, de la Fuerza Aérea; el teniente general John Yeosock, del ejército y el vicealmirante Arthur Stanley, de la Armada.

Los objetivos eran la retirada incondicional de las fuerzas iraquíes de Kuwait, la destrucción de la capacidad de la guerra de Sadam y de su producción de armas químicas y biológicas, el restablecimiento de la estabilidad regional y el acceso a las fuentes de energía. Pero ¿el ejército norteamericano estaba capacitado para hacer ese trabajo?

Después de Vietnam, el 40 por ciento del ejército de Estados Unidos consumía drogas; había enfrentamientos entre negros y blancos; había problemas ente los oficiales… El 41 por ciento de las tropas se encontraban en el nivel más bajo de aptitud mental. Sólo cuatro de las trece divisiones del organigrama estaban listas para combatir. «El ejército reconoció que tenía problemas y que había que arreglarlos. Se impulsó un programa de voluntariado, donde los jóvenes soldados tenían que ser graduados en la escuela secundaria. Se hizo una rápida limpia de los alborotadores. Así, de 1975 a 1990, el ejército quedó reconstruido», explica el general Paul J. Kern, comandante de la 2.a Brigada de la 24.a División de Infantería Mecanizada.

Con el ejército en «dique seco» desde Vietnam, en las últimas guerras, en las que se vio comprometido de forma apresurada, las fuerzas de Estados Unidos habían sufrido una terrible paliza en sus primeras batallas. Hasta que la política de aprendizaje comenzó a surtir efecto. Ahora no se desplegaría a ningún soldado que no estuviera listo para el combate, formado en los más modernos métodos y herramientas de la guerra.

El 25 de enero, Irak comenzó la «guerra del medio ambiente» al descargar millones de galones de petróleo en el golfo Pérsico. Después, los iraquíes prendieron fuego a los campos de petróleo de Kuwait, para producir un manto de contaminación —el llamado «invierno nuclear»— con graves consecuencias para la agricultura del mundo. Recordando cómo Estados Unidos se había asustado en Beirut, Sadam prometió una campaña de terrorismo que alcanzaría todas las instalaciones estratégicas de los países pertenecientes a la coalición. Amenazó con que les haría «nadar en su propia sangre».

Para este fin contaba con su temible Guardia Republicana. Estaba dividida en dos cuerpos: la Guardia Republicana y la Guardia Republicana Especial, ambas dependientes de Sadam Husein Abd al-Majid al-Tikriti, hijo menor de Sadam, y del propio dictador. Era su guardia personal, una especie de fuerzas especiales que un analista británico llegó a clasificar como las SS de Hitler «pero sin su calor humano». Se creó en 1980, como resultado de la guerra contra Irán, e inicialmente era un cuerpo de escaso número, pero después del conflicto irano-iraquí se fue reforzando y se le añadieron nuevas unidades hasta completar una estructura dotada de unidades blindadas, de infantería y mecanizadas.

«Los hombres de la Guardia Republicana fueron los mejores de los mejores, los encargados de efectuar la invasión y ocupación de Kuwait. Una vez que la coalición internacional se decidió a participar en el conflicto, cinco divisiones fueron retiradas de Kuwait hasta la frontera iraquí para que actuasen como fuerzas de reserva, sustituidas por efectivos del ejército regular. Sirvió además para purgar a los estadounidenses de Kuwait y, más tarde, Sadam la utilizó contra los propios iraquíes», indica el exgeneral Trainor.

Algunos periodistas occidentales alarmistas comenzaron a describir la formidable calidad de las armas y tropas de Sadam. Sugirieron que podrían estar dispuestos a perder dos millones de hombres, una cifra a la altura de su reputación en la mortífera guerra iraní. «Un montón de analistas aseguraban que lo íbamos a pasar mal porque estábamos luchando en su terreno, eran muy numerosos y no sabíamos nada del desierto y cómo luchar en esas condiciones», explica Joseph Alexander.

«El servicio de inteligencia iraquí no captó lo que estábamos haciendo. El general Schwarzkopf sabía que Sadam seguía las noticias por la televisión; por eso usó a la CNN para crear en la mente del dictador la impresión de que se estaba enviando muy rápidamente un gran número de fuerzas. Lo que mostraba la CNN impresionó, tanto en Estados Unidos como en Bagdad. Se ofreció la ilusión de una enorme fuerza en la región y convirtió a la CNN en un instrumento de propaganda global», afirma el exgeneral Trainor.

Lo cierto es que la opinión pública de los estados implicados se unificó en torno a una fuente común: la CNN, con su información continua y su difusión en tiempo real de imágenes de los bombardeos, que convirtió en un gran espectáculo mediático. Durante el conflicto, en todas las partes del mundo numerosas cadenas de televisión retomaban en directo sus imágenes y frecuentemente reproducían sus mismos comentarios.

OBJETIVO: DESTRUIR LA DEFENSA AÉREA IRAQUÍ

En un principio, mientras se iban acumulando fuerzas de la coalición hasta alcanzar el nivel de potencia deseable —un proceso muy complejo que llevaría meses—, el despliegue de unidades de combate frente a los iraquíes estaba formado por la 1.a Brigada Expedicionaria de Marines en la zona costera, frente a la capital de Kuwait, mientras que hacia el interior estaba el XVIII Cuerpo Aerotransportado. Fue bautizado así porque las primeras unidades del Ejército de Tierra desplegadas fueron elementos de la 82.a y la 101.a divisiones aerotransportadas, pero se convirtió en una amalgama en la que se iban integrando todas las fuerzas que llegaban al teatro de operaciones. Con todo, durante bastante tiempo estuvo muy lejos de tener los efectivos de un Cuerpo de Ejército. Embarcada, frente a las costas iraquíes, estaba la 4.a Brigada Expedicionaria de Marines.

Cuando en enero estuvieron por fin presentes todas las fuerzas terrestres de la coalición, el despliegue era el siguiente. En la zona costera, la 1.a Fuerza Expedicionaria de Marines, con la 1.a y la 2.a divisiones de infantería de marina. Hacia el interior, el III Ejército estadounidense, con dos cuerpos, el VII Acorazado y el XVIII Aerotransportado, con los británicos (1.a División Acorazada) agregados al VII, y los franceses (División Daguet o 6.a División Acorazada Ligera) agregados al XVIII. Las fuerzas de países árabes, con las de algún otro socio menor, que no intervendrían sustancialmente en los combates terrestres, formaban el llamado Grupo de Fuerzas Conjuntas, bajo el mando del príncipe saudí Jaled ibn Sultán. Las fuerzas embarcadas frente a las costas iraquíes, amenazando con un desembarco, habían aumentado hasta formar la 2.a Fuerza Expedicionaria de Marines, con dos brigadas.

Pronto se comprobó que el ejército iraquí no estaba a la altura de la invasión. Las primeras veinticuatro horas de ataques aliados marcaron la pauta del mes largo de incursiones. Sin embargo, el teniente general Charles Horner, al mando de la Fuerza Aérea, sabía que la aviación por sí sola no bastaba para vencer. En el aire, los atacantes tendrían que hacer frente a una evolucionada red de defensa aérea iraquí.

«Sus sistemas de radar eran de los más modernos e integrados a través de sistemas de fibra óptica a centros de mando y control conectados a través de todo el país. Eran como los radios de una rueda. Había unos cuatrocientos puestos de observación conectados uno al otro y a los puestos de mando. Hubo cinco puestos de mando desde la frontera con Turquía hasta el sur», indica el exgeneral Trainor.

Muchos de estos sistemas se encontraban enterrados y algunos de ellos cubiertos de hormigón para evitar ser reconocidos desde el aire.

El objetivo de la primera fase debía ser la destrucción de las capacidades ofensivas y defensivas aéreas iraquíes, incluyendo su fuerza aérea y sus sistemas integrados de defensa antiaérea basados en tierra; su sistema nacional de comunicaciones (televisión, radio y líneas terrestres); su capacidad de desarrollo y producción de armas nucleares, biológicas y químicas; así como su potencial de producción bélica, y su sistema de transporte incluyendo líneas de ferrocarril, puentes y las capacidades de transporte y distribución de petróleo.

Antes de comenzar la guerra, la fuerza aérea de Irak ocupaba el puesto sexto del mundo, con aviones MIG-21, MIG-23, MIG-25, MIG-29, Mirage F-l y otra serie de aviones de transporte y apoyo. Además poseía unos diecisiete mil misiles tierra-aire y diez mil piezas de artillería antiaérea.

La campaña aliada comenzó con los aviones Stealth F-17A y los misiles de crucero Tomahawk (TLAM, Tomahawk Land Attack Missile), enormemente precisos a distancias de centenares de kilómetros. Los aviones resultaron virtualmente invisibles durante el primer ataque nocturno y alcanzaron el 31 por ciento de todos los blancos durante el primer día de la campaña, abriendo de esta forma los corredores para incursiones posteriores.

El segundo objetivo del general Horner eran neutralizar el ejército de Irak en Kuwait a través de la destrucción de puentes y líneas de comunicación, con el objeto de interrumpir sus suministros, destruir su potencial mecanizado y de artillería, además de diezmar y desmoralizar a su ejército. Todo ello permitiría que el ejército de la coalición ejecutara una aplastante ofensiva terrestre mientras se mantenía a raya a Irak con más de setecientos modernos aviones de combate. Desde meses antes, Sadam tenía rehenes occidentales en Kuwait; el líder iraquí había pasado de asegurar, el 3 de noviembre, que liberaría a todos los rehenes a cambio de no ser agredido, a utilizarlos como escudo, anunciando que habían sido colocados en los posibles blancos aéreos aliados.

El primer día participaron además aviones de las fuerzas aéreas británica, francesa e italiana. En las primeras catorce horas de combate realizaron un total de mil vuelos, destruyendo los sistemas iraquíes de alerta temprana, sistemas de dirección de la defensa antiaérea, infraestructuras de mando, control y comunicaciones, plantas eléctricas, fuerzas aéreas, defensas antiaéreas y algunas bases de lanzamiento de misiles Scud.

Al finalizar las primeras veinticuatro horas, la coalición había realizado 2107 misiones de combate y disparado 196 misiles Tomahawk perdiendo solamente nueve aviones: cinco de Estados Unidos, dos ingleses, uno italiano y el otro kuwaití.

Tras esta primera fase, destinada a la paralización de la capacidad de respuesta, los bombardeos prosiguieron sobre las fuerzas militares iraquíes. Sadam no se hacía ilusiones sobre su capacidad de vencer a los norteamericanos en un enfrentamiento directo. Pero creía que si políticamente pulsaba las teclas adecuadas podría romper la frágil coalición y aislar a Estados Unidos.

EL INCESANTE BOMBARDEO

Así pues, una vez agotado el plazo, sobre Sadam Husein había caído una impresionante y ultramoderna tecnología de armas aéreas guiadas por expertos aviadores. «Fue el gran show y todos querían servir a su país. Ésa era la sensación, todos estábamos deseando encender motores y comenzar», recuerda el comandante David Eberly de las Fuerzas Aéreas norteamericanas (USAF). «Estábamos muy orgullosos de participar. Sin embargo, no podíamos evitar un fuerte presentimiento de que algo iba a suceder», añade.

Con la esperanza de un ataque sorpresa, el primer día los aviones se dirigieron a destrozar el sistema de defensa aérea iraquí basado en el soviético, tan mortífero como la electrónica podría construir. En la vanguardia estaba el famoso avión F-117 A Stealth Fighter. Los 44 gigantescos aparatos negros F-117 utilizaban una tecnología que los volvió prácticamente invisibles ante los radares enemigos. Diseñados a finales de los setenta, su primera misión fue en Panamá, pero en esta guerra se utilizaron por primera vez en forma masiva. El diseño de su sistema electrónico de invisibilidad costó mil millones de dólares.

«La campaña de bombardeo aéreo durante la guerra de Vietnam se llamó Rolling Thunder, fue un tipo de operación secuencial que fue escalando más y más en un período de tiempo. El nombre para la campaña durante la guerra del Golfo fue Instant Thunder, un nombre elegido para indicar que no sería una especie de acumulación de las secuencias de fuego sobre el enemigo. Sería un brutal ataque repentino a múltiples objetivos», describe el exgeneral Trainor.

Según señala este militar, «se trataba de una nueva forma de usar la fuerza aérea, donde se utilizaron masiva y simultáneamente misiles desde diferentes puntos, como los Tomahawk procedentes del mar Rojo, pero también del golfo Pérsico». Armas de gran precisión que podían volar en la oscuridad a través de pozos, puertas y ventanas para pulverizar las posiciones de alta prioridad y dejar los objetivos civiles prácticamente ilesos. «Entre las doce y las veinticuatro primeras horas saltó por los aires la capacidad de los sistemas de defensa aérea iraquíes», indica.

Los mensajes por radio detectados a los iraquíes hasta el momento mismo de la ofensiva demostraron que Bagdad no supo en qué punto y momento se produciría el ataque clave. Después, no se trató sólo de que los misiles antiaéreos y armas de fuego iraquíes quedaron desconectados de los sistemas electrónicos de control al destruir la aviación aliada los sistemas de comunicación y radares, sino que también la aviación iraquí o había sido destruida o estaba fuera de combate, escondida en sus refugios.

A continuación se realizaron más ataques con la intención de seguir triturando la defensa iraquí y las comunicaciones con unidades de combate. Helicópteros de ataque fueron contra los antiaéreos con misiles guiados por láser, desmantelando progresivamente la protección iraquí. Los cazabombarderos Tornado británicos atacaron los aeropuertos iraquíes destruyendo las pistas con bombas especiales. De esta forma, los Tornado ayudaron a desactivar el peligro de ataques por sorpresa de la Fuerza Aérea iraquí, que cada día que pasaba tenía menos posibilidades de participar en la guerra.

En raras ocasiones, los pilotos iraquíes intentaron atacar pero o fueron interceptados en el aire o los pilotos de la coalición los barrieron del cielo con apenas pérdidas para los aliados. El primer día de la campaña Irak hizo 96 vuelos, que bajaron a aproximadamente 58 al finalizar el cuarto día y concluyeron por completo al llegar al decimosexto día de operaciones.

Visibles tanto de noche como de día con los nuevos sistemas electrónicos, los enlaces de comunicaciones enemigas se cortaron carretera por carretera, camión por camión y puente por puente. La siguiente fase fueron los objetivos industriales: la red eléctrica, los oleoductos de recogida y transporte del petróleo y el agua, las fábricas de productos petroquímicos… Los mortíferos misiles de crucero Tomahawk de medio alcance volaron desde cruceros y acorazados situados en el Golfo, el mar Rojo y el Mediterráneo, atravesando una cadena montañosa iraní. Los iraníes no estaban informados, y si descubrieron que su espacio aéreo fue violado nunca dijeron nada.

A la semana de iniciadas las acciones, la coalición ganó la superioridad aérea. Con el objeto de proteger sus aviones, Irak los ocultaba en áreas residenciales, cerca de sitios religiosos, y bajo cubiertas de hormigón. Más adelante, a los pocos pilotos supervivientes, Sadam les ordenó llevar los aparatos a Irán.

LOS ASESINOS DE TANQUES

Los poderosos bombarderos B-52, casi todos ellos con cuarenta años de antigüedad, volaron en misiones hasta 12 000 millas desde Estados Unidos, Guam y la isla Diego García a los objetivos en el Golfo. Entregaron su pesada carga de bombas no guiadas contra la temida Guardia Republicana.

«Llamé al general Horner y le dije: “Chuck, quiero algunos B-52 aquí”. Y él me contestó: “Walt, dime la misión. No me digas qué tipo de avión deseas. Ése es mi trabajo”. Y yo le repliqué: “Mira, Chuck, entiendo de B-52. Estuve muy cerca de ellos en Vietnam. Sé el enorme efecto psicológico que tienen. Así que quiero que me mandes aquí B-52”», cuenta el general Walter E. Boomer, jefe de la 1.a Fuerza Expedicionaria de Marines.

Mientras los B-52 golpeaban a la Guardia Republicana, el resto de la fuerza de ataque aéreo tuvo otro objetivo. «El general Schwarzkopf había identificado realmente el centro de gravedad de esta guerra. Eran los tanques y la artillería del ejército iraquí en Kuwait y el sur de Irak. Ellos fueron los que causaron más bajas en nuestras fuerzas cuando comenzó la guerra en tierra», indica Charles Horner, comandante de las fuerzas aéreas de la coalición.

Un comandante iraquí diría que durante la guerra su tanque fue su casa, su amigo, que lo protegía. Sin embargo, en este conflicto se convirtieron en un ataúd por los ataques de los conocidos y polémicos (por sus proyectiles de uranio empobrecido) aviones A-10 Warthog, los helicópteros de combate Apache y una asombrosa variedad de Tankbusters (cazatanques) de los aliados.

Un total de 144 A-10 participaron en la campaña Tormenta del Desierto, volando desde Estados Unidos o Inglaterra hasta sus bases en Arabia Saudí. Sus principales misiones fueron la destrucción de tanques, además de la supresión de defensas antiaéreas y la caza de lanzaderas de Scud, para lo cual dispararon unos 940 000 proyectiles de uranio empobrecido.

Además, el ejército y la infantería de marina emplearon más de 1900 tanques Abrams y varios centenares del modelo MI y M60, con un alcance efectivo de tres mil metros, frente a los tanques soviéticos T72 que tenían los iraquíes, cuyo alcance era inferior a dos mil metros. Se estima que el blanco a mayor distancia lo hizo un tanque británico Challenger que destruyó un tanque iraquí a 5100 metros de distancia utilizando un proyectil con uranio empobrecido.

Esta munición Depleted Uranium (DU) causaba un impacto y una capacidad de perforación de gran densidad, por lo que era conocida como el «asesino de tanques». El apellido de «empobrecido» viene dado porque su contenido del isótopo U235 es reducido: de 0,7 por ciento a 0,2 por ciento durante el proceso de enriquecimiento del uranio. Este tipo de proyectil destruyó más de la tercera parte de los 3700 tanques de Irak. Washington nunca ha creído que el uranio empobrecido supuso un peligro para los soldados aliados, opinión que no comparten muchos de los veteranos de la Tormenta del Desierto ni de la guerra de los Balcanes, donde también se utilizó.

Los servicios de inteligencia dependían de la recopilación de información; para ello utilizaron los aviones de control y vigilancia electrónica AWACS (Airborne Warning and Control System en inglés), Hawkeyes, aviones teledirigidos y EP-3 con el fin de mejorar la cobertura y hacer posible la detección de amenazas. Incluso pudieron detectar buques de superficie y snorkels de submarinos sumergidos, lo que permitió una mejor utilización de las defensas de la Armada.

Sadam cumplió su amenaza contra el medio ambiente provocando un desastre, cuando comenzaron a destruir los campos petrolíferos kuwaitíes. Pensó que el humo constante combinado con el mal tiempo obstaculizaría el ataque aéreo. Pero las malas condiciones de vuelo no produjeron ningún cambio de planes y 284 misiles de crucero Tomahawk mantuvieron la presión sin cesar, con una tasa de éxito del 80 por ciento. Mientras, Sadam prometió que llevaría a cabo «la madre de todas las batallas».

LAS ARTES DE DISTRACCIÓN DE SCHWARZKOPF

En el desierto las fuerzas de Irak se estimaban ahora en 530 000 hombres, con 4300 tanques y 2700 vehículos blindados de combate. Este poderoso contingente militar formaba un impresionante baluarte defensivo perfeccionado durante la guerra de Sadam con Irán.

«Estableció una serie de puntos fuertes, de defensas en profundidad, colocando una gran cantidad de unidades de infantería en primera línea y guardando una cantidad regular de fuerzas blindadas detrás de estas fuerzas a manera de reserva para efectuar contraataques en caso de que las posiciones defensivas fueran sobrepasadas. La base de la defensa era un uso masivo de minas y obstáculos, de acuerdo con la doctrina soviética; a medida que se profundizaba en la retaguardia del dispositivo, mejoraba la calidad de las tropas de defensa. Ésta sería la estrategia que tenían previsto utilizar en contra de los aliados», señala Trainor.

Durante la guerra de Irán-Irak Sadam había construido barreras impresionantes a lo largo del frente de 1200 kilómetros. En especial, la ciudad meridional de Basora contaba con enormes construcciones de hormigón que cubrían las posiciones de los tanques y de la artillería, rodeados de campos de minas y alambre de púas, a lo largo de un lago artificial de 30 kilómetros de largo y 1800 metros de ancho.

Las fortificaciones iraquíes estaban hechas de arena, respaldadas por una zanja antitanque con petróleo que seria quemado para provocar una cortina de humo que hiciera imposible la visión a los pilotos y para crear focos de calor que desviasen las bombas; además contaban con un cinturón de alambradas y campos minados. Detrás se colocaron ametralladoras y la infantería. Como su prioridad absoluta era la conservación de su poder, resguardó sus mejores tropas para mantener el control interno de su país.

«La estrategia de Estados Unidos fue básicamente hacer creer a los iraquíes que los marines, que eran más numerosos en el este, presumiblemente realizarían el gran ataque en esa zona, cuando en realidad íbamos a poner enormes fuerzas en el desierto occidental, en áreas donde los iraquíes creían que nadie podía moverse», afirma Trainor. Irak calculó que la coalición no atacaría por el interior del desierto, debido a que nunca se había hecho anteriormente.

El general Schwarzkopf utilizó todas las artes posibles de distracción para engañar a los iraquíes; entre ellas hizo repetir hasta la saciedad a sus generales que los marines seguían ultimando el lanzamiento de varios asaltos anfibios en las costas de Kuwait.

Éste fue otro ejemplo de la buena logística de la operación. La clave del plan secreto de distracción del general Schwarzkopf consistía en realizar rápidamente un típico movimiento envolvente —basado en esencia en la clásica pinza de Aníbal en Cannas— que entrando por el desierto flanquease las posiciones defensivas iraquíes hasta ponerse detrás del enemigo, cortando su línea de suministro y retirada. Para ello Schwarzkopf necesitó mover en cuestión de días dos cuerpos de ejército sin que el enemigo lo percibiese, e instalar en pleno desierto miles de toneladas de suministro, municiones y combustible.

Una vez que se tomó la decisión de atacar por el desierto se necesitaban las fuerzas para hacerlo. Allí se dirigió al VII Cuerpo Acorazado, que formaba parte de las fuerzas de la OTAN en Europa. «Llegó el VII Cuerpo con la 1.a División de Infantería Mecanizada, la 1.a y 3.a divisiones acorazadas y el 2.º Regimiento de Caballería Acorazada, a los que se incorporaría la 1.a División Acorazada británica —cuenta el exgeneral Trainor—. Un equipamiento de gran alcance, muy parecido al que se preparó para luchar contra las fuerzas soviéticas en Alemania». El apoyo del VII Cuerpo sólo fue posible porque la amenaza soviética en Europa se había reducido.

LOS PATRIOT CONTRA LOS MISILES SCUD

El arma más temida de Sadam eran sus misiles Scud, una modificación iraquí de los misiles balísticos tácticos desarrollados por la Unión Soviética durante la Guerra Fría y exportados en grandes cantidades a otros países. Mejorados para conseguir un mayor alcance, suponían una gran preocupación para las fuerzas aliadas por la posibilidad de que fueran cargados con cabezas químicas o biológicas.

Con los de mayor alcance, Sadam podía alcanzar ciudades de Israel y enfurecer al gobierno judío lo suficiente como para entrar en la guerra, poniendo así fin a la coalición de Occidente con las naciones árabes. O podría lanzarlos en cualquier lugar cargados con gas venenoso o armas biológicas.

Como desdeñando el enorme ejército que estaba esperando para atacarle, comenzó a lanzar misiles contra Israel. «Sadam buscaba un enfrentamiento de Estados Unidos e Israel contra él. Ésa era la guerra que buscaba, pero nosotros no le permitiríamos tenerla», explica Dan Quayle, vicepresidente de Estados Unidos de 1988 a 1992. Había que mantener a Israel fuera de la guerra porque ningún Estado árabe iría contra otro país árabe aliado con Israel.

De hecho, los mal diseñados e imprecisos Scud fueron más peligrosos por su valor diplomático que como armas. Según explica el exdirector del Programa de Seguridad Nacional, Bernard Trainor, el general Schwarzkopf quiso hacer caso omiso de los Scud como amenaza militarmente irrelevante, «pero sus jefes políticos en Washington, dijeron que no. Había que intentar mantener a los israelíes fuera de la guerra, lo cual era bastante difícil si los Scud conseguían atacar, sobre todo, si uno portaba una ojiva química. Así que a Schwarzkopf no le quedó más remedio que ir tras los Scud. Pero esto le molestó porque para él estaba desviando aviones que podrían haberse utilizado en lo que él consideraba objetivos más productivos. Lo cierto es que en el análisis final, tras la guerra, se demostró que fue un esfuerzo inútil».

La reacción de Estados Unidos para la neutralización de los Scud fue utilizar por primera vez en la historia un sistema antimisiles, los Patriot situados en diversos puntos en Oriente Próximo. Antes de la guerra del Golfo, los sistemas de defensa antimisiles eran un concepto sin probar. La primera vez que se usaron los Patriot, de fabricación estadounidense, fue el 18 de enero de 1991, consiguiendo interceptar y destruir un misil Scud iraquí lanzado sobre Arabia Saudí.

Este sistema de defensa antiaérea consiste, básicamente, en misiles guiados tierra-aire gracias a un radar multifunción de fases acoplado en un remolque. Su haz apunta electrónicamente cada pocos microsegundos a los elementos que surquen el cielo. Por algún tiempo pareció que la resolución del conflicto dependería de la confrontación entre un tipo de misiles ofensivos de un bando y un sistema defensivo —básicamente no probado— del otro contingente.

La posesión de los Patriot dio un respiro al gobierno de Israel, ya que pudieron tranquilizar a su población durante los primeros días de la guerra. De hecho, Israel supo abstenerse de cualquier participación incluso cuando Sadam trató de volver la guerra en su contra. La táctica de implicados en el conflicto no funcionó y en todo momento los israelíes se abstuvieron de realizar represalias, pero los ataques con misiles Scud obligaron a la coalición a modificar sus planes. A partir de ese momento, las plataformas móviles con las cuales los iraquíes disparaban contra Israel serían el objetivo primordial de los ataques. La intercepción de los Scud supuso casi un tercio de los esfuerzos de la coalición.

Irak, al inicio, lanzó un promedio de cinco misiles por día, pero se redujo el ritmo posteriormente a uno diario. Aunque en su mayoría eran misiles de baja calidad, ya que se solían romper en pleno vuelo y llevaban cabezas muy pequeñas, al final cuarenta Scud fueron lanzados sobre Israel y otros cuarenta y seis sobre Arabia Saudí, y causaron la muerte directa de un israelí y veintiocho soldados estadounidenses (el misil cayó el 27 de febrero sobre su cuartel cerca de Dhahran, en Arabia Saudí).

A los aliados no les fue fácil detectar los misiles enemigos, ya que se podían desplazar fácilmente cargados en camiones. Los servicios de inteligencia de la coalición detectaron el número y lugar donde se encontraban situadas las plataformas de hormigón fijas de lanzamiento de los Scud (destruyeron completamente treinta y seis de estas instalaciones), pero no tuvieron conocimiento de que Irak había convertido docenas de camiones en plataformas de lanzamiento móviles, con señuelos para confundir sus verdaderas posiciones. Equipos de las fuerzas especiales británicas y de la Delta Force norteamericana fueron enviados a sobrevolar el desierto para descubrir las lanzaderas móviles, pero no tuvieron éxito.

Al sistema Patriot se asignó un éxito en el derribo de los misiles iraquíes que, según muchos expertos, fue exagerado, ya que en realidad un 85 por ciento no alcanzaron su objetivo. Es más: en abril de 1992, dos expertos del MIT y de la Universidad de Tel Aviv testificaron ante un comité de investigación del Congreso de Estados Unidos; de acuerdo con sus análisis, el sistema Patriot tuvo un porcentaje de aciertos por debajo del 10 por ciento. La Cámara de Cuentas Americana también realizó una investigación al terminar la guerra. «La campaña para frenar a los misiles Scud —afirma su subdirector Winslow Wheeler— casi fue un completo desastre. Sólo encontramos pruebas de que un Scud fuera derribado por un Patriot».

Y es que este sistema, previsto originalmente para destruir aeronaves enemigas y no misiles, tuvo importantes fallos en sus primeras versiones. Su cabeza de fragmentación fue diseñada para detonar cerca del blanco para que la metralla producida por la explosión a tan alta velocidad destruyera el receptáculo que transportaba la cabeza o su sistema de guía. Sin embargo, este método se mostró ineficaz en muchos casos permitiendo que algunos de los misiles Scud, alcanzaran su blanco. «Trabajamos muy duro para destruir los misiles iraquíes con la intención de tranquilizar a Israel, pero lo hicimos muy mal», asegura Walter E. Boomer, jefe de la 1.a Fuerza Expedicionaria de Marines durante la Operación Tormenta del Desierto.

Estados Unidos ocultó estos fracasos a Israel, pero también hubo información que no se contó a Arabia Saudí, como el hecho de que Israel facilitaba a la coalición tanques antiminas. Aviones estadounidenses los recogían en Israel, los repintaban con colores identificativos de los marines y volaban dando un rodeo hacia Arabia Saudí para hacer la entrega.

NUEVO CONCEPTO: LA BATALLA TIERRA-AIRE

Ya en 1973 la guerra de Israel con Egipto abrió los ojos al mundo sobre las armas de alta tecnología, la iniciativa y la movilidad de las viejas verdades de la guerra ofensiva y defensiva. A partir de entonces, Estados Unidos adoptó una nueva doctrina que se llamó batalla tierra-aire. «Consistió en la integración de la fuerza aérea y el ejército en la batalla sobre el terreno y no sólo en la parte delantera del frente, sino atacando las reservas y la retaguardia de enemigo», explica Trainor.

La doctrina fue concebida en los años ochenta para hacer frente al presuntamente arrollador empuje de los blindados soviéticos. El objetivo de los ataques detrás de la línea no era el enemigo a la fuga o en retirada, sino arruinar su planificación y capacidad de ejecución. La doctrina se consideró para utilizar frente a un ataque a Arabia Saudí.

«Aprovechamos el tiempo para entrenamos contrarreloj. De hecho tenía que sujetar a nuestras fuerzas y decirles que tuvieran paciencia», cuenta el general Walter E. Boomer, de la 1.a Fuerza Expedicionaria de Marines. La adecuada coordinación y el cálculo de tiempo fueron elementos básicos. Más de la mitad de las fuerzas que participaron en el primer ataque en la Tormenta del Desierto habían llegado al frente con suficiente nivel de preparación para entrar en combate.

Sin embargo, a los dirigentes aliados no les gustaba la idea de un enfrentamiento directo con la famosa Guardia Republicana de Sadam. La coalición era superior en armas, pero Irak había llevado casi a medio millón de soldados al frente, hombres curtidos y experimentados por ocho años de guerra con la vecina Irán. En cambio, los soldados estadounidenses —que constituían la mayoría en la coalición— no habían participado en una guerra importante desde Vietnam, más de dos décadas antes, y estaban por probar. La batalla en tierra prometía ser sangrienta y costosa. Sadam Husein contaba con ello.

«Nos superaban en número de hombres; tenían más tanques y más piezas de artillería. Además, habían construido dos enormes barreras que impedían la entrada en Kuwait. Dos enormes campos de minas», señala el general Walter E. Boomer. Además, las tropas internacionales temían un ataque con armas químicas y los soldados no tenían ninguna experiencia en este tipo de armas desde la Segunda Guerra Mundial.

«El plan original de Sadam Husein era combatir como lo había hecho contra Irán. Frenando con campos de minas a las fuerzas atacantes y abriendo fuego de artillería contra ellas. De este modo podían ser fácilmente diezmadas y, a continuación, podía lanzar un contraataque», dice el exgeneral Bernard Trainor.

Sadam pensaba que a medida que fueran aumentando las bajas estadounidenses, aumentarían las protestas en Estados Unidos forzando a George Bush a retirar sus tropas. Entonces Sadam podría quedarse con todo lo que había ocupado. «El problema era —según Trainor— que Estados Unidos no atacaba, sino bombardeaba. Así que decidió obligar a los norteamericanos a atacar como él quería lanzando una semiofensiva sobre Arabia Saudí».

Mientras tanto, el plan de operaciones aliado consistía en desplazar el XVIII Cuerpo (las divisiones aerotransportadas 82.a y 101.a, la 24.a División de Infantería Mecanizada y la División Daguet francesa) hacia el oeste, al interior del desierto más allá de las líneas defensivas iraquíes, para que hiciese un movimiento envolvente —«gancho de izquierda»— que llevaría a la 101.a y la 24.a hasta la carretera del Éufrates, detrás de los iraquíes para impedir su retirada, mientras que la 82.a y los franceses cubrían el flanco cerrando el cerco. Al VII Cuerpo Acorazado (divisiones acorazadas 1.a y 3.a, 1.a de Infantería Mecanizada y División Acorazada británica) le correspondería lanzarse al ataque y destrucción de las divisiones iraquíes a través del desierto, por donde no lo esperaban, mientras que el ataque frontal de los marines hacia la capital de Kuwait debía atraer a las reservas de la Guardia Republicana, y retener estas fuerzas hasta que se completara el envolvimiento.

OFENSIVA SOBRE ARABIA SAUDÍ

El 29 de enero de 1991 el ejército iraquí cruzó la frontera de Arabia Saudí y atacó el pueblo de Khafji, al norte del país. Khafji estaba vacío porque lo habían evacuado los saudíes al principio de la guerra, pero ahora pedían a los norteamericanos que les ayudaran a recuperarlo. La batalla por esta localidad se convirtió en uno de los enfrentamientos más importante de la guerra del Golfo.

Los saudíes insistieron en que sus tropas encabezaran el contraataque. Con el apoyo aéreo de la aviación naval estadounidense, recuperaron la localidad. «Demostró que los iraquíes no eran tan duros como se pensaba. Resultaron no ser especialmente buenos», afirma Bernard Trainor.

Las fuerzas iraquíes que atacaron Khafji fueron destruidas por el ataque conjunto de los marines y los saudíes. «Los iraquíes no sabían qué diablos pasaba. Después del ataque lo sentí por ellos. Mal entrenados, con el equipo soviético que se les había dado y que desempeñó un papel mucho peor de lo que había pensado, convencidos de que estaban bien equipados, tuvieron que entregarse», recuerda el jefe de la 1.a Fuerza Expedicionaria de Marines, el general Walter E. Boomer. Al día siguiente, Irak hizo prisionera a la primera mujer norteamericana.

Mientras, la plana mayor del CENTCOM y Schwarzkopf preparaban la gran ofensiva terrestre en Kuwait. El plan de «los caballeros Yedi» requería dos divisiones de marines para atacar y combatir en el centro de las fortificaciones iraquíes. Una vez comenzara la batalla, unidades franceses y estadounidenses aerotransportadas, a unos 650 kilómetros al oeste, empezarían a rodear el campo de batalla. Al día siguiente, el VII Cuerpo, formado por cinco divisiones anglonorteamericanas, realizaría una maniobra envolvente a lo largo de cientos de kilómetros de desierto. Se trataba de un «gancho de izquierda» para atrapar y destruir a la Guardia Republicana.

Patrullas estadounidenses y las fuerzas especiales británicas comenzaron a llegar a Kuwait para hostigar a la artillería utilizando tecnología láser para designar objetivos a los helicópteros de ataque.

El secretario de Defensa, Cheney, y el presidente de los jefes del Estado Mayor, Colin Powell, viajaron a Arabia Saudí para ser informados y dar el visto bueno a la ofensiva terrestre, mientras los soviéticos estaban tratando de concertar un alto el fuego. Se preparaba la segunda ofensiva del plan, el día G se fijó el 24 de febrero. Seria el ataque más enérgico del ejército de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial y tendría lugar contra del cuarto ejército más grande del mundo.

Schwarzkopf tuvo que mover 255 000 soldados a posiciones de ataque durante más de tres semanas sin que los iraquíes se dieran cuenta. El XVIII Cuerpo recorrió más de ochocientos kilómetros por el desierto en doce días. Una fuerza de asalto de paracaidistas de la 101.a División fue llevada en helicópteros al interior de Irak para establecer las bases logísticas con antelación.

Detrás de una atronadora salva de artillería, la coalición estaba formada por fuerzas que representaban a treinta y dos países contra más de medio millón de soldados iraquíes desplegados en Kuwait. «Todos estábamos ansiosos; soldados y oficiales. Todos sentíamos el miedo a la muerte que nos dejó en un estado semiparalizado hasta que realmente dieron la orden de atacar», recuerda el exgeneral Trainor.

Mientras, Sadam seguía las noticias en televisión sobre las maniobras anfibias de la Marina norteamericana frente a la costa de Kuwait y se negaba a creer que podría ocurrir este asalto detrás de sus líneas por parte de la fuerza de tierra aliada.

EL PLAN DE LOS ALIADOS: LA INTERVENCIÓN TOTAL

Antes del amanecer del 24 de febrero, dos divisiones de marines, encargadas de realizar el ataque señuelo que debía atraer a la Guardia Republicana, entraron en Kuwait y atacaron el corazón de las defensas iraquíes. Tras varios meses de preparación, la campaña terrestre para la recuperación de Kuwait estaba en marcha. El plan requería que los marines retuvieran a la Guardia Republicana. A continuación, el VII Cuerpo Acorazado del general Frederick Franks la rodearía y la destruiría. Pero los planes no se cumplieron como se habían fijado.

«El día del ataque los marines atravesaron las filas iraquíes como si fueran mantequilla. Primero, porque muchos iraquíes no querían combatir y, segundo, porque habían recibido órdenes de retroceder», cuenta el exgeneral Trainor. Se suponía que las líneas iraquíes resistirían al ataque de los marines entre uno y tres días, atrayendo refuerzos de la Guardia Republicana, pero a las pocas horas del comienzo del ataque, el servicio de inteligencia recibió la noticia de que el ejército de Sadam estaba en retirada. El plan de «gancho de izquierda» todavía no había sido lanzado.

«El plan de Schwarzkopf requería —explica Trainor— que el VII Cuerpo lanzara un ataque en el desierto occidental al día siguiente. El resultado, al llegar veinticuatro horas tarde, fue que el 50 por ciento de las tropas iraquíes lograron escapar. Los mejores, con sus mejores equipos, cruzaron la línea Tigris-Éufrates y salieron de Kuwait sin un rasguño».

Según este exgeneral, «hubo una desconexión. La operación requería que los marines frenaran a los iraquíes para que, después, los cuerpos VII y XVIII los rodearan y los destruyeran, pero resultó ser todo lo contrario», explica Trainor. «La infantería de marina terminó empujando, de modo que se convirtió, en lugar de una fuerza de sujeción, en un pistón que empujaba a los iraquíes fuera de Kuwait», matiza.

A partir de ese momento, según el general Walt E. Boomer, jefe de la 1.a Fuerza Expedicionaria de Marines, no se pudo cumplir con el calendario ni con las líneas marcadas para toda operación terrestre. «El general Schwarzkopf hubiera tenido que acelerar el ataque principal sobre el flanco izquierdo. Pero no ocurrió».

Según las operaciones diseñadas por el general Schwarzkopf, por la costa, las divisiones 1.a y 2.a de marines y la 4.a Brigada Acorazada británica avanzaron rápidamente en dirección a la ciudad de Kuwait. El envío de tropas aerotransportadas por detrás de las líneas iraquíes y el avance de las tropas árabes de Kuwait, Arabia Saudí, Egipto, Siria, Omán y Qatar en dirección a al-Hahra envolvió a las cinco divisiones iraquíes que se interponían en su camino hacia la capital.

Las dos columnas que avanzaban hacia la ciudad de Kuwait, apoyadas por los paracaidistas de la División Aerotransportada, alcanzaron los arrabales de la ciudad. Cuando los marines llegaron al aeropuerto internacional de la capital de Kuwait, destruyeron más de mil tanques enemigos.

El VII Cuerpo, incluida la 1.a División Acorazada británica, formó y comenzó a atacar. El XVIII Cuerpo protegía su flanco y compartía su objetivo último. «Nuestra misión era llevar a cabo el gancho de izquierda, alcanzando rápidamente el valle del río Éufrates, algunos cientos de kilómetros más allá de la frontera, y cerrar la autopista 8 para cortar las fuerzas de la Guardia Republicana, de modo que no pudiera escapar del VII Cuerpo, que estaba atacando en nuestro flanco derecho. Nuestra misión era destruir la Guardia Republicana», cuenta el coronel Paul J. Kern, jefe de la 2.a Brigada de la 24.a División de Infantería Mecanizada.

Por el centro, en el vértice de la Zona Neutral (un territorio en forma de rombo entre Irak y Arabia Saudí, de soberanía discutida), el VII Cuerpo del Ejército Acorazado y un regimiento de caballería aérea de los Estados Unidos, con apoyo de la 7.a Brigada Blindada británica, se pusieron en marcha en dirección al puerto de Basora. En al-Busaya y Seventy Easting, la resistencia fue muy dura y los iraquíes sufrieron pérdidas terribles. En una batalla que ocurrió durante la noche, los MI Abrams utilizaron armas y telémetros de rayos láser provocando un incendio que hizo saltar a los iraquíes en pedazos.

En su camino a Basora, los mil carros de combate pesados y cerca de tres mil blindados ligeros aliados destrozaron a la división Tawalkana de la Guardia Republicana que luchaba con sus mejores tanques. Al día siguiente, hicieron lo mismo con la división Hammurabi. El 27 de febrero la división acorazada Medina cayó ante el avance aliado, a las puertas de Basora.

En el oeste, los franceses de la agrupación Daguet y el 3,er Regimiento de Caballería Acorazada norteamericano alcanzaron Nasiriya, amenazando con cercar a las tropas iraquíes en el interior del emirato. Muy cerca del avance francés, cuatrocientos helicópteros pesados transportaron a la 101.a División norteamericana y establecieron la base Cobra, a noventa kilómetros en el interior de Irak. Su misión era cortar la retirada de las tropas de Sadam hacia Basora.

El asalto meticulosamente planificado tuvo una brutal eficacia. El principal objetivo de la coalición era liberar Kuwait, pero derrocar a Sadam Husein y destruir las tropas que le respaldaban era igual de importante, al menos para los miembros occidentales de la coalición. «Schwarzkopf nunca se planteó que los iraquíes quisieran retirarse, así que no elaboró un plan alternativo cuando retrocedieron. No había un plan para atraparlos. Fue una gran equivocación», defiende Trainor.

LAS ÚLTIMAS CUARENTA Y OCHO HORAS

El más duro y cruel enfrentamiento de la guerra fue la batalla de Medina Ridge, ocurrida el 27 de febrero, entre la 1.a División Blindada de Estados Unidos y la 2.a Brigada de la Guardia Republicana, a las afueras de Basora.

Medina Ridge es el nombre que las tropas estadounidenses dieron al lugar: una pequeña cordillera de unos once kilómetros de largo. La batalla se libró en aproximadamente dos horas, fue una de las pocas batallas durante la Tormenta del Desierto en la que las fuerzas americanas encontraron una significativa resistencia por parte iraquí y les hizo muy difícil avanzar. «En la cruel batalla participaron unos tres mil vehículos, incluidos 166 tanques M1A1 Abrams, además de artillería. Fue una visión como yo nunca había visto nada antes y estoy seguro de que nunca voy a ver otra vez», dice el general Ron Griffith.

Las fuerzas iraquíes estaban bien desplegadas, de forma que no podían ser vistas por las fuerzas estadounidenses. Para limpiar la zona, actuó la artillería, y los cohetes se sumaron a la acción. Las unidades estadounidenses consideraron necesario atacar al enemigo mientras obuses y cohetes caían sobre él, inmovilizándolo, lo que se tradujo en una víctima mortal americana (debida a «fuego amigo»), mientras que se destruían cerca de trescientos tanques iraquíes, en su mayoría T-72S y los viejos y anticuados Tipo 69, además de 127 vehículos blindados.

Lo cierto es que los iraquíes utilizaron una estrategia defensiva adecuada mediante el despliegue de sus blindados detrás de la cordillera, pero les sirvió de poco. Murieron víctimas de los tanques y de la artillería. Sólo cuatro tanques Abrams fueron alcanzados por fuego directo, pero fueron destruidos.

A pesar de su éxito, el general Schwarzkopf se mostraba insatisfecho con el progreso del VII Cuerpo. No creía que se estuviera moviendo lo suficientemente rápido para cortar la retirada general que Sadam había ordenado a todas las fuerzas al sur del Éufrates. Bombardeó el puente en el río Éufrates para intentar detener la fuga de la Guardia Republicana que huía por la única carretera que iba a Bagdad.

«No hubo un respiro. La lucha continuaba en medio de la noche, con bombardeos incesantes», señala el historiador Alexander. La capital de Kuwait se había tomado en cincuenta horas, derrotando a doce divisiones iraquíes en el camino. Algunos soldados iraquíes trataban de alcanzar la frontera bajo un diluvio de bombas. En su huida, más de doscientos pozos petrolíferos fueron incendiados.

Los objetivos se habían cumplido, se dijo; el fin de la guerra exigía ahora un compromiso político. Los norteamericanos estaban eufóricos con la victoria y aliviados porque Sadam no había utilizado sus armas de destrucción masiva; el ataque químico no se llegó a realizar.

Muchos miembros de la Guardia Republicana de Sadam no pudieron escapar porque la frenética retirada de Kuwait produjo un enorme embotellamiento. Los camiones atascados eran objetivos fáciles para los aviones de la coalición en la que se conoció como «la carretera de la muerte». «Volvían todos a Bagdad por una sola carretera. Allí no tenían nada con qué defenderse, ninguna defensa antiaérea. Fue como cazar patos en un estanque», reconoce el exvicepresidente de Estados Unidos, Dan Quayle. La batalla comenzó a parecerse a una matanza.

El jefe del Estado Mayor conjunto Colin Powell se reunió con el presidente Bush y le recomendó poner fin a la guerra. Cien horas después, el 28 de febrero, cuando las tropas norteamericanas cercaron Basora por el este como paso previo a Bagdad, el presidente ordenó el cese de las hostilidades. «Kuwait ha sido liberado», anunció Bush.

«El presidente tomó la decisión correcta. Habíamos conseguido nuestros objetivos bélicos y políticos como se expresó en la resolución de Naciones Unidas. Al formar la coalición hicimos saber a los países aliados que no estábamos interesados en ocupar Irak», defiende el exsecretario de Estado James A. Baker.

La orden de alto el fuego tomó por sorpresa a los jefes de las unidades de combate que, incluso, creyeron que era arbitraria por el momento en que se dio. Muchos pensaron que se habla dejado el trabajo a medio hacer. «Si hubiéramos dado un par de días más al general Frank, habría acabado con la Guardia Republicana. Por eso salieron intactos. Nos detuvimos», señala Walter E. Boomer.

Gran parte de la Guardia Republicana que huyó, en las semanas siguientes al cese de hostilidades, tuvo un papel fundamental en la dura represión contra los levantamientos internos contra el régimen de Sadam Husein. Y lo hicieron con la inconsciente aprobación del presidente Bush y sus generales.

El presidente Bush esperaba que las insurrecciones de los shiíes y los kurdos triunfaran donde ellos habían fallado. Pero su propio jefe de operaciones había dejado escapar a la Guardia Republicana, proporcionando a Sadam los medios para protegerse. «Con franqueza, me hubiera gustado haber tenido doce horas más para ir tras las fuerzas iraquíes. Estoy convencido de que no iban a pelear más. Ellos estaban dispuestos a rendirse, y podríamos haber conseguido todo el equipo que sobrevivió y que se mantuvo intacto sin una pelea», indica el general Ron Griffith.

El 3 de marzo se negoció un alto el fuego en la base aérea de Safwan. La ONU impuso fuertes sanciones económicas a Irak, además de un estricto control de su armamento. «En Safwan estábamos en la posición perfecta —defiende el exgeneral Trainor— para presionar a los iraquíes, para exigirles incluso que hicieran algo para deshacerse de Sadam. Sin embargo, Schwarzkopf fue a la firma de la paz sin ninguna dirección política y sin recibir instrucción alguna».

«El único error que cometimos fue no obligar a Sadam a que viniera a Safwan, en Irak, o alguna otra parte a que firmara el documento de rendición. Nunca debimos dejarle utilizar tras el alto el fuego sus helicópteros, porque los utilizó para aniquilar a su propio pueblo», afirma el exsecretario de Estado Baker.

El 17 de marzo el departamento de Defensa de Estados Unidos anunció la retirada de la 24.a División de Infantería de Fort Stewart, Georgia. Kuwait era libre de nuevo, pero el equilibrio de poderes en Oriente Próximo no cambió significativamente. Irak salió muy dañada y, pese a cierta propaganda, dejó de ser una amenaza real, pero Sadam Husein seguía en el poder. «Todos nuestros aliados árabes que nos aseguraron que no sobreviviría a una derrota de ese tamaño se equivocaron. Nosotros tampoco esperábamos que sobreviviera y también nos equivocamos», indica Baker.

El 5 de abril el presidente George Bush anunció la prohibición de vuelos iraquíes sobre las zonas kurdas del norte del país, para frenar los ataques lanzados por Sadam contra los siempre disidentes kurdos. Al día siguiente, Irak aceptó el alto el fuego definitivo. Este mismo día, se formó la Task Force Provide Comfort, que se desplegó para proporcionar ayuda humanitaria a los kurdos. El 7 de junio, la comisión de Naciones Unidas se hizo responsable de los refugiados kurdos. De hecho, el Kurdistán iraquí se había convertido en un territorio al margen de la soberanía de Bagdad.

«Todavía se tiene el concepto equivocado que de algún modo podríamos haber capturado a Sadam Husein. Pero esto hubiera supuesto una enorme pérdida de vidas norteamericanas. Nadie lo aconsejaba: ni en el Despacho Oval ni en toda la cadena de mando militar», señala el exvicepresidente de Estados Unidos Dan Quayle.

LOS ENSANGRENTADOS ARENALES DE ORIENTE PRÓXIMO

Ciento cuarenta y siete hombres y mujeres de Estados Unidos murieron en acción y hubo setecientos setenta y seis heridos. Las fuerzas británicas tuvieron alrededor de doscientas bajas, teniendo en cuenta que un cuarto de los caídos estadounidenses y casi la mitad de los caídos británicos fueron víctimas de su propio fuego, el hoy llamado «fuego amigo».

En la Operación Tormenta del Desierto, fallecieron 3500 civiles iraquíes como consecuencia directa de la guerra y otros 110 000 ciudadanos (70 000 de ellos, niños) murieron por lo que se denominó «efectos adversos sobre la salud inducidos por la guerra». Todavía hoy no existen datos sobre el número de soldados iraquíes que perdieron la vida. La Cruz Roja Internacional aporta la cifra de más de cien mil, mientras Estados Unidos indica que sólo fueron unos treinta y cinco mil. Las estimaciones del periódico británico The Independent ascienden a doscientos mil.

Consecuencia del embargo y de la devastación casi total de las infraestructuras iraquíes tras la Operación Tormenta del Desierto, el 14 de abril de 1995 la ONU estableció, con el acuerdo de Sadam Husein, el programa «petróleo por alimentos» (resolución 986) que inicialmente permitió al país vender crudo por valor de mil millones de dólares cada noventa días para adquirir productos básicos.

En diciembre de 1999, el Consejo de Seguridad creó la Comisión de Control, Verificación e Inspección (UNMOVIC), presidida por el sueco Hans Blix. En el año 2002 dicha comisión regresó a Irak en busca de armas de destrucción masiva amparada por la resolución 1441, en la que la ONU daba una «última oportunidad» a Bagdad para desarmarse, pues si no lo hacía «sufriría graves consecuencias». Cuatro años después, los acontecimientos se precipitaron de nuevo hacia el conflicto armado, hacia una nueva guerra contra Sadam.

La Operación Tormenta del Desierto acabó con una victoria que no se consumó, que no alcanzó el que debería haber sido su verdadero objetivo: acabar con el dictador. La Administración convenció al presidente Bush padre con ciertas informaciones que probaban que una invasión de Irak a largo plazo sería muy costosa tanto económicamente como en vidas. A partir de los ataques del 11 de septiembre de 2001, su hijo George W. Bush no pensaba igual. Sadam Husein fue derrocado en 2003, en la segunda guerra del Golfo, y ejecutado por crímenes contra la humanidad en diciembre de 2006, aunque la ocupación del país por los estadounidenses demostraría que las armas de destrucción masiva no existían, que eran un mito explotado por la propaganda de Bush hijo. Pero ésa fue otra guerra…