Fecha: 1982.

Fuerzas en liza: Británicos contra argentinos.

Personajes protagonistas: Margaret Thatcher, el general de división Jeremy Moore, el teniente coronel Michael Rose, el capitán Gavin Hamilton y el secretario de Estado norteamericano Alexander Haig. Por parte argentina: Leopoldo Galtieri, el vicealmirante Juan J. Lombardo y el general Mario Menéndez.

Momentos clave: El hundimiento del destructor Sheffield por un misil Exocet. El desembarco en San Carlos; el ataque a la guarnición argentina de Goose Green; la batalla sobre el monte Longdon y el asalto final a Puerto Argentino.

Nuevas tácticas militares: Se emplearon por primera vez misiles modernos de crucero contra buques de una marina de primera categoría; el primer uso en combate de submarinos de propulsión nuclear.

La campaña de las Malvinas de 1982 supuso el mayor despliegue de las Fuerzas Especiales británicas desde la Segunda Guerra Mundial. El conflicto del Atlántico Sur, tal y como lo denominan los británicos, se extendió por las islas Malvinas, las Georgias del Sur y las Sandwich del Sur. Fue un enfrentamiento lleno de errores y cálculos equivocados en ambos bandos y donde los factores políticos causaron el fracaso del proceso diplomático dando por resultado una guerra de setenta y dos días en la que murieron alrededor de mil soldados. Todavía en la actualidad, los estudios sobre este enfrentamiento reflejan conflictivas percepciones sobre lo ocurrido antes y durante algunos hechos políticos y militares. Algunos expertos hablan de «niebla de guerra». Ningún gobierno argentino había considerado el uso de la fuerza militar para recuperar la soberanía sobre las Malvinas. Los argentinos eran muy conscientes de la superioridad militar de los británicos y de que ellos la utilizarían para defender sus intereses. Pero si nunca creyeron que Argentina podía prevalecer en una confrontación militar con Gran Bretaña, ¿por qué fueron a la guerra por la posesión de un pequeño grupo de islas, la mayoría inhabitadas, en el Atlántico Sur?

Las islas Malvinas, las Georgias del Sur y las Sandwich del Sur son tres archipiélagos situados en el sur del océano Atlántico, frente a las costas argentinas, y que constituyen un territorio británico de ultramar. Las Malvinas —Falkland para los británicos y angloparlantes— están formadas por unas doscientas islas menores, además de las dos islas principales, East Falkland (Malvina Oriental o Soledad) y West Falkland (Malvina Occidental o Gran Malvina). Han sido una fuente de disputa entre Gran Bretaña y Argentina desde que los británicos se asentaron en ellas en 1833. Estas islas estériles están situadas a 480 kilómetros de la Argentina continental y a más de 12 000 de Gran Bretaña. Sin embargo, a comienzos de la década de los ochenta, sus 1800 habitantes —en su mayoría de origen escocés— eran incondicionalmente británicos y se oponían firmemente a cualquier relación con Argentina.

El conflicto fue el resultado de décadas de persistente determinación argentina para recuperar la soberanía sobre las Malvinas y de la inquebrantable determinación de los sucesivos gobiernos británicos de respaldar la autodeterminación de sus habitantes. Esas actitudes se mantuvieron en equilibrio durante muchas décadas, hasta el 2 de abril de 1982.

EL PRELUDIO DIPLOMÁTICO

Las Malvinas fueron descubiertas por navegantes españoles a principios del siglo XVI. Durante los dos siglos siguientes España ejerció el dominio en el archipiélago y mares vecinos. En 1816, y en virtud del principio de sucesión de estados, las Provincias Unidas del Río de la Plata delimitaron sus territorios sobre la base de la antigua división administrativa colonial. Se declararon independientes y herederas únicas y excluyentes de todos los títulos y derechos soberanos de España en los territorios del exvirreinato del Río de la Plata. De esta manera, las Provincias Unidas del Río de la Plata continuaron en el ejercicio de la titularidad de las islas Malvinas.

Sin embargo, hasta noviembre de 1820, el coronel de Marina David Jewett no tomó posesión públicamente de las islas en nombre de las Provincias Unidas. Cinco años más tarde, con la firma del tratado de Amistad, Comercio y Navegación el Reino Unido reconoció la independencia de Argentina, sin ninguna reserva de soberanía con respecto a las islas Malvinas. Es más, durante toda la década de 1820 y hasta 1833, Argentina realizó actos que demostraban la ocupación efectiva de las islas, como el nombramiento de gobernadores y comandantes políticos y militares, el otorgamiento de concesiones territoriales y la legislación para la protección de los recursos naturales de esos territorios y sus aguas circundantes.

El 3 de enero de 1833, los británicos tomaron por la fuerza Puerto Soledad y al año siguiente ocuparon el resto del archipiélago. La protesta argentina fue inmediata: el 16 de enero de 1833, el ministro de Relaciones Exteriores pidió explicaciones al encargado de negocios británico en Buenos Aires. A partir de ese momento y hasta la actualidad, Argentina ha venido reivindicando constantemente su soberanía, en especial en los foros internacionales de Naciones Unidas y ante la Organización de los Estados Americanos (OEA).

También habla rechazado desde siempre la demanda del estatus de colonia para las Georgias del Sur sosteniendo que, al igual que las Malvinas, han pertenecido siempre a Argentina, por lo que no pueden ser colonias de nadie. De hecho, considera que se encuentran ocupadas ilegalmente por una potencia invasora y las incluye como parte de su provincia de Tierra del Fuego, Antártida e islas del Atlántico Sur.

En 1965, la Asamblea General de la ONU aprobó la resolución 2065 que calificaba la disputa como un problema colonial y urgía a las partes a negociar una solución. En la década previa a 1982 se inició un proceso en el que ambos países analizaban diferentes hipótesis de solución pacífica de la disputa. Nunca llegaron a ningún acuerdo.

En 1982, Argentina era gobernada desde hacía siete años por una Junta Militar que era cada vez más impopular. En una «guerra sucia» contra grupos de izquierda que se extendió a otros sectores sociales, produjo más de 30 000 ciudadanos argentinos desaparecidos. A la dictadura se unía que la economía estaba en ruinas, con destrucción de la base económica y una inflación vertiginosa disparada a más del seiscientos por ciento. Multitud de manifestaciones de protesta llenaban las calles argentinas, reprimidas de forma violenta.

En estas circunstancias la dictadura militar buscaba desesperadamente algo que neutralizara la irritación social, aunque ya meses antes, en enero de 1982, ante el estancamiento de las negociaciones con Inglaterra, comenzaron los planes argentinos para la recuperación de las Malvinas, que estaban a cargo de un reducidísimo Comité de Planeamiento, formado por oficiales superiores de las tres fuerzas y dentro del mayor secreto, según ha reconocido el propio ejército argentino.

INCIDENTE PREVIO EN LAS GEORGIAS DEL SUR

El 19 de marzo de 1982 desembarcó en Puerto Leight (islas Georgias del Sur) un grupo de operarios argentinos, contratados por Constantino Sergio Davidoff, quien había firmado un contrato con una compañía escocesa por el que se le transferían el equipo e instalaciones de cuatro factorías balleneras en Leigth. Los obreros, encargados del desguace de las instalaciones en desuso, izaron una bandera argentina nada más llegar a la isla.

Este gesto de reivindicación de soberanía provocó un enfrentamiento con el personal británico de la isla y una posterior protesta formal del gobierno de Gran Bretaña, que exigía que la bandera se arriara e impuso un plazo perentorio para la evacuación de los operarios argentinos bajo amenaza de ser expulsados. El buque Endurance de la Royal Navy, destacado en Puerto Argentino (Port Stanley, en inglés), la capital de las Malvinas, se dirigió hacia las Georgias del Sur para retirar a los trabajadores. El gobierno argentino tomó esta intervención como un acto de guerra.

Una semana después, el incidente se complicó con el desembarco en Leight de una dotación militar del Grupo Naval Antártico, proveniente del ARA Bahía Paraíso (ARA —Armada de la República Argentina— son las siglas de los buques de guerra argentinos, como HMS —His Majesty Ship— las de los británicos), con la misión de evitar el desalojo del grupo de obreros argentinos de Davidoff por parte del Endurance.

En ese momento las directivas argentinas para la acción derivaban de la esperanza de obtener una solución diplomática. Así, la directiva para la ocupación de las Malvinas del 2 de abril establecía «no derramar sangre británica ni dañar propiedad británica» y «hacer fuego sólo si se es atacado».

Con este talante, el 2 de abril, más de setenta infantes de marina argentinos y cien integrantes de fuerzas especiales, doblegaron a la pequeña guarnición de sesenta y siete Royal Marines (infantes de marina) británicos que protegían las islas. Los marines británicos fueron obligados a rendirse y capturados por comandos de las compañías 601 y 602 de Buzos Tácticos de la Armada, como se denomina a las Fuerzas Especiales de la Marina argentina, quienes, tras lograr sus objetivos, se reembarcaron a medida que eran reemplazados por fuerzas de ocupación del ejército. Los sesenta y siete marines ingleses que conformaban la guarnición encargada de la custodia del archipiélago fueron capturados y trasladados a Montevideo junto con el gobernador Rex Hunt. Ese mismo día, cerca de cinco mil efectivos al mando del general Mario Benjamín Menéndez desembarcaron en Puerto Stanley, la capital de las islas Malvinas, desde entonces rebautizada como Puerto Argentino.

El día 3 de abril, se ocupaba también Grytviken, en la isla de Georgias del Sur, a unos 1500 kilómetros al este de las Malvinas, con refuerzos transportados por la corbeta Guerricó. Entonces, se produjo un breve pero cruento combate con una dotación de veintidós marines desembarcados del buque Endurance. Un helicóptero argentino fue derribado y se produjeron tres muertos y cuatro heridos. Finalmente, se rindieron los Royal Marines, con sólo un herido en un brazo. Pasado el mediodía, la bandera argentina ondeaba sobre las islas Malvinas, las islas Georgias del Sur y las islas Sandwich del Sur (en estas últimas la bandera estaba desde 1977, cuando la Armada argentina estableció la estación científica Corbeta Uruguay, que estuvo operativa desde entonces). El general Menéndez fue proclamado gobernador militar de las islas.

El gobierno conservador de Margaret Thatcher no consintió el acto de fuerza y reaccionó rápidamente. «Un territorio de soberanía británica ha sido invadido por una potencia extranjera. El gobierno ha decidido enviar a una gran fuerza expedicionaria tan pronto como todos los preparativos estén completados», declaró la primera ministra ante la Cámara de los Comunes. Ante la percepción por parte del gobierno británico de la necesidad de entrar en combate con los argentinos para apaciguar a su opinión pública conmocionada por una derrota frente a un ejército inferior, en un fin de semana, la vanguardia de cien buques y miles de soldados estaban listos para la guerra.

El lunes 5 de abril, una importante fuerza operativa, denominada Task Force, zarpó de Portsmouth. Más de cien buques, de los cuales 42 eran de guerra, incluyendo portaaviones y submarinos, que transportaban cerca de 28 000 efectivos, se dirigieron hacia el archipiélago en un viaje de más de 12 000 kilómetros. Con ellos viajaba una unidad de élite: el 22.º Regimiento del Servicio Aéreo Especial (en inglés, Special Air Service) o SAS, como es normalmente conocido. Esta pequeña unidad secreta estaba bajo el mando del teniente coronel Michael Rose y la componían elementos del ejército regular y del ejército territorial (TA).

El objetivo político argentino en esos momentos era «una solución diplomática para recuperar la soberanía sobre las islas». Mientras que lo que querían los británicos era «defender los intereses de los residentes en las islas y castigar la agresión». Los esfuerzos diplomáticos desplegados por Estados Unidos como mediador, y de Perú encabezando a los demás países de la región y a través de Naciones Unidas y de la OEA para forzar una salida negociada ante la inminencia de un enfrentamiento, fracasaron.

El pueblo argentino estaba entusiasmado con la ocupación de las islas. En un notable cambio de percepción, la tan odiada Junta Militar de repente se hizo muy popular. El apoyo de la opinión pública argentina predispuso un esquema mental de «ahora o nunca» a la Junta y animó la ejecución de la operación Malvinas, reacción que no esperaban los británicos.

La decisión argentina se basó en varios criterios pero sobre todo influyó la idea de que no parecía probable que el Reino Unido realizara un contraataque a gran escala. Además, la guarnición británica en los tres archipiélagos era reducida y, a tanta distancia de la metrópoli, la llegada de refuerzos tardaría. Otro factor que contribuyó fue que la capacidad de guerra anfibia del Reino Unido a tanta distancia no parecía ser tan eficaz, pese a su gran poder aeronaval. Pero con la sorprendente invasión de las Malvinas, comenzó la historia de las dificultades argentinas sobre todo para hacer efectiva la cooperación entre sus Fuerzas Armadas.

«La reacción británica ante la invasión que consistió en la rápida formación y envío de una gran fuerza naval, incluyendo unidades de asalto anfibio, fue inicialmente imprevista por los argentinos. Así, su reacción ante la idea de que debían combatir con los británicos en las Malvinas, fue un refuerzo a gran escala de las islas, una alternativa que originó una pesadilla logística para el sistema de aprovisionamiento argentino», explica el almirante estadounidense Harry Train, en su informe Malvinas: un caso de estudio.

Por parte argentina, el 7 de abril, se constituyó el Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS), comandado por el vicealmirante Juan J. Lombardo y secundado por un Estado Mayor conjunto, predominantemente naval. A sus órdenes estaban las fuerzas terrestres, constituidas por la guarnición militar y las fuerzas navales y las fuerzas aéreas asentadas en las islas, que contaron durante toda la contienda con escasísimos medios.

LA HOSTILIDAD VA CRECIENDO

Un mes antes de que comenzara el conflicto, el SAS había iniciado operaciones para la planificación de una posible contingencia en las islas Malvinas. Ahora, tras el desembarco por parte de las fuerzas armadas argentinas en las islas, las tropas podrían perfeccionar sus técnicas. La unidad temporal establecida para trabajar en la operación, la Task Force, se dirigió hacia el sur. Al principio, prevalecía un ambiente festivo porque pocos soldados creían que podría haber una guerra. Pero las conversaciones diplomáticas en Naciones Unidas no avanzaban.

El 5 de abril, el Escuadrón D del SAS voló hacia la base de la isla de Ascensión, cerca de la línea del Ecuador. Además, en el buque de aprovisionamiento Fort Austin se embarcaron miembros de las unidades especiales de los Royal Marines, como el Escuadrón Especial de Lanchas (Special Boat Squadron o SBS), responsable del reconocimiento de la playa más adecuada para proceder al desembarco anfibio. En esas fechas, los submarinos nucleares de ataque de la Royal Navy ya estaban patrullando el Atlántico Sur.

El 7 de abril, Gran Bretaña declaró un total de 200 millas náuticas como «zona de exclusión» alrededor de las islas Malvinas. Cualquier avión o barco que entrara en la zona sería susceptible de ser destruido. La primera fase de la estrategia naval británica comenzó el 12 de abril cuando los submarinos nucleares de ataque llegaron para efectuar patrullas de superficie al oeste de las islas Malvinas con la misión de hacer cumplir la «zona de exclusión».

Según el almirante estadounidense Harry Train, la situación logística argentina en las Malvinas empeoró por la decisión del Comité Militar de no usar buques para el refuerzo o reequipamiento después del 10 de abril, como resultado de la declaración de la zona marítima de exclusión por los británicos. «Esta decisión —afirma— forzó a los argentinos a descansar totalmente en el transporte aéreo y el posible uso de buques pesqueros para transportar hombres, equipos y repuestos a las islas impidió el transporte de artillería pesada y unidades adicionales de helicópteros que hubieran hecho la defensa de las islas mucho más sencilla».

La Sección de Montaña (Mountain Troop) del Escuadrón D del SAS, especializada en alta montaña y alpinismo, fue embarcada en helicópteros, preparada para la toma de la isla Georgia del Sur. Bajo el mando del capitán Gavin Hamilton, desembarcaron en el inhóspito glaciar Fortuna, a cierta distancia de las pequeñas guarniciones argentinas de Grytviken y de Leigth. Su misión era la reconquista de Grytviken, en Georgia del Sur. El nombre en clave para los británicos de la misión era Operación Paraquet. Junto al Escuadrón D del SAS, participaban infantes de los Royal Marines y el submarino Conqueror, el primero en llegar a la isla el 19 de abril.

Inesperadamente, las condiciones meteorológicas impidieron el avance de los quince hombres de la Sección de Montaña. El capitán Hamilton pidió dos helicópteros de evacuación, pero ambos aparatos se estrellaron al intentar despegar del glaciar por culpa del mal tiempo. Los hombres de la Sección de Montaña tuvieron que ser socorridos, en medio de una feroz tormenta de nieve, por un solo helicóptero Wessex, apodado Humphrey, gracias a la habilidad y experiencia del teniente comandante de vuelo Ian Stanley. Diecinueve hombres se hacinaron en un helicóptero diseñado para el transporte de sólo cinco… pero sobrevivieron. Por su brillante operación y valentía, Stanley fue galardonado con la Orden de Servicios Distinguidos.

Mientras tanto, la 2.a Sección del SBS también se había infiltrado en Georgia del Sur por helicóptero y mantenía bajo observación a los argentinos. Por otra parte, la flotilla británica detectó la presencia del submarino argentino Santa Fe en la zona. El submarino había salido el 9 de abril de Argentina con un destacamento de infantes de marina a bordo, encargados de reforzar la fuerza militar de Georgia del Sur. El 24 de abril llegó a salvo a Grytviken.

Al día siguiente, el Santa Fe fue interceptado y puesto fuera de combate por cargas de profundidad del helicóptero Wessex que había despegado del buque Antrim. Más tarde fue atacado por helicópteros Wasp y Lynx, armados con misiles y cargas de profundidad. Después tuvo lugar un asalto del grupo del SAS —con el capitán Hamilton a la cabeza tras haber sobrevivido dos días antes al accidente de helicóptero en el glaciar Fortuna— y de miembros de la compañía M del 42.º Comando (batallón) de los Royal Marines, bajo el mando del mayor Guy Sheridan, apoyados por los bombardeos navales de dos fragatas de la Armada (Antrim y Plymouth).

Una vez en tierra, los marines y los hombres del SAS avanzaron rápidamente por la isla. La guarnición argentina en Grytviken se entregó a los marines británicos. Al día siguiente también se rendía la guarnición de Leigth. El Santa Fe fue dañado gravemente, daños que le imposibilitaron sumergirse para poder regresar a su base. La tripulación abandonó el submarino en el muelle King Edward Point, en Georgia del Sur, y se entregó a los marines británicos. El Santa Fe quedó escorado a babor y con la popa sumergida.

Fue una pequeña pero significativa victoria y el gobierno británico se apresuró a capitalizarla. En ese momento tuvo lugar uno de los mensajes más famosos y legendarios de la guerra de las Malvinas. El comandante, después de la entrega en Grytviken, anunció: «El comandante se complace en informar a Su Majestad que la White Ensign ondea al lado de la Union Jack en Georgia del Sur. Dios salve a la reina[2]».

El conflicto de las Malvinas incluye la primera confrontación naval verdadera desde la campaña del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, en ella la participación de la Royal Air Force británica también fue fundamental. Ya el 3 de abril se había producido el primer despliegue de los aviones de transporte de la Royal Air Force hacia la isla de Ascensión, situada en la parte central del Atlántico. La Royal Air Force había creado la base aérea Wideawake en la isla y había reunido un considerable parque aéreo, incluidos aviones de largo alcance como los bombarderos estratégicos Avro Vulcan B-2 y los HP Victor K de reavituallamiento en vuelo, mientras que los cazas McDonnell Douglas Phantom protegían el importante nudo logístico que representaba la isla.

LOS BRITÁNICOS, PREPARADOS

Sólo un mes después de la invasión argentina, la campaña para reconquistar las Malvinas estaba a punto de comenzar. En las dos últimas semanas de abril, la fuerza británica tuvo bastante dificultades y cambios de planes debido al constante empeoramiento de las condiciones meteorológicas.

Mientras tanto, el secretario de Estado norteamericano, Alexander Haig, realizó una agotadora ronda de consultas entre Londres y Buenos Aires, en un intento de evitar un conflicto abierto. De momento, los norteamericanos se declaraban neutrales en un conflicto entre dos países amigos.

En Buenos Aires tuvieron lugar patrióticos desfiles masivos para celebrar la anexión de las Malvinas a la patria. En Londres, Haig descubrió que la palabra compromiso no estaba en el vocabulario de Margaret Thatcher. La primera ministra ya habla conseguido su primer triunfo diplomático, pues logró que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas declarara a Argentina «país agresor». A pesar de que Francis Pym, su ministro de Asuntos Exteriores, no veía con buenos ojos un conflicto con Argentina por la posesión de unas islas remotas en el Atlántico Sur, el gobierno británico estaba preparado para la guerra y no quería hablar de una solución pacífica mientras los soldados argentinos ocupasen las islas.

Hacia finales del mes de abril, Estados Unidos se vio obligado a hacer una elección entre su más cercano aliado en Europa y uno de sus principales socios en América del Sur. El presidente Ronald Reagan anunció: «Es una situación muy difícil para Estados Unidos porque somos amigos de los países que participan en este conflicto y estamos dispuestos a hacer cualquier cosa para ayudarles. Esperamos y nos gustaría tener una solución pacífica a esta situación, sin la acción o el derramamiento de sangre».

Tras unas semanas de política de doble juego (por un lado la postura diplomática y neutral de Haig; por otro, el apoyo militar y estratégico del Pentágono a los británicos), el presidente Reagan, el 30 de abril, se decantó por los británicos, proporcionando vital información de inteligencia por satélite, y algunos modernos equipos militares, incluyendo los misiles aire-aire AIM-9 Sidewinder. Con ello la superioridad aérea británica aumentaba notablemente, y con ella la capacidad para ganar la guerra.

La unidad de élite de Fuerzas Especiales norteamericanas, Delta Force, junto con su homólogo británico SAS, trabajarían juntos sobre todo en relación con el equipo de comunicaciones y los misiles antiaéreos Stinger, que incluso Delta Force aún no había utilizado en ninguna acción de combate.

Margaret Thatcher no sólo obtuvo el aval incondicional de Estados Unidos sino que la Comunidad Económica Europea también la apoyó. El apoyo latinoamericano a Argentina fue casi unánime. Nicaragua ofreció tropas; Venezuela, petróleo y Perú, aviones de repuesto. Solamente el régimen de Pinochet, en Chile, adoptó una posición contraria, colaborando con los británicos con suministros y bases para unidades de comandos.

Mientras tanto, los argentinos continuaban reforzando su presencia militar en las islas. Sin embargo, sus fuerzas armadas no habían librado una guerra en los últimos cien años y muchas de sus tropas fueron reclutadas con sólo semanas de entrenamiento. En comparación, los soldados del ejército británico habían luchado y muerto cada año durante los últimos cien años, excepto uno. Tenían un incomparable nivel de formación y compromiso. Pero la lucha a doce mil kilómetros de casa suponía una grave desventaja.

A principios de mayo, había 11 000 soldados argentinos en las islas, con más de 42 aviones y helicópteros.

Enseguida se vieron en dificultades para abastecer adecuadamente esa fuerza, debido a la «zona de exclusión» declarada por los británicos, que de hecho cortó las comunicaciones por barco debido al temor a los submarinos nucleares enemigos. No obstante, estaban bien equipados con artillería —aunque de menor alcance que la británica— y morteros, numerosos cañones antiaéreos y misiles, así como modernas comunicaciones y equipos de guerra electrónica.

A comienzos de mayo, el grueso de la Task Force británica llegó al Teatro de Operaciones Malvinas (ciento cincuenta millas al este de las islas), aunque con antelación habrían llegado uno o más submarinos nucleares. Así, tras el despliegue del grueso de sus fuerzas en la zona, los aviones de la Royal Navy y de la RAF comenzaron sus ataques, diurnos y nocturnos, con los aviones Harrier y Vulcan, de las posiciones argentinas, en especial la pista de aterrizaje de Puerto Argentino. Tres aviones argentinos fueron derribados y la pista del aeropuerto de la capital de las islas quedó ligeramente averiada. También se realizaron los primeros combates aeronavales, en los que participaron los barcos argentinos Forrest y GC82 Islas Malvinas.

EL HUNDIMIENTO DEL GENERAL BELGRANO

Las tensiones fueron en aumento el 2 de mayo, cuando el submarino nuclear Conqueror detectó al crucero argentino General Belgrano, una antigualla muy poco operativa en una guerra moderna, y sus escoltas en el borde de la zona de 200 millas de exclusión total. Aunque los argentinos apenas violaron la zona, el gabinete de guerra británico decidió que sus armas eran una amenaza potencial para la Task Force. Por orden expresa de Margaret Thatcher, el General Belgrano fue atacado y hundido con torpedos. Perdieron la vida 321 hombres.

El hecho resultó traumático, ya que neutralizó la operatividad naval argentina y condujo al fracaso de las gestiones de paz que propiciaba el presidente de Perú. La guerra había comenzado en serio. Y los argentinos no tardarían en preparar su venganza. El 4 de mayo, dos cazabombarderos Super Etendard de la 2.a Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque despegaron de la Argentina continental, guiados por el capitán de fragata Ernesto Proni Lestón, que con un avión de reconocimiento Neptune había localizado a una pequeña fuerza naval destacada de la Task Force, compuesta por el destructor Sheffield y dos buques más pequeños. Estaban armados con los misiles franceses Exocet AM-39 (aire-mar). Volando por debajo de la altura de detección de radar, uno de los aviones se acercó a los navíos ingleses a alta velocidad. Lanzaron un misil Exocet que alcanzó al destructor Sheffield, el cual no tardó en hundirse. Murieron veinte hombres. Además, un avión británico Harrier fue derribado. La aviación naval argentina obtuvo una resonante victoria.

Fue un gran choque para la Task Force. Si uno de los portaaviones, el Invincible o el Hermes, se hundía o era dañado por otro mortal Exocet, un desembarco anfibio sería imposible y la guerra se perdería. El misil Exocet del Super Etendard se convirtió en una amenaza demasiado grande para ser dejada de lado. El gobierno británico recurrió al SAS para responder a tal riesgo.

Consultaron al brigadier Peter de la Billiére, Director (un extraño rango en terminología militar) del SAS, quien propuso un plan desesperado. Su nombre en clave: Operación Mikado. Consistía en que el Escuadrón B del SAS volara desde la isla de Ascensión, en dos aviones de transporte C-130, a la base aérea de Río Grande, donde se creía que estaban guardados los misiles argentinos. Allí el Escuadrón B debía destruir los aviones y eliminar a sus pilotos y oficiales.

El plan fue recibido con incredulidad por el Escuadrón B. Cuando su comandante, el mayor John Moss, protestó por las deficiencias del la operación, fue inmediatamente sustituido. Muchos de los miembros de Escuadrón B comenzaron a escribir sus testamentos, ya que consideraban que la Operación Mikado era una misión suicida, pero todos estaban de acuerdo en realizarla.

El nuevo comandante del Escuadrón B viajó en avión a la isla de Ascensión para preparar el asalto. Afortunadamente, prevaleció la cordura. Un ataque al territorio continental argentino por parte del SAS supondría un peligroso riesgo político y militar de efectos catastróficos. Reagan llamó personalmente a Margaret Thatcher para desaconsejar una operación que podría provocar que varios países sudamericanos entraran en el conflicto. Y la Operación Mikado fue cancelada. Sin embargo, los británicos ya tenían algunos equipos de las Fuerzas Especiales operando secretamente en la Argentina continental.

Los argentinos se dieron cuenta de ello el 20 de mayo, cuando fueron hallados en Punta Arenas (Chile) los restos de un helicóptero Sea King de la Royal Navy. Aunque fueron rápidamente escondidos, su tripulación compareció en una conferencia de prensa. En ella los pilotos explicaron que, mientras patrullaban en el mar, el motor falló. Debido a las condiciones climáticas adversas no les fue posible volver al barco y buscaron refugio en el cercano país neutral.

Su explicación fue aceptada oficialmente. Sin embargo, todo indicaba que el equipo había participado en una operación encubierta: uno de sus tripulantes era uno de los más experimentados pilotos de helicóptero de las fuerzas especiales británicas en la Task Force. El helicóptero se había estrellado en un punto equidistante de las tres principales bases aéreas de Argentina, desde las cuales se lanzaron numerosos ataques contra los británicos. De hecho, incluso un buque de recogida de información de la Royal Navy estuvo escondido entre las muchas ensenadas e islas de las aguas neutrales cerca de Chile.

Como los misiles Exocet seguían siendo un problema importante para los británicos, Margaret Thatcher persuadió finalmente el presidente francés Mitterrand para que no suministrara a los argentinos más misiles, a pesar de que existía un contrato comercial con la empresa francesa Aérospatiale. El precio de un misil Exocet era de unos 450 000 dólares, pero los argentinos estuvieron dispuestos a pagar un millón. El servicio secreto británico dio 50 millones de dólares para comprar todos los Exocet del mercado internacional de armas. Los que no podían ser comprados fueron saboteados. Sin embargo, los argentinos no se dieron por vencidos.

El 6 de mayo, la ONU propuso un plan de paz basado en el cese inmediato de las hostilidades, el retiro de las tropas argentinas y de la flota británica, el inicio de las negociaciones, la suspensión de las sanciones económicas a Argentina y la administración de la ONU en las islas del Atlántico Sur, mientras durasen las negociaciones. No fue aceptado por Gran Bretaña.

Al día siguiente, Londres amplió el bloqueo naval a doce millas del litoral marítimo argentino. Buenos Aires denunció ante la ONU y el TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, o Tratado de Rio) que dicho bloqueo era un acto más de agresión del país europeo.

EL MAYOR TRIUNFO DEL ESCUADRÓN D

A principios de mayo de 1982, los británicos habían ganado la supremacía aérea sobre las islas Malvinas, con constantes ataques aéreos y de hostigamiento y perturbación con artillería naval. Pero el invierno se acercaba rápidamente y la decisión sobre dónde y cuándo hacer el desembarco anfibio debía tomarse rápidamente.

Con su particular experiencia en la guerra anfibia, el Special Boat Squadron de los Royal Marines estudió numerosas playas y posibles lugares de desembarco. Durante la noche, los miembros del SBS se aproximaban en barco o en submarinos con sus equipos especiales para realizar su reconocimiento del lugar y determinar si una playa era apta para lanchas de desembarco y vehículos de apoyo. A pesar de estar bien armados y entrenados, los miembros del SBS prefirieron tomárselo con calma y operar bajo su lema: «Más vale astucia que fuerza».

Con la ayuda de los comandos de inteligencia del SBS, finalmente se seleccionó un punto del estrecho de San Carlos, en el borde occidental de las Malvinas. Pero el SAS había identificado una potencial amenaza en el lugar: el aeródromo de la isla de Borbón o Bourbon (Pebble, en inglés), una pequeña isla situada a unos cinco kilómetros al norte de la costa de Gran Malvina.

Sobre dos pistas construidas por los británicos, la Armada argentina había instalado el aeródromo auxiliar Calderón, con la intención inicial de que sirviera de base para aviones Mentor T-34 C-l, con la compañía H del Batallón de Infantería de Marina para su defensa. Era también utilizado por la Fuerza Aérea argentina como aeródromo de emergencia. En una pista de aterrizaje los argentinos tenían varios aviones de ataque Pucará, armados con cohetes y napalm, que podían causar enormes bajas entre las tropas en la playa de desembarco. El SAS tuvo primero que eliminar esta amenaza mediante un ataque.

Sin embargo, el objetivo más importante era el radar que podía detectar a la Task Force cuando se acercara para realizar el desembarco en San Carlos; en realidad, la destrucción de los aviones argentinos debía servir para encubrir la misión de neutralización del radar, para que el Estado Mayor argentino no sospechara que se preparaba un desembarco en esa zona.

En la noche del 11 de mayo, un equipo de reconocimiento de ocho hombres se aproximó en una canoa. Después de ocultar la embarcación, el equipo observó la pista de aterrizaje de la isla de Borbón durante varios días. El comandante del Escuadrón D del SAS, mayor Cedric Delves, recuerda la historia: «Había que realizar un reconocimiento próximo. Dos hombres avanzaron con la intención de confirmar que habla un objetivo y recopilar una información detallada para atacar después. Los comandos vieron que había once aviones a los lados de la pista de aterrizaje. Al anochecer regresaron y enviaron un mensaje al escuadrón. La unidad envió cuarenta hombres a la isla en una noche oscura y tormentosa. La tensión aumentaba a cada momento, pero todos estábamos ansiosos por salir del helicóptero. Cuanto antes acabáramos con la misión, antes seríamos dueños de nuestro propio destino».

El aterrizaje de los comandos ingleses helitransportados tuvo lugar a unos diez kilómetros detrás del objetivo para que el enemigo no detectara su llegada. «Queríamos desembarcar para que el helicóptero se fuera lo antes posible. Todos llevábamos un equipo muy pesado: entre 18 o 20 kilos de peso. El proceso debía durar quince minutos, pero en realidad duró cuarenta y cinco. Tuvimos muchas dificultades para colocar los morteros», cuenta Cedric Delves.

El resultado fue uno los más exitosos ataques británicos realizado por el Escuadrón D del SAS. La Sección de Montaña, bajo el mando del capitán Gavin Hamilton, destruyó el 15 de mayo once aviones argentinos que suponían una grave amenaza a los desembarcos anfibios. Se trató de un ejemplo clásico del lema del SAS: «Quien arriesga, gana». Los hombres del SAS regresaron sanos y salvos al Hermes. Reducida la amenaza aérea argentina, el desembarco podía seguir adelante. Pero para el SAS, la tragedia se avecinó cuatro días después.

El 19 de mayo, durante un simple traslado, un helicóptero Sea King que portaba a efectivos de los escuadrones D y G del SAS fue golpeado por un gran pájaro. El helicóptero se hundió en el mar y veinte miembros del regimiento perecieron. Fue la mayor pérdida de vidas sufridas por el SAS desde la Segunda Guerra Mundial. A pesar de esta tragedia, los británicos siguieron con sus planes adelante y desembarcaron en el estrecho de San Carlos en la mañana del 21 de mayo.

LOS COMBATES DE GOOSE GREEN Y TOP MALO

Tras sufrir daños de magnitud en cuatro buques de guerra, el hundimiento de la fragata Ardent, perder tres aviones Harrier y dos helicópteros, los británicos lograron establecer una cabecera de playa en Puerto San Carlos, en la costa norte de la isla Soledad, ante la resistencia de dos secciones del equipo de combate Güemes del 25.º Regimiento de Infantería argentino, bajo órdenes del teniente primero Carlos Esteban.

El desembarco en la zona de Puerto San Carlos y Puerto Sussex fue precedido por ataques aeronavales de distracción en Puerto Argentino, Puerto Darwin, Puerto Fox y Puerto Howard. Al anochecer, los británicos habían logrado desembarcar hombres y abastecimientos, incluidos cinco batallones completos de infantería, el 2.º y el 3.º del Regimiento Paracaidista y los comandos (batallones en este caso, según la terminología de la infantería de marina británica, cuyos componentes tienen todos la calificación de fuerzas especiales) 40.º, 42.º y 43.º de los Royal Marines, que componían el elemento principal de combate de la 2.a Brigada de Comandos de los Royal Marines. Una vez en tierra, desde esta cabeza de playa la infantería británica tenía que avanzar hacia el sur para capturar las instalaciones de Darwin y Goose Green (Prado del Ganso) antes de torcer rumbo hacia Puerto Argentino. Entonces, la Fuerza Aérea argentina atacó de nuevo con gran valentía y determinación. Los combates aeronavales tuvieron una gran violencia, y en ellos se puso de relieve el valor de los aviadores argentinos, quienes perdieron doce aviones y tres helicópteros. Fue una fase crítica de la guerra. Tras numerosos ataques aéreos, la fragata británica Antelope terminó hundiéndose en aguas del estrecho de San Carlos.

En el día nacional de Argentina, el 25 de mayo, los misiles Exocet causaron su mayor número de victimas hasta el momento: el destructor Coventry y el enorme barco de transporte de contenedores Atlantic Conveyor. No sólo contenía miles de toneladas de equipamiento militar insustituible; el Atlantic Conveyor además llevaba los helicópteros que se necesitaban para transportar las tropas a la isla Soledad para el ataque a su capital Stanley. La aviación naval argentina se había apuntado un tanto importante. Ahora, las tropas británicas debían recorrer los ochenta kilómetros de ancho de la isla cargando con todos sus equipos. Con la llegada del invierno el tiempo empeoraba, y la tarea era abrumadora, incluso para el más fuerte de los soldados.

Una de las primeras misiones de los paracaidistas una vez en tierra era eliminar a la guarnición argentina en Goose Green. A medida que avanzaban hacia ese punto, los ingleses eran atacados por aviones argentinos Pucará. En el anochecer del 27 de mayo, los seiscientos hombres del 2.º Batallón del Regimiento de Paracaidistas, al mando del teniente coronel Herbert Jones, se enfrentaron a los 1200 hombres que componían la guarnición argentina en Goose Green, en una de las batallas más duras, junto a la del monte Longdon, de la guerra.

Mal equipados y organizados, tras catorce horas de combate cuerpo a cuerpo en campo abierto, el 12.º Regimiento de Infantería argentino bajo las órdenes del teniente coronel italo-argentino Piaggi, que defendía la zona, se entregó. Los más de mil prisioneros fueron trasladados de Goose Green a San Carlos y, luego, en el buque Norland hasta Montevideo. El comandante británico del batallón de paracaidistas, el teniente coronel Jones, murió en combate y se le condecoró más tarde con la Cruz Victoria. En total, trece paracaidistas británicos y cuarenta y siete soldados argentinos murieron durante esta batalla.

Mientras tanto, una patrulla del SAS había descubierto que el monte Kent, vital posición a sólo diez millas al oeste de Puerto Argentino, estaba someramente defendido por los argentinos. El teniente coronel Rose con el conjunto del Escuadrón D se dirigió a tomar la posición. Durante días, los escuadrones del SAS lucharon hasta la llegada de refuerzos. El 31 de mayo, el monte Kent fue tomado por tropas británicas del 42.º Comando de los Royal Marines. Puerto Argentino, la capital de las Malvinas, quedó rodeada por las fuerzas especiales de marines entrenados para luchar y sobrevivir en las más difíciles condiciones climáticas y del terreno en cualquier lugar del mundo.

El 31 de mayo, una de las patrullas de élite de las fuerzas especiales, el llamado Mountain & Artic Warfare Cadre (Cuadro de Combate de Montaña y Ártico) de los Royal Marines, llegó a una desolada y aislada casa llamada Top Malo. Eran las ocho y empezaba a clarear cuando los comandos argentinos de la 602.a Compañía apostados en la casa oyeron mido de un helicóptero. Los miembros de las fuerzas especiales de Montaña y Ártico descendieron del aparato a mil metros de la posición argentina. Los diecinueve infantes de marina se dividieron en dos equipos. El capitán Rod Boswell colocó a los siete hombres de su grupo de apoyo comandado por el teniente Murray a ciento cincuenta metros de la casa, mientras con los doce del grupo de asalto la rodeó hacia el sureste, protegidos por una elevación. Habían camuflado sus uniformes con pedazos de turba para avanzar con más sigilo.

El capitán Boswell era consciente de que el terreno por el que avanzaban se podía divisar por una ventana del piso superior. Cuando Rod Boswell consideró que estaba suficientemente cerca de la casa y a la vista de su grupo de apoyo, dio orden de «calar bayonetas». En el mismo instante que se abría fuego, la casa tembló por la explosión de un proyectil antitanque Carl Gustav. Comenzaron los disparos de ambas partes. Los británicos avanzaron corriendo; varios de ellos utilizaban lanzagranadas M-72 LAW (Light Antitank Weapon) de un solo uso y granadas disparadas con el fusil de infantería. La estructura de la casa vibraba por sus impactos y gran cantidad de balas atravesaban las endebles paredes de madera.

Los comandos argentinos intentaron abandonar el edificio para luchar desde el exterior. El capitán José A. Vercesi logró llegar corriendo hasta una alambrada colocada antes del arroyo, allí tomó posición de pie y comenzó a hacer fuego y a recibirlo. Mientras, una granada lanzada con fusil M-79 penetró por la ventana del piso superior. Varios soldados argentinos murieron.

Los marines estaban muy impresionados por cómo luchaban sus oponentes. Según cuenta Rod Boswell: «Su profesionalidad dejaba mucho que desear. No deberían haber estado en una granja aislada, todos apostados allí dentro. Pero su falta de profesionalidad la suplían con valentía».

Los soldados argentinos habían logrado en su mayoría abandonar Top Malo. La reacción de salir para combatir sorprendiendo a la tropa británica había impedido el total aniquilamiento de la patrulla. Los británicos disparaban de pie con sus subfusiles y lanzagranadas, sin cubrirse. La intención del capitán Boswell era que el grupo de asalto avanzara en dos secciones apoyándose mutuamente… pero las cosas no resultaron como las había previsto. «Cada argentino superviviente del bombardeo inicial salía de la casa luchando. Todos ellos salieron con sus armas y se enfrentaron a nosotros. Corrieron hacia un arroyo, donde tomaron posiciones», recuerda Boswell. Un edificio anexo repleto de munición explotó y se incendió. El humo ocultaba el avance de la infantería de marina.

Los soldados argentinos emprendieron carrera hacia el arroyo Malo, cambiando de posición y disparando constantemente, perseguidos por los proyectiles enemigos. Dos soldados del grupo de asalto británico fueron gravemente heridos en el intenso tiroteo. Mientras esto ocurría, el fuego del grupo avanzado, al amparo del edificio en llamas, se dirigió a los argentinos desde un nuevo flanco. Los británicos avanzaban con sus boinas verdes, a paso ligero y estrechaban el cerco. La primera sección de la 602.a Compañía ya no tenía escapatoria. En los veintiocho minutos de batalla, las tropas argentinas de las fuerzas especiales habían sido golpeadas decisivamente, tanto física como psicológicamente.

Sin duda, la posición argentina podría haber sido eliminada sin correr riesgo atacándola con cohetes y bombas desde el aire. Quizá las fuerzas especiales británicas imaginaron que, tras sus primeros disparos, los refugiados en Top Malo se rendirían y les pilló por sorpresa que salieran a combatir fuera de la casa. Lo cierto es que al no estar la casa rodeada por completo —ya que comenzaron a hacerle fuego desde un flanco mientras avanzaban—, los militares argentinos pudieron abandonarla y oponer una enérgica resistencia que ocasionó varias bajas al equipo de Boswell. Cinco argentinos murieron y doce fueron capturados, de los cuales siete estaban heridos. Los británicos sufrieron cinco muertos y ocho heridos.

LA BATALLA POR LA CAPITAL

Para el 30 de mayo había desembarcado ya una segunda brigada de infantería (numerada 5.a) que incluía sendos batallones de los Scots Guards, Welsh Guards y 7.º de Gurkha Rifles.

Las fuerzas británicas estaban preparando la batalla final para recuperar las Malvinas. La Real Artillería atacó las posiciones en torno a la capital de la isla desde finales de mayo hasta el 10 de junio, cuando comenzó la batalla por Puerto Argentino. Desde mayo, los equipos del SAS estaban activos en las dos principales islas, Soledad y Gran Malvina.

El 5 de junio, una patrulla de reconocimiento del Escuadrón D se desplegó en Fox Bay, en Soledad, para establecer allí un puesto de observación con cuatro hombres. Lograron establecerse en una posición a sólo 2500 metros de la posición argentina y enviaron informes detallados y precisos sobre el enemigo. El 10 de junio fueron descubiertos por los argentinos. A pesar de su superioridad numérica, el comandante de la patrulla, el capitán Gavin Hamilton —que ya había sobrevivido a dos accidentes de helicóptero y forzado la rendición de la guarnición en la isla de Borbón, además de participar en numerosos combates— se lanzó a una lucha feroz. Hamilton luchó hasta la muerte, incluso herido consiguió enviar señales sobre las posiciones enemigas. A título póstumo se le adjudicó la Cruz Militar como reconocimiento a él y sus hombres, responsables de algunas de las más logradas operaciones del SAS en la campaña de las Malvinas.

El 8 de junio, mientras se realizaba una operación anfibia en Fitzroy, muy cerca ya de la capital, un avión argentino bombardeó los buques de desembarco Sir Tristan y Sir Galahad, causándoles graves daños y 146 bajas, incluidos un centenar de hombres del batallón de Welsh Guards.

El 12 de junio, los paracaidistas británicos atacaron los montes Two Sisters, Harriet y Longdon, apoyados por fuego naval desde varias fragatas de la Royal Navy, buscando la batalla final por Puerto Argentino. Los enfrentamientos sobre el monte Longdon, una posición fuertemente defensiva, resultaron mucho más duros y largos de lo esperado. La posición, defendida por 278 hombres de la Compañía B del 7.º Regimiento de Infantería, fue atacada por el 3.er Batallón de Paracaidistas con una relación de poder de fuego de doce a uno. Tras un combate cuerpo a cuerpo y con bayonetas con las tropas argentinas, la posición fue tomada. Las bajas británicas sumaron 23 hombres y otros 47 resultaron heridos. Los argentinos sufrieron más de 50 muertos y muchos más heridos.

El 2.º Batallón de Scots Guards y los Gurkha Rifles tomaron el monte Tumbledown en otra cruenta batalla, en la que murieron nueve británicos y alrededor de 40 argentinos. Otros 34 soldados argentinos se rindieron y fueron hechos prisioneros.

Ese mismo día, un helicóptero inglés lanzó un misil que impactó en viviendas de Puerto Argentino, matando a dos malvinenses e hiriendo a otros cuatro. Fueron las únicas víctimas civiles de la contienda. Además, el destructor Glamorgan fue alcanzado por un misil Exocet mientras bombardeaba las posiciones costeras argentinas. Murieron trece británicos.

En dificultoso avance, poco a poco, mediante ataques combinados de artillería e infantería para acabar con la intermitente resistencia argentina, los británicos tomaron las tierras altas que rodeaban Puerto Argentino. El 13 de junio, las fuerzas británicas penetraron las defensas argentinas, ocupando todas las alturas que rodean la capital. La defensa quedó desarticulada y el cerco táctico totalmente cerrado. A partir de entonces, el SAS, que entró en la frecuencia de radio usada por los naturales en sus comunicaciones y había entrado en contacto con un médico de la ciudad, aplicó una presión creciente de guerra psicológica sobre los argentinos para que aceptasen la rendición y no se empeñasen en una inútil batalla con inevitables víctimas civiles.

El control de las colinas que dominan Puerto Argentino posibilitó a las fuerzas británicas batir en forma precisa a las argentinas, que no disponían ya de espacio de maniobra, ni de movilidad ni de apoyo. El SAS utilizó señaladores láser para dirigir los Harrier a sus objetivos en un devastador bombardeo aéreo y fuego de artillería contra las tropas argentinas que las defendían con un mínimo apoyo de fuego propio. El fuego fue tan eficaz que en la mañana del 14 de junio, la mayoría de los argentinos abandonaron sus posiciones.

A las once de la mañana del 14 de junio, el alto mando argentino se puso en contacto con el mando del SAS para discutir los términos del alto el fuego. El teniente coronel Mike Rose abordó un helicóptero Gazelle y voló a Puerto Argentino. Le acompañaban un operador de transmisiones del SAS y un oficial de la Royal Navy, el capitán Rod Bell, que hablaba con fluidez español. Después de varias horas de negociaciones, el general Mario Menéndez fue persuadido de que entregarse era la mejor solución. A las nueve de la noche, se firmó una capitulación, no rendición incondicional, de las fuerzas argentinas.

El general de división Jeremy Moore aceptó la rendición argentina la medianoche de ese mismo día. Una señal fue enviada a Londres a través del enlace de comunicaciones por satélite SAS: «Las islas Falkland están una vez más bajo el gobierno deseado por sus habitantes. Dios salve a la reina».

Sin embargo, el 20 de junio un grupo de fuerzas británicas realizó un ataque contra la base científica Corbeta Uruguay de la isla Morrell (Sandwich del Sur), y desalojó por la fuerza a los científicos argentinos allí establecidos. Con este acto terminaron las acciones de combate propiamente dichas y Gran Bretaña declaró formalmente el cese de las hostilidades, lo que conllevó la reocupación de los tres archipiélagos por parte del Reino Unido. Habían pasado casi dos meses y medio desde el desembarco inicial en las islas. Y pasarían muchos años antes de que fuera posible la reconciliación entre los dos países.

LA DERROTA ARGENTINA

En opinión de expertos militares, la superioridad naval de la Task Force británica fue la principal causa de la derrota argentina. Debido a ella, a partir del establecimiento de la zona de exclusión total, quedó prácticamente cortado el cordón umbilical que unía a las islas con el continente y, con ello, fue imposible el apoyo logístico normal, que se limitó forzosamente a los 33 vuelos realizados entre el 1 de mayo y el 13 de junio por los C-130 Hércules, según declaraciones del ejército argentino. «La presencia de submarinos nucleares británicos impidió el apoyo naval propio», explican. En contra de los argentinos también jugó la superioridad numérica y el considerable mayor alcance de la artillería británica, a lo que se sumó el permanente apoyo de su fuego naval y aéreo.

En la zona, la fuerza aeronaval británica operaba desde portaaviones, lo cual permitía hostigar permanentemente a las fuerzas argentinas, además de proporcionarle un eficaz apoyo aéreo directo a sus operaciones terrestres tras el desembarco. Por el contrario, la Fuerza Aérea argentina operaba desde sus bases en el continente, a unos 670 kilómetros de distancia; así sólo podía permanecer sobre las islas durante tres a cinco minutos, lo que imposibilitó el apoyo aéreo directo a las fuerzas terrestres. A ello se sumó la temprana destrucción de los aviones Pucará y Aermacchi asentados en las islas y de la mayor parte de los helicópteros disponibles al comienzo de las operaciones, lo que limitó sensiblemente la capacidad de maniobra argentina.

Pero lo determinante de la derrota en tierra del ejército argentino fue la enorme superioridad de los británicos como soldados. En aquella época el ejército británico era el único profesional de Europa y su profesionalidad no radicaba sólo en mayor disciplina, entrenamiento y conocimientos técnicos. Desde principios de los setenta el Reino Unido tenía una «guerra de baja intensidad» en Irlanda del Norte, y el alto mando había decidido aprovecharla para endurecer a sus tropas. Todo soldado británico, aún los pertenecientes a servicios auxiliares, era enviado regularmente a Irlanda del Norte a desempeñar tareas de patrullaje a pie por zonas hostiles, lo que suponía ponerse a tiro del IRA, que con cierta frecuencia mataba ingleses en emboscadas guerrilleras o en atentados terroristas. Los hombres de la Task Force, todos ellos, estaban por tanto acostumbrados a matar y morir, mientras que los soldados argentinos eran muchachos corrientes que estaban haciendo el servicio militar obligatorio y nunca se habían visto en una circunstancia de guerra.

Gracias al éxito de su política para las islas Malvinas en 1982, Margaret Thatcher condujo al Partido Conservador a una victoria arrolladora en las elecciones generales de junio de 1983. Leopoldo Galtieri, designado presidente de la República por la Junta Militar en 1981 y responsable el 2 de abril del año siguiente de ordenar la invasión de las islas Malvinas, dimitió ante la Junta Militar el 17 de junio, tres días después de la rendición.

En Argentina, la derrota militar abrió paso a una nueva ola de lucha de masas contra los militares, cuya autoridad, muy cuestionada por los errores en la conducción de la guerra, cayó bajo mínimos. La Junta se vio obligada a presentar la dimisión, lo que abrió un proceso democrático que dura hasta la actualidad.

Durante la guerra los británicos capturaron alrededor de 10 000 prisioneros argentinos, que fueron liberados posteriormente. El balance mortal fue de 645 caídos argentinos y más de un millar de heridos y 253 muertos británicos y más de 700 heridos. Para los veteranos argentinos y británicos, las Malvinas es todavía hoy «una tierra de dolor». No hay cifras oficiales, pero se dice que 272 excombatientes argentinos se suicidaron después de la guerra. El número de veteranos británicos que se quitaron la vida en los años transcurridos desde las Malvinas es muy similar: 266.