Fecha: 31 de enero de 1968.

Fuerzas en liza: Los ejércitos de Estados Unidos y de la República de Vietnam (Vietnam del Sur) contra el ejército de la República Democrática de Vietnam (Vietnam del Norte) y el movimiento guerrillero survietnamita del Vietcong o Frente de Liberación Nacional (NLF, por sus siglas en inglés).

Personajes protagonistas: El presidente norteamericano Lyndon B. Johnson; el secretario de Defensa Robert S. McNamara y el jefe de las fuerzas estadounidenses en Vietnam, el general William Westmoreland. El general norvietnamita Vo Nguyen Giáp y el presidente Ho Chí Minh.

Momentos clave: El ataque a la embajada de Estados Unidos y los puntos neurálgicos de Saigón. Los enfrentamientos en Hué. Los combates en la base norteamericana de Khe Sanh.

Nuevas tácticas militares: Uso del helicóptero para disponer de movilidad necesaria en un país montañoso y selvático y también como plataforma de ataque.

En el otoño de 1967, en plena Guerra Fría, Vietnam era la guerra que debía librar Estados Unidos para demostrar al mundo que podía hacer frente a los rusos y a los chinos. En aquel año, Estados Unidos pensaba que estaba ganando esa lucha contra el comunismo en el pequeño país asiático. Eran los días en que el general Curtis LeMay quería bombardear Vietnam hasta «llevar el país a la Edad de Piedra». Sin embargo, un ataque sorpresa el 31 de enero de 1968, el día de Año Nuevo vietnamita, el Tet, lo cambió todo. El inicio del año 1968 dio al traste con todas las expectativas estadounidenses y demostró la tenacidad y perseverancia del pueblo vietnamita. La actuación de los medios de comunicación a lo largo de los siguientes meses y los secretos que se filtraron posteriormente acabaron por derrocar al presidente Johnson. Una de las lecciones del Tet fue cómo una derrota militar puede convertirse en una victoria política, en este caso a favor de Vietnam del Norte y el Vietcong. Los norteamericanos todavía tardarían siete años en retirarse, y la guerra no acabaría definitivamente hasta 1975, pero la ofensiva del Tet quebró la voluntad de los estadounidenses de pelear en Vietnam.

En enero de 1968, Estados Unidos tenía el ejército más poderoso de toda la historia. Pero el ataque por sorpresa del Tet por parte de los norvietnamitas fue una flecha que apuntó al corazón de la potencia estadounidense. En palabras del exsecretario de Estado Henry Kissinger: «La ofensiva del Tet sacudió la confianza pública en lo que estábamos haciendo». En esa ofensiva, que comenzó en Saigón y se extendió por otras ciudades, como en la antigua y bella capital Hué, el ejército estadounidense perdió 15 000 hombres y resultaron heridos 350 000, convirtiéndose en la batalla más decisiva de la guerra de Vietnam, contienda que enfrentaba desde 1958 a la República Democrática de Vietnam (Vietnam del Norte), aliada al movimiento guerrillero survietnamita del Vietcong o Frente de Liberación Nacional y apoyada logísticamente por China y la Unión Soviética, y a la República de Vietnam (Vietnam del Sur) con el apoyo militar y logístico de Estados Unidos.

Hasta ese momento, según indica el periodista A. J. Langguth, corresponsal de The New York Times en el Vietnam de aquellos días, «la gente apoyaba la guerra. Les habían vendido la idea de que era un baluarte importante contra el comunismo internacional. Valía la pena ganar la guerra en si». Lo cierto es que políticos, soldados y ciudadanos estadounidenses estaban convencidos de que era «una guerra justa», tal y como la calificaba el presidente Johnson y que el papel de Estados Unidos allí era fundamental. «El hecho de que estuviéramos dispuestos a luchar por un territorio que en el fondo no tenía una importancia vital para nosotros era una prueba de que lucharíamos por otros territorios que sí lo fueran, así como que la guerra contra el comunismo en el sureste asiático no se podía separar de la Guerra Fría en sí», explica el doctor James J. Wirtz, profesor de la Escuela Naval de Posgrado de Estados Unidos.

LA TEORÍA DEL DOMINÓ

En noviembre de 1967 el general Westmoreland, comandante en jefe norteamericano en Vietnam, regresó de un viaje a Vietnam diciendo que «ya se veía la luz del otro lado del túnel». Una declaración optimista para los estadounidenses, convencidos de que, si Vietnam caía ante los comunistas del norte, la victoria podría tener un efecto dominó y hacer caer al resto de Asia. «Había varias zonas en el mundo en las que no se podía permitir el triunfo del comunismo, ya que significaría la muerte de la civilización occidental, y el sur de Vietnam era una de esas zonas», mantiene el periodista A. J. Langguth.

Los avances del comunismo preocupaban a Estados Unidos desde antes del fin de la Segunda Guerra Mundial. Ya eran comunistas China, Vietnam del Norte, Birmania, Cuba y todas las naciones europeas bajo la ocupación soviética, y hablan estado muy cerca de serlo Malasia, Indonesia y Filipinas. Vietnam del Sur podría ser una pieza más de la constelación comunista, después podrían caer Camboya, Laos… y habla que evitarlo. «Si no paramos a los rojos en Vietnam, mañana estarán en Hawái y la semana siguiente en San Francisco», habla afirmado el presidente demócrata Lyndon B. Johnson dos años antes.

Al principio los asesores estadounidenses estaban allí para instruir al ejército de Vietnam del Sur en tácticas, mantenimiento de aviones y helicópteros y otras funciones auxiliares; pero no tenían permiso para intervenir en los combates ni contra las acciones de los guerrilleros. En julio de 1959 comenzaron los ataques a la base norteamericana de Bién Hóa y los primeros muertos. A partir de ahí, a principios de los sesenta, se incrementaron los ataques a los asesores cuyo número e implicación en el conflicto se incrementó notablemente durante la presidencia de Kennedy.

En 1964, año electoral en Estados Unidos, Johnson necesitaba mostrar una imagen de fuerza ante el comunismo que le permitiese ganar votos. El presidente decidió actuar con todo el poder de que disponía; aumentó la presencia militar en el país y permitió que realizaran operaciones fuera de los recintos de sus bases. Alegando como justificación el incidente de Tonkín contra el destructor Maddox, el 2 de agosto de 1964, inició una intervención abierta.

En marzo de 1965 desembarcaron en la base de Da Nang tres mil quinientos marines que se unirían a los 22 500 asesores que ya estaban en Vietnam del Sur. A finales del año ya eran más de cien mil los efectivos destinados en el país. Ese mismo año, comenzó la Operación Starlight, que arrinconó al Vietcong en la península de Noh Nang y, después, destruyó a los guerrilleros con todo el armamento a su alcance. La victoria estadounidense resultó contundente.

En el plan elaborado para ganar la guerra definitivamente en Vietnam, el presidente Lyndon Johnson y su secretario de Defensa Robert S. McNamara se planteaban una guerra de desgaste. «Había una sensación de que si matábamos a suficientes vietnamitas, éstos terminarían por retroceder, que finalmente cederían y se someterían a la fuerza militar estadounidense. Ésa fue una de las percepciones a las que desafió la ofensiva del Tet», afirma el doctor Bernardo Attias, profesor de la Universidad de California.

UN AÑO DE PREPARATIVOS CLANDESTINOS

Al comenzar el Año Nuevo vietnamita de 1968, durante las vacaciones del Tet, el norte probó una estrategia innovadora y atrevida: un ataque por sorpresa, un asalto integral contra las posiciones de Estados Unidos. La planificación de la ofensiva fue meticulosa y llevaba tiempo preparándose. «Los norvietnamitas y el Vietcong probablemente pasaron un año introduciendo poco a poco y clandestinamente los suministros y armas a las posiciones del sur», indica el doctor James J. Wirtz.

Además de mantener distraídas a las fuerzas estadounidenses del objetivo principal con ataques en diferentes posiciones, durante meses, el Vietcong habla estado infiltrando pequeñas cantidades de fusiles, ametralladoras, granadas, explosivos y municiones, algunas de las cuales habían sido introducidas en el interior de ataúdes. Es más, cuando el alto mando comunista se reunió en Hanói para planificar los ataques del Tet, el servicio de Inteligencia de Estados Unidos percibió señales de que iba a pasar algo importante, pero creyeron que estaban planeando un acuerdo de paz, según ha quedado reflejado en un informe secreto del 20 de diciembre de 1967. Una vez más la inteligencia militar norteamericana no fue capaz de ofrecer información clara y concreta de lo que estaba pasando y lo que se avecinaba.

El año siguiente volvía a haber elecciones y Johnson predijo una victoria en la zona, con la confianza de que el triunfo bélico se reflejaría en su reelección en las urnas. Sus optimistas predicciones pronto caerían en saco roto. «El gobierno Johnson quería afirmar desesperadamente que estábamos ganando la guerra y había señales de que se avanzaba en esa dirección. Pero no todas aquellas señales indicaban lo mismo. Por eso lo que se propuso Johnson fue buscar pruebas definitivas para dejar claro a la opinión pública estadounidense que habla luz al final del túnel», señala James J. Wirtz.

El general William Childs Westmoreland, comandante en jefe de las operaciones militares estadounidenses durante la guerra de Vietnam entre 1964 y 1968, temía un posible ataque en una zona aislada cercana a la frontera con Laos, en el borde entre el norte y el sur de Vietnam: en la base de Khe Sanh, considerada fundamental para combatir a las unidades del ejército norvietnamita que se infiltraban por la ruta Ho Chí Minh y proteger la retaguardia de la zona desmilitarizada. Esta ruta —que fue bautizada con el nombre del primer presidente de la República Democrática de Vietnam— discurría por Laos y Camboya y en su mayor parte no era más que un conjunto de sendas y veredas utilizadas para transportar todo tipo de provisiones y soldados.

El coronel del Cuerpo de Marines John Kaheney entonces teniente en Vietnam, se enfrentó a los norvietnamitas allí y describía la base de combate de la siguiente forma: «Era una franja sobre una gran planicie en las montañas Annamitas, a unos diez u once kilómetros de la frontera con Laos. La meseta estaba rodeada de colinas pobladas de densa selva, donde la niebla flotaba, y con profundos desfiladeros. Las colinas alcanzaban una elevación de unos novecientos metros y estaban cubiertas de una combinación de hierba de elefante y de frondosa fauna de selva, lo que llamaban “canopia triple de flora de jungla”. A veces tenías que meterte en un barranco de trescientos metros de profundidad y salir por el otro lado, llevando el peso del equipo… era como subir y bajar del Empire State. Y había que atravesar dos o tres barrancos de ese tipo al día».

Por sus especiales características no era de extrañar que el general Westmoreland considerase esta base de vital importancia. Así se preparó una pista de aterrizaje de varios kilómetros, numerosos hangares para helicópteros, un emplazamiento para varias piezas de artillería y morteros, además de protegerla bajo el radio de acción de los obuses de 175 mm.

En el bando contrario, el general norvietnamita Vo Nguyen Giáp desde agosto había comenzado a acumular tropas y pertrechos en los alrededores de Khe Sanh. A partir de diciembre de 1967, los hombres que patrullaban la zona comenzaron a ver algo que pocos soldados estadounidenses habían visto hasta aquel momento: militares del ejército norvietnamita, que no habían abundado hasta ese momento en el sur. La mayor parte del enfrentamiento había tenido lugar con los guerrilleros del Frente de Liberación Nacional, más conocidos como el Vietcong. «Los del Vietcong empleaban las mismas tácticas que utilizaron contra los franceses. Como eran menos potentes, lo que hacían era diseminarse, atacar y correr. Algunos de los nuestros murieron en bombas trampa y otros por francotiradores. No era un enfrentamiento en el que supieras dónde estaba el enemigo. Raras veces llegabas a verlos. Te pasabas el día caminando, recorriendo aldeas, buscándolos pero sin encontrarlos», indica Thomas Dreyer, del Cuerpo de Marines de Estados Unidos.

KHE SANH, ¿UNA MANIOBRA DE DISTRACCIÓN?

El 30 de enero de 1968, Lance Machamer fue uno de los primeros estadounidenses en encabezar las fuerzas que se alinearon para repeler la ofensiva del Tet. Situado en un puesto de escucha, a unos 180 metros de la carretera, hacia las tres de la mañana, de repente, escuchó un mido. «Me parecía estar en medio de un atasco de tráfico: oía a la gente… Desperté a mis dos compañeros y les indiqué que cada uno cogiera dos granadas. Que cuando se lo dijera, las tiraran y que salieran corriendo. En la explosión alguno de los chicos dijo que había visto a gente. Sin embargo, había un completo silencio. Nadie nos disparó como respuesta. No sabemos si dimos a alguien, si se llevaron los heridos, si no quisieron dejar ningún rastro de que habían estado allí… Era el día anterior a la gran ofensiva y tal vez no querían que les descubriéramos o, simplemente, querían despistarnos».

Esa noche, una serie de grandes explosiones se produjeron en el polvorín de la base al ser alcanzado por una granada enemiga. Más de 850 toneladas de municiones y explosivos saltaron por los aires matando e hiriendo a varios soldados norteamericanos. La pista fue inutilizada. Se dio orden de tomar todas las colinas que podían cercar la base y comenzaron encarnizados combates.

De madrugada, los norvietnamitas atacaron con carros de combate que habían conseguido mover por la jungla. Los estadounidenses no podían salir de su asombro: nadie podía esperar armas pesadas en mitad de la selva. El masivo ataque de aviación, artillería y helicópteros artillados no llegó. Los norteamericanos tuvieron que seguir aguantando el ataque hasta que la posición fue auxiliada. Hubo que esperar a marzo para que la potencia de fuego y los bombardeos de los B-52 arrasaran las trincheras y las posiciones norvietnamitas.

Algunos historiadores mantienen la hipótesis de que Khe Sanh fue una maniobra de distracción para tener ocupados a decenas de miles de norteamericanos en un rincón perdido del país en lugar de participar en la ofensiva que estaba a punto de realizarse. Según esta teoría, el plan del general Giáp para una rápida victoria militar exigía ataques coordinados a objetivos cercanos a la frontera con Vietnam del Sur para atraer a las tropas norteamericanas lejos de las ciudades, donde el Vietcong lanzó violentos asaltos junto a las tropas norvietnamitas que se habían infiltrado poco a poco en áreas urbanas del sur.

De hecho, al mismo tiempo, mucho más al sur, miles de miembros del Vietcong infiltrados en las ciudades survietnamitas sacaron las armas de los escondites y se prepararon para atacar instalaciones clave en Saigón. Al tratarse del Tet, el Año Nuevo lunar vietnamita, habla un cese del fuego por todo el país. La guerra parecía muy lejana y casi todos los soldados survietnamitas estaban de permiso. Por todas partes había celebraciones con petardos que en pocos minutos quedarían apagadas por el ruido de los morteros y los lanzagranadas.

EL ATAQUE A LA EMBAJADA DE ESTADOS UNIDOS

Cuando los miembros del Vietcong salieron de sus escondites y comenzaron los ataques, todo el mundo pensó que las explosiones eran simplemente fuegos artificiales para celebrar el Año Nuevo. El Tet es una ocasión muy especial, como la Navidad o el Año Nuevo en Occidente: todas las familias se reúnen y en todas partes se respira un aire festivo; también en aquel año de guerra.

La señal para empezar los combates fue la lectura a través de Radio Hanói de un poema del presidente de la República Democrática de Vietnam (Vietnam del Norte), Ho Chí Minh. Tras la infiltración de los primeros elementos camuflados como civiles, la técnica de ataque adoptada por el Vietcong consistió en el ataque contra los centros neurálgicos de Saigón. Después, siguieron oleadas sucesivas de soldados desde el exterior de la ciudad, que se internaban y se atrincheraban en posiciones difíciles de atacar. Tras el sorprendente encuentro inicial, las unidades americanas y survietnamitas comenzaron el contraataque.

En Saigón estaban presentes el 716.º Batallón de la Policía Militar estadounidense, una unidad de rangers survietnamita y algunos elementos de la policía nacional. Las unidades estadounidenses adiestradas para operar en campo abierto, con una mayor potencia de fuego y movilidad, se vieron obligadas a combatir a corta distancia entre laberintos de callejuelas, expuestas al tiro de los tiradores de élite enemigos, escondidos en todas partes.

En las primeras horas del 31 de enero, la ofensiva global norvietnamita cayó sobre treinta y seis de las principales ciudades del sur de país. En Saigón, el Vietcong lanzó, de forma simultánea, once batallones sobre los principales objetivos de la ciudad: el cuartel general del ejército, el palacio presidencial, la base aérea de Tan Son Nhut, la emisora de Radio Nacional… defendidos por unidades norteamericanas y survietnamitas, además de la embajada de Estados Unidos, asaltada por dieciocho miembros del Vietcong en una acción que sorprendió al mundo.

En el edificio de seis plantas de la embajada, que se alzaba en la zona central y residencial de Saigón, sólo había un puñado de marines montando guardia. A pesar de una orden de máxima alerta la noche del Tet, doscientos oficiales de Inteligencia de Estados Unidos asistieron a una fiesta en la ciudad, según se supo por los documentos de la Agencia Central de inteligencia (CIA), revelados en 1975.

El pelotón suicida se lanzó sobre los muros exteriores de la embajada. Dos policías militares estadounidenses fueron la primera resistencia real a la que se enfrentaron. Devolvieron los disparos y cerraron tras ellos las puertas de acero. El embajador Allan Wendt —entonces diplomático de servicio en la embajada— reconoce que en un primer momento las explosiones en la ciudad fueron confundidas por el ruido de los petardos de las celebraciones del Tet: «Al principio no les prestamos mucha atención. A las dos de la mañana oí una explosión tremenda y el ruido del derrumbamiento de un edificio. Después escuché el ruido seco de un AK-47 y de misiles chocando contra el edificio. Me di cuenta de que nos estaban atacando», recuerda Wendt.

El Vietcong logró superar el muro exterior y se preparó para irrumpir en el edificio principal, armado con lanzagranadas. Atravesó rápidamente la puerta frontal de la embajada, derribada con un lanzagranadas, que destruyó el escudo de Estados Unidos que colgaba en la entrada. Media docena de diplomáticos y de soldados formaron una barricada en el interior. «Fue una experiencia verdaderamente terrible —cuenta Allan Wendt—, a lo largo de la primera hora no pensé que fuera a salir de allí con vida». En el primer enfrentamiento los dos policías militares, antes de morir, mataron por casualidad a los jefes del pelotón y sin ellos el equipo de asalto del Vietcong se sintió perdido e incapaz de penetrar en el edificio de la embajada. Con sus jefes abatidos, el resto de los guerrilleros se pusieron a cubierto en el exterior en cuanto llegaron los refuerzos norteamericanos.

A los marines les llevó seis horas hacerse con el control total del recinto. Una vez acabados los combates, el escenario era un verdadero infierno. El personal de la embajada, cubierto de sangre, era atendido por los médicos. Habla cadáveres diseminados por todas partes, cinco de ellos norteamericanos, pero la mayoría pertenecientes al Vietcong. Las paredes de la embajada estaban acribilladas a balazos. Mientras, la lucha por Saigón se había extendido por toda la ciudad.

«El complejo de la embajada, que era uno de los centros de ataque de esa mañana, estaba rodeado por una zona residencial donde vivían muchos de los corresponsales extranjeros. Los periodistas se levantaron por la mañana en mitad de la batalla, salieron de sus casas y se encontraron con un fuego cruzado entre los soldados norteamericanos y del Vietcong. Justo al doblar la esquina de la embajada había disparos en las calles y esa lucha fue la que cubrieron y mostraron al mundo en sus crónicas y artículos», explica Barry Zorthian, portavoz de la embajada de Estados Unidos en Saigón en el período 1965-1968.

El ataque a Saigón y a ciudades de todo el sur de Vietnam tuvo un gran efecto en los reporteros, sobre todo la imagen de la embajada de Estados Unidos asediada por el Vietcong. El simbolismo de aquel ataque fue enorme y los enfrentamientos que se extendían por la ciudad no hicieron sino aumentar la sensación de los periodistas de que las fuerzas estadounidenses podrían resultar arrolladas por esta ofensiva sorpresa.

Las cámaras de televisión mostraron al Vietcong combatiendo dentro de la embajada, lo que evidenció la brecha existente entre las declaraciones oficiales de optimismo acerca de la debilidad del enemigo y los hechos reales del campo de batalla. El enemigo que estaba a punto de ser derrotado se convirtió en un adversario capaz de colocar a los norteamericanos a la defensiva. Así, el hecho de que la ofensiva tuviera lugar después de repetidas aseveraciones oficiales de victoria inminente hizo que la opinión pública se inclinara en contra de la guerra.

«Es una guerra en la que la televisión es un actor histórico muy potente. Nada habría sido igual de no haber existido la tecnología de la televisión. La visión del ejército norvietnamita entrando en la embajada de Estados Unidos en Saigón simbolizaba entrar en el centro del poder estadounidense, y lo pudimos ver por televisión», afirma Mary Corey, profesora de la Universidad de California. Para su colega, el profesor Bernardo Attias, «lo que vio la gente por la televisión fue un símbolo claro de que los estadounidenses no lo estaban haciendo tan bien… La realidad es que las tropas estadounidenses tardaron pocas horas en asegurar aquella embajada. El ataque del Vietcong fracasó. Perdieron, pero eso no importó. La imagen de la embajada atacada forma parte de la memoria que pervive».

EL LEVANTAMIENTO GENERAL

A lo largo del día 31 de enero, los enfrentamientos se multiplicaron cerca de Saigón, al mismo tiempo que decenas de miles de soldados norvietnamitas luchaban en diferentes localidades del sur de Vietnam. En entrevistas recientes, los exdirigentes norvietnamitas han empezado a desvelar los secretos de aquel ataque por sorpresa. «Tran Bach Dang, que fue el comisario de asuntos políticos de la ciudad y miembro del Frente de Liberación Nacional del Comité Central, había estado planificando el ataque desde mucho antes de que la ofensiva del Tet fuera aprobada por el Politburó de Hanói. Había estado viviendo en casas por todo Saigón. Según me explicó, tenía material en unas mil casas distintas; munición y resina, para que en caso de ser descubierto, siguiera habiendo suficiente armamento para sacar adelante un potente levantamiento», explica el periodista A. J. Langguth, corresponsal en Vietnam de The New York Times.

La clave del enfrentamiento fue la población survietnamita: los comunistas creyeron que podrían eliminar a los estadounidenses porque a su ataque le seguiría el levantamiento de unos dos millones de vietnamitas del sur apoyando su acción y eso provocaría la peor matanza de la historia militar de Estados Unidos. «La idea era que después de la batalla vendría un levantamiento general que demostraría a Johnson y al pueblo estadounidense que no los estaban derrotando. Después, los vietnamitas del sur se echarían fuera de sus casas como muestra de gratitud… pero no fue así», cuenta A. J. Langguth.

«No comprendieron que la gente les temía. Además, tampoco esperaban que los norteamericanos arrasaran todo lo que encontraran a su paso justo en el centro de la ciudad. Era la primera vez que la gente vela helicópteros sobre los tejados, disparando cohetes contra las casas y los edificios. Si hubo algo que obró en contra del Vietcong fueron los helicópteros armados con cohetes. Calles enteras fueron reducidas a escombros y gran cantidad de civiles murieron junto a los miembros del Vietcong», recuerda el escritor Trang Van Duong, que vivía en Saigón cuando la ofensiva del Tet arrasó la ciudad.

Por todo el país, decenas de miles de guerrilleros del Vietcong y soldados norvietnamitas asaltaron las instalaciones clave del gobierno y del ejército. ¿De dónde procedían tantos combatientes? ¿Por qué Estados Unidos y el gobierno survietnamita no se percataron antes y fueron tan ciegos? La CIA ya trabajaba en el país antes del Tet. Las fuerzas de Estados Unidos interceptaron y distribuyeron el plan de ataque del Tet veinticinco días antes, pero lo pasaron por alto. «Tenían indicaciones en documentos incautados y en informes de interrogatorios a prisioneros según los cuales los norvietnamitas y los integrantes del Vietcong esperaban que la población del sur se levantara y apoyara la ofensiva del Tet con un levantamiento general. Existían informes de inteligencia que anunciaban una gran ofensiva comunista pero los descartaron porque eran demasiado increíbles», afirma el profesor de la Escuela Naval de Posgrado de Estados Unidos James J. Wirtz.

El 1 de febrero, los comunistas ya estaban dentro de Saigón; habían atacado 36 de las 44 capitales de provincia, cinco de las seis ciudades autónomas y 64 de las 242 capitales de distrito. Habían alcanzado los principales cuarteles, el palacio presidencial, el cuartel general, la emisora nacional de radio y varias embajadas, además de la de Estados Unidos. El general Giáp había sacado la guerra de la selva y la había llevado hasta las calles de las grandes ciudades y a los televisores de los norteamericanos.

Tras la sorpresa inicial, conforme se sucedían los enfrentamientos cerca de Saigón y en el sur, el gran levantamiento no llegó a materializarse. Los fanáticos siguieron luchando, pero los vietnamitas del sur no se unieron a ellos. Los soldados del sur resistieron el ataque con pocas deserciones y ganaron varias luchas encarnizadas. La fuerza superior, el apoyo aéreo y la movilidad norteamericana empezaron a imponerse sobre los comunistas. En el sur, los miembros del Vietcong murieron en masa. Eran especialistas en la guerra de guerrillas y el ataque sorpresa, pero en los asaltos frontales y batallas convencionales resultaron ser un desastre. Después del Tet, el Vietcong nunca volvió a tener la potencia formidable de la que había gozado hasta 1967.

Pero para Estados Unidos la ofensiva también supuso el principio del fin: a pesar del rotundo fracaso del Vietcong desde el punto de vista militar, la iniciativa mostró las dimensiones reales del conflicto y la vitalidad de un enemigo que no parecía tener intención de rendirse tras casi tres años de guerra. La opinión pública comenzó a considerar inútiles tantos bombardeos y bajas. Muchos empezaron a dudar sobre las posibilidades de una victoria de Vietnam del Sur. Medio millón de soldados estadounidenses continuaban representando una fuerza aparentemente inamovible, pero los duros combates que siguieron ese año dejaron un mensaje claro y decisivo en el ánimo de todos: la retirada de las tropas norteamericanas era cuestión de tiempo.

LA MATANZA DE HUÉ Y LA OPINIÓN PÚBLICA

Hué está situada en la costa central del país, a mitad de camino entre la actual capital, Hanói, y Ciudad Ho Chí Minh (antigua Saigón). Había sido la capital de Vietnam de 1802 a 1945, cuando la dinastía Nguyen controló todo el Vietnam meridional. «Hué era la joya de Vietnam. tenía restaurantes y espectáculos y todo lo que llevábamos tanto tiempo sin ver. No teníamos ni idea de que estaba empezando la ofensiva del Tet. No esperábamos en absoluto que se produjera ningún combate en la ciudad. Pensábamos que íbamos allí a descansar. Pero de repente cambió la situación. Cruzamos el puente, y allí estaba, en la primera entrada a la ciudadela, había una bandera norvietnamita ondeando», cuenta Thomas Dreyer del Cuerpo de Marines.

Lance Machamer, también marine, participó en uno de los primeros enfrentamientos de Hué y lo cuenta así: «Cuando entramos en Hué, los miembros del Vietcong iban de uniforme, con cascos, SKS y AK-47 nuevos o casi nuevos (el SKS es el fusil semiautomático Simonov, y el AK-47 es el famoso fusil de asalto automático Kalashnikov, ambos de diseño y fabricación rusa y reglamentarios en su momento en el ejército soviético, pero de uso muy extendido por todo el mundo de influencia comunista)… Iban tan bien equipados como nosotros o mejor. Nos dimos cuenta de que estaban en todas partes. Yo pensaba que nos superaban en cinco o diez a uno. Sin embargo, creo que si aquella noche hubiéramos sabido que eran cincuenta o cien contra uno, aquello sí que nos habría inquietado». Recuerda que el ataque a Hué fue una sorpresa para todos, incluso para los oficiales. «Fue una lucha de edificio en edificio. Podías ver al enemigo. Había líneas, defensas, sabías dónde estaba el enemigo y era cuestión de echarlos de allí». Y es que la guerra de Vietnam se distinguió por transcurrir sin la formación de las tradicionales líneas de frente, salvo las que se establecían alrededor de los perímetros de las bases o los campos militares.

Las fuerzas estadounidenses y survietnamitas estaban en minoría en Hué. La presencia survietnamita estaba limitada a una compañía de soldados y algunos elementos de enlace americanos. La unidad de marines más cercana estaba acuartelada en Phu Bai, doce kilómetros hacia el sur. Armados principalmente con fusiles automáticos AK-47, lanzagranadas y fusiles SKS Simonov, el ejército de Vietnam del Norte tomó Hué en unas dos horas. Los marines necesitaron casi un mes en volver a hacerse con la ciudad. «Lamentablemente, hacía mal tiempo… lo cual, al parecer, limitó nuestro apoyo aéreo y artillero. Finalmente pudimos terminar con dos regimientos del ejército norvietnamita», explica Lance Machamer.

Durante ese mes, el combate tuvo lugar calle por calle, casa por casa. El contraataque estadounidense daría inicio a uno de los enfrentamientos más largos y sangrientos de la guerra, y desvelaría una atrocidad norvietnamita de proporciones desmesuradas. La ciudad había sido tomada por militares del ejército norvietnamita que hablan perpetrado una matanza que Estados Unidos tardaría semanas en descubrir, de la que se hablará más adelante. Pero los norteamericanos tampoco tuvieron piedad. Para reducir su número de bajas, recurrieron a un masivo bombardeo aéreo que arrasó la ciudad. Las atrocidades cometidas por ambos lados contra la población civil marcaron uno de los episodios más terribles de la guerra. La ciudad no volvió a la «normalidad» hasta el 27 de febrero de 1968.

Una vez más, allí estaba la televisión, y las imágenes de los prolongados enfrentamientos de Hué, o del «Sangriento Hué» como se le conoció, se convirtieron en símbolo del conflicto, representaron el caos y la tragedia del Tet.

Ese día se tomó una de las fotos más famosas de la guerra de Vietnam. Eddie Adams, fotógrafo de Associated Press, captó cómo el general Nguyen Ngoc Loan, jefe de la policía survietnamita, se acercaba a un prisionero y le disparaba un tiro a quemarropa en la sien. Adams recibió el premio Pulitzer por esa foto, que recorrió el mundo entero. «No importaba quién era aquella persona ni qué había hecho. Lo que se veía era un jefe imponente de la policía de Vietnam del Sur, que se supone que tenía que ser nuestro aliado, disparándole en la cabeza a alguien que tenía las manos atadas a la espalda. Adams sacó la fotografía justo cuando le disparó», señala Bernardo Attias, profesor de la Universidad de California. Fue una ejecución inmediata, sin juez ni jurado, que quedó grabada en la retina de millones de norteamericanos.

La imagen se convirtió en un símbolo de la guerra y fue adoptada por los grupos pacifistas. Representaba la incapacidad por Estados Unidos de controlar a un aliado, Vietnam del Sur, tan sangriento como el enemigo del norte. Sin embargo, el autor de la foto, que murió en el año 2004, nunca estuvo de acuerdo con esa interpretación. No es que justificara la acción del verdugo, pero la historia que hay detrás de la foto es más compleja. El hombre que muere era un miembro del Vietcong que acababa de matar a toda una familia, amigos de Loan. «Ahora sabemos que el general que le mató era una buena persona, y el fotógrafo Eddie Adams incluso después se hizo amigo suyo. Pero a pesar de todo eso, no importa. Lo que importa es la huella perenne que dejó aquella imagen tan brutal. Aquella foto convirtió a nuestros chicos en malos; eran igual de malos que los comunistas, y aquella imagen lo demostraba», explica el corresponsal entonces de The New York Times A. J. Langguth, autor de Our Vietnam.

Otro gran momento mediático de la ofensiva del Tet fue cuando Peter Arnett entrevistó al comandante de las tropas norteamericanas en Hué, quien acuñó una frase célebre: «Tuvimos que destruir la ciudad para salvarla». «Esto fue algo que el movimiento pacifista repitió una y otra vez para demostrar que el esfuerzo de Estados Unidos en Vietnam fue brutal, que era agresivo y dantesco. Es decir, que aquella idea de que estábamos destrozando ciudades para salvarlas no tenía sentido», cuenta A. J. Langguth. «Los estadounidenses —añade— no estábamos dispuestos a escuchar al ejército. Sentimos que nos habían engañado acerca del éxito de la guerra».

Después, el poderoso periodista televisivo de la CBS Walter Cronkite condenó la guerra. Su decisión de meter cada día las sangrientas escenas de las batallas en los hogares del país ayudó a crear una conciencia nacional anti Vietnam entre el público y los gobernantes norteamericanos. Ahora se sabe que el presidente Lyndon Johnson llegó a comentar a sus ayudantes: «Si he perdido a Cronkite, he perdido a la clase media norteamericana».

Sin embargo, en opinión de algunos periodistas norteamericanos, una de las historias más importantes de los enfrentamientos en Hué ha pasado casi inadvertida. Tras semanas de lucha en la ciudad, según cuenta Lance Machamer, se descubrió un espeluznante secreto. «Me acuerdo que estaba en una de las zonas cerca del estadio, y había un olor insoportable. Corrí y vi a unos chicos trabajando. Habían encontrado fosas comunes. Según dicen, había entre dos mil y cinco mil cadáveres».

El general Thi Lam, del ejército de la República de Vietnam (Vietnam del Sur) entre 1950 y 1975, sostiene que cuando el Vietcong ocupó Hué ejecutaron a más de cuatro mil personas. «Aquella gente —corrobora— no quería colaborar con la llamada “revolución” y decidieron librarse de ellos». Así, en las primeras horas, decidieron asesinar a sangre fría a muchos implicados en el régimen de Saigón, desde administradores y funcionarios gubernamentales a policías o comerciantes, incluso a varios occidentales. «Cualquier persona de la que pensaran que podría ayudar al gobierno de Vietnam del Sur fue arrestada y asesinada», afirma Don Oberdorfer, corresponsal en Vietnam del Washington Post.

Incluso hoy, el gobierno comunista le resta importancia a aquellos asesinatos secretos. Las víctimas fueron asesinadas mediante disparo con arma de fuego, apuñaladas e incluso sepultadas vivas y en los siguientes meses se fueron descubriendo numerosas fosas comunes donde fueron enterradas. «Hubo mucha polémica sobre la veracidad de aquella matanza en Hué. Pero a mí no me quedó ninguna duda de que realmente asesinaron a tanta gente», añade Don Oberdorfer.

ARC LIGHT: LA GUERRA AÉREA

A unos ochenta kilómetros, en la base estadounidense Khe Sanh, el asedio duró setenta y siete días, durante los que los estadounidenses y survietnamitas se tuvieron que enfrentar a una fuerza enemiga descomunal. El alto mando de Estados Unidos realizó un esfuerzo enorme por mantener esa posesión en su poder y este asedio se convirtió en otra gran batalla de esta guerra. Mientras el ejército norvietnamita intentaba cercar Khe Sanh, Estados Unidos respondía con una nueva y aterradora fuerza llamada Arc Light, uno de sus sistemas armamentísticos más temido y avanzado. El Arc Light, según la propaganda de aquellos días, eran los aviones B-52, que iban a ganar la guerra y que a partir de febrero de 1968 participaron en el sitio de Khe Sanh.

Las fuerzas americanas, durante los denominados combates ciudadanos de Saigón y Hué, utilizaron los helicópteros Huey (UH-1H), de pequeño tamaño y gran velocidad y dotados de ametralladoras M-60 montadas sobre salientes laterales, imprescindibles en misiones de asalto.

Ahora, en la base de Khe Sanh el dominio aéreo también era fundamental. Entre junio de 1965 y agosto de 1973, los B-52 del Mando Aéreo Estratégico de Estados Unidos (SAC), desde las bases de Tailandia y Guam, en el Pacífico occidental, hicieron más de 126 000 salidas contra las tropas enemigas en Vietnam del Norte, Laos y Camboya. En febrero de 1968, Khe Sanh se convirtió en uno de sus objetivos fundamentales. Estos grandes aparatos (envergadura 56,39 metros; longitud de 49,09 m; altura 12,40 m, y 371,60 m2 de superficie de alas), capaces de transportar miles de kilos de bombas en una sola misión, dejaban caer sus mortíferas cargas, las llamadas Iron Bombs, guiándose por el radar y a través de las nubes más espesas. Para las tropas del ejército norvietnamita y del Vietcong, se convirtieron en «la muerte susurrante», pues sólo se ciaban cuenta de la presencia de los aviones por el silbido de sus bombas. Durante el asedio a Khe Sanh, se introdujo una nueva técnica, denominada Bugle Note, en la que las formaciones de B-52, procedentes de la base de Guam, a doce horas de viaje, llegaban sobre la base de los marines a intervalos de noventa minutos, ataques que sirvieron para impedir la concentración del enemigo.

«Los marines tenían una confianza extraordinaria en su propio control aéreo. Aquellos chicos hicieron un trabajo increíble. Igual de importante, o incluso más, fue la función del ejército del aire con sus Arc Lights, grupos sucesivos de tres B-52 cargados con bombas de 337 kilos. Ni se los oía llegar porque volaban muy alto; dejaban caer la bomba y aquello parecía un terremoto. Unos mil metros cuadrados desaparecían en un instante», indica el coronel Kaheney, del Cuerpo de Marines de Estados Unidos, entonces teniente en Vietnam. «Un reportero me preguntó: “¿Cómo es posible que no hayamos visto ningún cadáver de norvietnamitas?”. Yo miré a mi alrededor y no vi ningún árbol en pie. Aquella zona parecía la superficie de la luna. Ese sitio era una selva y de pronto se había convertido en un desierto», recuerda.

Con una fuerza destructiva como la del Arc Light el gobierno de Washington se sentía seguro. Durante los setenta y siete días de sitio de Khe Sanh, casi 60 000 luchadores del Vietcong y del ejército norvietnamita murieron en la lucha. El norte perdió tantos hombres en esos dos meses como Estados Unidos en más de once años de guerra. Los bombarderos B-52 realizaron una prolongada campaña sobre Vietnam del Norte, que culminaría con la operación Linebacker II, en diciembre de 1972. Las misiones Arc Light, sin embargo, continuaron hasta que las últimas tropas estadounidenses fueron retiradas del sureste asiático en 1975.

PANCARTAS PACIFISTAS EN WASHINGTON

Lo cierto es que al final el Tet no fue una victoria para el presidente Johnson ni para el general Westmoreland. Hasta ese momento, la mayoría de la Administración Johnson defendía la idea de incrementar los fondos y el personal destinado al sureste asiático. Pero mientras continuaba el enfrentamiento por la base de Khe Sanh, la opinión pública empezó a cambiar y los secretos de la guerra de Vietnam empezaron a filtrarse. Miles de personas protestaron contra la guerra en Washington, con pancartas donde se podían leer mensajes como «¿El napalm te haría cambiar de opinión?». Era febrero de 1968 y la lucha por los corazones y las mentes de los estadounidenses se estaba perdiendo. Conforme el Tet se iba terminando, comenzó a filtrarse información secreta que acabó con un presidente y ayudó a terminar con la participación estadounidense en Vietnam. El general Giáp estaba ganando uno de los frentes de la guerra: el propagandístico.

Tan sólo dos meses atrás el presidente Johnson y el general Westmoreland aseguraban que Estados Unidos estaba ganando la guerra y que había ahuyentado a los comunistas. Sin embargo, las imágenes mostradas en televisión parecían contar una historia distinta. «Lo sorprendente del Tet fue el shock del ataque en sí. Sirvió para romper la voluntad política dentro de Estados Unidos y dentro del gobierno estadounidense», señala James J. Wirtz, profesor de la Escuela Naval de Posgrado de Estados Unidos. A partir de ese momento, se produjo lo que algunos autores han denominado «el colapso de la moral». Tantos mensajes de victoria se interpretaron poco menos que como un engaño.

De nada sirvieron los comunicados sobre el altísimo índice de bajas inferido al Vietcong y al ejército de Vietnam del Norte, o los hallazgos de las matanzas de Hué. De hecho, quienes apoyaban la guerra dentro de Estados Unidos habían quedado tocados, y en los altos escalafones de la Administración empezaron a abrirse grietas y se sucedieron los enfrentamientos entre dirigentes estadounidenses. Y entonces se produjo una última revelación: el presidente Johnson quería enviar 206 000 soldados más a Vietnam. Alguien había filtrado a la prensa las intenciones del general Westmoreland.

Hasta hoy, tan sólo algunas personas conocen quién lo filtró. La identidad de la persona que reveló aquel dato fundamental sigue siendo un misterio. Pero la misteriosa fuente impulsó a Daniel Ellsberg, entonces analista en el Pentágono, exoficial del Cuerpo de Marines, educado en Harvard y que incluso combatió en Vietnam, a comenzar a revelar secretos a los que, como funcionario de Seguridad Nacional, tenía acceso. Sin embargo, habría que esperar a 1971 para que su irrupción provocase un terremoto político y se convirtiera en un factor determinante para que, pocos años después, finalizara la guerra de Vietnam.

«El Tet permitió la candidatura de Bobby Kennedy, que de otra forma habría sido muy poco probable que se presentara a las elecciones. Sin la candidatura de Kennedy, Johnson se habría presentado otra vez y, probablemente, habría ganado en las urnas y después habría intensificado la guerra», mantiene Daniel Ellsberg.

Varios meses antes del Tet, en noviembre de 1967, Daniel Ellsberg ya había empezado a filtrar sus anotaciones sobre Vietnam a Bobby Kennedy. Aquellas notas secretas dejaban claro que Johnson estaba preparando todo para llamar a los reservistas y añadir más soldados a la guerra en Vietnam. «La razón por la que se las pasé a Kennedy —afirma Ellsberg— fue porque pensé que debería saberlo como posible candidato presidencial y como una de las personas más cercanas al caso de Vietnam. Por aquel entonces yo ya me había convencido de que la guerra era un desastre». Sin embargo, el propio Ellsberg duda de que sus filtraciones en aquel período fuesen tantas y tan fundamentales, pero combinadas con la revelación de la petición secreta de Johnson de aumentar 206 000 soldados más al caos en que se había convertido Vietnam, la situación se deterioró alrededor del presidente.

Ante la percepción del presidente Johnson de que no contaba ya con la mayoría de la ciudadanía, el 31 de marzo de 1968, se dirigió a la nación para «hablar de paz en Vietnam y en el sureste de Asia». Johnson sorprendió a todos. Casi nadie se esperaba lo que dijo a continuación: «No volveré a presentarme ni aceptaré el nombramiento de mi partido para ser de nuevo vuestro presidente», escucharon a través de la radio y la televisión los norteamericanos. Ningún presidente había dicho algo semejante. El momento supuso un punto de inflexión en la carrera presidencial de Lyndon B. Johnson, quien renunció a presentar su candidatura tras la espectacular caída de su popularidad.

Corría 1971 cuando Daniel Ellsberg dio a conocer un enorme archivo de documentos que The New York Times publicó, el 12 de junio, desvelando varios secretos que afectarán a la opinión pública y pusieron en tela de juicio el comportamiento del gobierno, hasta el punto que serían un preludio de la caída de Nixon, además de marcar un hito en la libertad de prensa norteamericana. Las siete mil páginas que fotocopió Ellsberg, material que es conocido como los Papeles del Pentágono, confirmaron una trama secreta de decisiones equivocadas y mentiras sobre la guerra —que abarcaba las presidencias de Truman, Eisenhower, Kennedy, Johnson y Nixon— y el encubrimiento de importantes hechos acerca de los orígenes de la guerra. A partir de ahí, la brecha de credibilidad entre el gobierno y el pueblo se hizo insalvable.

Las revelaciones y filtraciones realizadas por Daniel Ellsberg —y que están recogidas en su libro Secrets: The Pentagon Papers— indignaron al gobierno de Nixon, que ordenó detener la publicación de los documentos por considerar que ponían en peligro la seguridad nacional. Se emitió una orden de censura contra The New York Times por primera vez en la historia. Aquello supuso una auténtica prueba de fuego en las relaciones entre el gobierno y la prensa norteamericana. La publicación de las filtraciones se extendió a las páginas de The Washington Post, The Boston Globe y The St. Louis Post-Dispatch. Después, adicionalmente, otros diecisiete diarios publicaron los Papeles del Pentágono. Pero en un fallo histórico para la libertad de prensa, la Corte Suprema dictaminó que «cualquier intento del gobierno de bloquear de forma previa la información suponía un grave ataque contra la Constitución» y ordenó la reanudación de las publicaciones. Desde la clandestinidad, perseguido por el FBI, Ellsberg continuó filtrando la información.

Lo que siguió forma parte de los capítulos más conocidos de la historia norteamericana: Nixon renunció a su cargo el 8 de agosto de 1974 por el caso Watergate. El precedente de los Papeles del Pentágono influiría de forma determinante en la cobertura periodística del escándalo Watergate. Un año más tarde, con la pesada carga de 59 000 soldados norteamericanos muertos, la guerra de Vietnam acababa. Habían transcurrido siete años de la ofensiva del Tet.

Actualmente, Daniel Ellsberg —a quien Henry Kissinger una vez describió como «el hombre más peligroso del mundo»— encabeza el Proyecto Decir la Verdad y se mantiene fiel a su dogma: «Exponer las mentiras de un gobierno conlleva un grave riesgo personal, aun en democracia. Pero vale la pena cuando hay vidas en peligro». Sus filtraciones le costaron dos años de cárcel acusado de robo, espionaje y conspiración.

UNA LECCIÓN POLÍTICA

Los norvietnamitas perdieron la batalla. Perdieron todas las batallas del Tet, pero al presidente Johnson aquella guerra le había costado la reelección. Las fuerzas de Estados Unidos obtuvieron claras victorias en todos los frentes durante la ofensiva del Tet, que fue un colosal fracaso militar para Vo Nguyen Giáp y el Vietcong. El general Giáp envió al combate a setenta mil hombres y murieron sesenta mil de ellos. Los norvietnamitas habían perdido la batalla, pero no la guerra.

Giáp consiguió una gran victoria propagandística dentro de Estados Unidos. A partir de ese momento, la mayoría de los corresponsales norteamericanos en Vietnam pensaron que esa guerra no se podía ganar. Para el pueblo estadounidense se interpretó como una derrota en toda regla y como ejemplo de que los comunistas podían entrar en cualquier lugar de Vietnam del Sur y violar su territorio. Todo el esfuerzo de casi tres años de campaña era inútil y, partir de ese momento, había que ir pensando en abandonar Vietnam.

Según narra el senador Max Cleland, capitán de la 1.a División de Caballería Aérea del ejército de Estados Unidos: «De repente empezaron los ataques sobre muchas ciudades, y miles de estadounidenses murieron o resultaron heridos; la embajada estadounidense fue atacada en Saigón; Hué asediado y Khe Sanh rodeado… De repente, el periodista Walter Cronkite delante de las cámaras de televisión mira a un amigo y en el telediario de la noche le dice: “Pensé que estábamos ganando”. Y todo cambió. No sólo no estábamos ganando, sino que ésta iba a ser una guerra larga, interminable, y muy sangrienta».

Johnson dejó la Casa Blanca en enero de 1969 y Richard Nixon fue elegido como nuevo presidente. Vietnam se convirtió en su principal pesadilla. Uno de sus ejes políticos consistía en conseguir una paz con honor llevando a Vietnam del Norte y al Vietcong a la mesa de negociaciones con el apoyo de las bombas que fueran precisas. Incluso recientemente se ha revelado en unas cintas grabadas en la Casa Blanca en 1972, que sugirió a su secretario de Estado Henry Kissinger usar la bomba atómica, buscando la «solución final».

En 1973, los acuerdos de Paz de París supusieron la retirada de las tropas de Estados Unidos y el cese de su intervención directa, pero no supuso el fin del conflicto. En agosto de ese año, el Congreso norteamericano prohibió cualquier reanudación de la intervención norteamericana. Sin embargo, hubo soldados norteamericanos luchando hasta 1975.

A comienzos de 1975, el régimen en Vietnam del Sur comenzó a desintegrarse económica y políticamente y abandonó el campo de batalla mucho antes de la ofensiva comunista final en marzo de ese año. Su ejército, nominalmente superior al norvietnamita, se negó a combatir y se desintegró. Tras la toma de Saigón, se forzó la rendición incondicional de las tropas survietnamitas y la unificación del país bajo el control del gobierno comunista de Vietnam del Norte, con el nombre de la República Socialista de Vietnam. Después de la renuncia forzada de Nixon, el nuevo presidente, Gerald Ford, no estaba en condiciones de ayudar al régimen de Thieu.

La guerra terminó con la salida precipitada de los últimos norteamericanos desde la azotea de su embajada en Saigón el 29 y 30 de abril de 1975. El periodista de televisión Walter Cronkite, uno de los hombres más populares e influyentes de Estados Unidos, anunció ante las cámaras de la cadena CBS el fin de la guerra de Vietnam. Johnson había muerto el 22 de enero de 1973, de un tercer ataque al corazón en su rancho y sin haber visto el fin de la guerra que le había costado la reelección.

En Vietnam sirvieron 2 590 000 soldados estadounidenses, de los cuales las dos terceras partes fueron voluntarios. Su media de edad era diecinueve años. Al finalizar la guerra, cerca de 12 000 helicópteros habían entrado en combate y los aviones estadounidenses habían lanzado el doble de bombas en el sureste asiático que durante toda la Segunda Guerra Mundial. Soltaron bombas antipersonales, incendiarias de fósforo blanco, enormes bombas Daisy Cutter que arrasaban con toda la vegetación y bombas de napalm. Rociaron millones de hectáreas con el «agente naranja», que envenenó los cultivos, los bosques y a los seres humanos.

A pesar de una superioridad militar aplastante, Estados Unidos perdió en Vietnam, lo que supuso un verdadero trauma para el país. Siete años atrás, los norvietnamitas perdieron una gran batalla, la del Tet, y ganaron la guerra. El Tet marcó un momento de la historia. Según algunos historiadores, fue un referente en la conformación de la generación del mayo del 68 y provocó una crisis sin precedente en Estados Unidos.

El pequeño país asiático perdió a dos millones de personas en el conflicto. Más de 38 000 vietnamitas han muerto desde 1975 a causa de bombas que no explotaron el día que fueron lanzadas. El gobierno de Hanói cree que en las aldeas más bombardeadas en los años sesenta y setenta seguirá habiendo víctimas durante lo que queda de siglo XXI.