Fecha: Del 5 al 11 de junio de 1967.
Fuerzas en liza: Fuerzas armadas de Israel contra las de Egipto, Jordania y Siria.
Personajes protagonistas: El presidente egipcio Gamal Abdel Nasser (Yamal Abd al-Nasir). Los generales Yitzhak Rabin y Yeshayahu Gavish y el general de brigada Mordejai Hod.
Momentos clave: La destrucción de la fuerza aérea egipcia en tierra, las confrontaciones en el Sinaí egipcio, la franja de Gaza, Cisjordania, la ciudad vieja de Jerusalén, el canal de Suez y los Altos del Golán.
Nuevas tácticas militares: Según informes de la CIA, Israel tuvo por primera vez dos bombas nucleares y el primer ministro Eshkol incluso ordenó que fueran armadas sus ojivas. No se llegaron a utilizar.
El 5 de junio de 1967, Israel dio un impresionante golpe de efecto que supuso el inicio de la guerra de los Seis Días. En pocas horas el ataque aéreo israelí devastó la fuerza aérea egipcia. Los combates tuvieron lugar en tres frentes contra tres ejércitos árabes: los de Egipto, Jordania y Siria, pero a Israel le bastaron seis días para derrotarlos. La guerra fue un paseo militar para el Tsahal, el ejército israelí. Fue, para muchos expertos, la victoria más aplastante de los anales de los conflictos bélicos. En tan sólo ciento treinta y dos horas, Israel llegó a cuadriplicar su territorio al ocupar la península del Sinaí, Cisjordania, Gaza, los Altos del Golán y Jerusalén oriental. ¿Cómo logró esta pequeña nación una de las más sorprendentes victorias en la historia?
En 1947 Naciones Unidas estableció un plan para la división del mandato británico en Palestina en dos estados, uno judío y otro árabe, dejando a Jerusalén y Belén bajo control internacional. El plan fue rechazado por los países árabes y comenzó la primera guerra árabe-israelí. En 1948 los ejércitos árabes perdieron la guerra que Israel califica de guerra de independencia. Ocho años después, en 1956, Francia y Gran Bretaña invadieron Egipto tras la nacionalización del canal de Suez por Nasser, lo que fue aprovechado por Israel para invadir a su vez la península del Sinaí, aunque la presión de Estados Unidos y Francia hizo que los tres países se retirasen. Tras esta crisis de Suez, los cascos azules de la Fuerza de Emergencia de Naciones Unidas (UNEF), separaron a las tropas egipcias e israelíes en un marco de paz muy inestable, al tiempo que las dos superpotencias Estados Unidos y URSS iban consolidando sus posiciones antagónicas en Oriente Próximo.
Durante los años sesenta, Israel había experimentado un gran crecimiento aumentando su producto interior bruto y su comercio exterior y con una industria en una constante expansión. Por su parte, los países árabes vecinos se habían armado fuertemente con material soviético, lo que aumentó su capacidad de enfrentarse de nuevo a Israel, esta vez con más garantías que en los dos conflictos anteriores.
A principios de junio de 1967, las tensiones en la zona fueron en aumento. La tercera guerra árabe-israelí parecía inevitable. El 18 de mayo de 1967, el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser pidió al entonces secretario general de la ONU, U Thant, la retirada de las fuerzas de interposición de Naciones Unidas estacionadas entre Egipto e Israel. En un ambiente de creciente tensión, Egipto recibió el apoyo soviético y de los demás países árabes, mientras que Estados Unidos apoyó a Israel, que se enfrentaba a la sombría perspectiva de una invasión simultánea de sus vecinos Egipto, Siria y Jordania.
La superioridad numérica de soldados, tanques y aviones de combate estaba a favor de la combinación de ejércitos árabes. «La opinión general en el mundo árabe era que Israel era fácil de derrotar. Que esa guerra iba a ser como un paseo militar para nosotros. Sin embargo, en contra de la mayoría de las expectativas, sucedió lo contrario. En menos de una semana, Israel había vencido a los países limítrofes», explica el analista árabe Mohamed Shokeir.
El Tsahal (Fuerzas de Defensa de Israel, que incluyen Ejército, Aviación y Marina) bajo el mando de su jefe de Estado Mayor, el general Yitzhak Rabin, ocupó el Sinaí egipcio, la franja de Gaza, Cisjordania, la ciudad vieja de Jerusalén y los Altos del Golán, pasando de tener un territorio de poco más de 20 000 kilómetros cuadrados a 102 400, y como diría el militar y político israelí Moshé Dayán: «Llegando a los lugares a los que el pueblo [judío] había añorado por miles de años». Aquella victoria todavía tiene un impacto duradero en la política y la geografía de la región, y es en la actualidad el elemento esencial del conflicto palestino-israelí.
PRIMER DÍA: ISRAEL PREPARADA A CONCIENCIA
El 5 de junio de 1967, a las ocho menos cuarto de la mañana, comenzó la guerra que ha supuesto la mayor victoria militar de Israel. Una guerra que representó el final del sueño de una gran nación árabe: el panarabismo, que encarnaba el presidente Gamal Abdel Nasser. Un año antes, Egipto había impulsado una alianza militar con Siria y, apenas unos meses antes, el rey Husein de Jordania y el presidente Nasser habían firmado un acuerdo de defensa mutua en El Cairo. A partir de entonces, Nasser comenzó a mostrarse provocador al pedir a las naciones árabes destruir Israel.
En aquella época, el coronel Yo’ash Tsiddon era jefe de operaciones de la Heyl Ha’Avir o Fuerza Aérea de Israel. Casi cinco décadas después este militar no alberga ninguna duda sobre los planes bélicos árabes de aquellos días. «Una coalición militar entre Egipto y Siria estaba dispuesta a atacar, al menos, en dos frentes a Israel. Los egipcios lo intentarían por el sur, a través del desierto del Sinaí, y los sirios, por el norte, en los Altos del Golán. Y era posible que Irak y Jordania añadiesen su peso a la fuerza árabe», afirma.
Israel empezó a temer la posibilidad de ser eliminado por sus vecinos. Por tanto, la mejor forma de defensa sería, con la ventaja de la sorpresa, adelantarse con una gran ofensiva. Un ataque preventivo, que supuso numerosos problemas. «Los israelíes no podían permitirse el lujo de poner todo su ejército al mismo tiempo contra egipcios, jordanos y sirios. Debían concentrar su fuerza actuando contra un enemigo cada vez», señala Aryeh Nusbacher, experto de la Real Academia Militar de Sandhurst.
De hecho, Israel no tenía posibilidades de vencer en una campaña convencional, ya que las fuerzas opositoras le superaban con creces. Para ganar necesitaría obtener la superioridad en el cielo. Primero seria un enfrentamiento entre las fuerzas aéreas de ambos bandos. Después, podrían luchar cada uno con sus fuerzas de tierra, pero los israelíes gozarían de una superioridad aérea aplastante.
En 1964 el equipo de Yo’ash Tsiddon organizó un plan poco ortodoxo, un plan que estuvo clasificado como secreto durante más de cuarenta años en el que se revela cómo Israel pensaba lograr esa superioridad aérea. «La idea era bombardear las pistas de aterrizaje egipcias, jordanas y sirias. El objetivo principal sería mantener en tierra a las fuerzas árabes dañando las pistas de aterrizaje de forma que no fuesen fácilmente reparables y dejando cientos de aparatos sin poder despegar y fuera de combate en tierra», explica el coronel Tsiddon. En teoría, el plan era bueno, pero no estaban claras las posibilidades de éxito. «Ellos tenían más de cincuenta pistas y nosotros sólo contábamos con 206 aviones», añade Tsiddon.
Si tenemos en cuenta que la OTAN realiza, como máximo, tres misiones por avión en veinticuatro horas, las fuerzas aéreas israelíes no disponían de suficientes aparatos para destruir todos sus objetivos por sorpresa. «Un brillante oficial del Estado Mayor de la Fuerza Aérea de Israel realizó algunos estudios y se dio cuenta de que podría tener preparado un avión para realizar una misión de seis a ocho minutos», explica el británico Aryeh Nusbacher. Así, todo dependería de la rapidez con la que el personal de tierra trabajara. «Realizaron muchos simulacros y ejercicios para recargar el combustible de los aviones y consiguieron hacerlo en siete minutos», señala Yalo Shavit, mayor del 105.º Escuadrón y uno de los principales pilotos israelíes a mediados de los años sesenta.
Si el personal de tierra trabajaba al límite, cada avión podría volar hasta cinco misiones en un solo día, pero el éxito de una operación de ese tipo representaba un enorme riesgo. Según Aryeh Nusbacher, «la Fuerza Aérea de Israel tenía que comprometer casi el ciento por ciento de sus activos aéreos. De hecho, no podría llevar a cabo casi ninguna otra tarea mientras destruían la fuerza aérea egipcia. Sólo un puñado de combatientes se quedaría atrás para proteger el territorio israelí. Un gran peligro, pero no una apuesta temeraria». Si la FAI podía alcanzar la supremacía absoluta del aire, le daría una casi completa libertad de acción a las fuerzas armadas israelíes.
«Los escuadrones —indica Yalo Shavit— teníamos las fotografías de la mayoría de nuestros objetivos. Cada piloto tuvo que aprenderse de memoria la dirección y los datos de las pistas de aterrizaje, la torre de control, el almacenamiento de bombas…». Durante más de dos años los israelíes se prepararon para esta operación, cuyo nombre en clave fue Moked, que significa «objetivo» en hebreo. El personal de tierra compitió entre si para ver quién podría convertirse en el más rápido. Los pilotos entrenaron con modelos que reproducían la disposición de los verdaderos objetivos, donde constantemente probaron su capacidad para memorizar todos los detalles de la misión.
Los preparativos para la guerra en la parte árabe progresaban a un ritmo muy diferente. Según el analista Mohamed Shokeir, la explicación radica en que el ejército árabe siempre ha sido usado como «una herramienta para mantener la estabilidad política y nunca fue realmente preparado para un enfrentamiento serio con Israel».
Sin embargo, a pesar de la menos intensa preparación, el 23 de mayo de 1967, Egipto hizo el primer movimiento. El presidente Nasser, tras la retirada de las fuerzas de interposición de la ONU, desplegó sus tropas en el desierto del Sinaí y luego cerró el estrecho de Tiran. El acceso de Israel al mar Rojo fue cortado, estrangulando su actividad marítima. Oriente Próximo estaba al borde de la guerra. Los ejércitos árabes desplegaron en la zona unos 280 000 soldados, frente a los 75 000 hombres del ejército permanente israelí, organizados en siete brigadas de combate. Sin embargo, la auténtica fuerza militar de Israel residía en su ejército de reserva, de aún mejor calidad que el permanente, que comenzó a ser movilizado, con lo que sus fuerzas se elevarían a un cuarto de millón de hombres, estructurados en treinta y una brigadas, de las cuales ocho eran acorazadas y tres paracaidistas.
Pero el sábado 3 de junio todavía no se había producido ningún ataque judío y en los medios de comunicación aparecieron varias noticias que describían cómo muchos soldados habían sido enviados a casa para pasar el fin de semana y disfrutaban relajados con sus familias en un ambiente distendido.
Las apariencias engañaban porque, a las ocho menos cuarto del lunes 5 de junio de 1967, las Fuerzas Aéreas israelíes, bajo el mando del general de brigada Mordejai Hod, comenzaron el ataque masivo que destruyó gran parte de la Fuerza Aérea egipcia en tierra. «Cada piloto de la formación sabía exactamente dónde apuntar. Por suerte, ese día no había viento y las bombas fueron muy precisas a la hora de caer sobre sus objetivos», explica el piloto Yalo Shavit.
Todos los aviones de combate de Israel participaron en la ofensiva y sólo doce se quedaron para patrullar el espacio aéreo israelí. Los aviones de ataque eran, en su mayoría, cazabombarderos Mirage III CJ de fabricación francesa. En la primera oleada, se lanzaron contra las nueve principales bases aéreas egipcias: dos cercanas a El Cairo, dos en la península del Sinaí, tres situadas en la zona del canal de Suez y otro par en Alejandría.
Aquel día, el primer objetivo del avión de combate Mirage del mayor del 101.º Escuadrón de las Fuerzas Aéreas israelíes Dan Sever fue Bir Tmada, una de las bases en el Sinaí. En el otro bando, el capitán de la 4.a División Acorazada de Egipto Essam Deraz estaba acampado junto a la pista de aterrizaje. «Cuando oí ese extraño sonido de reactores, me desperté y salí de la tienda. Vi sorprendido dos Mirage. Fue una experiencia muy dura y completamente inesperada», recuerda Deraz. La fuerza aérea egipcia fue sorprendida y en la primera oleada de ataques «todos los aviones egipcios, las pistas de aterrizaje y los radares fueron destruidos», añade.
El plan israelí había funcionado perfectamente con pequeñas pérdidas para la FAI. «Yo diría que el éxito fue más allá de nuestras previsiones más optimistas», afirma el mayor Dan Sever. Tras volver a Israel y recargar en sólo siete minutos, la segunda oleada atacó otras cuatro bases egipcias y ocho estaciones de radar. Algunos de los aviones de la FAI también fueron contra objetivos sirios y jordanos. La operación tuvo tres oleadas principales ese día y varias de menor intensidad durante las jornadas siguientes. Tras el primer día de guerra, las fuerzas israelíes ya contaban con el deseado dominio aéreo.
LA SORPRESA ÁRABE Y EL TRUCO ISRAELÍ
¿Cómo fueron sorprendidos los egipcios de esa manera? Sólo dos días antes los israelíes habían declarado el estado de alerta. «Cualquiera en Londres podía leer el Jerusalem Post y comprobar que en cada capital árabe se sabía que el ejército israelí estaba realizando operaciones de entrenamiento», señala Aryeh Nusbacher. Según este experto, la decisión de enviar los soldados israelíes a casa durante el fin de semana fue un plan de distracción israelí con el fin de encubrir su enorme despliegue militar. Un truco para aparentar que Israel se mantenía al margen de la fuerte escalada militar árabe cerca de sus fronteras, que hizo que los egipcios relajaran la guardia.
Además, la elección de la hora también contribuyó, ya que en ese momento los pilotos egipcios se encontraban desayunando y sus aviones en tierra. Los manuales de planificación militar indican que el amanecer es el momento perfecto para un ataque. «Tradicionalmente es cuando se inicia una guerra. Si el ataque de este a oeste se hace por la mañana el sol deslumbrará los ojos del enemigo y el atacado estará en inferioridad de condiciones a causa de la poca visibilidad», explica Mordejai Kedar, experto del Begin-Sadat Center for Strategic Studies de Israel. Además, al amanecer, tras toda la noche en alerta, «la tensión baja, la gente va a desayunar, se cambian los turnos… y eres más vulnerable», corrobora Yo’ash Tsiddon.
Lo cierto es que los israelíes conocían perfectamente la rutina de trabajo en las bases gracias a su servicio de inteligencia. El Mosad había investigado los hábitos de sus enemigos. Según afirma Mordejai Kedar, habían detectado las redes de comunicaciones entre los aviones y tierra y escuchaban todos los movimientos que se realizaban. Sabían que a las ocho menos cuarto de la mañana era el mejor momento para pillar al enemigo lo suficientemente desorganizado y en estado de no alerta contra un ataque. A esa hora la casi totalidad de la Fuerza Aérea de Egipto estaba en tierra. Israel explotó esta debilidad. «Ésta fue la decisión más inteligente en la preparación de la guerra del 67», defiende el mayor Yalo Shavit. Si a ello se une el intenso entrenamiento realizado por sus pilotos, la ventaja de Israel fue enorme.
En Egipto, los aviones israelíes se acercaban en vuelo rasante sobre el Mediterráneo: a 500 millas por hora y a poco menos de 30 metros de altura, evitando el radar de vigilancia, los radares de otros cazas y las defensas antiaéreas. «Volábamos muy cerca del nivel del agua y esto es muy, muy peligroso», recuerda el mayor del 101.º Escuadrón de la FAI, Dan Sever. Además, en la acción fueron vitales los Super Mystére, el primer caza supersónico fabricado en Europa occidental por la firma francesa Dassault Aviation y bautizado por las Fuerzas Aéreas israelíes como Sambad. El 105.º Escuadrón Ha’aKrav (Escorpión), al mando del mayor Aarón Shavit, dispuso de 39 aviones operando desde las primeras horas de la Operación Moked y fueron duros contrincantes para los MIG-19 árabes en el combate.
Muchos pilotos completaron hasta cinco misiones la noche el 5 de junio, lanzando cohetes no guiados, bombas antipista y utilizando cañones DEFA de 30 milímetros, junto al misil infrarrojo Shafir I. En menos de doce horas la fuerza aérea egipcia fue prácticamente aniquilada. «Perdieron el 85 por ciento de sus aviones y eso significó que casi no tuvieran apoyo aéreo y que todas sus tropas de tierra quedaran desprotegidas en el desierto», indica Mohamed Shokeir. Sólo en las tres primeras horas de ataque, destruyeron en tierra 391 aparatos más otros 60 que fueron derribados en combate. Al final, las fuerzas israelíes derribaron un total de 452 aviones, de los quinientos con que contaban los egipcios, la mayoría de ellos en tierra.
Esa misma mañana del 5 de junio, mientras los reactores israelíes destrozaban la fuerza aérea árabe, el Mando Sur de Israel, a las órdenes del general de brigada Yeshayahu Gavish, avanzaba con sus tropas en el Sinaí, enfrentándose a siete divisiones egipcias, incluidos unos mil tanques.
En otro frente del conflicto estaba Jordania, que administraba Cisjordania y también estaba a cargo de Jerusalén oriental. Ese primer día, dieciséis cazas jordanos bombardearon varios puntos de la frontera e, incluso, alcanzaron posiciones en las afueras de Tel Aviv. Varias escuadrillas israelíes los interceptaron y siguieron: el que no fue derribado en el aire fue destruido en tierra mientras repostaba. Ninguno se salvó. También hubo enfrentamientos en el sector judío de Jerusalén. Los israelíes contraatacaron con el asalto al sector jordano de la ciudad, donde emplearon paracaidistas y medios acorazados, pero las tropas allí atrincheradas resistieron encarnizadamente durante dos jornadas.
SEGUNDO DÍA: ENTRAN EN COMBATE LOS TANQUES
Durante el 6 de junio, la FAI controlaba totalmente el espacio aéreo, por lo que pudo dedicarse a dar soporte y apoyo total a las fuerzas terrestres con sus aviones Mirage, Super Mystére y Ouragan. Israel comenzó a avanzar sobre el terreno. El teatro de operaciones fue el desierto del Sinaí, donde se encuentran las fronteras de Egipto e Israel. Una vasta extensión de terreno difícil, en gran parte con intransitables dunas de arena. La primera acometida fue por la franja costera del Sinaí en dirección a El Arish, un pueblo del litoral a unos treinta kilómetros de Gaza.
Los egipcios habían construido formidables defensas en el Sinaí. Así, un choque directo habría sido potencialmente desastroso para los israelíes. Benny Michelsohn, experto en estrategia militar del Latrun Tank Museum (Israel), ha investigado durante años las tácticas y armamento que el Tsahal empleó para superar los obstáculos del terreno del Sinaí egipcio y sus fortificaciones. El plan hebreo era llegar a los flancos y la retaguardia egipcios de forma rápida y por sorpresa: «a pesar de que las dunas del desierto del Sinaí presentaban un grave obstáculo para los vehículos de ruedas, los israelíes fueron capaces de avanzar con relativa facilidad», sostiene Michelsohn.
En la década de los sesenta, los israelíes habían llevado a cabo experimentos en su propio desierto del Néguev. Los soldados estaban preparados en la conducción de vehículos a través de suaves dunas y a salir de la arena cada vez que se atascaban bajando la presión de los neumáticos. Así conseguían más tracción en las ruedas, lo que permitió al vehículo ganar impulso y moverse de nuevo. Una solución simple pero ingeniosa. El resultado fue que los israelíes avanzaron a través de áreas que los egipcios no esperaban.
Otro de los problemas a los que tuvo que enfrentarse en el desierto del Sinaí el ejército israelí fueron los tanques egipcios. En cuarenta y ocho horas, cientos de estos carros de combate fueron inutilizados por parte de Israel, que contaba con fuerzas mucho más pequeñas. «Cada división israelí en el Sinaí se enfrentó a dos divisiones. Detrás de esas dos divisiones árabes, había una división más de reserva. Israel luchó con una desventaja de tres a uno», señala Aryeh Nusbacher.
La clave de la superación de dicha desventaja estuvo en el dominio del terreno. Los tanques y vehículos blindados tenían un límite: «la pendiente de las laderas que pueden subir, que no puede ser superior a veinte grados», indica Benny Michelsohn. Los egipcios sabían que en el Sinaí había muchas dunas demasiado empinadas, así que organizaron sus defensas sobre la base de que un ataque se centraría en unos pocos caminos transitables a través del desierto.
Sin embargo, Israel convirtió esta situación desfavorable en un punto a su favor gracias al estudio del terreno, que le permitió encontrar vías de avance de tal manera que pudo atacar al enemigo desde la dirección que no esperaban. Michelsohn ha analizado un mapa de transitabilidad que muestra exactamente dónde los vehículos podían o no viajar. «El mapa es el resultado de muchos años de investigación. Lo más importante en él es la forma distintiva de codificación por simples colores. El color blanco indicaba que la vía era transitable. El color oscuro, que no era posible pasar». De esta forma, el desierto del Sinaí no fue un obstáculo insuperable para los israelíes, que localizaron y establecieron las rutas por las que podrían pasar los vehículos militares. «A causa de una profunda y larga investigación de años, los israelíes conocían las posibilidades de utilizar el terreno en territorio enemigo mejor que el enemigo mismo», reconoce Michelsohn.
Una cosa era inevitable: al final, todo se iba a reducir a una feroz batalla de tanques en el Sinaí.
El arma blindada israelí estaba compuesta por ocho brigadas acorazadas, equipadas con 200 viejos carros de combate M-4 Sherman, reconvertidos en M-51 Super-Sherman, y otros 200 más modernos M-48 Patton con cañón de 90 mm, ambos de fabricación norteamericana; 250 carros pesados británicos Centurión Mark-V y Mark-VI, modificados con la incorporación de un cañón de 105 mm; 150 carros ligeros AMX-13 de origen francés y 250 cañones autopropulsados de 155 y 105 mm.
Israel optó por comprar carros Sherman utilizados en Europa durante la Segunda Guerra Mundial «a pesar de que en la posguerra se pensaba que era un arma inferior en relación con otros carros de combate en el mercado de entonces», señala el historiador David Fletcher, experto en carros y vehículos blindados del Tank Museum de Bovington (Gran Bretaña). «Los Sherman habían demostrado durante la Segunda Guerra Mundial su gran capacidad de adaptación y, por lo tanto, desde el punto de vista de los israelíes era un excelente medio para empezar a trabajar nada más crearse el Estado de Israel», apunta Fletcher.
Así, para mejorar el rendimiento en el desierto frente a los numerosos T54 y T55 —de fabricación soviética— que disponían egipcios y sirios, era imprescindible modificar y mejorar los Sherman. «Se cambió el cañón original de 76 mm por otro francés de 105 mm, con un alcance efectivo de mil metros», indica Benny Michelsohn del Latrun Tank Museum. Incluso se le dotó de mayor potencia de motor y se mejoró la movilidad al cambiar el material goma de las cadenas de oruga, que se ensancharon, y el blindaje, que se puso completamente nuevo incrementando su resistencia y rendimiento. El resultado fue que los tanques israelíes fueron un poco mejores que los egipcios y «cuando eres un poco mejor, aunque sólo sea un poco, que tu adversario es cuando puedes ganar», explica el experto británico Aryeh Nusbacher.
Hacia la noche del 6 de junio las fuerzas de defensa israelíes tomaban el control de la franja de Gaza (en manos de Egipto), Belén y Hebrón (pertenecientes a Jordania). A las treinta y seis horas del ataque israelí en el Sinaí, las divisiones blindadas egipcias recibieron la orden de retirarse. Muchos soldados egipcios no podían entender esa decisión. «La retirada fue lo peor que podíamos imaginar. Nada podría haber sido peor que esto porque no tuvimos posibilidad de luchar», afirma el capitán de la 4.a División Acorazada egipcia, Essam Deraz.
Durante la retirada, los egipcios sufrieron miles de bajas y la pérdida de cientos de tanques. Los aviones israelíes deshicieron metódicamente uno a uno los tanques. «Los daños fueron más allá de lo que imaginábamos. Nunca pensamos que podríamos hacer tanto daño», reconoce el piloto judío Yalo Shavit.
¿Qué podría haber causado tal destrucción? Se ha especulado mucho con la utilización que Israel hizo de un arma aterradora: el napalm. «El napalm no es más que gasolina con adición de geles para que sea un poco más densa. La gasolina en su estado normal es un líquido fino, que forma delgadas gotas cuando explosiona. Por el contrario, el napalm es mucho más denso y cuando hay una explosión, forma grandes y densas gotas que pueden ir mucho más lejos que el líquido puro y, así, llegar al objetivo con más facilidad», indica Scott MacIntyre, experto en armas y explosivos. El napalm produce una enorme columna de fuego y una mayor propagación de la llama: treinta segundos después de su explosión gotitas del combustible aún están ardiendo. En el Sinaí se utilizó contra los egipcios obteniendo un gran potencial destructivo.
TERCER DÍA: TOMA DE LA CIUDAD VIEJA DE JERUSALÉN
Tres divisiones de Israel intentaban aislar a las fuerzas acorazadas egipcias en el centro del Sinaí e impedir que pudieran retirarse hacia el canal de Suez. A pesar de su gran resistencia, el miércoles 7 de junio, el ejército egipcio estaba neutralizado en el desierto. Las defensas egipcias en la zona de El Kusseima, Abu Ageila y Kuntilla se derrumbaron ante el arrollador avance de las fuerzas israelíes que destruían a todas las unidades que trataban de retirarse hacia el oeste del canal de Suez tomando tres rutas a través de tres puertos de montaña. «Fueron atrapados en los tres pasos en el Sinaí y se convirtieron en un blanco fácil para la fuerza aérea israelí», explica Mohamed Shokeir. Mientras, una brigada de infantería de reserva, junto a blindados y paracaidistas, atacó y tomó Gaza.
El capitán de la 4.a División Acorazada egipcia Essam Deraz recuerda ese día: «Vimos como la explosión de una bomba atómica, de repente el fuego por todas partes. Todo el cielo estaba de color negro y rojo. Incluso, cuando lo pienso en la actualidad me parece espantoso… Quedó todo atrapado por el fuego y el humo negro… Fue terrible. Cientos de tanques y camiones egipcios se sumieron en un infierno».
El enorme calor de principios de junio parecía no influir en el avance israelí, que no mostró ninguna señal de disminuir. La infantería y los paracaidistas estaban desde hacía tiempo preparados para una operación en pleno verano, en perfectas condiciones para seguir adelante frente a un calor abrasador.
En 1959, el médico de la Fuerza de Defensa israelí Esdras Sohar y un equipo de médicos militares llevaron a cabo un experimento con un grupo de soldados: consistía en someterlos a largas marchas por Israel en pleno agosto, el mes más caluroso del año. «Hasta 1959, el ejército utilizaba para una expedición un litro de agua por soldado y día. En nuestro estudio comprobamos que una persona en una zona muy caliente, si trabajaba físicamente, la cantidad de sudor que puede evacuar es de unos veinte litros al día. Así que para compensar la deshidratación propusimos que bebiera un litro de líquido cada hora», cuenta el doctor Sohar.
Los beneficios de la ingesta regular quedaron pronto demostrados y, después del experimento de 1959, se modificaron los reglamentos de agua en el ejército judío: de un litro de agua por soldado/día, a un litro por hora en situaciones de marcha. Los casos de insolación y deshidratación prácticamente desaparecieron. «Napoleón dijo que el ejército camina sobre el estómago. Tal vez esto sea cierto en Europa. En Oriente Próximo el ejército camina sobre el agua», indica Esdras Sohar.
Así, cuando llegó la guerra en 1967 los israelíes sabían que asegurar el abastecimiento de agua sería de vital importancia. Esto contrastó notablemente con la situación de los árabes. «Durante la retirada, el ejército egipcio no llevó la suficiente cantidad de agua. Miles, quizá decenas de miles de soldados egipcios murieron en 1967 debido a que perdieron a sus unidades y se les cortó el suministro de agua», sostiene Esdras Sohar. «Tenían que caminar doscientos kilómetros. No dormían, no tenían comida ni agua, ni medicinas… Nada en absoluto. Es probable que, en el Sinaí, los egipcios sufrieran más bajas por el calor que por la acción del enemigo», asegura el capitán Essam Deraz.
El miércoles 7 de junio, las tropas israelíes que luchaban en Ramallah y Nablus se unieron empujando a los jordanos hacia el oeste hasta llegar al río Jordán. Cisjordania estaba en manos de Israel. También ese día, la Armada israelí se hizo con el control del estrecho de Tiran, quedando restablecida la libre navegación para Israel. Además, tras dos días de lucha y con numerosas bajas, los soldados israelíes celebraron la toma del Muro de las Lamentaciones, el más importante lugar santo del judaísmo, situado dentro de la Ciudad Vieja, en Jerusalén Este, convirtiéndose en uno de los días más memorables en la historia de las armas judías. Por primera vez en veinte años, un rabino hizo sonar el shofar (instrumento ritual hecho con un cuerno de carnero) ante el Muro. Con la victoria, Israel se expandió en Jerusalén de los siete kilómetros cuadrados que tenía a setenta.
Desde ese día y hasta hoy los políticos israelíes se refieren a la ciudad como «Jerusalén, la capital eterna e indivisible de Israel» y es su capital oficial, a pesar de no ser reconocida internacionalmente como tal. Desde la visión judía, cuando el Tsahal conquistó la ciudad vieja y la parte oriental en 1967 —que Jordania había ocupado en 1948— fue la «liberación» de Jerusalén. Desde el punto de vista árabe, Jerusalén es el corazón de Palestina y del mundo árabe y la localidad religiosa más antigua e importante para ellos. Al-Quds lena o «Jerusalén para nosotros» se ha convertido en el lema constantemente repetido en distintas partes del mundo árabe.
CUARTO DÍA: EL SINAÍ CAE Y SE ALCANZA EL CANAL DE SUEZ
Los desesperados intentos egipcios para retirarse del Sinaí quedaron anulados por el ataque de las fuerzas acorazadas y, sobre todo, a causa de las operaciones llevadas a cabo por las Fuerzas Aéreas israelíes. Así, el 8 de junio, la FAI destruyó cientos de vehículos egipcios que trataban de cruzar el Sinaí en sus convoyes y el paso de Mitla se convirtió en un inmenso cementerio militar egipcio. De nuevo los israelíes lograron desangrar las fuerzas militares egipcias de una forma rápida y eficaz.
Todo el Sinaí estaba bajo poder israelí cuando llegaron al canal de Suez las tropas hebreas, donde izaron su bandera. La situación era tensa, ya que nada impedía a los judíos avanzar por Egipto hasta llegar a El Cairo. El presidente Nasser diría más tarde: «Carecíamos de defensas en el lado oeste del canal de Suez. Ni un solo soldado se hallaba entre el enemigo y la capital. Estaba totalmente abierta la carretera de El Cairo. La situación egipcia era como la de los ingleses en Dunkerque».
Mientras Egipto se hallaba sumido en el colapso militar, las Fuerzas Aéreas jordanas, compuestas de 34 aviones de combate, prácticamente habían desaparecido y con ellas su presencia militar en la guerra.
Este día se produjo un grave incidente. El buque de espionaje electrónico Liberty, que portaba bandera norteamericana y navegaba por la costa norte del Sinaí para seguir el conflicto de cerca, fue confundido con El Quseir, un barco de carga egipcio. Según la versión israelí, debido a la errónea identificación, la fuerza aérea junto con lanchas torpederas atacaron el buque durante setenta y cinco minutos, cuando estaba en aguas internacionales y en un día claro y de gran visibilidad. Murieron 34 marineros y hubo 172 heridos. Al principio se sospechó que el ataque fuera premeditado para evitar que a través de ese buque se filtrase información referente al ataque sorpresa a los Altos del Golán. Las conversaciones entre algunos pilotos que participaron en el combate salieron a la luz y se pudo confirmar que realmente se equivocaron. Estados Unidos cerró la investigación aceptando la versión y las disculpas israelíes, aunque los historiadores no tienen claro hasta qué punto fue realmente una confusión.
QUINTO DÍA: SIRIA ENTRA EN ACCIÓN
El viernes 9 de junio, los egipcios fueron expulsados a través del canal de Suez. Israel había capturado Jerusalén y Cisjordania, después de dos días de dura lucha. Con Egipto y Jordania controlados, entre los vecinos árabes sólo quedaba Líbano —país que, aunque se unió al clamor general que exigía la guerra, no había tomado parte activa en la lucha durante los días precedentes— y Siria, el más inmediato instigador de la acción bélica y su más decidido defensor. Sin embargo, enfrentarse directamente a los sirios implicaba serios problemas con la URSS, sus principales suministradores de material bélico. Las íntimas relaciones que existían entre Moscú y Damasco representaban un alto riesgo de una intervención directa de la URSS en la guerra.
El 9 de junio, al ser el único país en rechazar el alto el fuego propuesto por la ONU, se iniciaron confrontaciones militares a lo largo de la frontera en represalia por los ataques con artillería desde los Altos del Golán, que no habían cesado desde la creación del Estado de Israel en 1949. De esta forma, el teatro de la guerra se desplazaba a la frontera nordeste con Siria: a los Altos del Golán, una zona montañosa de vital importancia.
Los sirios gozaban de enormes ventajas tácticas y topográficas en la zona. Habían fortificado sus posiciones durante años y, además, ya no era posible ningún ataque por sorpresa israelí. Los sirios «utilizaron el terreno rocoso y escarpado de los Altos para la construcción de tres líneas de fortificaciones cuya conquista, incluso escalándolas, era muy difícil», explica Benny Michelsohn. Para tener alguna posibilidad de éxito, los israelíes debieron concentrar todas sus fuerzas disponibles. «Los israelíes ya habían acabado con los frentes en Egipto y Jordania y desviaron todo su poder al frente sirio. Éste fue un factor fundamental a favor de Israel», indica el analista árabe Mohamed Shokeir.
Los Altos del Golán fueron para Israel la parte más difícil de la guerra de los Seis Días. «El Golán está cubierto de grandes rocas de basalto, rocas volcánicas que se convirtieron en trampas naturales para los tanques», señala Aryeh Nusbacher. Debido a la peculiaridad del terreno, la lucha se produjo cuerpo a cuerpo, ya que los blindados eran tremendamente vulnerables, en especial cuando subían pesadamente por los pronunciados desniveles.
Después de cuatro días de sorprendente éxito, la guerra estaba resultando muy costosa para Israel. Uno de los más difíciles objetivos fue el búnker de Tel Fahr, un desconcertante conjunto de trincheras cubiertas de hormigón, lleno de soldados sirios fuertemente armados y decididos a resistir. La infantería tuvo que avanzar combatiendo de una a otra posición, casi siempre cuerpo a cuerpo. Las bajas fueron numerosas por ambos bandos. Las fuerzas acorazadas israelíes, finalmente, alcanzaron su objetivo con los dos únicos tanques intactos de todo un batallón. «De los veintiséis tanques del batallón de blindados de la 8.a Brigada se perdieron veinticuatro. Murieron trece soldados en la acción y unos treinta y tres fueron heridos», explica Benny Michelsohn.
Para tomar una posición tan fuertemente defensiva los comandos israelíes utilizaron las compactas Uzi de nueve milímetros de fabricación local (fue proyectada por Uziel Gal, comandante del ejército israelí en 1950), un subfusil diseñado para proporcionar gran potencia de fuego en distancias cortas. En el búnker Tel Fahr esta arma se topó con el legendario Kalashnikov, el AK-47. «El AK tiene la ventaja de que puede alcanzar el objetivo a largo alcance. Las Uzi sólo son letales en algo más de cien metros de distancia. Pero en Tel Fahr la precisión de largo alcance no fue un factor decisivo. Fue mucho más importante disponer de un arma pequeña, sencilla de manejar, fiable y segura, perfecta para los espacios pequeños», explica el experto en armas y explosivos Scott MacIntyre.
Frente a la facilidad de uso, la ergonomia y rapidez en cargar del subfusil Uzi, el AK-47 era poderoso, pero más lento para volver a la carga, incluso con frecuencia se atascaba. En opinión de Scott MacIntyre, «el AK exige mucho y es mucho más complicado porque tiene una palanca que hay que empujar hacia delante, una acción difícil… Es mucho menos intuitivo que la Uzi». De hecho, este experto sostiene que en el interior del búnker Tel Fahr y en muchos otros puntos del Golán, la ametralladora Uzi podría haber sido el factor que dio a los israelíes la victoria.
Tras una sangrienta lucha, con varias brigadas acorazadas y mecanizadas además de lanzamientos de paracaidistas desde helicópteros tras las líneas enemigas, a las veintisiete horas de lucha, los Altos del Golán estaban en poder de Israel, que tuvo numerosas bajas con batallones de carros mermados casi al completo.
UN ESPÍA JUDÍO ENTRE LOS ÁRABES
Gran parte de ese éxito israelí en el Golán se produjo por su capacidad de golpear a las ocultas posiciones de artillería siria. El descubrimiento de esas posiciones secretas se debe en gran medida a Eli Cohen, uno de los más famosos espías de Israel, todo un mito en ese país. Cohen nació en Egipto, conocía a la perfección el árabe y, en 1961, después de vivir un año en Argentina para despistar, se trasladó a Siria —donde era conocido como Kamel Amin Tsa’abet, un hombre de negocios arabeargentino— reclutado como espía del Mosad, el servicio secreto israelí.
Tuvo una estrecha amistad con importantes militares del alto mando sirio, ganándose su insospechada confianza, incluso con el general Hafez al-Assad, entonces presidente de Siria —aunque hace unos años, él negó este extremo y dijo que nunca se había cruzado con el espía—. «Le dieron manos libres y el acceso a todas las posiciones. Incluso acompañó a comandantes a visitar los puestos en los Altos del Golán y conoció con detalle sus planes», cuenta el analista árabe Mohamed Shokeir. A él se le atribuye la transmisión de importante información para el ataque de 1967, como los nombres y códigos reales de los pilotos de las Fuerzas Aéreas sirias, además de información sobre lo que ocurría en la alta cúpula militar y política siria y de otros países del mundo árabe.
En enero de 1965 fue capturado en su casa de Damasco mientras enviaba un mensaje por radio debido a un problema técnico que causó que detectaran las ondas de su transmisor secreto, el cual según parece utilizaba con frecuencia y no sólo para transmitir información de inteligencia, sino para mantener conversaciones de menor trascendencia con Tel Aviv. Fue interrogado por la inteligencia siria, torturado y juzgado por un tribunal militar. «Pensé que el Mosad lo rescataría», dice su hermano Abraham Cohen. Los israelíes hicieron lo que estaba a su alcance para salvar su vida. Apelaron incluso al Papa, que hizo un llamamiento a favor de Cohen. Pero de nada sirvió.
El 18 de mayo de 1965, la familia Cohen vio con horror su ejecución ahorcado en una plaza pública de Damasco y transmitida en directo por la televisión siria. El cuerpo de Cohen estaba medio cubierto por una sábana blanca en la que se habían escrito los cargos y quedó colgado en la horca varios días. Fue enterrado en un lugar secreto todavía hoy desconocido. Israel y su familia continúan reclamando la devolución de los restos. Según recientes informaciones del diario israelí Yedioth Ahronot, ni siquiera los sirios saben dónde están: durante más de cuatro décadas se han cambiado tanto de lugar que se ha acabado perdiendo su pista.
Hay una leyenda que circula acerca de su labor de espía en Siria. Se cuenta que después de la visita de Cohen a las posiciones de artillería en el Golán hizo una recomendación al alto mando sirio. «Dijo que los soldados estaban sufriendo bajas por las quemaduras del sol y el calor. Sugirió plantar árboles en cada emplazamiento de artillería como refugio para ellos. Y así lo hicieron. A los israelíes el lugar donde cada árbol crecía les sirvió de guía para conocer exactamente la posición de cada emplazamiento de la artillería enemiga», sostiene Aryeh Nusbacher, de la Real Academia Militar de Sandhurst.
¿Es una historia cierta? Cuarenta años después de la muerte de Cohen sus dos hermanos, Abraham y Maurice —que también trabajan para el Mosad—, fueron a los Altos del Golán en busca de pruebas. Allí encontraron lo que parecía haber sido una de las posiciones fortificadas sirias que visitó Eli Cohen. Este vasto complejo de búnkeres ocultos más de cuatro décadas después seguía intacto… bajo la sombra de un viejo árbol de eucalipto. El resto de las pendientes del Golán están prácticamente desnudas. Alrededor de los búnkeres los árboles todavía aportan su sombra. «Él envió a los militares israelíes los planes detallados de las posiciones y el número de tropas allí. De hecho, conocía casi todo acerca de las fuerzas sirias en la zona», asegura Mohamed Shokeir. Aunque Cohen falleció dos años antes de la guerra de los Seis Días sus informes sin duda influyeron en sus resultados. Al menos su leyenda continúa en pie en Israel.
SEXTO DÍA: TERMINA LA CORTA GUERRA PERO NO SUS CONSECUENCIAS
En la mañana del sábado 10 de junio, los sirios fueron expulsados de sus búnkeres en el Golán y las fuerzas israelíes, además, ocuparon Kuneitra, a sólo 65 kilómetros de Damasco. Siria aceptó el alto el fuego propuesto por Naciones Unidas. Los seis días de guerra habían terminado. En menos de una semana, Israel había derrotado primero a Egipto y Jordania y, a continuación, a Siria.
La guerra llegó a su fin a las seis y media de la tarde, cuando entró en efecto un alto el fuego decretado por la ONU. Israel —que cuadriplicó su extensión territorial— perdió 1100 hombres, mientras que Egipto sufrió la baja de 10 000, Siria de 2500 y Jordania de 700. La derrota que sufrieron las Fuerzas Armadas árabes frente a Israel fue una verdadera sacudida para la conciencia del pueblo árabe.
En palabras de Benny Michelsohn: «La derrota árabe se produjo porque no supieron concentrar las fuerzas conjuntas contra Israel. Cada país luchó solo». Aunque los países árabes no combinaron sus fuerzas de manera eficaz, muchos soldados en el ejército egipcio creen, hasta el día de hoy, que no se les dio la oportunidad de hacer justicia en la batalla. Pero ¿podrían haber hecho mucho más frente a la supremacía aérea y a la puesta en práctica de nuevas tácticas militares por parte de los israelíes?
Las Fuerzas Armadas israelíes habían ganado siguiendo todos los principios clásicos de la guerra: velocidad, sorpresa, concentración, seguridad, información, ofensiva y, sobre todo, la formación y moral de las tropas. «Teníamos un plan, la formación adecuada y todo se llevó a cabo con mucha suerte», asegura el exjefe de planificación de las Fuerzas Aéreas israelíes Yo’ash Tsiddon. Gracias a años de formación, a una excelente planificación y a la labor de los servicios de inteligencia, Israel fue capaz de reducir al mínimo los factores que en esta guerra se dejaron al azar. No se improvisó nada. Cada detalle estaba planeado. «El factor decisivo fue la ejecución del plan a la carta, en base a medidas estrictamente militares y, además, no dejamos intervenir a los políticos», indica Tsiddon.
Pese a las protestas de la ONU y el desacuerdo de las grandes potencias, el Parlamento israelí acordó el 23 de junio la anexión de la parte árabe de Jerusalén. Naciones Unidas adoptó cuatro meses después la resolución 242, en la que se estipula que Israel debe retirarse de los territorios ocupados (según la versión francesa del texto) y de ciertos territorios ocupados (según la inglesa), y se afirma el derecho de cada nación en la región de vivir «en paz en el interior de fronteras seguras». Todavía hoy esto no es posible.
Terminada la guerra de los Seis Días, Israel tuvo un leve período de paz con sus vecinos árabes, hasta 1970, cuando falleció Nasser. Después, vino la guerra del Yom Kippur (del 6 al 25 de octubre de 1973), cuando el presidente egipcio Anwar el-Sadat lanzó una ofensiva que le permitió sentarse a negociar y recuperar de Israel la península del Sinaí cuatro años más tarde. Sin embargo, el Golán sirio sigue siendo hasta la fecha un territorio bajo el control de Israel, al igual que Jerusalén oriental y Cisjordania. Mientras, el Estado judío no ha dejado de luchar con sus vecinos: cuatro guerras en el Líbano (1978, 1982, 1996 y 2006), varias intifadas, las demoledoras acciones de los «mártires suicidas de al-Aqsa»… Enfrente, el mundo musulmán está más alejado que nunca de la unidad debido a las constantes desavenencias entre proyectos políticos, que implican complejas relaciones de alianza y oposición, así como por la desmedida influencia de potencias externas.