Fecha: Del 4 al 7 de junio de 1942.
Fuerzas en liza: La Flota del Pacífico norteamericana contra la I Flota y las Fuerzas de Portaaviones I y II de Japón.
Personajes protagonistas: El almirante Chester Nimitz y los contralmirantes Raymond Spruance y Jack Fletcher. Los almirantes japoneses Isoroku Yamamoto y Chuichi Nagumo.
Momentos clave: Los ataques a las islas Aleutianas; el hundimiento del Yorktown y de los cuatro portaaviones japoneses: el Akagi, el Soryu, el Kaga y el Hyryu.
Nuevas tácticas militares: Primera vez de una importante batalla entre dos grandes flotas exclusivamente con medios aéreos, sin que estuvieran a la vista las escuadras.
En mayo de 1942, Japón estaba en el apogeo de su poder militar. El almirante Isoroku Yamamoto estaba decidido a que los norteamericanos entrasen en una guerra de gran escala en el Pacífico y a destruir su armada. Seis meses antes, el 7 de diciembre de 1941, los aviones japoneses habían bombardeado Pearl Harbor, en Hawái. El ataque hizo que Estados Unidos entrara en la Segunda Guerra Mundial. En mayo, las victorias de Tokio eran continuas: Pearl Harbor, Rabaul, Wake, Ambón, Darwinjava, Filipinas, Galán… Su dominio arrollador se extendía por el océano Pacífico, destruyendo numerosas instalaciones y barcos aliados y conquistando un espacio colonial de casi cinco millones de kilómetros cuadrados muy rico en materias primas y en recursos vitales como petróleo, caucho y minerales. Había que detener a Yamamoto. La batalla que se libró entre el 4 y el 7 de junio de 1942 representó el inicio de la recuperación norteamericana y marcó un punto crítico en la guerra del Pacífico. En Midway, seis meses después de Pearl Harbor, Japón sufrió su derrota naval más dura.
Tras el ataque de Pearl Harbor estaba el ambicioso almirante Isoroku Yamamoto, jefe de las tropas combinadas de Japón. Al principio, Yamamoto se opuso a un conflicto con Estados Unidos, país que conocía a fondo por haber estudiado en la Universidad de Harvard y ser antiguo agregado naval en Washington. «Conocía el potencial industrial norteamericano y preveía que Japón no podría sostener una guerra de desgaste contra un país que contaba con enormes recursos industriales. Se dio cuenta de que sólo podría golpear a Estados Unidos con un ataque rápido y aplastante», explica el historiador militar y escritor Patrick O’Donnell. Japón sólo podría ganar la guerra si lo hacía antes de que el gigante norteamericano lo superara en producción. El almirante Yamamoto estaba convencido de que su país sólo podría ganar la guerra en el primer año; si no, la perdería. Para él la clave de la victoria estaba en destruir la flota americana en una batalla decisiva.
Ante la inevitable confrontación, Yamamoto fomentó la rama aeronaval basada en portaaviones e hizo hincapié en las tácticas de ataques con torpedos lanzados desde aviones. Además, creó nuevos tipos de adiestramiento para los aviadores japoneses. Asimismo, sus submarinos comenzaron a acechar en las cercanías de las bases estadounidenses y, ante la mínima posibilidad de éxito, atacaban a las unidades enemigas.
Su primera actuación fue aplastante: todos los acorazados estadounidenses de la Flota del Pacífico quedaron fuera de combate en Pearl Harbor, cuatro de ellos hundidos, aunque por desgracia para los japoneses los tres portaaviones norteamericanos no se encontraban en la base de Hawái en el momento del ataque y no fueron, por tanto, víctimas de la sorpresa. En cualquier caso, la escuadra japonesa se había convertido en la primera fuerza del Pacífico.
Pero los japoneses no iban a quedarse sin respuesta. Al frente de la defensa naval de Estados Unidos estaba el almirante Chester Nimitz, elegido comandante en jefe de la flota estadounidense del Pacífico (CINCPAC) diez días después del desastre de Pearl Harbor; ya entonces era una autoridad en guerra submarina. Según asegura Robert Cressman, experto del Centro Histórico Naval de Estados Unidos, «cuando el almirante Nimitz tomó el mando de la Flota del Pacífico, tenía un enorme trabajo por delante para restablecer la moral y definir una estrategia de lucha contra Japón». A partir de marzo de 1942, pasaron bajo su control todas las unidades de las Fuerzas Aliadas de mar, tierra y aire.
¿DÓNDE ATACARÁN LOS JAPONESES?
En abril de 1942 la inteligencia naval norteamericana interceptó un importante mensaje japonés en el que se anunciaba que Yamamoto estaba a punto de iniciar una ofensiva de grandes proporciones. Pero el objetivo aparecía codificado como AF «Todo el mundo se preguntaba qué significaban esas siglas: “¿Dónde está AF?”. Muchos creyeron que se refería a Seattle, otros que se trataba de San Diego, algunos pensaron que era Hawái», indica Donald Goldstein, exoficial de la Fuerza Aérea y actualmente profesor de Asuntos Públicos e Internacionales en la Graduate School of Public and International Affairs, de la Universidad de Pittsburg.
El almirante Nimitz sospechó que AF era Midway, una pequeña isla con una base naval a 2500 kilómetros al noroeste de Hawái, justo en el centro del Pacifico, como indica su nombre. Si los japoneses tomaban esa isla podría ayudarles a ampliar su control sobre el Pacífico, además de usar la isla como trampolín contra Hawái. Con sólo parte del código descifrado, Nimitz necesitaba estar absolutamente seguro de que no habría una equivocación con Midway. Entonces decidió, para probar su teoría, enviar por radio un mensaje falso y no codificado acerca de Midway y ver si los japoneses caían en la trampa y relacionaban AF con esa información falsa.
«Se ordenó enviar desde Midway un mensaje falso a Pearl Harbor en un lenguaje sencillo en el que se decía que su mecanismo de destilación de agua se había estropeado y que sólo había agua dulce para unos días. El mensaje fue interceptado y, al poco tiempo, los japoneses hablaban de que “AF tenía escasez de agua”. Así Nimitz tuvo la prueba de que el objetivo era Midway», señala Robert Cressman. Conocer la estrategia japonesa supuso una enorme ventaja para los norteamericanos, ya que permitió al almirante Chester Nimitz reforzar la isla y crear dos fuerzas especiales en torno a sus tres portaaviones.
El plan de Yamamoto contaba con una ventaja innegable: dominaban casi por completo el océano. Desde la anulación de la presencia naval británica en el océano índico, con el hundimiento de varios de sus acorazados y del portaaviones Hermes, Japón avanzaba imparable hacia el este. La captura de Midway era el segundo punto de su gran ofensiva. Ya habían atacado Pearl Harbor, el principal eslabón de la cadena de las islas hawaianas. Yamamoto esperaba que un ataque a Midway atrajera a la flota de Estados Unidos a una batalla decisiva.
El corazón de la poderosa Marina japonesa lo formaban cuatro portaaviones. Nimitz sólo disponía de dos: el Enterprise y el Hornet. El tercero, el Yorktown, estaba gravemente dañado tras un ataque de los aviones nipones en el Mar de Coral. Este buque, de 25 000 toneladas y una eslora de 246,7 metros, capaz de transportar 82 aviones y a 2919 hombres, era fundamental para equilibrar la superioridad nipona de dos a uno.
Los operarios de Pearl Harbor comunicaron a Nimitz que las reparaciones tardarían al menos noventa días. Pero él no podía esperar tanto tiempo. Tampoco había tiempo hasta que un nuevo portaaviones basado en el Atlántico llegara en su ayuda, porque esto supondría tres semanas. Sin otras opciones, Nimitz arengó a los operarios de los astilleros para que arreglasen lo más rápido posible que pudieran el Yorktown, anunciándoles la inminencia de una batalla en la que dependía de su esfuerzo que el portaaviones vengara las bajas de Pearl Harbor. «En dos días, 1400 trabajadores de los astilleros de la Marina hicieron un trabajo que normalmente les hubiera llevado tres meses», recuerda el marinero George Edwards, a bordo del Yorktown desde 1939 y asignado en aquellos días al escuadrón de torpederos n.º 5.
A finales de mayo zarpó de Japón y de las Marianas, rumbo a Midway, una gran flota japonesa de doscientas unidades en la que figuraban acorazados, cruceros destructores, submarinos y portaaviones. Según cuenta el comandante Yahachi Tenabe, entonces capitán del submarino japonés 1-168 y hoy director de una pequeña fábrica de productos de papel en Japón: «No nos asignaron una misión muy importante. Al recibir las órdenes leímos: “La flota combinada intentará capturar la isla de Midway el 6 de junio. El submarino 1-168 se dirigirá en secreto a las cercanías de Midway para observar e informar de todos los movimientos del enemigo”».
COMIENZA LA CUENTA ATRÁS
El 28 de mayo, mientras el Yorktown era reparado, comenzó la cuenta atrás para la batalla de Midway. Yamamoto ordenó que sus buques se preparasen para entrar en acción. Dirigió las operaciones desde la retaguardia de su poderosa flota. El almirante Chuichi Nagumo, el victorioso comandante de la flota que había atacado Pearl Harbor, estaba a cargo de todos los grandes portaaviones en servicio.
El almirante Nimitz se estableció en Pearl Harbor (Hawái), desde donde transmitía sus órdenes por radio. Lo primero a lo que tuvo que enfrentarse fue cómo comunicar a los marines estacionados en la pequeña isla de Midway que pronto sufrirían un gran ataque japonés. Debían estar en guardia pero sin alertar ni descubrir los planes norteamericanos para conseguir sorprender a los japoneses. El propio almirante Nimitz se trasladó a Midway para hablar con los comandantes de la base y decidió ordenarles que estuvieran alertas pero sin darles detalles específicos de lo que iba a pasar. Eso sí: reforzó la guarnición de Midway con aviación naval y con el apoyo del propio cuerpo de marines.
El Yorktown sería la cabeza de la Task Force 17 (TF-17), a las órdenes directas de Frank Jack Fletcher, el más veterano de los dos almirantes de Nimitz destacados en Hawái. El otro contralmirante, Raymond Spruance, tendría a su cargo los otros dos portaaviones: el Enterprise y el Hornet, que formaban el corazón de su fuerza operativa, la Task Force 16 (TF-16).
El 3 de junio, los portaaviones de Nimitz se encontraban en posición a 560 kilómetros al noreste de la isla de Midway El plan era esperar la llegada de la flota japonesa, sin que Yamamoto lo supiera, para atacarla. «La idea era sorprender a los japoneses, que se dirigían a la isla, con la esperanza de atraerlos hacia los portaaviones de Nimitz para destruirlos», explica Robert Cressman.
Entonces, Nimitz recibió un importante mensaje por radar. Se había detectado otra flota japonesa que se dirigía hacia las débilmente defendidas islas Aleutianas, en Alaska, a unos dos mil kilómetros al norte de Midway, donde estaban dispersos los navíos del contralmirante Robert Theobold, conocido con el apodo de «el Confuso».
Nimitz debía tomar una difícil decisión. Él sospechaba que se trataba de un señuelo diseñado por Yamamoto para alejar la flota de Midway, y si no enviaba a sus fuerzas para defender las Aleutianas, Nimitz podría hacer creer que no sabía nada sobre el plan japonés. Si la flota norteamericana no acudía al norte mantendrían una ventaja que ni Yamamoto ni Nagumo podían sospechar. Él confiaba en que la pequeña base militar de Alaska pudiera defenderse. Optó por no hacer nada y mantener todas sus fuerzas centradas en Midway.
Por ello, el primer golpe japonés, conocido como la Operación AL, casi no tuvo oposición alguna. Los nipones bombardearon Dutch Harbor, en las Aleutianas, donde los pilotos norteamericanos se enfrentaron a los japoneses, pero éstos rompieron las defensas y plancharon la isla. Los caza Zero japoneses barrieron de los cielos todos los aviones torpederos y bombarderos estadounidenses antes que pudieran tocar los portaaviones japoneses. Los japoneses desembarcaron en Attu y Kiska, unas posiciones avanzadas para basar su reconocimiento aéreo de largo alcance, asegurando de esta forma su flanco norte, así como obteniendo bases desde las que amenazar Alaska.
Pero el lanzamiento de la Operación AL no distrajo en absoluto a la Armada de Estados Unidos de la operación principal, la MI (invasión de Midway).
PRIMERAS ACCIONES DE LOS ZERO NIPONES
El 4 de junio la flota de acorazados, con el buque insignia de Yamamoto, se aproximó a Midway. En menos de dos horas, la isla iba a ser atacada. Los hombres de la base debían prepararse para la acción inmediata. Centraron su acción defensiva en la protección de los bombarderos, los cuales podían ayudarles en una ofensiva contra el enemigo. Nimitz estaba convencido de que, si los japoneses querían tomar la isla, era para utilizarla como base, por lo que era poco probable que bombardearan las pistas.
A las cuatro y media de la mañana, se lanzó la primera oleada japonesa, compuesta por 72 bombarderos, escoltados por cazas y dirigida por el teniente de navío Joichi Tomonaga. Todos los aparatos de Midway despegaron para hacerles frente. El ataque duró sólo veinte minutos. Los pilotos de Yamamoto destruyeron la mayor parte de los inmuebles y tanques de combustible y causaron daños en las pistas de aterrizaje, pero una de las tres pistas seguía en uso. Además, no lograron destruir ninguno de los aviones de la base.
En ese momento, Yamamoto desconocía que tres portaaviones de Estados Unidos se dirigían en secreto hacia su nota, aún convencido de que seguían en Pearl Harbor (Hawái). Para ganar esta batalla, Nimitz debía actuar con rapidez. «Situó los barcos norteamericanos al noreste de Midway, lejos de la isla. De esa forma los japoneses continuaron sin saber que los portaaviones estaban allí», señala Robert Cressman. En aquel mismo momento comenzaron a despegar los aviones contra el incauto enemigo japonés. Veintiocho minutos más tarde, un avión japonés de exploración informó que dos buques de guerra americanos estaban a algo más de trescientos kilómetros de Midway. Más tarde, recibieron un segundo mensaje que sorprendió aún más a los mandos japoneses: las fuerzas estadounidenses iban acompañadas por un portaaviones.
Pero las cosas no iban a ser fáciles para los norteamericanos. Cuando Nimitz ordenó a sus torpederos destruir la flota de Yamamoto se encontró con un problema: sus aviones tenían una autonomía para volar de 500 kilómetros y el enemigo estaba a 332 kilómetros, lo que era un gran riesgo para los pilotos que podrían no tener suficiente combustible para regresar. Para aumentar las posibilidades de que los aparatos volvieran sin peligro a sus portaaviones optaron por utilizar una mezcla de combustible con más oxígeno, algo perjudicial para el motor, pero que aumentaba la autonomía.
Quince aviones despegaron cargados con el devastador torpedo MK-8. Pero cuando llegaron a los portaaviones enemigos, los cazas japoneses Zero los derribaron a todos. «Era una misión suicida para los pilotos norteamericanos. Volaban con aviones obsoletos y fueron derribados por la enorme potencia de fuego japonés», describe Patrick O’Donnell. Los viejos cazas Brewster Buffalo y los más modernos Grumman Hellcat, pilotados por aviadores del Cuerpo de Marines, se hallaron en desventaja con respecto a la superioridad numérica y técnica de los Zero nipones. Sólo sobrevivió un piloto. Fue un golpe terrible, pero la batalla aún no había terminado.
Nimitz lanzó otro ataque aéreo. Cincuenta intrépidos bombarderos despegaron del Hornet y se dirigieron hacia la flota japonesa. Los japoneses rápidamente prepararon su contraataque y, esta vez, Yamamoto llevó a cabo acciones evasivas. El vicealmirante Chuichi Nagumo había cambiado el rumbo de toda la escuadra. Cuando los bombarderos llegaron al lugar donde se debía encontrar la flota enemiga, habían desaparecido. Los bombarderos de Nimitz decidieron regresar pero en el último minuto avistaron un destructor japonés en dirección norte. Entonces el 8.º Escuadrón optó por seguirlo, lo que les condujo directamente a la escuadra japonesa y a sus cuatro portaaviones. Para Nimitz fue un gran descubrimiento.
EL PUNTO DE INFLEXIÓN
Pero la ventaja duró poco. Un avión de reconocimiento nipón descubrió a los portaaviones estadounidenses. Ahora, Yamamoto tenía a la flota de Nimitz en el punto de mira. Como sus fuerzas eran superiores, podría haber sido un momento decisivo para ganar la batalla. En sus portaaviones, las tripulaciones se preparaban para aniquilar a la flota norteamericana. A las nueve y dieciocho, el almirante Nagumo ordenó retirar de sus aviones las bombas destinadas al segundo ataque sobre Midway para reemplazarlas por mortales torpedos destinados a atacar a la flota enemiga a las diez y media.
Mientras se realizaba el armamento de los aviones, con las cubiertas llenas de bombas, combustible y aviones, los portaaviones japoneses eran muy vulnerables a los ataques. «Eran como un polvorín. Se encontraban en la situación más vulnerable posible y los estadounidenses atacaron en el momento justo», precisa Patrick O’Donnell. Ante el inminente ataque de los aviones norteamericanos, en los portaaviones nipones quedaron apiladas en los hangares las municiones que debían haber sido bajadas a los pañoles, lo cual tendría consecuencias desastrosas para Nagumo.
La TF-16 lanzó todos sus aviones en una única oleada de más de un centenar de aparatos. Los aviones de la TF-17 salieron con algunos minutos de diferencia. A las diez y veinte, de repente, aparecieron dos numerosos grupos de aviones norteamericanos desde dos direcciones distintas y en el peor momento posible para los japoneses, con sus aparatos cargados con torpedos en cubierta. Cuando comenzó el ataque, los pilotos norteamericanos centraron su objetivo a estribor, babor y en el centro de los portaaviones nipones. De esta forma, se convirtieron en difíciles blancos para el fuego antiaéreo enemigo. Claro que los cazas Zero hicieron estragos entre los atacantes, mucho más lentos y menos maniobrables. Pero sencillamente, eran demasiados. La defensa de caza japonesa quedó saturada en pocos minutos.
En poco más de tres minutos, los norteamericanos atacaron los tres portaaviones japoneses provocando una oleada de fuego. Primero, cuatro bombas alcanzaron al Akagi del almirante Nagumo. El ataque no había hecho más que comenzar. En una reacción en cadena, el fuego se fue extendiendo por las inflamables cubiertas. Las explosiones fueron incendiando los aviones, que saltaban en pedazos. Los incendios quedaron fuera de control y los portaaviones japoneses, sentenciados de muerte. El segundo portaaviones en convertirse en un infierno ardiente fue el Soryu. También las bombas alcanzaron al Kaga.
El almirante Yamaguchi, uno de los mayores ases de la flota japonesa, y comandante del cuarto portaaviones, el Hyryu —que no había sido visto antes porque estaba oculto por la neblina—, lanzó sus aviones contra el Yorktown. Ocho bombarderos en picado Val cayeron sobre el buque y uno logró alcanzarlo con tres bombas de 500 libras, causándole graves averías.
«De pronto, nos alcanzaron provocando graves incendios. Me quedé sorprendido. Nunca pensé que habría de abandonar el barco en estas condiciones. Fui a controlar los daños y les dije a mis compañeros: “Bueno, vamos a tener que nadar un poco para ayudar al barco”. El Hamman se quedó a nuestro lado para proporcionarnos energía y el equipo necesario. Lo primero que hicimos fue cargar nuestras armas y tener todo listo en caso de otro ataque. El capitán dio la orden de máxima potencia a las calderas. “¡Vamos a volver a Pearl Harbor por nuestras propias fuerzas, aunque tengamos que quemar todos los muebles del comedor de oficiales!”», rememora George T. Edwards, marinero de la Armada de Estados Unidos, destinado entonces en el Yorktown.
Los equipos de seguridad lograron apagar todos los incendios causados por el ataque al Yorktown. Sin embargo, los aviones del Hyryu volvieron a torpedear al portaaviones que, escorado tras el segundo ataque, pudo seguir a flote.
Los bombarderos en picado norteamericanos procedentes del Enterprise alcanzaron al último portaaviones nipón. Los aviadores estadounidenses dieron cuatro veces en el blanco, pero perdieron cuatro aparatos. En pocos minutos el Hyryu quedó envuelto en llamas, pero no se hundió hasta la mañana siguiente, con 416 hombres a bordo y el contralmirante Yamaguchi atado al puente.
Fue un final espectacular. La flota de Nimitz había diezmado a la Armada japonesa. En palabras de Patrick O’Donnell: «Fue una victoria milagrosa de la Marina de Estados Unidos. Sobre el papel, en Midway la flota japonesa era mucho más fuerte. Deberían haber ganado», señala. Lo mejor de la poderosa flota japonesa se había hundido: cuatro de los seis portaaviones que atacaron Pearl Harbor estaban en el fondo del océano. Los bombarderos de Nimitz regresaron triunfantes a sus portaaviones.
EL HUNDIMIENTO DEL YORKTOWN
Pero Yamamoto no estaba dispuesto a admitir la derrota. Ordenó a sus unidades que hundieran al Yorktown, que aún se mantenía a flote del segundo ataque y era ayudado por el destructor Hamman, que estaba intentando remolcarlo hasta puerto. El Yorktown fue alcanzado por un submarino japonés que lo envió al fondo del océano.
El entonces capitán del submarino japonés 1-168, Yahachi Tenabe, recuerda aquel momento: «La aterradora noticia llegó a nosotros a través de la antena de radio: el Soryu, el Kaga, el Afeagi y el Hyryu habían sido hundidos. Una mezcla de enojo, desilusión y de espíritu de lucha hervía dentro de mí. Entonces, recibí una orden que decía: “Como resultado del ataque a nuestra Fuerza Aérea por parte del portaaviones Yorktown, a flote en un punto aproximadamente 150 millas al noreste de Midway, el submarino 1-168 deberá pasar de inmediato a la caza y hundirlo”».
«Vi el barco en el horizonte. Decidí no bajar el periscopio y seguir el curso del torpedo. Si debía morir dentro del 1-168, al menos deseaba la satisfacción de ver que nuestro objetivo había sido alcanzado. Debíamos tener éxito, porque no habría una segunda oportunidad», narra el comandante Tenabe.
El submarino disparó cuatro torpedos; uno alcanzó al destructor Hamman, al que partió en dos, y dos más alcanzaron al Yorktown, que tardaría muchas horas en hundirse. A lo largo de la noche, los destructores americanos intentaron cazar al submarino sin éxito. El Yorktown estaba condenado. A las seis de la mañana del 7 de junio, comenzó a hundirse. Antes Fletcher ya había pasado su insignia a un crucero y el capitán había dado la orden de abandonar el barco. «Mi corazón se llenó de un sentimiento de agradecimiento hacia mi tripulación. Realmente todo el mundo había hecho bien su trabajo», cuenta Tenabe.
La mañana del 5 de junio de 1942, el almirante Yamamoto tuvo que enfrentarse a lo inevitable. Con cuatro de sus portaaviones destruidos, sólo le quedaban dos portaaviones ligeros para dar apoyo a la fuerza de invasión. Además, los norteamericanos eran los dueños incuestionables del espacio aéreo. A las tres menos cinco de la mañana ordenó la retirada general. Yamamoto había sufrido la mayor derrota naval de la historia japonesa y la primera en trescientos cincuenta años. Nunca llegó a desembarcar e invadir Midway. Perdió sus mejores cuatro portaaviones, 275 aviones y miles de hombres. Estados Unidos perdió el portaaviones Yorktown, el destructor Hamman, 150 aviones y 307 hombres, pero Midway siguió en manos norteamericanas. La lucha continuó, pero los avances japoneses habían acabado para siempre.
Sólo pocos días antes la Marina japonesa había estado en la cumbre de su poder y amenazaba con ampliar su imperio. Si hubieran ganado en Midway, habrían tenido vía libre para atacar la costa Oeste de Estados Unidos. En cambio, quedó prácticamente inutilizada y paralizada hasta el punto del no retorno. Para Estados Unidos, la victoria de Nimitz restauró la confianza y cambió el destino de la guerra en el Pacífico. «Midway fue Pearl Harbor a la inversa. Todas las probabilidades estaban completamente en contra de los norteamericanos, pero destruyeron cuatro de los mejores portaaviones japoneses, que no tenían previstas construcciones navales para cubrir las bajas. Además, murieron experimentados pilotos, veteranos que no podrían ser sustituidos con la suficiente rapidez con los anticuados métodos de adiestramiento japonés», afirma el historiador militar O’Donnell. «Midway fue el punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial. La supremacía pasó a los aliados», añade O’Donnell.
NOMBRES PARA RECORDAR
Después de Midway, el comandante Yahachi Tenabe regresó a Japón como un héroe. Sobrevivió en las campañas de Guadalcanal y las islas Salomón. El marinero George T. Edwards, herido tras el hundimiento del Yorktown, llegó a participar en dos misiones más en el Pacífico, pero ninguna tan decisiva como Midway, que marcó el cambio de rumbo de la guerra en el Pacífico.
Chuichi Nagumo después de Midway recibió numerosas críticas por su actuación en la batalla. Responsable directo de haber perdido los cuatro portaaviones japoneses, algunos historiadores le acusan de cometer graves equivocaciones estratégicas, como no atacar de inmediato a la flota enemiga. Más tarde fue puesto al mando de las fuerzas navales de las islas Marianas, y en las etapas finales de la captura de Saipán por Estados Unidos. Se suicidó dos años, un mes y un día después de su derrota en Midway, antes de ser capturado.
Antes ya había muerto Yamamoto, al caer sobre la isla de Bouganville, Papua Nueva Guinea, cuando se dirigía a visitar las bases japonesas en las islas Salomón, el 18 de abril de 1943. Su avión fue derribado tras un enfrentamiento de sus seis cazas Zero de escolta con dieciséis cazas pesados P-38 Lightning, de los cuales cuatro fueron los ejecutores.
En la operación participó su gran enemigo, el almirante Chester Nimitz, quien a finales de 1944 recibió del Congreso el cargo de almirante de flota, el más alto de los rangos de la Marina de Guerra. El 2 de septiembre de 1945 fue Nimitz quien firmó en nombre de Estados Unidos la rendición de Japón, entregada formalmente a bordo del Missouri en la bahía de Tokio. El presidente Franklin Roosevelt le otorgó la medalla de Servicios Distinguidos de la Marina con tres estrellas de oro «por sus excepcionales méritos como comandante en jefe de las flotas del Pacífico de Estados Unidos». Falleció la tarde del 20 de febrero de 1966, a los ochenta y un años.