Fecha: 6 de junio de 1944.

Fuerzas en liza: El ejército alemán (Wehrmacht) contra fuerzas aliadas (estadounidenses, británicos y canadienses).

Personajes protagonistas: Por el lado alemán: Hitler; el comandante en jefe de las fuerzas del oeste, mariscal de campo Gerd von Rundstedt, y el mariscal de campo Irwin Rommel, jefe de la Muralla del Atlántico. Por el bando aliado: el comandante supremo Dwight D. Eisenhower, su adjunto el mariscal del aire sir Arthur W. Tedder, su jefe de Estado Mayor el general Walter Bedell Smith, el comandante en jefe de las fuerzas expedicionarias aliadas mariscal del aire sir Trafford L. Leigh-Mallory, el general sir Bernard Law Montgomery, jefe de las fuerzas terrestres desembarcadas (XXI Grupo de Ejércitos) y el teniente general Omar Bradley, jefe del I Ejército norteamericano.

Momentos clave: Los desembarcos en las playas con nombres en clave: Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword.

Nuevas tácticas militares: El lanzamiento masivo de 23 000 paracaidistas o fuerzas aerotransportadas en planeadores. La equipación de tanques con «DD», o equipos de flotación, de invención inglesa, que les permitió flotar hasta la playa y de tanques adaptados para tareas especiales y tripulados por ingenieros de asalto. La utilización de muelles flotantes Mulberry, remolcados desde Inglaterra, que permitieron poner inmediatamente en funcionamiento dos puertos artificiales.

El 6 de junio de 1944, a las seis y media de la mañana, comenzó la invasión de Europa, llevada a cabo por el noroeste de Francia, entonces ocupada por la Alemania nazi. Las fuerzas aliadas en la Segunda Guerra Mundial desembarcaron en las playas de Normandía un ejército que después de liberar Francia, llegaría hasta el mismo corazón del III Reich. Desde el 6 de junio hasta el 25 de agosto, fecha de la liberación de París, casi tres millones de soldados cruzaron el canal de la Mancha desde Gran Bretaña a esta región en la Francia ocupada. Ese primer día de desembarco, conocido como el Día D, «El día más largo del siglo», será recordado como el símbolo de la liberación europea, el inicio del final del terror nazi. En las playas de Normandía se jugó el futuro de Europa.

En la primavera de 1944, las fuerzas armadas alemanas (Wehrmacht) luchaban en varios frentes: habían perdido África ante los aliados, los cuales después invadieron Sicilia y desde allí saltaron a la Italia continental, donde se libraban fuertes combates, pero la batalla estaba casi perdida. En el frente del este la situación era desesperante ante el empuje del Ejército Rojo, a punto de llegar a Polonia.

Esa primavera, Hitler reforzó los efectivos en el oeste de Francia con doce divisiones adicionales. La mayoría de ellas provenían de la campaña de Rusia. Con este traslado de soldados, carros de combate y artillería, Hitler creía estar seguro de que podía hacer frente a cualquier invasión aliada.

La campaña de Italia había causado graves pérdidas a los ejércitos aliado y alemán. El mando de este último era compartido en aquellos momentos por los mariscales de campo Albert Kesselring en el sur e Irwin Rommel en el norte. Rommel acababa de apuntarse otro éxito capturando 32 divisiones italianas que planeaban unirse al ejército aliado después de la rendición de Italia.

Hitler reconocía la importancia de la experiencia de Rommel; como comandante del Deutsches Afrika Korps había luchado contra los aliados en África del Norte, entre 1941 y 1943. Por eso ordenó al «Zorro del Desierto» —apodo con el que se le conocía a raíz de su habilidad en aquella campaña— que inspeccionara y fortificara las defensas alemanas a lo largo de la costa francesa. Al ser nombrado responsable de defender la costa atlántica gala, Albert Kesselring quedó al mando de todas las fuerzas en Italia. El mariscal de campo Gerd von Rundstedt, a sus sesenta y ocho años, fue sacado de su retiro para ocupar el puesto de comandante en jefe de las fuerzas del oeste, que consistían fundamentalmente en las siguientes grandes unidades: el Grupo de Ejércitos B, bajo el mando de Rommel, desplegado en la costa atlántica y formado por el VII Ejército (Bretaña y Normandía) y el XV Ejército (canal de la Mancha, Bélgica y Holanda). El Grupo de Ejércitos G, bajo el mando del general Blaskowitz, responsable de la defensa de la costa mediterránea y del suroeste de Francia. Y el Grupo Acorazado Oeste, al mando del general Von Schweppenburg, que formaba la reserva estratégica y se encontraba en el interior, en las cercanías de París, compuesto por once divisiones acorazadas, de las que seis eran de las SS.

Aunque el prestigioso Von Rundstedt tuviese el mando teórico de todo el frente, su principal fuerza, el Grupo Acorazado, estaba bajo el control directo del OKW (Mando Supremo de las Fuerzas Armadas), es decir, de Hitler en persona, sin cuya autorización no se podían mover. En cuanto al Grupo de Ejércitos B de Rommel, disponía de una considerable independencia de facto frente a Von Rundstedt, entre otras cosas porque tenía la posibilidad de acceso directo a Hitler. Esa confusa delimitación de las competencias y responsabilidades en el campo alemán contrastaba con la clara unidad del mando ejercido por Eisenhower en el bando aliado, y sería uno de los factores determinantes del éxito de la invasión.

EL MARISCAL ROMMEL Y SU CINTURÓN DE LA MUERTE

Hitler nunca habla estado en Normandía, pero ordenó que en el Paso de Calais se instalaran los refuerzos adicionales de tropas y armamento que Rommel necesitaba para la defensa de la región normanda. Entonces Rommel comenzó la construcción de la línea defensiva posteriormente conocida como «Muralla del Atlántico» (Atlantikwall), un conjunto de fortificaciones permanentes que se extendían unos 2700 kilómetros a lo largo de la costa construidas por mano de obra esclava y por prisioneros de guerra, aunque el Zorro del Desierto también hacía trabajar a sus propios hombres; cuando recorría las obras examinaba las manos de los soldados alemanes y, si no tenían callos, reprendía seriamente a sus jefes.

Desde hacía varios meses, los aliados realizaban ataques de distracción en el Paso de Calais para que pareciera que la invasión iba a realizarse por allí. El alto mando alemán así lo creyó, pues era el punto de menor distancia entre Francia e Inglaterra. Entre Calais y Dover, en el canal de la Mancha, estaba el mejor lugar para un desembarco anfibio desde un punto de vista logístico.

En junio de 1944, tras la llegada de un refuerzo de doce divisiones, las fuerzas alemanas en Europa occidental se elevaban ya a 58 divisiones. Rommel contaba con treinta divisiones operativas para hacer frente a un desembarco aliado. Existía la citada reserva de once divisiones Panzer y Panzergrenadiere (es decir, acorazadas y mecanizadas, estas últimas con menos tanques que las primeras). Las tropas de reemplazo estaban reforzadas por un núcleo duro de curtidos veteranos.

Meses antes del desembarco, en una reunión con Von Rundstedt y su equipo, Rommel manifestó su desacuerdo sobre la mejor estrategia para hacer frente a una invasión aliada. De acuerdo con su experiencia en África del Norte, Rommel creía —acertadamente— que, para que los aliados fueran totalmente derrotados, la invasión debía ser detenida en las playas en el plazo de cuarenta y ocho horas, lanzando inmediatamente todas las fuerzas posibles sobre las tropas desembarcadas. Sin embargo, los jefes de unidades acorazadas, apoyados por Von Rundstedt, no estaban de acuerdo con él.

Querían mantener una reserva acorazada en el interior del país y solamente cuando se estableciera el potencial real del enemigo desembarcado, cuando se estuviera seguro de que era la auténtica invasión y no un señuelo, lanzar toda su potencia de fuego sobre ella, para inmovilizarla y destruirla.

Hitler intentó contentar a ambas partes y se estableció un sistema mixto: la mayor parte de las divisiones acorazadas quedaron en la reserva, pero en marzo le pasó a Rommel el control de tres de ellas, la 2.a y la 21.a Acorazadas, y la 17.a Panzergrenadier SS Goetz von Berlichingen, aunque Rommel sabía que su capacidad para mover esas fuerzas a las posiciones adecuadas en el tiempo preciso estaba muy limitada, ya que debían recibir las órdenes a través del alto mando de la Wehrmacht (OKW), lo que suponía una lenta cadena de órdenes y burocracia.

Las primeras disposiciones de Rommel se dirigieron a reforzar las playas. Se establecieron a lo largo de ellas defensas con puestos de artillería y nidos de ametralladoras espaciados. Se sembraron campos de minas a intervalos de sesenta metros. Un mortífero cinturón a la espera de que el enemigo pisara las playas. Las mareas ocultarían ante los ojos de un posible invasor las defensas hechas con maderos y con vías de tren (los espárragos de Rommel). Los vehículos anfibios enemigos para poder avanzar tendrían que sortear los campos minados y numerosos obstáculos. Y efectivamente, se convirtieron en una pesadilla para las lanchas de desembarco repletas de infantes y carros de combate de las fuerzas aliadas.

Con vistas al desembarco, las fuerzas aliadas dividieron el sector de Normandía en cinco playas o zonas de influencia. Empezando por el extremo oeste del área de invasión se bautizaron las cinco playas con los nombres clave de: Utah y Omaha (donde desembarcarían los estadounidenses), Sword y Gold (los británicos) y Juno (los canadienses, entre las dos anteriores).

En lo alto de la playa de Omaha todo el perímetro era un rosario de nidos de ametralladoras pesadas y morteros, que dominaban desde las alturas las áreas de desembarco. La artillería, pesada y ligera, estaba instalada sobre los cerros en búnkeres y casamatas de cemento. Se habían calculado las distancias y elevaciones de tiro para cubrir eficazmente la zona. Todos los caminos que salían hacia el interior desde la playa de Omaha eran vigilados en espera de un ataque. A las órdenes de Rommel, los soldados realizaban continuos entrenamientos para comprobar la efectividad de las defensas. Bajo cuidadosa vigilancia, la Muralla del Atlántico comenzó a ganar su reputación.

El VII Ejército alemán tenía tres divisiones, la 243.a, la 709.a y la 716.a, repartidas por la costa de Normandía donde iba a producirse el desembarco. Eran, como la mayoría de las estacionadas a lo largo del litoral atlántico, divisiones de guarnición o estáticas, compuestas por tropas de baja calidad: reclutas de avanzada edad, mercenarios de Europa oriental e incluso inválidos parciales. Pero los servicios de información del alto mando aliado no habían conseguido descubrir la posición de la muy veterana 352.a División, fogueada en el frente de Rusia y trasladada a Normandía para darle descanso, que estaba estratégicamente situada en los acantilados, dominando la playa de Omaha. Este fallo costaría muchas vidas, pues los veteranos soldados de la Wehrmacht convirtieron durante ocho horas el lugar en un infierno.

Situadas más al interior pero en el área de desembarco se encontraban la 91.a División Aerotransportada, el 6.º Regimiento Paracaidista y la 21.a División Acorazada.

LOS ALIADOS SE DECIDEN A ATACAR

Desde 1942, Gran Bretaña preparaba un desembarco en la Francia ocupada. Sin embargo, hubo que esperar a 1944 a que la invasión fuera posible, con el ejercito alemán disperso entre distintos frentes. El plan era establecer cabezas de puente y abrir un segundo frente por el oeste del Reich alemán, ya amenazado en el este por el avance del Ejército Rojo, que había liberado Bielorrusia y se acercaba a Polonia, y en el sur desde Italia.

El 4 de junio de 1944 hubo una tormenta sobre el canal de la Mancha y la costa francesa. La invasión tuvo que ser suspendida por el mal tiempo. Se informó al general estadounidense Dwight Eisenhower —jefe supremo de las fuerzas aliadas— que habría una mejoría de uno o dos días para el 6 de junio; después, la siguiente fecha favorable para la invasión sería el día 19 de junio. Esperar dos semanas a la combinación ideal de meteorología, luna y marea para el desembarco era un enorme riesgo.

No era una decisión fácil de tomar, porque cualquier retraso pondría en peligro el éxito del desembarco aliado. La demora implicaba el riesgo de alertar a los alemanes y era crucial que éstos fuesen tomados por sorpresa. Y el fallo de la operación habría significado una catástrofe militar y política para los aliados. Así, el 5 de junio de 1944, a las cuatro y cuarto de la mañana, el general Eisenhower dijo: «Estoy seguro de que debo dar la orden, no sé qué otra cosa podría hacer». Y entonces autorizó proceder con la invasión pronunciando ese famoso «OK, adelante», que suponía que la Operación Overlord, la invasión de Europa, se ponía en marcha.

Desde el 1 de mayo de 1944, la fecha inicial para la Operación Overlord, treinta divisiones, equipos y suministros abarrotaban los puertos y barcos de la costa inglesa. El desembarco de Normandía preveía el equipamiento, transporte y concentración en Inglaterra de 3 500 000 hombres (1 750 000 británicos, 1 500 000 estadounidenses y 250 000 soldados de diversas nacionalidades, como polacos, franceses, etc.), así como el transporte de veinte millones de toneladas de material de desembarco y la organización de un gigantesco plan de abastecimiento. Había que disponer para todo ello de un puerto de aguas profundas. Preparados para ser llevados hasta la playa de Omaha, había una serie de muelles prefabricados de cemento llamados Mulberry. Con ellos se podrían descargar en aguas profundas los equipos y transportes de tropas.

El 5 de junio cerca de cinco mil barcos de todas las clases se hicieron a la mar dispuestos a iniciar el ataque. De ellos, 702 eran buques de guerra que debían cubrir el desembarco de la infantería. Acorazados, cruceros, destructores, lanchones con obuses de 105 milímetros en posición de disparo, se dirigieron a la costa de Normandía para apoyar las primeras oleadas del desembarco. Overlord formó el meollo de la estrategia aliada y de todos los recursos que se le dedicaron; incluso los japoneses pasaron a un segundo lugar. Al ponerse en marcha la operación, cerca de trescientos mil soldados al mando del general Dwight Eisenhower desembarcarían en estas costas —en lugar de en el Paso de Calais donde Hitler esperaba el ataque principal— con el objetivo de acabar con la pesadilla nazi.

De hecho, después de un estudio muy completo, los aliados habían elegido la costa normanda en la bahía del Sena, bien alejada al oeste. Según sus informes, era el espacio más adecuado para poner en tierra una primera oleada de fuerzas lo bastante sólidas para repeler cualquier contraataque inicial.

Los soldados de las fuerzas armadas alemanas que defendían las costas francesas se relajaron debido al tiempo variable. Las olas se desplazaban a más de cuatro nudos bajo el viento. Los anemómetros registraron una velocidad del aire de 24 nudos, la visibilidad era mala. Las condiciones climatológicas para un desembarco distaban mucho de ser las óptimas. Con esa pésima meteorología, ¿quién se atrevería a atacar?

Sin embargo, los alemanes no fueron capaces de pronosticar que venía buen tiempo por el Atlántico, por lo que estaban desprevenidos. Hacía tan malo en la costa francesa que Rommel decidió visitar a su mujer en Berlín para celebrar en familia el día de su cumpleaños. Siete generales y jefes de Estado Mayor de su equipo se marcharon a Reims para asistir a un ejercicio estratégico de spielkrieg (juego de la guerra). Una alerta programada para la noche del 5 de junio fue cancelada. Los alemanes se dejaron engañar por el mal tiempo, pero a pesar de todo, mantuvieron una poderosa fuerza defensiva.

A las doce y cuarto de la noche se lanzaron los primeros planeadores y paracaidistas británicos cerca del puente de Bénouville, a orillas del canal de Caen, y en el Cotentin, cerca de Montebourg, los primeros estadounidenses. A las tres y catorce minutos empezó el bombardeo aéreo, y a las seis menos diez el bombardeo naval. Al alba la marea estaba baja. El tiempo seguía agitado, pero no empeoró. La Hora H, las 06.30, se acercaba.

En la madrugada del día 6 de junio, conforme los transportes se acercaban a la playa de Omaha, los soldados estadounidenses cambiaron los puentes de los barcos por las lanchas de desembarco. Ellos eran los encargados de neutralizar parte de la barrera defensiva alemana para facilitar el desembarco. Los soldados de esa primera oleada, la 1.a y la 29.a divisiones de infantería, maldecían la mar picada y los lanchones en los que iban apiñados. La mezcla de olores, sudor, humedad y diésel hacía enfermar a los hombres que formaban la vanguardia del ataque. Los motores de estos vehículos rugían contra la marea para mantener su posición de desembarco. Los soldados tomaron posiciones en las rampas de desembarco, listos para saltar en cuanto éstas fueran bajadas. A pesar del mareo, la instrucción recibida para el desembarco estaba impresa en sus mentes. La moral era alta. El fuego de la artillería naval aliada les daba la confianza necesaria para alcanzar sus objetivos.

Cuando llegó la Hora H todos los hombres conocían su misión. Se comprobó el funcionamiento de las armas. Los sargentos sabían dónde tenían que llevar a sus soldados. Los oficiales conocían sus órdenes y el mando esperaba que el avance por las playas se desarrollara de acuerdo con lo planeado. La 29.a División de Infantería, junto a ocho compañías de Rangers (fuerzas especiales) estadounidenses, debía asaltar la mitad oeste de la playa. A los veteranos hombres de la 1.a División de Infantería, se les asignó la mitad este. Cada equipo de infantería debía despejar un frente de 45 metros de playa. La ansiedad hacia mella entre los soldados. A las seis y media una línea de barcazas bajó las rampas y los hombres saltaron al agua en tres filas, una a la izquierda, otra al centro y otra a la derecha.

LOS DEFENSORES ALEMANES

En la playa de Omaha, las fuerzas estadounidenses encontraron una resistencia letal y cientos fueron abatidos por el fuego enemigo mientras bajaban de las lanchas de desembarco. Esas primeras oleadas no esperaban el furioso fuego de artillería que diezmó las naves a su llegada a tierra. Cuando los transportes anfibios se adentraban en la playa, la marea hacía que se inundaran. De ellos saltaban frenética e inútilmente los soldados. Diez lanchas de desembarco se perdieron arrastrando al fondo a muchos hombres. Y lo peor: el crítico y fundamental soporte de la artillería amiga nunca llegó a Omaha.

Una barrera infranqueable de artillería y morteros alemanes se levantó en la playa. Los disparos de las ametralladoras pesadas rebotaban contra las lanchas al bajarse las compuertas. La 352.a División alemana se encontraba apostada en la playa y opuso una resistencia tenaz. Los que conseguían salir se encontraban con los campos de minas antipersona sembrados por Rommel. La muerte se enseñoreó en Omaha. Robert Capa fotografió el horror de la invasión, antes de salir huyendo, preso de pánico, en una lancha que evacuaba heridos. La escena está también reflejada en los primeros diez minutos de la película de Steven Spielberg, Salvad al soldado Ryan.

Con ocho kilómetros de longitud —que se extendían desde el este de Sainte-Honorine-des-Pertes hasta el oeste de Vierville-sur-Mer— Omaha, que era un nombre en clave, distaba mucho de ser una playa ideal para el desembarco. Está coronada por una suave elevación del terreno, que se eleva gradualmente hacia el interior a lo largo de casi trescientos metros. A cincuenta metros de altura, los alemanes ocuparon un terreno plano con perfecta visibilidad donde habían colocado sus puestos de defensa. En las cimas habían instalado ocho cañones pesados, 35 cañones antitanques y 85 ametralladoras, además de posiciones fortificadas. En las laderas desplegaron alambradas para evitar el ascenso del enemigo. Junto a esto, la infantería alemana disponía de armas ligeras, granadas y morteros.

Sólo había cuatro caminos que salían de la playa. El ejército aliado pudo identificar unas ramblas que conducían a tres pueblos: Colleville, Saint Laurent y Vierville. Desde allí se extendía toda la Francia ocupada. Para que la invasión tuviera éxito, la playa de Omaha debía ser tomada, razón por la que se le destinaron dos divisiones de desembarco en vez de una como a las demás playas. Se trataba de una posición crítica situada entre la playa de Utah, asignada a los estadounidenses, y la británica de Gold. Omaha se dividió en distintos sectores, denominados por una clave de letras y colores: Charlie, Dog Green, Dog White, Dog Red, Easy Green, Easy Red, Fox Green y Fox Red (C, D Verde, D Blanco, D Rojo, E Verde, E Rojo, F Verde, F Rojo). Las tropas de Estados Unidos se encargarían de tomar la playa entera. El transporte marítimo de estas tropas fue proporcionado por la Armada norteamericana y por la Marina Real británica.

Esta flota, que en las otras playas se acercó hasta seis millas de la orilla para soltar desde esa distancia las barcazas de desembarco, en Omaha no se atrevió a hacerlo más que a doce millas, debido a los cañones de 155 milímetros que se creía (erróneamente) que tenían a tiro sus aguas desde Pointe-du-Hoc, lo que contribuiría a dificultar más la operación.

Cuando llegaron los hombres de la 1.a y la 29.a divisiones, los defensores alemanes estaban alerta. Los artilleros conocían la distancia a la que se encontraban los vehículos de desembarco y un fuego duro y rápido alcanzó a las embarcaciones antes de llegar a tierra. Además, los soldados no encontraron protección en sus zonas de desembarco asignadas y cayeron bajo la acción de un fuego devastador de la artillería nazi. Los disparos desde las alturas batieron todos los sectores con terrible eficacia y los estadounidenses tuvieron que enzarzarse en una terrible lucha por cada centímetro de playa.

Por si fuera poco, los carros de combate anfibios del 741.º Batallón de Carros que debían apoyar a la infantería y romper la línea defensiva alemana, fueron lanzados al agua desde las barcazas demasiado lejos de la orilla, y treinta de los treinta y cinco blindados se hundieron, con lo que la primera oleada de desembarco perdió su principal potencial de fuego.

El humo envolvió a los hombres del 11.º y 7.º batallones de Artillería de Campaña, que se perdieron en las primeras horas del Día D. Fueron de los primeros en llegar. Y de los primeros en morir. Después hubo muchos más. Cuentan quienes sobrevivieron a la tragedia que el agua del mar se tiñó de rojo con la sangre de las víctimas. Desde entonces se la conoce como Bloody Omaha (Omaha la Sangrienta). Una carnicería donde la lista de bajas de la 29.a División siguió aumentando imparablemente durante ocho horas.

Los cañones autopropulsados del 5.º Batallón de Artillería Acorazada fueron bombardeados conforme progresaban las barcazas que los llevaban hacia la playa. Los oficiales cruzaban por los campos minados mientras los exploradores buscaban un camino seguro. La única manera de avanzar era seguir los pasos del hombre precedente: los muertos mostraban el camino hacia el objetivo. Los artilleros, entrenados en dar soporte a la infantería, no tuvieron oportunidad de demostrar sus habilidades. Cuando los vehículos evitaban las minas, el fuego de los morteros les alcanzaba.

El área comprendida entre la falda de la colina y el muro de hormigón estaba minada y protegida también por alambradas. Los pocos tanques anfibios que alcanzaron la costa fueron insuficientes para desmantelar las defensas alemanas. Sin poder contar con el apoyo de vehículos blindados para despejar dichos obstáculos rápidamente, los soldados de infantería quedaron al descubierto ante las defensas germanas. Los hombres que pudieron salvarse nunca supieron cómo lo consiguieron, había muertos por todas partes.

EL CRUENTO DESEMBARCO

En el sector Easy Red, la parte central de Omaha, los cañones alemanes seguían a los vehículos de desembarco a una distancia de cinco mil metros de la costa. Cuando llegó a la playa la lancha número dos de la compañía Able del 116.a Regimiento de Infantería —que navegaba en un total de siete lanchas Higgins—, no había ni embudos de granadas, ni rompeolas ni protección alguna. Según narra Samuel Lyman Atwood Marshall, mayor del ejército estadounidense adscrito a la Sección Histórica, exactamente a las 6.36 horas se bajó la rampa de la lancha número dos y los hombres saltaron al agua, que les llegaba muy por encima de la cintura e incluso más alta que sus cabezas. Golpeada por los morteros, la línea de playa fue barrida inmediatamente por el fuego cruzado de ametralladoras alemanas situadas a ambos lados de la playa. Ochenta hombres murieron, muchos resultaron heridos. Informes posteriores confirmaron que en aquella mañana a las seis y media, hubo igual número de ahogados que pérdidas bajo el fuego enemigo. Incluso los heridos leves murieron ahogados, hundidos por el peso de sus mochilas.

En el sector Charlie, los hombres de las barcazas número uno y cuatro de la compañía Able fueron diezmados por el fuego concentrado de las ametralladoras alemanas situadas en todos los riscos. Unos veinte supervivientes se quedaron alrededor de las lanchas número uno y cuatro agarrándose como podían e intentando mantenerse a flote. Los hombres trataron desesperadamente de llegar a tierra. En un instante, la capacidad combativa de la compañía Able desapareció antes de que ninguno de sus hombres pisara la playa. No tuvieron oportunidad de disparar un solo tiro.

Incluso entre los heridos leves que saltaron en aguas bajas los impactos resultaron fatales y quedaron paralizados por el pánico o el shock que les impedía levantarse, ahogándose entre las olas. Algunos llegaron arrastrándose, exhaustos, hasta la arena. Los alemanes de Omaha, situados en lo alto de los acantilados, podían ver perfectamente a los invasores, que se convirtieron en blancos fáciles para los francotiradores.

En el desastroso desembarco en el sector Dog Green desapareció la barcaza número seis de la compañía Able. Treinta hombres y dos oficiales —el capitán Taylor N. Fellers y el teniente Benjamin R. Kearfoot— componían esta sección. Exactamente lo que le ocurrió a esta embarcación nunca se sabrá. Nadie los vio hundirse. La mitad de sus hombres, ahogados, aparecieron más tarde en la playa; el mar se quedó con el resto. En los diez minutos posteriores a la bajada de las rampas la compañía Able estaba liquidada y todos sus mandos habían muerto.

La séptima barcaza llevaba una sección médica con un oficial y dieciséis hombres. Cuando bajó la rampa, dos ametralladoras concentraron su fuego en ella. Ningún hombre pudo saltar a tiempo. El fuego directo alemán barrió la unidad médica completa. Thomas Breedin, sanitario de la compañía A, viendo la situación de los heridos que flotaban indefensos en el agua y que eran arrastrados por el mar, se quitó todo el equipo y completamente desnudo fue a recogerlos, evitando así que fueran alcanzados por la marea. Breedin recogió del mar a los más necesitados y animó a los más fuertes a que hicieran lo mismo antes de que las aguas se llevaran a los soldados mar adentro. Durante cerca de una hora, a pesar de los disparos de los alemanes, estuvieron arrastrando a los heridos a la orilla. Tiempo después de ese trágico momento, Breedin y dos compañeros más fueron recompensados con la Medalla de Honor, por su completo desprecio hacia su propia seguridad y por su valor.

LA PRIMERA OLEADA

En la primera oleada de la 1.a División de Infantería (llamada Big Red One por su emblema, un número uno rojo) tenían que haber desembarcado nueve compañías, regularmente espaciadas. Cuando llegaron a la playa, las ametralladoras y artillería alemanas lanzaron contra ellos un fuego bien dirigido. Los proyectiles rebotaban contra las rampas de desembarco cuando éstas bajaban. Los hombres de la 1.a División recibieron numerosos impactos y muchos murieron antes de saltar de la embarcación. Los supervivientes vadearon en el agua sin su armamento y equipo. Sólo podían esperar hasta la mañana siguiente para recibir refuerzos y reorganizar su fuerza de combate.

La mar picada desorientó a los contramaestres y unidades especiales de demolición del ejército y de la marina desembarcaron en lugares equivocados. Un fuerte fuego enemigo se cobró un gran tributo de hombres y equipos. De dieciséis excavadoras, sólo tres pudieron entrar en acción. Una de ellas tuvo que ser utilizada por los infantes como refugio contra el fuego enemigo.

Para progresar en terreno firme era necesario abrir zanjas que permitieran el paso de los blindados. Los zapadores no consiguieron llegar hasta las alambradas. Sus jefes, malheridos, no cesaron de dar órdenes para que los soldados las alcanzasen y las cortasen. Pero el fuego enemigo desde las alturas mantenía a raya a los norteamericanos. Si alguien intentaba cortar la alambrada, era alcanzado inmediatamente por un fusil o una ametralladora. Cada metro de terreno estaba sembrado de cadáveres.

Algunos valientes trataron de penetrar la línea defensiva de Rommel, pero al cabo de una hora la mitad de los ingenieros habían muerto o estaban heridos. Las boyas y postes situados para indicar los lugares de desembarco se habían perdido o no estaban en su sitio. Sólo uno de cada seis de estos lugares pudo ser identificado por los vehículos de desembarco. Fue un momento critico.

Esa mañana la marea subió a razón de más de un metro por hora, y cubrió la mayoría de los obstáculos playeros colocados por Rommel. Muchas lanchas de desembarco quedaron destrozadas al chocar con los obstáculos que permanecían ocultos con la subida de la marea. Cualquier intento de retirarlos resultaba imposible. Los equipos de demolición habían logrado despejar algunas franjas de playa, de modo que se formaron ante ellas auténticos embotellamientos de lanchas desembarcando hombres y material.

La niebla, mezclada con el humo y el polvo de las barreras artilleras navales, cubrió las balizas de desembarco. El fuego desde las alturas de la playa de Omaha perseguía a los vehículos anfibios. Los soldados que desembarcaron en lugares erróneos no pudieron encontrar a sus unidades para reorganizarse. El fuego de las ametralladoras alemanas continuaba haciendo estragos. Las pérdidas aumentaron espectacularmente. En algunos momentos, la artillería naval neutralizó a las baterías alemanas. Pero cuando, para no alcanzar a las fuerzas amigas, cesaba su fuego, los alemanes redoblaban su cañoneo.

Después de hora y cuarenta y cinco minutos, seis supervivientes de una lancha del flanco derecho de la compañía Able pudieron llegar hasta el acantilado. Cuatro cayeron agotados por la subida y ya no avanzaron más. Los otros dos soldados se unieron a un grupo del 2.º Batallón de Rangers que estaban atacando Pointe-du-Hoc y lucharon con ellos durante el resto del día. Fueron los dos únicos hombres de la compañía Able que alcanzaron el objetivo de ese terrible Día D.

La compañía Baker, que debía desembarcar veintiséis minutos después que la compañía Able, y a la derecha de la misma para apoyarla y reforzarla, sufrió el mismo destino que las lanchas de la Able, sin poder ayudarla. Los muertos de ambas compañías quedaron mecidos por las olas. «En la playa quedan dos tipos de individuos, los muertos y los que van a morir», comunicó el coronel del 16.º Regimiento de la 1.a División George A. Taylor antes de pedir una urgente retirada.

LA ACTUACIÓN DE LOS RANGERS EN POINTE-DU-HOC

Una hora después del desembarco, a las siete y media, algunos supervivientes de diferentes unidades encontraron refugio contra el fuego alemán en el rompeolas que había debajo de los acantilados. Estaban exhaustos. En esos momentos lo único que les preocupaba era si lograrían sobrevivir aquel día. En el rompeolas de la playa del sector Dog White, se instaló el grupo de mando del general Cota, segundo jefe de la 29.a División de Infantería. Hacia las ocho menos cuarto se unieron al 2.º Batallón de Rangers para atacar Point-du-Hoc. Su misión consistía en escalar los acantilados y silenciar los seis obuses de 155 milímetros que se creía que estaban situados allí: había que evitar que la artillería alemana, enfilada hacia las playas de Omaha y Utah, continuara destruyendo todos los vehículos anfibios.

Desde el mar, los acorazados Texas y Arkansas crearon una barrera de fuego con sus cañones de 30,3 y 35,4 centímetros, forzando a los alemanes a cubrirse. El 2.º Batallón de Rangers —a las órdenes del coronel James E. Rudder— lanzó cohetes desde sus vehículos de desembarco a medida que se iban acercando a la playa. Mientras, los alemanes disparaban con pequeñas armas de fuego y granadas, protegidos por los campos de alambradas, que bordeaban los acantilados, sembrados de minas. Bajo un fuego continuo alemán, los rangers escalaron los acantilados con cuerdas y escalas y, cuando alcanzaron la cima, descubrieron que los emplazamientos de artillería estaban vacíos: no había cañones, los alemanes los habían retirado el día anterior.

El coronel Rudder organizó una línea de defensa para repeler el fuerte ataque alemán. Combatieron durante dos días antes de que una unidad viniera en su ayuda. A pesar de las pérdidas —murieron la mitad de sus hombres— conservaron Pointe-du-Hoc. Seis meses después de esa batalla, al coronel Rudder se le asignó el mando del 109.º Regimiento de Infantería en la batalla de las Ardenas. Al acabar la Segunda Guerra Mundial se convirtió en uno de los soldados más condecorados y, entre sus numerosas medallas, recibió la Cruz de Servicios Distinguidos por su acción y valentía en el Día D.

Mientras en la playa de Omaha los acontecimientos se sucedían de forma adversa para los estadounidenses, en la playa de Utah se cumplieron los objetivos y, en poco tiempo, las tropas desembarcadas enlazaron con unidades de la 82.a División Aerotransportada.

DESTRUIR LAS POSICIONES ENEMIGAS

Durante los primeros momentos de la invasión hubo que resolver tres problemas muy complejos. El primero era poner las tropas en tierra y a salvo pese al intenso fuego de la artillería alemana. El segundo, conseguir que los tanques y la artillería pasasen los obstáculos que evitaban el avance por la playa de Omaha. El tercero era pertrechara los ejércitos desembarcados a través de cabezas de playa por donde desembarcarían las miles de toneladas de gasolina, municiones y alimentos necesarios.

La misión más importante de esa primera oleada consistía en destruir las posiciones enemigas y defender los caminos que conducían desde las playas a las carreteras del interior. Era imperativo alcanzar el rompeolas para protegerse antes de que se pudiera avanzar por los cinco caminos de la playa. Pero los soldados norteamericanos tenían pocas armas pesadas, no contaban con soporte artillero y era poco probable que los carros acudieran a ayudarles.

La lucha por llegar a los pueblos de Vierville, Les Moulins y Saint Laurent se convirtió en un combate exclusivo de la infantería. Con el enemigo dominando las alturas, los hombres del 116.º de Infantería salieron de las playas hacia el este de Les Moulins y combatieron para conquistar los altos. La Compañía B de este regimiento trepó por las laderas del rompeolas protegiéndose tras el humo y encontraron buenas posiciones defensivas. Combatieron contra el fuego de las ametralladoras y de las granadas mientras subían a las cimas. A continuación se atrincheraron y esperaron refuerzos. Tuvieron que vencer una fuerte resistencia enemiga para llegar a Saint Laurent, que era su punto de reunión en la cima de los acantilados de Omaha.

Mientras, la compañía G del 16.º de Infantería pudo establecer fuego de cobertura de morteros y ametralladoras ligeras en la cabeza de playa, lo que permitió que se abrieran brechas entre las alambradas, más allá de los terraplenes defensivos. Dos grupos cruzaron a campo abierto y empezaron a subir por las laderas defendidas por el enemigo. La infantería comenzó un ataque a pocos metros de allí, cruzando con cuidado los campos de minas.

Los acantilados eran un laberinto de trincheras y casamatas enemigas. Los alemanes que los defendían fueron cogidos por sorpresa. La artillería naval aliada machacó sus posiciones. Combatieron durante dos horas en una batalla perdida contra los hombres del 16.º Regimiento, hasta que la mayoría pereció y acabaron rindiéndose.

EL VALOR EN EL COMBATE

A las nueve de la mañana, el 3.er Batallón del 16.º de Infantería realizó un asalto directo bajo la cobertura de la artillería naval y de los carros de combate contra las fortificaciones alemanas que defendían la entrada de Colleville. Lograron su objetivo sin demasiadas bajas. Una hora después, unidades de infantería comenzaron a desembarcar en áreas protegidas. Las alturas seguían bajo control alemán. Los soldados norteamericanos continuaban pegados a terraplenes protectores y atrincherados tras vehículos destrozados. Los tanques destruidos se acumulaban en la playa de Omaha.

A las diez y media, el LCT (barco de desembarco de tanques) número 30 y el LCI (barco de desembarco de infantería) número 544 se dirigieron con sus motores rugiendo contra los obstáculos de las playas de Colleville. Disparaban con todas sus armas contra las fortificaciones enemigas y arrollaron las defensas playeras. Su fuego continuado dio soporte al avance de la infantería.

Dos destructores se aproximaron a mil metros del área de Les Moulins para dar soporte adicional de artillería y comenzó un duelo entre los obuses alemanes y sus cañones de 12,65 centímetros. Cubiertos por el fuego naval, los ingenieros de los batallones 37.º y 146.º excavaron dos trincheras en las dunas a ambos lados de la salida de Saint Laurent. Al fin pudieron neutralizar las zanjas contra tanques y despejaron los campos de minas que protegían los accesos a los acantilados.

Algunos soldados dispersos de los que habían alcanzado la cima de los acantilados tenían problemas en cumplir el plan asignado. Su objetivo era reunirse en determinados puntos y reorganizarse. Los alemanes atacaban constantemente desde los setos. Los invasores no podían penetrar porque les faltaban carros y el soporte de las armas pesadas. Durante horas fueron retenidas varias compañías bajo el fuego de las ametralladoras alemanas. Comenzaron los primeros combates cuerpo a cuerpo en el camino hacia Vierville.

Las fortificaciones germanas fueron silenciadas por el fuego de las armas pesadas de un batallón anticarro. En poco más de una hora se produjeron mejoras sustanciales que permitieron a los refuerzos desembarcar con seguridad. El bombardeo de la artillería terrestre y naval permitieron al fin abrir el camino, los vehículos comenzaron a dirigirse tierra adentro.

Las carreteras hacia Vierville y Saint Laurent habían sido tomadas por el 116.º Regimiento junto con el 5.º Batallón de Rangers. Su objetivo era unirse y reforzar a los rangers de Pointe-du-Hoc, que estaban sitiados. Pero fueron detenidos por fuerzas alemanas escondidas entre los setos. Incapaces de avanzar, los rangers y los hombres del 116.º Regimiento se vieron forzados a retirarse a Vierville, que había sido tomado después de una dura lucha. Poco después, por segunda vez, estas fuerzas combinadas trataron de llegar a Pointe-du-Hoc; pero cuando supieron que tropas alemanas se dirigían a la playa de Omaha, se retiraron para defender la importante carretera de Vierville. Y los rangers de Pointe-du-Hoc tuvieron que seguir esperando la llegada de refuerzos.

Ocho horas después del primer desembarco, el éxito de la operación era todavía dudoso y el general Omar Bradley, comandante en jefe del I Ejército norteamericano, es decir, de todas las fuerzas terrestres americanas destinadas a la invasión, a bordo del crucero USS Augusta, sopesó seriamente la posibilidad de retirar sus tropas de la playa de Omaha, para llevarlas a la de Utah, ya que la resistencia alemana continuaba causando numerosos muertos y heridos. Los vehículos averiados y los obstáculos de la playa representaban la única protección de los soldados contra los francotiradores y los puestos de ametralladoras. Pero el coraje de unos pocos hombres cambió el desenlace. Nadie sabe qué es lo que les infundió el valor necesario, pero de pronto los soldados arrollaron las líneas alemanas y abrieron brechas en las barreras. Bajo un intensísimo fuego, alcanzaron el terreno alto. Nunca se conocerá a todos los héroes de aquel día, pero muchos de ellos quedaron sin vida en la arena.

Entre los numerosos testimonios de los supervivientes se cuenta que el coronel George A. Taylor, jefe del 16.º Regimiento, de la 1.a División, recobró a los paralizados infantes diciendo que todos los que se quedaran en la playa morirían. «Ahora vámonos de aquí», dijo, y se internó tierra adentro seguido por unos pocos valientes. Entonces, como por un mágico impulso, empezaron a seguirle más y más grupos, y luego pelotones y compañías enteras. Al anochecer del siguiente día, todas esas tropas estaban atrincheradas fuera de la playa. Desde entonces, Taylor es una de las heroicas figuras en la historia del Día D, uno de los inmortales de Omaha que, por su iniciativa, salvó el desembarco del total estancamiento y desastre.

Hacia la caída de la noche fueron barridas las posiciones defensivas alemanas. La invasión se adentró dos kilómetros tierra adentro. Los refuerzos comenzaron a llegar en cantidad a la playa de Omaha. Aunque no se lograron todos los objetivos previstos y se había conquistado menos terreno del esperado, se consiguió instalar sólidas cabezas de playa, por las que días después desembarcarían 250 000 hombres y 50 000 vehículos. Los aliados habían ganado, pero Rommel tenía razón: si hubiera estado él allí el primer día de la invasión, y si le hubieran dado los refuerzos que había pedido, podía haber derrotado a los americanos en Omaha y quizá en el resto de las playas.

Unos dos mil hombres murieron, fueron heridos o dados por perdidos sólo en la playa de Omaha. En la playa de Utah, la lucha no fue tan encarnizada, porque el grupo que llegó en la primera oleada se desvió un kilómetro al sur de donde debían desembarcar y llegó al lugar donde las defensas del enemigo estaban menos concentradas; se registraron 197 bajas estadounidenses, las más leves de la Operación Overlord. En conjunto, los americanos sufrieron el Día D 6603 bajas, incluyendo 1465 muertos y 1928 desaparecidos, que también podían darse por fallecidos. Los canadienses tuvieron 946 bajas y los británicos entre 2000 y 2500.

Estos soldados tuvieron una vida muy corta, pero el espíritu de sus almas se eleva sobre sus tumbas. En Colleville-sur-Mer, sobre la playa, se alza el cementerio norteamericano, donde 9386 cruces latinas y estrellas de David de mármol blanco recuerdan, en medio de un cuidado césped y rodeadas de pinos, el doloroso tributo pagado por la victoria en la batalla de Normandía. Aquí sus nombres y vidas estarán siempre presentes. En la pared de un monumento están escritos los 1557 nombres de los soldados que nunca fueron encontrados. Esta tierra es su lugar final de descanso, donde reposan con la paz y justicia que estos soldados de Normandía sellaron con su sangre.

«Todos los países deben ser libres, las espadas deben trocarse en arados y las lanzas en podaderas. La paz debe de ser el baluarte de las naciones y la justicia la fortaleza de todos los pueblos. La tierra deberá estar henchida del conocimiento del bien, aunque las aguas cubran el mar». Ésta es la callada plegaria de los valientes de Normandía que nunca debería ser olvidada.