Fecha: De febrero a diciembre de 1916.
Fuerzas en liza: Alemanes contra franceses.
Personajes protagonistas: Kronprinz Guillermo y los generales Erich von Falkenhayn y Erich Ludendorff y el mariscal Paul von Hindenburg. El mariscal Joseph Joffre, comandante en jefe del ejército francés y los generales Henri-Philippe Pétain y Robert Nivelle.
Momentos clave: Batalla en el bosque de Caures y muerte del coronel Driant; la toma de Fort Douaumont y la agonía de Fort Vaux. La batalla del Somme.
Nuevas tácticas militares: Utilización de nuevas armas químicas y del lanzallamas. Confirmación, por primera vez, del carácter decisivo de la coordinación artillería-infantería-aviación.
La obsesión de un general prusiano por derrotar al enemigo con una calculada campaña de desgaste produjo una de las más brutales y cruentas confrontaciones en la historia militar. De febrero a diciembre de 1916, la pequeña ciudad francesa de Verdún se convirtió en el lugar más bombardeado de la tierra. Nunca en la historia de los conflictos humanos una batalla supuso semejante aniquilación humana: cerca de medio millón de soldados franceses y alemanes murieron en el fango de las trincheras en la batalla más larga de la Primera Guerra Mundial. Y el objetivo no fue conquistar terreno al enemigo, sino sencillamente aniquilarle. Verdún se convirtió en el símbolo de la resistencia bajo el grito de «No pasarán», que después se repetiría en otras contiendas, como en la Guerra Civil española, y marcó el destino de una nación.
En febrero de 1916 el general alemán Erich von Falkenhayn, jefe del Estado Mayor imperial como sucesor de Moltke después del revés sufrido por las armas alemanas en el Mame, inició una batalla extraordinaria. Su objetivo no fue romper las líneas enemigas, ni ganar terreno, sino matar franceses con más rapidez y eficacia de las que éstos pudieran emplear en eliminar a los alemanes. Para Von Falkenhayn el coste humano no importaba. La estrategia consistía en lanzar un gran ataque sobre Verdún, concentrando todo el fuego de sus baterías de artillería para que los franceses trasladaran allí a sus tropas y derrotarlas por la superioridad numérica.
Las incesantes descargas de artillería hicieron de Verdún un verdadero infierno: sólo en los cuatro primeros meses de batalla la artillería de ambos bandos disparó veinticuatro millones de proyectiles en una zona que no superaba los cien kilómetros cuadrados. Como pasó en Hamburgo o en Berlín durante la Segunda Guerra Mundial, tras años de bombardeos aéreos de los aliados, Verdún en 1916 quedó completamente destruida. Pero esta distracción no fue el resultado de la acción de aviones, como en 1945, sino causada por proyectiles de artillería, cada uno de ellos cargados a mano y disparado por los soldados alemanes, a veces desde cuarenta kilómetros de distancia.
El heroísmo de los combatientes de ambos bandos es memorable. Durante diez meses, día y noche, estuvieron muy cerca de la muerte. El efecto que produjo en ambos bandos la ferocidad y crueldad de la lucha, el coste humano y material que pagaron fue tal que afectó muy seriamente a su capacidad combativa durante el resto de la guerra. Así, lo que ocurrió en la Primera Guerra Mundial estuvo marcado por lo que pasó en Verdún. Casi un siglo después para muchos franceses Verdún todavía es un símbolo de resistencia.
Otra de las consecuencias de la mayor batalla que tuvieron que afrontar los franceses fue que llevó a la más sangrienta confrontación en la historia militar británica: la batalla del Somme, que se inició en julio de 1916 y fue aún más feroz que la de Verdún. Para la mayoría de los historiadores militares es imposible entender esta batalla sin estudiar la otra. Verdún condujo inexorablemente a cientos de miles de víctimas británicas en el frente occidental, a lo largo del Somme, mientras miles de soldados alemanes estaban atrapados en las trincheras de Verdún.
Pero ¿por qué este torbellino de destrucción se desencadenó en una pequeña y encantadora ciudad como Verdún?
EL SÍMBOLO GALO Y LA TRAMPA ALEMANA
Verdún era una pequeña ciudad de sólo veintidós mil habitantes, y poco más ahora. Situada en el noreste de Francia, cerca de la frontera alemana, pertenece al departamento de Meuse, en la región de Lorena, y ocupa una posición vital sobre unas colinas desde las que se domina el río Mosa. Desde ahí se controlan todas las comunicaciones desde Metz hasta Reims y París, situada a 257 kilómetros al oeste.
Antes de 1916, Verdún ya había tenido cierto protagonismo histórico. En el año 843, los tres hijos de Luis I el Piadoso, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, dividieron el Imperio de Carlomagno mediante el tratado de Verdún, que incorporó la ciudad al reino de Germania. Ese tratado dio origen a las dos naciones que se iban a enfrentar en 1914. En 1552 Enrique II incorporó la ciudad a Francia. Desde entonces pasó de unas a otras manos en varias ocasiones. De nuevo fue capturada por los prusianos en 1792 y en 1871, durante la guerra franco-prusiana, enfrentamiento que tuvo por consecuencia la creación de un nuevo Imperio germánico que incluía los territorios de Alsacia y Lorena; Francia tuvo que pagar una enorme cantidad en concepto de reparaciones de guerra para recuperar Verdún en 1873.
En 1916 todas las esperanzas de una rápida victoria de Alemania y sus aliados se habían visto defraudadas. En 1914, al inicio de la Primera Guerra Mundial, los ejércitos alemanes habían avanzado a través de gran parte de Bélgica y Francia. Joseph Joffre, el comandante en jefe del ejército francés, desplegó tropas para hacer frente a los alemanes que venían de Bélgica, pero le resultó imposible detenerlos hasta que llegaron al Mame. Allí se produjo lo que algunos llaman el milagro del Marne, la detención de los alemanes cuando ya amenazaban París. Tampoco tuvo éxito el intento de invasión por el sur de la línea del frente dirigido por el príncipe heredero de Baviera, Rupprecht.
Dos años después del comienzo de la Gran Guerra, el frente occidental llevaba estancado doce meses en una guerra de trincheras. El káiser Guillermo II esperaba haber llegado a París mucho antes; la derrota en la batalla del Marne pospuso este deseo. Von Falkenhayn, su jefe de Estado Mayor, necesitaba renovar la presión sobre el frente francés, romperlo definitivamente. Pero ¿dónde?, y ¿cómo?
La respuesta fue Verdún. A inicios de 1916, el área fortificada de Verdún formaba un saliente en la zona alemana dentro de la Francia ocupada. Von Falkenhayn decidió librar una batalla de desgaste, una matanza en gran escala. Su objetivo, dijo, era convertirla en «el yunque sobre el que la población de Francia va a ser machacada hasta la muerte», en palabras de Winston Churchill. Pero ¿por qué Verdún? Porque esta ciudad, tan estrechamente vinculada al recuerdo de Carlomagno —figura reivindicada por Francia y por Alemania—, en ningún caso sería abandonada por los franceses.
Según explica el historiador militar, miembro de la Comisión Británica para la Historia Militar, el mayor Gordon Corrigan, «Falkenhayn sabía que si se planteaba una amenaza a Verdún, algo casi místico, de significado religioso, haría que los franceses la defendieran pasase lo que pasase. Y para defenderla necesitarían más y más tropas. Así que era bastante con que se mantuviera la presión. Consciente de esta situación, Falkenhayn esperaba simplemente eliminar allí a tantos soldados franceses como fuera posible».
Verdún era un símbolo pero también iba a ser el cebo de una gigantesca trampa. Von Falkenhayn calculó que contra su superioridad artillera habría miles de defensores. Su cálculo fue escalofriante: lograría cinco franceses muertos por cada dos alemanes. No tenía dudas: machacaría a la infantería francesa, que el mando sacrificaría sin vacilaciones para evitar la caída de Verdún. Desangraría al ejército galo, que tan pródigo de la vida de sus hombres se había mostrado ya en 1914 y 1915.
Pero había otro motivo. Von Falkenhayn creía que la guerra sólo podía decidirse en el oeste y que convenía hacerlo antes de que los reclutas británicos nutrieran el frente occidental con varios centenares de miles de hombres. Era necesario vencer a Francia antes del verano de 1916, sobre todo porque el bloqueo marítimo impuesto por la flota británica empezaba a dejar sentir sus efectos en Alemania. Al llevar al colapso al ejército francés se comprometería seriamente a sus aliados británicos y rusos.
La misión se conoció con el nombre clave Operación Gericht (Operación Justicia). Verdún iba a ser la decisiva «prueba de fuerza». El príncipe heredero Guillermo, hijo mayor del káiser, tendría el mando supremo durante el ataque principal; había sufrido serios reveses militares en el Marne y en Argonne, por lo que necesitaba una victoria contundente para lavar su imagen.
LA VULNERABILIDAD DE LOS FUERTES DEL FRENTE OCCIDENTAL
Ya desde la época de los romanos Verdún era una ciudad fortificada, pero a partir del siglo XVII sus defensas aumentaron notablemente. Después de la guerra franco-prusiana, cuando la ciudad volvió a manos francesas, se construyó un anillo de fuertes situado a tres y diez kilómetros alrededor de la ciudad fronteriza. Se dice que en 1916 era la posición fortificada más sólida y fuerte del mundo entero.
Dentro del saliente de Verdún había diecinueve fuertes en forma de «punta de flecha», diez fuertes pequeños, junto con miles de corredores y refugios subterráneos, además del recinto amurallado de la ciudad. En la margen derecha del río Mosa los fuertes estaban dispuestos en tres círculos, uno exterior y dos interiores. El primero incluía los fuertes de Maoulanville, Vaux y Douaumont; el segundo, Tavannes y Souville, y en el centro, en las alturas que dominaban Verdún, Belrupt, Saint-Michelle y Belleville.
Cada fuerte había sido situado de tal forma que su artillería podía hostigar al enemigo que se atreviese a aproximase al fuerte vecino, además de repeler ataques en todas las direcciones. Contaba con piezas de 155 mm y de 75 mm (los cañones soixante-quinze, orgullo de la industria bélica francesa), todas en cúpulas giratorias de acero blindado y estaban suplementados por torretas armadas con ametralladoras. Los fuertes eran prácticamente invulnerables salvo por un impacto directo de la artillería pesada. Además, estaban reforzados por una línea de trincheras en los cerros con un radio de 3 y 4,8 km.
En la actualidad todavía se pueden ver las huellas de la batalla en Fort Douaumont —la fortificación más grande de todas— y en su cementerio, que contiene los restos no identificados de cerca de 130 000 soldados, franceses y alemanes, muertos en los diez meses de batalla. Elevado por encima del valle, el punto más alto dentro de un radio de treinta kilómetros está a 1300 metros sobre el nivel del mar. Desde el exterior apenas se percibe lo grande y poderosa que fue esta fortaleza, cubierta con una especie de techo de hierba que cubre una capa de hormigón debajo de una de arena y otra de piedra.
La construcción comenzó en 1885 y duró hasta 1913, con un coste de seis millones de francos oro (unos 265 millones de euros de hoy), suma suficiente para pagar los salarios de treinta mil soldados franceses durante un año. Con una superficie total de 30 000 metros cuadrados y, aproximadamente, 400 metros de longitud, se edificaron dos niveles subterráneos de acero protegidos por un techo de hormigón armado de doce metros de espesor. Todo diseñado para resistir un bombardeo de largo alcance del enemigo con artillería de campaña o de sitio. Fort Douaumont se convirtió en orgullo nacional.
El interior de Douaumont era como una pequeña ciudad, con un laberinto de galerías de piedra que conduelan a los búnkeres donde estaban las habitaciones para una guarnición de cerca de quinientos soldados, además de almacenes de alimentos y municiones. Las defensas exteriores de la fortaleza eran esencialmente un anillo exterior de alambre de púas en cuyo interior había una profunda zanja.
La invasión alemana de Bélgica en 1914 obligó a los planificadores militares franceses a replantearse la utilidad de las fortificaciones en la guerra moderna. Bélgica tenía fuertes muy similares que fueron rápidamente destruidos por la artillería alemana. Convencidos de su ineficacia, en agosto de 1915 se tomó la decisión de reducir la guarnición de Douaumont a un pelotón de territoriales —es decir, hombres que ya habían terminado su servicio militar y que eran movilizados para desempeñar trabajos auxiliares— que se encargaban del cuidado de depósitos de municiones y víveres. Además, excepto los cañones de 155 mm y unas trescientas piezas del calibre 75, su artillería pasó a reforzar la de las unidades de campaña.
Así pues, muchas piezas artilleras de todos los fuertes fueron desmanteladas y diseminadas a lo largo del frente occidental. La medida fue tomada debido a la inferioridad en cañones pesados y piezas de tiro curvo de los franceses, pero dejaría estratégicamente el saliente de Verdún a merced de la artillería alemana desde tres flancos. En realidad, si la verdadera intención de Von Falkenhayn hubiera sido la conquista de la plaza, Verdún estaba a su disposición desde el primer día de la ofensiva.
A pesar de su posición clave y de los informes de la inteligencia civil y militar que advertían de un masivo ataque alemán en la zona, Verdún había estado relativamente tranquila durante los dos años primeros de guerra. La vida dentro de las trincheras era mucho más segura y más cómoda que en la zanja fangosa más al norte, en el frente de Flandes. Sin embargo, varios oficiales galos habían dado la voz de alerta, manifestando su temor de que este enclave pudiera convertirse en un punto débil ya que los medios humanos y de material eran insuficientes para repeler un ataque a gran escala.
Lo cierto es que el escaso número de efectivos formaba una única y delgada línea de trincheras al norte y al este de las fortificaciones principales. Sin embargo, no había una verdadera «segunda línea», sino tan sólo una serie de puestos de avanzada y puntos fortificados aislados y mal conectados. Además, los franceses tenían escasos hombres para vigilar los densos bosques que había delante de la posición, lo que permitió que los alemanes se movieran y se reforzaran sin ser prácticamente detectados.
EL PAPEL VITAL DEL FERROCARRIL
Para los alemanes, que desconocían la vulnerabilidad de Verdún, el elemento sorpresa era fundamental para el triunfo de la operación. No era fácil ocultar la gran cantidad de armas y municiones que se necesitaba movilizar. Era preciso transportar por ferrocarril más de 850 piezas de artillería, incluidas las armas de asedio. Simplemente para las fases iniciales del bombardeo, las fábricas de municiones habían conseguido producir unos dos millones y medio de proyectiles de artillería. La gran mayoría de los cañones, obuses y morteros eran de gran calibre, algunos incluso de más de una tonelada de peso. Para poder trasladar este armamento a primera línea, se necesitarían además de gran cantidad de soldados, mil trescientos vagones de tren.
Un factor clave en la elección del objetivo fue la excelente red de ferrocarriles alemana en esta zona. La gran superioridad germana era también de índole logística: el sector alemán de Verdún contaba con catorce líneas férreas (diez de ellas construidas por Von Falkenhayn para su ofensiva), más una completa red de carreteras. Sin embargo, el saliente francés sólo disponía de una carretera de siete metros de anchura y de un ferrocarril local de vía estrecha, «le Meusien». De los dos ferrocarriles de ancho normal que llegaban a Verdún desde la retaguardia francesa, uno estaba cortado por el saliente de Saint-Michel y el otro había sido destruido por los cañones alemanes.
Sólo para iniciar la batalla, los alemanes concentraron, en un área de doce kilómetros de frente por doce de profundidad, más de un millar de morteros y cañones, con predominio de calibres pesados (hasta 380 y 420 mm) con una amplia dotación de municiones, tres mil proyectiles por batería, además de cemento, alambre de púas, madera… y ochenta batallones con los correspondientes parques de municiones, servicios sanitarios y víveres. Para almacenar las reservas alemanas de primera línea, fueron excavados numerosos Stollen, refugios subterráneos de gran capacidad, a diez y hasta a quince metros de profundidad.
Otra de las iniciativas alemanas de gran valor estratégico fue concentrar un gran número de aviones de combate en la zona. Su misión sería cubrir el avance de la infantería mediante la destrucción de aviones de reconocimiento enemigos, además de la exploración del terreno para situar trincheras o piezas de artillería.
Pese a las precauciones y el sigilo de los alemanes para ocultar sus preparativos, era imposible que tal acumulación de hombres y material pasara inadvertida a los franceses. «Los franceses interpretaron mal los indicios de lo que estaba sucediendo. Fallaron en lo que ahora llamamos señales de inteligencia. Además, el cuartel general francés creyó que todas esas señales eran una prueba de que los alemanes reforzaban sus defensas en el sector. De hecho, la primera advertencia de que los alemanes iban a atacar en Verdún fue la que recibió el agregado naval de la embajada británica en un cóctel en Oslo», señala el historiador militar Gordon Corrigan.
Es más, el mariscal Joffre recibió advertencias de diplomáticos destinados en Suiza y Dinamarca a finales de enero, aunque desdeñó su importancia porque él no le daba valor estratégico al enclave de Verdún y creyó que los alemanes tampoco. De esta forma, los generales a cargo del Estado Mayor, con Joffre a la cabeza, no quisieron ver los movimientos alemanes y despreciaron cualquier información sobre el ataque.
Así, por muy increíble que parezca, la guarnición de Verdún no tuvo ni idea de la tormenta que iba a estallar. Fue admirable la forma en que los alemanes lograron la casi completa sorpresa táctica. Todo había sido meticulosamente planeado. La primera fase requería que entraran en combate 72 batallones de ataque, unos 72 000 hombres, que fueron infiltrados por la noche y alojados en más de cien búnkeres Stollen construidos en el bosque.
Con esta enorme fuerza ya preparada para atacar, los alemanes se enfrentaron a un problema de última hora. El tiempo empeoró a principios de febrero. De hecho, la fecha de inicio de la Operación Gericht tuvo que ser aplazada en tres ocasiones a causa de las condiciones meteorológicas. La buena visibilidad era fundamental para la actuación de la artillería, que en 1916 se dirigía en gran medida a ojo. Era imprescindible contar con el cielo despejado y buena visibilidad.
LA RESISTENCIA DE LA INFANTERÍA FRANCESA
Finalmente, el lunes 21 de febrero de 1916, la visibilidad fue buena y llegó el momento de atacar. Alrededor de 1600 piezas de artillería comenzaron a las 7.12 horas un bombardeo, que se alargó durante más de nueve horas ininterrumpidas. El primero de los muchos millones de proyectiles que iban a caer en los siguientes meses alcanzó la catedral. Probablemente fue un disparo destinado a uno de los puentes que erró su objetivo. El siguiente fue a caer en la estación de ferrocarril.
A quince kilómetros al norte de la ciudad de Verdún el bombardeo de artillería fue absolutamente aterrador. Una auténtica lluvia de proyectiles de gran calibre y gases tóxicos se cernió sobre el sector. Hasta ese momento, no se había visto un ataque artillero de semejante intensidad y magnitud. Los alemanes lo llamaron trommelfeur o fuego de tambor, un obús tras otro cayeron en picado y explosionaron en el aire. La metralla se esparció en todas direcciones.
En las trincheras los franceses se acurrucaban intentando protegerse contra los devastadores proyectiles. En los bosques cercanos cada árbol se convirtió en una cerilla ardiendo debido al bombardeo. Los franceses retrocedieron a posiciones más seguras. Una vez que la barrera fue levantada, a las cuatro de la tarde, comenzó el asalto de las tropas alemanes. La cortina artillera alemana y las tropas de choque continuaron avanzando intensificando el asalto, sin tener en cuenta el enorme número de bajas, en treinta kilómetros de frente.
De la zona batida se alzaba una enorme nube de humo y polvo que impidió la intervención de lo que quedaba de la artillería francesa por falta de visibilidad. La infantería gala tuvo que soportar sola, sin apoyo artillero, el choque inicial. Nueve horas llevaban sufriendo un martilleo constante de proyectiles y los pocos supervivientes todavía estaban dispuestos a luchar…
La infantería alemana salió de sus posiciones. A la cabeza marchaban hombres con depósitos a la espalda con combustible para alimentar los lanzallamas. Un ataque de lanzallamas sobre la 51.a División francesa hizo estragos. El desorden cundió en el frente. Nadie podría detener aquella oleada de infantería. Los alemanes, muchísimo más numerosos, se infiltraban entre los huecos de la quebrantada línea francesa, encontrando parapetos formados por cadáveres y una repugnante masa de barro, sangre y cuerpos destrozados.
Las bajas francesas fueron enormes: algunos batallones franceses fueron literalmente eliminados. Una de las historias más conocidas de esas primeras horas de combate tuvo lugar en el bosque de Caures, en la zona central del frente de Verdún, protagonizada por Émile Driant.
El teniente coronel Driant tenía algo de Winston Churchill, ambos medio políticos y medio militares, además de escritores populares. Fue elegido diputado por la ciudad de Nancy en el Parlamento francés, pero con el estallido de la guerra, y con casi sesenta años de edad, volvió a filas. Él fue uno de los oficiales, como otros tantos entonces, que se quejó de la precariedad de las defensas francesas en Verdún. Como miembro de la Cámara de Diputados francesa, Driant escribió a sus colegas para advertirles del peligro al que se enfrentaba Francia si, como él predecía, los alemanes atacaban Verdún, lo cual enfureció al estamento militar y al comandante en jefe Joseph Joffre, quien montó en cólera ante lo que consideró un acto de insubordinación de un oficial bajo su mando. Las advertencias de Driant lamentablemente se confirmaron.
En el bosque de Caures, los trescientos cazadores alpinos del coronel Driant, supervivientes de una semibrigada de casi mil cuatrocientos hombres, lucharon toda la noche, cuerpo a cuerpo frente a los diez mil soldados de las tropas de asalto de la 21.a División alemana. La artillería alemana disparó durante toda la noche; sin embargo cuando amaneció el día 22, los alemanes sólo habían ocupado el bosque de Haumont; en todos los demás puntos atacados proseguía la resistencia.
Driant conservó la posición y cuando fue a ayudar a uno de sus hombres heridos una bala de una ametralladora le golpeó en la frente y lo mató al instante. Su actuación sirvió en parte para entorpecer el ataque alemán, pero sobre todo su historia de valentía y resistencia inspiró al resto del ejército. «La infantería supo entonces que sólo tenía una responsabilidad: morir como lo habían hecho Driant y sus hombres […] el mecanismo del sacrificio estaba en marcha», escribe el historiador francés Pierre Miquel. El efecto moral fue inmenso. Su muerte heroica en combate lo encumbró como uno de los héroes franceses de la Primera Guerra Mundial.
El segundo día de batalla, los supervivientes franceses estaban dispuestos a empuñar el fusil, a desenterrar la ametralladora cubierta de tierra por los obuses y a agruparse en centros de resistencia para hacer frente a la infantería enemiga, logrando frenar a la apisonadora germana. El tercer día, el 24 de febrero, los alemanes sólo se habían adentrado tres kilómetros en las líneas francesas.
CAE LA FORTALEZA «MÁS SÓLIDA Y FUERTE DEL MUNDO»
El frente alemán de Verdún estaba ocupado por el V Ejército, a las órdenes, desde agosto de 1914, del príncipe heredero Guillermo. El mayor de los cinco hijos del káiser, el Kronprinz (príncipe de la corona, título del heredero en las monarquías germánicas), Guillermo tenía treinta y tres años y no parecía muy militar. Por su aspecto durante la guerra, le apodaron «Pequeño Willie» y era blanco predilecto de los caricaturistas aliados por su figura desgarbada, su aire altanero y su afición a vestir el uniforme de los húsares de la Muerte. A la vista de cómo se desarrolló la batalla, la intuición de Guillermo resultó más acertada que la opinión de algunos de los más altos comandantes.
La conquista de Verdún no era un objetivo en sí, aunque algunos comandantes lo creyesen. Entre los mandos que lo creían estaba el príncipe heredero. «Se dio cuenta de que para los soldados era muy difícil atacar y poner en peligro sus vidas y para no capturar el objetivo. Así que en las órdenes a su ejército hablaba de la captura de Verdún. Por supuesto, el punto de vista de Falkenhayn era el contrario: si no tomaba Verdún el conjunto de la operación absorbería más y más tropas francesas. Por lo tanto, desde el principio hubo una dicotomía entre los dos. Por un lado, el hombre que en realidad tenía que hacer el trabajo y, por el otro, el planificador del Estado Mayor que no quería que Verdún fuera capturada», explica el historiador militar británico Gordon Corrigan.
Lo cierto es que a primeros de 1916 comenzaron las veladas acusaciones y los conflictos entre Von Falkenhayn y otros dos miembros del alto mando alemán, el general Von Hindemburg y su jefe de Estado Mayor, Ludendorff, centrados sobre todo en el traslado de recursos del frente del este al oeste, exigido por Falkenhayn. Los generales opuestos al plan eran partidarios de desviar más recursos al frente ruso para rematar y aniquilar al extenuado ejército ruso y librar así a Alemania de un frente para, después, destinar todos los efectivos del este hacia el frente occidental. Para Von Hindenburg y Ludendorff los riesgos de la Operación Gericht eran evidentes. Sin embargo, Falkenhayn ganó en la confrontación apelando al golpe de efecto contra los aliados europeos que supondría tener dos frentes abiertos.
Las disputas en el alto mando alemán, de cualquier forma, fueron de poca trascendencia para las tropas francesas que luchaban por su vida y para contener el avance del enemigo. Los ciudadanos comenzaban a estar desesperados por escapar de Verdún a medida que los alemanes avanzaban hacia el anillo de fortalezas protectoras de la ciudad. El día 23 a las seis de la tarde se procedió a la evacuación de la población civil de la ciudad, un indicio del agravamiento de la situación.
Henri-Philippe Pétain era el comandante en jefe de las tropas francesas. El general, que había sido oficial de infantería, entendía el valor del fuego de artillería; «La potencia de fuego mata» fue una de sus frases más populares. De inteligencia muy lúcida y precisa, de método riguroso y de un sentido estratégico y táctico muy bueno, parecía una buena elección para la gestión de una batalla prolongada. Su cometido era claro: resistir a toda costa. No habría evacuación en ningún caso.
El 25 de febrero de 1916 recibió el mando de los ejércitos de Verdún en sustitución del general Herry y sus refuerzos llegaron por la noche desde París a Souilly, donde se instaló en la sede del ayuntamiento. El primer día de su nombramiento, el hasta ese momento desconocido general se enfrentó a un acontecimiento que elevó esta batalla a un asunto de importancia nacional para Francia, provocado por algo casi absurdo en Fort Douaumont.
En los primeros asaltos, la fortaleza había sido golpeada varias veces, pero seguía siendo un importante obstáculo. Tras el traslado de las armas pesadas de los fuertes en agosto de 1915, cuando comenzó el ataque alemán, Douaumont que había sido el fuerte más imbatible en el mundo, ya no lo era; no era más que una pila de hormigón con algunas armas de fuego no demasiado efectivas.
Lo que los alemanes no sabían era que, en vez de disponer de la regular guarnición de quinientos hombres, en Douaumont sólo había 58 reservistas bajo el mando del brigada Chenot y ninguna pieza de artillería operativa. Ese día se había ordenado al 24.º Regimiento de Brandeburgo que avanzara hasta el fuerte. Como era habitual iba por delante un pelotón de zapadores al mando del sargento Kunze, cuya tarea consistía en acompañar a las tropas de avanzada para quitar el alambre de púas y otros obstáculos.
El sargento Kunze y sus hombres se deslizaron hasta cerca de la fortaleza camuflados para pasar inadvertidos. Al llegar junto al foso que rodeaba el fuerte, el sargento ordenó a sus nueve hombres que formaran una pirámide humana para que él pudiera trepar hasta una tronera. Kunze subió y, acompañado por dos de sus hombres, se introdujo en Fort Douaumont por un corredor desguarnecido. Exploró los largos túneles del interior del fuerte hasta que se topó con cuatro artilleros franceses encargados del cañón de 155 mm. Los hizo prisioneros, pero se extravió y perdió contacto con sus compañeros en el exterior. Al poco, un obús alcanzó el fuerte. Kunze cerró la pesada puerta del búnker y la trabó desde el exterior. La llegada de tres oficiales alemanes, Radtke, Haupt y Von Bradis con unos noventa hombres, sirvió para completar la labor de Kunze. La aturdida guarnición de 58 reservistas se rindió, con lo que el fuerte se capturó intacto.
La fortaleza más poderosa de todo el territorio francés fue capturada sin disparar un solo tiro. Fue un tremendo golpe psicológico para la moral francesa. Con Douaumont en manos enemigas, el camino hacia Verdún quedaba libre de obstáculos y con él, la posibilidad de que todo el saliente cayese. En la ciudad cundió el pánico. Había ocurrido lo impensable. El príncipe heredero alemán había tomado Douaumont. Alemania podía no sólo ganar esta batalla, sino tal vez la guerra.
Las noticias acerca de la captura de Fort Douaumont, «el más sólido y fuerte del mundo», se recibieron con éxtasis en Alemania. Según la historiadora local, experta en esta batalla, Ingrid Ferrand, «la reacción en Alemania fue increíble. Todos los periódicos recogieron la noticia con grandes titulares. Los niños no tuvieron escuela, se decretaron varios días festivos y las campanas repicaron en varias iglesias para celebrar una victoria que podía dejar libre el camino hacia París. Todo el mundo pensaba que la guerra terminaría en semanas. Por supuesto fue una cuestión de propaganda, pero fue también muy bueno para la moral de los soldados alemanes. No estaban en su país, no tenían cuarteles, no había hospital… y una gran fortaleza como ésta podía ser muy útil».
Mientras los franceses se afanaron en minimizar el incidente hablando de las fuertes bajas que habían sufrido los alemanes, de lo dura que había sido la lucha, la posibilidad de una retirada del saliente se convirtió en una cuestión nacional y en objeto de un gran debate político, tanto en el estamento militar como en el Gobierno. Al final se ordenó que se defendiera cada palmo de las dos orillas del río al precio que fuera. Para los británicos fue una muestra del progreso alemán en el frente occidental; para muchos observadores alemanes se trataba del inicio del colapso de Francia.
Numerosos historiadores mantienen que el cuartel general francés se equivocó en el desmantelamiento en agosto de 1915 del sistema defensivo de la región de Verdún. Además, desoyó las amenazas de un ataque alemán en la zona a pesar de las informaciones proporcionadas por la oficina de información de la Armada y de las numerosas declaraciones de los prisioneros alemanes que alertaban de una gran ofensiva. Por si todo esto no fuera suficiente, abandonó la defensa activa de la Región Fortifiée de Verdún, dejando de construir fuertes y trincheras, además de no hacer caso a las peticiones de algunos de los mandos sobre la falta de armamento y recursos humanos en un enclave tan vital como Verdún. El resultado de tantas decisiones equivocadas fue el éxito alemán en los primeros momentos de la batalla.
PÉTAIN REORGANIZA LAS LINEAS DE DEFENSA
El mismo día que el general Henri-Philippe Pétain asumió el mando de las tropas francesas en Verdún tuvo que enfrentarse a la crisis de la caída de Douaumont. Los designios de Falkenhayn se cumplieron inicialmente y la ofensiva concebida como una máquina trituradora funcionó. Pero en términos tácticos los alemanes cometieron un flagrante error: atacar sólo en la orilla oriental o derecha del Mosa y no en las dos orillas al mismo tiempo.
Pétain enseguida puso las bases para una guerra de resistencia, el famoso: «On ne passe pas» («No pasarán») atribuido a su sucesor el general Robert Nivelle. Reorganizó las líneas de defensa, sistematizó las trincheras y, sobre todo, comenzó a usar la artillería como clave para la estrategia defensiva del sector, fiel seguidor de ideas como «el cañón conquista, la infantería ocupa» o «un mínimo de infantería, un máximo de artillería […] ya que el fuego mata», que tanto repetía a sus tropas.
Así, situó de diferente manera la artillería. Emplazó con urgencia cantidades significativas del nuevo cañón de 155 mm (llamado Schneider por su inventor, de origen alsaciano) y ordenó que se dispusiera de 55 000 proyectiles de 155 mm al día, para devolver los golpes artilleros cuanto antes. Además, sustituyó las grandes piezas de artillería por cien cañones de 75 mm con una movilidad superior en el campo de batalla. En tan sólo dos días, colocó trece baterías en la margen izquierda del Mosa para hostigar de flanco a los alemanes que habían conseguido aproximarse a nueve kilómetros del centro de Verdún.
Sabía que para hacer frente a los incesantes ataques de las formaciones alemanas con mayor seguridad, los refuerzos, alimentos y municiones debían de llegar continuamente a la región. Ordenó constantes relevos de tropas, mejoras en la intendencia y, lo más importante, creó una logística en tropas, provisiones y municiones a través de la única vía de comunicaciones que había quedado intacta, la que conduce de Verdún a Bar-le-Duc.
Con ello las bajas en el ejército alemán comenzaron a aumentar de forma considerable. Las cosas empezaron a no salir como Von Falkenhayn esperaba. El alto mando alemán comenzó a comprobar que el plan y la trituradora para aniquilar el ejército francés se estaban tornando en su contra. Después de seis semanas de combates, a finales de marzo, las victimas alemanas se cifraban en 82 000 soldados.
Sobre esta batalla existen cientos de testimonios de soldados y oficiales que participaron en ella y narraron el horror al que se enfrentaron, como el del sargento Karl Gartner, quien escribió una carta a su madre con una detallada descripción de las condiciones durante el asalto. Gartner fue capturado y con él la carta. «Hemos sido mal informados por nuestros oficiales —escribe—. Estamos tan sólo manteniendo nuestras posiciones sobre el terreno que hemos ganado, temerosos de las numerosas pérdidas. Tenemos que renunciar a toda esperanza de tomar Verdún».
Su amarga experiencia, así como otros testimonios de la inseparable presencia de la muerte de otros soldados alemanes en esos primeros combates son una prueba de que, a pesar del éxito inicial, enseguida los alemanes empezaron a tener graves problemas para mantener la posición.
En todo ello tuvo que ver la modernización de la logística, el alma de la guerra. Pétain, cuando se hizo cargo de su puesto de mando, estaba desesperado. Los principales ferrocarriles de la región estaban bajo el control de los alemanes desde el verano de 1914. Necesitaba una forma eficaz de canalizar hacia Verdún el suministro constante de hombres y materiales: así nació la Voie Sacrée, el Camino Sagrado, bautizada así por el escritor Maurice Barres en referencia a la Vía Sacra romana por sus connotaciones victoriosas y triunfales. Era la carretera que tendría que salvar la ciudad, quizá la nación, de la derrota.
Debido a su situación en el saliente, la región sólo podía ser reabastecida desde una sola dirección, el suroeste. La única vía ferroviaria segura del sector se interrumpía en Bar-le-Duc, a casi ochenta kilómetros de distancia y, desde allí, una carretera de apenas siete metros de ancho conducía a Verdún. Pétain dio máxima prioridad a la mejora de esta carretera. Dividió la sección entre Verdún y la capital regional, Bar-le-Duc, en siete cantones, cada uno con su equipo de constructores de carreteras. Con la ayuda de trece batallones y una minuciosa planificación, casi nueve mil hombres trabajaron día y noche asegurando y acondicionando la minúscula carretera, que resultó ser vital para el aprovisionamiento tanto de tropas como de suministros para el sector.
Todos los vehículos averiados eran retirados a un lado a fin de no obstaculizar el tráfico. Se levantaron talleres de reparaciones y había gatos hidráulicos por todo el recorrido para reparar los neumáticos de los camiones que llegaron de toda Francia, incluidos los que hasta el momento se habían utilizado para trasladar comestibles, frutas y hortalizas al mercado de París. Por esta carretera circulaban enormes cantidades de provisiones, armamento y tropas sin cesar: Se contabilizó que día y noche pasaba un vehículo cada catorce segundos. La cola de convoyes se extendía a lo largo de kilómetros y kilómetros.
A modo de una noria, fue la ruta a través de la cual los heridos eran evacuados y las tropas de refresco sustituían a las cansadas. Esta rotación continua permitió al ejército francés disponer de tropas frescas y descansadas en un escenario bélico de espantosa crueldad, mientras la mayoría de las unidades y regimientos alemanes no fueron relevados durante toda la ofensiva.
Del 27 de febrero al 6 de marzo de 1916 se desplazaron por esta carretera unos seis mil vehículos diarios que transportaron 190 000 soldados, 23 000 toneladas de municiones y 2500 toneladas de material. Hacia primeros de mayo, la vía había permitido a Pétain hacer entrar y salir del sector de Verdún a cuarenta divisiones de infantería. La fuerza aérea alemana bombardeó nudos e infraestructuras ferroviarias vitales para el transporte de tropas y el avituallamiento militar, pero increíblemente, fue incapaz de bloquear el tránsito en una vía tan frágil como la Voie Sacrée.
EL ERROR TÁCTICO GERMANO
Algunos de los más sangrientos combates de Verdún tuvieron lugar desde principios de marzo hasta finales de mayo. A las dos semanas del comienzo de la batalla, los alemanes habían reconocido que la decisión de atacar sólo en la orilla derecha del Mosa fue un grave error.
Así, el 6 de marzo el alto mando germano decidió reorientar el ataque hacia la margen izquierda del Mosa y atacó la cota 304 y, en el espacio que mediaba entre las dos líneas, el pequeño montículo Mort-Homme, que apenas alcanzaba los trescientos metros de altitud pero que era una posición vital para la artillería. Dos días después, el 8 de marzo, comenzaron a atacar Fort Vaux, reanudando el empuje en la margen derecha.
En la orilla izquierda, el IV Cuerpo de Ejército alemán se enfrentó a cuatro divisiones francesas que defendían la posición. El primer día, fue completamente barrida la inexperta 67.a División gala que formaba parte de la primera línea de defensa y las tropas alemanas cruzaron fácilmente el Mosa por los pueblos de Brabant-sur-Meuse y Champneuville. Por la tarde, cayeron las posiciones de Forges y Regneville. El sector se convirtió en un campo de batalla gigantesco acribillado de plomo, de barro y de carne humana despedazada.
Al día siguiente, los franceses lanzaron un enérgico contraataque y el Bois des Corbeaux pasó otra vez a manos galas. Dos días después, volvió a quedar bajo dominio alemán. A partir de ahí, cada ataque era respondido por un contraataque. En tan sólo cuatro días las pérdidas en los dos contendientes fueron espeluznantes: 89 000 franceses muertos, heridos o desaparecidos. Las bajas alemanas fueron muy similares, en torno a 82 000 soldados.
El 14 de marzo, los franceses realizaron una enorme concentración de fuego con la artillería situada en la cota 304 desde donde machacaban las posiciones alemanas alrededor de Mort-Homme. A partir de entonces, los enfrentamientos se concentraron en los alrededores del bosque de Avocourt. A finales de marzo los alemanes lanzaron un ataque desde el norte a la cota 304 y cayeron diversos pueblos de la zona: Malancourt (31 de marzo), Harcourt (5 de abril) y Bethincourt (8 de abril).
A comienzos de abril, los alemanes cambiaron su estrategia; decidieron atacar con su artillería en ambas orillas del Mosa a la vez. Así comenzó una feroz lucha por la toma o defensa de cada posición. Las bajas francesas y alemanas, enormes, comenzaron a igualarse en número. El campo de batalla se colmó de cadáveres y de fragmentos humanos. Las condiciones de las tropas de ambos ejércitos eran infrahumanas. Los soldados se limitaban a sobrevivir en los miles de cráteres repletos de fango en que se habían convertido las trincheras tras varios días de lluvia incesante. Los constantes proyectiles y metralla, el nauseabundo hedor de la putrefacción de los cadáveres y la escasez de provisiones y alimentos convirtieron estos días en un verdadero infierno.
Por entonces surgió una de esas consignas llamadas a pasar a la historia: la Voie Sacrée pasaba justo por debajo de la ventana de la oficina de Pétain, en Souilly. Él estaba de pie en el balcón y vio a las tropas. Las cifras de muertos, desaparecidos y heridos no dejaban de aumentar. Las víctimas superaban las 152 000 en dos meses de lucha. Los enemigos también habían sufrido enormes bajas. Entonces, con los alemanes golpeando en Mort-Homme, Pétain el 9 de abril emitió su famosa orden del día que decía: «El furioso ataque de los soldados del Príncipe Heredero ha sido roto en todas partes. Infantería, artillería, ingenieros, aviadores compitieron con heroísmo. Honor para todos. Coraje. ¡Serán nuestros!». «On les aura!» pasó a ser la consigna del pueblo francés. Pétain ordenaba mantenerse a cualquier precio en la cota 304 y en la colina de Mort-Homme.
Pero las cosas cambiaron a finales de abril. Su excesiva precaución y celo por el aprovisionamiento de tropas acabó por inquietar a Joffre y al alto mando francés. Entonces, el 30 de abril, el gran cuartel general ascendió a Pétain a jefe del Grupo de Ejércitos del Centro, otorgando el mando directo de Verdún al general Robert Nivelle, un militar ambicioso, destacado artillero y hombre «de elevado espíritu ofensivo», con importantes conexiones políticas y sociales, entre las cuales destacan sus excelentes relaciones con miembros del alto mando británico. Como brazo derecho contó con el general Charles Mangin.
Nivelle montó ofensivas que, con preparaciones artilleras insuficientes, costaron ríos de sangre y obtuvieron resultados insignificantes. La batalla, que seguía sin decantarse hacia ninguno de los dos bandos, aumentó en agresividad.
HAMBRE, SED Y MUERTE EN VAUX
Desde que en el mes de marzo comenzaron los ataques a Fort Vaux la aldea de Vaux había cambiado de manos trece veces a lo largo de un implacable forcejeo y con un enorme número de bajas sin que hubiese apenas cambios en la configuración del frente.
Los alemanes ya habían aplastado los contraataques franceses en la orilla derecha del Mosa, mientras que en la orilla izquierda se habían asegurado provisionalmente el control de la cota 304 y del Mort-Homme. Fort Vaux era el siguiente punto fuerte en su lista de objetivos.
Vaux no era de los fuertes más grandes. Construido entre 1881 y 1884, fue modernizado de 1904 a 1906 y se le añadió una torre con piezas de 75 mm. Sin embargo, en agosto de 1915, al igual que el resto de los fuertes de la zona, quedó casi desarmado y con una guarnición de sólo sesenta territoriales.
Después de la vergüenza de Fort Douaumont, los franceses habían decidido aferrarse a sus fuertes a toda costa. Pero ¿quién se atrevería a tomar el mando en lo que fue prácticamente una misión suicida? El comandante Raynal, de cuarenta y nueve años, quien había luchado con el 7.º de Tiradores Argelinos en 1914. Fue herido dos veces. Se pasó diez meses en un hospital, y al volver al servicio en octubre fue herido de nuevo por metralla en la pierna izquierda. Condecorado con la Legión de Honor, se reincorporó a principios de 1916, pero se había quedado cojo. A finales de mayo, le ofrecieron el mando de un fuerte y aceptó la tarea.
El 2 de junio, Raynal tenía en el fuerte a seiscientos hombres bajo sus órdenes, armados con fusiles, ametralladoras y granadas. De ellos unos quinientos soldados pertenecían, principalmente, a la 6.a compañía del 142.º Regimiento y, el resto, supervivientes del 101.º, que llegaron allí cuando sus líneas fueron arrolladas. Ellos sabían que era sólo cuestión de tiempo, que antes o después los alemanes irrumpirían en el fuerte. Así construyeron barricadas en los túneles y colocaron sacos de tierra en diversos puntos, más para dificultar la entrada y convertirla en una trampa que para impedirla.
La comida escaseaba, pero parecía que había agua suficiente para resistir el cerco que se acababa de completar, pues en la cisterna principal había 5000 litros. Sin embargo, el nivel de agua en la cisterna habla sido mal medido, y los defensores estaban al borde de morir de sed. Los hombres lamían la humedad de las paredes de piedra… algunos incluso bebían su propia orina. El miedo y las heridas se mezclaban con el hambre y la sed a la espera de hipotéticos avituallamientos y ayuda.
El VI Ejército alemán estuvo parado durante una semana, pero después inició su camino hacia el exterior de las galerías y comenzó una terrible batalla. Los alemanes volaron los bastiones con cargas, empezaron a lanzar granadas por las grietas y con lanzallamas llenaron de fuego las galerías.
Raynal disponía de cuatro palomas mensajeras para comunicarse con el exterior. Envió su último pájaro, con un mensaje que esbozaba su situación desesperada, a su comandante de zona en la ciudadela de Verdún. La paloma, llamada Valiant, cayó muerta nada más llegar a su destino. La artillería francesa, avisada por el ave, intentó desalojar a los atacantes, pero fracasó. A primera hora del 6 de junio, cuatro compañías, junto con algunos zapadores, intentaron alcanzar el fuerte, pero no pudieron. Raynal, como la paloma, había hecho todo lo posible. Con las pocas tropas supervivientes, se vio obligado a rendirse.
Dos meses más tarde de caer en manos alemanas Fon Douaumont, el 22 y 24 de mayo, el general Charles Mangin comandó un fallido asalto para reconquistarlo —una acción que se dice le costó a Francia diez mil vidas— y fue relegado a un segundo plano. Este fracaso desmoralizó aún más a la nación francesa.
Fort Vaux cayó el 7 de junio después de terribles combates. Al día siguiente cayeron las últimas defensas de Mort-Homme. Después vendrían Fort Thiaumont, el 23 de junio, y Fort Souville el 12 de julio. El avance alemán en todos los puntos agravaba el destino de Verdún.
Sin embargo, la resistencia francesa era impresionante. Desde febrero a julio de 1916, los franceses resistieron palmo a palmo, división tras división, en un régimen de relevos, que hizo que casi todas las unidades del ejército galo pasaran por Verdún. Y también resistían en el aire, tratando de arrebatar la supremacía de los cielos a los alemanes, entre los que destacaba uno de los primeros ases de la naciente aviación bélica: Oswald Boelcke. De hecho, el dominio del aire, que inicialmente correspondió a los alemanes y que era importante para la eficacia del fuego artillero, les fue disputado después por los aeroplanos galos.
NUEVAS ARMAS QUÍMICAS
A los cuatro meses de batalla, el conflicto en el alto mando alemán comenzó. ¿Había que seguir luchando?, se preguntaban. Las vacilaciones fueron desestimadas y se destinaron más unidades a ser consumidas en la vorágine. Divisiones completas que en el plazo de días quedaban completamente destrozadas: alguna de ellas sufrió hasta once mil bajas de los quince mil soldados que la componían, aunque la disciplina prusiana hacía que arrastrasen con ellos al enemigo.
El escenario no estaba evolucionando según las predicciones de Falkenhayn; no se estaba logrando el desgaste superior de los franceses porque sus propias filas estaban siendo aniquiladas. «Pétain empezó a rotar de nuevo sus divisiones en Verdún, mientras continuaba la dicotomía entre Falkenhayn, que no quería capturar Verdún, y el príncipe heredero Guillermo, que si quería. Además, al final, el alto mando alemán no fue capaz de reemplazar a sus soldados en la misma medida en que los franceses lo hicieron. Los soldados alemanes estaban agotados. El desacuerdo en el alto mando alemán resultó critico», explica Gordon Corrigan. El sistema de reemplazo francés y el abastecimiento a través de la Voie Sacrée comenzaban a dar resultados satisfactorios para los soldados galos, mientras que los alemanes estaban exhaustos.
El siguiente objetivo clave fue Fort Souville, a poco más de cuatro kilómetros de Verdún. Allí, el 22 de junio los alemanes emplearon una nueva táctica: gas venenoso. La guerra química comenzó en 1914, cuando el científico Fritz Haber puso a disposición de Guillermo II el Instituto de Investigaciones Kaiser Wilhelm, de Berlín, en donde se constituyó una comisión secreta dedicada a desarrollar sustancias químicas bélicas. En marzo de 1915 se utilizó por primera vez el gas de cloro en el frente de Ypres (Bélgica), por lo que se le llamó «iperita». El efecto del gas en las posiciones belgas fue devastador: murieron más de cinco mil soldados.
Sin embargo, los defensores de Fort Souville estaban preparados. Las armas químicas había sido utilizadas antes por los alemanes en otros sectores y la mayor parte de las tropas francesas portaban máscaras antigás o si no la elaboraban por su cuenta. Los alemanes emplearon gas fosgeno (un gas asfixiante, con aroma de heno recién cortado y casi siempre letal) y gases lacrimógenos. En esta ocasión las máscaras antigás francesas funcionaron bastante bien.
Al día siguiente atacaron con sesenta mil hombres, que se abrieron camino a través de las líneas de defensa francesas hasta unos mil metros de Fort Souville… pero luego se detuvieron. Ocuparon la batería de Thiaumont y el pueblo de Fleury, pero fueron incapaces de tomar Souville. La tercera ofensiva de verano acabaría bajo los muros del arrasado Fort Souville, el 12 de julio de 1916. Aquel mismo día el Kronprinz recibió la orden de mantenerse a la defensiva: los aliados habían decidido poner fin a este pulso inútil lanzando un ataque de distracción en el Somme.
LA CARNICERÍA DEL SOMME
Según el historiador militar Gordon Corrigan, inicialmente los alemanes tenían la esperanza de que los británicos no entraran en la guerra. «No temían al ejército británico —indica— porque no era muy numeroso y realmente no tendría mucho efecto en el frente occidental, sino a la Royal Navy. Desde el principio de la guerra, la Armada británica impedía a los alemanes la importación de productos de primera necesidad, como alimentos y materias primas. Además, Gran Bretaña era el país más rico de la coalición que se formó en contra de ellos. Era el país más rico del mundo y los alemanes sabían que era el dinero británico el que mantenía en marcha la coalición de la Entente Cordial en contra de ellos, y que la Royal Navy finalmente iba a estrangularles».
En palabras de Von Falkenhayn, en Verdún tenía en su mano la posibilidad de «desangrar a Francia», quitándole con ello a Gran Bretaña «su mejor espada». Para evitar que eso sucediera, los británicos iniciaron la batalla más costosa y controvertida de la Primera Guerra Mundial: la batalla del Somme, que sería una carnicería como nunca se había visto en la historia.
Entre el 6 y el 8 de diciembre de 1915, en la conferencia de Chantilly (Oise, Francia), los dirigentes de la Entente diseñaron la estrategia que llevarían a cabo contra los alemanes. Gran Bretaña accedió a tomar parte en las fuerzas combinadas. Se decidió que durante el año siguiente se realizarían tres ofensivas simultáneas a las que los alemanes no podrían hacer frente: los rusos atacarían desde el este, los italianos, recién incorporados a la guerra en el bando aliado tras abandonar la Triple Alianza, lucharían contra los austrohúngaros en los Alpes y los británicos y franceses dirigirían una tercera ofensiva desde el oeste, ofensiva que se programó para el mes de agosto de 1916.
Cuando la planificación estaba en curso, los alemanes desataron su feroz ofensiva en Verdún. Por ello, en lugar de las cuarenta divisiones previstas inicialmente para la batalla del Somme, el comandante en jefe francés Joseph Joffre dejó claro que sólo podía ofrecer cinco. La batalla de Verdún estaba en un punto crítico, «era el centro de la totalidad del ejército francés en el frente occidental», cuenta Gordon Corrigan. Disminuyendo el número de tropas que podían aportar al nuevo frente del Somme, los franceses cedieron el papel protagonista de la batalla a los británicos.
El 1 de julio de 1916, las fuerzas británicas y francesas intentaron romper las líneas alemanas a lo largo de un frente de cuarenta kilómetros al norte y al sur del río Somme, en el norte de Francia. Desde Gommecourt hasta Montauban, los batallones aliados se desplegaron agrupados en el III, V y IV Ejércitos británicos y el VI Ejército francés. Enfrente, los alemanes contaban con el poderoso II Ejército de Von Below. El grueso de las fuerzas británicas estaba integrado por los voluntarios territoriales y el New Army (Nuevo Ejército, compuesto de grandes masas de voluntarios) de Kitchener, que había empezado a crearse en agosto de 1914.
El ataque había estado precedido de siete días de preparación artillera, pero muchos alemanes sobrevivieron escondidos en sus trincheras cuando a las siete y media de la mañana los ingleses se adentraron en la tierra de nadie. Los alemanes difícilmente podían dar crédito a sus ojos: los británicos se lanzaron en oleadas sucesivas sobre sus fortificadas trincheras. Las ametralladoras alemanas fueron implacables. Según observó un general alemán, en aquellos días los soldados británicos fueron «leones dirigidos por burros». Algunos regimientos alemanes perdían tan sólo un hombre por cada 18 británicos que caían.
El primer día del ataque, el ejército británico sufrió 58 000 bajas, de ellas casi veinte mil muertos. Fue la peor matanza sufrida por este ejército en toda su historia. Solo fueron alcanzadas dos posiciones en el sector francés de todas las previstas.
El 15 de septiembre de 1916, en el transcurso de esta batalla, los británicos emplearon tanques por primera vez. Habían encontrado una forma de contrarrestar los efectos de la ametralladora con un vehículo acorazado, con ocho hombres en su interior, provisto de orugas que le permitían circular por toda clase de terrenos. La construcción de estos vehículos acorazados se mantuvo en secreto. Para desorientar a posibles espías se les llamaba «tanques», un nombre en clave sin significado con el que ha llegado hasta nuestros días. En la batalla del Somme sólo contaban con dieciocho unidades y su actuación no fue decisiva.
Tras varios meses de batalla, las primeras nevadas de noviembre precipitaron el fin de la ofensiva. A cambio de un avance de no más de doce kilómetros, los británicos tuvieron 420 000 bajas, los franceses 200 000 y los alemanes en torno a medio millón. En palabras del oficial e historiador británico sir James Edmonds: «No es demasiado arriesgado decir que las bases de la victoria final en el frente occidental fueron sentadas por la ofensiva de 1916 en el Somme».
LA SANGRÍA ESTÁ A PUNTO DE TERMINAR
Durante ese verano, Verdún dejó de ser el centro del escenario bélico. La estrategia de aniquilación de Von Falkenhayn había sido tan mortífera para Francia como para Alemania. Cuando los alemanes se vieron obligados a retirar las tropas para responder a las nuevas crisis en el Somme, comenzó el período de la «revancha» francesa. Ocho divisiones, con ciento sesenta mil soldados, estaban dispuestas a quitarles a la fuerza el terreno que habían ganado, especialmente Fort Douaumont.
En agosto, el general Falkenhayn fue destituido y enviado a luchar al este de Europa ante el fracaso de su estrategia. No habla desangrado a Francia y las bajas del ejército alemán empezaban a semejarse a las pérdidas francesas. El mariscal Paul von Hindenburg como general en jefe, y el general Erich Ludendorff como jefe del Estado Mayor, tomaron las riendas del ejército. El káiser les dio instrucciones para encontrar la manera menos costosa de cerrar el frente de Verdún. La matanza continuó, aunque luchando más por el honor que por mantener la posición. El 2 de septiembre el alto mando alemán decidió que no habría más ofensivas en el frente de Verdún.
Según cuenta Hindenburg en sus Memorias, los motivos que le indujeron a suspender definitivamente los ataques en el sangriento frente de Verdún fueron que «aquella lucha consumía nuestras energías como una herida abierta. Se deducía claramente que la empresa no tenía perspectivas para nosotros y que su prosecución habla de causarnos más pérdidas de las que pudiéramos producir al adversario».
La superioridad artillera alemana fue disminuyendo: durante las batallas finales de otoño e invierno las fuerzas estaban equilibradas. Tras varias semanas en que ambos ejércitos se neutralizaban, los meses de terror y de prolongada contención darían sus frutos el 24 de octubre, cuando Fort Douaumont fue recuperado por tropas coloniales de Marruecos, al mando del general Charles Mangin, en menos de cuatro horas.
Mangin había vuelto a tener el favor de sus superiores en junio de 1916 cuando lo pusieron al mando del Grupo de Ejércitos D, que sería el encargado de llevar los contraataques franceses en la orilla derecha del Mosa durante los meses de junio y julio de 1916. La reconquista de Fort Douaumont estaba entre sus misiones prioritarias.
El ataque comenzó al mediodía del 23 de octubre. Tras varias explosiones violentas, el caparazón gigante de hormigón del techo se hundió matando a cincuenta alemanes que estaban en la enfermería. Otro depósito estalló, devastando algunos búnkeres. El fuerte se llenó de gases venenosos y el comandante de la guarnición dio la orden de abandonar. A las veinticuatro horas Douaumont estaba en manos francesas después de más de medio año en manos alemanas y con el coste de millares de vidas. La reconquista de Fort Vaux tuvo lugar el 2 de noviembre de 1916.
Los avances franceses continuaron. El último asalto, que también comandó Mangin, tuvo lugar el 15 de diciembre y tres días después las líneas del frente de Verdún eran las del inicio de la ofensiva en febrero de 1916. Se habían reconquistado los fuertes perdidos y buena parte del territorio cedido desde febrero. Los alemanes se rindieran en masa, derrotados y desmoralizados.
La batalla de Verdún, la más larga de la Gran Guerra, había terminado, pero a un alto precio. Los franceses sufrieron más de 362 000 bajas, 160 000 de ellas, muertos o desaparecidos. Las pérdidas alemanas fueron casi del mismo orden: 337 000 muertos, heridos o capturados. Ésta no fue la ecuación que Von Falkenhayn esperaba cuando lanzó su guerra total.
Con la heroica y tenaz defensa de Verdún, Francia no sólo se salvó sino que determinó el curso de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, la experiencia de Verdún dejó una herida permanente en la psicología de la nación francesa.
Al año siguiente, el agotado ejército francés estuvo cerca de amotinarse. El general Nivelle, desafortunado en sus ataques, fue en gran parte el causante. Todo comenzó cuando el 23 de febrero de 1917 Nivelle emprendió su anunciada ofensiva, que fue como todas las que la precedieron: miles de muertos para no obtener resultado alguno. Fue relevado del mando, pero el ejército francés, que ya había sufrido bastante, se amotinó negándose a luchar durante dos semanas. Pétain —gran adversario de Mangin— seria el encargado de restaurar y recuperar la moral del ejército.
A partir de ese momento, fue el ejército británico, y más tarde el norteamericano, los que ocuparían el papel principal en la ofensiva que condujo a la victoria final.
En la batalla de Verdún, nueve pueblos fueron eliminados de la faz de la tierra. Douaumont era un pueblecito de unos trescientos habitantes y, como Fleury, Vaux y otras localidades de la zona, en la actualidad no queda ni rastro de él. Sólo una placa en el suelo identifica dónde estaban algunas de sus casas y un monumento confirma que en ese lugar existió un pueblo.
Durante diez meses se combatió una y otra vez en los mismos lugares y fue tal la devastación y contaminación de los bosques y cultivos que la zona fue declarada irrecuperable. Después de casi un siglo, muchas de las tierras permanecen incultivables, el terreno está literalmente acribillado de cráteres y ha sido cubierto por un bosque, que ha recuperado tierras en las que hacía siglos se había talado la masa boscosa, en un proceso sin igual en Europa. La zona está llena de cementerios con miles de cruces, pero la mayoría de los caídos yacen sin nada que los identifique, diseminados de forma anónima por todo lo que fue el campo de batalla. Los restos de unos 130 000 soldados no identificados de los dos ejércitos, clasificados como desaparecidos, están juntos en el osario especialmente construido en la cresta de Douaumont, en el lugar donde estaba el fuerte.
Un sentido táctico muy agudo y un perfeccionamiento sin cesar renovando los métodos de defensa salvaron a Verdún y fue el general Pétain la verdadera alma de todos estos progresos. Sin embargo, al héroe y salvador de Verdún se le recuerda más bien como el dirigente del vergonzoso régimen de Vichy, que Alemania instauró después de la conquista de Francia en la Segunda Guerra Mundial.