Fecha: 25 y 26 de junio de 1876.
Fuerzas en liza: Indios lakota o sioux, cheyennes, hunkpapas, sansarc, pies negros, miniconjou, brule y oglala contra el 7.º de Caballería de Estados Unidos.
Personajes protagonistas: «Toro Sentado» y «Caballo Loco». El general George Armstrong Custer y el mayor Marcus Reno.
Momentos clave: La batalla de Rosebud. La decisión de Custer de dividir sus fuerzas.
Nuevas tácticas militares: Por primera vez en la historia de las guerras coloniales, una fuerza de guerreros nativos dispuso de mayor potencia de fuego que un ejército regular de país desarrollado.
El 25 de junio de 1876, en Little Big Horn, territorio de Montana, los soldados del 7.º Regimiento de Caballería, al mando del general Custer, sufrieron la mayor derrota del ejército de Estados Unidos durante las llamadas «guerras indias», que enfrentaron a los colonos contra los nativos americanos y que finalizaron en 1890, con la culminación de la expansión territorial de Estados Unidos y el sometimiento definitivo de los indios. El gran jefe sioux Tasunka Witko, conocido como «Caballo Loco», desafió al arrogante invasor blanco y le venció. Sin embargo, a pesar de su gran victoria, Little Big Horn supuso la sentencia de muerte para los nativos. A partir de entonces fueron duramente tratados y ferozmente perseguidos hasta recluirlos definitivamente en reservas.
En el viejo Oeste norteamericano, la violencia estalló cuando los colonos invadieron las tierras indias. Esas llanuras centrales eran tierras ocupadas desde tiempo inmemorial por etnias nativas como los dakota, crow, cheyenne o comanche. Cuando ocurrió la batalla de Little Big Horn el enfrentamiento de blancos y «pieles rojas» tenía un par de siglos de historia. La primera confrontación entre los colonos ingleses que estaban establecidos en Jamestown, Virginia, y los indios de la Confederación Powhatan ocurrió en 1607. Los guerreros indios no estaban dispuestos a que los blancos invadieran sus territorios y lucharon denodadamente. Aquel conflicto se selló en 1614 con el matrimonio de Pocahontas con el colono John Rolfe. Esta unión interracial trajo consigo un período de buenas relaciones entre los nativos americanos y los recién llegados. Pero la paz fue muy breve.
Tras diversos episodios de las guerras indias, las tribus vencidas y asentadas en territorios otorgados por el gobierno de Estados Unidos, se convirtieron en un problema para el desarrollo del ferrocarril que debía unir las costas del este y el oeste y que atravesarían territorio indio, con el consecuente exterminio de las manadas de búfalos, vitales para la economía nativa. Antes de la guerra de Secesión, la política de Washington era mantener a los nativos en los territorios al oeste del Mississippi. En 1867 comenzaron a confinar a las tribus en reservas, con frecuencia alejadas de sus territorios de origen.
En 1875, el boom de colonos que produjo la búsqueda de oro en la región de las Colinas Negras (Black Hills) —reserva lakota, como se llamaban a si mismos los que generalmente llamamos sioux, y territorio considerado sagrado por ellos—, enfadó a los nativos de la zona y la mayoría decidió abandonar las reservas donde habían sido recluidos. El gobierno dio a los indios un ultimátum para regresar a sus reservas, que expiraba el 31 de enero de 1876. Pero los indios, alegando su tradición nómada, se negaron a ser confinados. El propio presidente, Ulysses Grant, les amenazó: «Si no hacen caso o se niegan a irse —dijo— se dará cuenta de ellos en el Departamento de Guerra como indios hostiles y se enviará a las fuerzas militares para obligarles a obedecer las órdenes de la Agencia India».
El exgeneral George Custer y el 7.º de Caballería, tras varias expediciones de castigo bajo el mando del general George Crook, fue uno de los encargados de hacer cumplir la orden del gobierno. «Estaba seguro de que podía ganar esta lucha», explica Bob Reece, presidente de la Asociación Amigos de Little Big Horn. La estimación de los «casacas azules» era que habría entre ochocientos y mil guerreros a los que enfrentarse. Serla una misión sencilla.
Pero el jefe sioux «Caballo Loco» fue tajante. Su gente no dejarla sus tierras ancestrales sin luchar. Su destino y el de Custer se decidirían en las cercanías del río Little Big Horn, en Montana.
DAR CAZA A LOS NATIVOS
En la primavera de 1876, miles de colonos invadían el oeste en busca de fortuna. Los indígenas, una vez más, vieron amenazado su modo de vida. «Fueron empujados de nuevo a reservas controladas por el gobierno bajo amenazas de fuertes represalias», señala Ernie LaPointe, bisnieto de «Toro Sentado». La invasión de los blancos iba en aumento. Desde el este, cada vez más colonos anulan a la Gran Pradera de los hunkpapas —una de las siete tribus sioux— y, en el oeste, los soldados protegían la construcción del nuevo ferrocarril que iba hacia los campamentos de los buscadores de oro alrededor de Virginia City, en la actual Montana.
En mayo de 1876, el gobierno estadounidense envió dos mil quinientos soldados de caballería contra las fuerzas sioux y cheyennes. Este contingente estaba compuesto por tres columnas, que partieron de puntos separados por cientos de kilómetros. El 7.º Regimiento de Caballería estaba mandado por el teniente coronel George Armstrong Custer, encuadrado en la tercera columna que dirigía el general Terry. Custer —llamado «Hi-Es-Tzie» (Cabellos Largos) por los indios— era un héroe de la guerra de Secesión. «Como líder, Custer era agresivo, carismático, tenaz, valiente, un militar orgulloso», señala Bob Reece. Sin embargo, sus detractores le acusaban de estar obsesionado con buscar la gloria y la fama y de que le gustaba muy poco obedecer órdenes.
Graduado por la academia militar de West Point, luchó durante la guerra de Secesión en el ejército federal. Durante esta contienda, obtuvo varias victorias en situaciones estratégicas difíciles con arriesgadas maniobras de ataques relámpago y rápidos desplazamientos de la tropa. En Gettysburg (véase el capítulo 17), por ejemplo, Custer hizo frente a la caballería confederada del general «Jeb» Stuart —imbatido hasta entonces—, cargando contra su vanguardia y haciéndole retroceder. Antes de que la guerra terminara, Custer ya había alcanzado el rango de general.
Después, parece ser que consideró la posibilidad de iniciar una carrera política en el Congreso, discutiendo públicamente sobre el trato que debía darse a los estados del Sur tras la guerra y abogando por una política de moderación.
Requerido para unirse a las fuerzas que luchaban contra las tribus hostiles en las praderas, Custer fue nombrado jefe, con el grado de teniente coronel, del recién creado 7.º Regimiento de Caballería, con base en Fort Riley (Kansas) y en mayo de 1876 inició su viaje con la columna oriental. Su misión era ocupar la vanguardia de la columna que partía de Fort Lincoln hacia el oeste y que debía encontrarse en un punto de Montana con las del coronel John Gibbon y del general George Crook, como parte de una maniobra envolvente.
Sin embargo, sus tropas no sabían que casi siete mil indios, entre ellos casi dos mil guerreros, se habían sumado a los jefes sioux y cheyenne. «Los jefes indios se dieron cuenta de que esto era una guerra y decidieron que tenían que unirse para defenderse con eficacia», cuenta Bob Reece. A partir de ese momento, los jefes lakotas (sioux) «Toro Sentado» (Tatanka Iyotanca) y «Caballo Loco» (Tasunka Witko) se pusieron al frente de una coalición de sioux, arikara, cheyennes, arapahoe y otras tribus, tras celebrar un gran consejo de guerra en el Rosebud Creek, en el sur de Montana.
Mientras los indios se preparaban para el enfrentamiento, tres columnas del ejército se acercaban desde el sur, el este y el oeste. La primera columna fue avistada por los exploradores cheyennes el 16 de junio: mil trescientos soldados dirigidos por el general Crook. Los guerreros de «Caballo Loco» debían actuar rápidamente y decidieron realizar un ataque, sin esperar a encontrarse con las tribus que venían en su apoyo.
«La estrategia —explica Bob Reece— era derrotar al ejército lejos del campamento indio donde estaban todos agrupados para proteger a las mujeres y niños. Al amanecer, “Caballo Loco” con más de mil guerreros cargó rápidamente, antes de que las tropas de Crook estuvieran situadas. Pillaron desprevenidos a los soldados acampados a orillas del Rosebud; los ataques por sorpresa eran algo inusual en la forma de luchar de los indios».
El ataque indio provocó que algunas de las tropas de Crook quedaran aisladas de la principal y corrieran riesgo de aniquilación. Al final, «Caballo Loco» y sus guerreros regresaron a su campamento dejándolos maltrechos. Crook fue salvado por sus rastreadores absarokes y shoshones, que pudieron rechazar varios ataques de los sioux. Sin ellos, los blancos habrían sido diezmados. «Estratégicamente fue una gran victoria india, porque doblegó a una de las tres columnas que el ejército de Estados Unidos había enviado. Crook volvió a su base de operaciones y estuvo fuera de acción durante seis semanas», indica Neil Magnum, superintendente del campo de batalla Little Big Horn dentro del Servicio de Parques Nacionales de Estados Unidos.
«Caballo Loco» había detenido con éxito la marcha del general y sus soldados y les había infligido numerosas bajas. La victoria de Rosebud reforzó la moral de resistencia de los indios. Después de esa batalla, sioux y cheyennes trasladaron su campamento hacia el norte, a la orilla occidental del río Little Big Horn, donde sus exploradores habían localizado manadas de búfalos y buenas tierras para la caza.
RUMBO A LO DESCONOCIDO
El 25 de junio, el general Terry mandó al general Custer y a seiscientos cincuenta hombres de su 7.º de Caballería para que reconociese el terreno hacia el río Little Big Horn, debido a que su unidad era la más rápida y flexible, con el objetivo de que cerrase la huida de los indios hacia el sur una vez iniciada la batalla. Sólo debía explorar el terreno y esperar al grueso del ejército. Custer aceptó la misión; llevaría a doce compañías del 7.º de Caballería, pero rechazó el refuerzo de cuatro compañías del 2.º de Caballería y el de una batería de ametralladoras Gatling. Él solo podría manejar la situación. Cada soldado iba armado con una carabina Springfield del calibre 45-70 y cien cartuchos, así como un revólver Colt 45 y veinticinco cartuchos.
Tras avistar un campamento indio, decidió emprender el ataque antes de que lo levantaran. Custer no tenía ni idea de la verdadera fuerza del campamento indio, pero estaba tan seguro, tan convencido de la victoria, que atacó sin ninguna medida de precaución y sin esperar a los refuerzos de otras unidades del ejército que se encontraban de camino.
Debido al gran tamaño del campamento indio, Custer dividió sus fuerzas en tres columnas, con una pequeña reserva que quedó a cargo de la impedimenta, sin importarle que el enemigo fuera numéricamente muy superior. Con cinco compañías, Custer se desvió hacia el norte para encontrar una buena posición desde la que atacar, atravesando las colinas y siguiendo el cauce del río, el campamento por su parte oriental. Otras tres compañías, con ciento veinte hombres a las órdenes del capitán Benteen, marcharían en la misma dirección que Custer para vigilar los movimientos de los indios y preparados para atacar cualquier posición enemiga que hallasen. El teniente McDugall se quedaría en la retaguardia con la impedimenta.
Tras avanzar dieciséis kilómetros, Benteen no encontró actividad enemiga, por lo que dio media vuelta para unirse a Custer. A las tres de la tarde, la tercera columna formada por unos 175 soldados de otras tres compañías, bajo las órdenes del mayor Marcus Reno, atacaron el campamento por el sur para desviar la atención de los indios. «Lo primero que hicieron los guerreros fue tomar sus armas; gritaron “Hota Hay!”, es decir, “Es un buen día para morir”, y salieron a caballo a repeler el ataque», cuenta Ernie LaPointe. «Caballo Loco» encabezaba el ejército, formado por siete tribus (hunkpapas, sansarc, pies negros, miniconjou, brule, cheyennes y oglala), además de un grupo pequeño de indios twokettles y arikara.
Formado por casi mil guerreros, el contraataque indio confundió a Reno y sus hombres, que empezaron a retroceder. Tuvieron que replegarse a un bosque que había a lo largo del río; «Caballo Loco» y sus guerreros forzaron a los soldados ocultos tras los árboles a salir con un fuerte hostigamiento a distancia. Una cortina de balas y flechas caían sobre los soldados desde todos lados, acabando con sus caballos y alcanzándolos en la cabeza y la espalda. «Empezó a cundir el pánico y Reno dio la orden de atravesar el río. En torno a treinta soldados murieron o fueron heridos intentando hacerlo, derribados por los guerreros indios», narra Neil Magnum.
El cruce del río se convirtió en una retirada desordenada. Y cuando el mayor Reno intentaba reagrupar y atrincherar a los soldados supervivientes en la colina del sur, cinco compañías de caballería, conducidas personalmente por Custer, atravesaron el Little Big Horn y atacaron el extremo norte del campamento indio. Lo cierto es que en ese momento Reno se encontraba ya con sus tropas diezmadas y sin capacidad de apoyar la acción ofensiva en tenaza que pretendía llevar a cabo Custer. A pesar del caos, los hombres de Reno podían considerarse afortunados; los de Custer no tuvieron tanta suerte.
Los indios estaban siendo amenazados por dos flancos y «Caballo Loco» debía decidir a quién enfrentarse primero. Podía perseguir a las fuerzas de Reno en el sur, pero dejaría desprotegido el campamento, con el peligro de que Custer lo arrasara y le atacase por la retaguardia. Otra opción era encararse a los doscientos hombres dirigidos por Custer o atacar a Custer y Reno a la vez, ya que contaba con guerreros suficientes para hacerlo. Custer y sus hombres se acercaban rápidamente, dispuestos a luchar, y eran la mayor amenaza en aquel momento; por eso el jefe sioux optó por reducir al general Cabellos Largos y dejar que Reno se retirase. Pronto se vería que fue una decisión acertada.
Mientras «Caballo Loco» y los otros jefes indios se enfrentaban al enemigo, «Toro Sentado» se encontraba sobre su caballo, con un Winchester y un revólver del 45, y planificaba la estrategia para proteger a las mujeres y niños del campamento. «Si se trasladaban juntos en un gran grupo serían blanco fácil para los soldados. Así que decidió dividirlos en grupos pequeños, más difíciles de localizar por Custer. Dispersos a lo largo de los riscos, los barrancos y tras los arbustos, caminaron hasta las colinas del norte del campamento, a la espera de que la batalla finalizase en un lugar más seguro protegidos por “Toro Sentado”», indica Ernie LaPointe.
En ese momento «Caballo Loco» se lanzó en una feroz y valiente carga hacia la posición en las colinas donde se encontraba Custer. «Era un jefe muy respetado y todos los guerreros del campamento le siguieron en su valiente marcha hacia la batalla», afirma Neil Magnum. Al bajar desde su posición en lo alto del cerro, Custer se encontró cercado por los indios en terreno descubierto, lo que le obligó a adoptar posiciones defensivas, encaminando a sus hombres hacia la derecha para alcanzar una colina cercana donde parapetarse y esperar refuerzos.
LA EFICACIA DE LAS FLECHAS FRENTE A LOS RIFLES
«Caballo Loco» optó por no exponer a sus guerreros a un tiroteo intenso dirigiéndose abiertamente y de frente hacia la colina de Custer, lo que supondría graves bajas, sino que prefirió rodearlo y aislarlo mientras el general estaba centrado en el campamento. Las hordas de guerreros de las diferentes tribus se les abalanzaron con fiereza. «Imparables, todos unidos, no importaba qué guerrero estaba al lado, lo importante era atacar a los de uniforme azul, acercarse a los soldados dispuestos a ganar la batalla», señala el biznieto de «Toro Sentado», Ernie LaPointe.
Para los guerreros indios era fundamental mantenerse al resguardo de las balas de las armas de fuego de los soldados aprovechando las irregularidades del terreno. «Si utilizas un rifle en algún momento es preciso sacar la cabeza para apuntar y entonces te conviertes en un blanco. Con las flechas no pasa eso. Puedes dispararlas hacia arriba y, aunque tengas menos precisión, puedes seguir a cubierto de los disparos. Con un arco y flecha se puede disparar desde una posición segura en cuclillas detrás de un macizo, una mata de hierbas o un pequeño montículo», cuenta Neil Magnum.
Por el contrario, los soldados que intentaban mantenerse ocultos tras las rocas y arbustos, cada vez que disparaban sus armas, producían una pequeña nube de humo grisáceo y «el humo de los disparos —añade Magnum— delataba perfectamente la posición de cada tirador, el cual además tenía que exponer más su cuerpo. Pero muchos de los soldados murieron simplemente por los cientos de flechas con las que los indios acribillaron la zona».
Bajo la lluvia de flechas, cayeron muchos de los hombres de Custer muertos o heridos. Los soldados intentaron resistir, desmontaron y formaron una línea defensiva frente a sus caballos. También sus carabinas eran precisas y letales. Para protegerse, los guerreros indios tuvieron que romper la línea defensiva asustando a los caballos, para que salieran en estampida huyendo hacia el río con la munición.
«De repente, “Caballo Loco” y cientos de sus seguidores salieron de la nada y llegaron a la cima de la cresta aterrorizando a los soldados y a sus animales. Algunos fueron derribados al correr tratando de ponerse a cubierto; otros cayeron en una lucha cuerpo a cuerpo; muchos fueron abatidos en su intento de disparar ocultos tras sus caballos muertos a modo de parapeto… cercados por casi dos mil guerreros», describe Bob Reece. «Los gritos y aullidos y la visión de esa lucha —añade— debió de ser una pesadilla escalofriante».
Antes de que el grueso de los guerreros indios llegara hasta ellos, la mayoría de los blancos estaban muertos. La fuerza de Custer quedó finalmente rodeada por el ingente número de indios. Custer, atrapado en un círculo mortal, no pudo evitar que sus tropas cayeran inexorablemente en pocos minutos. Algunos grupos de soldados que se habían quedado aislados seguían disparando a los indios. Unos trataban de huir por el sur del campo de batalla. Los sioux les acosaron y fueron obligados a dirigirse hacia el río. Las márgenes del río Little Big Horn eran altas, lo que permitió a los indios aniquilar a los pocos que quedaban vivos del grupo de Custer.
EL FATAL ERROR TÁCTICO DE CUSTER
A las seis de la tarde caía el último hombre de Custer. Cuando el polvo del combate se hubo disipado, doscientos diez cuerpos de soldados con la cabellera arrancada se extendían sobre el campo de batalla, mezclados con los cadáveres de veinte guerreros indios. Los sioux no hicieron ni un solo prisionero. Custer apareció con un disparo en el pecho y otro en la cabeza. Según parece, sólo su cuerpo fue respetado de las salvajes mutilaciones que sufrieron sus hombres una vez muertos. Únicamente quedó con vida un integrante del 7.º de Caballería: Comanche, el caballo de uno de los oficiales.
Los más recientes estudios académicos, basados en la investigación arqueológica y la actual tecnología forense, dan una visión distinta del final de Custer, que no tiene nada que ver con la imagen —inventada inmediatamente por la prensa, y cultivada luego por el cine— del general de los cabellos largos de pie entre sus hombres y enfrentándose a una nube de guerreros indios que cargan a caballo. En realidad, ya en su momento hubo serias críticas al comportamiento de Custer en los círculos militares, pero la prensa estaba celebrando el primer centenario de Estados Unidos y necesitaba héroes y gestas gloriosas, y la viuda de Custer, que le sobrevivió más de medio siglo, mantuvo siempre una feroz defensa del comportamiento heroico de su marido.
La campaña de Custer, sin embargo, fue todo un catálogo de errores e incompetencia militar, y no hay que olvidar el pésimo historial del cadete Custer en la academia militar de West Point. Parece que lo que orientó todas sus decisiones tácticas fueron sus ambiciones políticas. Custer quería presentarse candidato a la presidencia de Estados Unidos, pero el Partido Republicano, el de Lincoln, le rechazó. Tuvo más suerte con los demócratas, interesados en una figura mediática como la de Custer, pero el Partido Demócrata era sobre todo el de los vencidos, el partido del Sur. Custer había luchado con el Norte en la guerra de Secesión, alcanzando notoriedad por sus acciones temerarias que le convirtieron en el general más joven de la Unión. Necesitaba que una victoria sonada sobre los indios sirviera para que no se hablase de él como «el joven general del Norte». Eso explica su rechazo a ser acompañado por otra unidad que no fuese su propio regimiento, su desobediencia a la orden del general Terry de que no atacara hasta que llegase la fuerza principal, o las marchas forzadas nocturnas para llegar al campamento indio antes que la columna del coronel Gibbon que venía del oeste, una de cuyas consecuencias fue que hombres y caballos llegasen al escenario de combate con fatiga acumulada.
De todas maneras la fuerza de Custer, unos seiscientos hombres, era más que sobrada para enfrentarse a dos mil indios en campo abierto. Aunque los guerreros de «Caballo Loco» tuviesen rifles de repetición y los de Custer no, las carabinas Springfield tenían mayor alcance y, sobre todo, el fuego cohesionado de que era capaz una unidad militar regular le daba una superioridad de fuego neta sobre los indios… siempre que éstos atacaran a la caballería en el espacio despejado propio de las Grandes Praderas. Al precipitarse Custer en el cañón del río Little Big Horn, para encontrar el campamento y destruirlo él solo, se metió en un terreno favorable al enemigo, pues era impracticable, cubierto de matorral y árboles, propio para que los indios se acercaran a los hombres del 7.º de Caballería sin que éstos los viesen y los pudiesen mantener a raya a distancia.
Todavía la fuerza de Custer era bastante poderosa si se hubiese mantenido unida, pero la disgregó imprudentemente y otra vez tomó esta decisión por razones de su interés personal. Las instrucciones que tenía la fuerza expedicionaria eran que se hiciese volver a los indios a su reserva, es decir, se trataba de «empujarlos», no de aniquilarlos. Custer sin embargo tenía otra idea: quería destrozar la mayor concentración de indios que nunca había habido. Ocho años antes, en el río Washita, en Oklahoma, Custer había pasado a cuchillo un campamento de indios cheyennes, matando un centenar de nativos, en su mayoría mujeres y niños. Aunque hoy día nos repugne una acción así, en aquellos tiempos eso era precisamente lo que esperaba y aplaudía la opinión pública norteamericana.
Por eso, para que los indios no pudieran escapar a su ataque, planeó el ataque en tenaza, dividiendo su fuerza con el mayor Reno. Sin embargo, además de darle tres compañías a Reno para que atacara el campamento desde el sur mientras él lo hacía desde el norte, dispersó aún más sus efectivos mandando hacia el norte al capitán Benteen con otras tres compañías. ¿Por qué hizo esto? La interpretación que hicieron sus subordinados fue que Custer quería alejar a Benteen de la batalla. La única explicación para esto sería un problema de celos, propio de la personalidad egocéntrica y megalómana de Custer.
Hasta el momento de separarse de Reno y Benteen tenemos testimonios de éstos y de sus hombres sobre las decisiones y medidas de Custer. Pero desde la fragmentación del 7.º de Caballería no nos ha llegado noticia de lo que pasó con Custer, puesto que ninguno de sus hombres sobrevivió. Es aquí donde cobra interés la investigación que, durante diez años, ha realizado el arqueólogo norteamericano Richard A. Fox, recogida en un libro publicado por la Universidad de Oklahoma, Archeology, History and Custer’s last battle. Fox reunió en distintos lugares del campo de batalla, que hoy es un parque nacional, un total de 750 balas, 450 casquillos de cartucho, algunas puntas de flecha, trozos de armas, muchos botones de uniforme y cantidad de restos humanos, pertenecientes a, como poco, treinta y tres personas. Eso ha permitido situar a los protagonistas en el teatro del enfrentamiento con una precisión histórica antes absolutamente inexistente. Aplicando la técnica forense de análisis de las muescas que el rayado del cañón deja en las balas, se ha podido incluso determinar el recorrido individualizado de algunos soldados y guerreros indios por el campo de batalla.
Hasta ahora, la interpretación —completamente especulativa— que se hacía del enfrentamiento es que Custer llegó a atacar el campamento indio, situado en la orilla occidental del río Little Big Horn, para lo que tuvo que cruzar éste. Sin embargo las investigaciones del doctor Fox, que también ha recopilado tradiciones orales nativas antes desdeñadas, e incluso un «mapa» indio de la batalla, muestran que no cruzó el río. Parece que lo que hizo Custer fue enviar a sus hombres a perseguir a los grupos de no combatientes que se habían dispersado por el cañón, precisamente para no ser fácilmente cazados en su campamento.
Esto explicaría el error definitivo de Custer, que fue dividir aún más sus fuerzas. Tras separarse de Reno y Benteen, Custer había conservado algo más de doscientos hombres, pero separó de su fuerza las compañías C, I y L, cada una de las cuales tenía cuarenta o cincuenta jinetes. Mientras él, con otras dos compañías, situaba su puesto de mando en una elevación que desde entonces se llama Last Stand Hill (Colina de la Última Resistencia), las compañías I y L se situaron a su misma altura respecto al río, la Compañía I a cuatrocientos metros al sur de Custer, la L cuatrocientos metros más allá. En cuanto a la Compañía C, descendió hacia el río en busca de fugitivos, bajo la cobertura de la L.
Cuando se había alejado más de medio kilómetro en su descenso, fuera ya de la vista de la L y perdiendo por tanto su cobertura, los atacaron los guerreros de «Caballo Loco», cuya presencia desconocían, pensando quizá que estarían luchando contra Reno. Fue un ataque por sorpresa, en el que seguramente los jinetes de la Compañía C ni siquiera vieron a los atacantes. Los indios disparaban desde muy cerca, con lo que las primeras descargas de sus rifles de repetición aniquilaron en un momento al pequeño grupo de medio centenar de hombres. No se puede decir ni que hubiera combate, solamente una rápida matanza.
Lo que vino a continuación fue una especie de efecto dominó. Tras acabar con la Compañía C, los guerreros concentraron su ataque sobre la L con la misma táctica. La sorpresa no fue tan absoluta, pues estaban avisados por el ruido de las descargas, y aunque su capacidad de resistencia fue igualmente nula, hubo unos cuantos soldados que escaparon a la mortandad y pudieron huir hasta donde estaba la Compañía I. Allí se repitió la escena, y finalmente sólo veinte hombres de las compañías I y L lograron llegar despavoridos a donde estaba Custer.
La situación era obviamente crítica y Custer tomó dos medidas. Una fue mandar un pequeño grupo de cinco hombres a caballo en busca de Reno y Benteen para que acudieran en su auxilio; ninguno de ellos logró salir vivo de la trampa de Little Big Horn. La otra medida, desesperada, fue enviar hacia el río a otra compañía de cuarenta hombres, la E, pero desmontada. La única explicación es que Custer pretendía que sirvieran de cebo a los indios, para intentar él mientras tanto la huida.
Existía un precedente de ese comportamiento miserable por parte de Custer. En la campaña del Washita River contra los cheyennes ya había abandonado a diecinueve hombres, que resultaron, naturalmente, muertos. Sin embargo, el sacrificio de la Compañía E no le sirvió de nada. Aunque fue atacada en cuanto llegó al río, «Caballo Loco» no concentró sobre ella sus fuerzas, pues sabía que la tendría a su disposición cuando acabase con Custer. De hecho, serían algunos hombres de la Compañía E los últimos de todas las fuerzas de Custer en ofrecer resistencia.
Mientras tanto Custer, que había conservado junto a él sesenta hombres, fue atacado por «Caballo Loco» de la misma manera: recibió una lluvia de balas —el doctor Fox solamente ha encontrado nueve puntas de flecha— desde cerca, que segaron rápidamente la vida de sus hombres. Por una vez en la historia de los enfrentamientos entre ejércitos regulares y hordas indígenas que llenaron el siglo XIX, los nativos tenían una potencia de fuego muy superior a los soldados europeos o norteamericanos. La mayoría de los hombres del 7.º de Caballería estaban muertos antes de ver a quienes les fusilaban a mansalva, y lo más probable es que no llegara a haber combate cuerpo a cuerpo, pese a la afición de los indios por esa clase de lucha.
El aniquilamiento de Custer y los suyos no suponía, sin embargo, el final de la batalla. El mayor Reno y el resto del 7.º de Caballería, incluido el destacamento del capitán Benteen, continuaban atrincherados en lo alto de la colina al este del río. Los soldados, casi agotados y con poca munición, resistían. «Los guerreros después de terminar con Custer y sus cinco compañías, se reagruparon y volvieron para enfrentarse a Reno y el resto del 7.º de Caballería. Lanzando sus gritos de guerra atacaron», explica Bob Reece. Al día siguiente, cuando tenían la posición casi rodeada, vieron que una columna del ejército se acercaba en ayuda de Reno. Por temor a más pérdidas de vidas, «Caballo Loco» optó por desmontar el campamento y buscar seguridad antes de que llegase.
Los de la colina huyeron a pie en dirección a la columna que se acercaba, a la que «debieron contar la fiereza con que los indios hablan luchado, porque los soldados llegaron a ellos precipitadamente. Para los indios fue una gran victoria. Ellos sabían que no era necesario matar a cada hombre blanco en esa colina», cuenta Reece.
Los indios se dispersaron en pequeños grupos para viajar con más seguridad y con mayor facilidad para encontrar alimentos. «Se separaron por razones de seguridad. Era más difícil seguir un montón de pequeños senderos indios que uno grande, así que optaron por ponerse en marcha divididos antes de la llegada del invierno», prosigue Bob Reece.
Una vez enterados los estadounidenses de la inesperada derrota de Custer, hubo un clamor popular para que los indios vivieran en reservas de una vez por todas. «Indignados, temían morir en la lucha contra los indios de las Praderas». A partir de ese momento «los norteamericanos nos marcaron como salvajes», afirma Ernie LaPointe. «La resistencia no dará a los enemigos la victoria final… la sangre de nuestros soldados exige que estos indios sean perseguidos… deben someterse a la autoridad de la nación», indicaba un informe del Congreso de julio de 1876.
LOS ÚLTIMOS CAUDILLOS INDIOS, DERROTADOS
Su decisiva participación en la batalla de Little Big Horn convirtió a «Caballo Loco» en un mito para su pueblo y en uno de los personajes más odiados entre los blancos, junto a «Toro Sentado». Casi de inmediato, el ejército organizó su persecución. A los pocos meses, «Caballo Loco» fue sorprendido por el general Nelson A. Miles en su campamento de invierno. Logró escapar pero unas semanas después se rendía al general Crook, el mismo al que había derrotado meses antes en Rosebud. Tan sólo un año después de su gran victoria en Little Big Horn era asesinado a bayonetazos a manos de soldados en una celda del fuerte Robinson.
También el general Miles se encargó indirectamente de acabar con «Toro Sentado», quien tras la batalla huyó a Canadá con algunos de sus hombres, donde permanecieron hasta 1881. Murió anciano después de formar parte del show de Buffalo Bill, el 15 de diciembre de 1890, cuando iba a ser detenido ante el presunto peligro que suponía su autoridad moral entre los guerreros. La forma en que ocurrió sigue siendo objeto de controversia. El hecho de que lo que iba a ser una simple detención concluyera en muerte ha sido interpretado desde entonces como un asesinato político por algunos autores, como el sioux Vine Deloria. Fue días antes del acto final de resistencia nativa: la batalla de Wounded Knee. El 29 de diciembre las tribus indias resistentes fueron aniquiladas.
El gobierno de Estados Unidos confinó a los sioux y cheyennes en reservas y se apoderó de sus tierras. Pero la leyenda de la valentía de los guerreros en Little Big Horn se relató entre las tribus indias durante generaciones. En palabras de Neil Magnum: «Simbólicamente es un motivo de orgullo; vencieron al poder del gobierno de Estados Unidos». Para el biznieto de «Toro Sentado» supuso «la mayor victoria que tuvimos, pero al final perdimos nuestra tierra y nuestra forma de vida». Mientras, pocos han podido olvidar la ineptitud del general Custer y la crueldad de este conmovedor capítulo de la conquista del Oeste.
El campo de batalla es hoy conocido por el nombre de Monumento Nacional de Little Big Horn. Hasta 1991 recibió el nombre de Monumento Nacional del Campo de Batalla de Custer. Sin embargo, el nombre del general que en menos de una hora perdió a todos sus hombres ahora es preferible que pase inadvertido…