Fecha: 19 de julio de 1808.

Fuerzas en liza: El ejército francés contra el español.

Personajes protagonistas: El general de división Pierre-Antoine Dupont, general en jefe del Segundo Cuerpo de Observación de la Gironda; el teniente general Francisco Javier Castaños, general en jefe del ejército de Andalucía; el mariscal de campo Reding, general en jefe de la 1.a División y el marqués de Coupigny, general en jefe de la 2.a División.

Momentos clave: La batalla del Puente de Alcolea y el combate de Mengíbar.

Nuevas tácticas militares: Los guerrilleros —que fueron un factor fundamental en la resistencia española frente a Napoleón— ejercieron por primera vez una influencia importante en los acontecimientos, pues la amenaza de cortar la línea de suministros francesa determinó los movimientos estratégicos de Vedel.

Martes, 19 de julio de 1808: el invencible ejército de Napoleón sufre su primera derrota aplastante, con la rendición de un Cuerpo de Ejército entero. En diez horas, los hombres de Francisco Javier Castaños vencieron al general francés Dupont. La batalla, que tuvo lugar en campo abierto, en la localidad jienense de Bailen, fue un hecho decisivo en la historia de España: marcó el desarrollo de la guerra de la Independencia, de la Junta Central y de las Cortes de Cádiz. Además, el hecho actuó como catalizador del moderno sentimiento nacional español tras el espontáneo levantamiento de un pueblo que se alzó en armas junto a su escaso ejército contra la invasión francesa. Pero también tuvo su repercusión más allá de nuestras fronteras. El Imperio francés extendido por toda Europa había tenido su primer tropiezo y comenzó a ponerse en duda su aparente imbatibilidad. La formación de la Quinta Coalición contra Napoleón en 1809 fue una de sus consecuencias.

Frente a un Napoleón en pleno proceso de expansión y la fortaleza política y militar del Primer Imperio francés, la débil monarquía de Carlos IV acabó por derivar en una confrontación entre España y sus antiguos enemigos Reino Unido y Portugal, ahora como aliados, contra Francia. El conflicto —enmarcado dentro de las guerras napoleónicas— se desencadenó por la ocupación del suelo español por el hasta entonces aliado ejército francés y la imposición de un rey intruso, José I, hermano de Napoleón. La oposición armada a la pretensión del emperador francés y a su ambición expansionista tendría su primera victoria importante en los campos andaluces.

La participación del pueblo de Bailen, que entonces contaba con unos mil habitantes, suministrando agua y víveres a los soldados españoles y desarrollando además labores de intendencia fue fundamental y, tal y como afirma el cronista oficial de la localidad, Juan Soriano Izquierdo, la batalla «se convirtió en un hito del siglo XIX sobre la unidad de todos a la hora de defender el propio territorio, hasta el punto que en la Guerra Civil española, muchos años después, ambos bandos hacen referencia a esta exaltación del orgullo nacional iniciado en Bailen para animar a sus soldados».

De hecho, para muchos historiadores el año 1808 fue uno de los más revolucionarios de la historia de España, un año en el que se afianza la nación española porque se inicia una etapa de unidad, patriotismo y liberalismo. En este sentido se manifiesta el periodista Andrés Cárdenas, autor de la novela histórica El cántaro roto. Bailen 1808, para quien «1808 es seguramente el año más trascendental de la historia de España porque representa el final de una época agonizante y el inicio de la contemporaneidad». Y en estos cambios políticos, sociales, económicos y militares la batalla de Bailen tuvo parte de protagonismo en esta revolución.

PROCESO EXPANSIONISTA DE NAPOLEÓN

Cuando la Revolución francesa estalló en 1789, España, aliada desde hacía un siglo no con Francia, sino con la monarquía francesa por un pacto de familia entre las dos ramas borbónicas, siguió la reacción de las restantes monarquías europeas, hostiles al nuevo poder.

Así, el 7 de marzo de 1793, tras la decapitación del rey Luis XVI —primo del monarca español— dos meses antes, España declaró la guerra a la República Francesa. Este primer enfrentamiento concluyó con la Paz de Basilea firmada entre ambos países en 1795, y que dio como resultado la devolución por parte de Francia de los territorios invadidos en Cataluña y en el País Vasco, a cambio de la cesión de la parte oriental de la isla de Santo Domingo. Por esta firma el entonces secretario de Estado, favorito de Carlos IV y artífice de los vínculos francoespañoles, Manuel Godoy recibiría el título de «Príncipe de la Paz».

A partir de ese momento, Godoy cambió su actitud beligerante con Francia e inició una etapa de colaboración, resultado de la firma del tratado de San Ildefonso en 1796. España hipotecó su política exterior en beneficio de Napoleón y estuvo en permanente enfrentamiento con Inglaterra, con la que mantuvo dos guerras: en 1797 y en 1804. El 21 de octubre de 1805 la armada francoespañola, al mando del almirante francés Villeneuve, sufrió la derrota de Trafalgar (véase el capítulo 13), lo cual supuso el fin del poder español en los mares y de los planes de Napoleón de invadir Inglaterra.

A partir de esa derrota, Fernando, príncipe de Asturias, comenzó a aglutinar a las personas descontentas con la política de Godoy, entre las que se encontraba el preceptor del príncipe, Juan Escóiquiz, que se puso a la cabeza del partido fernandino y desarrolló una campaña clandestina de propaganda política para desacreditar a Godoy y a los reyes.

En 1807 se firmó el tratado de Fontainebleau, por el que se autorizaba a las tropas francesas a atravesar España con el pretexto de atacar Portugal, tradicional aliada de Inglaterra. Portugal debía ser repartido entre los aliados y Godoy se reservaba la parte meridional del país con el título de rey de los Algarves, cubriéndose las espaldas ante un previsible negro futuro con Fernando como sucesor de Carlos IV. La invasión de Portugal debía de ser llevada a cabo por tropas españolas y francesas. Así, el 18 de octubre de 1807 entraban en la Península los primeros soldados al mando del general Junot. Junto con fuerzas españolas, llegaron a Lisboa el 30 de noviembre, obligando a la familia real portuguesa a exiliarse a Brasil.

«Sin embargo, el tratado de Fontainebleau no fue sino la excusa para los designios de Napoleón respecto a España; invasión legal, lenta y sin resistencia de la Península, pues el 22 de diciembre de 1807, sin contar para nada con el Gobierno de Madrid, pasó la frontera el Segundo Cuerpo de Observación de la Gironda, al mando del general Dupont, que estableció, en un primer momento, su cuartel general en Vitoria», explica Juan Soriano, cronista oficial de la ciudad de Bailen.

A partir de ese momento, y hasta marzo de 1808, más y más soldados franceses fueron entrando en territorio español, «haciéndose dueños de todas las plazas fuertes fronterizas del norte peninsular: Burgos, Salamanca, Pamplona, San Sebastián, Barcelona o Figueras y controlando no sólo las comunicaciones con Portugal, sino también con Madrid», señala Soriano.

El general Dupont —protagonista de Bailen— hizo su entrada en la Península el 22 de diciembre de 1807, al mando de 24 428 franceses, y estableció en Vitoria su cuartel general. Después se trasladó a Burgos y de allí a Valladolid, para abrir paso a los treinta mil hombres del general Moncey, que llegaron el 9 de enero de 1808. En el mes de marzo ambos generales recibieron orden de avanzar sobre Madrid.

El entusiasmo inicial por la alianza con Francia se fue convirtiendo en temor e inquietud cuando los españoles comprobaron que los cien mil soldados galos que ya se habían instalado en España sólo estaban interesados en defender los intereses de Napoleón. Alarmado Godoy por la presencia de tantas tropas dispuso, el 15 de marzo de 1808, que la corte y la familia real se trasladasen de El Escorial a Aranjuez para, en caso de necesidad, seguir camino hacia Sevilla y embarcarse para México. Entonces, se corrió la voz entre el pueblo de que Godoy había vendido el país a Napoleón para impedir que Fernando ocupara el trono. El rumor dio lugar al famoso motín de Aranjuez.

El 19 de marzo, Godoy fue detenido en su palacio y trasladado hasta el cuartel de Guardias de Corps, ya que le culpabilizaban de la penosa situación económica y política que atravesaba España. Para evitar males mayores, Carlos IV abdicó en su hijo Fernando VII, quien no fue reconocido por el procónsul francés en España, el cuñado de Napoleón, Joaquín Murat, gran duque de Berg.

Así que las cosas fueron empeorando hasta que, el 10 de abril, el nuevo rey junto con sus padres abandonaron la corte de Madrid camino de Bayona para —cada uno por su lado— entrevistarse con el emperador. «En Madrid —cuenta Juan Soriano Izquierdo— quedó una Junta de Gobierno como representante del rey Fernando VII, aunque el poder efectivo era de Murat, el cual redujo la Junta a un mero títere en sus manos». Una de las primeras medidas del francés fue liberar a Godoy, quien también se dirigió a Francia para hablar con Napoleón. Femando se presentó en Bayona el 20 de abril, Godoy llegó el 26 y los reyes el 30.

El 2 de mayo tuvo lugar el famoso levantamiento del pueblo de Madrid, cada vez más opuesto a los franceses. La protesta popular surgió de forma espontánea ante la situación de incertidumbre política tras el motín de Aranjuez y al ver que los dos infantes que quedaban en la ciudad —María Luisa, reina de Etruria, y Francisco de Paula— abandonaban la ciudad. «Informado Murat de la actitud enardecida del pueblo y resuelto a sofocar la revuelta envió el batallón de granaderos de la Guardia Imperial al palacio, acompañado de artillería que, sin previo aviso, abrió fuego contra el pueblo indefenso», indica Soriano.

Las crueles represalias de Murat quedaron inmortalizadas, años después, en las obras de Goya, entonces pintor oficial de la corte, La carga de los mamelucos y Los fusilamientos del tres de mayo o Los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío. Como homenaje a los acontecimientos protagonizados por los madrileños ese 2 de mayo, la fecha pasó a ser el día de la Comunidad de Madrid.

Reprimida la protesta por las fuerzas napoleónicas presentes en la ciudad, se extendió por todo el país una ola de proclamas de indignación y llamamientos públicos a la insurrección armada contra los franceses que fue inflamando los ánimos de los españoles contra las tropas invasoras. Había comenzado la guerra de la Independencia.

Mientras, en Francia, se producían el 5 de mayo las abdicaciones de Bayona, que dejaron el trono de España al hermano del emperador, José Bonaparte, hasta entonces rey de Nápoles. Según cuenta la historia, ese día Napoleón gritó a Fernando: «¡Príncipe, aquí se opta por la abdicación o la muerte!». Así que, primero, Fernando devolvió la corona a su padre Carlos IV, quien el día anterior ya había renunciado —sin saberlo su hijo— a sus derechos al trono a favor de Napoleón y a cambio del palacio de Compiègne, el castillo de Chambord y una renta vitalicia, que no recibiría nunca.

Godoy y los reyes Carlos y María Luisa iniciaron su destierro en tierras italianas, donde llegaron cuatro años después, tiempo que vivieron a Marsella. Fernando queda retenido en Valencay desde el 16 de mayo de 1808. Los Borbones ya no estaban en España y Napoleón nombró a su hermano José rey y éste ofreció la jefatura del Gobierno a Urquijo.

EL LEVANTAMIENTO DEL PUEBLO ESPAÑOL

En toda España, contra la invasión napoleónica, se forman juntas provinciales que se organizaron en una Junta Central el 25 de septiembre de 1808. Excepto Asturias y Galicia, todo el norte peninsular estaba bajo dominio francés. «En cada provincia se constituyeron juntas provinciales alzadas contra un Gobierno ilegítimo y con el objeto de recuperar la legalidad fundamental, rota tras las abdicaciones de Bayona, a las que se unieron representantes de todos los estamentos y clases sociales: nobles, absolutistas e ilustrados, intelectuales, universitarios, burgueses, autoridades municipales y provinciales, militares, clero y clases populares, estas últimas de manera muy importante», señala Soriano.

Estas juntas se constituyeron como organismos independientes y asumieron en su territorio toda la autoridad, «encauzaron la indignación popular —continúa el cronista de Bailen— y la transformaron en fuerza armada. La población elegía a sus miembros por aclamación entre las personas más destacadas por su posición o su rango intelectual. Tenían su administración propia, promulgaban leyes y hacían efectivos tributos y contribuciones, llegando a enviar delegados a las potencias extranjeras».

En opinión de este experto, la extensión y número de las juntas provinciales se convirtió enseguida en un obstáculo insuperable para la metódica y concertada estrategia napoleónica. «La imposibilidad de atender en un solo y único objetivo multiplicó las operaciones y dificultó enormemente los planes napoleónicos de conquista», sostiene.

El 27 de mayo de 1808, Sevilla fue la primera ciudad andaluza que se alzó contra Napoleón, constituyendo su junta provincial y declarándole, formalmente, la guerra el 6 de junio. Pronto contó con la adhesión del general Castaños, teniente general al mando de la comandancia de Gibraltar y al que esta junta nombró capitán general del ejército de Andalucía.

El contingente de tropas se organizó en Carmona, y se trasladó posteriormente a Utrera, quedando sólo en aquella ciudad la vanguardia. Se consiguió reunir un total de 34 366 hombres —casi en su totalidad de cuerpos veteranos a los que se sumaron reclutas de las juntas provinciales de Andalucía—, 2660 caballos y 28 piezas de artillería. Además, se contaba con 26 255 hombres en la reserva, todos bajo el mando del general Castaños.

Hay que tener en cuenta que en 1808 España estaba prácticamente desguarnecida de fuerzas militares con capacidad operativa efectiva. De acuerdo con las obligaciones del tratado de San Ildefonso, lo mejor del ejército español, incluidos prácticamente todos los caballos buenos, había sido enviado al Báltico para luchar junto a los franceses contra los suecos. De lo poco que quedó en España, lo mejor tuvo que ser enviado a la conquista de Portugal, otra vez junto a los aliados napoleónicos. Aunque sobre el papel los historiadores encuentren citados muchos regimientos regulares, la mayoría estaban en cuadro. La facilidad con que las juntas levantaban ejércitos numerosos se debía al entusiasmo popular, que llenaba de voluntarios cualquier banderín de enganche, pero eran gente que no tenía la instrucción y disciplina indispensables para desarrollar las tácticas de la época, y una vez pasado el espejismo de Bailen, los contingentes españoles nunca fueron enemigo para fuerzas bien organizadas como las napoleónicas. Cada batalla campal se saldaba con una desbandada —no retirada— de los reclutas españoles, que desertaban y se iban a las guerrillas.

Enfrente, el ejército francés de ocupación estaba constituido en buena parte por soldados bisoños, reclutados apresuradamente y apenas instruidos, «porque la idea de Napoleón no era conquistar España a la fuerza, sino políticamente. Así, las fuerzas que había enviado a nuestro suelo no estaban destinadas, en principio, a combatir, sino a respaldar por el mero efecto de su presencia la operación política que había planeado, por lo que mandó a sus mejores hombres a los territorios de Europa central, que consideraba de mayor importancia para la seguridad de su imperio», explica Juan Soriano. Y es que Napoleón no había previsto el levantamiento en masa del pueblo español. Sin embargo, también existían algunas unidades veteranas, representantes de todas las cualidades del soldado napoleónico, que formaban el armazón que sostenía al ejército ocupante. Entre las fuerzas de Dupont en concreto respondía a esta categoría toda la artillería, la caballería —aunque estuviese formada por regimientos provisionales—, un regimiento profesional de suizos, la Guardia de París y, por encima de todos, los marinos de la Guardia, creme de la creme del ejército francés.

Tras los sucesos del 2 de mayo, Dupont se dirigió hacia Andalucía para llegar a Cádiz y asegurarse este puerto de vital importancia en la lucha contra Gran Bretaña y liberar a la escuadra del almirante Rosily, fondeada en la ciudad desde la derrota de Trafalgar (véase el capítulo 13) y bloqueada por una escuadra inglesa.

Dupont avanzó hacia el sur sin encontrar apenas resistencia. Tras días de marcha el ejército llegó, el 7 de junio de 1808, a la pequeña localidad cordobesa de Alcolea. Allí estaban acampadas varias milicias locales y algunos hombres uniformados miembros del ejército de Andalucía. En total habría unos tres mil soldados españoles, algunos paisanos, así como doce cañones, mandados por el coronel Pedro Agustín de Echevarri. Con el fin de retrasar el avance francés se produjo un enfrentamiento a las afueras de la localidad, cerca del puente. Aunque rechazados en una primera instancia por parte de las fuerzas españolas, la superioridad numérica y material de los franceses hizo que el ejército español se replegara.

Durante estas semanas, paralelamente, se produjeron otros pequeños enfrentamientos, que al principio resultaron desfavorables a las tropas francesas, como el de Bruch (6 de junio) y el de Valencia (28 de junio). Pero la derrota española en Medina de Río Seco, el 14 de julio de 1808, le permitió al ambicioso ejército de Napoleón consolidar su posición en España, y que se asentara en Madrid José I como rey de España.

LOS DOS EJÉRCITOS DIVIDEN SUS FUERZAS

El general Dupont, tras su victoria en la batalla del puente de Alcolea y tras tomar y saquear Córdoba, se enteró de que el general Castaños estaba organizando un ejército que podía cortarle su comunicación con Madrid, por lo que decidió abandonar Córdoba para establecer su cuartel general en Andújar.

Por su parte, las tropas al mando de Castaños, formadas por doce mil combatientes, se dirigieron desde el cuartel general de Utrera hacia Andújar. El suizo Teodoro Reding, por entonces el gobernador militar de Málaga, fue nombrado capitán general del ejército del reino de Granada, preparando también un contingente de unos diez mil hombres que salió hacia Mengíbar, lo mismo que el marqués de Coupigny, con algo más de ocho mil hombres, que partieron hacia Villanueva. A estas fuerzas se les unirían las tropas de Félix Jones, y la reserva al mando de Manuel de la Peña. El general Castaños desplazó su ejército de día y de noche, cambiando constantemente de dirección, de manera que las tropas francesas no pudiesen estar seguras de su posición ni de sus intenciones.

El plan de campaña del general Castaños, conocido como «Plan de Porcuna», se basaba en la idea de que se debía cercar a Dupont en Andújar, privarle de socorro, y atacarle de frente, flanco y retaguardia. «Para llevar a cabo este plan debía de cruzarse el Guadalquivir por Villanueva, para cortar las comunicaciones, y por Mengíbar para ocupar Bailen e impedir toda retirada hacia Madrid», cuenta Soriano. «La idea —añade— era sitiar Andújar, pero no la de luchar en Bailen».

Así, inicialmente, la 1.a División, al mando de Reding, cruzaría por los vados del Rincón y avanzaría inmediatamente sobre Bailen. Después, la 2.a División, al mando de Coupigny, cruzaría entre Mengíbar y Villanueva. Le seguirían la 3.a División, al mando de Narciso de Pedro, y la División de Reserva, al mando de La Peña, que tomarían sucesivamente posición protegiéndose mutuamente, según el terreno. Antes que nadie, el destacamento de Valdecañas debía avanzar para interponerse entre Bailen y Guarromán, con la doble misión de colaborar en el ataque a Bailen e impedir le llegada de refuerzos desde Despeñaperros.

Pero este plan inicial le pareció arriesgado al general Castaños e introdujo tantos cambios que acabó por convertirlo en un plan completamente diferente. «Dispuso que en vez de marchar todo el ejército para vadear el río y caer sobre Andújar por su retaguardia, sólo la 1.a y 2.a divisiones, la mitad aproximadamente de sus fuerzas, harían el movimiento, al tiempo que el resto de las tropas, agrupadas en las otras dos divisiones, fijarían y distraerían a Dupont por su frente mientras se ejecutaba la maniobra. Al mismo tiempo, los cuerpos volantes, destacamentos de Pedro Valdecañas y Cruz Mourgeon hostigarían al enemigo por su norte y su extremo este, sin entablar acciones serias. Y así se procedió», explica Juan Soriano.

El nuevo plan del general Castaños también era arriesgado, pues al dividirse las fuerzas de los españoles perdía la superioridad numérica frente a un enemigo cuya fuerza y disposición exacta desconocía en el momento de planearlo. Castaños calculó que el cuerpo principal acampado en Andújar era de unos catorce mil franceses, con lo que en Mengíbar, Bailen y La Carolina sólo podía haber destacamentos e «ignoraba las fuerzas que constituían y las posiciones que ocupaban las divisiones Vedel y Gobert, Bailen y Guarromán. En realidad, el 12 de julio Dupont ya tenía unos veinte mil hombres: diez mil a sus órdenes directas, ocho mil con Vedel y Gobert, y unos dos mil en una serie de destacamentos hasta Manzanares. Sólo así se explica la confianza en ocupar Bailen y cubrir la retaguardia con sólo el destacamento de Valdecañas», sostiene el cronista de Bailen.

Mientras, Dupont se vio incapaz de sostenerse en Andújar y resistir el ataque preparado por Castaños, y optó por huir de la ciudad por la noche para evitar ser detectado por las fuerzas españolas. En la madrugada del 19 de julio, en las proximidades de Bailen, se encontró sin esperarlo con las divisiones de Reding y Coupigny, «que fueron las que sostuvieron el grueso del combate en la memorable jornada de Bailen, sin que hubiera de intervenir el resto de las tropas, y siendo la división de La Peña quien hostigó la retaguardia francesa, impidiendo su retroceso», indica Soriano.

PILLADOS POR SORPRESA

La disposición del ejército francés en el momento de la batalla fue crucial para la victoria española. «Sorprendentemente, en lugar de estar reunido en Andújar, donde Dupont esperaba tener el encuentro decisivo con los españoles, parte del ejército francés, bajo su mando directo, se hallaba en Andújar, mientras otra, al mando de Vedel, se alejaba del escenario de la confrontación en dirección a Sierra Morena en la creencia, errónea, de que los españoles se dirigían a cerrarles la retirada en las angosturas serranas, cortando el cordón umbilical con Madrid, circunstancia táctica que los franceses querían evitar a toda costa», afirma Francisco Acosta, profesor de Historia de la Universidad de Jaén.

Los españoles sorprendieron a los franceses, pero la sorpresa no obedeció a una habilidad estratégica, según este experto, sino más bien a circunstancias casuales ajenas a toda planificación. «Por una serie de confusiones, malentendidos e informaciones erróneas y malinterpretadas —señala Acosta—, los franceses dispusieron sus fuerzas para impedir a los españoles el cierre de los pasos de Despeñaperros, estrategia que los españoles no habían planificado, ni habían siquiera planteado como engaño o maniobra de distracción. Es decir, el error de los franceses no fue deliberadamente inducido por los mandos del ejército español».

Así, para Francisco Acosta fue el azar o un error el protagonista del desenlace, «con independencia de que la estrategia y el plan de ataque diseñado por la plana mayor de Castaños en la villa de Porcuna pudiera ser adecuado y ortodoxo». En una línea parecida opina Juan Soriano Izquierdo: «Los errores del mando francés hicieron posible el éxito de un plan que, de otra manera, estaba condenado al fracaso. La victoria española fue fruto de la casualidad y no de la estrategia», asegura.

La cadena de equívocos y malos entendidos comentó el 16 de julio. Ese día, tras su derrota contra Reding en el combate de Mengíbar, el general francés Dufour recibió informes sobre que el Cuerpo Volante del coronel Valdecañas se encontraba cerca de Linares y amenazaba Despeñaperros, por lo que decidió por su cuenta subir a proteger el paso con sus fuerzas y abandonó Bailen por considerar que su misión más importante era asegurar las comunicaciones entre Andalucía y Castilla.

El general Dupont, al recibir en su cuartel general de Andújar el parte del combate de Mengíbar optó por enviar de regreso a las recién llegadas tropas del general Vedel —tras diecinueve horas de penosa marcha— en refuerzo de la amenaza que se cernía sobre Bailen. Así, el general Vedel salió de Andújar con unos cinco mil quinientos hombres cansados a las once de la noche del día 16. Llegó a Bailen a las ocho de la mañana del día 17. Allí no encontró a nadie. Los del pueblo le informaron falsamente de que las fuerzas del español Reding se habían juntado con las del coronel Valdecañas en Linares y que juntos se dirigían a Santa Elena, por lo que se veía justificado que el general Dufour se viera forzado a salir en su persecución. Vedel resolvió seguir los pasos de Dufour, también convencido de que lo principal era garantizar las comunicaciones con Castilla.

De esta manera, el día 18 de julio las tropas de Dufour estaban en Santa Elena y las de Vedel en La Carolina, mientras la población de Bailen se quedaba sin guarnición francesa alguna, y a su vez ellos alejados a cincuenta y cuatro kilómetros de Andújar, donde todavía estaba el general Dupont.

Según el plan de Castaños, los generales Reding y Coupigny, con la 1.a y 2.a divisiones, respectivamente, debían ocupar Bailen. De esta manera, el general Coupigny abandonó su posición frente a Villanueva la noche del 17 al 18 y se unió a la división Reding en Mengíbar. Al amanecer del día 18 de julio las dos divisiones españolas cruzaron el río Guadalquivir y a las nueve de la mañana entraron en Bailen.

El propio Reding se sorprendió cuando entró en Bailen el día 18 sin disparar un tiro ni hallar en la localidad rastro alguno de las tropas francesas a las que se había enfrentado un par de días antes en Mengíbar. «Cuando Dupont decidió abandonar Andújar la noche del día 18, creyó dejar tras de sí al ejército español de Castaños y desconocía que se iba a topar en Bailen con dos divisiones del mismo al mando de Reding. Y obviamente, Reding esperaba conforme a las previsiones librar la batalla decisiva en Andújar y sólo su diligencia le permite disponer rápidamente sus tropas para el combate en Bailen cuando, sin esperarlo, vio aparecer la avanzada del ejército de Dupont. Mientras tanto, Vedel seguía persiguiendo un fantasma hacia el norte. Quizá la frase que mejor resuma lo ocurrido sea la del militar inglés Charles Ornan quién diría que “en aquella curiosa campaña lo probable nunca ocurrió, y todo se desarrolló de una forma imprevista”», recuerda Francisco Acosta.

INFORMACIÓN CONFUSA SOBRE EL ENEMIGO

Cuando Dupont, la noche del 18, decidió abandonar Andújar y unirse a Vedel en Bailen estaba convencido de que el grueso de las fuerzas españolas se encontraba en los Visos de Andújar y no en Bailen. Así pues, las mejores unidades del ejército francés formaban en la retaguardia, ya que Dupont no esperaba encontrar a ningún enemigo frente a su dirección de marcha procedente de Bailen. «Esto terminaría siendo clave para entender su derrota. Él temía un ataque en Andújar, así que dispuso las mejores fuerzas atrás, lo cual significó una enorme falta de previsión», mantiene Soriano.

Sin embargo también puede entenderse que, dadas las informaciones de que disponía Dupont, no era descabellado dejar cubriendo su retirada a sus fuerzas más fiables. Así, la retaguardia estaba formada por los marinos de la Guardia, la Guardia de París y dos piezas de artillería. Pero en medio arrastraba un convoy de convalecientes constituido por quinientos carros en los que transportaban a casi dos mil hombres enfermos o heridos. El convoy estaba escoltado por destacamentos de diversos cuerpos y se extendía a lo largo de cinco kilómetros. La retaguardia permaneció en Andújar hasta última hora para evitar que los vecinos alertaran a Castaños.

«El mayor Teulet —cuenta Soriano— mandaba la vanguardia con efectivos aproximados de dos batallones, un escuadrón y cuatro piezas de artillería. Sobre las ocho de la tarde emprendió la marcha el grueso de la columna, compuesto por el resto de la brigada Chabert y la brigada de caballería Dupré. Le seguía el convoy de carros, a continuación, la brigada Schramm (compuesta por dos regimientos mercenarios suizos que estaban anteriormente al servicio del rey de España, y por tanto no eran muy de fiar pese a su calidad profesional), la brigada Pannetier, la brigada de caballería Privé y los marinos de la Guardia, cerrando la marcha las seis compañías de élite y las dos piezas de artillería». La columna de marcha se extendía a los largo de unos doce kilómetros. «Existen severas discrepancias en cuanto al número de los efectivos franceses al salir de Andújar, sus historiadores los fijan en ocho o nueve mil hombres, mientras que los españoles los calculan entre doce o trece mil», añade.

Dupont mandaba personalmente las fuerzas que precedían al convoy y Barbou las de retaguardia. En su camino, los franceses no volaron el puente sobre el Guadalquivir para no alertar a Castaños, contentándose con bloquearlo.

Mientras, el general español tenía una información confusa, pues estaba convencido de que Dupont y la mayor parte del ejército enemigo seguían en Andújar y que las tropas que se movían hacia La Carolina eran los restos de la acción de Mengíbar, ocurrida dos días antes. «En cambio, Reding sí sabía que Vedel había cruzado hacia La Carolina, pero posiblemente subestimaba su fuerza, que era prácticamente igual a la de Dupont; lo que indica el hecho de que la fuerza dejada a retaguardia en los Cerros de San Cristóbal y el Ahorcado a fin de prevenir una acción de Vedel era claramente insuficiente», sostiene Soriano.

Los expertos coinciden en mantener que ninguno de los dos bandos estaba bien informado del enemigo, de su situación, de sus intenciones o del número de hombres con el que tendrían que enfrentarse. «Lo que derivó en una batalla de encuentro, en la que el azar tuvo un importante papel. Asimismo, ambos bandos tenían amenazada su retaguardia, lo que hizo del combate una lucha contra el tiempo; de ahí el empeño de Dupont en quebrar la línea española y la firmeza de Reding en mantenerse y resistir», señala el cronista oficial de Bailen.

EL ATAQUE DE LA VANGUARDIA FRANCESA

El calor del mes de julio en el campo andaluz es intenso y ese año lo fue aún más. Con un calor que alcanzaría durante el día los 40 ºC, la vanguardia francesa dirigida por el mayor Teuler tardó nueve horas en recorrer los veintidós kilómetros que separan Andújar de Bailen. Eran las tres de la madrugada cuando alcanzaba el puente del Rumblar, situado a unos cinco kilómetros al oeste de Bailen. «Un kilómetro más arriba, tropezaron con los primeros puestos avanzados españoles que ocupaban la loma del Ventorrillo del Rumblar, desde la que vigilaban el puente y la carretera de Córdoba en la llamada Cuesta del Pino, produciéndose los primeros disparos», cuenta Juan Soriano. Había comenzado la batalla de Bailen.

Sorprendidas, las fuerzas españolas fueron fácilmente superadas y el mayor Teuler avanzó tres kilómetros más hasta llegar a una zona despejada llamada la Cruz Blanca. Los españoles atacaron la vanguardia francesa, el brigadier Venegas por la derecha y el brigadier Grimarest por la izquierda.

Los franceses retrocedieron hasta el Rumblar y asentaron sus piezas de artillería en la otra orilla. Grimarest lanzó el regimiento de caballería Farnesio contra el enemigo en retirada; pero el mayor Teuler con su fuego de fusilería y el de sus cañones frenó a los del Farnesio.

A la media hora, los españoles cesaron en su ataque y retrocedieron a sus posiciones originales, excepto el primer escuadrón del regimiento de Farnesio que se desplegó al este del puente del Rumblar para dominar su carretera de acceso, y el batallón provincial de Ciudad Real, treinta jinetes del regimiento España y la 2.a compañía de zapadores, que se desplegaron en el Cerrajón dominando con sus fuegos el acceso a la Cruz Blanca.

«De acuerdo con el orden de marcha de la columna, la única caballería que estaba en condiciones de acudir al lugar de la acción con prontitud era la brigada Dupré, que viajaba en la cabeza del convoy. Por su parte, la brigada Privé, situada al final, tardaría al menos una hora antes de presentarse en la Cruz Blanca, aun forzando todo lo posible la marcha», cuenta Juan Soriano.

Así, la brigada de caballería francesa al mando de Dupré cruzó el puente del Rumblar con el primer regimiento de cazadores a caballo y se lanzó sobre el primer escuadrón del regimiento de Farnesio. Contraatacados por el batallón de infantería de Ceuta, el regimiento de infantería de la Reina y el segundo escuadrón del regimiento de Farnesio, el regimiento francés se retiró con graves pérdidas hasta alcanzar la Cruz Blanca, donde se le unió el segundo regimiento de cazadores a caballo de la brigada Dupré.

La primera carga de caballería francesa había fracasado y optaron por esperar la llegada de nuevas fuerzas al combate: el resto de la brigada de infantería Chabert. Mientras esperaban, se produjo un duelo artillero durante una hora y en el que los franceses se llevaron la peor parte. «Los disparos de las piezas francesas —explica Soriano— no produjeron efecto alguno, pues se dirigieron más atrás de la retaguardia, hacia la población de Bailen, mientras las baterías españolas lograban desmontar cinco piezas francesas».

Sobre las seis de la mañana llegaron al puente del Rumblar la brigada de infantería Chabert —con un total de mil ochocientos hombres y cuatro piezas de artillería— y la brigada de dragones Privé, con un total de unos novecientos jinetes. En ese momento Dupont disponía de diez cañones, mil cuatrocientos jinetes y unos tres mil cien infantes. La brigada Pannetier marchaba detrás del convoy, situado aún a unos cinco kilómetros del puente, por lo que tendría que esperar dos horas para poder contar con ellos.

Pero Dupont se impacientó y decidió atacar sin esperarlos ante el temor de que Castaños apareciese por su espalda. Su objetivo era la batería central española, romper la línea, abrirse paso, enlazar con Vedel… Para ello organizó cuatro columnas sobre la base de los cuatro batallones de infantería flanqueadas a la derecha por los dragones y coraceros de Privé y a la izquierda por los cazadores a caballo de Dupré. Apoyados por las piezas de artillería asentadas en la Cruz Blanca atacarían la batería central española directo hacia Bailen.

Pero el general Reding también temía que apareciesen Vedel y Dufour a su espalda, por lo que colocó a sus hombres en «línea de combate», única táctica conocida por aquellos días para hacer frente a las columnas francesas, al oeste de Bailen, en dirección hacia Andújar. El general Reding desplegó sus fuerzas de norte a sur en tres líneas: la primera de artillería e infantería, la segunda de infantería e ingenieros y la tercera de caballería. Las unidades del ala derecha se apoyaban en el cerro de San Valentín; las del centro estaban desplegadas a caballo de la carretera de Andújar; y las del ala izquierda, en el cerro Haza Valona, se desplegaron delante de la carretera de Mengíbar. La dirección de los fuegos de artillería se encomendó a los coroneles José Juncar y Antonio de la Cruz.

El marqués de Coupigny, general en jefe de la 2.a División de Castaños estaba al mando del ala izquierda de la línea española, situada en el cerro Haza Valona. El brigadier Venegas mandaba el ala derecha, situada en el cerro de San Valentín. Reding, responsable de todo, se situó en el centro, sobre el camino real. Sus fuerzas superaban los diecisiete mil soldados frente a los, como mucho, trece mil hombres de Dupont. En la época, una desventaja de ese orden no era preocupante para el ejército napoleónico frente a cualquier ejército europeo, y mucho menos frente al desmantelado ejército español de 1808, enseguida nutrido de numerosos voluntarios de gran coraje pero ninguna formación militar.

LOS ESPAÑOLES, CLAVADOS SOBRE EL TERRENO

Reding ordenó a Venegas y Coupigny que atacasen a los franceses por los flancos. El general Venegas descendió el cerro de San Valentín contra el ala izquierda francesa con el regimiento de Órdenes Militares y los cazadores de la Guardia Valona. Dupont no esperaba este ataque español y lanzó contra ellos cuatrocientos jinetes que le quedaban al general Dupré contra la infantería española, que se retiró de vuelta al cerro de San Valentín.

En el Cerrajón, mientras tanto, las fuerzas españolas hostigaban el flanco derecho francés, por lo que Dupont envió contra ellos a los dragones de Privé. Los españoles se replegaron precipitadamente hacia la línea principal. El marqués de Coupigny había avanzado para apoyarles en la retirada con el regimiento de Jaén, el primer batallón del regimiento Reding y la 4.a compañía de zapadores, apoyados por los jinetes del escuadrón del regimiento España y los garrochistas. Todos ellos fueron atacados por los jinetes de Privé, que en su carga diezmaron a los españoles, que dejaron una bandera en poder del enemigo y fueron obligados a retroceder a sus posiciones de partida, lo que hicieron protegidos por los regimientos de Bujalance, Cuenca y Trujillo, que se adelantaron.

Finalmente, las piezas de a doce de la batería de la izquierda española dispararon a mansalva sobre los jinetes franceses. «El intenso fuego los desordena, vacilan, se reagrupan y vuelven a la carga, pero los provinciales resisten, vuelven a ser cañoneados y acaban retirándose. Las cargas de la brigada Privé demostraron a Dupont que un ataque concentrado en un punto podía romper la línea española», explica Juan Soriano.

También las baterías españolas hicieron estragos en el centro contra la infantería de Chabert, mal apoyada por su artillería, a pesar de lo cual los infantes franceses prosiguieron el avance, con su general a la cabeza.

En este momento es cuando los historiadores situaron el episodio de los garrochistas, «que movieron tal choque que de los lanceros no quedaron ni la cuarta parte», asegura un alto cargo militar de la época. «Este cuerpo de voluntarios —explica Juan Soriano— estaba formado por los antiguos capataces de las fincas; sobre todo provenían de Jerez y Utrera. Sólo participaron unos cuatrocientos en la batalla, pero se ha sobrevalorado su actuación. Se convirtieron en una figura típica por el colorido de su vestimenta, su pica y navaja, ensalzados como “hombres del campo andaluz que ante la invasión francesa se tiran al campo a luchar”, una figura que encajaba bien en el espíritu romántico del siglo XIX. Se hablaba de que el pueblo se lanzaba contra los franceses, pero en realidad en su mayoría fue un ejército regular con voluntarios bien entrenados».

Tras un enfrentamiento de la caballería e infantería francesa contra las líneas españolas, apoyadas por sus cañones, entró en acción la reserva española, que decidió la suerte del combate. Los jinetes galos, agotados, fueron cediendo terreno y se retiraron, «dejando a la mitad de los suyos tendidos frente a la batería, a los olivares de la Cruz Blanca, donde los infantes de Chabert ya habían tenido tiempo para reorganizarse», señala Soriano.

A las ocho y media de la mañana, los ataques franceses contra el centro y la izquierda de las líneas españolas habían fracasado. Al puente del Rumblar ya había llegado el resto de las fuerzas de Dupont, el cual seguía esperanzado esperando la llegada de Vedel. Entonces, Reding decidió sacar partido de su superioridad numérica antes de que se presentara Vedel por su espalda, y ordenó al general Venegas que atacara el flanco izquierdo francés con todas sus fuerzas desde cerro de San Valentín.

En el bando francés, entró en batalla la recién llegada brigada Pannetier, sin tiempo de descansar de su fatigosa marcha nocturna. Al mismo tiempo, los marinos de la Guardia se dirigieron hacia la Cruz Blanca para proteger las piezas de artillería allí desplegadas. Tras varios episodios de lucha muy virulenta entre la brigada Pannetier y la brigada Privé contra los hombres de Venegas, éstos se vieron obligados a retroceder a sus posiciones originales en el cerro de San Valentín. El regimiento de Órdenes Militares cubrió la retirada del resto de las fuerzas y sufrió gran número de bajas.

Eran las diez de la mañana cuando se produjo el segundo ataque de las brigadas Chabert y Dupré contra el centro español. El esfuerzo, el calor y la sed comenzaban a hacer mella entre los soldados franceses. Así que el intento fue fallido y los galos tuvieron que replegarse hacia el olivar de la Cruz Blanca, protegidos por ciento cincuenta jinetes del general Dupré. El ataque les costó un tercio de sus efectivos, entre ellos el propio general, que cayó muerto.

Hacia el mediodía, Vedel seguía sin aparecer y Dupont seguía temiendo que Castaños apareciera por la retaguardia. Así que de nuevo intentó un desesperado ataque. Cambió las fuerzas de Pannetier que estaban desplegadas frente al ala derecha española y las colocó en el flanco izquierdo de su línea de ataque. En el flanco derecho situó al batallón suizo, al batallón de la Legión y los efectivos de la brigada suizoespañola del general Schramm. En el centro de su línea de ataque dispuso los cuatrocientos marinos de la Guardia y detrás de ellos los dos batallones que quedaban de la brigada Chabert. A ambos lados de la línea colocó a los jinetes que sobrevivían de la brigada Dupré, cincuenta a cada lado. Delante de la formación se colocaron el general Dupont y el resto de los generales.

El calor, las balas y la metralla aumentaron en intensidad. Los franceses comenzaron a flaquear y tan sólo los marinos de la Guardia dieron muestras de firmeza. Entonces, el general Dupont recibió un balazo en la cadera y estuvo a punto de caer de su caballo. Los infantes franceses le creyeron muerto y comenzaron su retirada hacia el olivar de la Cruz Blanca. También retrocedieron los marinos de la Guardia. Los suizos de la brigada Schramm chocaron contra la unidad española del regimiento de Reding, también suizos, por lo que, de acuerdo con las «capitulaciones» que figuraban en los contratos de los regimientos mercenarios suizos de toda Europa, que fijaban que no combatirían contra regimientos suizos de otro ejército, se negaron a pelear y confraternizaron con sus camaradas.

A la una de la tarde, Dupont tan solo contaba con unos dos mil soldados en condiciones de combatir, marinos de la Guardia, Guardia de París y lo que restaba de la caballería, mientras la línea española desplegada enfrente seguía entera y compacta, sin ninguna fisura. Dupont desistió de seguir luchando. En unas condiciones climáticas asfixiantes, el general francés fue derrotado por las tropas mandadas por el general suizo Reding. Todo ocurrió antes de que las tropas de Vedel, que volvían desde La Carolina al haber finalmente adivinado las intenciones del general Castaños, pudieran unirse a él. Cuando, al fin, el general Vedel llegó procedente de La Carolina y Guarromán, ya era tarde.

Dupont solicitó una «suspensión de las armas» que permitiese establecer unas capitulaciones, y fue en esta fase donde estuvo el mérito de Castaños, más diplomático que militar, pues utilizando convenientemente la desinformación con unos y otros, presionando, prometiendo, amenazando y, finalmente, imponiéndose absolutamente sobre la voluntad del desolado Dupont, logró no sólo que entregaran las armas las agotadas fuerzas de éste, sino también las que llegaran de Vedel y Dufour, dos divisiones completas de infantería y dos regimientos de caballería, que prácticamente no habían entrado en combate.

A las dos de la tarde el general de división Dupont, general en jefe del Segundo Cuerpo de Observación de la Gironda, había capitulado. «La capitulación era una forma usual de dirimir un enfrentamiento. El concepto de derrota o aniquilación total del enemigo es más moderno. De todos modos una vez firmadas y acordadas las capitulaciones, el día 23 de julio hubo una rendición formal de armas a los españoles por parte del ejército francés», explica el profesor de Historia de la Universidad de Jaén, Francisco Acosta. «No se trata de una rendición incondicional —señala Juan Soriano— sino de un convenio bilateral, por el que los franceses se comprometían a evacuar Andalucía por mar y los españoles a facilitarles los medios para ello».

EL CALOR Y LA PARTICIPACIÓN DEL PUEBLO DE BAILEN

El hecho de que el enfrentamiento tuviese lugar a las mismas puertas de Bailen pudo ser decisivo para la victoria española. La población local apoyó en todo cuanto pudo a sus tropas; la ayuda más importante fue el suministro de agua para los soldados, en un día que se superaron los cuarenta grados a la sombra. «Fue una ayuda humanitaria más que militar», precisa Juan Soriano.

De hecho, en los muchos testimonios y análisis de la batalla de Bailen un factor que ha quedado asociado a aquella jornada y al que pocos dudan en conceder un protagonismo decisivo fue el extraordinario calor de aquella jornada. Abundan los testimonios sobre los devastadores efectos de la canícula andaluza de aquel verano de 1808. Incluso en los días previos a la batalla se habla de muertes por ahogamiento, deshidratación y de las dificultades en las marchas de las tropas a causa del calor.

Según narra Galdós en el Episodio Nacional dedicado a Bailen, el calor provocaba en los soldados el efecto de «tener por médula espinal una barra de metal fundido». «Contamos con testimonios dramáticos sobre los efectos del calor y la sed el día del combate», señala Francisco Acosta.

La mayor parte de la batalla se desarrolló a pleno sol ya que aunque las hostilidades empezaron a las tres y media de la mañana, hay que tener en cuenta que el uso horario de la época tiene dos horas de adelanto respecto al actual. «Los estragos del calor fueron mayores entre los franceses, ya que los españoles disfrutaron del abastecimiento de agua por parte de la población del pueblo de Bailen, que organizó un servicio de provisión de agua en el que destacaron especialmente las mujeres. Posiblemente sólo en la campaña rusa cupo a un elemento climático, en aquel caso al frío, protagonismo tan decisivo en el desenlace de una contienda», indica Acosta.

Los cántaros de agua que los habitantes de Bailen hacían llegar no fueron sólo importantes para evitar la deshidratación, sino que contribuyeron a que las piezas de la artillería española cumplieran su cometido. «Los cartuchos se rompían con los dientes y dejaban la boca llena de pólvora con la consecuente sequedad de boca en los soldados. Además, el bronce de los cañones y los mosquetes necesitaba ser refrescado, ya que con cada lanzamiento aumentaba su temperatura», explica Soriano. En el bando francés, sin agua, la efectividad de la artillería se redujo por el exceso de calentamiento de los cañones.

En el escudo de la ciudad de Bailen figura en lugar preferente un cántaro, que se dice representa a María Bellido; según la tradición, ella fue fundamental para suministrar agua a los soldados españoles. «En las crónicas de la época nadie menciona a esta señora. Se sabe que algo ocurrió, pero hay una laguna al respecto. En cualquier caso, algo la hizo especial, por eso su nombre pasó a la historia. Sin embargo, parece más bien que se trata de un personificación simbólica: todo el conjunto de la ciudad habría colaborado con ese suministro durante la batalla, y el personaje de María Bellido se habría creado precisamente para personalizar el gesto», aclara el cronista oficial de Bailen.

REDING Y SUS HOMBRES FUERON MARGINADOS

La inestimable ayuda ciudadana contribuyó a que el ejército del general Reding venciera en Bailen, aunque toda la gloria se la llevara Castaños por ser el general del ejército de Andalucía. Castaños ni siquiera participó en la batalla, ya que estaba en Andújar, a más de veinte kilómetros del lugar donde acaeció.

«En el plano militar ganan las batallas los generales, el que tenga más galones. Castaños utilizó este triunfo toda su vida como tarjeta de presentación. Llegó a Bailen a los tres días y él se encargó de hacer la capitulación ante las fuerzas que mandaba. Negó ese honor a los generales y los ejércitos vencedores, a los cuales marginó. Incluso, se inició una campaña contra Reding, que acabó por marcharse de Andalucía. Él no quería dejar Málaga pero se vio obligado para evitar enfrentamientos y rivalidades con Castaños y aceptó el cargo de capitán general de Cataluña», asegura Juan Soriano. El 23 de abril del año siguiente, Reding murió en el sitio de Valls (Tarragona). «La historia no le ha hecho mucho caso. Fue relegado», añade.

La noticia sobre la victoria de los franceses en Bailen se extendió rápidamente por toda la Península. El júbilo popular fue enorme porque se le había ganado nada menos que al mejor ejército del mundo y forzó al rey José I Bonaparte a abandonar la corte de Madrid, aunque fue sólo por unos días. En octubre, Napoleón tuvo que venir a España con un nuevo y numeroso ejército para consolidar su dominio. «Así que fue una alegría momentánea porque después los franceses se hicieron fuertes y nos ganaron siempre. En muchas ocasiones he dicho que la batalla de Bailen fue una especie de espejismo. Creíamos que con ella ya habíamos echado a los franceses de España, pero no fue así», indica el escritor Andrés Cárdenas.

Después, por ejemplo, vendría la ocupación de Granada, de donde habían partido las tropas vencedoras de Reding y donde los franceses incluso volaron algunas torres de la Alhambra. Muchos de los que celebraron la victoria de Bailen se hicieron afrancesados, «que eran vistos por entonces como personas intelectuales y de gran valía profesional, que preferían la Ilustración que nos podrían traer los franceses a lo que nos estaban dando los nefastos reyes españoles. Se ha dicho que el pueblo español se oponía a la Ilustración que podían traer los franceses, pero creo que en general el pueblo no se levantó contra la Francia del progreso, sino contra el Napoleón imperialista que quería aplastar a toda Europa», añade Cárdenas.

Lo cierto es que a Napoleón le provocó auténtica cólera esta victoria de los españoles, tanto que ni siguiera la tomó en cuenta entre sus derrotas. El nombre de Bailen, por ejemplo, no está en el Arco del Triunfo de París, en el que se nombran todas las batallas en las que habían participado los ejércitos napoleónicos. Dupont y los otros generales de su ejército serían sometidos a consejo de guerra y condenados. Dupont solamente salió de prisión cuando cayó Napoleón y vino la Restauración.

LOS ERRORES DE CADA CONTINGENTE

Según algunos historiadores, los franceses no dispusieron del tiempo necesario para establecer la táctica adecuada y en Bailen tuvieron que hacer frente a la situación sobre la marcha, improvisando la mayoría de sus acciones. En opinión de Juan Soriano, Dupont, desesperado por llegar a Madrid cuanto antes, lanzó en avalanchas a los soldados. «Nunca puso todas sus fuerzas en el campo de batalla. Los franceses empezaron a desertar antes de morir de sed. Incluso, los suizos cambiaron de bando y dejaron de combatir… Quizá si Dupont hubiera esperado a tener juntas todas sus fuerzas las cosas hubieran cambiado. Lo cierto es que en Francia le acusaron de no haber intentado por todos los medios la victoria».

«Como es lógico el bagaje de errores y aciertos se reparte desigualmente en función de la condición de vencidos o vencedores. En este sentido la alforja de los franceses es la más lastrada por reproches de errores e incompetencia por parte de todos, incluidos sus propios compatriotas, que cargaron toda la responsabilidad del desastre sobre la ineptitud de Dupont», señala Francisco Acosta.

En líneas generales, muchos historiadores coinciden en afirmar que la suficiencia, prepotencia para algunos, con que se comportó Dupont no contribuyó a una correcta y atenta evaluación de la situación y de las decisiones. «Así por ejemplo la subestimación de las posibilidades de un ejército español le llevó a descuidar las tareas de seguimiento e información del mismo en las jornadas previas a la batalla. El propio acantonamiento en la ciudad de Andújar fue cuestionado por algunos de sus oficiales, que no lo consideraron un lugar geoestratégicamente apropiado».

De hecho, fue recurrente el reproche de sus compatriotas de hallarse más preocupado por la suerte del inmenso botín saqueado en Córdoba, y de cómo él mismo —se habla de más de quinientos carros— había dificultado las maniobras del ejército francés. «Algunos han señalado —cuenta Acosta— que en el enfrentamiento decisivo el error de Dupont fue desgastar innecesariamente a su caballería en las primeras fases del combate, pero no parece que quepa atribuir al general francés graves errores en la dirección del combate el día 19. Con todo, Napoleón catalogó la capitulación de cobarde y precipitada y recriminó a sus generales no haber persistido en el combate».

Según este experto, del lado español no siempre ha sido suficientemente ponderada y valorada la que fue la empresa decisiva de aquella campaña de Andalucía del verano de 1808: la eficiente organización de un ejército por parte de la Junta de Sevilla. «En apenas un par de meses —dice—, el presidente de la Junta sevillana, Francisco de Saavedra, sobre la base de los efectivos del ejército disponible en Cádiz y el campo de Gibraltar, reclutó, organizó y pertrechó un verdadero ejército que se vio engrosado con los efectivos que había aportado la Junta de Granada».

«No sabemos cómo se hubieran desarrollado los acontecimientos si las tropas de Castaños, que no advirtieron la huida de los franceses de Andújar hacia Bailen la noche del día 19, hubieran llegado a tiempo al campo de batalla en lugar de hacerlo cuando la batalla ya había terminado, o si Dupont no hubiera capitulado antes de la llegada de Vedel, que se había dado la vuelta en su socorro una vez advertido su error al desplazarse hacia la sierra en busca de los enemigos que no estaban allí. Cuando llegó, Vedel fue disuadido por Dupont de entrar en combate, le ordenó rendirse bajo la amenaza española de pasar a cuchillo al ejército de Dupont si Vedel insistía en luchar», indica Francisco Acosta.

Parece ser que el general Vedel realizó el camino de regreso a Bailen con una lentitud increíble ya que nunca creyó que su superior estuviese en problemas. Cuando sus exploradores le informaron de la situación, se dispuso a atacar los cerros del Ahorcado y San Cristóbal. Hubo un enfrentamiento que duró media hora con los españoles. En el momento en que se produjo el contraataque, se presentó ante Vedel el capitán Barbarin, ayudante de Dupont, con la orden de suspender las acciones contra los españoles. La batalla de Bailen había terminado definitivamente a pesar de las intenciones de Vedel de seguir la lucha.

Las bajas francesas se evaluaron en dos mil doscientos muertos y cuatrocientos heridos. Entre los españoles hubo 243 muertos y 735 heridos.

La derrota de Dupont se concertó en las capitulaciones de Andújar, firmadas entre Castaños y Dupont el 22 de julio, en la Casa de Postas, a medio camino entre Andújar y Bailen. Un preámbulo, 21 artículos y tres adicionales por los cuales las fuerzas francesas que combatieron en Bailen quedaban prisioneras de guerra, y a las divisiones de Vedel y Dufour se les obligaba a dejar las armas en el terreno. Todos los soldados de Dupont debían marchar hacia el sur de Andalucía, donde se las repatriaría hacia Francia. Los hombres de Dupont, Vedel y Dufour se rendían desfilando y rindiendo sus armas ante los generales Castaños, La Peña y Jones (no ante Reding). Comenzaron así su marcha hacia los puntos de embarque, evitando pueblos, villas y ciudades, y custodiados por los españoles.

El profesor Francisco Acosta no duda en señalar que el mayor error español fue el haber incumplido las cláusulas de la capitulación. «Contra lo pactado, ni españoles ni ingleses permitieron la repatriación del ejército francés. La mayoría de los soldados prisioneros padecieron una vergonzante odisea de confinamientos hasta que fueron abandonados a su suerte en el islote de Cabrera donde malvivirían inhumanamente hasta que en 1814 los supervivientes lograron regresar a Francia. Episodio ignominioso que rebaja los tintes gloriosos de aquella victoria que maravilló a Europa», señala.

El trato a los prisioneros, encerrados en barcos parados en la bahía de Cádiz, fue inhumano. Allí murieron casi la mitad de los que sobrevivieron en Bailen. Después fueron trasladados a la isla de la Cabrera. Al final sólo quedaron con vida unos mil soldados franceses. «No había ninguna intendencia —señala Juan Soriano—, todo se iba resolviendo sobre el terreno. A medida que las columnas de prisioneros pasaban por los pueblos, eran atacadas para evitar que se comieran los pocos alimentos que había. Se esperaba que los ingleses ayudaran a la repatriación a Francia, pero se desentendieron. Creo que pensaron que si los prisioneros volvían a Francia, regresarían para seguir luchando por Napoleón; por eso no ayudaron a cumplir lo establecido en las capitulaciones».

EL IMPACTO DE LA DERROTA FRANCESA

Según Francisco Acosta, el alcance de la batalla de Bailen debe medirse en varios planos. «La valoración de la victoria de Bailen en el contexto de las guerras napoleónicas es un hecho complejo. Sostener que la derrota de aquel verano andaluz de 1808 supuso el principio del fin de Napoleón es simplificador», asegura.

«Desde el punto estrictamente estratégico —indica— en el marco del proyecto de expansión napoleónica por Europa, la derrota francesa en Bailen apenas si retrasó unos meses, de julio a noviembre, la conquista de la Península por los franceses. A pesar del impacto que hoy llamaríamos “mediático” de la pérdida, y de la mella que ésta pudo producir en el crédito y sobre todo en el orgullo de Napoleón, lo cierto es que, a pesar de los temores de algunos altos funcionarios civiles y militares franceses, la derrota no actuó como mecha de levantamientos antinapoleónicos en el resto de Europa, ni amenazó significativamente la posición del emperador fuera de la península Ibérica».

Sin embargo, el historiador militar Guy Demoulin, especialista en la era napoleónica, considera, como muchos otros historiadores franceses, que Bailen y la capacidad de resistencia española fueron causa determinante de que Austria volviese al combate, aliándose con Inglaterra en la Quinta Coalición, cuando Napoleón contaba con haber eliminado ya definitivamente a todos sus adversarios continentales, y dando lugar a una nueva guerra en Europa central en 1809; lo sucedido en Bailen obligó a Napoleón a retocar su posición en el este europeo: los acuerdos de la reunión con el zar Alejandro I en Erfurt en octubre de 1808, le permitieron asegurar la frontera este y concentrar su esfuerzo bélico y el grueso de su ejército en España.

Pero donde Bailen tuvo consecuencias más importantes fue en Portugal. Allí los ingleses derrotaron por segunda vez en un mes a un ejército napoleónico, esta vez en Vimeiro, en agosto de 1808. Los meses que mediaron entre la derrota de Bailen —que obligó a los franceses a retirarse tras la línea del Ebro— y la ofensiva definitiva de noviembre de 1808 darían tiempo suficiente a los ingleses para consolidar su posición en Portugal, «desde donde iniciaron, en coalición con lusos y españoles, la contraofensiva que acabaría expulsando a Napoleón de la Península en 1812», explica Francisco Acosta.

Para este experto, las consecuencias directas de Bailen fueron mucho más relevantes a nivel interno español. La retirada francesa tras la derrota permitió la creación de la Junta Suprema en Madrid en septiembre de 1808, órgano revolucionario que agrupaba a representantes de todas las juntas que se habían ido creando a lo largo del país tras la primera invasión napoleónica y el descabezamiento de la monarquía absolutista española. «Dicha Junta Suprema dio los pasos necesarios para convocar las Cortes que en 1812 aprobarían la Constitución de Cádiz, que encamaron la primera etapa de la revolución liberal española. De modo que se puede decir que Bailen está, en este sentido, en el origen del régimen de Cádiz», concluye el profesor de la Universidad de Jaén, Francisco Acosta.

Para el cronista Juan Soriano, «Bailen supuso un hito porque era la primera vez que las tropas de Napoleón rendían sus armas y, precisamente, ante un ejército considerado inferior. Esto removió la conciencia nacional. Tras Bailen nos sentimos una nación, todos uno, porque sirvió para unir los grandes valores de libertad y lucha por el territorio propio. Sus consecuencias fueron mucho más allá del mismo acontecimiento bélico, influyendo, decididamente, en la construcción de un referente simbólico y un vínculo de identidad que aún perdura».