Fecha: 7 de octubre de 1571.
Fuerzas en liza: La Santa Liga —España, el Papa y la República de Venecia— contra el Imperio otomano.
Personajes protagonistas: Don Juan de Austria, Juan Andrea Doria, Álvaro de Bazán, Luis de Requesens, Sebastián Veniero, Juan de Cardona, Alí Bajá, Mahomet Siroco, Uluch Alí.
Momentos clave: La muerte de Alí Bajá, almirante al frente de la flota turca, provocada por una bala de arcabuz de la armada española.
Nuevas tácticas militares: El empleo de las galeazas, por parte de la Santa Liga, para proteger la artillería de las galeras y despistar a los turcos. Ésta fue la última batalla naval en la que se utilizaron galeras.
El 7 de octubre de 1571 tuvo lugar en el golfo de Levanto una de las batallas más cortas y sangrientas de la historia, pero de la mayor trascendencia ante un nuevo mapa del dominio mediterráneo. El Imperio otomano abandonaba, por primera vez en casi dos siglos, su supremacía sobre este mar y sus costas, cediendo su poder a la Santa Liga formada por la España de Felipe II, el pontificado de Pío V y la próspera Venecia.
A mediados del siglo XV el Imperio otomano controlaba el mar Mediterráneo. Con la toma en 1453 de Constantinopla (que pasó a llamarse Estambul), último bastión del Imperio Romano de Oriente, los turcos veían casi cumplidos todos sus deseos. Ya habían ocupado Macedonia, Serbia, Bosnia y Bulgaria, así como Valaquia, Besarabia y Hungría.
Pero había territorios que se le resistían al imperio más poderoso de los siglos XV y XVI. En 1529 se quedaron a las puertas de Viena. No obstante, el verdadero objetivo del sultán Solimán el Magnífico era Italia. Tras el asedio de la isla de Rodas (1521), los turcos fueron tomando algunas posesiones de los venecianos en el Mediterráneo. En el año 1565, con este mismo propósito, pusieron sitio a la isla de Malta, un enclave que les abría la puerta del Mediterráneo occidental. Fue el primer fracaso de los turcos y el primer éxito de los cristianos, pues supuso un freno a las apetencias otomanas.
En 1570 el sultán Selim (hijo de Solimán, fallecido en 1566), apoyado por Dragut, gobernador de Argel, preparó una ofensiva contra Chipre, un enclave fundamental para las empresas e intereses económicos de Venecia. En aquella época, en esta ciudad banqueros y comerciantes tenían el dominio del mercado europeo al que vendían los productos que importaban de India y China. Tenían puertos en el mar Egeo y en el Mediterráneo oriental. En el verano de 1571, las tropas turcas ya habían tomado toda la isla, excepto la capital, Famagusta.
Si alguien quería frenar por todos los medios la expansión de los musulmanes en el Mediterráneo era Pío V (papa de 1566 a 1572). El pontífice convocó a España y a Venecia a la segunda Liga Santa de la historia, esta vez con el nombre de Santa Liga (la primera había tenido lugar entre España, los Estados Pontificios, Venecia, el Sacro Imperio Romano Germánico, Suiza e Inglaterra contra Francia, en el año 1511).
FORMACIÓN DE LA SANTA LIGA
La Santa Liga entre los Estados Pontificios (Pío V), Venecia y España (Felipe II) se empezó a gestar en 1468, pero los acuerdos para hacer frente al Imperio otomano no se firmaron hasta febrero de 1571, con los pactos entre la República de Venecia, el Papa, la Orden de Malta y España. El 25 de mayo de 1571 quedaba constituida con los siguientes compromisos: España se haría cargo de la mitad de las erogaciones (gastos), los venecianos de un tercio de ellas y el Vaticano de una sexta parte. El botín se repartiría a partes iguales y no se podría firmar la paz por separado. Por otra parte, se especificaba el ataque tanto a Turquía como a sus posesiones en el norte de África.
A los componentes de la Santa Liga les unía la religión y la oposición al Imperio otomano, pero los intereses de cada uno de ellos por separado eran muy distintos. Venecia quería recuperar Chipre, que había sido tomada por los turcos en 1570; España deseaba actuar contra los corsarios de Argel, Trípoli y Túnez, y Pío V quería frenar a toda costa la expansión islámica y luchar contra «el infiel». Felipe II fue el más reticente a firmar los acuerdos de la Santa Liga. En opinión de Miguel Ángel de Bunes, historiador, investigador científico y experto en la cultura otomana, «el monarca español, más sensato, no quería una guerra que sólo beneficiase a Venecia; él quería defender el espacio que controlaba, la comunicación con Italia y con África».
El objetivo último era crear una gran flota y ponerla al mando de donjuán de Austria, hijo natural de Carlos V y, por tanto, hermano del rey Felipe II. En la armada española don Juan estaba secundado por Juan Andrea Doria, Álvaro de Bazán, Luis de Requesens, como asesor en temas navales, y Agostino Barbarigo. Los españoles aportaban a la flota 90 galeras, 24 naves de servicio y 50 naos de menor porte; la aportación del Vaticano era de 12 galeras y 6 naos; Venecia por su parte contribuía con 6 galeazas, 106 galeras y galeotas y 20 fragatas. En total, el contingente de hombres era de trece mil marineros, treinta y un mil soldados y cuarenta y tres mil galeotes. Además, 1514 españoles reforzaron las galeras venecianas y 4987 alemanes embarcaron en las españolas. La flota veneciana estaba al mando de Sebastián Veniero y la pontificia, de Marco Antonio Colonna.
Al otro lado, la flota turca era algo superior en hombres y barcos, ya que contaba con 245 galeras, 70 galeotas y un gran número de pequeñas naves, además de con trece mil marineros, treinta y cuatro mil soldados y cuarenta y cinco mil galeotes. Pero su artillería era inferior a la de los cristianos, ya que sus armas eran preferentemente arcos y flechas envenenadas y arcabuces; sólo contaban con 750 cañones. Las naves turcas estaban comandadas por Alí Bajá (Alí Pasha), general en jefe, secundado por Mahomet Siroco, gobernador de Alejandría; Uluch Alí, gobernador de Argel, a quien los españoles llamaban El Uchali, el corsario Cara Kodja y Murat Dragut.
Antes de partir con sus naves, don Juan de Austria convocó un consejo de guerra en el cual se desaconsejó trabar batalla por la superioridad de los enemigos, pero aun así el hermano del rey decidió luchar contra los turcos. La divergencia de opiniones y metas fue una constante y, sin lugar a dudas, determinante en los objetivos tácticos de los cristianos.
Mientras la Santa Liga planeaba cómo enfrentarse en batalla a los turcos, éstos tomaron Nicosia el 9 de septiembre de 1571. Juan Andrea Doria, ante la falta de acuerdo en esta situación de los generales cristianos, decidió marchar a Sicilia. Las naves venecianas y las de la Santa Sede regresaron a sus bases. En la travesía sufrieron un temporal en el que se hundieron catorce galeras venecianas. Culparon a Doria de esta pérdida al no querer enfrentarse a los turcos y él se defendió achacando la no intervención a la superioridad de las fuerzas del Imperio otomano.
DON JUAN DE AUSTRIA, EL HOMBRE DECISIVO
El hombre que se pondría al frente de la flota conjunta y que resultó decisivo en la batalla era un militar y diplomático de renombre. Hijo natural del emperador Carlos V, nacido de su relación con Bárbara Blomberg probablemente en 1547 (las fuentes no se ponen de acuerdo), fue conocido en su niñez con los nombres de Jerónimo y Jeromín (probablemente por el nombre del que fue su padrastro, Jerónimo Pirano Kegell).
Según un acuerdo firmado en Bruselas por el mayordomo del emperador Luis de Quijada y el violista de la corte imperial Francisco Massy, se educaría al niño en España, en Leganés (Madrid), a cambio de cincuenta ducados anuales. Más tarde, el pequeño Juan estudiaría en Villagarcía de Campos (Valladolid) con Magdalena de Ulloa, esposa de Luis de Quijada.
El emperador reconoció a su hijo en 1554, poco antes de abdicar. Cuatro años después, Carlos V falleció y, en ausencia del nuevo rey Felipe II —que se encontraba fuera de España—, la regente, la princesa Juana, se interesó por el niño. En mayo de 1559 se trasladó a Valladolid, donde Juan estudiaba en ese momento. Felipe II le conoció en septiembre de ese mismo año. Siguiendo las indicaciones de su padre, el nuevo rey reconoció a Jeromín con el nombre de Juan de Austria, y se le otorgó casa propia bajo la tutela de Luis de Quijada. En 1565, Felipe II nombró a su hermanastro capitán general de la Mar.
Su primera empresa destacable tuvo lugar durante la revuelta de las Alpujarras. Un decreto de 1 de enero de 1567 obligaba a los moriscos que vivían en la Alpujarra granadina y en la almeriense a abandonar sus costumbres y a adoptar la religión y el modo de vida de los cristianos. Ante esto, en 1568, unos doscientos pueblos de la zona iniciaron una rebelión. El rey nombró a Juan de Austria capitán general y le puso al frente de un ejército profesional para enfrentarse a la revuelta.
Donjuán llegó a Granada en abril de 1569 y la guerra prosiguió. En 1571, los moriscos granadinos, vencidos, fueron deportados a distintos puntos del reino de Castilla. El propio donjuán describió su situación como «miseria humana». Su siguiente destino fue el de comandante en jefe de la flota de la Santa Liga.
LA LUCHA EN GALERAS
Las flotas que iban a enfrentarse en la batalla de Lepanto estaban compuestas en su mayoría por galeras, herederas de los birremes y trirremes romanos, que los venecianos recuperaron en el siglo XIII. Aunque eran frágiles, ya que un golpe de mar podía acabar fácilmente con ellas, eran ideales para el Mediterráneo. Por lo general, tenían uno o dos palos que arbolaban velas latinas y veinticinco remos por banda, con cinco hombres en cada remo. En las fuerzas cristianas estos hombres eran generalmente condenados por la justicia; en las galeras turcas se trataba de cautivos, en su mayoría por motivos religiosos; en las cristianas había reos, esclavos musulmanes y «buenas bogas», hombres que, al cumplir su condena y no encontrar trabajo, se contrataban para remar a cambio de una paga y comida. El sustento de todos estos hombres consistía en un plato de legumbres y un trozo de bizcocho (pan horneado dos veces) y dos litros de agua. En vísperas de las batallas se les daba una ración extra.
Según Miguel Ángel de Bunes, «el Mediterráneo era un mar esclavista debido a que se necesitaban brazos; las máquinas se movían con hombres». Para este historiador, la batalla de Lepanto no sólo fue una batalla naval; también fue terrestre. «Una batalla marítima es sumamente incierta porque se emplean galeras, que son naves planas y están pensadas para aguantar y luchar como en tierra: sobre la cubierta y cuerpo a cuerpo. Como armas únicamente llevan dos cañones de crujía y, a proa, el espolón, que es una gran pieza de madera y hierro que sirve para perforar el casco de la nave contraria».
El veneciano Bresano inventó las galeazas, grandes galeras con mayor capacidad artillera. Podían desplazar hasta mil quinientas toneladas y protegía los cañones con una especie de murete de unos dos metros. Aunque tenían poco poder de maniobra, podían moverse con independencia del viento y solían proteger a las galeras.
A donjuán de Austria le preocupaba el estado de las naves de la Santa Liga; las españolas estaban en buenas condiciones, ya que para hacer frente a los elusivos e impredecibles enemigos musulmanes, que atacaban con frecuencia las ciudades portuarias y asaltaban las costas españolas, siempre había lista una pequeña flota. Sin embargo, los barcos italianos o tenían los espolones gastados, o podridos a causa de largos amarres, o habían sido construidos a toda prisa. Habría que afrontar el peligro de frente y asestar un golpe definitivo a los turcos y para ello era fundamental un buen planteamiento táctico y el mejor uso posible de su disposición de fuerzas.
LARGOS PREPARATIVOS
Las naves de la Santa Liga procedentes de Barcelona, Mallorca, Cartagena, Valencia, Nápoles, Sicilia, Génova, Venecia, Malta, Corfú y Creta se concentraron en el puerto de Mesina. Fue elegida esta ciudad siciliana porque estaba estratégicamente situada en el centro del mar Mediterráneo. Fue la primera y casi única decisión unánime de los aliados cristianos.
Llegaron en primer lugar los venecianos, el 23 de julio. Poco después arribaron las naves del Papa, bajo el mando de Colonna. La armada de la Santa Liga recibió un estandarte azul con un Cristo crucificado, la Virgen de Guadalupe y los escudos de España, Venecia y el Papa. El 23 de agosto de 1571 donjuán de Austria y Veniero pasaron revista a la armada aliada.
El 15 de septiembre algunas naves al mando de César Ávalos se adelantaron a la isla de Corfú para esperar al resto de la nota de la Liga, con la que se reunieron al día siguiente, cuando se produjo la salida definitiva hacia el golfo de Lepanto.
En la primera escala, el día 30 de septiembre, en Albania (puerto de Leguminici), ya se planteó un problema originado por un suceso anterior ocurrido en una galera veneciana: el asesinato de un español a manos de los venecianos, que le habían acusado de herir a uno de sus hombres. El crimen se le atribuyó a Veniero, lo que le enfrentó a Andrea Doria. En la escala en Albania, donjuán de Austria mandó a Doria a pasar revista a las naves. Cuando éste llegó a la embarcación de Veniero, el veneciano le prohibió subir a su embarcación y le comunicó que, de hacerlo así, mandaría ahorcarlo. Donjuán, preocupado por una ruptura de la alianza, prefirió que fuese Marco Antonio Colonna, el comandante pontificio, quien pasase revista al barco de Veniero. No sería el único encontronazo entre venecianos y españoles.
A causa del mal tiempo, muchas de las naves no pudieron partir del puerto de Leguminici hasta el amanecer del día 3 de octubre. Ese día donjuán ordenó que se preparasen para la batalla. Después de navegar toda la noche, llegaron al puerto de Fiscardo, en el canal de Cefalonia, donde les esperaba una desagradable sorpresa. Un barco procedente de Candía les informó que Famagusta (Chipre) había sido tomada por los turcos y que tanto los soldados como los oficiales de esa plaza habían sido degollados.
En la galera La Real, los comandantes de la Santa Liga mantuvieron un consejo de guerra en el que Requesens y Andrea Doria se manifestaron partidarios de no llevar a cabo la batalla, pero donjuán de Austria optó por seguir adelante y dispuso la formación de las naves para la confrontación. La flota se dividiría en los siguientes cuerpos: en el ala derecha, Doria encabezaría las galeras; el ala izquierda estaría al mando el veneciano Agustino Barbarigo, y en el centro se situaría donjuán de Austria a bordo de La Real flanqueado por las naves capitanas de la Santa Sede —al mando de Marco Antonio Colonna— y de Venecia. Las galeazas irían delante de todas ellas, y el español Álvaro de Bazán con su escuadra actuaría como reserva.
La victoria dependería de que las líneas cristianas fueran capaces de mantenerse firmes durante el combate. Los aliados contaban a su favor con una gran experiencia en combate y embarcaciones mejor dotadas con corazas y plataformas fuertes, en buques de mayor bordo, lo cual les permitía lanzar una lluvia de proyectiles con sus 1250 piezas artilleras sobre las cubiertas musulmanas, más bajas y expuestas, y además protegidas únicamente por arqueros.
ALINEACIÓN DE COMBATE
Por su parte, los turcos habían concentrado todas sus naves en el golfo de Lepanto y esperaban a los cristianos en una formación de media luna. Su objetivo debía ser desordenar la línea de la armada de la Liga, como habían hecho en Preveza, en 1538, cuando el gran Barbarroja superó a Andrea Doria.
Alí Bajá prefería un combate frontal, a pesar de que su centro estaría en seria desventaja. Para vencer tendría que desbordar los flancos del centro cristiano, lo cual iba a ser difícil. Alcanzar el centro cristiano sólo era posible si primero aniquilaba las alas enemigas. Para ello, tendría que apartarlas de su posición para rodear su flanco o bien hacerles maniobrar mal, a fin de desbaratar sus posiciones y provocar el desbarajuste, para lograr un equilibrio táctico que les permitiera eliminar rápidamente una de las alas cristianas, ya que no esperaba que su propio centro resistiera mucho tiempo.
A las cinco de la mañana del día 7 de octubre las galeras de reconocimiento de Juan de Cardona fueron las primeras en avistar las naves turcas. Éstas se lanzaron al encuentro de la flota de la Santa Liga abandonando su posición privilegiada con la protección de los castillos a sus espaldas, lo que implicaba el error de suponer que reinaba el caos en las fuerzas cristianas.
Las armadas estaban a una distancia de entre doce y quince millas una de otra, cuando a las ocho de la mañana donjuán de Austria alzó el estandarte en señal de que se iniciaba la batalla, pronunciando las siguientes palabras: «Hoy es día de vengar afrentas; en las manos tenéis el remedio a vuestros males. Por lo tanto, menead con brío y cólera las espadas». Pero hasta mediodía los combatientes no tuvieron su primer enfrentamiento.
La batalla se inició, con el mar en calma, cuando los tripulantes de las galeazas venecianas comprobaron que los turcos estaban a tiro. Más o menos a las doce del mediodía el viento dejó de soplar. Los turcos confundieron las galeazas con naves de carga y pensaron que era preferible rebasarlas para llegar directamente a los navíos de combate. A la vez, la neblina ocasionada por el humo hacía que las galeazas pasaran inadvertidas, lo que les permitió atacar al paso a la línea otomana, ocasionando enormes destrozos en las galeras turcas y un gran número de muertos entre los otomanos. Según estiman muchos documentos, las continuas descargas de la artillería de las galeazas causaron el naufragio de varias docenas de naves.
La derecha turca se dirigió contra la izquierda de la Santa Liga. Mahomet Siroco y su escuadra vieron que tenían espacio para pasar a la espalda de Barbarigo, y así lo hicieron. Los tripulantes de Siroco conocían bien aquellas aguas y pillaron por sorpresa a Barbarigo, que recibió una flecha en el ojo izquierdo y tuvo que retirarse de la batalla. A los tres días murió.
Donjuán —las cuestiones de honor así lo exigían— se dirigió con La Real hacia La Sultana de Alí Bajá. Entre ambas embarcaciones se produjo un choque brutal. Los tripulantes de La Sultana murieron todos sobre la crujía de la galera y Alí Bajá fue degollado tras el sangriento encuentro y su cabeza fue presentada ante don Juan ensartada en una pica.
Los asaltos y escaramuzas en las galeras de uno y otro bando se sucedían en torno de las dos galeras reales, cuyas cubiertas se convirtieron en auténticos ríos de sangre. Cañonazos, gritos de dolor, humo, pólvora, tambores, trompetas… Las bajas de los otomanos eran cuantiosas y el escenario se convirtió en el peor infierno.
En ese momento parecía que los turcos habían perdido la batalla, pero sus naves de refuerzo consiguieron contener al enemigo y, durante un tiempo, la lucha se mantuvo equilibrada. La Loba, nave capitana de Álvaro de Bazán, hundió una galera turca y, al tratar de abordar a otra, recibió dos balazos que sólo rozaron su armadura. La tarea de terminar con esa galera la acometió Juan de Cardona, consiguiendo hundirla. Al asaltar otra galera turca, los cristianos encontraron en ella escondidos a Mohamed Bey, de diecisiete años, y a Sain Bey, de trece, hijos de Alí Bajá, que fueron llevados ante donjuán. Los jóvenes se echaron a los pies del capitán llorando y él les consoló; dicen que el capitán general español pidió para ellos ropa y comida.
UN MAR DE SANGRE
Los turcos habían sido vencidos en el ala izquierda y en el centro, pero Uluch Alí había conseguido cercar la escuadra de Juan Andrea Doria. A partir de este punto de la batalla fueron cayendo varias embarcaciones de la Santa Liga. En la San Juan del Papa murieron todos los soldados y los galeotes; en La Veneciana sus tripulantes fueron degollados; en la bautizada como Florencia, también del pontífice, hubo únicamente dieciséis supervivientes, pero todos malheridos…
La batalla se ponía fea para Andrea Doria, pero Álvaro de Bazán acudió con la escuadra de apoyo en su ayuda. Cuando Uluch Alí, que llevaba a remolque una nave apresada, vio que llegaban nuevas embarcaciones en ayuda de Doria, cortó los cabos de su presa y decidió huir. A pesar de que la confrontación parecía resuelta, dieciséis galeras turcas no quisieron darse a la fuga ni rendirse y se dirigieron hacia las galeras que llegaban. Fue donjuán de Cardona quien acabó con ellas con el apoyo de tan sólo ocho galeras.
Las naves cristianas persiguieron a Uluch Alí en su huida hacia Lepanto, pero los remeros estaban tan agotados que pronto se dio la persecución por finalizada. Cuando Alí llegó a Lepanto quemó los pocos barcos de su flota que se habían unido a él para evitar que fuesen capturadas por el ejército de la Santa Liga. La batalla derivó en una sucesión de choques aislados. «Se trataba de hombres que ya estaban enajenados por lo duro que resultaba el combate cuerpo a cuerpo. Ya se habían abandonado a su instinto agresivo», explica Miguel Ángel de Bunes. Fue un espectáculo de violencia y los capitanes de ambos bandos tuvieron que arrancar literalmente a sus hombres del saqueo, del robo de los botines y de la captura de presos contrarios para obligarlos a trabajar en apoyo de sus respectivos capitanes.
A las cuatro de la tarde, una terrible tormenta obligó a que la nota al mando de don Juan se refugiase en el puerto de Petala. Al día siguiente se realizó un recuento de pérdidas de la Santa Liga: treinta galeras, entre ellas La Real, tuvieron que ser desguazadas; quince más se habían perdido definitivamente. Entre las tropas españolas se contabilizaron alrededor de dos mil muertos; además de cinco mil venecianos y ochocientos de las naves del Papa. Por su parte, el número de prisioneros turcos se aproximaba a los cinco mil y los fallecidos en su flota rondaban los veinticinco mil; ciento setenta naves fueron apresadas —de ellas sólo quedaron a flote ciento treinta—; ochenta más se hundieron, y cuarenta escaparon con rumbo a Lepanto. Por otro lado, donjuán liberó a doce mil cautivos de las naves turcas.
Mientras se reparaban los barcos de la Santa Liga, donjuán de Austria redactó un informe de la batalla para Felipe II que, al iniciar el regreso cuatro días después, llevó Lope de Figueroa junto al estandarte ganado a los turcos. La batalla había terminado, pero tanto donjuán como los venecianos decidieron llevar a cabo otras empresas en el Mediterráneo, aprovechando la ventaja lograda. Por este motivo, el capitán general español convocó un consejo de guerra en el que tuvo varios opositores, que alegaban que faltaban muchos soldados y, sobre todo, gente de remo. Además, pensaban, el invierno se encontraba muy cerca.
A algunos les entusiasmaba la idea de atacar Constantinopla. Don Juan apostaba por conquistar los castillos del golfo de Lepanto y los venecianos querían asaltar la península de Morea. Sólo la propuesta de donjuán fue aceptada. Así, el 11 de octubre, Andrea Doria y Ascanio de la Corna partieron a la conquista del castillo de Santa Maura, pero al llegar allí se dieron cuenta de que el esfuerzo que tenían que invertir no compensaba el hecho de conservar este enclave y decidieron regresar a sus respectivos puertos a invernar.
Fue el momento de la retirada. Donjuán llegó a Mesina el 31 de octubre y Álvaro de Bazán, a Nápoles, donde pasarían el invierno. Marco Antonio Colonna, con la misma intención, optó por Roma, y Veniero permaneció unos días en Corfú antes de regresar a Venecia.
Para el historiador Miguel Ángel de Bunes, «la victoria de Lepanto es una empresa que es sentida como una victoria propia por todos los países de Europa». Al Imperio otomano no le costó demasiado tiempo rehacer su armada; pero para los cristianos, fue un frenazo a la expansión de los turcos por el Mediterráneo. Por su parte, la monarquía hispánica se convirtió en la gran potencia naval del Mediterráneo en el siglo XVI.
Esta batalla, con todo, «tuvo más valor psicológico que real —señala De Bunes—, y también un valor simbólico porque por primera vez se tenía la sensación de que era posible vencer al Imperio otomano. Por otra parte, a los estados que formaban la Santa Liga les unía la cristiandad».
Muchos elementos ayudaron a la victoria de los aliados según De Bunes: «Ganaron porque cesó el viento, porque no mandaron artillería a tierra, porque donjuán tuvo la buena idea de embarcar a soldados de los tercios —unos cincuenta hombres en cada galera—, que eran soldados ya experimentados que, con sus propios arcabuces, disparaban de manera continuada en grandes rociadas… Y, por último, las galeazas venecianas tuvieron un importante papel porque iban abriendo camino. Los turcos no les daban importancia debido a que eran muy grandes y tenían poca capacidad de maniobra, por lo que las dejaban pasar, y ellas, desde esa posición, seguían haciendo mucho daño».
«La más alta ocasión que vieron los siglos», en palabras de Miguel de Cervantes —quien fue soldado en esta batalla y que resultó herido en la mano izquierda, por lo que a partir de entonces fue conocido como el «manco de Lepanto»— mostró la vulnerabilidad de los hasta entonces dueños del Mediterráneo.
MIRADAS AL ATLÁNTICO
Uluch Alí, el único turco que consiguió una pequeña victoria para las fuerzas otomanas, ya contaba con doscientas galeras en el invierno de 1571-1572, pero el poder de los musulmanes en el Mediterráneo había terminado para siempre. Continuaron su expansión por Oriente hasta el Cáucaso y el mar Caspio, y mantuvieron su dominio de Hungría. Un siglo después fueron capaces de asediar Viena, si bien por última vez.
Donjuán de Austria había prometido a los galeotes de su nota que, en caso de conseguir la victoria, les liberaría del remo. Tuvo que cumplir su promesa, por lo que la flota española quedó temporalmente sin hombres. Para reponer los brazos que empujaban las naves, a partir de entonces los jueces y alcaldes recibieron la orden de que por cualquier delito, por pequeño que fuera, se condenase a la pena de galeras.
Además ese invierno, mientras los turcos se dedicaron febrilmente a construir nuevas galeras, la ofensiva cristiana quedó algo paralizada, en parte debido a la preocupación de Felipe II por los Países Bajos, Francia e Inglaterra.
Después de la batalla de Lepanto muchos comenzaron a mirar hacia el Atlántico. Venecia quería realizar una nueva expedición para, por un lado, recuperar sus posiciones perdidas, y por otro, asegurar las que ya tenía. Felipe II quiso que donjuán se pusiera al frente de una expedición contra África, mientras la armada de la Liga, con Juan de Cardona y Marco Antonio Colonna al frente, optó por enfrentarse a Uluch Alí, empresa en la que tuvieron éxito. Primero, el 7 de agosto de 1572, se encontraron con él en el cabo de Malio, pero no fue hasta el día 10 cuando lograron bloquearle en el cabo de Matapán (sur del Peloponeso, en la Grecia continental), gracias a la ayuda de donjuán de Austria, que acudió con dos galeazas y cincuenta y cinco galeras.
Por su parte, los venecianos pactaron un acuerdo con el sultán Selim mediante el cual él conservarla las plazas conquistadas y Venecia pagaría trescientos mil ducados anuales durante tres años. La Liga quedaba disuelta.
En 1573 Juan de Austria conquistó Túnez, que un año después cayó ante la armada turca. Fue a partir de este momento cuando Felipe II —al que sólo le interesaba la armada para defender los territorios y apaciguar el Mediterráneo con el objeto de combatir en otros países, como Inglaterra o los Países Bajos— dejó de considerar el Mediterráneo una de sus zonas prioritarias.