Nota del autor

La Guerra de la Independencia, que los franceses conocen como «guerra de España» (Guerre d’Espagne) y los británicos como «guerra Peninsular» (Peninsular War), acabó un año antes, pero fue la derrota en Waterloo el 18 de junio de 1815 la que supuso el colofón del sueño imperial de Napoleón, que partió al exilio para quedar confinado en la isla de Santa Elena, una roca perdida en medio del sur del océano Atlántico, hasta su muerte en 1821. El emperador está enterrado en Les Invalides de París.

Su hermano José Bonaparte, que había sido rey de España, el «rey Intruso», se exilió a Estados Unidos, donde vivió rico y tranquilo el resto de sus días.

Tras las guerras napoleónicas y la derrota del emperador de los franceses, Europa reestructuró sus fronteras en el Congreso de Viena, clausurado el 9 de junio de 1815, unos días antes de Waterloo.

Luis XVIII regresó a París tras el segundo y definitivo exilio de Napoleón y reanudó su interrumpido reinado, pero Francia perdió todas las conquistas y atravesó diversas fases políticas en los decenios siguientes (monarquía, imperio, repúblicas), hasta que se instauró definitivamente la República, ya a finales del siglo XIX.

Austria recuperó lo perdido y además ganó el Tirol, Salzburgo, Lombardía y el Véneto, pero perdió Dalmacia y los Países Bajos austríacos.

En Alemania se creó una confederación con casi cuatro decenas de pequeños Estados, que no se unirían en la moderna Alemania hasta 1870.

Rusia amplió sus dominios hacia el oeste, ocupando parte del reino de Polonia y las costas orientales del mar Báltico.

Jorge III de Inglaterra murió loco, viejo, sordo y ciego, recluido en el castillo de Windsor; le sucedieron dos de sus hijos y después la reina Victoria, cuyo reinado marcaría toda una época y convertiría Gran Bretaña en la primera potencia mundial en el siglo XIX.

El duque de Wellington llegó a ser primer ministro de Gran Bretaña, y murió anciano en 1852 rodeado de honores y distinciones; está enterrado en la catedral de San Pablo de Londres.

Carlos IV y su esposa María Luisa jamás regresaron a España; ambos murieron exiliados en Roma en 1819. Su «primer ministro», Manuel de Godoy, lo hizo anciano y olvidado en su retiro de París en 1851.

Fernando VII se asentó en su recuperado trono español. España sufrió con su reinado un gran retraso y las colonias continentales en América alcanzaron la independencia entre 1816 y 1821, y se convirtieron en nuevos países. Aclamado como «El Deseado», desde su llegada a España actuó como un verdadero canalla. En 1820, un pronunciamiento liberal impuso un trienio constitucional que acabó en 1823 con el triunfo del conservadurismo y la reacción, y con ello la persecución y el exilio de nuevo de miles de liberales españoles. Su reinado provocó una gran fractura en el país y fue el origen de más de un siglo y medio de enfrentamientos cruentos, guerras civiles y retraso económico, cultural y político. Fue llamado «El rey Felón», y sin duda ha sido el monarca más indecente de toda la historia de los reinos y Estados de la península Ibérica. Para muchos historiadores, fue el principal culpable de la raíz de los males que han asolado España en los siglos XIX y XX.

Tras las guerras napoleónicas, parecía que Europa había alcanzado el paroxismo bélico, pero en el siglo y medio siguiente el Viejo Continente todavía contemplaría horrores sin cuento, y varias guerras ensangrentaron Europa hasta el mismo final del siglo XX. Afortunadamente, dos siglos después, parece que los europeos han aprendido al fin la lección.

* * *

Esta novela constituye la última entrega de una trilogía que comenzó con Trafalgar (2002) y continuó con ¡Independencia! (2005), donde narro las aventuras de un imaginario soldado de la guardia de corps, Francisco de Faria, que es testigo en primera línea de la batalla naval de Trafalgar y de los terribles acontecimientos que vivió España después de esa derrota.

En la segunda entrega, ¡Independencia! (2005), el coronel Faria combate en los Sitios de Zaragoza, durante los primeros meses de la guerra de la Independencia.

En esta tercera entrega, El rey felón, el coronel Francisco de Faria asiste al desarrollo de la guerra de la Independencia, participando en varios combates, luchando en las guerrillas y defendiendo Cádiz del asedio de los franceses.

La guerra de la Independencia fue uno de los episodios más decisivos de la historia de España, pues por primera vez el pueblo tomó conciencia colectiva de nación y se levantó en armas contra el invasor, en medio de una sensación patriótica hasta entonces desconocida. La victoria en la guerra pudo haber sido el principio de un sentimiento común de unidad, pero ocurrió todo lo contrario.

El nefasto reinado de Fernando VII fue el desencadenante de toda una serie de persecuciones políticas, guerras civiles, golpes de Estado, insurrecciones militares, pérdida de autoridad y de prestigio, subdesarrollo económico, acentuación de las desigualdades sociales y retraso cultural que se alargaron hasta finales del franquismo, ya en la segunda mitad del siglo XX.

Las fuentes documentales y la bibliografía sobre esta época y sobre las guerras napoleónicas son abrumadoras e inabarcables siquiera en toda una vida. Para documentar los hechos que acontecen en esta novela he recurrido a las numerosas historias generales de la guerra, algunas de ellas editadas en pleno proceso de redacción de esta obra, a decenas de monografías específicas sectoriales y locales y a archivos y colecciones documentales muy variadas. Para aspectos relacionados con la vida cotidiana, utensilios, alimentos, vestidos, armas, etc., me he servido de la documentación de archivos locales y de los fondos de museos y colecciones etnográficas, donde se conservan abundantes materiales de comienzos del siglo XIX, así como a la pintura y los dibujos de los artistas de ese tiempo, especialmente a la obra de Francisco de Goya.

Para la descripción de los lugares de las batallas y de las ciudades que aquí aparecen mencionados he consultado planos, mapas y grabados de la época y he visitado todos ellos, aunque la mayoría han sufrido tales alteraciones urbanísticas en las últimas décadas que apenas serían reconocibles en la actualidad para los que los contemplaron entre 1808 y 1815.

Agradezco los consejos que el escritor aragonés Rosendo Tello me ha prestado de una manera altruista y generosa para mejorar esta novela. Su amistad me honra tanto como su magisterio me enseña.