6. La sombra por el lobo

Dejaron atrás la espesa foresta de Bereth en el tercer día de viaje. Frente a ellos, los últimos árboles previos al Valle Inocente se mostraban como el prólogo de un terreno sin apenas vegetación y salpicado por riachuelos ocultos entre la maleza corta.

—Atravesarlo supondría exponernos a que nos vieran desde cualquier punto —dijo Vekka, preocupado—. Deberíamos bordearlo.

—¿Salmat está al este? —preguntó Lysell.

El muchacho señaló a lo lejos, donde, prestando mucha atención, podían advertirse las siluetas de las primeras casas del reino.

—¿Quieres que vayamos?

La niña negó con energía.

—Sigamos hacia Manseralda —comentó.

—¿No sabes dónde está Salmat pero sí Manseralda?

Lysell enrojeció. No le había dicho todavía nada sobre la hipnótica voz de su cabeza.

—Ya escuchaste a Adhárel la primera noche: los sentomentalistas se están reuniendo allí.

Vekka alzó una ceja.

—¿Y crees que es buena idea que nos acerquemos?

Ella se encogió de hombros, intentando aparentar indiferencia.

—Si no nos gusta, siempre podremos marcharnos.

Lue llegó al trote de entre los árboles con algunas hojas y ramas pequeñas enganchadas al pelaje. Vekka se agachó a su lado y le limpió el lomo con esmero mientras la niña los observaba con el ceño fruncido. Ahora o nunca, se dijo.

—Vekka…

—¿Hum? —no se giró para mirarla.

—Me… gustaría saber qué fue lo que pasó en Bereth.

Él dejó la mano quieta sobre el lobo y Lysell vio cómo se crispaban sus dedos, pero no habló.

—Vekka, por favor. Necesito saberlo.

—¿Lo necesitas? —preguntó él, girando el cuello lentamente—. ¿Para eso viniste tras de mí? ¿Para encontrar una razón para perdonarme?

La niña enrojeció al verse descubierta.

—¿Qué harás si no te lo digo? —insistió Vekka—. ¿Te irás sola?

—¡No! Es solo que…

El chico se puso de pie. Sus ojos grises se ensombrecieron cuando la miraron.

—Voy a ponértelo sencillo: sí, Lue atacó a ese idiota en Bereth —reveló de pronto.

Lysell no dio crédito. Se llevó la mano a la boca y se echó para atrás, asustada.

—¿Tú… tú también estabas allí? —preguntó aturdida y sin saber si mirarle a él o al animal.

—Sí.

Lysell negó, incrédula.

—¡Cómo…! —no terminó la frase—. ¡Puede que ahora mismo esté muerto!

Vekka hizo un mohín.

—Si así fuera, se lo merecería. Espero que los demás hayan aprendido la lección.

—Tú no eres un asesino. ¿Cómo dejaste que Lue…?

—¡Lue hizo lo que yo le ordenaba! —le interrumpió—. ¿También vas a juzgarme tú?

El arranque de sinceridad estaba cayendo sobre ella como una lluvia de guijarros. Quería que parase, pero también necesitaba saberlo todo.

—¿Solo porque se rieron de ti? —preguntó.

—No.

—¿Me harías lo mismo si llegara el caso?

Vekka apretó los labios. Sus fosas nasales se abrieron y cerraron con energía, pero no sirvió de nada.

—Sí.

Ella sintió un escalofrío. Una lágrima se escurrió por la cenicienta tez de Vekka.

—Será mejor que nos separemos —masculló el muchacho.

Lysell cerró los puños con fuerza.

—No vamos a separarnos —le dijo, golpeándole en el hombro para que se diera la vuelta—. Cuéntame qué está pasando contigo y con Lue. Dime por qué no hiciste nada para evitar el ataque y por qué huiste. Necesito saberlo.

El muchacho se dio la vuelta, pero fue incapaz de enfrentarse a los ojos de su amiga. Los clavó en la tierra, por el contrario.

—Es peligroso que sigamos juntos y tú ya te has recuperado lo suficiente.

—No te he preguntado eso —le espetó ella—. Dime qué está pasando aquí.

Seguía temblando y tenía miedo. Ya no solo de la verdad, sino también de Lue y de los cambios de temperamento tan incontrolados de su amigo, pero ese terror era el mismo que le estaba otorgando la fuerza para seguir adelante.

—No soy un chico corriente —dijo Vekka con un hilo de voz—. Mi padre se encargó de ello hace tiempo…

—¿Tu padre? ¿Qué tiene que ver él con todo esto?

El muchacho alzó la mirada.

—Él me convirtió en lo que soy. Él me robó la sombra y se la entregó al bosque.

El corazón de Lysell se detuvo un instante antes de seguir palpitando con más fuerza. El viento arrastró un puñado de hojas de los árboles cercanos, que navegó sobre sus cabezas sin rumbo fijo.

—Alguna vez me has preguntado qué ocurrió esa noche en el bosque, cuando me atacaron los lobos.

La niña asintió.

—Mi padre intentó curarme con todos los ungüentos que encontró, pero los cortes, según me dijeron más tarde, eran tan profundos que apenas me quedaba sangre en el cuerpo para sobrevivir. Fue entonces cuando decidió recurrir a su don.

Lysell se había pasado la mayor parte de su infancia preguntándose si realmente Azquetam escondía un poder secreto o si todo lo que había oído sobre él era mentira. Ahora, más lejos del campamento de lo que jamás había estado, no creía estar lista para conocer la verdad.

—Mi padre siempre ha sido un cobarde. Tenía tanto miedo a su propio don que solo cuando vio que su hijo moriría se decidió a utilizarlo, y ni siquiera entonces lo hizo bien. —Vekka alzó la mirada a las nubes—. Por lo poco que entendí, tenía la capacidad de realizar cualquier intercambio, siempre que fuera justo. Según me explicó, todas nuestras acciones tienen consecuencias. Esas consecuencias son la naturaleza reajustándose, equilibrando la balanza. Nosotros no podemos elegir el precio que pagamos por ellas; mi padre, sí.

—¿Eso qué significa?

—Que puede modificar la realidad si a cambio hace sacrificios que restauren el orden. —Se cruzó de brazos y miró a Lysell—. En mi caso, viendo que estaba a punto de morir, le pidió al bosque que me salvara y, a cambio de mi sombra, este me entregó una nueva… Luz.

—¿Una luz?

Vekka sonrió, observándola con admiración, orgulloso de que ella hubiera permanecido ignorante de aquellas pesadillas que a él lo habían asediado sin descanso.

—La Luz es eso que nos hace seguir adelante cuando hemos perdido la esperanza —explicó—. Es la ilusión y el deseo de vivir, de luchar por lo que queremos. —Hizo una pausa antes de seguir—. Yo perdí la mía esa noche. Según mi padre, llegué a estar muerto un instante, suficiente para que se extinguiera por completo dentro de mí. Por eso el cambio fue más complicado; no valía con que siguiera con vida, necesitaba algún modo de recuperar una fuente de… de Luz como la que había perdido. Sin ella, simplemente, no tendría ganas de vivir.

Una posible teoría comenzó a fraguarse en los aterrados pensamientos de Lysell.

—Al final llegaron a un acuerdo. El bosque se llevaría consigo mi sombra y me ofrecería a cambio una criatura que pudiera robar la Luz de otros para mí.

—Un lobo —supuso la niña.

—Así es. Al mismo tiempo que yo recuperaba la vida, esta cría abandonó su manada y apareció en el campamento. —Vekka se acercó al lobo y rozó su lomo con la punta de los dedos—. Por entonces Lue no tenía más que unas cuantas semanas, pero encontró el camino hasta mí y me reconoció inmediatamente, igual que yo a él.

—¿Por eso está contigo? ¿Para robar a otros su Luz?

Vekka asintió.

—La misma que se va extinguiendo dentro de mí a cada instante que pasa. —Se mordió los labios y añadió—: Te juro, Lysell, que hacer daño a las personas es lo último que deseo, pero a veces el hambre es tan… es insoportable y la desesperanza… siento un agujero aquí —se golpeó el pecho con el puño— que se va haciendo cada vez más grande y que me engulle cuando me despisto.

Las lágrimas rodaron por sus mejillas hasta la puntiaguda barbilla.

—Yo no quería convertirme en un asesino ni hacer daño, pero nadie me ha enseñado cómo parar. Y quiero seguir viviendo. —Su voz se convirtió en un susurro—. Tengo miedo de morir otra vez.

Lue se levantó en ese momento y se acercó al muchacho para restregarse contra su pierna amistosamente.

—¿Por qué no me dijiste nada antes? —acertó a preguntar Lysell, conmocionada.

—Por vergüenza. Igual que tú tampoco me mencionaste tu don. Como ves, mis secretos son un poco más oscuros que los tuyos —bromeó sin un ápice de ganas—. Estoy maldito, Lysell. Por eso creo que lo mejor será que nos separemos; tengo miedo de lo que pueda llegar a hacerte.

—Eso lo decidiré yo —replicó ella, testaruda.

—Por desgracia, aquí no mandamos ni tú ni yo, sino el hambre. Mi hambre.

La niña se echó el pelo hacia atrás con los ojos cerrados, intentando encontrar una solución. Quería seguir con Vekka, ayudarlo. Independientemente de lo que supusiera para ella.

—¿Y no puedes… evitarlo de algún modo?

El muchacho la miró con ojos tristes.

—Me temo que no. Tú no sabes lo que es… esto. Descubrir que no tienes motivos para seguir adelante, desear que el tiempo se detenga como lo han hecho tus ganas de vivir, sentir que todo te molesta, que nada te agrada porque sabes que el agujero no se cerrará con palabras bonitas ni buenas intenciones.

—Quiero ayudarte.

—Pero no puedes —añadió él, con una sonrisa triste.

—¡Haré lo que sea! —estalló la niña de golpe—. Quiero que sigamos juntos. Me da igual si me paso el resto de la vida amargada y triste.

—¿Así es como me ves? —dijo Vekka, con una media sonrisa.

—Por favor, no te separes de mí. Te necesito.

Los ojos de Vekka eran un banco de niebla impenetrable, pero Lysell no tenía miedo. Necesitaba perderse en ellos para hallar a su amigo y liberarlo.

Se acercó un paso y lo agarró de las manos. El joven no apartó la mirada, pero se puso tenso como la cuerda de un arco. Su respiración se volvió fuerte y pesada, y los músculos de sus brazos se agarrotaron, alerta. Lysell no se inmutó. Tragó saliva e intentó olvidarse del palpitar que tronaba en sus oídos y de las posibles consecuencias de sus actos. Lentamente acercó los labios a los de su amigo hasta rozarlos.

Vekka no reaccionó en un primer instante, pero en cuanto la piel de Lysell comenzó a desear la suya, su boca cedió y le devolvió el beso. Torpe y brusco, tierno y real. Todas las emociones que los jóvenes sentían se licuaron en aquel gesto y se mezclaron con las caricias de sus inexpertos dedos. El muchacho agarró a Lysell de la nuca y la atrajo hacia sí, enterrando la mano en sus cabellos platino. La vergüenza y la duda dieron paso a la decisión y a la avidez; al deseo de que pudieran alargar aquel beso eternamente sin tener que preocuparse más por lo que el porvenir les tuviera preparado ni por otra hambre que no fuera la del cariño contrario.

Cuando se separaron, la piel pálida de Lysell se había sonrojado. La tez de Vekka también se había oscurecido. Se miraron de soslayo y amagaron una sonrisa. Él dejó escapar el cuello de ella y ella liberó su espalda. Y sin embargo, sus manos encontraron el modo de volver a juntarse.

—¿Esto… significa que te quedas? —preguntó Lysell con un nudo en la garganta.

—No, no significa eso —respondió Vekka—. Pero lo haré de todas formas.

Lysell se humedeció los labios y sin previo aviso se abalanzó sobre su pecho para que no la viera llorar. Cuando los brazos del muchacho la cubrieron, dejó escapar un suspiro y cerró los ojos.

Se quedaron en silencio unos minutos antes de que Vekka dijera:

—¿Hay algún motivo en particular por el que quieras ir a Manseralda?

Lysell respiró hondo antes de responder.

—Oigo una voz que me dice que vayamos hacia allí.

El muchacho se separó para mirarla con preocupación.

—¿Una voz en la cabeza?

Ella asintió.

—Parece de hombre y me dice que… que los sentomentalistas nos reunamos en ese lugar donde estaremos protegidos.

—Pero…

—La guerra —le interrumpió ella, bajando la vista—. Lo sé. Pero no quiero acercarme a Salmat, Vekka. Tengo miedo de lo que me puedan hacer allí.

—Y lo entiendo, pero…

—Quizás podamos sacar algo de dinero para no depender de nadie y después…

Vekka ladeó la cabeza hacia el inmenso valle y después se encogió de hombros.

Lue siempre puede sacarnos de apuros si nos equivocamos —se limitó a decir.

Le palmeó el hocico al animal y echó a andar hacia el sur.

—Espera. —Lysell le agarró del brazo otra vez—. ¿Cómo te encuentras ahora?

—Estoy bien —respondió él—. Mejor de lo normal.

Ella le apretó el brazo.

—Estoy aquí, ¿vale?

Vekka asintió, taciturno, y volvió a retomar la marcha. Lysell no le soltó. Esquivaron el primer riachuelo que encontraron casi cuando ya estaban sobre él. Aquel camino, incluso si lo bordeaban, estaba repleto de zanjas y pequeñas charcas bastante peligrosas para los tobillos.

A pesar de que el sol brillaba con fuerza, el frío cada vez era más intenso. Poco a poco el catarro de Lysell iba remitiendo, pero la muchacha no dejó de ingerir infusiones calientes hechas a base de las plantas medicinales que encontraban por el camino.

Vekka, por el contrario, parecía incombustible. Se mantenía en silencio la mayor parte del tiempo y con la atención puesta en el camino y en el horizonte. No había irregularidades en el terreno que sus ojos no percibiesen a tiempo para esquivarlas.

Cuando llegó el amanecer del segundo día consideraron que todos sus miedos previos eran infundados y que no había lugar más desamparado y solitario que aquel valle en mitad del Continente. Apenas se cruzaron con un puñado de carretas que viajaban hacia el norte y cuyos conductores no se dignaron ni a mirarlos.

Quizás por eso, o porque en ese momento estaban riéndose de un comentario de Lysell, ninguno de los dos prestó atención a tiempo a los aullidos de alerta de Lue.

Cuando quisieron darse cuenta, dos dardos puntiagudos se clavaron en el brazo de Lysell, otro en el pecho de Vekka y varios en el lomo del animal. Antes de que lograran arrancárselos o de que al menos pudieran advertir quién se los había lanzado, el veneno que contenían las puntas se extendió por su sangre hasta hacerlos desfallecer sobre la húmeda explanada.