2. Sombras

Aquella era la segunda noche que Lysell pasaba a la intemperie, sola y en mitad del bosque sin más armas que un pequeño puñal. Sabía que no se podía permitir más que un par de horas para descansar, pero sus piernas no la sostenían por más tiempo y, si intentaba seguir buscando a Vekka sin darse un respiro, terminaría desfalleciendo.

Por el camino había logrado cazar un par de liebres que ahora se estaban cocinando en el pequeño fuego que crepitaba frente a ella. A su lado tenía un puñado de arena listo para extinguir las llamas si presentía que alguien podía estar cerca.

El olor a carne chamuscada hizo que sus tripas gruñeran, hambrientas. Después de haberse acostumbrado al cómodo ritmo del palacio, donde nunca faltaba de nada, pasar hambre no era algo que le estuviera sentando demasiado bien. Rápidamente se quitó de la mente aquellos pensamientos. Sabía que si se dejaba llevar por ellos terminaría llorando a mares y suplicando ayuda. Debía ser fuerte, buscar a Vekka, intentar comprender qué le había llevado a huir con tanta premura… y averiguar si realmente Lue había atacado a aquel chico.

De ser así, tenía que haber una explicación razonable a todas las preguntas que no conseguía quitarse de la cabeza. Pero era imposible, ella vio el cuerpo de Tail y no estaba sangrando. No tenía arañazos ni mordeduras, ¿cómo se suponía que le había podido hacer daño Lue?

—¡Déjalo ya! —gruñó para sí, quitando del fuego el palo que sujetaba la carne de la liebre. Aguardó a que se enfriara un poco mientras soplaba.

El graznido de un cuervo le hizo dar un respingo. ¿Sería… su tío?

—Wil… —susurró a la noche, pero no obtuvo respuesta.

El corazón le dio un vuelco al recordar la imagen del hombre convirtiéndose en ave. ¿Cómo había podido ocurrir? El rey Adharel tenía la culpa. No hacía falta más que ver el rostro de terror de Wilhelm para saber que estaba sufriendo con el interrogatorio. Ahora comprendía por qué no quería que Lysell le preguntara nada en su viaje hasta allí.

Una lágrima se escurrió por sus mejillas.

¿Dónde estaba su tío? ¿Qué iba a hacer ella sola en Salmat?

No, no podía volver a su reino. No en aquellas circunstancias. El poco valor que su estancia en Bereth le había insuflado había desaparecido con el cuervo en la noche. Cuando encontrara a Vekka le propondría otro plan. Fuera el que fuese, sería mejor que aceptar el trono y hacer como si nada de aquello hubiera sucedido.

Cuando encontrara a Vekka…

La voz que la había acompañado durante todo el camino volvió con más fuerza. Se tapó los oídos y escondió la cabeza entre las rodillas, pero no sirvió de nada. Como el frío que anidaba en sus huesos, las palabras de aquel desconocido se asentaban en su mente como la letra de una nana. Debía ir a Manseralda, le decía. Donde sería feliz y podría luchar por los suyos, donde ningún rey volvería a someter su voluntad. ¿Sería a esto a lo que se había referido el rey Adhárel durante su primera noche en Bereth? Pues quizás no fuera tan descabellada la posibilidad de acercarse y ver qué ofrecían, barruntó altiva y ofendida.

Probó su comida y tuvo que esforzarse por no escupir la correosa carne del animal. Sin ninguna especia que echar por encima, el sabor de la liebre era más bien amargo. Dejó el palo de nuevo sobre el fuego y tomó agua de la cantimplora de su tío.

Menos mal que había cogido todo lo que Wil había dejado a su paso antes de salir corriendo tras él. Entre sus pertenencias, además de la gruesa capa en la que ahora se arrebujaba, también encontró el pellejo que utilizaba de cantimplora, un puñal y la bolsita con las semillas de gordolobos rastreadores.

Por instinto, se llevó la mano a la cintura y comprobó que, sobre el hermoso vestido de la cena, ahora estropeado por las inclemencias del bosque, seguía el saquito. Wil le había explicado cómo funcionaba cuando se dirigían a Bereth y gracias a ello, al menos, sabía que estaba siguiendo el camino correcto hacia su amigo.

Se terminó el resto de la liebre y a continuación se alejó unos pasos para enterrar los restos en la tierra y así no tener que preocuparse por las alimañas durante las horas de sueño.

Avivó el fuego echando algunas ramas secas que encontró a su alrededor y después se echó sobre la hierba con el puñal de Wilhelm agarrado con fuerza. Echaba en falta su arco y sus flechas.

Despertó varias horas más tarde con un persistente dolor de cabeza y la voz tomada. Temió haberse constipado, pues pronto comenzaron la tos y los estornudos.

Recogió a toda prisa el campamento y, tras comprobar que no quedaba ningún ascua encendida, desperdigó la ceniza y la cubrió de hojas húmedas para camuflar su paso. Si los guardias de Bereth iban tras ella, y temía que así fuera, no se lo quería poner fácil.

Tardó unos instantes en dar de nuevo con el rastro de gordolobos que llevaba guiándola desde que se internó en el bosque. Cuanto más crecía la vegetación, más complicado era encontrar las pequeñas flores de color mostaza.

Se colocó la capa burdeos sobre la cabeza y los hombros para entrar en calor y reanudó la marcha. Todavía recordaba el susto que se había dado cuando, tras ver que las flores funcionaban y que iban marcando el camino hacia lo que esperaba que fuera el paradero de Vekka, había empezado a recogerlas con la mano. Antes de llegar a olerlas, estas se deshicieron en humo negro. A partir de entonces, para borrar su rastro, se limitó a aplastarlas con los pies.

El amanecer se escurrió pronto entre las ramas más altas del bosque, seguido de la mañana y del mediodía. Pero Lysell no se detuvo a descansar. Si quería alcanzar a Vekka tenía que esforzarse por llevar un ritmo, como mínimo, tan rápido como el suyo. Solo esperaba que no le diera por correr…

Encontró un montículo de piedras varias horas después, donde se detuvo a cocinar la segunda liebre antes de continuar la marcha. Apenas pudo darle un par de mordiscos antes de escupir los restos, de tan seca que estaba la carne. Parecía que había olvidado todo lo que había aprendido en el campamento durante los últimos diez años. No podía cazar y guardar las presas sin ponerlas en sal o agua helada, ¿a qué venía ese descuido?

Tuvo que agarrarse con fuerza la cabeza por culpa del dolor y de la incesante cantinela que no callaba. La tos se había vuelto mucho más agresiva en el último tramo y la garganta parecía que se le hubiera llenado de espinos. No podía ni tan siquiera respirar sin sentir dolor. Si no se tomaba algo pronto comenzaría la fiebre, y en mitad del bosque algo así podría terminar con su vida de un plumazo.

A media tarde el sol quedó cubierto por los nubarrones y el bosque se ensombreció, pero para entonces Lysell ya no era apenas consciente de ello. Vagó durante el resto del camino siguiendo el rastro de los gordolobos e intentando encontrar alguna de las plantas medicinales que Bautata le habría recomendado tomar en su situación. Pero no era capaz de recordar cuales eran ni de distinguir ninguna otra que no fueran las hermosas flores ambarinas.

Con el ocaso, el sol se llevó sus últimas fuerzas. Rendida, se apoyó en el inmenso tronco de un roble y se dejó caer hasta quedar sentada en el suelo. Cerró los ojos y se arropó con la capa. Sin darse cuenta, se quedó dormida.

Soñó con sombras. Sombras que se arremolinaban a su alrededor y que se desvanecían, que regresaban y la zarandeaban y volvían a dejarla allí, sombras con ojos rojos, blancos y dorados. Sombras que aullaban a la noche y que se enterraban entre sus brazos para conservar el calor. Sombras que se camuflaban en los resquicios de la oscuridad, asustadas. Sombras que la llamaban y le pedían cosas que no entendía. Sombras…

—Lysell, ¿me oyes? —La voz le llegaba distorsionada, como si tuviera la cabeza metida en agua y el sonido proviniera de la superficie—. Lysell, tienes que despertarte… Por favor, Lysell, haz un esfuerzo…

Poco a poco fue entendiendo con mayor claridad las órdenes. Debía despertarse. No podía seguir remoloneando. Seguramente Bautata ya hubiera salido de la cabaña. Si quería cazar debía darse prisa. Las presas grandes eran más fáciles de atrapar durante la mañana…

Con lentitud, abrió los ojos. Tardó unos segundos en enfocar y entender lo que estaba viendo. Era un muchacho. El pelo le caía a ambos lados de la cara. Vekka. Intentó hablar, pero desistió al sentir un pinchazo agudo en la garganta.

—Shhh —le conminó él—. Tranquila, estoy contigo.

La niña volteó la cabeza y descubrió que se encontraban dentro de una cabaña de madera. La luz de una chimenea brillaba cerca de ella, arrullándola con su calor.

—Tómate esto —le dijo.

Lysell cerró los párpados y volvió a abrirlos. Parecía que le pesaran una tonelada. Sintió que Vekka la incorporaba y le colocaba unos cojines en la espalda. Estaba en una cama junto a una pared.

—Lysell, bebe.

La niña lo miró sin comprender. ¿Qué hacía allí y por qué se encontraba tan mal? ¿Dónde estaba Bautata?

—Vamos, tienes que ponerte mejor —insistió el muchacho.

Le colocó un cuenco humeante en los labios y ella abrió la boca. El contenido abrasó su garganta, pero no tuvo fuerzas ni para escupirlo. Siguió bebiendo en silencio, sorbito a sorbito, hasta terminarse todo el líquido. No le desagradó el sabor, dulzón y un poco ácido. Además tuvo la sensación de que era lo primero que llegaba a su estómago en días. Pero eso era imposible, porque la última vez que comió fue…

El último sorbo salió disparado de su boca al recordar de sopetón los últimos acontecimientos. Se volvió hacia Vekka, indiferente al cansancio, y le echó los brazos al cuello.

—Pues sí que es potente este mejunje —dijo el muchacho con una media sonrisa—. Debería plantearme comercializarlo.

Lysell se separó lentamente de su amigo y lo observó con lágrimas en los ojos.

—¿Te encuentras mejor? —le preguntó él. Ella asintió como una autómata. Como retazos de humo, los recuerdos de sus últimas horas vagando por el bosque le vinieron a la cabeza. Podía haber muerto. Podía haber sido atacada por cualquier fiera sin que nadie se enterara. Pero ahora Vekka estaba allí, frente a ella, sano y salvo.

El joven le secó una lágrima con sus ásperos dedos.

—Ya pasó todo. Aquí estás a salvo.

Había algo en los ojos del muchacho que Lysell había echado de menos y en lo que no había reparado hasta ahora, algo que por fin había regresado a sus pupilas. No sabía qué era, pero le agradaba volver a encontrarlo en su mirada.

Lysell hizo un gesto para preguntar cómo habían llegado hasta allí. Vekka le hizo tomar otro sorbo de la bebida y le explicó cómo Lue la había encontrado en mitad del bosque, resollando, mientras él descansaba en aquella cabaña abandonada que había encontrado. En cuanto escuchó el aullido del animal, salió corriendo.

—Y hasta ahora —concluyó.

La niña asintió agradecida y, con ayuda de las manos, le preguntó dónde estaban.

—Seguimos en el bosque de Bereth, cerca de Salmat.

Al decir aquello, sus ojos se ensombrecieron. Lysell le puso una mano en la mejilla y negó con la cabeza. Después se señaló a ella y luego a Vekka.

—¿Te… te quedas conmigo? —le preguntó el muchacho.

Ella asintió con entusiasmo. Vekka sonrió un instante, pero después volvió a ponerse serio.

—No sé si es buena idea —echó un vistazo a través de la ventana y añadió—: lo de Bereth…

Lysell negó con la cabeza. No quería hablar del tema, no en ese momento. Ya habría tiempo para las explicaciones.

—Bueno, ahora lo importante es que te mejores, ¿de acuerdo?

Se incorporó y la ayudó a tumbarse sobre la cama. Después la arropó con la manta.

—Que descanses.

Lysell sonrió, cerró los ojos y se quedó dormida.