9. Trabajo en equipo

—Te digo que lo hemos perdido.

—¡Cierra el pico! —Marco volvió a tirarse al suelo. Henry puso los ojos en blanco.

—¿Vas a seguir rebozándote la cara mucho tiempo en la tierra o podemos empezar a buscar de verdad?

—¿Quieres que te reboce yo a ti la cara? —amenazó al gemelo, poniéndose de pie.

—Estoy esperando.

Antes de que nadie pudiera hacer nada estaban con las frentes pegadas, como dos machos cabríos en celo.

—¡Parad! —Sírgeric los empujó uno a cada lado—. ¿Me habéis oído? ¡Dejad de haceros los duros y controlaos!

Los dos muchachos se separaron con un gruñido. Marco le pegó una patada a un trozo de piedra, haciéndolo volar por los aires mientras Henry se quitaba a su hermano de encima con un empellón.

Llevaban dando vueltas cerca de dos horas. Al principio fue fácil: bastó con que Henry expandiese la capacidad auditiva de uno de ellos para seguir el ruido a través de la espesura. Sin embargo, no tardó en quedar agotado y tuvieron que dejar de confiar en su don. Intentaron subir hasta la copa de algún árbol, pero el riesgo era demasiado alto y Sírgeric no quiso tentar a la suerte.

—¿Nos hemos perdido? —preguntó Simon a nadie en particular y con los ojos puestos en el camino.

—¡Claro que no! —Sírgeric le palmeó la espalda para animarle—. Solo estamos un poco… desubicados.

—O sea, que nos hemos perdido.

—¿Cómo se nos puede haber escapado un tipo que vuela por encima del bosque? —se quejó Andrew, con la esfera de hierro bailando sobre la palma y el dorso de su mano en un movimiento hipnotizante.

—Yo te lo diré —intervino Henry—. Por culpa del papanatas de Marco.

—¿Mi culpa? ¡Fuiste tú el que decidió tomar este sendero! ¡Dijiste que nos encontraríamos con él de frente!

Sírgeric les dio una colleja a cada uno.

—¿No me habéis oído? Callaos y prestad atención. Esto no es un juego. Si no lo encontramos, no quiero ni pensar lo que Zennion o Adhárel nos harán.

—Nos cortarán en pedacitos —supuso Morgan, resignado.

—Nos expulsarán sin contemplaciones. —Andrew machacó el metal con una palmada.

Henry miró de soslayo a Sírgeric.

—¡Deberíamos haber venido con Zennion!

—Vaya, pues no vi que ninguno os quejarais cuando me propuse para acompañaros.

—¡Porque pensábamos que podrías encontrarlo!

De pronto la tierra comenzó a rugir cerca de ellos. El temblor se extendió por el bosque y vieron a los animales huir en dirección opuesta. Los pájaros alzaron el vuelo y se alejaron camino adentro, piando agitados.

—¿Qué está ocurriendo? —Marco se agarraba con firmeza a un tronco cercano, temiendo que el bosque entero fuera a derrumbarse.

—¡Acercaos todos! —exclamó Sírgeric—. ¡Os llevaré de vuelta al palacio! ¡Marco! ¡Aquí!

El muchacho asintió. Fue a separarse del árbol, pero en ese instante el tallo de un vegetal, verde, oscuro, grueso como una columna y con alguna hoja desperdigada, nació de la nada entre él y el resto del grupo y creció hasta el cielo a una velocidad imposible.

—¡Es él! —gritó, haciendo bocina con la mano y mirando hacia arriba.

—¡Marco! ¡Ya!

—¡No! Esperad, creo que tenemos alguna oportunidad de…

El suelo volvió a temblar como si se tratara de un seísmo, más cerca de ellos. Todos se giraron a tiempo de ver cómo, una vez más, a varios metros de donde había surgido el primer tallo, crecía uno nuevo e igual de vigoroso. Los pedazos de tierra saltaron por los aires, levantando el suelo por doquier y dejando a la vista numerosas raíces de los árboles colindantes.

Marco volvió a alzar la mirada, esta vez con la intención de analizar el aura del tipo. Con una sonrisa se giró hacia sus compañeros.

—¡Tenemos una oportunidad! ¡Él es quien está haciendo todo esto, y está agotado!

Sírgeric dio un paso hacia alante.

—Te estoy diciendo…

—¿Cómo de agotado? —Simon se adelantó.

Marco sonrió a su compañero.

—Lo suficiente como para que no tenga que costarte demasiado que pierda el conocimiento. Si pudiéramos desequilibrarlo…

—¿Qué creéis que vais a hacer?

—¡Esto servirá! —Andrew corrió hasta Simon con su pedazo de hierro en forma de espada. La hoja era tan afilada y delgada que podía cortar cualquier cosa sin apenas esfuerzo.

—Estáis soñando si pensáis que…

—¡Nosotros también ayudaremos! —exclamó Tail, agarrando del brazo a su gemelo y a Morgan. La tierra volvió a retumbar y una nueva planta, más pequeña que las dos anteriores, emergió unos metros por delante.

—¡Vamos!

—¡No! ¡Esperad! —Sírgeric salió corriendo tras ellos, pero fue en vano. Los muchachos ya estaban colocándose en posición—. ¿Quién me mandaría a mí meterme en estos berenjenales?

Los sentomentalistas se desperdigaron entre los árboles cercanos al camino para esquivar los recién aparecidos obstáculos. Cuando pasaron el último, Marco les hizo una señal para que siguieran avanzando hasta donde creía que aparecería el siguiente. Y en el momento en que la tierra comenzó a estremecerse, Simon, que se mantenía apartado tras unas rocas, cerró los ojos y se concentró en la silueta que se recortaba en las alturas.

—¡Henry! ¡Morgan! ¡Tail! —exclamó Marco—. ¡Ahora!

Los dos gemelos se concentraron como Zennion les había enseñado: dejando la mente en blanco y focalizando su atención en la víctima. Tail alzó el pulgar y Henry asintió. El grito del perseguido resonó en el bosque por encima del estruendo de la tierra. Entonces Henry le hizo su señal a Tail y este se relajó mientras su hermano tomaba el relevo. Para rematar la faena, cuando Henry se quedó sin fuerzas y cayó agotado, Morgan se encargó de hacer hervir la sangre del desconocido.

Esta vez el grito fue mucho más agónico. Sírgeric observaba todo desde una distancia prudente, listo para saltar en cuanto se produjese un imprevisto.

Andrew tomó aquel grito como su señal de entrada. Agarrando el hierro con las dos manos, echó hacia atrás los brazos y descargó con toda la fuerza de la que fue capaz el arma contra el último tallo aparecido. Tras ello, se quedó observando, ansioso, si había servido de algo.

Empezaba a perder la fe cuando la parte superior comenzó a escurrirse, dejando un rastro de savia por el camino.

—¡Árbol va! —gritó el chico, con una sonrisa y sin reparar en que el vegetal estaba cediendo hacia donde se encontraban sus compañeros.

—¡Apartaos! —Sírgeric salió corriendo, esquivando todos los obstáculos.

Tail y Morgan tiraban de Henry con desesperación, pero pesaba demasiado. Sírgeric los apartó con impaciencia y levantó al muchacho por las axilas.

—¡Corred con los demás! ¡Vamos! —De un tirón volvió a meterlo en el camino y después lo arrastró hasta las piedras donde se ocultaba el resto de sus compañeros.

—No os mováis de aquí, ahora dejádmelo a mí.

Esta vez, todos obedecieron sin rechistar. Se dio media vuelta hacia la copa del inmenso tallo, que poco a poco se iba desplomando sobre los árboles cercanos. A una distancia prudencial, observó cómo el intruso se agarraba con fuerza a la planta mientras suplicaba ayuda.

Sírgeric aceleró el paso y calculó el lugar exacto donde debía esperarlo. El follaje y las ramas amortiguaron la caída del vegetal. Los troncos se partían y la tierra rugía bajo su peso mientras los montículos de tierra se desparramaban allí donde los árboles eran arrancados de raíz. Sírgeric se detuvo y tanteó el terreno. El tallo dibujó todo el arco de caída y quedó suspendido a unos metros de altura. En su cúspide, magullado y sangriento, se encontraba el desconocido sentomentalista.

Corrió hacia él para comprobar su estado y soltó un suspiro de alivio cuando lo vio retorcerse y gemir. Después, escaló por la corteza de aquella extraña planta hasta él.

—¿Puedes oírme?

Por su aspecto debía de tener alrededor de veinte años, aunque su pelo rizado y del color de la paja y las pecas que poblaban su redondeada cara le conferían una imagen mucho más infantil. Iba vestido con un chaleco desgarrado sobre una camisa cubierta de manchurrones y unos pantalones hasta el empeine. Llevaba los pies al aire libre, manchados de verdín.

—Habrá que sacarte de aquí.

—No me… toques… —No pudo pronunciar más palabras. Al instante cayó inconsciente.

Los seis niños aparecieron entre el follaje, cautelosos. Henry andaba apoyado en su hermano y con los ojos medio cerrados.

—¿Está… muerto? —preguntó Marco, temeroso.

—No. Pero si no lo llevamos pronto al palacio podría acabar así.

Mientras los muchachos subían al tallo, trepando hasta donde estaba Sírgeric, el otro sacó del guardapelo el cabello de Zennion.

—¿Listos? —preguntó. Todos se agarraron con fuerza de las manos. Él miró a su alrededor una última vez y, antes de desaparecer, pensó en lo mucho que Adhárel se enfadaría cuando viera aquel estropicio.