15. Relámpagos

Lysell volvió en sí varias horas más tarde. No sabía dónde estaba, qué hora era ni qué había ocurrido. Su último recuerdo era el del suelo precipitándose contra su cara y el grito de Vekka en la lejanía.

Los párpados le pesaban tanto que, aunque estaba consciente, tuvo que esperar varios minutos hasta poder abrirlos.

Se encontraba en algún tipo de cueva rocosa. Alguien, supuso que Vekka, la había cubierto con la capa y le había colocado el saco de tela a modo de almohada. Un reguero lento pero constante de gotas sueltas estaba formando a su lado un charco donde se reflejaba la insegura llama de una antorcha.

Vekka la sostenía en alto mientras observaba el oscuro exterior sin moverse. Parecía una estatua protegiendo la entrada junto al lobo echado a sus pies. Con el halo que las llamaradas despedían y su pelo largo y oscuro cayéndole sobre los hombros, parecía la viva imagen de aquellos guerreros némades que tantas leyendas y mitos habían inspirado en el pasado.

El muchacho dio un respingo y Lue se giró con sus ojos brillantes hacia Lysell. Ella sintió la urgencia de apartar la mirada, como un niño pillado en falta, pero se limitó a aguardar a que su amigo se acercase. Su gesto era serio.

—Me alegro de que te hayas despertado, aunque todavía quedan unas cuantas horas para que amanezca.

Lysell asintió conforme, como si el muchacho pudiera hacer que el sol saliera antes si así lo prefería. El mero recuerdo de los últimos acontecimientos le provocó una serie de náuseas que se agolparon en su garganta. Se obligó a respirar hondo y a tranquilizarse. Habían salido vivos de aquel castillo en ruinas, pero ahora tenía que enfrentarse a su mejor amigo, a la única persona que le importaba, y explicarle por qué le había mentido y ocultado la verdad.

—Vekka…

El chico se humedeció los labios y se cruzó de brazos. Desde su posición, la imagen del guerrero se había intensificado y parecía mucho más alto, fuerte… y peligroso.

—Siento haberte mentido —musitó finalmente—. No se lo conté a nadie, no quise preocuparte ni que dejaras de verme como…

—¿Fue por eso por lo que decidiste abandonar el campamento? —le interrumpió—. ¿Eres de verdad una… reina o algo así?

Lysell no pudo contener por más tiempo las lágrimas. Asintió.

—Entiendo…

—Por favor, Vekka.

—¿Desde cuándo lo sabes?

—Conocí a un hombre hace algunos meses.

—¿Un hombre? ¿De dónde?

—Me dijo que su nombre era Ettore y que, aunque yo no lo supiera, él conocía mi verdadero nombre y procedencia.

—Lysell.

Ella asintió.

—Ese es mi nombre, sí. No Eis ni cualquiera de los estúpidos apodos que me pusisteis de pequeña —no se atrevió a mirar hacia arriba, aunque supuso que un leve rubor se habría extendido por las mejillas de Vekka—. Nací en Salmat. Mi madre fue la reina hasta que murió, según me dijo aquel hombre.

—¿Cómo sabes que no mentía?

Lue se acercó a su amo y se quedó rondando tras sus piernas.

—Porque… —la voz se le quebró. La posibilidad de perderlo a él también la estaba asfixiando—. Porque soy una sentomentalista.

Si Vekka pensó que estaba bromeando no lo pareció. Se mantuvo quieto, observándola. Lysell creyó intuir los engranajes de su cabeza intentando encajar las piezas de un puzle imposible, por ello se apresuró a añadir:

—Yo no quería nada de esto. Puedo jurarlo. —Sentía las lágrimas en la comisura de sus labios, amargas como la verdad—. Pero él me engañó. Me ofreció la posibilidad y yo dije que sí. Me convirtió en una sentomentalista. Lo hizo y desde entonces… desde entonces…

La angustia y el llanto se convirtieron en hipidos incontrolados.

—¿Por… por qué tiene que pasarme esto a mí? ¿Cómo voy a reinar si no sé ni zurcir unos calcetines? Si solo soy una salvaje que juega a cazar por los bosques. —Enterró la cabeza entre las rodillas y se convulsionó con el llanto—. No deberíamos haber salido nunca del campamento. Todo esto ha sido por mi culpa. ¡Podrías haber muerto! Y yo… no me lo habría perdonado.

No pudo seguir hablando. Las palabras se le atragantaban sin orden ni concierto en la cabeza y en la lengua. Quería estar sola, dejar de ser egoísta y conseguir alejarse de él para que no sufriera.

De pronto sintió una caricia peluda. Todavía llorando, alzó la mirada y vio a Lue arrebujado junto a ella. Vekka se sentó al otro lado con las rodillas agarradas entre los brazos y se quedó observando la entrada de la gruta.

—Sé que debe sonarte extraño, pero mientras esperaba a que despertases, me he dado cuenta de que nunca antes me había sentido tan feliz y libre. Y que, por mucho que te hayas equivocado, es gracias a ti.

—No quise hacerte daño… —volvió a decir ella.

—Lo imagino. Supongo que yo habría hecho lo mismo. —Se volvió hacia ella y la miró con serenidad—. Pero espero que no vuelvas a mentirme ni a ocultarme nada. ¿De acuerdo?

Lysell asintió con efusividad y se secó las lágrimas.

—¿No estás enfadado?

Él suspiró y dijo que no con la cabeza.

—¿De verdad?

—De verdad.

Colocó el brazo sobre sus hombros y la atrajo hacia sí. Fue un gesto torpe, nuevo para los dos, pero cargado de un cariño que Lysell necesitaba y que él no se sabía capaz de ofrecer.

Contagiada por aquella sensación que durante unos minutos había creído perdida, Lysell tomó aire y se dejó llevar por el momento para intentar explicarle cuanto le había sucedido en los últimos meses, en qué consistía su don o los problemas que le había acarreado. Intentó que comprendiese su miedo a que alguien lo descubriese y lo utilizase en beneficio propio y la angustia de no poder compartirlo con nadie.

Habló y habló mientras sentía que todo el agobio acumulado se escapaba con cada palabra pronunciada. También lloró. Por lo que habían dejado atrás y por lo que nunca conocerían. Por la vieja Bautata y por los buenos momentos compartidos en el campamento.

Con cierto temor, le contó la última conversación que había tenido con su padre a la hora de ser juzgada.

—¿Mi padre te ordenó que le llevaras contigo? —preguntó, incrédulo y enfadado—. ¿Cómo se pudo atrever?

—Dijo que me sería útil allí donde yo reinase. —Respiró hondo y se pensó bien cómo hacerle la pregunta sin preguntar. Permitiéndole a él decidir si responder o no—. Vekka, me gustaría saber cuál es su don.

Desde pequeña había oído diversos rumores acerca del poder de Azquetam. Pero ni siquiera Bautata se había pronunciado al respecto. Ahora que ya no estaban en el campamento, esperaba que Vekka pudiera revelárselo. Pero el muchacho permaneció en silencio con la cabeza puesta en otra parte.

Temiendo haberse confundido, Lysell preguntó:

—¿Crees que debería haberle hecho caso?

—¡No!

Lysell se apartó, asustada por el grito. El muchacho le pidió disculpas.

—Hiciste bien huyendo de allí. Mi padre es… —Se lo pensó unos instantes—. Mi padre no es bueno. Estamos mejor lejos de él. Sobre todo tú. Ojalá dejara el campamento y a todas esas personas…

Si ya de por sí era extraño descubrir cierta emoción en la voz del muchacho, más aún era que fuera miedo lo que destilaba. Miedo a su propio padre.

La niña se centró en la arenisca acumulada a sus pies y aguardó a que prosiguiera. Sin embargo, Vekka guardó silencio; la conversación había finalizado en aquel mismo instante.

—Deberías descansar un poco —sugirió la niña, cambiando de tema—. Yo puedo hacer guardia junto a Lue.

El muchacho no se negó. En cuanto Lysell abandonó el improvisado jergón, se echó cuan largo era sobre él y cayó dormido. Ella, por su parte, se acercó a la boca de la cueva y se sentó con las piernas cruzadas a ver los regueros de agua correr montaña abajo.

Se encontraban en una pequeña colina desde la que se percibía la densa sombra del bosque de Célinor. Supuso que, a lo lejos, con algo más de luz y menos lluvia, se recortaría la silueta de las ruinas donde su pesadilla había dado un nuevo giro inesperado.

Allí, con la falsa sensación de tener el mundo a sus pies, se preguntó si algún día llegaría a sentirse realmente segura. Si existía ese lugar que pudiera reconocer como hogar aguardándola en algún rincón del Continente. Si más pronto que tarde podría dejar de correr, de esconderse y de fingir ser quien no era.

Meditabunda, acarició el áspero pelaje de Lue y este aulló suave con la vista puesta en los rayos que alumbraban el cielo y congelaban el paisaje durante una fracción de segundo antes de volver a ser engullido por la oscuridad. Quizás su vida estuviera destinada a ser como una noche de tormenta, se dijo: oscura y peligrosa la mayor parte del tiempo y alumbrada solo de vez en cuando por algunos momentos felices, frágiles, fugaces y brillantes como relámpagos.

Al menos, se dijo, había sido capaz de confesarle la verdad a Vekka.

La esperanza la embargó y el coraje para enfrentarse a ese mundo que había demostrado estar hecho de crueldad creció lo suficiente como para que se atreviera a mirarlo de frente.

El amanecer se llevó consigo las nubes, la lluvia y los truenos. A cambio dejó un cielo despejado, el penetrante olor a tierra mojada y una suave brisa que agitaba las copas de los árboles.

Fue Vekka quien despertó a la niña, con una pequeña sonrisa en los labios.

—Me parece que la próxima vez voy a tener que vigilarte para asegurarme de que haces la guardia correctamente.

Lysell fue a protestar, arguyendo que acababa de cerrar los ojos, cuando se le escapó un bostezo y perdió toda credibilidad.

—Intentaré estar más atenta la próxima vez —aseguró, levantándose.

Vekka ya había recogido todas sus pertenencias. El lobo no estaba a la vista, por lo que supuso que habría salido a dar una vuelta y a llenar el estómago.

La tripa de Lysell rugió molesta por el enorme apetito que sentía.

—Encontraremos algo por el camino —dijo él, adivinando sus pensamientos y ofreciéndole el pellejo para que bebiera—. Cuanto antes nos pongamos en marcha, mejor.

—¿Sabes adónde vamos?

El chico se volvió, extrañado.

—A Salmat, supongo. ¿No?

Lysell apartó la vista. Ahora que el sol había salido y todo adquiría un matiz mucho más real, no estaba demasiado segura de que aquello fuera lo que deseaba realmente. Tras descubrir que, además de la corona, el trono y los súbditos también tendría que lidiar con los peligros que el poder traía consigo y las envidias de cuantos la rodeasen, sintió que algo se desinflaba en su pecho.

—Lo he estado meditando mucho, Lysell —continuó diciendo el chico— y no creo que tengamos mejor opción.

Ella sonrió sarcástica.

—Cómo se nota que no serás tú quien tenga que llevar el peso del reino.

Vekka la agarró del hombro.

—Piénsalo, podemos ir, hacernos con suficientes provisiones y dinero, y después dejarlo todo y huir.

—¿Estás hablando de abdicar?

—Bueno, eres tú quien no quiere quedarse allí.

Recordó el consejo que Bautata siempre le daba en estas situaciones y optó por enfrentarse a los problemas de uno en uno.

—Está bien. Vayamos a Salmat. Después ya veremos qué hacer. A lo mejor todo esto no es más que una confusión y ya han encontrado a un sustituto para mi cargo.

—A lo mejor —bromeó.

Lysell puso cara de enfadada y le golpeó con el puño en el brazo.

—¿Y qué camino tomamos?

Vekka señaló una dirección con el dedo.

—Salmat está hacia el sur. Iremos en esa dirección hasta que nos topemos con algún reino. Allí podremos comprar un mapa para continuar con el viaje.

Descendieron la colina evitando los terraplenes y los charcos hasta volver a internarse en el bosque. Lue les vino al paso un rato después. Llevaba el hocico húmedo y la lengua fuera. Vekka le palmeó el lomo antes de que volviera a perderse de vista.

Caminaron sin prisa, deteniéndose de tanto en tanto a probar algunos frutos silvestres que crecían entre la maleza. En algunos puntos del recorrido, el follaje era tan abundante que el suelo no presentaba ni el más leve rastro de lluvia. Lysell optó por sacar el arco y las flechas, por si acaso se cruzaban con algún animal desprotegido, pero pronto se dio cuenta de que el cansancio no le permitía estar suficientemente alerta como para prestar atención más que a lo que tenía delante.

A mediodía, incapaz de mantenerse en pie por más tiempo y temiendo volver a marearse como la noche anterior, rogó a Vekka que parasen a descansar. El muchacho se mostró algo reacio al principio, pero cuando se toparon con un pequeño riachuelo de agua cristalina, él también cedió al cansancio y se sentaron a su orilla.

Lysell sacó de su petate lo que había ido recolectando durante la caminata y lo colocó todo sobre una piedra para separar lo comestible de lo que no lo era, tal y como Bautata les había enseñado tantos años atrás. La tarea apenas les llevó tiempo y para cuando quisieron darse cuenta, no solo lo habían seleccionado, sino que también se lo habían comido.

—Sigo muerta de hambre —se lamentó Lysell, rellenando el pellejo con el agua helada del riachuelo—. ¿Crees que Lue podrá cazarnos algo para la cena?

El muchacho se encogió de hombros antes de apoyar la espalda sobre la hierba y meter los pies en el agua.

—Podría intentarlo, pero está acostumbrado a comerse él solito todo lo que atrapa.

Después, cerró los ojos y su respiración se fue ralentizando.

Lysell se tumbó sobre su pecho y metió los dedos en el agua, distraída con la corriente y las algas inferiores que se arremolinaban alrededor de sus uñas. Estaba a punto de quedarse dormida cuando sintió una presencia tras ella. Su silueta apareció reflejada en el agua y fue a darse la vuelta para gritar cuando una mano grande y cubierta por un vendaje negro le tapó la boca.

El tumulto hizo que Vekka se incorporara de un salto dispuesto a defender a su amiga, pero el filo de la espada que el recién llegado portaba se encontraba a escasos centímetros de su cuello.

—No he venido a haceros daño —dijo el hombre con voz grave—. Pero no puedo permitir que volváis a…

Lue apareció de pronto entre la espesura del bosque y se lanzó sobre el hombre con sus fauces abiertas. Lysell cayó al suelo con un grito antes de girarse y descubrir de quién se trataba.

—¡Vekka! —exclamó, agarrando del brazo al muchacho—. Es… ¡Es el hermano de Firela!

—¿Qué? —Sacó del cinturón su puñal y se colocó en posición de ataque—. Vamos, tenemos que marcharnos.

Lysell lo retuvo.

—¡No! ¡No! ¡Dile que pare! ¡Dile a Lue que se esté quieto!

El hombre apartó de un golpe al animal, que volvió a arremeter con más ferocidad.

El muchacho pareció dudar unos segundos mientras el hombre cuervo se debatía contra el lobo en una clara situación de inferioridad.

—¡Por favor! —rogó la chica con la mirada desencajada.

—¡Lue! —gritó el muchacho—. ¡Aquí, Lue!

El lobo se giró todavía con las fauces abiertas y miró a su amo, sin comprender.

—¡Vamos! —Se golpeó el muslo—. Aquí. Ahora, Lue.

Sin dejar de gruñir, el animal cerró su portentosa mandíbula y retrocedió unos pasos. El hombre cuervo se apoyó en la rodilla con la mano humana y se incorporó. Tenía parte de su ropa desgarrada y un fino hilo de sangre le manaba por el antebrazo.

Había plumas negras esparcidas a su alrededor.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Lysell.

—Protegerte —respondió el hombre. Después se llevó la mano a la boca y cerró los ojos. Un gruñido se escapó entre sus dedos mientras un puñado de plumas oscuras surgía donde antes solo había habido piel de cuello.

Los dos muchachos dieron un paso hacia atrás y quedaron al borde del agua. El lobo dio uno hacia delante, gruñendo con fuerza.

—¿Qué…?

—¡No! —le interrumpió el desconocido—. Por favor, no hagas más preguntas. Te lo ruego. Te diré quién soy y de dónde vengo, pero, por favor… —Una lágrima se escurrió entre sus arrugadas facciones. Algo tan ajeno a ese rostro que a los chicos les causó aún más impresión—. No preguntes más.

—De… de acuerdo —balbució la niña tras mirar de reojo a Vekka—. Habla.

—Me llamo Wilhelm y soy… soy el hermano de Firela.

Vekka le fulminó con la mirada.

—Eso ya lo sabemos. También que eres el tío de Lysell.

El hombre cuervo apretó los labios con fuerza antes de asentir.

—Así es. Y ya os he dicho a qué he venido.

—¿Cómo nos has encontrado? —preguntó el chico.

—Con esto. —Wilhelm se desenganchó una bolsa de la cintura y se echó sobre la palma de su mano un puñado de semillas color mostaza— Son gordolobos rastreadores. Pueden… pueden encontrar a quien sea por muy lejos que se encuentre.

—Gordolobos rastreadores. —Lysell los miró atónita. ¿Tanto valía su vida como para que se tomaran aquellas molestias en encontrarla?

—Tienes que creerme. Mi hermana me tendió una trampa. —Dio un paso hacia ellos, pero el lobo lo amenazó con los dientes y Wilhelm se quedó quieto—. Me atacó antes de que encontrara el campamento y después se inventó una historia. Lysell, por favor, créeme.

—Te creo.

Vekka se volvió hacia ella.

—¿Cómo que le crees? ¿Y si está mintiendo como la mujer?

Lysell pasó su mirada de uno al otro.

—Sé que es verdad porque Ettore me advirtió de su llegada.

—¿Ettore? —Esta vez fue el hombre quien se mostró confuso—. ¿Conoces a Ettore?

En pocas palabras le habló de su encuentro con el sentomentalista como ya había hecho con Vekka y después añadió la parte que había omitido a su amigo: la de los dos desconocidos que vendrían a buscarla.

—Me dijo que uno me haría daño y que el otro intentaría protegerme. —Avergonzada bajó la cabeza y suspiró—. Siento haberme guiado por las apariencias en lugar de… de por…

Wilhelm se relajó un tanto y esbozó el comienzo de una sonrisa.

—Es comprensible. Yo tampoco es que muestre mi mejor aspecto. —Alzó el brazo y el ala y un pedazo de tela se escurrió hasta el suelo. Las vendas del pecho estaban llenas de tierra y sangre.

—Nosotros vamos… —se lo pensó unos segundos antes de seguir—. Vamos a Salmat. Si quieres acompañarnos…

—Esa es mi intención, sí —respondió Wilhelm, anonadado—. ¿Cómo habéis podido aprender tanto sobre… sobre ti en tan poco tiempo?

—Firela nos lo contó —respondió la niña.

—Más bien se lo sacamos con el… —Vekka miró de soslayo a Lysell y aguardó a que asintiera para continuar—. Con su don.

El hombre cuervo entrecerró los ojos y después asintió.

—Ya veo. ¿Y ahora dónde está?

Lysell negó lentamente.

—No lo sabemos.

—Nos llevó a un castillo e intentó matarnos.

La mirada de Wilhelm se enfureció.

—Pero logramos escapar con ayuda de Lue. —La niña se agachó y acarició al lobo en el cuello.

—Tuvisteis suerte. Esa mujer es una de las más peligrosas que el Continente ha conocido nunca.

—Y la más fea —añadió Vekka, haciendo que Lysell soltara una carcajada nerviosa y que Wilhelm sonriera.

—Sí, supongo que eso también.

—¿Crees que nos habrá seguido el rastro? —preguntó Lysell. Después se mordió el labio al darse cuenta de que acababa de preguntar, pero su tío la tranquilizo al responder.

—Si lo hubiera hecho, ya estaríais en sus manos. Es demasiado buena en su trabajo como para dejar escapar a su presa.

—También Lue lo es en el suyo.

Lysell dio un respingo.

—¿Lo ves capaz de matar?

El muchacho observó de soslayo al animal.

—Sí. —Un leve rubor se extendió por sus mejillas—. Nunca le he visto hacerlo, pero fuerza no le falta. Y siempre hay una primera vez para todo, ¿verdad?

Lysell reprimió un escalofrío. Y a continuación se sintió estúpida. Firela había intentado asesinarlos. ¿Por qué tenía ella que tener remordimientos? Ojalá el lobo la hubiera dejado lo suficientemente malherida como para que no volviera a intentar acercarse a ellos.

—Así que estáis decididos a ir a Salmat —dijo Wilhelm con seriedad. Una seriedad que a los dos muchachos les sorprendió, pues estaban acostumbrados a que ningún adulto tuviera en cuenta sus sugerencias.

—Sí —respondió Lysell.

—Me alegra oír eso.

La niña sonrió y en un acto reflejo le preguntó si no quería sentarse a descansar antes de seguir la marcha. En cuanto el hombre se derrumbó sobre la hierba, Vekka la agarró del brazo y se la llevó aparte. El lobo continuó con la mirada clavada en Wilhelm.

—Entonces ¿ya lo hemos decidido? ¿Vamos con él? —susurró.

—Sí. No sé qué puede haber de malo.

—¡Puede ser igual de peligroso que su hermana! En cuanto se recupere de las heridas y Lue deje de prestarle atención, se abalanzará sobre nosotros.

—Eso no lo sabes —espetó la niña—. Te digo que podemos confiar en él.

—¿Cómo puedes estar tan segura después de…?

—¡Antes me equivoqué! ¿Vas a seguir reprochándomelo el resto de la vida?

Vekka entrecerró los ojos y apretó los labios. Parecía estar haciendo un esfuerzo sobrehumano para controlarse.

—Nos ayudará a llegar a Salmat. Correremos menos peligro yendo con él.

—¿Tanto miedo te da ir sola conmigo por el bosque?

Lysell bufó, cansada.

—¿Tienes que darle la vuelta a todas mis palabras? ¡No tiene nada que ver contigo! Ese hombre conoce el bosque y tiene los… los… ¡las semillas esas! Y en caso de que sucediera algo, Lue podría actuar.

Lue no estará siempre para protegerte. Y yo tampoco.

El muchacho dio media vuelta y de un salto se colocó en la orilla opuesta del riachuelo.

—¿Adónde vas? —preguntó la niña, asustada.

—A dar un paseo —respondió de mal humor. Después dio un silbido con los dedos en la boca y el lobo se volvió hacia él antes de correr a su lado. Sin girarse para mirar a la niña, azuzó al animal y juntos se perdieron entre el follaje.

—¡Vale! ¡Como tú quieras! —gruñó la niña, pateando una piedra y lanzándola al agua. Después regresó con los puños cerrados hasta donde había dejado sus cosas y se sentó. Sus ojos echaban chispas—. A veces es insoportable.

—Supongo que todos lo somos de vez en cuando —comentó Wilhelm.

—Pero es que… ¡es que no le he hecho nada!

—Él solo se preocupa porque estés bien. Quiere protegerte.

De ti, pensó la niña, aunque no llegó a decirlo en voz alta.

Reprimió un escalofrío y se negó a permitir que los prejuicios de su amigo hicieran mella en ella. Por eso la había dejado sola con él: para que pudiera recapacitar y comprender el peligro continuo al que los sometería si finalmente hacían el resto del camino junto a Wilhelm.

—No vas a asesinarme, ¿verdad? —La pregunta salió de sus labios antes de que pudiera siquiera procesarla.

—No, a no ser que sea la única manera de protegerte. —Lysell se giró con un respingo y el hombre bajó la mirada, angustiado—. Te pido disculpas. Tu don a veces puede resultar demasiado… hiriente.

—Es la sinceridad con la que todos respondéis lo que duele —arguyó ella sin apartar los ojos—. ¿De verdad me matarías si fuera necesario?

—Sí. Si es de ti misma de quien debo protegerte. Igual haría si fuera yo quien supusiera un peligro para ti.

Ahí tenía su respuesta. No tenía que ver con amor, cariño o lazos familiares. Su deber era protegerla y traspasaría cualquier límite por conseguirlo.

Asintió despacio, como si estuviera aceptando un trato. Entonces reparó, una vez más, en las brillantes plumas negras que Wilhelm estaba limpiando despreocupado con agua del riachuelo.

—¿Tu maldición…?

—¡No! —El hombre dejó lo que estaba haciendo y alargó la mano para detenerla—. Por favor, no me preguntes sobre ello. Es… no puedo decírtelo. Lo siento. Hay ciertas cosas que no puedo… responder.

Ella asintió, cohibida.

—No era mi intención asustarte —dijo el otro con voz grave—. Es solo que… lo considero algo privado.

—No tienes que dar explicaciones. A veces puedo ser demasiado entrometida.

Wilhelm rió entre dientes.

—A veces es bueno ser entrometida. Espero poder contártelo más adelante. Cuando sea seguro.

No hablaron más el resto del tiempo. Lysell se tumbó boca arriba y se quedó observando, obnubilada, el inmenso techo vegetal de aquel bosque mientras Wilhelm seguía curándose las heridas y cosiéndose los desgarrones de la ropa.

Un rato después escucharon el trote rápido de Lue y vieron aparecer al animal junto a Vekka. Llevaba en las manos un conejo y una perdiz.

—Supuse que tendríais hambre.

Lysell le sonrió al verle de buen humor otra vez y asintió.

—Yo me encargaré del fuego —propuso Wilhelm.

Y por un rato pudieron olvidarse de sus diferencias, de Firela y del peligro que los acechaba a cada paso. Uno de aquellos relámpagos de luz, se dijo Lysell, que la vida ofrecía tan pocas veces y que tenían que aprovechar.