—Tienes tres segundos para contarme qué les ha pasado. —Zennion se cruzó de brazos y echo un último vistazo a sus pupilos arañados, doloridos, cansados y cubiertos de barro.
—Ese tipo hacía crecer… ¡árboles! De la nada. Y caminaba sobre ellos. ¿Qué más quieres que te cuente? Los chicos actuaron lo mejor que pudieron dadas las circunstancias. Toda la responsabilidad es mía.
—¡Desde luego que es tuya!
Marco dio un paso al frente.
—Pero al final lo atrapamos, ¿no es eso lo que cuenta?
—Lo que cuenta es que podíais haber acabado muertos.
Sírgeric puso los ojos en blanco. Y vuelta a empezar. Llevaban desde que habían llegado, unas horas atrás, escuchando el sermón del Maestre sin descanso y analizando todos los errores que habían cometido. No quería pensar lo que habría sucedido si alguno hubiera resultado gravemente herido. Fuera, la noche había caído sobre Bereth como un manto de niebla y viento.
El intruso se encontraba en ese momento custodiado por un par de guardias sentomentalistas en la celda más aceptable de los calabozos, inconsciente, mientras otro grupo de hombres había ido al bosque para intentar arreglar el estropicio ocasionado. Aquella era una zona peligrosa en caso de producirse un ataque, y no podían permitirse el lujo de tener toda la foresta levantada.
—Sírgeric ya ha pedido disculpas, Zennion. ¿Qué más quieres? —Duna se encontraba sentada junto al maestre en la larga mesa del salón principal con la espalda apoyada en uno de los brazos de la silla y las piernas cayendo por encima del otro. No era precisamente la postura más digna para una futura reina, pero había costumbres que costaba mucho erradicar.
—Quiero que le queden claros todos los fallos cometidos y que estos jóvenes, por muy mayores que puedan parecer, siguen siendo unos niños.
Los gruñidos de protesta y los bufidos indignados se sucedieron entre los muchachos.
—Son mucho más capaces de lo que crees, Zennion. —Hacía tiempo que Duna no veía a Sírgeric tan molesto con algo.
—¿Y lo dice alguien que solo se acerca a ellos para jugar?
El otro fue a responder, pero Adhárel entró en ese momento como una tromba.
—Se ha despertado.
Todos se pusieron de pie a excepción de Henry, que en algún momento indeterminado se había quedado dormido en su sitio con la cabeza sobre los brazos cruzados.
—¿Dónde lo tienen? —preguntó Sírgeric.
—Lo están trasladando a una de las habitaciones superiores.
Duna le miró preocupada.
—¿No crees que…?
—Estará vigilado.
—Pues ¿a qué esperamos? —exclamó Marco, dando una palmada—. ¡Veamos quién es!
Zennion se dio la vuelta.
—Vosotros id a descansar. Es más de medianoche y mañana tenéis entrenamiento.
—¿Qué? ¡No! —replicó el chico.
—Nosotros lo atrapamos —añadió Morgan sin ninguna emoción en su tono.
—Y os lo agradecemos —intervino Adhárel, poniéndole la mano sobre el hombro—. Pero puede ser peligroso.
—Pero acabáis de decir…
—Basta de cháchara. —La orden de Zennion no admitía réplica—. Os informaremos en cuanto tengamos algo concluyente, no os preocupéis.
—Siempre nos dejan de lado… —masculló Andrew mientras despertaba a Henry de un codazo y salían de allí.
Se llamaba Jack y tenía diecinueve años. El golpe le había provocado una buena conmoción, pero poco a poco iba recuperando la consciencia y parecía de todo menos agresivo. Sus ojos, de un color verde enfermizo, podrían haber resultado inquietantes y peligrosos de no ser porque tenía los párpados algo caídos, como si siempre estuviera adormilado o con un pie en la realidad y otro en otra parte. Su sonrisa bovina tampoco ayudaba.
Por la descripción de Sírgeric, sabían que su cabello era de color pajizo, aunque en ese momento se encontraba cubierto por unas gasas.
Le habían vendado las piernas con unas tablillas. Según los curanderos no había habido fractura, pero sí esguinces en los dos tobillos. La muñeca izquierda también estaba entablillada.
Lo habían amarrado con cuerdas al camastro, aunque Duna se preguntó si aquello era realmente necesario: sus extremidades parecían tan frágiles como ramas de árbol o carámbanos de hielo.
—¿Q’ago aquí? —preguntó en cuanto los vio entrar en la habitación. Tenía un acento que Duna no consiguió identificar, pero que supuso de algún poblado alejado de las grandes urbes.
Sírgeric se acercó a la cama con cara de pocos amigos.
—La pregunta es qué hacías tú en el bosque.
—¿Yo?
—Sí, tú. —La voz de Sírgeric sonó grave y poco amistosa.
Adhárel le indicó con una mirada que se calmara.
—Pos… escapar.
—¿Escapar de quién? —intervino el rey, mucho más comedido.
Los ojos de Jack saltaban de uno a otro como una liebre inquieta. En el instante en que se detuvieron en Duna, sus párpados parecieron cobrar algo de vida antes de volver una vez más a su aspecto anterior.
Se quedó mirando fijamente a Adhárel hasta recordar la pregunta que le había formulado.
—De los locos… —Su labio inferior tembló un instante.
—Tendrás que especificar más si quieres ayuda.
Jack se puso a negar como un poseso.
—No, no, no. No podéis acercaros allí. ¡Es mu peligroso! ¡Sos matarán!
—¿Quién nos matará?
—El rey loco y sus hombres. —Parecía que hablase más de un monstruo que de una persona, pero ninguno de los presentes necesitó más pistas para suponer a quién se refería.
—¿El rey… Dimitri?
Ante el nombre, Jack encogió los hombros, asustado, y asintió.
Duna miró a Adhárel, consternada. Aquella era la primera mención a su hermano en mucho tiempo. Al menos por parte de una fuente más o menos fiable. Si el terror se había apoderado de Jack, la ira y la impaciencia lo habían hecho de Adhárel.
—¿Has estado con él? ¿Dónde?
—En… en… Yo estaba viajando y la oí. Y, pos la seguí. A la voz, digo. Y entonces estaban allí. Los otros y él.
—¿Qué otros? ¿Dónde? —Adhárel se acercó a la cama por el otro lado.
Jack tembló antes de responder.
—Manseralda. En Manseralda, sí. Eso me dijeron.
Duna miró al rey y a Sírgeric. Zennion negó con la cabeza, preocupado.
—¿Y qué estaban haciendo? —insistió Adhárel—. ¿Te enteraste de sus planes? ¿Por qué huiste? ¿Cuántos había?
—¡Ay yo no sé tanto! —se quejó el muchacho, agobiado ante las preguntas. Parecía a punto de echarse a llorar.
Duna se obligó a respirar hondo. Echó un vistazo por la ventana, donde las estrellas brillaban en solitario sin una luna que las acompañase. Fue incapaz de reprimir la idea de poder surcar el cielo de nuevo, libre, sin peligro, sin el miedo a la guerra o al futuro.
—Algo sabrás. —Adhárel se cruzó de brazos—. Habla.
—¿Soy un prisionero? —preguntó Jack.
Sírgeric bufó.
—Lo estamos decidiendo, y por el momento tienes bastantes puntos para que así sea.
—En cambio, si nos ayudas —añadió el rey—, te indultaremos. Pero antes tendrás que demostrar que no eres una amenaza y que podemos confiar en ti.
—¡Yo no soy ninguna amenaza! —se quejó—. ¿Qué tengo que hacer pa que me creáis? ¡¿Y dónde estoy?!
—Estás en Bereth —respondió Duna con voz dulce—. Por favor, intenta hacer memoria. ¿Qué viste en Manseralda?
Jack posó la mirada en la manta que lo cubría y se puso a dibujar con el dedo las filigranas de la tela.
—Están organizando un ejército o algo así. Tienen un puñao de sentomentalistas que entrenan tos los días y a los que tratan como animales. Pero ellos parecen felices. —Parecen felices porque alguien los está obligando a creer que son felices, se dijo Duna—. Y luego hay personas corrientes por ahí. Pero son menos y son como esclavos o así.
La respiración del rey se hizo más pronunciada.
—Juegan con ellos, los utilizan como cebo o como peleles pa pelear. Mueren y a nadie le importa. A mí al principio tampoco. Yo también era feliz. Pero entonces un día descubrí por qué y no me gustó. Desde entonces me escondí hasta que empezó a importarme tó. Y por eso me fui. —Una lágrima se escurrió por su mejilla—. Una noche se distrajeron y dije que me se había olvidao una cosa en mi habitación. Cuando ya no había guardias me salté por la ventana. —Duna dio un respingo—. Y huí. Me se echaron encima rápido. No llegué ni hasta los muros, pero había estado practicando en secreto y pude utilizar mi regalo contra ellos.
—¿Tu regalo? —preguntó Sírgeric.
—Tu don —aclaró Adhárel. Jack asintió—. ¿Escapaste solo?
El muchacho asintió, abatido.
—Lo intentó otro amigo, pero no llegó a los muros —se quedó callado—. Lo mataron antes.
Duna tragó saliva y masculló un pésame por aquel desconocido.
—Necesitamos más datos. Todos los que puedas proporcionarnos, Jack —el tono del rey se había suavizado. Quizás ese muchacho fuera una brújula que pudiera ayudarlos a dar los primeros pasos. Quizás no estuviera todo perdido ahora que conocían algo de los planes de Dimitri.
—Pero es que no sé más. ¿Cuándo me liberaréis?
Sírgeric lanzó una mirada al rey.
—¿De verdad querrías salir de aquí, donde puedes estar protegido?
Jack alzó la vista. Parecía un cachorro apaleado intentando discernir la verdad de la mentira.
—Sírgeric tiene razón —añadió el rey—. Cuando se desate la guerra más te vale estar a cubierto y a ser posible en el bando adecuado. ¿Qué crees que harán Dimitri y sus hombres cuando den contigo?
—Tú tienes una información privilegiada. Eres el primer sentomentalista que logra escapar de allí. Sabes cómo funcionan las cosas. Lo que están preparando. Quizás hasta su siguiente movimiento.
—¡Pero sos he dicho que no sé na!
—Sabes más que todos nosotros juntos, Jack —intervino Duna—. Por favor, no solo nos ayudarías a nosotros, sino al Continente entero. Ya has visto lo que Dimitri es capaz de hacer. ¿Se lo vas a permitir?
El chico pasó la mirada de uno a otro, incómodo. Las emociones se acumulaban en los ojos del rey, de Sírgeric y de Duna, incluso en los de Zennion. Súplica, necesidad, cansancio, rabia, impotencia… Por mucho que les doliera, Jack era su única baza para conseguir algo de ventaja en aquello que Dimitri estuviera planeando en la otra punta del Continente.
Jack enrolló la manta entre sus manos, nervioso, y asintió suavemente.
Adhárel aguantó la respiración.
—¿Eso es un sí?
El muchacho repitió el gesto.
—¿Me soltaréis las cuerdas?
Zennion dio un paso al frente, iluminando su barba azul con la luz de la antorcha.
—Eso será cuando nos cuentes en qué consiste tu… regalo.