10. Tras la reina

Wilhelm se despertó sobresaltado. Esta vez, a pesar de que era de noche, podía vislumbrar su alrededor con claridad. Aquella era una noche que conocía, que no le daba miedo. No como la de la pesadilla. Las llamas de las hogueras que crepitaban en el exterior le recordaron dónde se encontraba. La memoria hizo el resto: Lysell; Firela, sus manos, la mentira, el ataque y su jugada maestra para deshacerse de él.

Había fracasado.

Sintió un tirón cuando se apoyó sobre su brazo. Fue entonces cuando reparó en las vendas manchadas que cubrían su hombro. Llevaba el brazo en cabestrillo y a la altura del pecho tenía una mancha reseca de sangre.

¿Cuánto tiempo llevaba dormido? ¿Dónde estaba la mujer que lo había estado buscando? ¿Y el chamán? ¡Necesitaba hablarles de su sobrina y rogarles que se la trajeran! Por fin había dado con Lysell. Por fin, después de meses y meses buscándola.

De pronto reparó en las voces que oía fuera. Tuvo que prestar atención para distinguir sus palabras. Llamaban a gritos a dos personas: Eis y Vekka. Las luces de unas antorchas aparecían y desaparecían tras la tela de la tienda. La incertidumbre le estaba carcomiendo.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano, se puso de pie. Unos mareos le sobrevinieron como un oleaje embravecido. Se agarró a uno de los pilares de madera que aguantaban la estructura y esperó a que el malestar remitira. Una vez que se encontró mejor, abrió los ojos. Se colocó la capa con ayuda de los dientes y la mano mientras el ala negra daba bandazos a su alrededor. Cuando consideró que podía pasar desapercibido, salió fuera.

El campamento era un completo caos de grupos corriendo de un lado a otro armados con antorchas y gritando el nombre de los dos desaparecidos. Un niño lloraba en el interior de una de las tiendas, bañando la noche con su angustia. Había pasado algo malo, Wil lo sintió en cada pluma de su ala. Algo que, sin saber de qué forma, también le concernía a él. ¿No era acaso el portador de la desdicha?

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó a un hombre mayor sentado frente a una hoguera.

—El endemoniado hijo de Azquetam ha desaparecido con la niña.

¿El endemoniado hijo… del chamán?

—¿Qué niña? —insistió.

El viejo se volvió hacia él.

—¿Cómo que qué niña? Pues la mocosa entrometida de Eis. ¡La del cabello de anciana! Espero que se la haya tragado el bosque.

La del cabello de…

—¡Lysell!

Ignorando los pinchazos y la sensación de que las curas y los vendajes que le habían aplicado estaban perdiéndose con la carrera, avanzó a paso rápido hasta el grupo de némades entre los que se encontraba el hombretón que había visto antes en su tienda: el chamán.

Cuando llegó a su lado lo agarró del brazo para llamar su atención.

—Debéis encontrar a la niña, ella es…

—¿Qué haces tú aquí? —Alzó la mirada en busca de alguien—. ¿Qué hace él aquí?

Wilhelm no se amilanó ante el brillo de sus ojos o el desdén de sus palabras.

—¿Hace cuánto que se han ido? ¿Dónde está mi… mi hermana?

—Ahora no tengo tiempo para responder a tus preguntas, bicho raro —le espetó, apartándolo de un empujón.

Wilhelm, ofendido, tiró la tela al suelo y batió el ala con fuerza. Todos los hombres y mujeres que había cerca se volvieron para admirar su maldición. Para contemplar al monstruo de cerca.

El hombre cuervo apretó con fuerza los dientes para no gritar. Si antes había sentido un tirón, ahora le daba la sensación de que alguien lo estuviera desgarrando. No tardó en ver la mancha de sangre en su hombro tiñendo la venda ya de por si oscura.

—¿Dónde crees que vas? —Escuchó la voz de la anciana a su espalda.

Se dio la vuelta e intentó concentrarse en sus ojos para no caer allí mismo desmayado, frente a aquellos desconocidos que se mantenían en silencio.

—Tengo que… encontrar a Lysell…

—¿De qué conoces tú a Lysell? —El chamán lo agarró del brazo y le obligó a girarse. Su cinturón, repleto de pequeños saquitos, se bamboleó.

—He venido a buscarla. —Le costaba seguir en pie. Le costaba no perder el equilibrio o dejar que los párpados volvieran a enviarlo a la noche.

Azquetam pareció desconcertado por un instante. Si no creyese que era imposible, Wil hubiera pensado que estaba incómodo por mantener aquella conversación frente a tanta gente.

—Pues está claro que se ha marchado —respondió tras unos segundos—. Y se ha llevado con ella a mi hijo.

—Vuelve dentro o la herida se te pondrá mucho peor. —La anciana señaló el camino con su bastón—. ¿Acaso quieres quedarte sin tu único brazo?

La angustia de haber perdido otra vez a su sobrina colapsó sus sentidos. No escuchaba ni tampoco podía razonar. Había estado tan cerca… ¡tan cerca! Solo tendría que haber permanecido despierto, haberse deshecho de su hermana.

Enfurecido, maldijo a gritos. Los némades se alejaron varios pasos, asustados. Todos menos la anciana, que volvió a ordenarle que la acompañara.

Sin prestar atención a los murmullos y comentarios, siguió sus pasos con la cabeza gacha. Cuanto más tardase, más posibilidades tendría Firela de cobrar su ansiada venganza. Lysell nunca había estado tan en peligro.

—Túmbate.

¿Por qué sus Voces habían dejado de aconsejarle? ¿Cuándo volverían? El cansancio estaba venciendo la batalla, pero tenía que permanecer despierto.

—¿De verdad conoces a… a Eis? —preguntó la mujer.

—Es mi sobrina.

Ella le aplicó la pasta caliente y olorosa sobre la herida abierta y asintió. No hacía falta ser sentomentalista para saber que estaba guardándose muchas palabras.

—¿Cuándo se han…?

—Nadie lo sabe. Nadie. —Su voz ya no sonaba tan autoritaria ni enérgica. Parecía haberse marchitado—. Estaban aquí. Vinieron a verte. Yo les dije que se marcharan, que tenías que descansar. Tu hermana nos pidió que…

Wilhelm se olvidó de respirar.

—¿Mi hermana también se ha ido?

Ella detuvo su mano sobre la herida y se quedó pensativa.

—Ahora que lo mencionas, no la he vuelto a ver desde que… desde que mi hijo me pidió que saliera y…

—¡No!

Wilhelm intentó incorporarse, pero ella lo detuvo.

—¿Qué estás haciendo? ¡Estate quieto ahora mismo! Ella ya es lo suficientemente mayor como para poder ir por libre, ¿no te parece?

El hombre cuervo arrugó el ceño, confundido.

—Ya nos contó el motivo por el que sufristeis el ataque y no puedo decir que esté cómoda curando a alguien a quien le importa tan poco su vida y la de su familia.

—¿Cómo?

—Jugar, beber, perder un brazo por el camino… ¿No sabes de lo que te hablo?

Wilhelm la miró totalmente descolocado. Le hablaba como si fuera su madre, pero no comprendía ninguno de sus consejos.

—Yo no bebo —replicó—. No desde hace mucho.

—No es lo que ella nos dijo.

—¡Estaba mintiendo! —Soltó un gruñido cuando la mujer presionó sobre la herida. Cuando el dolor remitió, añadió—: Mintió porque los dos buscamos a Lysell.

Ella le miró ofendida.

—¿De qué la conoces? ¿Y cómo piensas cuidar de esa niña en tu estado?

—¡Yo no estoy en ningún estado!

—A mí no me grites —le ordenó la señora, señalándole con el dedo pringado—. No sé quién eres ni por qué la buscas, pero más te vale que no estés planeando hacerle ningún daño.

—¡Es mi hermana quien quiere hacerle daño!

—Ella no me dijo que la conociera…

Wilhelm ladeó la cabeza, incapaz de creerse la situación.

—Por favor, escuchadme: Lysell corre peligro. Más del que podáis imaginar. Mi hermana os engañó: ¡fue ella quien me hizo esto! Vino persiguiéndome hasta aquí y después…

—¿Ella te atacó? Pero si nos habló de tu maldición, y de la suya, y de cómo os habían asaltado los bandoleros.

—Debéis creerme. Por eso necesito salir de aquí cuanto antes.

La anciana lo miró durante unos interminables segundos valorando sus palabras. Pero ¿cómo podría averiguar si le engañaba él o si era cierto que la mentirosa era su hermana? Y entonces se encogió de hombros: ¿y a ella qué más le daba? La niña había dejado de ser nada suyo desde que su hijo había decidido echarla y, por otro lado, aquellos eran temas que no le incumbían. Suficiente tenía con aguantar el reuma y el incesante dolor de piernas.

—¿Cómo sabrás hacia dónde ir?

Wil comprobó de un vistazo que las semillas de gordolobos seguían en su cinturón y sonrió más tranquilo.

—Tengo mis trucos. ¿Cuándo creéis que podré ponerme en marcha?

—Bueno… una herida como esta tardará en cerrarse bastante y me temo que es posible que se infecte sin cuidados diarios, pero…

La mirada del hombre fue más que elocuente.

—Si ahora descansas y cuando te pongas en marcha te llevas algo para hacerte las curas tú solo, mañana por la mañana deberías poder salir.

Quizás para entonces fuera ya tarde, pero no debía perder la esperanza. Tal vez su hermana tuviera unos planes diferentes para Lysell, a lo mejor no buscaba su muerte.

—Os agradezco… —Con una mirada se señaló el cuerpo—. Bueno, esto.

—No tienes por qué. —Se puso de pie y le miró a los ojos—. Lo hago por la niña. Quiera o no, le he cogido cariño. Y no me gustaría que le pasara nada malo. —Se fue a dar media vuelta, pero pareció pensárselo y añadió—: Aunque, por otro lado, quién sabe si no estaré ayudando al lobo en lugar de al cazador.

Los labios de Wilhelm se curvaron en una sonrisa cansada.

—Quién sabe…