[capítulo 75]: La ofensa

Santiago de Compostela, noviembre del año 2000, Centro Galego de Arte Contemporánea

—No, ni de broma. —Pedro Mendiluce negaba con grandes aspavientos y amenazaba con levantarse de la mesa en donde se habían reunido—. Si nombran a este impresentable director del museo, retiro los fondos y todas las subvenciones. ¿A quién se le ha ocurrido proponerlo?

Los otros lo miraban con asombro, casi sin atreverse a articular palabra. Al fin, la conselleira de Cultura, María Xosé Navas, se atrevió a enfrentarse a un Mendiluce furioso, con el cabello revuelto y la vena del cuello marcada hasta casi explotar.

—Es el candidato idóneo, Pedro. Por favor, siéntate y tranquilízate. Ya sabes que aquí se terminará haciendo lo que tú quieras, pero siéntate. Hablemos, por favor.

—No hay nada que hablar. —Mendiluce accedió al fin a sentarse, de mala gana—. Este tipo no, y punto. Si vais a utilizar mi dinero y mis fondos artísticos, se hará lo que yo diga, joder. No creo que os cueste tanto aceptar a mi candidata. Es lista, es guapa y además, es licenciada en Historia del Arte, con un MBA. No creo que haga falta nada más.

—El curriculum de…

—El curriculum me la trae al fresco, ¡joder! Quiero que metáis a mi candidata y punto. Al otro, que le den morcilla, por mucho curriculum y mucho talento que tenga. No quiero verlo ni en pintura, ¿de acuerdo? —y dijo esto acompañado de un gesto de su mano derecha, señalando con el dedo índice a la conselleira, que soportaba la humillación tragando saliva, la cara roja.

Pedro Mendiluce miró luego a los asistentes a la reunión con ojos furiosos, haciendo ostensible su desprecio a todos ellos. Luego buscó en su bolsillo de la chaqueta de Calvin Klein un Cohiba y lo encendió.

—Bien. Ahora que al fin estamos todos de acuerdo, vamos a sentarnos a negociar.