«He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz. Que los glaciares del olvido me arrastren y me pierdan, despiadados».
El Remordimiento. Jorge Luis Borges
Miércoles, 23 de junio
Iturriaga esperaba con paciencia sentado al volante de su flamante Audi A6 a que saliera Valentina del portal de su casa. A su lado, Sanjuán, que pugnaba por mantener bien escondida su tormenta emocional, intentaba poner cara de póquer y responder con cierta gracia a todos los comentarios de un Iturriaga exaltado y muy distinto al que estaba acostumbrado a tratar habitualmente. Tenía unas ganas locas de fumarse un cigarrillo, pero no se atrevió a pedirle a Iturriaga permiso para hacerlo en el recién estrenado vehículo que aún olía a nuevo.
Cuando al fin salió, diez minutos después, Iturriaga masculló algo ininteligible al observar el conjunto de minifalda y blusón escotado que Valentina se había puesto para la cena. Levaba una fina chaqueta de color azul. Al entrar en el asiento de atrás, enseñó con orgullo una botella de Rioja que llevaba escondida en el enorme bolso.
—Es un reserva fantástico que tenía mi padre guardado para una ocasión especial. Se lo he robado sin que se entere. —Rio con una carcajada cristalina—. Y creo que la ocasión lo merece de verdad.
—Pero Valentina, no tenías por qué traer nada, en serio… —Iturriaga sacudió la cabeza y puso el intermitente, dispuesto a salir de la doble fila en cuando pasara una gran cantidad de coches. El tráfico era intenso, y las calles estaban repletas de críos y no tan críos que transportaban grandes palés de madera en los contenedores, camino de las playas.
—No sabía que en Coruña hubiese tanta tradición. —Sanjuán miró hacia atrás para hablar con Valentina, intentando no fijarse de una forma demasiado evidente en el escote que se ofrecía ante sus ojos. De repente, se acordó de Londres y sintió una oleada de deseo, que frenó como pudo—. Pensé que era una fiesta típicamente mediterránea…
Valentina frunció el ceño de forma cómica.
—¿De verdad que no sabías que aquí es la fiesta más importante del año? ¡Si salen las hogueras todos los años en televisión!, Sanjuán, por favor.
Sanjuán se encogió de hombros y esbozó una media sonrisa.
—¿De veras? Lamento exhibir mi ignorancia, lo cierto es que soy un poco desastre para esas cosas…
* * *
El chalet de Iturriaga estaba situado justo a un lado de la pequeña cala de Canide. Desde la amplia terraza ajardinada, se podía vislumbrar una hermosa vista de La Coruña, y curiosamente, también de la bahía de Mera y, por tanto, de las posesiones de Pedro Mendiluce. Valentina pensó en el empresario, confinado en la celda, mientras bebía un sorbo de vino tinto en una copa, y experimentó una gran satisfacción, como si al fin, por unos instantes, hubiera algo de justicia en el mundo. Las luces de la casa estaban apagadas. Después de todo lo que había pasado allí dentro, la calma parecía reinar al fin en aquella mansión, aunque, reflexionó, quizá quedaran entre sus muros los lamentos de tantas almas atormentadas que habían escrito su historia con episodios de dolor y violencia.
Hacía una noche perfecta para celebrar la llegada del verano. Los negros nubarrones ya habían descargado toda su fuerza el día anterior, y la luna casi llena iluminaba el mar con un precioso reflejo dorado. Valentina vio que, a lo lejos, las primeras hogueras, las más pequeñas, empezaban a iluminar puntos dispersos a lo largo de toda la costa. Siempre le había gustado aquella noche, desde muy pequeña, cuando bajaba con sus padres y su hermano a ver las hogueras por toda la ciudad. Al llegar a la playa, quemaban el ramo del año anterior y alguna prenda de ropa vieja para deshacerse de las energías negativas, como decía su abuela. No se había olvidado de la vieja tradición, y en el bolso llevaba una camiseta gastada para tirar a la hoguera.
Uno de los dos perros de Iturriaga, una basset, se le acercó, moviendo el rabo. Valentina se agachó para acariciarla, pero ella buscaba algo sabroso de comer. El olor a churrasco y a sardinas se estaba expandiendo por toda la finca, y el estómago de Valentina empezó también a solicitar algo de alimento. La perra jugueteó un momento entre sus piernas y luego salió corriendo hacia las puertas de vidrio que daban hacia el jardín.
Sanjuán salió fuera a buscarla. Se detuvo y la admiró un momento: era como una diosa celta bajo la luz de la luna. Ella sonrió y bebió otro trago de vino.
—Valentina. —Se dirigió a ella con solemnidad. Estaba mucho más animado que por la mañana, la copa de vino blanco en la mano—. ¿Qué haces aquí sola? La cena ya está lista. Me han mandado a buscarte antes de que esa pandilla de devoradores que tienes por compañeros de trabajo acaben con toda la comida que hay en la mesa.
—Estoy mirando el mar. Está precioso. Me encanta cómo huele, a salitre y a algas. Y las hogueras. Fíjate. Allí hay un par de ellas. En la cala que está debajo del faro.
Sanjuán se acercó y se colocó a su lado.
—La verdad es que la noche está preciosa.
Valentina señaló hacia la bahía de La Coruña.
—Sir Francis Drake, el pirata inglés maldito, vino por aquí para intentar conquistar la ciudad con el Golden Hind, su famoso galeón, la Cierva Dorada. Bonita manera de distraerse, venir hasta Coruña a tocar las narices, ¿verdad? Pero al final acabó huyendo como una rata con todo su poderío de cañones y tropas. María Pita fue la causante de su derrota… una mujer, ¿te imaginas? Qué humillante.
—Es verdad, la heroína coruñesa… —dijo Sanjuán, que recordaba vagamente ese episodio.
—Ni siquiera lo dejamos desembarcar en la ciudad al pobre pirata, así que tuvo que variar la ruta de su flota e irse a saquear otras tierras.
Sanjuán se dio cuenta de que la mirada de Valentina brillaba y la sonrisa se había acentuado con la cercanía de él. Estaba tan hermosa que le hacía daño mirarla, así que decidió ponerse a salvo y agarrarla del brazo para llevarla a la mesa de madera que habían instalado debajo de una carpa, al lado de la piscina.
* * *
—Por la inspectora Negro, la mujer que ha logrado capturar al Artista… —hizo una pausa dramática a propósito— y también a Mendiluce, esperemos… —Iturriaga se levantó del banco y brindó con una copa de cava. Los demás se levantaron y brindaron con él.
—Y por Javier Sanjuán. Sin él aún estaríamos mirando las fotos de la escena del crimen sin enterarnos de nada. —Valentina no pudo evitar el chascarrillo. Todos volvieron a entrechocar las copas, riéndose, mientras la mujer de Iturriaga, Sofía, entraba en la casa para buscar en el frigorífico más bebidas y el postre. Isabel la acompañó, seguida de su novio, que era un policía local bien parecido y muy dispuesto a hacer todo tipo de churrascos con habilidad, como demostraban los huesos casi pelados que roían los dos perros, un poco apartados de la mesa.
—Ya es la hora de encender la hoguera, ¿no? Son casi las doce de la noche… —Velasco parecía emocionado como un niño pequeño con la perspectiva de encender el fuego. Echaba de menos a Bodelón, que no había podido ir a la cena al tener que cuidar a su prole, ya que su mujer hacía guardia. Y también a su novio, que en dos semanas volvía de Cataluña a pasar unos días. No podía contar los minutos para verlo.
—Espera a que tomemos el postre, Manu. Luego te dejaremos encender la hoguera a ti solito. —Un divertido Iturriaga encendió un cigarrillo y expelió el humo con placer. Larrosa se levantó. Quería ir con su mujer a pasear por Coruña y se le estaba haciendo muy tarde.
—Tengo que irme, me espera mi santa mujer en la playa de Riazor. Y con el tráfico y las calles cortadas, voy a tardar un buen rato en llegar hasta allí.
Todos empezaron a insistir en que esperase un poco. Ya estaban algo achispados y con ganas de juerga, así que Larrosa tuvo que llamar a su esposa y decirle que iba a retrasarse un poco.
—No pienso beber un trago más. Me ha dicho un pajarito que la Guardia Civil ha colocado un control en la entrada de la ciudad…
Iturriaga lo miró con los ojos fulgurantes.
—¿Y te lo tenías tan callado? ¡Serás cabrón!
Valentina se levantó de la mesa un momento para ir al baño y retocarse el maquillaje. Se fijó de camino en que el chalet de su jefe estaba decorado con gusto y sobriedad, reflejando casi su forma de ser al milímetro. Maderas oscuras, rústicas, piedra casi sin tallar. Estaba segura de que los toques de color y los cuadros vanguardista eran detalles que se le habían ocurrido a Sofía para provocar un poco de caos en el orden marcial de su marido.
Cuando se miró al espejo, se vio distinta: la mirada brillante y las mejillas sonrosadas del vino y la emoción. Sacó un lápiz de labios del bolso.
Mientras se pintaba los labios, se dio cuenta de que la embargaba un deseo profundo y extraño, quizá producido por los vapores del alcohol, el delicioso cava que Iturriaga les había servido una y otra vez.
Necesitaba sobre todas las cosas hacer el amor con Javier Sanjuán.
* * *
Sanjuán se miró los pantalones y los sacudió. Había saltado la hoguera.
—Tiene que ser un número impar, recuerda, le dijo Velasco. —Pero no las tenía todas consigo de que hubiese salvado las llamas sin ningún percance grave en los vaqueros. Valentina lo agarró por el brazo y le lanzó otra de las miradas intensas que llevaba toda la noche procurándole, o eso era lo que a él le pareció mientras comían.
—¿Vamos a dar un paseo? Aquí abajo hay una cala preciosa. ¿Te has fijado? El chalet da justo a las escaleras de madera. Es como tener una playa particular. La verdad es que el refugio de Iturriaga es precioso. La gracia es que desde aquí se ve perfectamente la casa de Mendiluce. No hay forma de librarse de él…
Sanjuán asintió. El paisaje era hipnótico. Y la noche no demasiado calurosa, pero con una chaqueta se aguantaba bien el fresco.
—Vamos entonces. Así me despejo un poco…
Los dos salieron por la puerta de atrás del muro y empezaron a bajar las empinadas escaleras de madera rodeadas de hiedra que daban a la cala solitaria. La luna, llena y espléndida, ya estaba muy alta en el cielo, y rielaba en el mar, creando un sinfín de perlas plateadas sobre la oscuridad. Eran las doce de la noche, y los fuegos artificiales de la playa de Riazor empezaron a pintar a lo lejos el cielo de colores y el aire de sonidos que iban y venían según la brisa.
Valentina se sentó en un tronco caído en el medio de la playa, al lado de una fogata abandonada que aún humeaba. Sus moteados ojos grises reflejaron por un momento las brasas y luego se clavaron en Sanjuán que permanecía de pie, mirando los fuegos, sin decidirse. Ella golpeó el tronco, animándolo a que se sentara a su lado. Permanecieron un rato en silencio.
El corazón de Sanjuán empezó a golpearle el pecho cuando Valentina acercó su cara a la suya y lo besó con delicadeza. Él no respondió al beso al principio.
«Joder, me voy mañana».
—Valentina, yo, tengo que…
Pero Valentina no hizo caso y siguió besándolo, con los ojos cerrados y cada vez de forma más apasionada, mordiéndole los labios, de modo que Sanjuán abrió la boca y se dejó llevar, totalmente embriagado con el aliento de Valentina y su lengua, sus manos que recorrían su cuerpo, sus pechos firmes y grandes, que él se encargó de liberar bajo aquella blusa que llevaba provocándole toda la cena…
Valentina parecía presa de un deseo frenético, brutal. Le quitó la chaqueta y la camisa, y los dos cayeron sobre la arena, semidesnudos y poseídos por un afán devorador que luego, días más tarde, Sanjuán achacaría principalmente a las tensiones terribles que habían soportado durante los últimos tiempos.
Valentina bajó hacia los pantalones y los desabrochó, mientras lo miraba con una expresión totalmente perversa en los ojos, que sorprendió a Sanjuán. Luego, le quitó los bóxer y se introdujo el pene erecto en la boca.
Sanjuán lanzó un largo suspiro y agarró con fuerza la espesa melena negra de Valentina, desfalleciendo al ver y sentir la boca acariciar su miembro una y otra vez.
Al cabo de un rato, Valentina trepó por su cuerpo y volvió a besarle con profundidad, recorriendo su boca con delectación, mientras su mano acariciaba el pene primero con suavidad, luego con más fuerza, llevándolo al éxtasis con lentitud. Sanjuán se volvió totalmente loco. Los pezones oscuros de Valentina se mostraron delante de sus ojos con todo su esplendor, y él los atrapó con sus dientes y empezó a chupar y a succionar, perdido en un descontrol de los instintos más primitivos. Ella clavó las uñas en su espalda, en su nuca, acarició el pelo, apretándolo contra ella como si quisiera fundirse en su cuerpo por completo. Luego, se sentó encima de él, penetrándose ella misma sin más preámbulos, guiando con la mano el pene hasta la entrada de la vagina e iniciando una frenética cabalgada hacia el orgasmo, los pechos llenos bamboleándose libres.
Sanjuán gimió ante semejante espectáculo, presa del más absoluto placer. Valentina continuó su cabalgada durante unos minutos interminables, hasta que Sanjuán la apartó suavemente y la tiró sobre la arena húmeda y fría. Ninguno de los dos notó el fresco de la noche: rápidamente él volvió a penetrarla con fuerza, mientras lamía su oreja y le susurraba al oído cosas ininteligibles. Valentina volvió a morderle los labios, y apretó sus piernas fibrosas sobre las nalgas de Sanjuán, haciendo que la penetración fuese más y más profunda, y más rápida, hasta que el orgasmo simultáneo acalló los gemidos y los suspiros de pasión desbordada.
* * *
—¿Dónde están Sanjuán y Valentina? —Isabel lanzó una de sus miradas pícaras a su alrededor, mientras se tomaba un chupito de Baileys a pequeños sorbos.
—Es verdad. ¿Dónde estarán? —Velasco empezó a seguirle la broma. Todos habían notado cómo la miraba él durante la cena. No le había quitado ojo de encima, y no era nada anormal: Valentina estaba deslumbrante aquella noche. Garcés se encogió de hombros y le pasó el brazo por el hombro a su novia. ¿Qué más daba dónde estuvieran los dos? Ya eran mayorcitos para cuidarse solos…
Sofía sonrió y fue a por agua para los perros, que saltaban nerviosos alrededor de ella. No dijo nada, pero los había visto bajar a la cala justo antes de que empezaran los fuegos artificiales.
* * *
Valentina se puso el blusón y la fina chaqueta azul. Estaba empezando a notar algo de frío después de estar tirada en la arena durante un buen rato. Sonrió a Sanjuán con entrega, feliz, exultante después de haber hecho el amor con él.
Pero él parecía ausente. De pronto, se había quedado en silencio, y la miraba de soslayo, sin atreverse a enfrentar la mirada.
—¿Qué te pasa? —Valentina se acercó. Ya estaba vestido, sentado en el tronco. Removía los rescoldos de la hoguera con una rama que encontró al lado del fuego, sin consumir.
—Valentina… yo… —lo soltó de pronto, como un mazazo—. Me voy mañana por la mañana a Valencia. No había tenido la oportunidad de contártelo antes, lo siento.
Valentina acusó el golpe, pero no lo demostró.
—¿Mañana? ¿Ya? ¿Tan pronto?
—Sí. —Sanjuán se sumió en un silencio espeso y triste que duró unos segundos—. Lo de Raquel ha sido muy duro para mí. Necesito salir de aquí. Meditar lo que ha pasado. Tengo mucho que hacer en Valencia, además.
Valentina sacudió la cabeza, extrañada.
—¿Mucho que hacer? ¿De repente? Pero si estás en tu año sabático…
—Tengo consultas que atender. Preparar congresos, conferencias, el programa de televisión… Date cuenta de que llevo aquí un montón de tiempo.
—Ya. —Valentina empezó a darse cuenta de lo que estaba diciendo Sanjuán, de su tono de voz frío, distante, pero su mente se negaba a procesarlo. Y menos después de haber follado apasionadamente hacía un momento…
—… tengo que recoger a mi gata, que está en casa de unos amigos…
—¿Gata? No sabía que tenías una gata… —Valentina tragó saliva. Sentía como si el suelo fuese a tragársela de un momento a otro, hacia un abismo sin posibilidad alguna de salvación.
—Pero… imagino que volveremos a vernos pronto, ¿no? —Se escuchó el tono de voz y le sonó patético, tembloroso. Quería morir.
Sanjuán la abrazó durante unos segundos. Ella dejó los brazos muertos, a los lados del cuerpo. Luego la miró con una mezcla de pesadumbre forzada, inexplicable para ella. Dirigió la vista hacia el mar.
—Valentina, yo… no creo que volvamos a vernos de nuevo. —Se enfrentó a la mirada gris de Valentina, a los ojos que parecían a punto de llenarse de lágrimas, pero fue capaz de decirlo, a pesar de que algo en su vientre había formado un nudo duro como el hierro—. No creo que sea una buena idea seguir con esto…
Valentina se levantó del tronco y permaneció unos segundos de pie, mirándolo sin hablar. Luego se alejó, caminando rápidamente por la arena hacia las escaleras de madera.
La vio subir hasta la puerta de cristal blindado y abrirla.
Cuando la cerró tras de sí, Sanjuán sintió como si sobre su cuerpo inerte hubiesen cerrado un ataúd.