[capítulo 73]: Amok

Miércoles, 23 de junio

Iturriaga, sentado en la sala de reuniones, tomaba nota en una libreta de todos los puntos a tratar, con el pecho henchido de satisfacción. Con lo complejo que era atrapar a un asesino en serie, y todavía más a un asesino que actuaba en dos países, y ellos lo habían conseguido en un tiempo récord. Ya había recibido la felicitación del ministro de Interior mediante un telegrama. No cabía en sí de gozo.

Recordó el día en que había decidido confiar en la inspectora Negro y se infló todavía más. Era cierto, aquel día había poca gente disponible, y Larrosa había claudicado antes de tiempo, dejándole vía libre a la inspectora. Pero eso no le quitaba mérito a su elección. Había apostado fuerte, con la oposición de más de un mando superior que consideraba a Valentina una chica problemática y con tendencia a saltarse las normas, y había ganado. Al final su «tendencia habitual a saltarse las normas» como figuraba en su expediente, resultó ser bastante efectiva…

Cuando entró Sanjuán, seguido de Velasco, Iturriaga, haciendo una excepción a su actitud siempre reservada, se aproximó animoso hacia él para darle la mano.

* * *

Valentina terminó de redactar el informe para sus superiores. Tenía que haberlo escrito la noche anterior, pero estaba tan agotada que prefirió hacerlo a primera hora de la mañana. Lo imprimió. No le dio tiempo siquiera de repasarlo, porque Isabel fue a buscarla al despacho. Todo el mundo estaba ya en la sala, esperando por ella.

La inspectora ladeó la cabeza. Le intrigaba ver a Isabel tan entera después de haberle descerrajado dos tiros a Del Valle la tarde anterior. No pudo evitar preguntarle cómo estaba.

—¿Por lo del Artista? —Se encogió de hombros—. Lo llevo bien, inspectora. Era un hijo de puta, un asesino de mujeres. Además… —Isabel ensombreció su habitual expresión alegre—, Del Valle no me dio ninguna opción; no podía consentir que cometiera un nuevo homicidio… —Y bajando la voz, añadió volviendo a su sonrisa habitual—…, por muy cabrón que fuera esta vez su víctima.

Valentina la miró con una mezcla de admiración y tristeza inexplicable.

—Sí. Tienes razón, Isabel. Del Valle era un verdadero hijo de puta.

Medio minuto después, las dos entraban en la sala, y todos los presentes prorrumpieron en aplausos. Isabel se sentó para dejarle a Valentina toda la gloria. La cara de la inspectora se convirtió en un poema. Primero pálida, luego roja como un tomate. De refilón vio al fiscal Olmos y también a Sanjuán, que aplaudía con fuerza y la miraba con ojos brillantes, aunque continuaba sin abandonar aquel semblante de profunda tristeza que lo atenazaba desde que asistió a la terrible escena del crimen que había preparado el Artista, según decía, «una escena dedicada especialmente para él». Pero en ese momento, con Del Valle ya muerto, jamás podrían resolver aquel enigma.

* * *

Larrosa explicaba con todo detalle lo que había contado Mendiluce en la sala de interrogatorios entre la noche anterior y la mañana. Estaba exultante. Tantos años sufriendo, siempre dos pasos por detrás, y al fin lo había visto contra las cuerdas. Por primera vez.

—Mendiluce ha resultado ser una mina de oro. Ha estado totalmente participativo y sincero. Daba gusto hablar con él. En suma, confirmó que David García del Valle es hijo suyo y de Sara García Del Valle, una antigua asalariada que trabajaba y vivía en su casa, y que finalmente se marchó con el niño a trabajar a Inglaterra. De todos modos, le hemos cogido una muestra de ADN para cotejarla con la de David, aunque está muy claro que dice la verdad. Desde que su madre se lo llevó a Londres siendo un crío, no volvió a verlo, aunque tenía noticias de su talento para la pintura. De hecho, parece ser que Mendiluce compró para su colección algún que otro cuadro de su hijo, ya que le parecía un artista excelente, aunque no se dedicara profesionalmente a la pintura.

Valentina le indicó con un gesto que iba a intervenir.

—En efecto, nuestros colegas de Londres nos han dicho que solo unos pocos conocían esa faceta suya, y aún eran menos los que lo consideraban un pintor de mérito, aunque según me ha comentado Servant ha encontrado un par de galerías de arte fuera del circuito de las importantes que lo tenían en mucha estima, pero apenas exponía alguna obra de vez en cuando.

Valentina le hizo un gesto a Larrosa para que continuara.

—Mendiluce afirma que Del Valle le confesó en la biblioteca haber matado a Lidia Naveira, a Sebastián Delgado y a Raquel Conde. Le dijo lo del arpón en los subterráneos que hay bajo la casa. También que Delgado y Raquel habían planeado el asesinato de Lúa Castro mientras se encontraba retenida y la posterior representación del crimen como si fuese obra del Artista. Ahora bien, no le explicó cómo lo supo, seguramente Del Valle siguió a Raquel para comprobar su rutina habitual y escuchó alguna conversación entre ellos.

Valentina, que había estado muy pendiente de Sanjuán en la explicación de Larrosa, apreció la expresión demudada del criminólogo, que había palidecido como un muerto al escuchar los prolegómenos de la muerte de la que fuera su mujer.

El fiscal también miró a Sanjuán. Tenía un montón de preguntas que hacerle sobre David García del Valle.

—Señor Sanjuán. Sé que su contribución al caso ha sido muy importante. Visto lo visto, yo diría que crucial. Pero me gustaría que me resolviese un par de dudas que tengo sobre ese hombre y su locura, si es que puede decirse que está loco, claro está… No sé lo que opinarán ustedes, los especialistas.

Sanjuán asintió, recuperando la compostura.

—Contestaré a lo que pueda, señor fiscal. Aunque me temo que ese hombre seguirá siendo un enigma para todos nosotros en muchos aspectos, particularmente ahora que ya no podrá contestar nunca a ninguna pregunta.

—¿Qué pudo pasarle en realidad a Del Valle para empezar semejante carrera de asesino?

Sanjuán intentó desbrozar sus ideas del modo más sencillo posible, evitando adoptar un aire profesoral.

—Yo creo que el hecho crucial fue la niñez de Del Valle. Lo que debió de sufrir en la casa de Mendiluce, con su madre maltratada y quizá prostituida de forma habitual, lo marcó para siempre. La cocinera de aquellos años, Concha Fraga, nos explicó que Mendiluce la tenía en consideración durante los primeros años, pero que posteriormente, y sobre todo al nacer David, la fue relegando en sus tareas de secretaria personal y en su relación afectiva, llegando a un punto en que actuó con extrema crueldad, como ya sabemos. En mi opinión, Sara Del Valle amaba de verdad a ese truhán, y probablemente esa crueldad la destrozó mucho más porque durante un tiempo pensó que ese hombre la quería y la necesitaba. Darse cuenta de que solo había jugado con ella y, peor aún, que la había utilizado como secretaria y puta de lujo, debió de destrozarla por dentro. Cuando se fue a Inglaterra estaba ya herida de muerte.

»Luego del suicidio de su madre, Del Valle no era sino un adolescente solo, en Londres, en manos de los servicios sociales… Debió de ser terrible para él. Creo estar en lo cierto si digo que el odio hacia su padre se gestó durante muchos años, mientras vivía con familias de acogida… No sé. Ya nos lo dirán los investigadores británicos, que están en ello. Luego descubrió su talento y empezó a dedicarse al arte mucho más en serio.

»El catalizador de toda esa violencia interior debió de ser el shock que sufrió al enterarse de que Patricia Janz no era tan buena chica como parecía. Yo creo que se enamoró de una forma brutal y apasionada. Después de su madre, quizá Patricia fue su primer amor. Lo que ocurrió no lo sabemos, pero puede que al descubrir que ella en realidad era una “viciosa”, todos los traumas que había acumulado desde la infancia en la casa de Mendiluce salieran a la luz y provocaran un furibundo episodio de “amok”.

Todos lo miraron con curiosidad.

Isabel fue la primera en satisfacerla.

—¿Qué significa exactamente «amok»?

—Significa «Furia ciega homicida», y describe a los sujetos que sienten una profunda turbulencia interior, un estado de rabia salvaje, que los dirige a matar hasta que cesa esa profunda conmoción. Normalmente se aplica a casos de asesinatos de mucha gente en un solo episodio, pero creo que el estado mental enfebrecido de Del Valle se parecía mucho al de esos asesinos múltiples. Muchos se suicidan después de cometer los crímenes, y mi impresión es que morir estaba dentro de los planes del Artista, si con ello mataba a su padre. Por eso la presencia de los policías en el último momento no hizo en absoluto que depusiera su actitud, aun a sabiendas de que iba a morir.

—Pero aun así, matar a Patricia Janz de un modo tan horrible… Patricia no le había hecho nada… —comentó el fiscal.

—Por supuesto, Patricia no había cometido ningún crimen… pero sí para él. Al enamorarse de ella y descubrir que su amada hacía las mismas cosas que había presenciado quizá en casa de su padre, toda su tristeza y sentimientos de fracaso se tornaron en una furia homicida: piénselo señor fiscal, Mendiluce había hecho de su madre una puta… ¡y acababa de descubrir que su novia también lo era! Así pues, Del Valle decidió acabar con Patricia de un modo creativo, haciendo realidad todas sus fantasías sádicas y artísticas. Eso le permitiría, al mismo tiempo, demostrar que no era un fracasado, sino un verdadero, un auténtico Artista. El intento de asesinato de Sue y el que desgraciadamente culminó con Floria no fueron sino la prolongación de esa ira incontenible y sádica que había despertado Patricia, y su delito fue que formaban parte de esa sociedad de perversión igual que Patricia. Jaime Anido no fue sino un testigo molesto que había que silenciar, ya que estoy seguro de que sabía cosas de Del Valle por mediación de Patricia, de la que saben fue un compañero sexual muy intenso en las orgías de la Hermandad del Ruiseñor y la Rosa.

Sanjuán se detuvo unos segundos, ante la expectación de todos, y continuó.

—Culpó al fin de modo consciente a su padre de todos sus problemas, especialmente de la muerte de su madre, y decidió acabar de una vez con él y con su entorno de vicio y perversión. Así que una vez satisfechas sus ansias homicidas en Londres, se trasladó aquí para terminar su obra. Y la verdad, casi lo consigue…

Olmos continuó con las preguntas.

—Otra cosa que no entiendo es qué hacía Lidia Naveira en el entorno de Pedro Mendiluce. Una chica joven, estudiosa, un perfil tan responsable… no me entra en la cabeza.

Intervino Valentina.

—Eso tiene una explicación más fácil. A muchas chicas muy jóvenes les gustan los hombres poderosos… los que hacen parecer a los chicos de su edad unos perfectos patanes. A ella le gustaba el arte, la cultura… Mendiluce no es tonto, y además, es un hombre refinado, capaz de seducir con su conversación y su trato exquisitos. Por otra parte, no debemos olvidar el lujo que lo rodeaba, y para una chiquilla todo eso podía constituir un gran atractivo, aunque ella procediera de una buena familia. —Valentina suspiró, porque en realidad ¿quién podía saber a ciencia cierta por qué se enamora una adolescente? Por otra parte, había algo que la preocupaba, y lo dijo en voz alta para obtener el beneplácito de sus jefes—. Lo que más me preocupa es que Lidia era menor, así que, salvo que opinen lo contrario —miró a su jefe y al fiscal—, creo que todo el asunto de sus vínculos con Mendiluce no debería salir a la luz.

Iturriaga reflexionó unos instantes y fue el primero en hablar.

—A mí me parece bien, si el señor fiscal no se opone, inspectora. —Miró a Olmos, quien asintió—. Ni tampoco tienen por qué saberse sus vínculos con Sebastián Delgado… Este hombre está muerto, y nadie va a preguntar por esa relación.

—Es muy probable que Delgado insistiera en acostarse con ella. Lidia era una chica muy hermosa, una belleza muy exótica… Quizá incluso quiso convencerla para que entrara en su red de prostitución, a saber… —Sanjuán añadió, pensativo. En realidad, Lidia seguía siendo para él un punto borroso en todo aquel rompecabezas. Una pieza que encajaba un poco a la fuerza en el puzle, una pieza cuyos colores y forma casi coinciden, pero que no acaba de resultar convincente.

—Y esto nos lleva a Delgado —continuó el criminólogo—. Una vez en Coruña, Del Valle consideró que tenía que eliminar a todos los perversos que rodeaban a su padre primero, y al propio Mendiluce después. A Delgado le tenía muchas ganas desde que era niño… por las razones que ya sabemos. Por eso su muerte fue particularmente infamante: atravesado con un arpón, como un bicho al que se da caza.

Larrosa intervino, interrumpiéndolo.

—Mendiluce afirmó que Delgado y Raquel estaban liados en secreto desde hacía tiempo. Cómo se enteró el Artista de ese detalle es un misterio añadido. Quizá cuando empezó a seguir a Raquel…

Sanjuán no evidenció ninguna emoción al continuar con sus explicaciones, pero en su interior algo se removió y le produjo angustia. Valentina reconoció que su voz en ese momento era un poco más apagada.

—Del Valle condenó a Raquel Conde por su evidente perversidad y falta de escrúpulos. No todas las personas que estuviesen cerca de Mendiluce merecían ser ejecutadas según su juicio sumarísimo. Solo las que él consideraba «dignas» de su trato especial. David del Valle llegó a creerse invencible. Mataba una y otra vez y la policía no era capaz de pararlo, así que se confió. Cada vez se veía más omnipotente en su impunidad, como si Dios estuviese guiando sus pasos vengadores, convertido en su brazo ejecutor.

Aurelio Olmos asintió. Lo que decía Sanjuán tenía mucho sentido.

—Podemos estar seguros, entonces, de que las declaraciones de Pedro Mendiluce son ciertas en lo que respecta a su hijo. Ahora falta cotejar las pruebas de ADN.

Velasco hizo un gesto para hablar.

—Los del laboratorio ya tienen procesada la secuencia del cabello encontrado ayer sobre el cuerpo de Raquel. Ahora solo falta compararla con las muestras de Del Valle… Si dan positivo, tendremos por fin una prueba irrefutable de su presencia en la escena del crimen.

Iturriaga volvió a mirarlos con orgullo.

—Quiero darles la enhorabuena a todos. He recibido esta mañana un telegrama del ministerio del Interior. Nos felicita el propio ministro.

Se oyó un murmullo de aprobación entre los policías. Sanjuán se levantó y empezó a recoger sus cosas.

—Siento tener que marcharme ya, pero en un rato va a ser el entierro de Raquel Conde y me gustaría acudir.

Iturriaga asintió con un gesto, se levantó y se acercó a Sanjuán. Le tendió la mano y le dijo en voz queda.

—Jamás podré agradecérselo lo suficiente, su participación en este caso. No nos falte esta noche.

Sanjuán esbozó algo parecido a una sonrisa.

—No, no faltaré. Siempre me ha gustado mucho celebrar la noche de San Juan…

* * *

Lúa emitió un gruñido de satisfacción cuando colgó el teléfono. El director acababa de felicitarla con grandes aspavientos y quería verla al día siguiente en el periódico, en Sabón. Seguro que querían subirle el sueldo. Se lo merecía. Hasta había puesto en riesgo su pellejo para conseguir aquellas noticias tan sabrosas.

Se estiró en la silla, dispuesta a hacer el vago el resto de la mañana, hasta que de repente se acordó de que tenía que ir a cubrir el entierro de Raquel Conde.

Llamó a Jordi por teléfono para emplazarlo en el cementerio de San Amaro en menos de tres cuartos de hora. Por supuesto, el gafapasta obedeció. Era capaz de abandonar una sesión de fotos con Scarlett Johannson desnuda solo para estar con ella.

Y tenía que reconocer que eso a ella le subía mucho el ego.

* * *

Sanjuán tiró el cigarrillo apagado en una papelera que había en la puerta del cementerio de San Amaro. Luego se acercó a saludar a Erika, la hermana menor de Raquel, que lo miró con sorpresa y fue a abrazarlo con fuerza. A Sanjuán le dio un vuelco el corazón al verla: era igual que su hermana, pero con el pelo largo, más oscuro, y el aspecto mucho más desenfadado. Pero el parecido saltaba a la vista y hacía daño. Erika le dio dos besos, apretándolo contra ella. Lo miró, y él se dio cuenta de que tenía los ojos rojos e hinchados de tanto llorar.

—Javier. Por Dios. ¡Cuánto tiempo, por favor! ¡Qué ganas tenía de verte!

—Hola, Erika. Yo también tenía ganas de verte. —La apartó un segundo y sonrió—. No has cambiado nada… Estás igual que siempre.

—No digas eso… estoy horrible. Mira qué ojeras. —Esbozó una mueca forzada que quería ser risa, pero que quedó en nada—. Es horrible, Javier. Había cambiado mucho estos últimos tiempos. Su relación con Mendiluce estaba convirtiéndola en una mujer desconocida… Pero, a pesar de todo, aunque pensaba que podía meterse en algún lío, nunca pude imaginar que acabaría así.

—Sí… La vi varias veces mientras estuve en Coruña. Me di cuenta de cosas.

—El dinero la volvió distinta. Y ese ser repugnante con el que solía salir, Delgado. Cada vez que la veía con él… Te he visto en el periódico, Javier. Has estado colaborando con lo de ese asesino… —De pronto Erika empezó a sollozar—. Si hubiese seguido casada contigo, nunca habría pasado algo así.

Sanjuán la abrazó y la consoló.

—Ahora ya descansa en paz, Erika. Todo ha sido un cúmulo de terrible mala suerte. —Sanjuán volvió a notar en su pecho la sensación de culpa, dura y rugosa como el cemento, que llevaba persiguiéndole desde el día de la muerte de Raquel.

—Raquel siempre quiso que la incineraran, pero el juez no lo ha permitido, por si hace falta… ya me entiendes. Podemos sentirnos satisfechos porque nos la hayan dado tan pronto.

El marido de Erika se acercó con cara de circunstancias, dio la mano a Sanjuán, en silencio, y rodeó por los hombros a su esposa.

—Cariño, ya viene el coche fúnebre. Vamos.

—Te dejo, Javier. Tengo que hablar con el cura y con los operarios…

Sanjuán se fijó en que había poca gente esperando en la puerta del cementerio. Cinco o seis personas, probablemente sus compañeros de trabajo, por sus trajes de rayas y las faldas de tubo elegantes. Los padres de Raquel habían muerto hacía algún tiempo, y la única familia que le quedaba en la ciudad era su hermana y su cuñado, que se habían encargado de todos los trámites del entierro. Sanjuán vio con pena cómo colocaban el ataúd en un carro con ruedas y lo bajaban por las escaleras hacia el pasillo principal del cementerio, adornado con estatuas de ángeles que lo escrutaban desdeñosamente desde sus altares de mármol. Desde detrás de una fila de tumbas, vio a Lúa Castro y a Jordi, que lo miraron con aspecto grave. Jordi, a instancias de la periodista, bajó la cámara de fotos cuando él pasó.

Sanjuán llevaba una rosa en la mano. La dejaría en la tumba como homenaje a un pasado que regresó durante unos días para volver a romperle el corazón.

* * *

Christian puso la voz engolada, como si se tratase de un ministro.

—Enhorabuena, inspectora Negro. Estoy realmente impresionado. Acabo de leer las noticias en internet. Por cierto, en la foto sales mucho más favorecida que en la realidad. Tengo que decirte que para ser una sabuesa de provincias… no está nada mal.

Valentina sonrió. Christian y sus guasas siempre la ponían de buen humor.

—Gracias, profesor. Y haz el favor de llamarme Valentina. Que quede claro: no he sido yo la que lo ha cazado. Ha sido Isabel, una compañera. Lo de ser de provincias vamos a dejarlo…

La voz de Morgado sonó casi seria por el móvil.

—No te quites méritos, Valentina. Sé perfectamente que has sido tú la que ha cazado al Artista. La única y genial Jessica Fletcher de Lonzas.

—Por favor, Christian. Jessica Fletcher… Ya me gustaría ser tan sagaz como Angela Lansbury. Déjalo en «La mujer policía».

—¿Qué dices? Eres demasiado joven para acordarte de esa serie, Valentina. Yo era un crío muy pequeño cuando la ponían, sobre finales de los setenta… Pero bueno, vamos al grano. Ya hablaremos otro día de series favoritas. ¿Qué haces esta noche? Te recuerdo que es San Juan… Si no tienes compromiso, me gustaría invitarte a la fiesta que hacemos unos colegas de la universidad… Vamos a tener sardinas, cerveza, vino barato y muchas hogueras para saltar. Suena prometedor.

—Lo siento, Christian, pero hoy mi jefe nos ha invitado a todos a su chalet para celebrar el éxito del caso, por decirlo así. Y he dado mi palabra de boy scout de que no faltaré. Otro día…

—Vaya. Qué lástima. Llego tarde. Pero bueno, ahora que supongo que estarás un poco más liberada, podré invitarte algún día a cenar, digo yo…

—Cuando quieras. A partir del viernes. Aún hay mucho trabajo que hacer, muchos cabos que atar… todo eso. Jessica Fletcher, ya sabes.

Cuando colgó, un cuarto de hora después, Valentina se dio cuenta de que era la primera vez que sonreía desde hacía muchos días.

* * *

Irina notaba la cara iluminada, feliz. Hacía casi un mes que no hablaba con sus padres ni con su hermana pequeña, pero aquella tarde se había resarcido con creces desde casa de Freddy. Estaba tan contenta… Hacía dos años que no los veía, desde que había llegado a España buscando un camino en el que prosperar. Y había que poner remedio a eso. Al fin se sentía libre, podía contarles cosas, ser ella misma, sin cortapisas ni mentiras. La muerte de Delgado la había convertido en otra persona. Y también podía disfrutar de una familia más o menos normal, como la de su novio, después de dos años de penalidades. Había llegado el momento de viajar. Volver a su tierra, ver a sus amigos, al perro al que tanto añoraba. En el momento en el que terminase de declarar, se iría de vacaciones y se llevaría a Freddy con ella, si le dejaba su hermana, claro… Aunque después de todo lo que había pasado, se lo merecía. Se lo merecían los dos.

Por la noche habían quedado con los amigos de Freddy para ir al Orzán a las hogueras. Nunca había disfrutado de una noche de San Juan en La Coruña, estaba siempre o trabajando, o encerrada en casa. Pero por vez primera en muchos años la fortuna parecía estar de su parte. Irina se había puesto unos vaqueros raídos, unas All Star, una camiseta y una sudadera, ropa que iría a la lavadora nada más llegar a casa, para evitar que el olor a ceniza y a sardinas apestara toda la habitación. Estaba harta de tacones y vestidos ceñidos, de maquillaje excesivo y de aquella obligación de estar siempre sexy. Aquel día no hacía ninguna falta. Lo que le apetecía era estar cómoda y apoyarse en el hombro de Freddy mientras bebían cerveza y se hacían unos cubatas después del churrasco. Por eso abrió los ojos como platos cuando vio salir a Valentina de la habitación, los ojos y los labios pintados, las largas piernas apenas cubiertas con una vertiginosa minifalda vaquera, y un blusón de color crema bastante escotado, adornado con un collar de perlas finas de bisutería.

—Estás preciosa, Valentina. —Acostumbrada a verla de uniforme, o con ropa claramente masculina, la joven rusa no daba crédito a la deslumbrante belleza de Valentina, ya que siempre se encargaba de disimular lo máximo posible su atractivo físico.

—Gracias. —Valentina le ofreció una sonrisa cálida—. Tú también, mucho mejor que con esos vestidos y los tacones imposibles. —Le enseñó las sandalias de tacón—. No sé cómo puedes andar con algo así. Es insoportable. Menos mal que no voy a llevar la moto, ¿te imaginas con esta minifalda? Por cierto, ¿dónde está Freddy?

—Está en la cocina, con tu padre. Están discutiendo porque no quiere darle un par de botellas de ron Bacardí que hay en el bar para el botellón de después.

Valentina se rio.

—Papá es abstemio convencido después de lo del accidente. Pero yo sé que no vais a coger el coche… para ir a la playa no va a haceros falta. Así que voy a la cocina a convencerlo de que le deje las botellas, y si no, ya me las arreglaré yo para darle alguna bajo manga… Que no se diga que los Negro somos unos tacaños.