Miércoles, 16 de junio
—¿Dónde estás, Lúa? —La voz de Carrasco apremiaba siempre; incluso a través del teléfono. Lúa suspiró y contestó con el manos libres.
—Camino de Santiago de Compostela, jefe. A punto de llegar, acabo de pasar el peaje de la autopista. Voy a la facultad de Historia, a hablar con el profesor que puso la denuncia contra SOTMEN, José Dorado.
—De eso mismo quiero hablarte yo, Lúa. De José Dorado. Nos acaban de filtrar que ha retirado la denuncia.
—¿Qué? No me jodas. No puede ser verdad. Hace un rato estuve con Adolfo Requejo y me dijo lo mismo: que el profesor José Dorado iba a retirarla, porque no se sostenía por ningún sitio, bla, bla, bla. ¿Y sabes una cosa? Cada vez estoy más convencida de que ahí hay gato encerrado.
—Yo también, Lúa. Pero sin denuncia no hay mucho de donde sacar…
—De acuerdo, pero ya he llegado a la salida de la autopista, y ya que estoy aquí voy a hablar con ese señor. Me ha dado una cita entre clase y clase, y no voy a dejarlo colgado. ¿No te parece?
—Adelante, Lúa, adelante, pero tampoco te agobies si no sacas nada, ¿eh? —Carrasco sabía que Lúa no estaba pasando un buen momento tras la muerte de Jaime Anido, y no quería agobiarla demasiado—. Y recuerda que aún hay que seguir esa investigación sobre Lidia. No la dejes de lado, por favor…
—Soy una mujer, Carrasco. Puedo hacer dos cosas a la vez. Y si me apuras, hasta tres…
* * *
La cara del inspector jefe Iturriaga era todo un poema. Aunque Valentina ya lo había puesto sobre aviso de todas las novedades, cuando escuchó en la sala de reuniones los acontecimientos de viva voz y en directo fue cuando se dio cuenta exactamente de la complejidad del asunto. En menos de un minuto había pasado de una palidez espectral al granate más furioso según Valentina desgranaba los sucesos que habían ocurrido en Londres: la vinculación de los cuadros a los asesinatos, la muerte de Jaime Anido, otra performance del Artista, la pista del vestido de Lidia que llevó directamente a Patricia Janz, el cuadro de Mendiluce, el asesinato del indigente en el norte de Inglaterra… y, sobre todo, la firme convicción de Sanjuán de que Héctor del Valle volvería a España para matar de nuevo.
—Lo primero y más importante es saber cuál es la verdadera implicación de Pedro Mendiluce en todo esto. ¿Por qué tiene justamente ese cuadro en la exposición? ¿Cómo ha llegado hasta él? ¿Hay alguna relación entre el Artista y Mendiluce, o la posesión del cuadro es una mera casualidad? Esto último parece muy improbable, pues hasta ahora los cuadros siempre han podido relacionarse con los objetivos del asesino y han sido encontrados en lugares «simbólicos». —Valentina miraba hacia su boquiabierto equipo mientras apuntaba todas las posibilidades—. Sabemos que Pedro Mendiluce está hoy en Madrid. Eso habrá que verificarlo. Una de sus empleadas me ha dicho que está en el Teatro Real viendo una ópera, Simon Boccanegra. No será algo demasiado difícil de comprobar… Bodelón… entérate de qué avión ha cogido y si en realidad lo ha cogido, claro. Y luego llama a los compañeros de Madrid para que nos hagan el favor de ir hasta el teatro. Recalca que lo hagan con prudencia y sin llamar la atención. No quiero que se sienta acorralado o vigilado. Tampoco es cuestión de tocarle demasiado las narices. Y… cuanto antes mejor, Bodelón.
—De acuerdo, inspectora. —Bodelón asintió mientras tomaba nota—. En cuanto terminemos.
—Velasco, búscame a todos los Héctor del Valle que puedas encontrar en La Coruña. Por ahora, no nos queda otro remedio que pensar que ese es su verdadero nombre. Sabemos que es un especialista a la hora de camuflarse, puede que se haya cambiado la identidad, pero no quiero dejar ningún cabo suelto, por muy improbable que parezca.
—Inspectora. —Iturriaga se pasaba los dedos por la barba, cada vez más preocupado—. En suma, ¿me está diciendo que ese hombre, Héctor del Valle, un peligroso asesino que ya ha matado, que sepamos, a cinco personas, incluida Lidia por lo que se ve, ha desaparecido de su casa de Londres y está en paradero desconocido, pero que probablemente haya venido a esta ciudad? —Iturriaga sintió un escalofrío al hacer esa pregunta, que no se molestó en disimular delante de sus investigadores—. ¿Y también que cada vez que va a matar a alguien avisa pintando un cuadro con motivos «simbólicos», por así decirlo?
—En realidad no sé si «avisar» es la expresión correcta, ya que no tenemos constancia de que advierta o «avise» a la policía, a la víctima o a otras personas relacionadas. Pero en un sentido amplio, al menos por lo que ahora sabemos, podemos decir que antes de matar hace una pintura donde su víctima aparece reflejada, sin que comprendamos en estos momentos si sigue algún criterio para ubicar el cuadro «premonitorio». Y con respecto a su estancia entre nosotros, en efecto, señor, Sanjuán ha apuntado la teoría de que mata en lugares alternos. Patricia, en Inglaterra. Luego, Lidia en España. Posteriormente vuelve a Londres y mata a Floria di Nissa.
—Así que ahora toca aquí de nuevo… —dijo Iturriaga, con un tono que dejaba bien a las claras la magnitud de la amenaza que se cernía de nuevo sobre La Coruña, si Sanjuán estaba en lo cierto.
—Pero ¿qué sentido tiene que el Artista mate en dos países? —preguntó Velasco—. ¿Por qué tomarse tantas molestias y exponerse mucho más a cometer errores?
Sanjuán intervino por vez primera.
—En realidad no es el primer asesino en serie que mata en varios países. Todo depende de sus circunstancias, de su estilo de vida, de su profesión… de lo que pretenda al matar. Por ejemplo, seguro que recordáis el caso de Volker Eckert, un camionero que hace unos años se descubrió que había matado a cinco prostitutas, tres de ellas en España, en Cataluña, y dos en Francia. Además, se supo que en su juventud había asesinado a una compañera de estudios en Alemania. Si estoy en lo cierto, el Artista mata en ambos países porque, al igual que Eckert, posee los recursos, los conocimientos y la motivación necesario para hacerlo. Claro está —apostilló, con la mirada perdida—, que ahora todavía no comprendemos por qué ha introducido ese juego macabro de alternar los crímenes.
Todos, en efecto, recordaban el caso del asesino alemán, y era innegable que en su pensamiento ese precedente daba mucha más credibilidad a la actuación en los dos países del asesino que anhelaban capturar más que otra cosa en el mundo.
Sanjuán continuó, dirigiéndose entonces a Iturriaga.
—Inspector, ese hombre está inmerso en una especie de furia homicida que lo impele a matar de una manera cada vez más urgente y sádica. Sin embargo, mantiene intacta su capacidad de control inicial por lo que respecta a la planificación y ejecución de los crímenes. Sigue sin dejar rastro, ni tampoco pruebas forenses. Aún no tenemos los resultados de la autopsia de Floria, pero apuntaría a que en ella no encuentran absolutamente nada que pueda vincularse al asesino… Por otra parte, la existencia de un cuadro en La Coruña, además del asesinato de Lidia, apunta a que este es su territorio favorito de actuación en el presente momento por alguna razón que se nos escapa. Puede que sea natural de aquí, que viva temporadas en la ciudad…
Valentina chasqueó los dedos. Repentinamente había tenido una idea.
—Si es así, deberíamos buscar por alguna parte un cuadro en el que estuviese retratada Lidia Naveira… ¿No os parece?
Sanjuán miró a Valentina con admiración. ¿Cómo no se le había ocurrido eso antes?
—Es cierto, inspectora. Si todos los crímenes están relacionados con un cuadro, deberíamos buscar el que represente la muerte de Lidia. Pero… ¿Dónde?
—Deberíamos buscar en las casas de Mendiluce… —Valentina sugirió—. Igual que había dos cuadros en Garlinton Manor, puede haber otro por la casa, o incluso en su yate…
Sanjuán siguió la idea de Valentina con rapidez.
—Teniendo en cuenta que la gente a la que mataba en Inglaterra pertenecía a una especie de club «sexual» de gente que se juntaba para organizar fiestas eróticas, puede que la existencia del cuadro en casa de Mendiluce tenga algún tipo de lógica en la mente del asesino y no sea casualidad. Mendiluce se caracteriza precisamente por sus fiestas de alto contenido sexual… Claro que, por otra parte, no tenemos constancia de que ahí se produzcan prácticas sadomasoquistas… —Sanjuán sacudió la cabeza—. No sé. No lo tengo claro. Lo que no acaba de cuadrar es la muerte de Lidia. Las mujeres que forman parte de sus performances suelen, a su juicio, merecer algún tipo de castigo. Pero… ¿Lidia? ¿Por qué matarla? Que nosotros sepamos, Lidia Naveira, salvo su supuesta relación con Sebastián Delgado, no tenía otra vinculación con Mendiluce, ¿no?
—Quizá no hemos profundizado lo suficiente en la vida de esa chica… —Valentina asintió, pensativa, mirando primero a Sanjuán y luego a Iturriaga—. A lo mejor Lidia Naveira no es esa chica formal y estudiosa que todo el mundo quiere hacernos creer…
—Pues con la que está cayendo después de la publicación de las fotografías de la escena del crimen en la prensa, cualquiera se acerca al padre a menos de cuatro metros de distancia. Ya nos ha denunciado por negligencia. Se puede decir que ha denunciado a todo el mundo. —Iturriaga suspiró. Aquel caso hería muchas sensibilidades, y eso significaba siempre problemas para él, en forma de llamadas de gente importante, y de exigencias de resultados por parte de sus superiores—. Pero tienen razón. Hay que profundizar más en la vida de Lidia Naveira y en su relación con el ambiente de Pedro Mendiluce. A ver cómo hacemos para que Manuel Naveira no se sienta demasiado incómodo y se dedique a llamar a todos los políticos de turno para que nos paren los pies…
—Otra cosa más —añadió Sanjuán—. Está bien que busquemos el cuadro de Lidia, porque puede darnos alguna luz sobre el caso. Pero no nos engañemos: Lidia está muerta. Si mi teoría es cierta y el Artista va a cometer su próximo crimen en esta ciudad… —Sanjuán miró a Valentina fijamente, y luego a Iturriaga—, entonces debería preocuparnos bastante más buscar el cuadro que retrate a su siguiente víctima.
Todos quedaron mudos unos segundos. Fue Valentina quien hizo la pregunta que todos tenían en mente.
—Pero Sanjuán, ¿cómo podemos buscar un cuadro en el que está retratado alguien que no sabemos quién es?
—Es cierto, comprendo que es una locura… Pero ¿no valdría la pena buscar un cuadro que pensemos que haya sido pintado por Del Valle, y ver entonces si conocemos o incluso tenemos la oportunidad de identificar a esa persona? Si lo encontráramos pronto, quizá el Artista no llegara a tiempo esta vez.
* * *
El profesor José Dorado, catedrático de Historia Antigua de la Universidad de Santiago de Compostela, terminó sus explicaciones a un pequeño grupo de alumnos del doctorado. Luego recogió su pen drive y sus libros y se dirigió al despacho, con semblante cabizbajo. Había concertado una cita con una periodista que quería saber los términos y el porqué de la denuncia contra SOTMEN, los datos concretos, sospechaba que allí había algo gordo, como le había comentado ella por teléfono. Aquella chica parecía saber algo.
No estaba demasiado orgulloso de lo que estaba pasando, pero tenía ya sesenta y seis años y, a decir verdad, no tenía ni fuerzas ni deseos de meterse en batallas que él pensaba que no podía ganar. Había luchado ya demasiado en otra época como para volver a empezar. En realidad, jamás pensó que aquella denuncia fuese a darle tantísimos problemas. Y él tenía una mujer y una hija casada. Y un nieto de cinco años. Que se mojaran otros. Él no. Definitivamente, no.
Vio a Lúa esperando en la puerta. Por la conversación telefónica que habían tenido dedujo que aquella periodista era bastante espabilada. Pero él no podía contarle nada, tal y como estaban las cosas. Solo que había retirado la denuncia. Y tampoco quería saber más. La voz masculina que lo llamó el domingo por la tarde parecía conocer detalles de su vida, de la vida la de su mujer, y lo que era todavía peor, cualquier movimiento de su hija y su nieto. Dónde trabajaba, qué hacía, horas de llegada y salida… todo. No le hizo falta escuchar nada más.
Pensó unos segundos. Sí. Le daría a Lúa Castro la documentación de la que disponía. No le cabía duda de que una periodista espabilada podría encontrar algo allí que la incitase a investigar un poco. Rascar bajo la primera capa de SOTMEN Inmobiliarias y profundizar hasta los cimientos. Esa información podría haberla obtenido ella buscando en los mismos sitios donde él buscó; simplemente iba a ahorrarle tiempo y trabajo. Le pediría que no le citara de ningún modo. Esa idea le consoló parcialmente y curó un poco su orgullo herido de hombre amedrentado.
* * *
Se secó las lágrimas de los ojos e intentó recomponerse. Freddy intentaba asimilar poco a poco todo lo que Irina acababa de decirle, pero era demasiado doloroso. Ella permaneció en silencio, los ojos bajos delante de su café con leche.
Freddy se levantó y fue a pagar. El camarero de la coleta del Drowsy Duck lo miró, preocupado. Los dos siempre iban a aquel pub y los conocía perfectamente: eran la pareja que destilaba más azúcar de todos los asiduos. Y allí estaban: por primera vez desde que los conocía, presentaban los dos un semblante preocupante y sombrío.
—¿Qué pasa, Freddy? ¿Algún problema, tío?
Freddy negó y apartó la mirada. No tenía ganas de hablar.
—No te preocupes. No es nada. Cóbrame los dos cafés, por favor.
Tenía que hablar con su hermana con urgencia. Lo que le había contado Irina era algo muy grave. Demasiado grave como para lidiar con ello él solo.
* * *
Lúa llegó a La Gaceta de Galicia agotada y frustrada, pero con una carpeta llena de información. Al final, era cierto: aquel profesor había retirado la denuncia. Ya no se iba a celebrar el juicio contra SOTMEN por construir, supuestamente, encima de un yacimiento arqueológico.
Estaba convencida de que a José Dorado lo habían amenazado gravemente. No tenía lógica que, de repente, sin sentido alguno, hubiese reculado de una forma tan extraña. El profesor Dorado había pasado veinte años de su vida estudiando los yacimientos romanos en Galicia y estaba convencido de que en Brigantium hubo un asentamiento que contaba con gran vitalidad y un recaudador de impuestos, no solo con un faro guía para la navegación. Y también estaba convencido, a la luz de las excavaciones que había realizado hacía unos años, de que la vivienda de ese cónsul no estaba en la ciudad Vieja, sino en As Xubias. Pero la compra por SOTMEN de los terrenos al Ayuntamiento y su recalificación para construir viviendas había destruido todo su trabajo anterior. Y a una aparejadora amiga que había trabajado en las obras durante un tiempo, le habían hecho llegar monedas y algún trozo de alfarería antes de despedirla. Esos hallazgos le confirmaron lo que él más temía: que alguien había encontrado la casa del cónsul y el pequeño asentamiento y lo estaba tapando para que no se detuviese la obra. Y quizá también porque lo que allí había era de gran valor.
Pero todo eso no importaba ya: según Dorado, contra un gran empresario con tanto poder como Mendiluce era una tontería enfrentarse. Estaba cansado, viejo y no le apetecía luchar más. Por eso había quitado la denuncia. Total, no iba a prosperar… Su abogado le había aconsejado retirarse a tiempo para no pagar las costas.
Y ella se chupaba el dedo, claro.
Lúa miró todos los legajos y suspiró, resignada. Allí tenía un montón de trabajo por hacer mientras no se producía ninguna novedad sobre el caso Naveira. Mejor así: se mantendría ocupada y no pensaría demasiado en Jaime Anido.
Miró su reloj: eran las dos de la tarde. No había casi nadie en la redacción, salvo un redactor de local que ultimaba una noticia para la edición online y dos fotógrafos pasando las fotos y catalogándolas. Decidió abrir su correo, mirar la correspondencia y luego irse a comer. Ya miraría por la tarde con más detenimiento todo lo que le había dado el profesor.
Estuvo a punto de borrarlo como spam cuando leyó el asunto, pero al final no lo hizo.
Una oportunidad única para una periodista especial.
Podía ser publicidad, pero también podía ser para ella. Cuando abrió el mensaje, Lúa Castro permaneció boquiabierta durante unos segundos, mirando la pantalla.
Ante sus ojos estupefactos, apareció una fotografía de Lidia Naveira flotando en el estanque. Una foto que jamás había visto hasta entonces. Una foto tomada en la escena del crimen, en plena noche.
Debajo, una frase la hizo palidecer de terror.
Lúa… ¿Te gustaría danzar conmigo a la luz de la luna llena?