«La princesa inquieta,
de cabellos rubios y mirada verde,
aún sueña que muerde
los cárdenos labios de Juan, el asceta».
La muerte de Salomé. Emilio Carrere
Valentina se colocó el traje protector azul con parsimonia. Luego, los protectores para los zapatos. Respiró profundamente. Ya sabía lo que le esperaba: habían sido los primeros en llegar a la escena del crimen, minutos antes que un coche patrulla de la policía metropolitana que recibió el aviso de Charles. Lo encontraron llorando, sentado en las escaleras de entrada, en estado de shock, las manos cubriendo el rostro. Cuando los vio, no fue capaz de articular palabra. Solo señaló hacia arriba con un gesto de la cabeza y siguió llorando en silencio.
Al principio no entraron en la escena del crimen. Los tres se quedaron paralizados en la puerta. Aquella estampa no dejaba lugar a dudas: era la perfecta recreación de Salomé dispuesta a besar la cabeza decapitada del Bautista. Evans llamó por teléfono al inspector Keith Servant, que ya estaba de camino, y requirió la presencia urgente del patólogo y los del SOCO; es decir, de la Policía Científica británica. Luego Evans, con un cuidado exquisito para no modificar absolutamente nada de lo que hubiese dejado allí el asesino, se acercó al cuerpo.
—Está muerta… —Sacudió la cabeza, apesadumbrado—. Joder. Hemos llegado tarde. Hijo de puta. Pobre chica…
—¿Qué hay de la cabeza…? —Valentina no sabía cómo llamar con exactitud a aquel horror de color gris que parecía a punto de besar la boca de Floria. Vio sangre en la base del cuello cortado y le entraron arcadas, que consiguió dominar a duras penas. Todo aquello era repugnante.
Evans se acercó y se agachó para observarla más de cerca.
—Yo diría que es humana, sin duda, no es un muñeco ni nada parecido… Y además, está bastante deteriorada.
—Por lo que se ve, nuestro amigo no ha dudado en matar a otra persona para «completar» la performance. —Sanjuán estaba consternado ante la crueldad que mostraba el nuevo crimen del Artista. Se sentía derrotado, vencido. Todo el día que llegaba ahora a su fin había sido como una montaña rusa cuyo final les arrojara a tierra con una sacudida atroz. Había temido esa conclusión, pero en su fuero interno pensó que tenían posibilidades de evitarla. Entonces esa esperanza yacía allí, dentro de aquella imagen macabra que, sin embargo, desprendía un deje sutil de belleza arcana, de salvajismo bíblico que resultaba fascinante.
Valentina musitó, mientras recordaba el argumento de la ópera de Richard Strauss.
—Salomé, la princesa que pidió la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja de plata para poder besar sus labios… —No pudo dejar de sentir una incongruencia esencial: que algo tan bello como la ópera sirviera de argumento a un crimen tan execrable.
—Si no me equivoco, el Artista ya ha recreado un libro, Drácula. Un cuadro, Ofelia. ¿Y ahora? Se podría decir que varias cosas a la vez, ¿no? Desde cuadros a obras de teatro, películas, una ópera… —Sanjuán estiró la cabeza para contemplar mejor la escena. Luego hizo una mueca—. Esos pañuelos de seda deben de querer simular los siete velos… El Artista no cede, va en busca de sensaciones cada vez más poderosas. —Y alejando la vista del lugar, miró a sus compañeros y dijo—: Está perdiendo el control. Intentó matar a Sue y no lo logró, esta es su víctima sustituta. El mismo día que atacó a Sue asesinó a Anido. Está fuera de sí. El barroquismo de esta escena es como el compositor que está escribiendo el in crescendo final. Creedme, haríamos bien en cogerlo cuanto antes.
* * *
El Artista aparcó la furgoneta después de cruzar el río, en un callejón oscuro detrás de la central de Battersea. Bajó y se cercioró de que no había nadie. Luego quitó las placas falsas de matrícula. Se acercó caminando hasta el río y las tiró al fondo. En Londres no iba a utilizarlas más. Luego volvió a la furgoneta y cogió el libro de Floria, Claroscuro de hierro. Lo lanzó con fuerza. Flotó un momento en las turbias aguas del Támesis y luego se hundió con lentitud.
Luego subió de nuevo a la furgoneta y la arrancó. Era hora de volver a casa. Había mucho que hacer aún.
Encendió el reproductor de música y tarareó, sonriendo con animación, el principio de la ópera Salomé, «Wie schön ist die Prinzessin Salome heute Nacht!».
La policía ya tenía que haber descubierto su obra. Bien. La princesa Salomé estaría muy bella aquella noche. La luz de las velas siempre resultaba perfecta para resaltar la piel de un cuerpo desnudo y mancillado.
Esperaba que pudiesen apreciar su esfuerzo. Había trabajado más rápido, más concentrado, sin demasiado tiempo. Pero el resultado, a su exigente juicio, era magnífico. Una muestra perfecta del mal vencido. Y la italiana, una embajadora de la impudicia menos en el mundo… ¿Quién sino los degenerados y los que se regodean en el sexo de las bestias iba a echarla de menos? Quizá aquel imbécil que quiso entrar en el apartamento…
El Artista emitió un gruñido a modo de carcajada frustrada. Casi se lo carga… una pena no haber tenido más tiempo para acabar con él. Miraría la prensa al día siguiente para ver quién era aquel tipo con suerte.
* * *
Servant hablaba con Charles, que continuaba sentado en las escaleras de la entrada. Se dio cuenta al momento de que el joven se encontraba en estado de shock. Intentó hacerle recordar el número de la matricula de la furgoneta, pero no hubo forma. En aquel momento no se acordaba de nada, solo de que le habían disparado, y después, intentado atropellar. Y de lo que había allí arriba…
El detective inspector Servant había visto en su vida muchas cosas truculentas, pero ninguna tan inexplicable como lo que había en la habitación del apartamento. No era un hombre demasiado culto; tras un año en la universidad, a la vuelta de su estancia en Francia, comprendió que los libros no eran lo suyo. Su vocación de policía se había curtido en las calles de Liverpool desde muy joven, y cuando al fin fue a Londres y ascendió a inspector, se había encargado por lo general de homicidios más o menos «normales». Hombres que agredían a sus mujeres, ladrones, violadores, todo tipo de delincuencia. Pero nada como aquello. En ese momento entendía la visita de los dos españoles. Si el asesino estaba actuando en los dos países, era necesaria una colaboración muy estrecha entre ambos cuerpos. En dos días había matado a dos personas. Probablemente, hacía poco que había secuestrado y asesinado a otra chica en España. Y meses antes, en el norte de su propio país, en Whitby, a otra más. En total, que se supiera, cuatro asesinatos, sin contar aquella cabeza cortada. Como a todos los que estaban ahí, la muerte de la chica italiana, a la que habían intentado salvar a toda costa, le había sacudido de arriba abajo. Sentía una mezcla de emociones difícil de definir: ira sorda, compasión, tristeza infinita… Pero si alguna cualidad tenía Servant era la de ser un hombre práctico, así que se obligó a no seguir reflexionando y subió a inspeccionar la escena del crimen mientras dejaba a un policía a cargo de un Charles totalmente conmocionado.
Evans, Sanjuán y la inspectora Negro ya estaban vestidos con los trajes protectores, esperando por él. Cuando estuvo listo, todos entraron en la escena del crimen con absoluta precaución. El sitio no era demasiado grande, y la Policía Científica ya estaba recogiendo las posibles evidencias.
—Poco tiempo, por favor. Cuanta menos gente merodeando por aquí, mejor. —El agente del SOCO Werner Bradley, un hombre totalmente rapado, con un pendiente y barba de chivo, les dirigió el paso hacia el cuerpo de Floria para que molestaran lo menos posible a los otros agentes que estaban agachados o buscando huellas y no contaminasen la escena.
Valentina volvió a sentir aquella extraña sensación que la había acompañado el día de la aparición del cuerpo de Lidia. La sensación de estar en el medio de una pesadilla agobiante, de asistir a la obra de una mente enferma y perversa. Aquella chica había sufrido lo indecible: a simple vista, los pezones perforados, llenos de sangre, daban fe de ello. Miró a Sanjuán, que analizaba la escena con la cara de un llamativo color macilento.
—¿Algo que añadir?
—Ya lo he dicho, Valentina. Es obra del Artista. Avisó previamente con el cuadro, aunque allí anunciaba un argumento diferente para su crimen. Sin embargo se nota que no ha tenido tanto tiempo como con Lidia o con Patricia… La escena no está tan cuidada. Al fallar con Sue, se ha visto obligado a improvisar y hacer con Floria lo que pretendía hacer con Sue. Al mismo tiempo, su ansia de matar se intensifica, ha creado un guiñol de terror en un apartamento ajeno, no la ha secuestrado para hacerla objeto de sus sevicias y luego matarla. Se ha expuesto mucho creando su obra en el domicilio de Floria. Lo ha hecho todo en muy breve tiempo, en vez de tomarse muchas horas o días, quién sabe.
—Es cierto: a las otras las secuestró y las llevó a su guarida. Tuvo mucho más tiempo. —Servant asintió—. Sí, esta vez parece que ha sido menos cuidadoso. A lo mejor ahora ha dejado algo que podamos analizar. Además de la cabeza, claro. —Hizo un gesto de incredulidad. Aquello le sobrepasaba—. Ya he llamado a Scotland Yard para que busquen crímenes sin resolver. Con suerte tenemos algún cuerpo sin cabeza… ¡Valiente hijo de puta! Pero ahora le seguimos la pista. Ya tenemos algo, después de tantos meses…
Valentina se agachó para mirar el cuerpo más de cerca.
—Las marcas de la espalda y las nalgas no parecen recientes. No las ha hecho el Artista. Tienen yodo, están desinfectadas… deben de ser de la «fiesta» en Garlinton Manor. Las otras chicas tenían marcas de latigazos… sin embargo, Floria no parece tenerlas…
—Seguramente consideró que eso podía «gustarle» demasiado. Así que cambió su modus operandi por algunas variantes que, sin duda, le habrán parecido más crueles… —dijo Sanjuán.
En ese momento entró la patóloga, Kat Peary. Una mujer mayor, de media melena blanca, delgada y con aspecto serio. Se apartaron para darle paso. La mujer se acercó al cuerpo de Floria y a la cabeza cortada para certificar la muerte de la joven, que era evidente. Se inclinó para tomar el pulso en la muñeca de la mano inerte, llena de pulseras de cuentas. Luego observó los labios de Floria y se acercó a ellos para olerlos. Se dirigió a Servant.
—Creo que la sedaron con cloroformo… —Luego apartó con suavidad la cabeza de Floria para observar el cuello. Asintió con la cabeza varias veces. Después observó las heridas del pecho y de la vulva. Le dio la vuelta al cadáver e introdujo un termómetro digital en el recto para comprobar la temperatura del cuerpo. Luego lo sacó y lo comprobó.
—Ha muerto hace muy poco tiempo, hora, hora y media. Creo que la han estrangulado desde atrás, con una cuerda muy fina, pero eso lo dirá la autopsia con más seguridad.
La patóloga miró también con detenimiento la cabeza rodeada de greñas sucias y apelmazadas con sangre. Acercó un palo de algodón a la boca, que sacó de una bolsa de plástico.
—Me parece que la obligó a besar la cabeza cortada. Los labios están llenos de carmín, fíjense.
Sanjuán experimentó de repente unas ganas horribles de salir de allí y aspirar un poco de aire fresco. Las velas habían convertido la habitación de Floria en una cripta asfixiante, y el olor a putrefacción que salía de aquella cabeza era cada vez más insoportable. Miró a Valentina.
—¿Nos vamos de aquí? Ahora solo falta esperar a los resultados de la científica y de la autopsia. Nosotros no podemos hacer mucho más…
Valentina también se sentía vencida por un dolor sordo que la traspasaba, pero de manera extraña comprendió, justo también en esos momentos, echando un último vistazo a la chica muerta antes de mirar a Javier, por qué se había hecho policía. Tenía la virtud de sacar de su sensibilidad de mujer una reserva de fuerza que conocían bien quienes trabajaban a su lado, que la admiraban y la envidiaban a partes iguales. Así pues, en ese momento selló un pacto consigo misma: iba a coger al Artista aunque para ello tuviera que dejar la vida en el intento.
Sanjuán no pudo menos de percibir algo de esa lucha interior de su compañera, que respetó con su silencio.
—Me has leído el pensamiento, Javier. Quiero irme al hotel y darme una ducha cuanto antes. No puedo más. Mañana nos espera otro día bastante movido y necesitamos descansar algo.
* * *
El hombre que creaba arte con las manos ensangrentadas entró en su estudio, ya casi vacío, en Acton Town. Ya lo tenía todo empaquetado. Solo quedaba bajarlo a la furgoneta y emprender camino.
Esperaría al día siguiente. Tenía que reposar para estar lúcido. Había ido enviando todo poco a poco: los cuadros, sus útiles de pintura, sus posesiones más preciadas. Todo ello ya estaba a buen recaudo, Le daba pena abandonar Londres, pero su estancia allí había terminado.
No podía arriesgarse a que lo cogieran. No tenía mucha fe en la policía inglesa, pero tampoco era cuestión de confiarse demasiado. Además, en Inglaterra estaba vigente la cadena perpetua. No quería pasar toda su vida en la cárcel de Whitemoor, escribiendo baladas como Óscar Wilde y pintando estupideces en la pared de ladrillo de la celda, desayunando porridge y haciendo pesas mientras esperaba una extradición que nunca llegaría.
Pero en ese momento estaba muy cansado para pensar en eso. El nivel de endorfinas empezaba abajar peligrosamente. El Artista cogió una botella de champán rosé que había guardado en la nevera. Allí lo esperaba, para celebrar su éxito en la intimidad.
Cuando el rosado liquido burbujeó en la elegante copa de cristal, el Artista brindó por Floria. Había sido la perfecta hija de Sodoma para su obra.
Sería muy difícil encontrar a otra que pudiera superarla.
* * *
Evans se ofreció gentilmente a llevar a Valentina y a Sanjuán al Hotel Park Lane, en Piccadilly. Al día siguiente los recogería a primera hora para reunirse en Scotland Yard y concretar las líneas de investigación. Valentina también quería hablar personalmente con la encargada de la tienda que había confeccionado el vestido de Lidia y con dos de las mujeres que lo habían comprado y vivían en Londres. Tenían mucho trabajo por delante y necesitaban perentoriamente dormir algo.
Pasaban ya de las tres de la madrugada cuando al fin Valentina pudo quitarse los incómodos zapatos de tacón. Ya desharía la maleta cuando tuviese tiempo. No era capaz casi ni de buscar una camiseta entre toda la ropa que había llevado. Había quedado con Sanjuán en el comedor a las siete y media de la mañana para desayunar y quería aprovechar aquellas cuatro horas de sueño. Se dio una rápida ducha caliente antes de acostarse.
Ni siquiera tuvo tiempo de abrir la colcha. Se tiró encima de la cama y se quedó dormida en un momento. Su último pensamiento consciente fue que tenía que llamar a casa para saber algo de su padre y de Freddy.
* * *
Sue Crompton lloraba en silencio, sentada en su despacho. Acababa de recibir la llamada del inspector Geraint Evans.
Primero Patricia. Luego Jaime. Y ahora Floria.
Ella estaba viva de milagro.
Al día siguiente llamaría a los miembros de la hermandad para disolverla de inmediato. Las mujeres corrían un peligro inminente, pero ¿quién podía confiarse, hombre o mujer, ante semejante loco?
Lo mejor sería desaparecer una temporada, hasta que cogieran a aquel asesino que parecía obsesionado con cazarlos uno a uno. Cogió el teléfono y llamó a Moira. Le rogó que fuera a dormir con ella esa noche. Evans solo le había dado unos breves detalles de cómo había muerto Floria, le dijo que había sido asesinada «como en la historia de Salomé», pero ella se imaginó todo el horror de la escena de la hijastra de Herodes con la cabeza del Bautista y sintió desfallecer. El Artista estaba ahí fuera, en algún lugar, y nadie podía sentirse a salvo.