«Ha più forte sapore la conquista violenta che il mellifluo consenso…».
Scarpia
Tosca. Puccini
Garlinton Manor, 20:10 h
Geraint Evans daba instrucciones a dos policías de uniforme para que custodiaran los dos cuadros mientras llegaba la Policía Científica para llevárselos de Garlinton Manor al laboratorio. Podían ser una valiosa fuente de información sobre el autor y, por ende, posible asesino de Patricia Janz y Jaime Anido. Sir Thomas no había puesto ningún impedimento, al revés: cuanto antes estuviesen aquellos cuadros fuera de su casa, mejor. Había descubierto que su contenido era un símbolo del horror que se cernía sobre sus propios amigos y no era capaz ni de mirarlos. Antes de irse, Evans cogió el teléfono de Potts para ponerse en contacto con él al día siguiente sin falta. El marchante podría ponerle en contacto con más gente del mundo del arte, personas que podrían identificar el estilo de aquellas pinturas y, con suerte, asociarlo con algún artista en concreto.
Valentina y Sanjuán se despidieron de sir Thomas y su marido con un apretón de manos y se dirigieron al aparcamiento caminando despacio, en silencio. Estaba anocheciendo. Había dejado de llover, y el olor a hierba fresca resultaba muy relajante después de las emociones de la tarde. Cuando llegaron a la altura del Jaguar, Sanjuán se paró y miró a Valentina con admiración.
—¿Cómo supiste que el cuadro tenía que ver con una ópera? Ha sido increíble…
Valentina le sonrió, agradecida. No estaba acostumbrada a que Sanjuán fuese tan efusivo.
—Gracias, Javier, pero no tiene mucho mérito. Me encanta la ópera. Y además, me encanta Puccini. A decir verdad, no he sido muy ágil. Debería haberme dado cuenta al momento, solo con ver el cuadro. Es una recreación perfecta del segundo acto. Se podría decir que simboliza la ópera entera…
Valentina interrumpió su explicación al oír su teléfono móvil. Miró la pantalla: era el número de la comisaría de Lonzas. Contestó rápido, ansiosa por saber si ya habían comprobado la coartada de Delgado.
—¿Inspectora? Soy Bodelón. ¿Qué tal las cosas en Londres? ¿Alguna novedad?
—Ya te contaré a la vuelta, Daniel, ahora no puedo explayarme demasiado, pero sí, hay novedades. Para empezar, una bastante fastidiada. Anido, el fotógrafo… le han disparado tres tiros.
—¿Lo han asesinado? No me joda, inspectora. —La voz de Bodelón reflejó pena y sorpresa al mismo tiempo.
Valentina suspiró.
—Sí, murió ayer por la tarde. Parece ser que su muerte tiene algo que ver con el Artista. Pero de eso os informaré en cuanto tenga un rato. Ahora estamos muy liados. —Valentina miró hacia sus compañeros un momento fugaz y prosiguió la conversación—. ¿Y vosotros? ¿Cómo vais? ¿Habéis investigado los movimientos de Delgado?
—Sí. Por activa y por pasiva, y por desgracia… no ha mentido, inspectora. Toda la coartada es perfecta. Efectivamente, el día del secuestro de Lidia estaba en Madrid. Y también cuando el asesino dejó su cuerpo en el estanque. Tenemos billete de avión, hoteles, alquiler de coche, todo.
—Ya. —La decepción de Valentina no fue demasiado intensa. Después de todo lo que estaba pasando en Inglaterra ya no estaba muy segura de que Delgado fuese el asesino de Lidia. En realidad no estaba segura de nada—. Habrá que descartarlo, entonces. También hay que mirar dónde estuvo Mendiluce y asegurarse bien… por si acaso. Esos dos siguen dándome muy mala espina.
—Ok, inspectora, nos pondremos a ello. Aquí está la cosa muy alborotada con la aparición de las fotos de Lidia en la revista Caso Abierto. ¿Las ha visto, jefa?
—Sí. La compró Sanjuán en el aeropuerto. Imagino cómo estará la familia…
—El padre ya ha llamado a no sé cuánta gente y quiere denunciar al autor de las fotos, a la policía, a la revista… a todo Dios, en suma.
—Es normal. La muerte de una hija de esa forma tiene que ser algo horrible, y todavía más si salen los detalles escabrosos en la prensa, a la vista de todo el mundo. Pero bueno. Eso no es cosa nuestra, por desgracia… Ahí sí que no podemos hacer nada. Lo único el juez…
—Por cierto, los del laboratorio han enviado un informe sobre parte de las flores naturales encontradas en la escena del crimen. Las ortigas son de la zona, inspectora, pero poco más. El análisis de las partículas de tierra indica que pueden haber sido recogidas en cualquier parte del norte la provincia. Sin embargo, las margaritas han dado mejores resultados.
—Explícate. —Bodelón había capturado el interés de Valentina.
—Son del monte de San Pedro. La tierra, la clase de abono, los rastros de césped, el tipo de margarita… todo eso coincide con las que plantan los jardineros del Ayuntamiento en el monte de San Pedro.
—Bueno, algo es algo. Por lo menos sabemos que conoce la ciudad. Lo cual no es mucho, teniendo en cuenta que con el Google Earth puedes estudiar casi cualquier parte del mundo desde tu casa… Pero bueno. Cuando vuelva nos ponemos al día y sacamos conclusiones. Ahora tengo que dejarte, Bodelón. Llamaré cuando esté más liberada, creo que me vuelvo a Londres en un minuto…
—¿A Londres? ¿Por? Entonces… ¿dónde está exactamente, inspectora?
Cuando se dio cuenta, Valentina ya había colgado.
* * *
Londres, Kensal Green, 20:20 h
El Artista subió en brazos a Floria a su habitación y la depositó encima de la cama con mucho cuidado. La miró con atención. Seguía dormida. Los labios de color rosa, los ojos perfectamente delineados, el colorete… aquel vestido negro tan elegante… ¿Dónde iría a pasar la noche el gorrión italiano? La puta no había tenido suficiente con lo del viernes, saltaba a la vista. Necesitaba más.
Le subió el vestido. No llevaba medias. Mejor. El tanga negro con pequeños bordados resultaba muy atractivo. Seguro que el sujetador hacía juego con él. El Artista cogió una navaja afilada y le rasgó el vestido con pericia. Efectivamente, el sujetador hacía juego con el tanga… y sonrió pensando lo bien que conocía a las mujeres que pregonaban la indecencia como si fueran heraldos del pecado.
El Artista cortó el tanga y lo deslizó, quitándoselo de forma muy lenta. Luego, hizo lo mismo con el sujetador. Acarició la piel elástica y suave de los pechos, pellizcó los pezones oscuros, comprobando su dureza. Le dio la vuelta al cuerpo desnudo y observó con evidente placer el castigo al que la habían sometido en Garlinton. Soltó un pequeño gemido de aprobación. Su mano recorrió los latigazos de la espalda y las nalgas con deleite, deteniéndose en la dureza de las cicatrices más antiguas que adornaban su piel. Bajó hasta los pies y los liberó de los zapatos de salón. Una vez que la tuvo desnuda, sacó de su mochila un rollo de cinta americana de color plateado y una mordaza.
Cuando Floria, todavía sumida en el profundo sueño del cloroformo, estuvo perfectamente atada y silenciada, el Artista buscó en su bolso las llaves del apartamento. Escuchó de nuevo el sonido del móvil de Floria y pegó un respingo. Luego lo cogió y miró quién la llamaba esa vez. Antes la había llamado Sue, la gran zorra… «Charles». Pobre Charles. El Artista lo sentía: su putilla estaba muy ocupada en aquel instante.
Encontró las llaves.
Luego bajó a su furgoneta a por los útiles que le faltaban para su obra de arte.
* * *
Londres, Marble Arch, 20:40 h.
Charles miró su parche de nicotina y se bajó la manga de la camisa de rayas a la altura de su reloj de pulsera. Miró la hora otra vez. Eran las nueve menos veinte, y había quedado con Floria a las ocho y media. Movió la pierna con nerviosismo y se atusó el cabello rubio. Tenían menos de un cuarto de hora para llegar a Wigmore Hall. Acababa de llamarla hacía unos minutos y no contestaba. Esperaría cinco minutos más. Era algo preocupante. ¿Habría cambiado de idea? No, imposible. Cuando habló con ella por la tarde, no detectó ningún problema. Todo lo contrario, parecía muy emocionada con el concierto. A lo mejor el metro había tenido algún retraso en las líneas, algún accidente… Decidió bajar a preguntar a información. Por lo menos así saldría de dudas.
* * *
Londres, Bloomsbury, 20:45 h
Sue volvió a llamar a Floria, sin resultado. Estaba empezando a preocuparse. Sin motivo, por supuesto. Floria podía estar en el cine, o en clase. O con su novio. O en el gimnasio. Había miles de razones por las que Floria podía no tener el teléfono a mano. Y si lo pensaba bien, había otro motivo por el que Floria podría haber decidido no contestar: estaba enfadada por lo que había ocurrido en Garlinton Manor. No la culpaba. Anido había estado a punto de matarla, de estrangularla de forma salvaje. Había perdido la razón por completo. Suerte tendrían si no denunciaba a la hermandad…
Se había preocupado todavía más al ver en su enorme pantalla de televisión el retrato robot del supuesto asesino de Jaime en las noticias de las ocho. Toda la policía metropolitana lo estaba buscando.
Decidió mandarle un mensaje de texto a Floria.
«Floria. Es urgente. Ponte en contacto conmigo por favor. Es una cuestión de suma gravedad».
A ver si así conseguía que la chica se pusiese en contacto con ella. No era mucho más lo que estaba a su alcance, y enviarle ese mensaje la ayudó a sentirse un poco más tranquila. Recordar lo que le había pasado a ella en su propia tienda aún la traumatizaba todavía más. Sabía perfectamente que aquel psicópata podía aparecer de la nada y convertir su vida en una pesadilla en solo unos segundos.
Cuando sonó el teléfono, Sue saltó de alegría.
Pero, para su decepción, no era ella. Era Keith Servant. Ellos también habían llamado a Floria a su móvil, pero no contestaba. Necesitaba la dirección de Floria di Nissa con urgencia. No había forma de encontrarla. Floria acababa de cambiarse de casa y la nueva dirección no figuraba en ningún sitio. ¿No conocía a nadie que la tuviera? ¿Algún miembro de la hermandad?
* * *
Scotland Yard, 20:50 h.
Keith Servant se acarició la cabellera pelirroja, consternado. Luego, aplastó con sus manazas un vaso térmico y lo lanzó sin demasiado éxito contra la papelera, salpicando el suelo. ¿Dónde coño vivía Floria di Nissa? En una ciudad con más de ocho millones de habitantes, aquella sí que era una buena pregunta. Los estudiantes extranjeros solían cambiar de piso cada poco tiempo, cada vez que encontraban un sitio mejor. Y no siempre se apuntaban en el Ayuntamiento, ni siquiera proporcionaban su nueva dirección a la universidad.
Floria di Nissa había estado viviendo durante ocho meses en un apartamento en Croydon. Habían buscado por su número de seguridad social y hasta ahí lo tenían claro. Llamaron al teléfono que salía en la guía en esa dirección. En ese momento el apartamento de Croydon estaba ocupado por dos estudiantes daneses que no tenían ni idea de quién había estado allí antes. Los daneses le dieron el teléfono de su casera, por si Floria hubiese dejado su nueva dirección a efectos de recibir correspondencia. Servant llamó a la buena señora. Una mujer bastante anciana que no parecía demasiado cabal. Su marido era el que llevaba los alquileres y en aquel momento no estaba en casa. No, no se acordaba de que aquella chica hubiese dejado una dirección en la que pudieran contactar con ella. Y si lo había hecho, lo sabría su marido, ella ya no se acordaba bien…
«Llame luego. A ver si mi esposo puede ayudarlos».
Qué remedio.
Floria no tenía carnet de conducir. Hasta el día siguiente la universidad no podría facilitarles su dirección en el caso de que la tuvieran. ¿Aquella chica trabajaba? ¿Dónde? Donde fuese, a aquella hora seguro que ya habían cerrado. Menuda mierda. La chica más famosa de Italia por sus libros guarros tenía que estar de incógnito en Londres, concluyó Servant, con cierto fatalismo.
Servant había llamado también a la policía italiana para que contactara con la familia, en el caso de que la tuviera. Era posible que ellos supieran en dónde se alojaba, salvo que la joven fuera muy celosa de su intimidad. Servant pensó cuánto habían cambiado las cosas desde su juventud y recordó cómo el año que había pasado en Francia después de dejar el primer año de universidad, mientras encontraba su camino en la vida, deambulando, había tenido que dar siempre a sus padres la nueva dirección cada vez que se mudaba. Pero, claro está, él siempre había sido un joven responsable, y entonces estaba buscando a una chica que, gracias a su habilidad para describir pornografía disfrazada de poesía, había ganado una fortuna a una edad en la que difícilmente se puede apreciar el valor del dinero ganado sin esfuerzo.
El policía se obligó a centrarse en el presente. Habían enviado a todas las cadenas de televisión el retrato robot del Artista, por si alguien era capaz de reconocerlo. La BBC lo difundió en su telediario de las ocho, y en días sucesivos bombardearían a los londinenses con aquella cara en la televisión y en la red. Servant no tenía demasiada fe en los retratos robot. Además, por los testimonios de Evans y de Sue Crompton aquel tipo se disfrazaba para no ser identificado.
* * *
Londres, Wigmore Hall. 21:00 h
Charles se sentó, incómodo, preocupado. Intentó leer el programa del concierto, pero lo único que podía hacer era fijarse en el sitio vacío que había a su lado. Miró hacia atrás, por si en el último momento, en el último instante, Floria aparecía por el patio de butacas. Pero no apareció.
Apagaron las luces de la sala. Por megafonía avisaron al público para que desconectase sus teléfonos móviles. Charles le quitó el sonido y lo dejó encendido, a la vista.
Sintió una punzada de decepción cuando el pianista, Geoffrey Parsons, salió al escenario, y el público aplaudió con fuerza. Sir Thomas Allen lo siguió al momento. Era el mejor concierto de la temporada en Wigmore, y Floria no había acudido a la cita. Ni siquiera lo había llamado para disculparse. Era algo extraño. No tenía explicación…
Cuando Parsons atacó la partitura de «Now sleeps the crimsom petal», Charles se relajó a duras penas y se acomodó mejor en la butaca. En el intermedio volvería a llamar a Floria…
* * *
Oxfordshire, 21:15 h
Valentina hacía grandes esfuerzos para no quedarse dormida en el ergonómico asiento de cuero del Jaguar. Empezaba a sentir algo de hambre. Llevaban casi todo el día sin comer, salvo el desayuno y las pastas que les había servido Sue con el té. Necesitaba desesperadamente ducharse y cambiarse de ropa. Y cenar algo.
Evans conducía a velocidad de crucero, batiendo todos los récords de la tarde. Habían hablado con Sue, que estaba muy preocupada. Aquella chica no contestaba a las llamadas de teléfono. Y nadie parecía saber su dirección, lo que convertía su búsqueda en el conocido problema de encontrar la aguja en el pajar. Encima a aquella hora las administraciones estaban cerradas. Además, Floria acababa de cambiarse de casa hacía poco y aún no había dado la nueva dirección. Eso le dificultaba las cosas a la policía, pero también al Artista, o eso suponía Valentina, no con mucha convicción.
Las luces de los coches deslumbraban sus ojos. Necesitaba un poco de descanso antes de llegar a casa de Sue. Tenía que haber alguna forma de conseguir la dirección de aquella chica, se dijo, como si sus deseos pudieran obrar, a fuerza de ser repetidos, el milagro de una solución evidente, que entonces se burlaba de sus fatigadas mentes.
* * *
Londres, Kensal Green, 21:45 h
El Artista escuchó gemir a Floria di Nissa bajo la mordaza. Miró hacia ella, pero seguía aún inconsciente. Daba igual. Esperaría. Ya faltaba poco para que se disipase el efecto de la anestesia y entonces sería el objeto de toda su atención. De ninguna manera querría que lo considerase un maleducado. Pero en ese momento estaba ocupado. Tenía que dejarlo todo listo para la performance. Bajo la gorra, el hombre llevaba un gorro de plástico que le tapaba el cabello por completo. En las manos, unos guantes ajustados de látex. Se había puesto un traje protector para no dejar ningún rastro en el apartamento.
Colocó el trípode en el medio de la habitación, con la cámara sobre él, y buscó con gran detenimiento cuál podría ser el mejor ángulo.
Luego abrió la gran bolsa negra y sacó todos los velones. No había nada más poético en el mundo que la luz de las velas. Seguro que Floria sabría apreciarlo. Fue colocándolos en el suelo y sobre los muebles. Un suave olor a lavanda y a rosas se extendió por la habitación.
De la bolsa negra extrajo también un estuche no muy grande. Aquella chica estaba acostumbrada al dolor. Gozaba con el dolor. El Artista era un hombre muy considerado con todas sus amadas: iba a complacerla en todo cuanto pudiera. Incluso más.
El teléfono de Floria volvió a sonar. Lo cogió para ver quién era esa vez. El tal Charles no parecía pillar las indirectas…
«Lo siento, Charles, quienquiera que seas. Pero Floria está ocupada. En este momento, no puede ponerse…». El intruso imitó perfectamente la voz de un contestador automático antes de anular la llamada. Después, apagó el teléfono para que nadie lo molestara más. Quería obtener la máxima concentración. Sabía, por experiencia, que la obra de arte surgía como resultado de poner toda el alma en el proceso creativo. Estaba convencido de que había nacido para dar al mundo una lección moral sobre lo que significaba la perversión en la corrupción de los niños y la sociedad. Si había gente empeñada en transformar en religión lo obsceno y lo degradante, él convertiría lo degenerado en algo bello, exponiendo con rudeza la podredumbre interior de quienes se rebozaban en ese lodazal. La belleza de su arte no haría sino poner en evidencia la perversidad del material empleado para su obra, es decir, a los propios degenerados. Pensar en su sagrada misión le produjo un sentimiento todavía de mayor exaltación, y viendo el cuerpo desnudo de la joven italiana se estremeció, poseído por el temblor de paroxismo que antecedía el principio de su liberación.
* * *
Londres, Bloomsbury, 22:20 h
—Llevo un buen rato llamándola y no me coge el teléfono. Y ahora lo ha apagado. Es imposible contactar con ella. —Sue sacudió la cabeza con desesperación—. Le he mandado varios SMS y tampoco. No sé… a lo mejor está en el cine. Es una chica muy aficionada a ir a todo tipo de espectáculos.
—Servant y su equipo están buscando la dirección, para ir a avisarla directamente a su casa… También han llamado ellos y no ha cogido el teléfono. Tampoco vamos a preocuparnos demasiado, tiene razón, Sue. —Evans intentó contemporizar—. Puede estar en cualquier parte con el teléfono apagado. El cine, el teatro, con un novio…
Sanjuán negó con un gesto de su cabeza.
—Yo sí me preocuparía. Y mucho. El Artista falló al intentar secuestrar a Sue… y ahora tiene que estar totalmente descontrolado, fuera de sí. Necesita volver a matar. Muy pronto. Esa chica corre grave peligro, hay que ponerla sobre aviso ahora mismo, y también establecer un dispositivo de vigilancia mientras ese hombre esté suelto.
—Lo importante ahora es localizarla cuanto antes. —Valentina pensó rápido. ¿Cómo localizar a una chica joven si no se dispone de su dirección y no contesta al teléfono?—. ¿Alguien ha pensado en mirar en las redes sociales? Mi hermano postea casi a diario todas sus cosas en Facebook, o en Tuenti…
—Inspectora, ¡buena idea! —Evans miró a Sue; esta entendió al momento y se levantó para ir a su despacho. Al poco tiempo llamó a Evans, que la ayudó a transportar un pequeño MacBook hasta la sala. Sue lo encendió y luego se lo pasó al policía, quien lo colocó sobre sus piernas—. Vamos a ver si esa chica tiene perfil en alguna red social. Con suerte, tendrá algún amigo que pueda decirnos su dirección.
* * *
Londres, Kensal Green, 22:30 h.
Floria sueña, inquieta. Su inconsciente intenta espabilarla como un grito sofocado, pero un peso enorme la mantiene sujeta a la cama como si sobre su cuerpo reposara una manopla gigante de acero que la aplastara sin piedad. Sueña con el mar, un gran tsunami que se abalanza sobre ella, ola sobre ola en una montaña inmensa y amenazante de la que no puede escapar. Es de noche, y ella corre por la arena suave, pero la masa de agua corre más que ella, la alcanza, la envuelve con un frío abrazo de algas putrefactas, la ahoga, la posee hasta que tiene que escapar del sueño y volver a la realidad con el corazón a punto de explotar.
Floria se despierta, el dolor martillea sus sienes con una intensidad insoportable. El sabor metálico en la garganta, algo en su boca que no la deja articular palabra, los brazos y las piernas sujetos en una dolorosa contorsión la trastornan. Intenta librarse de las sujeciones sacudiéndose con un estremecimiento de todo su cuerpo, pero es imposible: la cinta es fuerte y está perfectamente adherida a sus muñecas y tobillos. Floria abre los ojos de repente, con un esfuerzo sobrehumano, y se da cuenta de que la pesadilla continúa. Pero está totalmente despierta, desnuda y atada sobre su propia cama, en su habitación.
A los pies hay un hombre sentado, que la mira con fijeza, los ojos febriles y el aspecto desencajado. En su mirada se puede leer una obsesión intraducible, una determinación que Floria no ha visto jamás en una persona cuerda. Solo cuando iba a visitar a su anciana abuela a la residencia vio alguna vez a algún enfermo con uno expresión de alucinado parecida. Intenta hablarle, pero su boca está amordazada: solo escucha un gemido intenso y largo que sale de su garganta ahogada, un gemido que parece complacer al hombre, pues al oírlo sonríe con aspecto plácido y se levanta, acercándose a la cabecera con la silla en la mano. Se sienta a su lado, de manera familiar, y su mano blanca de pianista se acerca a su mejilla, acariciándola con suavidad.
El hombre saca algo de un estuche negro.
Segundos después, algo atraviesa su pezón izquierdo, algo afilado que en un momento desaparece, dejando el pecho de Floria ardiendo, presa de un dolor insoportable.
Floria quiere gritar, totalmente aterrada. Gritar como nunca en su vida. Pero no puede. Cabecea y se contorsiona, mientras de su garganta sale un ruido gutural y ronco que reverbera a lo largo de todo su cuerpo.
Los ojos siguen mirándola, relajados pero fijos, sin vida. Ojos de dolor, de frío helado.
El hombre vuelve a buscar en el estuche, y es entonces cuando Floria sacude con desesperación absoluta todo su ser, intentado alejarse de aquellas manos blancas que se acercan de nuevo, armadas con unos pequeños alicates afilados que parecen tomar vida al entrar en contacto con la piel…
* * *
Marble Arch, estación del metro, 22:40 h.
Charles mira su teléfono, preocupado, angustiado. No se puede creer que Floria le haya dado plantón y no lo haya llamado. No es su estilo. No es que la conozca demasiado, pero no, definitivamente no es su estilo. Y menos tras hablar con ella por la tarde: estaba muy ilusionada con el concierto. No paró de repetirlo. Y de las ganas que tenía de ir al cine con él… No, no es posible. Le ha pasado algo. Está seguro. O eso o ha estado tomándole el puto pelo durante un mes. Y si es así, quiere saberlo.
Floria vive en Kensal Green. No le coge de camino, Charles reside en Knightsbrigde, pero no importa, se acercará a su casa un momento para salir de dudas. No pasará nada si no quiere recibirlo, pero por lo menos, se librará de la congoja que le aprieta el pecho.
Charles sale de la estación de metro y busca un taxi, pero no encuentra ninguno a mano. Ve uno entre el tráfico, pero dos chicas risueñas, con minifalda y tacones, lo llaman y se le adelantan por un pelo. Toca esperar…
* * *
Londres, Bloomsbury, 22:45 h
—Servant, soy Evans. Estamos metidos en el Facebook de esta chica. Hemos encontrado unos cuantos amigos londinenses que puede que sepan su dirección, pero necesitamos localizarlos. No tenemos manera de entrar en los perfiles. Y esta chica tiene más de 250 amigos… casi todos italianos.
—Bien —contestó el inspector desde la casa de Sue—. Nosotros hemos intentado contactar con la familia pero no hay forma. Parece que todo lo que tenga que ver con Floria di Nissa esté totalmente blindado. De todos modos, la policía de Roma se pondrá en contacto con nosotros cuando los localice. Han contactado con unos familiares que dicen que los padres de Floria están de vacaciones en Marruecos. Por desgracia, ellos tampoco tienen la nueva dirección de Floria. Dime los nombres de los amigos de la chica. Malo será que no contactemos con ninguno.
* * *
Londres, Kensal Green, 22:50 h
El Artista está en trance. Parte de su obra ya está terminada. La chica tiembla como una hoja en otoño bajo su poder. Tiembla de miedo y de dolor. Pero ahora tiene que bailar para él, como la zorra que es, la pura y puta hija de Sodoma. Ya se ha puesto la ropa que le ha llevado. Está realmente hermosa, la piel iluminada por la tenue luz de las velas, los pies descalzos, el pecho apenas cubierto… El Artista oye su música interior, una sinfonía oscura de narcisos y corales, de moras y rosas marchitas, y quiere que ella baile para él antes de su postrer sacrificio, antes de que le llegue el momento de besar los labios putrefactos de la muerte…
—Perfúmate, hija de Babilonia. Quiero que estés perfumada mientras danzas, quiero que disimules el olor de podredumbre que emana de tu sexo.
Ella obedece, el tintineo de las finas cadenas la acompaña mientras se envuelve en el perfume que él le obliga a ponerse. No lo reconoce. Es un profundo olor a datura que resulta embriagador, extraño. Luego, él la obliga a acercarse tirando con fuerza del extremo de la cadenita que la sujeta, y ella siente un dolor insoportable, así que obedece. La arrodilla delante de él y la obliga a aliviar con sus labios la erección, cada vez más intensa, que parece a punto de explotar.
—Eres una verdadera puta, Floria di Nissa. Eres una verdadera hija de Sodoma. Cuando me demuestres todo el alcance de tu degeneración, todo el pecado que guardas en tu cuerpo infecto, bailarás para mí… Y entonces yo te liberaré, te lo prometo.
Floria lo oye hablar, pero no entiende lo que dice. Sus ojos aterrados solo pueden ver la hoja del cuchillo que juguetea delante de su cara.
* * *
Londres, Marble Arch, 22:55 h.
Charles se mete en el taxi con rapidez. Ha tardado un buen rato en encontrar uno libre. Mira el reloj y se hunde en el asiento trasero del coche. Gracias a Dios a esa hora casi no hay tráfico y espera no tardar demasiado en llegar a Kensal Green. Piensa en lo que le va a decir Floria cuando llegue, si está en casa. Puede que lo insulte, o que se ría de él… no, ella no es así. Algo grave tiene que haber pasado para que le haya dado semejante plantón. A lo mejor algún problema familiar… No, no pierde nada por ir a verla. Si no está, cogerá el metro antes de que cierre, de vuelta a casa. Saca su móvil para cerciorarse de que no ha recibido ninguna llamada de Floria.
Luego vuelve a sumirse en sus pensamientos, mientras el vehículo recorre Londres, iluminado ya por las luces de la noche. Cuando suena el teléfono, lo coge con rapidez. Es un número extraño, largo, como el de una compañía telefónica.
«Bah, que me llamen luego. No voy a cogerlo… a lo mejor me llama Floria justo en ese momento, no voy a arriesgarme…».
* * *
Scotland Yard, 23:00 h
—Tengo un nombre: Charles Burns. —La voz de Servant suena llena de excitación a través del teléfono móvil—. Es uno de los amigos que más postea en el muro de Floria. Ya tenemos su teléfono móvil. Lo estamos llamando, pero… no lo coge —dijo al tiempo que miraba a uno de sus ayudantes, que le hacía gestos negativos con la cabeza—. Menuda nochecita, ¡joder, dónde estará esa italiana…! —se desesperaba el policía.
—¿Habéis podido entrar en su cuenta? ¡Qué cabrones! ¿Cómo lo habéis conseguido? —preguntó Evans, mientras miraba hacia sus acompañantes con incredulidad e intentaba dar un toque distendido a una situación que a todos se les hacía más angustiosa a medida que corrían los minutos.
—Secreto profesional, Evans. En el norte no estáis tan avanzados como en Londres. —Servant esbozó una sonrisa—. En realidad, Charles no tiene la privacidad activada, todo el mundo puede acceder a parte de su muro. Vosotros también deberíais poder hacerlo sin problema… Por cierto, a tenor de las fotos, ese chico debe de estar bastante colgado de Floria.
—Quizá estén juntos… —Evans cruzó los dedos. Eso podía ser un buen motivo para que Floria no contestara al teléfono ni a los mensajes…— y por eso ninguno de los dos contesta…
—Bien, no nos desesperemos —dijo Servant, más pensando en sí mismo que en los demás—. Vamos a volver a llamar mientras seguimos buscando. A lo mejor las fotos nos dan alguna indicación de dónde puede vivir Floria.
* * *
Londres, Kensal Green, 23:00 h
Floria gime sobre su cama, boca abajo, atada. Una soga le rodea el cuello y baja, primero, hacia sus muñecas, y luego, hacia sus pies desnudos.
Ella ya ha bailado, le ha dado lo mejor de sí. Se ha vaciado por él, de una forma apasionada, entregada, casi poética. Él la ha obligado a besar los labios de la muerte, a introducir la lengua en la oquedad blanda y corrupta de un cadáver. El Artista ya tiene lo que quiere, guardado a buen recaudo en su cámara y en su alma oscura.
Pero aún falta un último paso para que Floria di Nissa sea purificada, liberada de una vida indigna y corrupta, dedicada al servicio del mal.
El Artista mira con desprecio el cuerpo desnudo y mancillado que gimotea y apenas puede ya moverse. Luego se acerca a él, lamentando tener que utilizar los guantes de látex. Si pudiera quitárselos tan solo por un momento… poder tocar esa piel, la sangre roja que adorna los pezones, que cae entre las piernas…
Pero no lo hace, y se acerca al cuerpo desnudo y lloroso, sin un ápice de piedad en el brillo de sus ojos.
* * *
Londres, Bloomsbury, 23:30 h
—Sue, ¿te suena este pub? —Evans señaló en la pantalla una foto en la que Charles y Floria sonreían a la cámara mientras sostenían dos pintas de Guinness en la mano. Un pub espacioso y con mucha luz, con la figura de un ángel de gran tamaño en una esquina—. Me resulta familiar, pero no consigo ubicarlo…
—No, no lo conozco. Recordaría esa estatua —contestó Sue, convencida.
Valentina, que estaba junto a ellos mirando la pantalla, señaló una pestaña en la red social, que se extendía por debajo de la foto.
—Ahí abajo puede que ponga algo interesante. Es donde se comentan las fotografías, por lo menos es lo que hace mi hermano con las fotos que se saca con su novia… —Valentina sintió una punzada al recordar a Freddy, pero pensar en su familia era algo que en ese momento no podía permitirse.
Todos leyeron con rapidez los comentarios de Floria, Charles y sus amigos. Uno de ellos señaló el lugar. Según su amiga Chiara, aquel pub estaba justo al lado de casa de Floria. The Paradise, ese era el nombre. Los comentarios estaban fechados la semana anterior. El miércoles.
Evans se dio una palmada en la frente.
—¡The Paradise, joder! Kensal Green. Estuve una temporada viviendo en Londres y tenía un colega que me llevó una vez allí. Estoy seguro de que no me costará encontrarlo. ¡Vamos para allá ahora mismo!
Los investigadores se movieron todos a una, en un intento por ganar el pulso a un tiempo que se agotaba. Sue se levantó y fue hasta su despacho. Al volver, le acercó de nuevo a Evans la llave del Jaguar.
* * *
Londres, Kensal Green, 23:30 h
Charles bajó del taxi y caminó unos metros hacia el portal de Floria. Miró hacia las ventanas de su estudio. La luz estaba encendida. Estaba despierta, entonces. Sintió una pequeña punzada de dolor. Probablemente estuviese con alguien. En aquel momento, Charles consideró una solemne tontería haber llegado hasta Kensal Green, y a él mismo el mayor gilipollas de Londres.
Se fijó en que la luz de la habitación, en el piso de arriba, también estaba encendida… aunque no parecía una luz normal. Vio sombras en la pared, ondulantes, que parpadeaban. Era como una luz eclesial, tenue, amarillenta. Levantó una ceja, extrañado. Las sombras en la pared duraron unos instantes, y luego, todo pareció calmarse.
Charles continuó mirando hacia las ventanas del apartamento. Unos minutos después, se apagó la luz del estudio de Floria.
«Va a acostarse».
En un arrebato de valor, Charles se acercó a la puerta. Cuando su dedo iba a tocar el timbre, la puerta de la casa de Floria se abrió de par en par. El hombre de la gorra salió con rapidez y cayó literalmente sobre él, atropellándolo en su huida. Charles, por instinto, trató de agarrarlo, pero el hombre empezó a correr con agilidad. Charles trastabilló y estuvo a punto de caer, pero consiguió levantarse para perseguir a aquel hombre, que ya había alcanzado una furgoneta blanca.
—¡Eh! ¡Deténgase! —le gritó Charles al tiempo que trataba de darle alcance.
Por toda respuesta, el fugitivo se volvió hacia el joven y, de pronto, sonó un disparo.
Charles se encogió y cayó al suelo.
Luego palpó su cuerpo para ver si había recibido algún balazo.
En ese momento, la furgoneta blanca dio la vuelta con un chirrido de las ruedas y voló hacia donde estaba tirado.
Al verla precipitarse hacia él, Charles empezó a rodar con rapidez hacia la acera. Cuando la furgoneta estuvo casi encima, Charles giró sobre sí mismo, se dio impulso y se lanzó hacia los bolardos, que impidieron en el último momento que la furgoneta pudiese atropellarlo. El vehículo los esquivó a duras penas.
En unos segundos, había desaparecido.
Charles se levantó, recuperó el aliento y corrió hacia la casa de Floria. La puerta permanecía abierta, así que subió las escaleras de dos en dos, con precipitación, gritando su nombre.
No hubo respuesta.
El joven miró en el estudio y en el baño. No había nada. Le sorprendió un extraño olor a perfume, a almizcle, a rosas… no supo detectar ni qué era, ni de dónde procedía. Luego subió corriendo a la habitación, sin dejar de llamarla a voces.
No pudo pasar del marco de la puerta.
En el interior pudo ver a Floria, iluminada suavemente por la luz de las velas. Vestida apenas con unos velos de seda que rodeaban su cuerpo, estaba tendida en el suelo, el cabello suelto, unos largos pendientes color turquesa caían sobre su pecho desnudo. Su boca estaba entreabierta, y muy cerca de su brillante melena castaña, una cabeza humana reposaba sobre una bandeja de plata. La mano de Floria se perdía entre los rizos mugrientos de la cabeza putrefacta. La boca parecía acercarse anhelante a los labios grisáceos, sin vida.
Charles comprobó con horror que una fina cadena colgaba de sus pezones ensangrentados, se perdía en el escaso vello del pubis y luego bajaba hacia los pies. No entendió nada de lo que estaba viendo allí. Solo pudo darse cuenta de que Floria era una muñeca sin vida, el rostro lívido, congelado en una mueca de dolor.
Apartó la mirada y se alejó de la habitación. Luego se sentó y vomitó en las escaleras. Intentaba comprender lo que había visto, pero no lograba procesarlo.
Cuando consiguió recomponerse, marcó el número de la policía. Miró su reloj sin proponérselo: eran, exactamente, las doce de la noche.