«Nothing clears up a case so much as stating it to another person».
Sherlock Holmes
Lunes, 14 de junio, 7:00 h, aeropuerto de Alvedro, La Coruña
Javier Sanjuán bostezó disimuladamente. Eran las siete de la mañana y el aeropuerto estaba casi desierto. Se moría por un café. Pero la «inspectora O’Neill» quería facturar las maletas antes de hacer nada, y allí estaban, esperando a que abriese el mostrador de Iberia. Faltaba más de una hora para que el vuelo estuviese listo, y salvo una limpiadora con su carrito y un par de ejecutivos con sus maletines, no había mucha más gente en la amplia sala.
Valentina miraba el reloj, mientras movía la pierna con impaciencia.
—¿No tendría que estar ya abierto? Solo falta una hora para que salga el vuelo… —Valentina arrastró su maleta mientras taconeaba con decisión subida a sus altos zapatos grises. Se había puesto un traje de chaqueta ajustado que nunca había tenido la oportunidad de estrenar, y la falda de tubo la incomodaba a la hora de tirar del equipaje con soltura.
Sanjuán observó de nuevo con asombro la enorme maleta de Valentina. ¿Qué llevaría allí dentro? Se había acostumbrado a viajar con lo mínimo y le sorprendía ver que no todo el mundo era igual de austero. Además, en Londres había tiendas, si necesitaba algo, con comprarlo allí…
—¿Y si nos sentamos a tomar un café mientras esperamos a que abran el mostrador? La cafetería está abierta…
—Sí… Tienes razón —Valentina concedió, a regañadientes—. Total, aquí no hacemos nada.
A Valentina Negro no le gustaba volar. Era un secreto inconfesable que no solía contarle a nadie, pero la verdad era que en el aire se sentía totalmente insegura. Por lo general, viajaba en coche o en moto, evitando siempre que fuera posible el engorroso trámite de coger un avión. Y allí estaba, a punto de embarcarse en uno y con muchas ganas de beberse un buen chupito de whisky. O de tomarse una tila. O de meterse entre pecho y espalda un lexatin, como hacían algunas de sus amigas. Pero se limitó a pedir un simple café con leche y se tragó sus fobias. Confiaba en que Sanjuán no se diera cuenta de que volar le resultaba insoportable. A Valentina le gustaba tan poco como volar que la gente se fijase en sus debilidades.
—Qué ganas de fumar un cigarrillo… —suspiró Valentina con envidia, observando la cajetilla que Sanjuán había colocado encima de la mesa, al lado del móvil, ambos objetos formando un perfecto conjunto equilibrado.
—¿Fumas? —Sanjuán la miró con sorpresa. No la había visto fumar ni un cigarrillo desde que la conocía.
—Lo he dejado hace algún tiempo. Antes acostumbraba a fumarme una cajetilla diaria… —Valentina tomó un sorbo de café y lo miró con expresión de culpabilidad—. El estrés del trabajo… todo eso. Por cierto, Javier…
—Dime, inspectora. —El tono de voz dulce de Valentina les sonó como un conjunto de campanas celestiales a los oídos de Sanjuán.
—¿Te molestaría demasiado ir a cogerme un cruasán y de paso comprar el periódico en la librería? Tengo ganas de seguir leyendo las majaderías de tu amiga Lúa Castro.
Sanjuán adoraba las librerías de los aeropuertos. Eran un compendio de literatura barata, periódicos diversos, peluches imposibles y productos típicos tan absurdamente caros que probablemente estuvieran fabricados con invisibles hilos de oro. Fue al estante de los periódicos y las revistas para coger La Gaceta. En un expositor de metal que había a poca distancia, pudo ver el último número de Caso Abierto, recién salido de la imprenta: las fotos tan familiares para él del cuerpo de Lidia Naveira y la escena acuática en el estanque lo golpearon como un puñetazo. Aquello era desmoralizante. ¿Cómo se podía tener tan poca ética para hacer algo así? Cogió la revista y la unió al periódico. A Valentina ver aquello no iba a hacerle ninguna gracia, desde luego.
* * *
El enfado de Valentina es tan grande, tan intenso, que le ha hecho olvidar su pánico al avión. Cuando se da cuenta, está mirando por la ventanilla el inmenso cielo azul celeste, el rastro congelado de una estela blanca y algodonosa de otro avión a pocos kilómetros de su reflejo en el cristal. Si tuviera cerca a Lúa Castro la mataría con sus propias manos, sin compasión alguna. Pero tiene que dominarse, cosa que hace a duras penas. Ya le cantará las cuarenta a Anido si tienen la oportunidad de verlo. Se distrae viendo cómo Javier Sanjuán intenta resolver el sudoku del periódico: Valentina ve sin mayor problema la disposición de los números que faltan, pero no piensa darle ni una sola pista. Vuelve a mirar por la ventana, ve el ala blanca y roja, con unos números arcanos pintados en color negro, y se pregunta cómo es posible que semejante mole esté suspendida en el aire sin caerse. Valentina Negro vuelve a sentir miedo otra vez.
* * *
Sanjuán vio los nudillos apretados y blancos de Valentina haciendo fuerza contra el reposabrazos y sonrió interiormente. Por su semblante de agobio era obvio que no le gustaba nada volar, pero no había manifestado ni un ápice de miedo. Hasta el momento. Estaban aterrizando en Heathrow y el avión se movía constantemente entre las nubes, dando molestos bandazos que hicieron que a más de uno se le escapase un grito de susto. Miró su reloj: el vuelo solo se había retrasado un cuarto de hora escaso. Con suerte, el inspector Evans estaría ya esperándolos en la terminal.
* * *
Londres, Heathrow, 09:15 h.
Geraint Evans esperaba entre la multitud que se agolpaba en la terminal tres con un cartel en la mano. Se sentía ridículo con su elegante traje azul marino y el cartoncito, pero era lo único que se le había ocurrido para darse a conocer a sus dos invitados. Tenía que reconocer que se encontraba en un extraño estado de estupefacción desde el momento en que Jaime Anido había llegado a su comisaría de Whitby. Seguirlo a Londres había sido una idea genial. Meses sin una sola pista sobre el crimen de Patricia Janz, y de repente, con la llegada del fotógrafo, se había precipitado absolutamente todo… Lo que peor llevaba Evans era no haber podido evitar la muerte del fotógrafo. Pero por lo menos, Sue Crompton estaba viva. Aquella chica tenía mucho que explicar. Estaba empeñada en no soltar prenda, pero tendría que empezar a decir la verdad. Ya había muerto una persona… Se preguntó qué sabría la policía española. Estaba perplejo con lo que le había dicho Valentina Negro —¿cómo se pronunciaría en realidad su nombre?— el sábado por teléfono. Un asesinato similar al de Patricia, pero en el norte de España. Iba con un psicólogo criminalista que ayudaba en la investigación. Evans tenía el pálpito de que aquella visita iba a ser crucial para esclarecer el vacío que había planeado sobre el caso desde el principio.
El vuelo había aterrizado sin mayor problema y los pasajeros empezaban ya a desfilar a cuentagotas por la salida de la terminal. Evans empezó a descartar a parejas con niños o a turistas demasiado mayores. Un par de veces estuvo a punto de acercarse a varios candidatos, pero resultaron no ser ellos. Al fin salió una pareja. Ella era una mujer joven, de cabello oscuro y ojos penetrantes. A él lo reconoció al momento: había buscado en internet el nombre de Javier Sanjuán y le sorprendió que un criminólogo tan famoso en España se estuviera ocupando del caso Janz. La mujer lo miró con semblante interrogativo, y él agitó el cartel en el aire.
—¿Inspector Geraint Evans? —El inglés de Valentina no era perfecto, pero era lo suficientemente bueno para hacerse entender—. Yo soy la inspectora Valentina Negro. Y él es Javier Sanjuán.
* * *
Evans condujo su viejo Rover por la autovía hacia Londres mientras se ponían al día de las novedades. La noticia de la muerte de Jaime Anido los dejó totalmente noqueados.
Valentina no salía de su asombro. Se sintió de pronto muy culpable por el cabreo de las fotos y por todo lo que habría querido decirle a la cara.
—No puede ser… es terrible. Anido era un sinvergüenza, pero no merecía semejante cosa…
—¿Un sinvergüenza? ¿En qué sentido? —Evans había considerado a Anido una buena persona durante el poco tiempo que lo trató. Aquello le extrañaba.
—Era un fotógrafo… como diría, con una ética demasiado flexible, un oportunista. —Sanjuán no quiso sonar excesivamente crítico con el fallecido—. Fotografió el cadáver de Lidia Naveira en la escena del crimen y luego no tuvo ningún problema en hacer circular las imágenes… Luego las verás, acabamos de comprar la revista en el aeropuerto. —Sanjuán se acordó de repente de Lúa Castro. La pobre había intuido todo el tiempo que algo iba muy mal, y por desgracia, había acertado. Después la llamaría para darle la noticia.
Evans conducía con un ojo siempre en el cuentakilómetros. No quería arriesgarse a ser pillado por los innumerables radares que salpicaban aquí y allá la autovía. Reflexionó en voz alta.
—Sin embargo, su llegada a Londres fue el detonante de todo. No olvidemos que gracias a él nos hemos puesto en contacto… Lo cierto es que estoy deseando conocer todos los detalles del caso. —Evans parecía muy excitado. Su olfato de sabueso le decía que estaba sobre una buena pista al fin—. Llevo desde las navidades totalmente obsesionado con el asesinato de Patricia Janz. ¿Es posible que haya un crimen en España con las mismas características? Creo que primero podemos ir a mi hotel… allí tengo todo el expediente del caso Janz. Luego espero que me acompañéis a la casa de Sue Crompton, la amiga de Jaime. Esa mujer sabe muchas cosas, cosas que no quiere decir y me gustaría saber por qué. Tengo que convencerla para que hable, su vida corre grave peligro si el asesino sigue suelto.
Sanjuán miró hacia los típicos adosados ingleses, que se apelotonaban a lo largo de la M4. A lo lejos, un par de edificios altos, casas sociales, anunciaban la cercanía del centro de Londres. La noticia de que tanto Sue como Anido hubieran sido atacados lo había sumido en una honda preocupación. El Artista se movía rápido. Había fracasado con Sue, que sin duda era su objetivo prioritario. Anido había sido una víctima necesaria, por su relación con Sue y… con Patricia, eso lo tenía claro. Pero su ansia de matar no iba a detenerse. Sintió de pronto la angustia de estar en una carrera en la que la meta era evitar uno o más nuevos crímenes, con el inconveniente de haber salido en una posición retrasada respecto al asesino.
—Su vida y quizá la de muchos otros, inspector. Si no me equivoco, Sue Crompton ha recibido unos anónimos que por alguna razón no ha querido enseñarle, pero que han llegado hasta nosotros gracias a Anido. Antes de ir a visitarla, conviene que los lea detenidamente.
* * *
Sue miró desde la cocina hacia el grueso policía que custodiaba la puerta de entrada con los ojos medio cerrados de tanto llorar, y él le devolvió la mirada con una sonrisa que pretendía ser acogedora pero que quedó en una simple mueca. Le estaba preparando un té con leche mientras ella se hacía un rooibos para intentar relajarse. Cada vez que salía al pasillo veía la sangre en la pared y se ponía a llorar de forma desconsolada. Habían estado a primera hora de la mañana los de la científica analizando las trayectorias, pero ¿para qué? Anido estaba muerto; el cuerpo, frío en el depósito, con una etiqueta en el dedo gordo del pie. Preguntas y más preguntas. La policía de Londres también quería saber cosas… como Evans. Sue se retorció las manos, desesperada. Sabía que tenía que contactar con la familia de Jaime, pero no tenía ni idea de por dónde empezar. Además, en un rato llegaría el inspector jefe Evans a hablar con ella de nuevo. Evans le había salvado la vida, como mínimo. Así que siempre iba a estarle agradecida. Pero aquel hombre estaba acercándose demasiado a su organización. Y ella no podía ni debía decir más… ¿Y si salía todo a la luz? No podía permitirlo. Era necesario proteger el anonimato de todos sus amigos.
El asesino de Jaime había intentado secuestrarla. ¿Con qué fin? ¿Para hacerle lo mismo que a la pobre Patricia? Cogió la lata de Earl grey y no pudo evitar que volvieran a caerle las lágrimas. Pobre, pobre Jaime. Su mundo se desmoronaba delante de ella y no podía hacer nada para evitarlo. Cogió un pañuelo de papel y se limpió la cara. Desde luego, tenía una pinta horrible.
Cuando sonó el timbre de la puerta, Sue, perdida en el limbo de sus pensamientos, pegó un respingo que casi hizo caer la taza. El policía miró la cámara de seguridad y vio al inspector Evans con otras dos personas. Abrió la puerta.
—Es el inspector, señora. No se preocupe. Está todo bajo control.
* * *
Londres, Bloomsbury, 10:30 h
Sue hizo té para sus tres invitados y lo llevó al salón con ayuda de Evans, que cargó con una bandeja de scones y pastas que a los ojos de Sanjuán presentaban un aspecto delicioso. Parecía totalmente agotada. Las ojeras horadaban su piel perfecta, y los ojos aparecían enrojecidos del llanto. A todos les dio pena aquella mujer que aún parecía en estado de shock, a pesar de la entereza que mostraba en todo momento. Evans les había contado con todo tipo de detalles el intento de secuestro que había sufrido en su tienda de Covent Garden. Era normal que aún estuviese totalmente aterrorizada. Y más sabiendo que el Artista había asesinado a Jaime Anido en su propia casa.
Evans se echó tres enormes cucharadas de azúcar en el té y ofreció a los demás leche y sacarina, como un perfecto anfitrión. Luego se levantó y sacó el móvil de su chaqueta: era Keith Servant, inspector de homicidios de la policía Metropolitana. Quería también estar presente en la reunión con la policía española. Keith no tardó más de un cuarto de hora en llegar. Era un hombre alto de típicas facciones británicas, ojos claros y un llamativo cabello color zanahoria que tenía aspecto de no caerse jamás. Tras las presentaciones, se sentó con ellos y declinó tomar té. Acababa de tomarse uno en la comisaría.
Evans rompió el hielo dirigiéndose a Sue con un tono suave pero firme. No quería que se cerrase desde el principio, como temía. Aquella mujer estaba pasando por un momento horrible, pero era el único vínculo que tenían con el posible asesino de Patricia y de Jaime Anido.
—Sue… Ya sé que no es fácil para ti pasar por esta situación, después de todo lo que ha ocurrido estos días. Pero es necesario que nos ayudes. El asesino de Jaime está suelto y mucho nos tememos que pueda volverá matar. Hay vidas en juego, Sue. Tienes que darte cuenta de que eres nuestro único vínculo, la única pista que tenemos en este momento.
Sue asintió y miró hacia todos los presentes con decisión.
—Ya lo sé. Lo entiendo perfectamente. Pero a mí todo esto me ha cogido totalmente por sorpresa. No tengo ni la más remota idea de por qué ese hombre me atacó el otro día. Ni tampoco de por qué ha… disparado a Jaime. De verdad. No lo sé. Estoy perdida… —Se cubrió el rostro con la mano para ocultar las ganas de llorar otra vez.
—Necesitamos que nos digas todo lo que viste el otro día. Necesito saber si viste al hombre que te atacó, Sue.
—No pude ver nada. Él… me puso una capucha en la cabeza cuando me atacó. Yo no pude verlo… solo sé que olía bien, a perfume caro. Y también a sudor. —Sorbió ligeramente la nariz—. Es lo único que recuerdo… Estaba dentro de los probadores, escondido… no sé el tiempo que llevaba allí dentro. No lo sé… Moira había quedado con un chico y salió antes, por eso me quedé yo cerrando la puerta.
Evans le hizo una seña al inspector, que inmediatamente llamó por teléfono a la comisaría. Quería a los de huellas en la tienda de Sue sin perder un minuto.
—¿Está la tienda abierta, Sue? Así podemos mandar a los de huellas a que hagan su trabajo.
—Sí, está abierta. La abrió Moira esta mañana temprano.
—¿Recuerdas de qué probador salió? Intenta hacer memoria.
—No, fue todo muy rápido. De repente estaba encima de mí… no, no me acuerdo…
—¿La encargada de cerrar la tienda es Moira? ¿Todos los días? —Keith Servant intervino por vez primera.
—Sí. Menos ese día en concreto. Moira salió antes porque tenía una cita con un español al que acababa de conocer hacía poco…
Sanjuán la miró con curiosidad. En realidad, llevaba un buen rato sin quitar los ojos de aquella mujer, cosa que a Sue estaba empezando a ponerla muy nerviosa. Aquel hombre parecía traspasarla con la mirada.
—¿Un español? Qué curioso, ¿no?
Sue asintió, mientras se llevaba la mano hacia el brazo escayolado, para intentar colocarse más cómodamente.
—En realidad, Moira me llamó ayer para decirme que el hombre no había acudido a la cita…
—Yo que ustedes hablaría con Moira también. No creo que sea casual que Moira saliese antes esa noche, ¿no les parece? —dijo Sanjuán.
Ambos asintieron. Keith Servant volvió a llamar, esa vez a uno de sus subordinados directos, para que hablase con Moira. Y si hacía falta, que llamasen a los del Pro-fit para que hiciesen un retrato robot del hombre de su cita.
Sanjuán miró de nuevo a Sue con la cabeza ladeada. Valentina se dio cuenta al instante de que iba a empezar a presionarla con la información que le había proporcionado Jaime Anido.
—Sue… La inspectora Negro y yo acabamos de llegar de España porque tenemos la sospecha de que el asesino de Jaime y de Patricia Janz puede estar actuando también allí… Bien. ¿Lo oíste hablar en algún momento? ¿Pudiste fijarte en el acento?
—No habló casi nada. Espera… sí. Habló una vez. Me mandó callar. Pero no detecté ningún acento extranjero… la verdad, en eso no puedo ayudar mucho.
—Pero sí puede ser de gran ayuda que muestres a los inspectores aquí presentes los anónimos que has recibido no hace mucho tiempo, amenazándote de muerte a ti y a otras personas relacionadas contigo.
Sue palideció a ojos vista. Los dos inspectores se revolvieron en sus asientos al escuchar la información. Esperaban que reaccionase positivamente, así que se adelantaron, expectantes. Sue abrió los ojos, sorprendida, mirando a Sanjuán como si estuviese viendo a una especie de mago.
—Yo… yo no… —Sue se dio cuenta de que no iba a poder esconderse más tiempo detrás de su silencio—. ¿Cómo diablos sabes lo de los anónimos?
—Jaime se puso en contacto conmigo hace unos días para preguntarme qué podían significar. Estaba muy preocupado, y con razón, dadas las circunstancias. Un gran error por tu parte no haber consultado ese tema con la policía, Sue. Lo que me extraña es que aún ahora, después de todo lo que ha pasado, no te decidas a contar todo lo que sabes.
Sue lo miró con aspecto desolado. Lo que le estaba diciendo Javier Sanjuán le estaba haciendo mucho daño, pero lo peor era que era cierto. Se levantó del sillón en donde estaba y se disculpó.
—Ahora mismo vengo…
Valentina siguió con la mirada a Sue. El rostro de aquella mujer se le hacía extrañamente familiar desde el primer momento. Estaba intentando procesar a toda velocidad cuándo o dónde podía haberla conocido… pero era imposible. Valentina nunca había estado en Londres. Prefería viajar a lugares a donde no tuviese que ir en avión. Jamás la había visto, eso seguro. Pero la sensación no desaparecía. Al revés. Su intuición estaba avisándola de algo, pero no era capaz de comprender qué era con exactitud. Se concentró y respiró profundamente, tratando de relajarse.
Sue volvió al poco tiempo con folios en la mano y se los dejó leer a los dos inspectores. Sanjuán asintió con la cabeza e intentó darle ánimos con una sonrisa acogedora. Luego prosiguió.
—Como pueden observar, los anónimos están escritos en plural. Se dirigen a varias personas. A un conjunto de personas. —Sue lo observaba con semblante demudado—. En mi opinión, Sue, no estás contando todo lo que sabes. Mi teoría es que ese asesino es un hombre con un retorcido complejo de justiciero. Desea librar a la humanidad de seres a los que considera perversos, seres que él desprecia. Personas que, según él, realizan prácticas sucias. Incluso pecaminosas. Y cuando digo esto me estoy refiriendo a gente que realiza prácticas sadomasoquistas, por ejemplo. —Sanjuán observó atentamente a Sue. Ella se sentó de nuevo en el sofá. Su semblante revelaba una gran consternación. La lucha interna empezaba a desatarse, aunque ella insistía con tozudez en permanecer en silencio.
Evans asintió con la cabeza. Luego añadió:
—¿Te dice algo el nombre de El Ruiseñor y la Rosa?
Sue se dejó caer hacia el respaldo del sillón, hundida por completo. Negó con la cabeza e intentó hablar, pero solo pudo emitir un suspiro.
Evans prosiguió.
—Cuando Anido fue a Whitby, y preguntó por las circunstancias del asesinato de Patricia me resultó bastante… curioso, por así decirlo. Así que decidí montar un dispositivo de seguimiento. Ese es el motivo por el cual hoy estás aquí, Sue. Os estábamos siguiendo a los dos. Por eso pude abortar el intento de secuestro. Aunque no me perdonaré jamás lo de Anido… Pero bueno. —Evans se tocó el pelo castaño, haciendo un esfuerzo por encontrar las palabras adecuadas—. En resumen. Os seguimos hasta Garlinton Manor. Un lugar interesante, muy interesante. Las matrículas de los coches revelaron la presencia allí de gente importante. Gente cuya identidad entendemos que no quieras que trascienda por múltiples razones…
Sanjuán lo interrumpió, acercándose a Sue para intentar convencerla.
—Sue, es importante. La vida de mucha gente está en juego. La vida de tus amigos está en juego. Lo de Jaime ya es irreparable pero todos tememos que ese hombre pueda volver a actuar muy pronto. No puedes ocultar esa información a los demás…
Sue se volvió hacia él con los ojos llenos de lágrimas. De repente, empezó a hablar, decidida.
—Sí, es verdad. Somos una especie de organización secreta, El Ruiseñor y la Rosa. En ella hay gente muy importante, actores, políticos, hasta ministros. Nos reunimos en Garlinton Manor para… bueno. Para lo que sea que hagamos, eso no le importa a nadie. Todo es legal y consentido. No hacemos daño ni molestamos. Y no, no puedo dar nombres ni destapar nada. Los estatutos aseguran el más absoluto anonimato de los miembros.
—Sue, Sanjuán tiene razón. Debes darnos los nombres. Esto es algo serio. Han muerto dos personas. Sin duda Patricia también pertenecía a El Ruiseñor y la Rosa, por supuesto… —Evans empezaba a verlo todo claro por primera vez desde el inicio del caso. Aquella sí era una buena pista. De las mejores, además.
—Sí. Patricia pertenecía a la hermandad. Solía ser la pareja de Anido. Y ahora los dos están muertos… —Las lágrimas de Sue recorrieron sus mejillas, sin control. Empezó a sollozar, totalmente vencida. Evans suspiró con alivio, sin acabar de creérselo del todo. A ver si así se decidía a hablar de una vez…
«Piensa, Valentina, piensa… ¿Dónde has visto esa cara antes?». Valentina movía la pierna con nerviosismo. Tenía bastante memoria para las caras y para las voces, así que sabía que no estaba equivocándose. No estaba equivocándose, pero no podía concretar por qué conocía el rostro de Sue Crompton.
Sanjuán se fijó en que Valentina estaba totalmente concentrada en sus pensamientos. Le extrañaba que no hubiese intervenido en la conversación, pero comprendió que algo la distraía hasta tal punto que su mente estaba muy lejos de allí.
—¿Qué ocurre, inspectora? —Sanjuán le tocó el brazo con disimulo.
Valentina miró para él sobresaltada.
—Nada. No ocurre nada… —Bajó la voz un instante—. No logro recordar dónde he visto antes a esta mujer. Y se supone que nunca la he visto… Yo nunca he estado en Londres, así que es imposible… —De repente, se dio cuenta—. Ya está. En las fotos de Anido. Muy cambiada. Está muy cambiada, pero es ella… Tiene que ser eso. Las fotos. Las fotos que te pasó Lúa Castro, pero…
—Sí, ahora que lo dices es cierto… es ella, es verdad. —Sanjuán observó con detenimiento el hermoso rostro de Sue, los ojos verdes, la piel ahora enrojecida por el llanto… y comprendió de repente que Valentina tenía razón. Había algo más. Algo que inexplicablemente se les había escapado y que tenían delante de sus narices.
—Tienes razón en lo de las fotos… pero no solo ahí. —Sanjuán subió el tono de voz sin darse cuenta—. Valentina, ¡la has visto en el cuadro que te llamó la atención en la fiesta de Mendiluce! El cuadro de Salomé, ¿te das cuenta?
Valentina, asombrada, asintió mecánicamente. Era cierto. El cuadro número 13. El cuadro que no tenía firma. La mujer que ofrecía con complacencia al espectador la ensangrentada cabeza del Bautista era un reflejo preciso de Sue Crompton, aunque tamizado por una expresión turbadora que reflejaba el mundo insondable del Artista.