[capítulo 37]: La exclusiva

Londres, viernes 11 de junio

Para Jaime uno de los mayores placeres del mundo era pasear por el medio del bullicio de Covent Garden, sacando fotografías de los artistas callejeros y de los puestos de comida apetitosa. A media mañana, él y Sue pararon un rato en la plaza atestada de gente ante un cómico vestido de frac que había congregado a su alrededor a una multitud que no paraba de reír. Cerca de allí había una orquesta de cámara y varios cantantes de ópera interpretando temas de Mozart y Puccini. Algunos artistas pintaban cuadros y otros hacían caricaturas a los turistas por unas monedas. Sue guio entre la gente a Jaime para enseñarle su nueva y flamante tienda de productos eróticos. El gran supermercado del amor de la perversión, como la llamaba ella. Cuando se acercaron, un joven moreno y delgado de aspecto bohemio y con una espesa barba estaba sentado enfrente de la puerta, bosquejando con rapidez al carboncillo a una joven delgada y etérea que curioseaba dentro. Anido hizo varias fotos con la Canon: no quería que se le escapara aquella imagen tan hermosa. En aquellos momentos era cuando más se acordaba de la maldita inspectora Negro… y de su cámara desaparecida.

Cuando entraron en Pink and Roses, Jaime miró a su alrededor, totalmente fascinado.

—¿Esta es tu nueva tienda? Joder, Sue. Qué maravilla. Es… no sé qué decir. Mi inglés no es tan bueno para expresarlo en su justa medida…

—Gracias, Jaime. Es preciosa, lo sé. El fruto de muchos años de esfuerzo. Ven, vamos al almacén. Está justo en la parte de atrás. Tengo que coger unas cosas para la fiesta de esta noche.

—Espera, déjame echar un vistazo. Me encanta aquel conjunto de ropa interior negra. Si no te importa, me gustaría llevárselo a una amiga de regalo…

—¿Una amiga? Jaime. Qué interesante. —Sue adoptó un tono falsamente cotilla, aunque sin duda estaba algo molesta—. No me digas que ya estás saliendo con alguien en Coruña… ¿Vas en serio con ella? Cuéntame, venga. No me cuentas nada.

Jaime se acercó al conjunto de puntillas y liguero negro sin contestar a la pregunta de Sue. Era una delicia. A Lúa le iba a encantar, seguro. Se podía morir si la veía así vestida, por decir algo. Al lado de la ropa interior había un conjunto de bolas chinas, dildos y consoladores de extrañas formas y colores vivos. Más lejos, la colección de fustas de cuero y palas de azotar, mordazas, pinzas… todo realizado con un aspecto retro y exclusivo absolutamente tentador. La tienda estaba decorada con papel pintado suntuoso, de color granate, blanco y negro. Una joven atendía a los clientes vestida de negro, con un apretado corsé y zapatos de tacón de aguja bajo las medias de rejilla. Sue lo había diseñado todo, hasta en el último detalle de los productos. Salvo los conjuntos de ropa íntima, en cuya creación había participado Stella McCartney por petición suya. Todo era exquisito y cuidado. El aroma de flores frescas y la música chill-out acompañaba a los compradores en aquella especie de supermercado del sexo perverso.

El almacén estaba situado en la parte de atrás de la tienda, en una callejuela muy estrecha de Covent Garden. Tras cruzar, Sue marcó la contraseña para quitar la alarma y dejó pasar a Jaime delante de ella. Dentro había dos operarios colocando palés llenos de bolsas de plástico.

—Ven. Mira. —Sue cogió a Jaime de la mano y lo llevó hacia una puerta de metal que estaba escondida.

Al atravesar la puerta, Anido vio un vestidor gigantesco. Estaba lleno de trajes de estilo imperio, de fino algodón transparente; levitas de terciopelo, pantalones de Sans Culotte, túnicas, sandalias de tiras, botas altas, sombreros con escarapelas… un sinfín de disfraces que reflejaban los tiempos revolucionarios a la perfección. También vio unos maniquíes con miriñaque, corsé y pelucas empolvadas. Cogió su cámara y se puso a hacer fotografías al momento.

—¿Qué te parece? Es la ropa que he diseñado para la fiesta de hoy. En un rato vienen a llevárselo todo para Garlinton Manor. Estaba un poco harta de las fiestas de látex y de las máscaras negras. No podemos repetir siempre el mismo patrón, es aburrido y la gente acaba cansándose.

—¿Qué me parece? Impresionante. Tienes un gusto exquisito, Sue. Y gran imaginación. Y estás muy buena, además.

Anido la besó y la abrazó. No le había dicho nada del mensaje de Javier Sanjuán sobre el asesino de Patricia. Esperaría a después de la fiesta. No quería de ninguna manera preocuparla más de lo que estaba ya.

Cuando salieron del almacén, no repararon en los ojos azules del joven pálido de pelo largo y oscuro que llevaba aún sus bártulos de pintura bajo el brazo. Durante un segundo eterno fulguraron, extraños, sin apartar ni un segundo la mirada de Sue.

* * *

«Jaime, joder. Vuelve. Tú eres el especialista en este tipo de cosas». Lúa suspiraba con desesperación delante del ordenador, teléfono en mano. Había llamado a la inspectora Valentina Negro y ni siquiera le había cogido el teléfono. Esa zorra se creía que iba a esperar a la rueda de prensa del lunes para enterarse de las novedades del caso. Se iba a enterar de lo que valía un peine. Había decidido filtrar las fotos de Lidia a la revista que más dinero le ofreciese. Pero ninguna publicación quería enseñar aquellas instantáneas: no las iban a comprar sin verlas —y Lúa no quería que las vieran y estropeasen la exclusiva— y además, había un código deontológico que era necesario respetar. No era necesario mostrar el cadáver de la chica, podía resultar un trauma para la familia y la consiguiente denuncia posterior, por supuesto.

Solo le quedaba un semanal de reciente creación que trataba todo tipo de crímenes sin demasiados escrúpulos, Caso Abierto. Aquella revista no le hacía demasiada gracia. A veces eran peores que un tabloide británico, pero se decidió sin pensar demasiado en las consecuencias. Buscó el teléfono en la agenda de un antiguo amigo que trabajaba de redactor en la publicación. Fito Peláez. Hacía un par de años que no se veían… pero bueno. Había que probar. No iba a perder nada.

Marcó el número. En unos segundos contestaba una voz grave y masculina que sonó engolada a través del teléfono.

—Lúa Castro. Benditos los oídos…

—Fito, hombre. Veo que no has borrado mi teléfono.

—¿Cómo voy a borrar el teléfono de la redactora más sexy de toda España? ¿Estás de broma? ¿Cómo te va? Cuéntame. ¿A qué debo el honor de tu llamada? —Se notaba que su alegría era sincera.

—Mira que eres zalamero… Nunca vas a cambiar, Fito. —Lúa no pudo evitar sentirse halagada, por más que ella creyera que, en efecto, era la periodista más sexy, con diferencia—. Si me lo permites, voy a ir directa al grano: ¿cómo pagáis las fotos de exclusivas?

—Depende del tipo de fotos, claro. Creo que la cosa no está demasiado bien. Si me vas a ofrecer un top-less, me temo que los pagan bien poco. Lo mismo si se trata de algún cuerpo despedazado en la vía del tren. Eso ya no se cotiza casi nada.

—¿Top-less? Estás de broma. Hay varias fotos, aunque no son mías exactamente. Son de Jaime Anido. ¿Te imaginas a Anido fotografiando pechos en la playa?

Fito rio con fuerza.

—Ese pedazo de cabrón. Anido. Es una pena que se haya ido a vivir a Coruña. Si siguiera de paparazzi le iría muchísimo mejor. Es uno de los mejores reporteros gráficos que he conocido nunca. Lo que ocurre es que es un vago impresionante… Y encima tú y tus malas influencias. ¿Qué tal le va?

—Jaime está en Londres, con un encargo. Ya sabes que tiene allí muchos contactos. Por eso te llamo yo. Las fotos son totalmente exclusivas. No las tiene nadie, que yo sepa. No es que sean gran cosa en cuanto a calidad, pero se ve perfectamente lo que hay.

—Estoy ansioso por saber de qué se trata. ¿A qué viene tanto misterio?

—Son las fotos del cuerpo de Lidia Naveira, la chica asesinada el otro día. Te aseguro que son dignas de ver, por decir algo. No tienen nada escabroso, te aviso. Ni sangre ni vísceras, ni similares. Pero son, te repito, dignas de ver.

—Joder. Qué fuerte. —Fito silbó con admiración—. ¿Cómo las conseguisteis? Imagino que estaría todo lleno de maderos, y la zona, acordonada.

—Jaime lleva siempre dos cámaras. De todos modos, nos pillaron con las manos en la masa. Le quitaron la cámara con la que suele trabajar. Pero la de bolsillo… ya me entiendes, ni se les ocurrió pensar que había otra… —La voz de Lúa traslucía un leve deje triunfal.

—Lo que me estás contando me encanta, Lúa. Espera un momento. Voy a hablar con la jefa suprema a ver qué me dice. Te llamo en unos minutos. No se te ocurra moverte de ahí.

Al cabo de unos minutos que a Lúa le parecieron interminables, sonó el móvil.

—Lúa. Sí, mi jefa las quiere. Dice que está todo muy parado y nos va a venir bien una inyección de morbo en vena. Si puedes mandar una… para ir haciendo boca… es que hoy por la tarde mandamos todo a imprenta y habría que escribir el reportaje también…

—Vale, os mando las fotos, pero por supuesto, me las pagáis ya. No voy a mandar una muestra para ver si os gustan o no.

—Lúa, no seas borde, mujer. Por supuesto que te las van a pagar. No te preocupes por el dinero. Te las compramos. Todas. Luego te llama la jefa y acordáis el precio.

—Perfecto. Dame tu correo. Te las mando en unos segundos. ¿Cuándo van a salir?

—El lunes por la mañana en todos los quioscos.

—Perfecto. Me viene bárbaro. Me encanta, Fito. Eres un cielo. De lo que no hay.

—A mandar, Lúa Castro. A ver cuándo te pasas por Madrid. Nos tienes muy abandonados.

—En cuanto el jodido de mi boss me dé el mes de vacaciones que me debe, me tienes por ahí… Por cierto. No filtréis las fuentes. Si se entera mi jefe de que tengo esas fotos me cruje por completo. No se las he dado porque sé positivamente que en La Gaceta nunca se iban a publicar. Venga, Fito. Muchas gracias. Llámame para comentarme si te gustan… eso sí, te aviso. Son fuertes, cuando las veas vas a flipar, tío. Luego me cuentas.

Lúa envió toda la serie de fotografías de la escena del crimen. Ya estaba hecho. El lunes saldrían a todo color las fotografías en la revista. Y el lunes era el día de la rueda de prensa. Se iba a enterar la inspectora aquella…

Un rato después estaba preparándose un té rojo orgánico en la cocina cuando sonó de nuevo el teléfono. La voz excitadísima de Fito había subido de volumen, pasando de la gravedad de barítono casi a la de una soprano en pleno éxtasis musical.

—Lúa. Qué fuerte. Pero qué pasada. Lo del cuadro… es una pasada auténtica. Es casi igual. Hasta las plantas del estanque. ¿Por qué no me lo dijiste desde el principio?

—¿A qué cuadro te refieres?

—Al de Ofelia, de Millais. ¿No os habíais dado cuenta?

—No tengo ni la más remota idea de qué estás hablando. ¿Ofelia, de Millais? ¿Qué quieres decir? No soy una gran aficionada a la pintura, vaya.

—El cadáver está vestido y colocado como en el cuadro de Ofelia, Lúa. Búscalo en internet y verás. Es una imitación brutal y morbosa. Esas fotos tuyas son una verdadera bomba, Lúa Castro.

—Me dejas helada… —Lúa se quedó pensativa, considerando cómo afectaba eso a la investigación policial—. ¿Y los de la pasma ya lo sabrán? Me refiero a que… ¡el puto psicópata está peor de lo que parecía! Joder. ¿Cuánto crees que pueden valer las fotos? Yo no tengo ni idea de lo que suele pedir Jaime por ellas…

—Dame el teléfono de Jaime y lo llamo ahora mismo.

—Mejor hablo yo con él y le pregunto. Te llamo en cuanto sepa algo. Y muchísimas gracias. Te lo agradezco mucho.

—Gracias a ti, Lúa. No sabes el favor que acabas de hacernos.

«Y tú a mí, Fito. Y tú a mí. No lo sabes bien. Mañana la edición va a romper, vamos a merendamos a todos los demás con el suplemento especial: “Brutal asesinato de una joven para recrear un cuadro famoso”», pensó. Buscó en internet, como le había indicado su colega. Era cierto: allí estaba Ofelia, flotando entre las aguas con toda la languidez del mundo, semiahogada y cubierta de flores. Entonces entendió tanto misterio a la hora de filtrar información. La policía no quería que trascendiesen los detalles de la escena del crimen. Porque aquello, sin duda, era la noticia del año. Una imagen impactante: el cuadro en primera plana, al lado de la foto de Lidia. Lúa ya estaba viendo los titulares del domingo de La Gaceta de Galicia ante sus ojos chispeantes de emoción. «La Policía Nacional pide ayuda a un famoso criminólogo para resolver el caso del asesino del cuadro». A la gente le encantaba aquel tipo de noticias, llenas de morbo y suspense. Y ella estaba dispuesta a darles todo eso hasta que reventaran.

Antes de correr hacia la redacción, Lúa llamó a Jaime, emocionada. Quería contarle lo del cuadro, la recreación y la bomba informativa del domingo. Y lo de sus fotografías, que saldrían el lunes como absoluta primicia y le iban a proporcionar un buen dinero.

Pero el teléfono estaba apagado o fuera de cobertura.

«Serás hijo de puta… Cuando vuelvas, te voy a cortar los huevos, Jaime Anido», su enfado, aunque contenido, iba en aumento.

Le entraron ganas de lanzar el puto móvil por la ventana.