Anido se tomaba el té Earl grey con leche mientras Sue encendía el iMac en su despacho. Admiró la nueva casa de su amiga: decoración exquisita, muebles de anticuario, grandes maceteros con buganvillas, potos e hibiscos, una pecera inmensa. Pero lo mejor era la luminosidad y la paz que se respiraban allí dentro. A través de las cortinas pudo ver el parque privado lleno de sauces, robles, acacias, plátanos y enormes rosas blancas sobre el césped perfectamente regado. Era como estar en el paraíso. En alguna parte a lo lejos se escuchaba un piano tocar música de Juan Sebastián Bach.
—Ven, mira. Aquí tengo los anónimos que hemos recibido. Espera. Te los imprimo para que puedas verlos mejor.
La impresora escupió, silenciosa, dos folios casi al instante. Anido dejó de mirar los extraños peces de vivos colores que nadaban con parsimonia entre pequeñas rocas y algas, que lo habían casi hipnotizado, y se acercó a la mesa blanca de despacho. Cogió los folios y leyó en alto el contenido de la primera hoja:
«Si deseáis el fuego en la carne para morir de goce, entonces yo seré vuestro más ferviente siervo y haré realidad vuestros deseos más ocultos… ¡Cuidado, esnobs y degenerados, que el tiempo de rendir cuentas se acerca…!».
—¿De dónde coño ha salido semejante delirio? —Anido miró a Sue con cara de preocupación—. ¿Qué fecha tiene esto?
—Lo recibí en febrero de este año. Poco después de la muerte de Patricia.
—Joder, qué fuerte. «Si deseáis el fuego en la carne…». Parece la obra de un trastornado religioso. De uno de esos puritanos que mataban a las brujas en Salem. Un miembro de la Santa Inquisición.
—Lee el otro. Es todavía peor. —Los ojos verdes de Sue reflejaban el mismo pavor que el mismo día en que los leyó por vez primera.
«Si valoráis la vida entonces tened cuidado, pues tanta perversión se merece el castigo más refinado y la venganza más cruel… Es cierto que la especie humana está sobrevalorada, y vosotros sois la prueba de que la muerte de muchos apenas cuenta, y la de unos pocos es más bien un beneficio que los hipócritas nunca reconocerán.».
—Joder, joder. «¡La muerte de muchos apenas cuenta… la de unos pocos es más bien un beneficio…!». ¿Tú qué crees que significa? —preguntó desconcertado Anido.
—No tengo ni idea. Pero resultan claramente amenazantes. Todavía más tras el asesinato de Patricia. Además, los mandaron al correo de la hermandad. Yo te digo que es alguien de dentro. Alguno de los nuestros. Nadie de fuera conoce ese correo. O por lo menos, nadie debería…
Jaime se quedó un rato en silencio.
—El inspector Evans me ha enseñado fotos del crimen, Sue. No puedo quitármelas de la cabeza. A Patricia la violaron y torturaron brutalmente. Y luego hicieron una especie de recreación literaria con ella. Le separaron la cabeza del cuerpo…
Sue lo interrumpió. No quería más detalles.
—Lo leí en la prensa. Drácula. En Whitby. Salió en todos los periódicos. Gracias a Dios no salieron las fotos, pero la descripción del hallazgo del cuerpo sí. Y me pasé la noche siguiente sin pegar ojo.
—He visto las fotos del cuerpo, Sue. Decir que eran macabras era quedarse corto. La habían decapitado, le clavaron una estaca en el corazón, le llenaron la boca con cabezas de ajos… pero lo peor era que estaba totalmente maquillada, vestida con un sudario… parecía una muñeca de cera.
Sue cortó con un gesto la descripción de Anido.
—Prefiero no saber más, Jaime. Bastante aterrorizada estoy con todo este asunto como para saber los detalles del asesinato con pelos y señales.
—¿Esos son los únicos anónimos que has recibido?
—Que yo sepa, sí. No sé si alguno de los otros miembros también ha recibido algo, pero si ha sido así, no me lo ha comunicado nadie. De todos modos, hace meses que no nos reunimos. Ahora sabes el porqué. Decidí pasar una temporada tranquila hasta que se calmaran las cosas. Tenía miedo de que la investigación policial nos tocase las narices. Pero por ahora no parece que hayan encontrado una conexión directa entre Patricia y la hermandad.
—Es cuestión de tiempo, Sue. El inspector Evans sabe que existe algo llamado El Ruiseñor y la Rosa. Pero no sabe lo que es. Alguien se lo sopló en algún garito y tiene curiosidad por enterarse del asunto. A mí me preguntó si tenía alguna idea del asunto. Yo lo negué todo, está claro.
Sue sacudió la cabeza con amargura.
—Todo esto nos hace mucho daño. Hay muchos miembros que lo que menos desearían sería tener a la policía husmeando en su vida privada. Las investigaciones de asesinato no dejan títere con cabeza, Jaime.
—Es cierto. Quizá lo mejor sería disolver la hermandad por una temporada.
—¿Disolver la hermandad? Eso jamás. Eso que ni se te pase por la cabeza. No hacemos nada malo ni ilegal. Solo pasarlo bien a nuestra manera. Además, como ya ha pasado bastante tiempo desde los anónimos… —La expresión de Sue se transformó en un mohín de alegría contenida—. Tengo que confesarte que he programado una fiesta en Garlinton Manor para mañana por la noche. Una fiesta de disfraces. Aprovechando que estás aquí, claro. Tenemos que volver a nuestra rutina, Jaime. Me niego a que un loco nos joda la vida a todos nosotros.
—Sue, esto es una locura. Si el asesino de Patricia es un miembro de la hermandad, corremos todos un grave peligro. ¿No te das cuenta? Deberíamos empezar a buscar entre nosotros al sospechoso. Analizar uno por uno. Contárselo a la policía.
—Olvídalo, Jaime. Olvídate de la policía. Si se lo cuentas a la poli te expulsaré yo misma de inmediato. Por no hablar de que te granjearás un montón de enemigos poderosos. —Sue lo envolvió en un abrazo cálido y manipulador, era como una gata ronroneante pegada a su espalda—. No te tortures más. Hoy es día de pasarlo bien. Y mañana. Especialmente mañana.
Sue le acarició amorosamente el cabello, revolviéndoselo. Luego empezó a masajearle las cervicales con sensualidad. Jaime se rindió casi al momento.
—Y luego nos iremos de compras. Aún me faltan varios detalles importantes para la sesión… Tu ropa, por ejemplo. Esta que llevas no me gusta demasiado… no es adecuada en absoluto.
Ella le desabrochó muy lentamente los botones de la camisa blanca de algodón, dejando a la vista el pecho masculino lleno de vello gris. Él la agarró de los brazos con fuerza y la atrajo hacia sí, sentándola a horcajadas sobre su regazo. Desde que la vio acercarse en King’s Cross con aquella falda negra de pantera viciosa y las medias de rejilla no pensaba en otra cosa que en follarla salvajemente.
Sue notó la erección del fotógrafo y se subió la falda elástica todavía más hacia la cintura, para dejar al descubierto sus piernas duras y blancas y el carísimo liguero negro. Arqueó la espalda, mostrándole el escote mientras su mano bajó hacia el pene para liberarlo de los pantalones. Sabía que aquella era la mejor forma de calmar a Jaime, hacer que olvidara su pulsión de correr hacia la policía y contar lo de la hermandad y los anónimos. Ella misma dirigió el miembro, totalmente duro, hacia su sexo. Cuando él la penetró, Sue gimió de placer abiertamente. Hacía demasiado tiempo que no follaba con Jaime, pensó. Le mordió la oreja y luego el cuello. Le agarró el pelo corto y plateado y tiró de él hacia atrás mientras cabalgaba, susurrando en su oído todo tipo de palabras perversas. Luego paró, de repente, cuando notó que él estaba a punto de correrse. Lo miró a los ojos. Anido estaba sudando, casi fuera de sí por completo.
—Vamos al dormitorio. Allí estaremos bastante más cómodos. Además, tengo varios juguetes nuevos que te van a parecer muy interesantes…
* * *
Lúa estaba encantada de la presteza con que la editorial le había facilitado el móvil de Sanjuán. No le había costado más de un par de llamadas a Barcelona y ya lo tenía en su poder.
—Hola. Buenas tardes. ¿El señor Javier Sanjuán, por favor?
—El mismo. Dígame.
—Soy Lúa Castro, periodista de La Gaceta de Galicia. Llevo el caso de Lidia Naveira, la chica asesinada. Me gustaría saber si podría hacerte una entrevista, fotos, todo eso. Tengo un especial para este domingo y me resultaría de mucha ayuda tu opinión… El asesinato desde el punto de vista de un criminólogo interesará muchísimo a los lectores. Sería muy importante para mí.
—No tengo ningún problema. Al revés, estaré encantado. Siempre y cuando me permitas hablar de mi nuevo libro en tu entrevista… —Sanjuán rio su propia broma. Su voz sonaba jovial y cercana, mucho más que en televisión, pensó Lúa.
—Por supuesto que sí. ¿Estás aún en La Coruña?
—Sí, estoy en La Coruña. Tienes buenas fuentes, Lúa Castro.
—¿Cuándo te vendría bien entonces? ¿Hoy sería demasiado tarde? No quiero molestar, es que el especial sale el domingo y mañana por la noche tengo que tenerlo completamente acabado.
—En absoluto. Hoy a última hora estaré totalmente libre. Estoy alojado en el Hotel Meliá. Sobre las ocho y media si quieres será perfecto. Avisáis en recepción, por ejemplo. O me llamas al teléfono.
—Perfecto. Gracias de verdad.
Javier encendió un Winston. Era jueves. Y era cierto, estaba totalmente libre. Algo, en verdad, un poco deprimente. Valentina Negro no le había llamado y, a fuerza de ser sincero, eso le había dolido. Pero siempre podía llamar a Raquel…
* * *
Lúa llamó a Jaime, pero el teléfono daba continuamente apagado o fuera de cobertura. Mierda. Tenía que contarle lo de Sanjuán. Tenía ganas de hablar con él. Lo echaba de menos. Y tenía también que consultarle el destino de las fotos de Lidia. Cada vez estaba más convencida de que no podían quedarse durmiendo en un cajón, ya que la inspectora Negro no parecía por la labor de contarle nada. Nada en absoluto. Ni una llamada. Esperaría al día siguiente y la llamaría ella. Iba a darle una oportunidad. Solo una. Luego, ya lamentaría no haberse esforzado un poco, cuando las fotos estuviesen en boca de todo el país. Bueno, ya la llamaría Anido cuando pudiese. Miró el reloj Casio que le había regalado su sobrina. Eran las siete de la tarde. Tenía que terminar una plana y saldría con su becario a hacerle la entrevista a Javier Sanjuán. Y tenía también que pensar en las preguntas que iba a formularle. Iba a salirle una entrevista casi sin preparar. «Hay veces en que este oficio es una mierda», se dijo.
* * *
Jaime se levantó muy despacio y encendió el teléfono. El sonido de tres mensajes rompió el silencio que reinaba en la casa mientras Sue dormía a su lado, desnuda y envuelta en la resbaladiza sábana de satén de color negro. Dos eran llamadas perdidas de Lúa, y un tercero, un mensaje de texto en el que le pedía que la llamara, solo dos minutos antes. Se deslizó silenciosamente al enorme salón y cerró la puerta para no despertar a la mujer que, inquieta, había dado una vuelta en la cama, liándose todavía más con la sábana. Abrió la ventana para que pareciese que estaba en un lugar con mucho ambiente. El ruido de los automóviles y de conversaciones que aparecían y se desvanecían en un segundo invadió la sala. Anido llamó a Lúa mientras observaba los negros nubarrones que se cernían sobre Londres y el ocaso ensombrecía los edificios de ladrillo de estilo eduardiano que podían verse detrás del jardín.
—Lu. Hola, guapa. ¿Cómo estás? ¿Pasa algo?
La voz de Lúa sonó apurada, un tanto cabreada, quizá.
—Jaime, benditos los oídos. No, no pasa nada. Estoy preocupada, eso es todo. De todos modos, quiero preguntarte una cosa.
Jaime se puso inmediatamente en guardia. Ellos no tenían una relación formal, se lo repetía a menudo. Sin embargo, se sentía algo culpable al estar, de alguna manera, engañándola. Su difunta madre siempre decía que decir una verdad incompleta era peor que decir una mentira… Y él estaba luciéndose con un combinado especial de ambas cosas.
—Dime, Lu. Pregúntame lo que quieras.
—La inspectora Negro no me ha llamado. La muy puta. Quedó en hacerlo. Le dije que si no me pasaba información de primera sobre el caso Naveira no dudaría en vender las fotos de Lidia al mejor postor. Y no ha dicho nada de nada. El lunes hay una rueda de prensa. Vamos, Jaime, que voy a enterarme de lo que pasa del mismo modo que los demás. ¿Qué hacemos? ¿Quieres que contacte con alguna agencia? ¿Alguna revista?
—No te precipites. Calma ante todo. ¿La has llamado tú? No, seguro. —Anido en el fondo sintió un gran alivio. No estaba preguntándole por su estancia allí. Ni por dónde estaba. Aunque, conociendo a Lu, no tardaría en mostrar curiosidad—. Primero habla con ella. A ver de qué pie cojea.
—No, no la he llamado. He estado dándole un tiempo prudencial. Pero ya ha pasado tiempo suficiente, así que…
—Primero habla con ella. Luego, según sea la reacción, me llamas y me cuentas. Si puedes sacarles dinero a esas fotos, hazlo, Lu. Se supone que la policía no debería estar interesada en que el asesino cobrara notoriedad. Si esas fotos salen a la luz, el impacto va a ser brutal. No sé hasta qué punto es honesto hacer algo así, hostia. La familia va a quedar totalmente traumatizada…
—Jaime, las fotos las has sacado tú, coño. De todos modos, ahora tengo que dejarte. Voy con Jordi a hacerle una entrevista a Javier Sanjuán, el criminólogo. El que sale en la tele, vamos. Voy a preguntarle por el caso de Lidia. Es una casualidad que esté justamente en Coruña estos días…
—¿Sanjuán, el de los asesinos en serie? ¿Lo vas a entrevistar? ¿Ahora? —Jaime pensó rápido. No le dio tiempo a sopesar la decisión, la tomó en unos segundos—. Dale mi teléfono, dile que me llame, por favor. Necesito hablar con ese hombre.
—¿Con Sanjuán? ¿A santo de qué tienes tú que hablar con Sanjuán? ¡No te habrás metido en algún lío, Jaime! Te conozco, estás raro. Estás muy raro desde lo del asesinato de Lidia. Y ese viaje a Londres tan precipitado… joder, tío, dime qué pasa para que quieras hablar con Sanjuán. Estás preocupándome todavía más…
—Te lo prometo, te lo contaré todo más tarde. Ha habido un asesinato. Han matado a una gran amiga mía, una colega muy querida de cuando estaba yo viviendo aquí. No quise contártelo antes para no preocuparte. Además, no la conocías. Ha sido algo horrible. La policía está totalmente perdida. Por eso quiero hablar con él, por si puede arrojar alguna luz…
—Serás hijo de puta… te vas a Londres por el asesinato de una amiga y me dices que vas por trabajo… ¡cabrón!
—Lúa, coño. Me acabo de enterar de lo del crimen, joder. No vamos ahora a ponernos a discutir por esto, bastante tengo ya.
—Tengo que irme a la entrevista. Está bien, Jaime. Le diré a Sanjuán que hable contigo. Si es importante para ti, lo es para mí y todo ese rollo. Luego me llamas y me cuentas qué demonios estás haciendo en Londres, si te da la gana, joder. De verdad… esta vez te has pasado cuatro pueblos.
Jaime se quedó con la palabra en la boca, los ojos seguían el recorrido acuático de un pez Neón blue tux de colorido fascinante que se escondió lentamente de su vista detrás de una roca negra.
* * *
Raquel Conde salió de la ducha y se envolvió en una enorme y suave toalla blanca. Había quedado a las diez de la noche, tenía tiempo de sobra para prepararse. Le esperaba una noche de jueves verdaderamente emocionante. Cena, champán francés, ostras… Nada que ver con las tristes noches de viernes con su exmarido. Todo el maldito día en la sede del partido. Y luego, cenar con aquellos brutos de los sindicatos y los concejales de los pueblos: algunos parecían salidos de una película española de los setenta, con sus Mercedes horteras, las farias y los copazos de whisky Dyc. Gracias al cielo aquellos tiempos ya habían terminado. Su vida había cambiado, y su trabajo también. Solo faltaba ganar aquel caso para la inmobiliaria y sería todo perfecto. Luego, en agosto, podría irse a Cuba a pasar una semana. Se quitó la toalla del pelo y lo cubrió de crema protectora para el calor. Cuando estaba cogiendo el secador del armario blanco de Ikea sonó su teléfono móvil. Mierda. Se le iba a secar el cabello al aire.
—¿Raquel? Soy Javier. Hola. —Una pausa incómoda—. ¿Cómo estás?
Raquel sonrió. Lo sabía. Sabía que Javier iba a caer en la tentación. No había podido evitarlo. Era una noche de jueves perfecta, pero con aquello el fin de semana se acercaba a la matrícula de honor.
—Hola, Javier. Qué alegría me das. Pensé que no ibas a llamarme antes de marchar…
—Se me ocurre invitarte a cenar esta noche, si no tienes otro plan, por supuesto.
—Oh, vaya. Qué pena. Sí, tengo otro plan. Precisamente hoy. Y no puedo posponerlo de ninguna manera. Es un plan… ¿cómo decirlo? De trabajo fundamentalmente. Lo siento, de verdad. Tenías que haberme avisado antes. Pero podemos quedar otro día, si te parece.
—¿Qué tal mañana por la noche?
—Mañana por la noche no tengo nada, creo. Así que sería una idea fantástica. De todos modos, te mando un mensaje. Si me surge algo, te aviso con tiempo para que hagas otros planes.
—Reserva tú algún restaurante. Yo no tengo ni la más remota idea de adónde ir. Salvo el bar del hotel, por supuesto. —La voz de Sanjuán traslucía entusiasmo y alegría al mismo tiempo, lo que no pasó desapercibido a los oídos y al ego de Raquel.
—Perfecto. Te recojo sobre las nueve, si te parece. Podemos dar una vuelta antes de cenar.
—Será genial. Puedes enseñarme sitios remarcables de la ciudad.
—No te preocupes. Soy la reina de los sitios remarcables, ya lo sabes. Y ahora te dejo, con gran dolor de mi corazón. Tengo que vestirme. Acabo justamente de salir de la ducha hace un minuto. Nos vemos mañana.
Javier notó que su corazón latía de forma apresurada, bombeando sangre y endorfinas a toda velocidad. Encendió un cigarrillo para templarse un poco. «Segundas partes nunca fueron buenas, Javier, lo sabes». Pero no podía contenerse: Raquel había sido durante años el amor de su vida, la espina clavada. No era demasiado inteligente por su parte liarse de nuevo en la red de una sirena que lo había dejado tirado como una colilla. Era perfectamente consciente de que Raquel había inaugurado su carrera de desastres consecutivos y matrimonios fallidos a lo largo de su vida. Quién sabía si el destino lo había llevado a Coruña para paliar, de alguna manera, todo aquel desaguisado que había constituido su experiencia amorosa durante tanto tiempo.