[capítulo 33]: Avanza la investigación

Jueves, 10 de junio, Londres, King’s Cross

Sue Crompton esperaba con ansia la llegada del tren rápido de York. Era ya la una de la tarde y King’s Cross bullía de gente que entraba y salía sin solución de continuidad. Unos se dirigían a sus trabajos. Otros engullían con rapidez un sándwich o una salchicha. Muchas maletas, turistas encantados de estar en Londres, el sempiterno griterío de españoles e italianos llenos de excitación, el desfile de japoneses con sus cámaras incansables disparando cualquier escena susceptible de ser inmortalizada. Sue notaba las miradas de muchos de los turistas clavadas en su atuendo y en su culo. Se sintió bien. Y se sintió todavía mejor cuando la voz de la estación anunció la llegada del tren. Sue estaba muy excitada ante la perspectiva de volver a ver a su gran amigo español. Se preguntó cómo se tomaría el cambio de vida que había experimentado en el último año. Seguro que Anido no tenía demasiada idea de cómo había evolucionado la existencia de Sue Crompton desde que él había vuelto a España.

Los negocios le iban fantásticamente bien: era la dueña de las tiendas de lencería y juguetes sexuales más famosas de todo Londres. Pink and Roses se había convertido en un mito para todos los amantes del buen gusto y la elegancia en un tema que siempre corría el riesgo de caer en el más absoluto despropósito. Había arriesgado y había ganado. Sus tiendas eran un goce para los sentidos. Nada de enormes miembros erectos de látex, cabinas oscuras llenas de personajes siniestros, mordazas malolientes de caucho… todo era de una exquisitez y una perversidad que resultaba atrayente para muchas personas que jamás hubiesen pisado una sex shop como las que solían abundar en el Soho. Sue había tenido una idea innovadora, que era la de convertir una tienda de artículos sexuales en un lugar digno de una novela erótica, un castillo de Roissy en el corazón de Covent Garden. Había conseguido recuperar con creces todo el dinero que había invertido. Pensaba ya en exportar la idea a París y a Berlín, lugares en donde la demanda por internet estaba superando lo inimaginable.

Los ojos verdes, felinos, y la piel de porcelana no pasaban desapercibidos en la estación. Los tacones negros, las medias de rejilla y la falda a juego de tubo ajustada con estampado de leopardo, tampoco. Jaime no necesitó más que unos pocos segundos para detectar la presencia de su amiga entre el montón de gente que esperaba a sus seres queridos. Agitó la mano libre para hacerse ver. Estaba más hermosa que nunca, era como una fantasía desatada de don Juan. Ella se acercó corriendo, tocándose el pelo teñido de negro carbón en un gesto coqueto, el rostro iluminado de franca alegría.

—¡Jaime! Cómo me alegro de que estés aquí.

Lo miró y lo abrazó, aferrándose a él como una serpiente, con fuerza compulsiva. Anido logró separarla un momento para dejar la mochila en el carro. La miró de arriba abajo.

—Qué guapa estás, Sue. Has engordado. Te sienta bien.

—Tú también has engordado, cabrito. También te sienta bien. Venga. Vámonos. Tengo mucho que contarte. ¿Dónde vas a alojarte?

—En el Royal National Hotel.

—¿Qué? ¿En ese antro? Eso es algo verdaderamente trágico —Sue puso cara de incredulidad—. Ni de broma pasas una noche ahí. Llama y cancela la reserva. Vas a venir a mi casa nueva. Está a cinco minutos, en Bloomsbury. Hay habitaciones de sobra para un regimiento.

Anido abrazó a Sue de nuevo.

—De Ealing Common a Bloomsbury. El cambio no está mal… De verdad. Estás espectacular. Me has dejado boquiabierto. ¿Te has casado con el primer ministro o algo parecido?

—¿Te acuerdas de aquella tienda de juguetes eróticos que iba a montar?

—Perfectamente. ¿Cómo no voy a acordarme? Menuda locura te dio…

—Bien. Al final la monté. Y ha tenido mucho éxito. Y mejor no te cuento lo del dominio de internet. Una verdadera pasada.

—No me has contado nada… Me tienes totalmente desinformado. Por no hablar de lo de Patricia. No tienes perdón, Sue. —Jaime la miró con ojos de reproche—. Y tampoco lo de la hermandad. ¿Qué está ocurriendo? Hace siglos que no nos reunimos.

—No quería preocuparte. Pero la cosa ha estado bastante fastidiada.

—No querías preocuparme. Bien. ¡Joder, Sue! Algún día iba a acabar enterándome, ¿no te das cuenta? Tarde o temprano iba a volver a Londres. No podías estar escondiéndome los problemas toda la vida. Y menos algo tan grave, joder.

—Deja de reñirme y vamos a mi casa. —Sue hizo con sus labios un mohín delicioso—. Allí te enseñaré lo que pasa en realidad. No es cuestión de ir contándolo por la calle. Tengo el coche en el parking. Ahora llamo yo al Royal National para encargarme de lo de tu reserva. Tengo un amigo filipino entre los recepcionistas que me lo arregla en un minuto. Y sin recargo, verás. Sigue gustándote el té Earl grey, ¿verdad? Tengo uno que me han traído de la India que te va a encantar.

* * *

Se acababa la tarde del lunes en La Coruña, y Valentina Negro se reunió en la sala de la comisaría desde donde se dirigía la operación Cisne Negro con Velasco y Bodelón. La inspectora saludó, se sirvió un café descafeinado en la máquina que estaba en una mesa auxiliar, junto al depósito de agua, se sentó y se aprestó a seguir con el trabajo. De manera refleja, se recogió la espesa melena negra en una coleta con la goma del pelo que llevaba siempre en la muñeca, al lado del reloj Nike.

—Bueno, chicos, ¿qué tenemos? —preguntó.

Velasco le dio una carpeta con la palabra «Mendiluce» escrita con trazos gruesos.

—Aquí lo tiene, inspectora. Pedro Mendiluce en todo su esplendor —dijo Velasco.

Una serie de fotografías mostraban a un hombre alto, de unos cincuenta años bien llevados, elegante, pelo blanco, largo y poblado. Los ojos enormes, claros y separados, como los de una lechuza. Chaqueta cruzada de marinero. En compañía de políticos importantes y altos cargos del gobierno de Galicia. Una instantánea de paparazzi lo mostraba tomando el sol en su enorme yate en compañía de una espectacular rubia, veinte años más joven. Todo muy glamuroso.

—Mendiluce es la versión «Coruña» de Flavio Briatore —dijo Bodelón—. Junto a sus negocios oscuros, una de sus fachadas legales es SOTMEN Inmobiliarias.

—¿Qué es exactamente SOTMEN Inmobiliarias? —preguntó Valentina.

—Es una de las pocas inmobiliarias coruñesas a las que no parece haberles afectado la crisis, inspectora —explicó Velasco—. Los dueños son dos socios de aquí, Luis de Soto y Pedro Mendiluce. Pero Mendiluce tiene muchos más negocios que los inmobiliarios. Los legales son muy rentables: parques eólicos, importación de pescado, industrias químicas… todo lo que dé dinero. Es uno de los patrocinadores de la feria taurina coruñesa, creo que quiere traer a toda costa a José Tomás.

—Ya veo… —musitó Valentina—. Bien, mañana tendré el gusto de conocerlo. He concertado una cita con él.

Los dos subinspectores levantaron las cejas con curiosidad, y la inspectora continuó.

—Esta mañana, como os dije, he ido a entrevistarme con Sonia García, la becaria de Morgado. Lo que me ha contado ha sido algo… repugnante, por decirlo así, de forma suave. Mendiluce es un degenerado; se dedica a dar fiestas para la jet set de Galicia, donde las jovencitas son moneda corriente… Sonia escapó por los pelos de ser violada en una de esas fiestas. Y tenemos el nombre de su lugarteniente: Sebastián Delgado. —Los ojos de Valentina mostraban la excitación de saber que al fin tenían algo sólido en lo que basar la investigación—. Si juntamos esa peligrosa tendencia sexual con el caso de Lidia… ¿qué tenemos?

Los dos subinspectores se miraron y sintieron también una sacudida interior. La respuesta era obvia.

—Tenemos a un hombre acostumbrado a vivir según sus caprichos… y a un esbirro que le consigue lo que desea… —dijo Bodelón—. ¿Es posible que Lidia fuera una de las chicas con las que contactó Delgado, y que algo saliera mal… y…?

Bodelón no terminó la pregunta, que más que a los demás se hacía a sí mismo.

—Exacto —dijo Valentina—. Hay que averiguar si el novio que vio esa vecina era Delgado. O alguien del entorno de Mendiluce. Tenemos que dar a esto prioridad absoluta.

—Mendiluce vive en Mera, en ese caserón imponente que se alza sobre la playa. Consiguió que el paseo marítimo pasase justo por debajo de la casa pero sin tocarle la finca. Es un tipo muy poderoso. Habrá que atarse los machos, inspectora —dijo Bodelón.

—Sí, conozco esa casa —asintió Valentina—. Me encanta. A mi padre y a mi hermano les gusta mucho ir a la playa de Mera, solemos ponernos de ese lado. Siempre me pregunté de quién sería semejante palacio… mira por dónde.

—Y ahora, esto es lo que tenemos en los archivos, en espera de que hablemos con Larrosa, que es quien mejor lo conoce —dijo Bodelón—. Su mujer, una francesa absolutamente forrada de pelas, desapareció hace unos años y no se supo nunca nada más de ella. Mendiluce siempre defendió que se había fugado con un artista muy joven, en una singular despedida a la francesa, claro. Pero hubo, y hay, sospechas muy fundadas de que él fue el que la hizo desaparecer de manera algo «delicada», ya me entiende. Había mucho dinero por medio. Se ha sospechado que la mujer está enterrada en la finca, abonando los olmos y los castaños. Lo malo es que no hay ninguna prueba. Y el juez nunca autorizó a pasar el radar por la finca en busca del cuerpo. Que, por otra parte, pudo ser incinerado o pulverizado, o incluso pudo tirarlo al mar en un saco lleno de piedras…

—Desde luego, habrá que tener cuidado. —Valentina estaba empezando a comprender que Mendiluce no iba a ser un plato agradable de degustar—. No podemos dar un paso en falso, si Pedro Mendiluce tiene ese poder cada cosa que hagamos tiene que estar plenamente justificada. Así, si pisamos algún callo, podremos tapar la boca al político de turno que se queje ante Iturriaga. ¿Está claro?

—Como el agua, jefa —dijo Bodelón—. La policía siempre ha intentado pillar a Mendiluce en un renuncio, pero no ha habido forma humana de hacerlo. Siempre lo tiene todo atado y bien atado. Hubo una temporada en la que lo acusaron de ser el dueño de un prostíbulo de lujo en el que se traían las chicas desde Albania, el famoso El Tacón Negro, ese que se ve desde la autovía. Un asunto turbio de trata de blancas. Pero al final, Larrosa solo pudo meter para dentro a un tal Roland, que cumple condena en la cárcel de Teixeiro. Un francés que parecía tener múltiples conexiones con Mendiluce, pero que se perdían en la nada… como todo lo relativo a ese señor. Lo dicho: creo que ha creado a su alrededor una maraña tan compleja como un laberinto, y coger el hilo adecuado se ha hecho algo casi imposible. Es muy inteligente. Yo diría extremadamente inteligente. De todos modos Larrosa podrá aportarnos más datos cuando venga. La verdad es que siempre le ha tenido muchas ganas.

—De acuerdo. Velasco, ¿tenemos algo del vestido o de las flores de Lidia? —preguntó entonces la inspectora.

—Hemos averiguado que de ese mismo modelo se han distribuido cinco ejemplares en Londres en el último semestre: cuatro de ellos para bodas, y el último para el vestuario de una exclusiva escuela de teatro. Por teléfono se va a hacer imposible interrogar a los compradores. A lo mejor alguna novia, tras la boda, lo ha revendido. O subastado en la red. Es necesario ir a la tienda distribuidora para saber cuál de ellos es el que ha usado el asesino.

—En resumen —continuó—, el vestido, de momento, es lo único que tenemos, además de las flores de látex y plástico que pueden venir de cualquier parte de China.

* * *

Lúa miró con ojos entrecerrados a su becario, que no quitaba las gruesas lentes de intelectual de la pantalla del ordenador mientras comía de una bolsa de Cheetos grasientos con una mano que limpiaba a continuación con un pañuelo de papel, a la vez que con la otra manejaba el ratón de forma rápida y habilidosa.

Ya tenía parte del suplemento del domingo perfilado. Pero le faltaban un montón de detalles. Las fotos, por ejemplo. Y llamar a Valentina Negro. A ver si soltaba la gallina de una vez, la muy cabrona. Cada vez estaba más convencida de que iba a acabar haciendo un buen negocio con aquellas fotos robadas.

—Gafapasta. ¿Qué haces? ¿Mirar a ver si estás en las fotos de la última convención de Star Trek disfrazado de Klingon? ¿Me has pasado ya todas las fotos del entierro de Lidia? No las veo por ningún sitio. El domingo va a salir un especial del asesinato, apúrate, haz el favor. Y no dejes el teclado lleno de mierda. O de aceite. Qué asco. ¿Sabías que todas esas cosas que comes están llenas de grasas trans?

—Tendrás que esperar, mujer explotadora. —Jordi se chupó los dedos ruidosamente y luego los secó en una toallita húmeda que sacó del cajón—. Ahora estoy con la conferencia de Javier Sanjuán de ayer, en el Congreso de Criminología. No te localicé, por cierto. Pensé que al final ibas a acercarte. Estuvo fantástico. Hablaba de la utilización de perfiles criminales para cazar a los asesinos en serie. Puso unas fotos impresionantes. Era como estar viendo Mentes criminales

—¿La conferencia de ayer? Estoy tan obsesionada con el rollo del asesinato que se me pasa todo lo demás. Es cierto, el congreso de criminología… qué cabeza, joder. Pero bueno, para eso te mandé a ti.

—¿No sabías lo de Sanjuán? Está en La Coruña.

—Ya, claro. Si tuvo que dar una conferencia y hay un congreso con señores criminólogos, pues estará en Coruña. Nada nuevo —dijo con cara de fastidio.

—Pero el congreso ya terminó ayer, y yo lo he visto esta mañana paseando por la calle Real. Le pedí un autógrafo para mi colección…

—¿Cómo no me lo has dicho antes, animal? —Lúa se levantó, pensando muy rápido, y dio vueltas alrededor de su mesa de trabajo—. Hay que localizarlo y preguntarle qué opina del caso antes de que desaparezca. Hacerle unas buenas fotos. Dios, estoy totalmente espesa esta temporada… hay que hacerle una entrevista para el especial del domingo… ¿Dónde estará alojado? Voy a llamar a los hoteles. No, espera. Es profesor en la Universidad de Valencia, ¿no? Allí me darán su móvil, fijo. O en alguna de las editoriales de sus libros.

—El último lo tengo yo. La editorial es Aristas, creo. Es una pasada y deberías…

Lúa lo interrumpió mientras se sentaba a buscar el teléfono de la universidad.

—Gracias, gafapasta. Si sigues así acabarás cobrando un sueldo y todo. Te estás haciendo insustituible. Editorial Aristas. Bien. Vamos a conseguir el teléfono de Sanjuán. La entrevista va a quedar de miedo en el suplemento del domingo.

* * *

Valentina subió al coche y se dirigió a su casa. Estaba cansada, pero esperanzada… ¿Sería posible que Mendiluce siguiera con ese negocio aborrecible de jóvenes en alquiler y que Lidia estuviera metida en eso? Pero si se descubría que Delgado era el hombre con el que se veía Lidia… entonces, ¿no parecería lógico pensar que el entorno de Mendiluce podía haber tenido algo que ver con su desaparición y posterior asesinato? Y no olvidemos que Mendiluce era un entendido en arte… Valentina conducía con el piloto automático, totalmente absorta en sus reflexiones. Pero ¿qué sentido tendría matarla de ese modo…? De pronto, como un fogonazo, lo comprendió. Frenó en seco en un semáforo en rojo que estuvo a punto de no ver.

—¡Claro…! ¡Ahora lo entiendo! —dijo en voz alta.

La inspectora, súbitamente, como si asociara su idea a la valoración que pudiera hacer el criminólogo, se acordó de Sanjuán. «¿Qué habrá hecho hoy? No ha dado señales de vida. Claro que yo tampoco, la verdad».

¿Y qué opinaría él de su teoría…?