[capítulo 29]: Reencuentro inesperado

Valentina había quedado con el operativo de Cisne Negro a las seis, porque quería asistir a la conferencia de Sanjuán, que empezaba a las ocho de la tarde. Llegaría con algo de retraso, pero contaba con las pequeñas demoras habituales y la consiguiente presentación del ponente para no perderse apenas nada.

Antes de entrar a la sala de reuniones, donde le esperaban Bodelón, Velasco, López y Garcés, Valentina se acercó al despacho de Iturriaga. El inspector jefe la miró por encima de las gafas y cerró la carpeta con papeles cuando ella entró con grandes zancadas en la habitación. Una vez que se sentó y estuvo frente a él, fue directamente al grano.

—Jefe, hemos descubierto algo relevante que ha abierto una vía complementaria de investigación.

—¿De qué se trata? —preguntó Iturriaga, echando el cuerpo para delante con expectación.

—Sanjuán me hizo ver ayer que toda la escena del crimen es una fiel reproducción de un cuadro inglés del siglo XIX… Se trata de una obra denominada Ofelia, de un tal Millais.

—¿Qué demonios?…

—Sí. Un cuadro muy famoso, por cierto. Búsquelo en internet en cuanto tenga un rato. El parecido con la escena del crimen es… yo diría que apabullante. Por supuesto, seguimos con el plan trazado ayer y ahora vamos a reunirnos de nuevo para ver qué avances tenemos, pero estoy totalmente segura de que estamos frente a un asesino muy especial. Sanjuán lo llama el Artista, porque estamos convencidos de que es alguien muy vinculado al mundo del arte, al menos un erudito… o alguien que vive de o para el arte, quizá para la pintura más en concreto, o no sé, las performances

Iturriaga la detuvo, abrumado por tanta información.

—Cálmese inspectora. Vamos por puntos. No estoy entendiendo nada de lo que está contándome. Por favor… explíquese con menos rapidez.

—Bien. Parece que nuestro amigo ha querido crear en la escena del crimen una especie de performance artística destinada, sobre todo, a epatar a la policía y a la opinión pública. Creo que ahora me he explicado mejor. O eso espero… —Se detuvo al ver la expresión de las cejas de Iturriaga que, sin duda, indicaban que aún no tenía los conceptos demasiado claros.

—¿Qué quiere decirme exactamente con todo eso de las performances?

Valentina se apresuró a explicarle que ese término designaba «instalaciones» o «puestas en escena», que podían contener tanto pinturas como esculturas, así como cualquier material o medio —como un video, por ejemplo— que tuviera sentido para el artista que lo diseña.

Una vez que el inspector jefe hubo asimilado esos detalles y otras valoraciones que le hizo saber su investigadora, Iturriaga quiso ser cauto:

—Y bien, cuénteme. En suma… ¿qué nuevo camino abre todo esto para la investigación?

—Pues jefe, junto a investigar las llamadas, los vecinos, el origen de las prendas de la escena del crimen… ahora creo que tenemos que poner toda nuestra atención en el mundo del arte, y más en concreto en los expertos en el siglo XIX inglés. Precisamente acabo de visitar —Valentina obvió decir que había ido acompañada de Sanjuán—, a un experto en ese tema y le he pedido que me dé nombres vinculados con esa especialidad. —Valentina procuró hablar con aplomo, para demostrar a su jefe que sabía qué pasos eran los que tenía que dar para avanzar en la investigación.

—Así pues, estamos frente a… ¿un artista psicópata? —preguntó Iturriaga—. Dicho así suena algo extraño, ¿no le parece?

—No necesariamente, señor. Morgado, el profesor que he entrevistado, me ha comentado algo muy interesante acerca de un mecenas y coleccionista bien conocido aquí, al parecer, Pedro Mendiluce. Me relató algo que me ha dejado inquieta: parece ser que una becaria de Morgado asistió a una fiesta salvaje que este hombre organizó el año pasado… ya sabe: chicas jóvenes y hombres mayores con dinero… Según me ha contado Morgado, Mendiluce fue investigado en estas mismas dependencias hace años por trata de blancas e incluso por el presunto asesinato de su mujer, que desapareció sin dejar rastro… Salió indemne de todo ello, como usted bien sabrá. En fin, no sé adónde va a llevarnos esto, pero creo que deberíamos tocar un poco ese entorno.

Iturriaga, al escuchar el nombre de Mendiluce, puso una cara de contrariedad que no pasó inadvertida a la joven policía.

—Mendiluce, desde luego… Lo investigamos a fondo, en efecto. Larrosa se dedicó casi en exclusiva a ese caso, y realmente casi le costó la salud. Un tipo poderoso. ¿Mendiluce un asesino? No sé, inspectora, no le veo dando el perfil… Pero es cierto, no hay que descuidar ninguna pista. Quizá fuera alguien de su entorno. Muy bien, siga adelante, ya me informará. —Iturriaga movió la cabeza, dubitativo.

Valentina se despidió de su jefe y, de camino a la sala de reuniones, recibió una llamada. Era Morgado. Dudó si cogerlo o esperar a después de la reunión. Tras un momento de indecisión optó por contestar:

—Valentina Negro.

—Inspectora. Un placer escuchar tu voz. ¿Sabías que tienes voz de contralto?

—Hola, Christian. De verdad que lo siento, pero no puedo atenderte. Voy camino de una reunión importante. —Valentina obvió hacer referencia a la lisonja de su voz.

—Solo es para darte el teléfono de Sonia. No voy a enrollarme más, no te preocupes. Por cierto, estoy a tu entera disposición. Para todo lo que necesites, ya sabes. Llámame. Y si te apetece tomar una copa…

—Estaré encantada, Christian. Gracias por el teléfono. Te llamo en cuanto tenga un rato, te lo prometo. Ahora estoy muy liada con lo de la investigación…

Valentina tomó nota del teléfono de la becaria y colgó. Ya pensaría en lo que le había dicho Morgado más adelante. Tenía que concentrarse en la reunión de seguimiento del operativo Cisne Negro. Se daba cuenta de que Morgado estaba flirteando con ella de manera descarada y eso le parecía muy halagador. Sin duda alguna, Christian era un hombre muy atractivo. Más bien estaba como un tren. Lo raro que no tuviese novia o estuviese casado… La verdad es que Morgado era don Perfecto. Valentina se rascó la cabeza, consternada. Se había pasado un montón de tiempo sin tener el más mínimo interés en los hombres y de repente, en el momento menos indicado, aparecían en su vida dos, como había augurado la tirada de cartas. Era extraño. Pero había algo en Sanjuán que le resultaba enigmático… Le gustó aquel hombre tan pulcro desde el mismo instante en que lo vio en la presentación del libro. Era inteligente, agudo… No solo lo admiraba, sino que, a fuer de ser sincera, lo encontraba muy atractivo… Bastante más atractivo de lo que quería confesar. Sin embargo, Morgado era absolutamente guapo… Valentina se obligó a abandonar esos pensamientos al darse cuenta de que todo aquel embrollo la distraía de su objetivo principal. Se detuvo delante de la puerta de la sala de reuniones e inspiró una bocanada de aire para centrarse por completo en la investigación.

* * *

Sus colaboradores ya la estaban esperando. Valentina tomó la iniciativa y les hizo un resumen de lo que había averiguado con Sanjuán acerca del cuadro de Millais y de la conversación con Morgado, subrayando la posible importancia de seguir el rastro de Pedro Mendiluce. Luego, se dirigió a Bodelón.

—Dime, Daniel. ¿Qué tal la jornada en el vecindario de Lidia? ¿Has encontrado algo provechoso?

—Pues sí, inspectora. Hay algo nuevo. He encontrado a la señora Maruja, una de esas mujeres que tienen alma de protagonista de La ventana indiscreta. Parece ser que las noches de fin de semana no puede dormir por culpa del botellón, así que se dedica a mirar por la ventana. Bien. Ha visto a Lidia durante varios meses saliendo con un hombre bastante mayor que ella que la llevaba a casa en un Mercedes negro de alta gama.

—Vaya. Eso sí es sorprendente. Su padre no nos ha contado nada de eso —dijo Valentina.

—Lo más probable es que Lidia lo llevase en secreto —asintió Bodelón—. Era mayor que ella… No sé. Lo importante es que discutían a menudo en el portal y bastante violentamente. La señora Maruja abrió la puerta para cotillear, pero no pudo concretar nada de la conversación. Ni tampoco pudo ver la matrícula del coche. Una lástima.

—Por lo menos te daría una descripción del tipo —dijo Valentina.

—Sí, moreno, bien parecido, treinta y tantos, pelo engominado, muy bien vestido… ya sabes, como un político, un empresario, algo así.

—Interesante. La chica no tenía una vida tan predecible como parecía —casi lo dijo pensando en voz alta—. Hay que volver sobre el teléfono móvil de Lidia y hacer un estudio de las llamadas de hace… ¿cuánto hace de eso?

—Según Maruja, hace más o menos seis meses. A partir de ahí, desapareció. Dice que Lidia dejó de salir con él y que a partir de ese momento salía mucho menos, y habitualmente la veía siempre con amigas o haciendo deporte.

—Bien. Algo es algo. Un hilo de donde tirar en principio. Puede que no nos lleve a ningún sitio, puede que sea importante. ¿No encontraste más vecinos dispuestos a colaborar con la investigación policial? —quiso saber la inspectora.

—No había casi nadie en casa. Tendremos que volver otro día y a otra hora y hacer otro barrido. Aunque, insisto, la señora Maruja es un hallazgo. Parece una enciclopedia sobre la vida del edificio.

—Habrá que hablar con el padre de nuevo. Y a poder ser, con la madre. —Valentina sintió cómo la adrenalina le transmitía buenas sensaciones, pues estaba liderando a su equipo y se sentía segura—. Las madres saben más de la vida de las hijas, por lo general. Esperaremos a después del entierro, cuando esté todo un poco más calmado. Luis, el chat de Lidia en el que hablaba con Lobo Feroz, ¿podría guardar relación con ese novio por ahora desconocido?

—Es posible, inspectora. —Luis López buscó unas notas en su libreta—. La parte de la conversación del Messenger que hemos podido recuperar no es realmente una conversación entre novios; quizá porque se trata del principio de una relación, da la impresión de que se habían conocido no hacía mucho… Los de la científica han recuperado en realidad solo estas líneas. —López se dispuso a leerlas, al tiempo que pasaba una hoja a sus compañeros—. Me he tomado la libertad de completar las palabras y darle buena sintaxis, ya sabéis cómo se escribe en los chats, pero he sido muy escrupuloso con el sentido original:

Lidia: No sé qué decirte, ahora mismo no quiero descentrarme, quiero aprobar el curso y empezar bien en la Universidad… Es verdad que te encuentro interesante, pero hay cosas que me las tengo que pensar…

Lobo Feroz: ¿No creerás que soy el lobo feroz de verdad? Jaaaa Créeme que no me importa nada esperarte, eres para mí muy especial… Solo espero que me conozcas bien, no tienes nada que temer…

Lidia: Jaaaa, no, claro, no creo que seas el lobo feroz… Pero yo tampoco soy Caperucita, te aviso, tengo mi carácter.

Lobo Feroz: Eso me encanta de ti, puedo enseñarte cosas estupendas, a sentirte realmente feliz, mi experiencia no me ha hecho duro, sino más sensible ante las cosas realmente bellas…

—Eso es todo —dijo López.

—¿Qué significado tiene esto? —preguntó Valentina.

—Está claro. Para mí —contestó Garcés—, ese supuesto «novio» está tanteándola en el chat, sabe que Lidia no es una ingenua y lo que quiere es camelársela…

Velasco estaba excitado:

—¡Joder! Ese tío es el novio que vio la señora Maruja… ¡Puede ser su asesino! ¿Por qué no?

—Un momento, no nos precipitemos —dijo Valentina—. Que haya tenido un novio mayor no significa que la haya matado… en absoluto. Además, ¿cómo encaja esto con el perfil del Artista? —Valentina les dijo que Sanjuán llamaba así al asesino de Lidia—. ¿Puede ser este hombre un artista o alguien vinculado con ese mundo?

—¿Por qué no? —terció Bodelón—. Ahora mismo, es la pista más sólida que tenemos.

—Fernando, ¿te ha dado tiempo a mirar algo de posibles delincuentes sexuales que estén en libertad? —Valentina estaba dispuesta, antes que a juzgar, a tener primero toda la información posible.

—Por ahora no he encontrado a nadie, inspectora, pero es un poco pronto. Espero recibir un listado de todos los presos liberados en las cárceles gallegas y de las comunidades limítrofes por delitos sexuales desde hace un par de años, pero tardará unos días… —contestó Garcés, un poco contrito por no llevar a la reunión nada más sólido.

—Está bien, gracias —Valentina lo premió con una sonrisa, a modo de comprensión—. Velasco, supongo que aún es pronto para tener algo sobre los trajes y otros materiales de la escena del crimen, ¿verdad?

—Así es, inspectora, estoy esperando noticias de la Científica… Pero he averiguado cosas del cuadro de Millais, como me pidió —contestó el subinspector, que quería dejar bien claro que había hecho los deberes.

Después del informe de Velasco sobre Elizabeth Siddal y su historia de amor con Rossetti, de lo que poco pudieron concluir, Valentina urgió a Bodelón a encontrar al novio oculto de Lidia y pidió a Garcés que lo ayudara. También ordenó a Velasco que preparara un dossier sobre Mendiluce, en espera de que Larrosa volviera de sus días de permiso para preguntarle a él directamente. Ella iría personalmente a hablar con los padres de Lidia. Pero todo eso tendría que ser interrumpido al día siguiente.

—Para terminar —dijo Valentina—, quiero un operativo mañana en el cementerio de San Amaro. Habrá que grabar y sacar fotos. Sanjuán dice que es posible que el asesino se presente allí. Ese tipo de criminales disfruta acudiendo a la escena del crimen, el funeral… confundiéndose entre la gente y disfrutando del espectáculo.

—Lo malo es que el entierro va a ser multitudinario. Va a estar toda la ciudad —dijo Bodelón.

—Eso es cierto, Daniel. Pero da igual. Nunca se sabe. Puede servirnos en un futuro.

* * *

El auditorio del Palacio de Congresos rompió en aplausos después de la hora y media de conferencia libre sobre perfiles criminológicos. Habría más de seiscientas personas, calculó Sanjuán desde su tarima. No estaba nada mal. Incluso había visto al consejero de Interior de la Xunta entre el público. La extraña muerte de Lidia Naveira despertó el interés de mucha gente por la criminología en la ciudad, gente que de otro modo no hubiese perdido una tarde de sol y calor viendo una larga sucesión de fotos de cruentos asesinatos, cuerpos apuñalados, mujeres desnudas abandonadas a su suerte en el medio de un bosque, o ancianas con el rostro congestionado por la estrangulación en su propio dormitorio. Cuando terminó el turno de preguntas, se encendieron las luces y la gente empezó a desfilar por los vomitorios. Javier recogió con parsimonia su portátil y sus folios con anotaciones. Sabía que se acercarían algunos fans a pedirle autógrafos, pero eso no le desagradaba en absoluto. Varias chicas le pidieron por favor si podían hacerse una foto con él. Por el rabillo del ojo vio cómo Valentina y un hombre joven se levantaban de uno de los asientos de la tercera fila.

Con lo que no contaba Javier Sanjuán era con la presencia de aquella mujer rubia, de pelo corto a lo Jean Seberg y enormes ojos azules, que le sonreía desde abajo del escenario, haciendo gestos para llamar su atención.

—Javier. ¿No me reconoces? No me fastidies. —La sonrisa se hizo mucho más franca—. Tampoco estoy tan mayor…

—Raquel… qué sorpresa… yo… —Durante unos segundos pareció no saber dónde estaba o qué tenía que decir—. ¡Qué cambio! Te has cortado el pelo… te queda muy bien, la verdad. —La cara de Javier Sanjuán se había iluminado de repente de forma muy ostensible—. Pero te juro que no te conocía con ese peinado. Espera un momento, ahora termino con todo esto y ya estoy contigo. —Sanjuán la miró con admiración, una vez repuesto de la impresión inicial. La verdad que el corte le había quitado varios años de encima. Estaba más guapa que nunca.

—No te preocupes. No voy a irme. Para una vez que vienes a La Coruña… no pienso dejarte escapar. Te voy a llevar a cenar por ahí, y por mucho que insistas, voy a invitar yo. Tú también estás muy guapo… Has cambiado tu estilo de vestir y todo… —Lo observó de arriba abajo, sonriendo con gracia—. Y encima te has vuelto un verdadero pijo. Unos zapatos… de Paul Smith, ¿verdad? Me gusta, de veras… ¡Es genial!

Valentina se acercó a felicitar a Javier por la brillante ponencia. Pero se quedó paralizada cuando vio cómo aquella espectacular rubia platino, de pelo corto y vestida de algo que se aproximaba muchísimo a un traje de chaqueta de Armani, se abrazaba a él y lo besaba con lo que parecía ser una gran confianza. No le pareció prudente acercarse demasiado a aquella reunión tan cálida. Había sido tonta: no había tenido en cuenta que Sanjuán podía conocer a alguien en la ciudad. Repasó las conversaciones que habían tenido durante el día. No recordaba que hubiese mencionado ningún compromiso…

Sanjuán se fue con la mujer rubia después de despedirse de los organizadores del congreso y firmar algunos autógrafos más. Ni una mirada hacia donde estaba ella. Valentina los siguió con la mirada hasta la salida. Buscó la presencia reconfortante de Daniel Bodelón. Tenía que reconocer que se había quedado de piedra. La verdad, no se lo esperaba. Suspiró con resignación. Menudo chasco…