[capítulo 24]: Ofelia

«En las aguas profundas que acunan las estrellas, blanca y Cándida, Ofelia flota como un gran lirio, flota tan lentamente, recostada en sus velos… cuando tocan a muerte en el bosque lejano».

Ofelia. Arthur Rimbaud

Valentina pidió una caña de Estrella Galicia. Javier Sanjuán pidió un albariño de la casa. Habían encontrado una cervecería cerca de los grandes almacenes, O Lagar de Xosé, con decoración rústica y poca gente. Además, se podía fumar. Y Sanjuán tenía muchas ganas de fumarse un cigarro con tranquilidad, después de todo el jaleo aquel del libro.

—No tengo demasiada idea del caso de la chica. Solo lo que he leído en la prensa, que no ha sido mucho, y los comentarios del taxista que me trajo hasta aquí. Parece que una compañera de colegio de su hija encontró el cuerpo por la mañana.

—Qué casualidad, ¿no? Carlota se llama la cría. A la pobre no se le va a pasar el susto en varios meses. Estaba totalmente aterrorizada. —Valentina tomó un sorbo de su caña—. Antes de ponerte en antecedentes de todo, te voy a pedir que analices las fotos de la escena del crimen. Yo sé que lo que ha dispuesto el asesino significa algo. Lo qué no sé, es exactamente qué significa. Eso sí, te puedo decir que nunca he visto nada parecido. Ni yo, ni ninguno de los del equipo.

Sanjuán dejó el cigarrillo sobre el cenicero y apartó la copa de vino cuando ella le acercó el legajo con las fotografías. Se puso las gafas de pasta redondas y sacó las fotos de dentro del sobre.

Ver a Lidia Naveira flotando en las aguas verdosas, rodeada de flores, vestida con el humedecido traje de doncella resultó un impacto brutal para el perfilador. No se esperaba algo tan impresionante, tan elaborado. No era la típica escena de un crimen sexual: era la recreación exacta de un cuadro que conocía perfectamente. Sacó todas las fotos y las esparció por la mesa. Su asombro crecía por momentos. Olvidó que estaba en un local público, olvidó a Valentina Negro y se sumergió en aquellas procelosas aguas estancadas que emanaban de la mente perversa del asesino. Pasaron unos minutos que a Valentina le parecieron horas. Bebía su cerveza en silencio, observando la reacción del criminólogo.

—¿Cómo logró que el cuerpo se quedase exactamente así? Las manos, me refiero. Están en el sitio adecuado. Ha clavado la postura. —Sanjuán no podía apartar la mirada de las fotos.

—El forense me dijo que a base de pegamento y cinta americana. Además, sujetó el cadáver con un hilo de acero a la orilla para que no se moviera del sitio en que lo dejó. Algunas de las flores están pegadas al vestido… Espera. Dices que ha clavado la postura. ¿A qué te refieres exactamente? —preguntó Valentina con extrañeza—. ¿A lo del vídeo de Nick Cave?

—¿Nick Cave? ¿De qué hablas? ¡Es Ofelia! ¿No te has dado cuenta?

Ofelia. ¿Qué quieres decir? ¿Ofelia… la de Hamlet?

—Más o menos, si. Me refiero concretamente a que el asesino ha recreado de manera exacta un cuadro muy famoso.

—¡Joder! ¡Un cuadro! ¡Llevamos todo el día intentando descifrar la sensación de déjà vu! —Valentina sintió por primera vez que había algo de luz en esa escena del crimen tan sombría—. Pensamos que guardaba relación con un vídeo en el que salían Nick Cave y Kylie Minogue… el lugar, toda la escena, es muy parecido al del crimen de Lidia.

—¿Tienes internet en el móvil? Yo no, por desgracia. Cuando viajo nunca estoy conectado. No me gusta. Una manía como otra cualquiera… —dijo Sanjuán.

—No te preocupes, yo tengo un iPhone con conexión a la red. Paga la administración pública…

—Busca Ofelia. Millais. Ofelia con «ph». Millais con…

Valentina adoptó una expresión indescifrable y lo interrumpió.

—Gracias, señor Sanjuán. Sé hablar perfectamente inglés. También domino el italiano. A pesar de mi «juventud», no soy una completa ignorante —protestó Valentina con cierta sorna y algo molesta; luego cogió el iPhone y su dedo se deslizó por la pantalla. Esperó unos segundos. Ante sus ojos apareció la pintura. Valentina Negro permaneció estupefacta durante un buen rato. Hasta la guirnalda de violetas del cuello estaba en su sitio. Cogió una de las fotos para comparar las dos imágenes y su asombro se hizo cada vez más patente. Sanjuán buscó con la mano libre la copa de vino y tomó un buen trago. Aquello superaba todas las expectativas desde el punto de vista de un perfilador. Aquella chica tenía razón: él tampoco había visto nunca nada parecido.

—No conozco ese vídeo que me has comentado, pero está claro que, en todo caso, el vídeo se ha inspirado en ese cuadro. ¿Qué vídeo es exactamente?

—«Where the wild roses grow», el disco es Murder Ballads, de Nick Cave. Lo canta con Kylie Minogue.

—Luego lo veré, entonces, cuando llegue al hotel. Y dado que la escena del crimen, según veo en las fotos, aspira a reproducir la obra de Millais, está claro que nuestro asesino quiere reproducir una obra de arte… aunque… —Sanjuán buscó las palabras adecuadas—, en realidad me temo que no quiere reproducir, sino crear, hacer algo infinitamente más poderoso e impactante que el cuadro: Valentina, este tipo es un artista y quiere ser, por encima de todo, alguien que cambie el Arte para siempre. Es el Artista, en mayúsculas. Y su materia prima es el asesinato.

* * *

Patricia lo miraba con su collar de cuero apretado con saña, la boca desmesuradamente abierta, las manos dirigidas hacia él, pidiendo ayuda. Él no podía hacer nada: estaba atado a una cruz de San Andrés. Tenía mucho calor, sudaba. Estaba desnudo, intentando liberarse de aquellas correas que se clavaban en su piel. Se despertó sobresaltado cuando vio a Sue, cubierta con una túnica, acercarse a él, en la mano enguantada un hierro candente de marcar ganado, al rojo vivo, que se acercaba a sus ojos más y más…

—¡Joder! —suspiró de alivio y se quitó la manta de encima. Era el intenso calor lo que provocaba aquellas pesadillas tan extrañas. Pasar de doce a veinte grados por la noche no era sano, seguro. Jaime Anido miró la hora y luego cogió la botella de agua que tenía encima de la mesilla y bebió con avidez hasta terminarla por completo. Estaba muerto de sed. Eran las cinco de la mañana. Qué extraño. Nunca había soñado con Patricia Janz hasta aquel momento. Pobre Patricia. No era justo. Le gustaba aquella chica tan escuálida y frágil, atiborrada de coca siempre y generalmente dispuesta a recibir el trato más duro por parte de toda la hermandad. Había sido su esclava favorita… intensa, sensible, disfrutaba desde el primer latigazo hasta el último. Recordó con placer que se arrodillaba ante él, dispuesta a complacerle todo el tiempo y del modo que fuera necesario. Físicamente no era nada espectacular, no tenía muchas curvas, pero había algo indefinible que la hacía muy atractiva, como una fragilidad extraordinaria en un cuerpo menudo y bien proporcionado.

¿Quién podría haberla matado? Patricia no tenía enemigos. ¿Algún miembro de la hermandad? Sue hablaba de problemas. ¿Qué tipo de problemas? ¿Monetarios? ¿De organización? Aquel mensaje tan enigmático lo traía de calle. Se levantó a coger una Coca-Cola de la nevera. Miró hacia su entrepierna: pensar en Patricia le había producido una reacción muy placentera. Lástima que Lúa no se hubiese quedado a dormir con él esa noche.

* * *

Javier Sanjuán miraba por la ventana del hotel, fumando el enésimo cigarrillo de la noche. Tenía que bajar el nivel de nicotina, se dijo una vez más, aunque sin creer demasiado en su propia actitud. Estaba totalmente desvelado. No podía dormir, su mente le daba vueltas y más vueltas a las fotografías que estaban tiradas encima de su cama. La inspectora no había tenido ningún inconveniente en dárselas, lo mismo que el informe preliminar de la autopsia. Valentina. Una joven muy seria. Muy guapa también, por qué no decirlo. Extremadamente atractiva. No parecía, sin embargo, consciente de su belleza, como si no le importase demasiado. Las mujeres hermosas solían actuar de una manera determinada, con total consciencia del efecto que producía su aspecto en las demás personas. Especialmente en los hombres. Ella no. Al revés. Parecía ajena a ese tipo de comportamiento… Sería deformación policial. ¿Tendría novio? Seguro que sí. Trabajando en la policía no le faltarían pretendientes ansiosos… Le gustó cómo se había picado cuando había empezado a deletrear los nombres en inglés. Era una chica orgullosa. Vaya con la inspectora.

De todos modos, a él eso le importaba bien poco. No había ido a La Coruña a buscar un ligue de una noche precisamente. Acababa de terminar una relación con una compañera de la facultad. Estaba harto de relaciones y de las exigencias extravagantes que parecían multiplicarse en cuanto ponía los ojos en una mujer. Era todo demasiado complicado. Por no hablar de sus dos matrimonios fallidos. Nunca entendería a las mujeres, eran seres enigmáticos, eternamente insatisfechos. Con mucho prefería compartir su vida con un gato siamés. Ya era demasiado mayor como para amoldar su personalidad maniática a la de otra persona. Además, estaba siempre muy ocupado con sus estudios, y sus novias acababan desesperándose y buscando a otro más dispuesto a disfrutar de los placeres de la convivencia y el amor romántico. En realidad, para él en aquel momento de su vida era bastante más interesante desentrañar las motivaciones de un asesino como el que había acabado con la vida de Lidia que someterse a los deseos arcanos de alguna hermosa mujer. Volvió a examinar las fotos y encendió el portátil. El hotel tenía conexión Wi-Fi. Por esa vez iba a romper su promesa de no conectarse cuando iba de viaje. El caso lo merecía. Con creces. Primero observó con atención el vídeo de Nick Cave y Kylie Minogue. Sin duda era muy representativo de lo que el asesino quería decir… Belleza y muerte. «All beauty must die» (toda belleza debe morir). Interesante. Luego tecleó en Google «Ofelia, Millais». Veinticinco mil resultados. Aquello prometía ser duro. De todos modos, sería conveniente dormir un poco. Al día siguiente iba a ir con la inspectora Negro al lugar donde había aparecido el cadáver de la chica. Y por la tarde, la maldita ponencia, que aún tenía que estructurar en su cabeza… había pensado prepararla en Coruña. Qué desastre.