Valentina golpeaba repetidamente la melamina de la mesa de su despacho con el bolígrafo Bic mientras esperaba la llegada del resto del equipo. Estaba amaneciendo. Casi no había podido dormir, así que a las seis de la mañana, totalmente desvelada, se levantó, se hizo un café cargado y empezó a darle vueltas a la cabeza. No podía estar en casa, necesitaba ir a trabajar. Sigilosamente, bajó al garaje y cogió la moto. Iba a hacer un día despejado. Llegó a la comisaría en menos de un cuarto de hora.
Después de cambiarse en el vestuario, subió a su despacho. Había bajado las persianas para evitar la luz del sol, que entraba con fuerza a través del cristal, y encendido solo parte de los tubos fluorescentes para dar un poco de luz difusa a la habitación. Le dio al botón de encendido del ordenador y esperó un rato hasta que le permitió introducir la contraseña.
Abrió su correo electrónico: Helena le había mandado uno con la tirada de cartas prometida. No podía ser cierto… Lo leyó por encima y sacudió la cabeza, muerta de risa. Su amiga tenía el don de alegrarle el día con cualquier tontería. Un viaje inminente, dos hombres en su vida… por favor. Chorradas. Lo único que le pareció algo coherente fue lo de una mujer joven que llevaría problemas a alguien de su familia… Esa debía de ser Irina, seguro…
Cuando terminó de leer los correos y después de echar un vistazo a la edición de los periódicos locales en la red, sacó de su portafolio todos los documentos que formaban parte de la investigación del asesinato de Lidia Naveira y los distribuyó a lo largo de toda la superficie brillante y pulida, apartando el vaso térmico de café para no crear un estropicio. Su cerebro aún se encontraba algo brumoso por la falta de sueño, pero el segundo café, sin duda, la ayudaría a espabilar.
Miró con atención durante casi media hora las fotos de la escena del crimen. Las había desperdigado sobre la mesa y no podía separar los ojos de aquella imagen tan extrañamente hipnótica. Su mirada recorrió primero el estanque, el cuerpo que flotaba en la laguna, las manos que surgían del agua. Luego, empezó a fijarse en detalles concretos de las fotografías: la expresión pacífica y vacía del rostro, el maquillaje, las largas pestañas postizas. Después, las flores. Volvió a sentir la misma sensación de desasosiego que la invadió en presencia del cuerpo de Lidia. El déjà vu era agobiante, intenso. Su intuición parecía dispuesta a derribar las puertas racionales, pero siempre se quedaba en un punto muerto que no la llevaba a ningún lugar. Aquella disposición, aquella imagen… todo tenía un significado muy concreto. Era como si su mente intentase decirle algo: «has visto antes esta imagen, Valentina». Es una imagen icónica, comunicativa. Velasco había dicho que le recordaba a un vídeo de Nick Cave, «Where the wild roses grow»… Valentina tecleó en Google para averiguar a qué se refería en concreto. Ella lamentaba muchas veces que su cultura musical no fuese demasiado amplia. El rock o el pop no le desagradaban, pero no pasaba de tararear los últimos éxitos que solían aparecer en la radio. Prefería con mucho la música clásica y, gracias a Helena, también la ópera. No era precisamente una entendida, pero le resultaba más relajante, más intensa. La ayudaba a concentrarse. Y también las bandas sonoras del cine. A Valentina le gustaba mucho el cine. Pero de rock no tenía mucha idea… Nick Cave. Le sonaba de una película de culto que había visto hacía años y que la había fascinado: El cielo sobre Berlín.
El subinspector Fernández Bodelón la interrumpió, llamando escandalosamente a la puerta. Tenía el aspecto saludable de haber dormido bien y estar ya dispuesto para el trabajo.
—Buenos días, inspectora. ¿Qué tal la noche?
—No he pegado ojo, Bodelón. Una hora o dos a lo más. ¿Y tú?
—Yo he dormido como un rey. —Sonrió con inocencia, lo que acentuó su aspecto de niño grande—. Esta noche el crío nos ha dejado dormir a los dos. Ayer fue horrible, inspectora. Casi tengo que llevarlo a pasear en el coche para acunarlo.
Valentina arqueó una ceja con sorpresa cómica.
—¿Acunarlo en el coche? No me lo puedo creer. Nunca había oído nada igual… ¿De verdad que se queda dormido en el coche?
—Sí, es la única manera de que duerma. Mi mujer y yo nos turnamos. Ya sé que es algo raro, pero escucha el ruido del motor y se queda como un tronco. Esta noche ha sido especialmente tranquila, así que he podido descansar…
—Ya te veo, tienes un aspecto estupendo. Bien. Hazme un favor en cuanto puedas. Toma todo esto y fotocópiamelo, anda. —Valentina le dio un fajo de papeles que había estado preparando—. Y luego lo distribuyes en la mesa de reuniones, un ejemplar para cada uno. Y puedes ir colgado las fotografías del escenario en el corcho. No te importa que te use un rato de secretario, ¿verdad?
—En absoluto. Con lo temprano que es tampoco me apetece hacer nada más complicado. —Fernández Bodelón cogió los folios—. Ahora mismo, inspectora. Espero que funcione ya la fotocopiadora. La semana pasada estaba estropeada… Y ya sabe lo que tardan en venir los técnicos…
En cuanto se marchó el subinspector, Valentina volvió a centrarse en las imágenes que surgían de internet. Cuando YouTube comenzó a desgranar el vídeo, tras unos momentos de lentitud exasperante, Valentina comprendió de inmediato el porqué del parecido que tan bien había detectado el subinspector Velasco. Las imágenes mostraban el cuerpo pálido de Kylie Minogue, que flotaba, sin vida, en las cristalinas aguas de la orilla de un río fantasmal. La postura del cuerpo era idéntica a la del escenario del crimen. Estaba rodeado de juncos y también pudo ver un sauce llorón a pocos metros del cabello rojo de Kylie. La única diferencia era que Cave colocaba solamente una rosa roja en la boca y cerraba los ojos del cadáver. Por lo demás, el parecido era increíble. La Bella y la Bestia. El monstruo que destruye la pureza y la inocencia. Eso estaba claro. Valentina se dio cuenta al momento de que el asesino había creado un escenario con múltiples significados, una especie de performance simbólica. Pero… exactamente… ¿Qué era lo que quería decir? Intentó refrescar sus ya oxidados apuntes de criminología. Ante una escena del crimen hay que preguntarse qué ha querido contarnos el asesino. Valentina se recostó en la silla y miró pensativa a la pantalla, mientras se llevaba el café aun hirviendo a la boca. Volvió a ponerlo encima de la mesa. Suspiró y estiró los músculos del cuello, apretando la nuca con los dedos para deshacer un nudo que una postura nocturna le había provocado. Le dolía ligeramente. Se dio cuenta con claridad de que necesitaba algún tipo de ayuda especializada para resolver el enigma. Mordió, pensativa, el bolígrafo Bic, que ya estaba despellejado en el extremo superior.
Valentina se sobresaltó cuando Fernández Bodelón entró en el despacho de nuevo, sin llamar a la puerta.
—Inspectora. Luis López, Fernando Garcés, Velasco y yo ya estamos en la sala de reuniones. Falta solo el inspector jefe Iturriaga.
—¿Ya? Ah. Es verdad. Ya son las ocho… —Valentina se levantó y empezó a recopilar todos los papeles y las fotografías para meterlos en una carpeta—. Ahora mismo voy. Un segundo. Déjame recoger todo esto… ¿Hiciste las copias y todo lo demás? ¿Te dio tiempo?
—Ya está todo en su sitio, inspectora.
Cuando entró en la sala de reuniones, el sol entraba por la ventana. Las motas de polvo revoloteaban alrededor de la gran mesa de despacho de madera de teca. Los rayos iluminaban la pizarra blanca reflejando un agradable resplandor. Vio a Velasco ocupado comiéndose las uñas, una costumbre que reflejaba siempre su hiperactividad nerviosa. Los otros dos policías ya estaban sentados detrás. López y Garcés, sorprendentemente jóvenes, recién llegados a Coruña desde otros destinos, pero con muchas ganas de probar su valía. Fernández Bodelón intentaba bajar los estores de las ventanas para que la intensidad de la luz solar no los deslumbrase demasiado. El inspector jefe Iturriaga entró, envuelto en olor a perfume caro y a tabaco negro, vestido de calle, con un polo Lacoste verde, ajustado, que marcaba levemente su recién estrenada barriga. Se paró ante todos ellos, satisfecho de ver que ya estaban todos allí, y en la disposición adecuada.
—Buenos días, señores. Gracias, Bodelón, por cerrar las persianas. Parece mentira, pero a estas horas yo ya estoy asfixiado de calor. Bien. Tomen asiento. —Esperó a que Fernández Bodelón se sentara, al lado de Velasco—. Vamos a poner un poco de orden en todo este caos que se ha formado en la ciudad por culpa de ese hijo de puta asesino de crías inocentes. —El inspector jefe hizo una pausa dramática, miró hacia sus subordinados con semblante serio y se acarició la barba cerrada y oscura—. Está claro que hay que pillar a ese cabrón, cueste lo que cueste. Nos encontramos ante un desafío, un crimen inusual y, además, yo considero todo esto una provocación. Está provocándonos, sin duda. Ese tipo ha cogido a una chica joven, la ha violado, la ha matado y la ha dispuesto en un sitio público, delante de nuestras narices. Todo el mundo está aterrorizado. Las mujeres no se atreven a andar a determinadas horas por el paseo. Así que tendremos que hacer todo lo posible para meterlo para dentro. Cuanto antes. —Miró a Valentina con sus ojos oscuros fruncidos de preocupación—. ¿Qué tenemos hasta ahora, inspectora Negro? Haga el favor de hacernos un resumen pormenorizado del asunto, si no tiene inconveniente.
Valentina se levantó y miró hacia todos los presentes. Respiró hondo. Su voz grave sonó con toda claridad.
—Bien. Buenos días a todos y gracias por ser tan puntuales. Bodelón ha sido tan amable de colocar en cada una de las sillas una copia de todo el expediente del caso hasta ahora. Desde el momento de la desaparición de Lidia Naveira hasta el informe preliminar de la autopsia. Me lo ha mandado Xosé García, el forense, por correo electrónico, pero el informe completo no estará hasta finales de semana, más o menos. Antes de nada, decir que, por desgracia, nos ha tocado investigar lo que yo llamaría un «cisne negro». Así que el trabajo va a ser muy duro y probablemente no consigamos resultados en un principio. No debemos desesperarnos, porque la investigación va a ser larga y agotadora, de eso no me cabe la menor duda.
—¿Qué es un cisne negro exactamente, inspectora? —preguntó Garcés con curiosidad.
Valentina se esperaba ya la pregunta, así que recitó de memoria.
—Un cisne negro es el nombre que se le da al «impacto de lo altamente improbable», Garcés. En suma, una anomalía. Y una anomalía que tiene como característica principal que no se pudo predecir y también que sus consecuencias tienen un gran impacto. —Observó la cara del policía con curiosidad. Sonrió—. Creo que me he explicado bien, ¿no? Y creo también que es adecuado al caso que nos ocupa…
Garcés asintió con la cabeza y volvió a repantingarse en la silla de plástico. Valentina continuó.
—Un crimen de esta naturaleza es algo que ninguno de nosotros esperábamos que sucediese aquí. Por lo general, los agresores sexuales que suelen operar en la ciudad tienen otro tipo de comportamientos menos… rebuscados, por así decirlo. Por cierto, no hace falta que os diga que hay que andar con pies de plomo con la prensa. Quiero que se filtre lo menos posible de todo esto. El asesino de Lidia quiere notoriedad, hacerse famoso. Y eso es lo que no hay que ofrecerle. Ningún tipo de satisfacción. ¿De acuerdo? Perfecto, entonces. Ahora voy a resumir sucintamente y de manera cronológica todo lo que ha ocurrido hasta ahora. El viernes día 4, sobre las siete y media de la mañana, Lidia Naveira desaparece en El Portiño mientras hacía deporte. Fue secuestrada, reducida mediante un golpe en la cabeza, y probablemente, introducida acto seguido en una furgoneta. Según Beatriz, la camarera gótica del after, un furgón parecido a los que usan los operarios del Ayuntamiento estuvo rondando por el lugar durante los días anteriores. Durante los dos días siguientes no se tiene noticia alguna del paradero de la chica. Hasta el lunes a las ocho menos cuarto en el que dos jóvenes encuentran el cuerpo dentro en la laguna del parque de Eirís. Hasta ahí, todo claro, ¿no? Bien. —Valentina calló por un momento, ordenando prioridades en su cerebro—. El asesino de Lidia abandona el cadáver. Pero no lo hace de una forma cualquiera. Lo hace de una manera muy especial, creando una especie de escenario específico y que sin duda, quiere significar algo. Tenéis ahí las fotos, en las copias. Tenemos que estudiarlas bien, y cualquier idea que os venga a la mente, será bienvenida.
Todos miraron las fotografías al escuchar a la inspectora. Ella prosiguió, acercándose al corcho donde estaban colocadas.
—Velasco ha dicho que le recordaban a un vídeo de Nick Cave, el cantante de rock. Un vídeo que hizo hace ya tiempo con Kylie Minogue, no sé si lo recuerda alguno de vosotros… —López asintió con la cabeza. Los demás, salvo Velasco, presentaban una expresión perpleja en el rostro, que daba a entender que no lo habían visto nunca.
—Acabo de verlo esta mañana y Velasco tiene razón. Es curioso, pero la escena del crimen y el vídeo se parecen muchísimo. En cuanto podáis, quiero que le echéis un vistazo. Puede que el asesino se haya inspirado en ese vídeo para crear toda esa extraña parafernalia. —Valentina miró a Manuel Velasco, que en ese momento atacaba un pequeño pellejo del dedo índice, casi con saña—. Manuel, dinos, por favor, qué piensas del vídeo, más o menos.
—La verdad es que es algo bastante significativo. He estado pensando mucho en el tema y es cierto: el vídeo trata de una chica pelirroja, hermosa y pura asesinada por su enamorado, una especie de La Bella y la Bestia en versión pop-rock. Efectivamente, ella es asesinada de un golpe en la cabeza, con una piedra, y luego dispuesta en un río similar a la charca de Eirís, con la misma postura que el cuerpo de Lidia. La canción se titula «Where the wild roses grow».
—Ya sé que parece raro todo esto, pero este asesinato también lo es. Quiero que todos apuntéis lo que se os venga a la cabeza cuando lo veáis. Cualquier idea será buena. Otra cosa. —Valentina cogió su agenda para estar segura de no olvidar nada—. Imagino que cada uno de nosotros tendrá una idea de qué tipo de persona es este hombre, por llamarle algo. ¿Es un loco? ¿Un agresor sexual? ¿Un fanático de Nick Cave? ¿Qué pensáis?
Garcés levantó la mano, mientras miraba las fotografías.
—Yo creo, o mejor dicho no me cabe duda, de que es un loco. Un hombre muy enfermo. Pero un loco muy listo, eso sí. Y su motivación es claramente sexual. De eso estoy seguro.
Los asistentes emitieron varias exclamaciones de afirmación al escuchar al policía.
Valentina asintió.
—Yo también pienso lo mismo. Si os fijáis en el informe de la autopsia… concretamente en las páginas seis y siete, en donde hay una figura humana dibujada… —Valentina pasó varias páginas hasta que se detuvo en unas que representaban unas siluetas de mujer dibujadas en posición anatómica y con innumerables marcas de color rojo—, podréis observar todas las heridas que presenta el cuerpo de Lidia. Todos los tipos de heridas son de marcado carácter sexual, la mayoría focalizadas en zonas de importancia para el ofensor. Lo que ha sufrido esa chica es una agresión brutal, sádica y sistemática. De hecho, yo nunca había visto nada parecido.
Valentina leyó en alto el informe del forense. La letanía de terrores que la inspectora estaba desgranando puso a Iturriaga al borde de un colapso nervioso. Él tenía una hija aproximadamente de su misma edad, y pensar que algo así podía haberle ocurrido a ella le produjo gran desazón. Aquel asesino atroz estaba libre y coleando. Empezó a abanicarse compulsivamente con los papeles que tenía en la mano, buscando un poco de aire. A pesar de todos sus años de servicio, aquel tipo de cosas le sacaba de quicio. Valentina se dio cuenta y decidió parar la lectura.
—En suma, creo que todos los que estamos aquí entendemos perfectamente el significado de todo esto que acabo de leer. Sin duda alguna, el hombre que estamos buscando dedicó varias horas a torturar sistemáticamente, violar sin piedad y, al fin, estrangular con sus manos a esa pobre chica indefensa. Indefensa y atada, además. Más adelante se tomó su tiempo con el cuerpo, por supuesto. Estamos de acuerdo entonces en que el asesino es un agresor sexual. Un sádico sexual de la peor calaña, más concretamente. Lo que quiere decir que alguien tiene que ponerse a buscar en las bases de datos cualquier violador que pueda estar suelto y operativo por la zona. Garcés, tú mismo, si no te importa. Quiero que indagues: a ver si hay algún crimen parecido no solo aquí, sino en todo el país. Quiero que tengas controlados a todos los violadores y demás basura que no esté en la cárcel en este momento. Por cierto, ¿qué sabemos del ordenador de Lidia? Luis, creo que tú estabas con eso también con Larrosa, ¿no?
—Los técnicos han encontrado unos chats bastante interesantes, inspectora. Los han recuperado del messenger. Hace unos meses que chateaba con un tal Lobo Feroz. Parece ser que salía con alguien que se apodaba así. Un alias bastante significativo, inspectora.
—Lobo Feroz. Suena encantador. Tenemos a un devorador de Caperucitas ingenuas que chateaba con Lidia. Eso hay que investigarlo a fondo. Veamos… —Valentina se acarició la barbilla, pensativa—. Desde el primer momento, su padre ha defendido que Lidia no tenía novio. Solo amigos y conocidos. Estaba muy centrada en los estudios y era una chica muy formal, bla, bla. Todos sabemos que la visión de los padres sobre las actividades de sus hijos es muy diferente a la realidad, así que hay que meterse a fondo en la vida de esa chica. Bodelón, quiero que interrogues a todos los vecinos del edificio. A lo mejor ellos han visto algo que los padres no saben. Garcés, sigue en contacto con los de informática, pero tampoco estaría de más que buscaras a sus amigos de chat y de redes sociales y les hicieras muchas preguntas. Yo iré a casa de los padres de nuevo en cuanto pase todo este revuelo. La madre ahora no está para muchas alegrías, pero en cuanto pase el entierro y el duelo, habrá que hablar con ella. También hay que volver a la habitación de Lidia. Ahora ya no estamos investigando un secuestro. Estamos investigando un asesinato. Y eso lo ha cambiado todo. —Miró su agenda de nuevo—. ¿Quién lleva lo de las llamadas telefónicas?
—También yo, inspectora. —Garcés hizo un gesto negativo con la mano—. Pero por ahora no tenemos nada. Es muy pronto… Dependemos por completo de la compañía telefónica.
—En efecto, es muy pronto. Pero las cuarenta y ocho horas posteriores a un crimen, o eso dicen, son cruciales para su resolución. Es necesario que sepamos si el asesino es del entorno de Lidia o es una víctima de oportunidad. ¿La conocía? ¿La vio por el paseo haciendo deporte? Es necesario que nos metamos en la mente de ese hombre. Por qué ese vestido en concreto. Las flores. El maquillaje. ¿Qué quiere decir con todo eso? —Valentina miró al subinspector Velasco—. Manuel, quiero que te encargues del vestido, de las flores, del maquillaje y todo el aspecto simbólico del crimen. Sé que aún es pronto para que los del laboratorio puedan decirnos algo sobre ello, pero me refiero principalmente a lo que pueda significar cada cosa. El asesino no hace nada gratuitamente. No ha dejado huellas, ni rastros. Es meticuloso y muy organizado. Así que está claro que todo ese trabajo que ha realizado tiene que tener un porqué. Y tenemos que descubrirlo.
El inspector jefe Iturriaga miraba a Valentina con aprobación. No se había equivocado cuando la eligió a ella para investigar el crimen, pensó. Y eso que le habían dicho cuando llegó que era una chica problemática, especialmente desde su estancia en Vigo. A él le parecía seria y muy preparada para el trabajo policial. Y después de verla en acción, todavía más.
Valentina echó otro vistazo a la agenda para confirmar que no se olvidaba de nada.
—Creo que ya está todo por hoy. Haremos otra reunión dentro de unos días. Es muy necesario que haya una comunicación fluida y diaria. Todas las noches quiero un informe sobre mi mesa, por favor. Tenemos que llevar todo este caso con mano de hierro. Y recordad, no quiero ni una filtración a la prensa, por ahora. Más adelante pensaremos qué queremos y qué no queremos que se sepa. Es un tema muy delicado. La familia de Lidia es importante en la ciudad y lo está pasando fatal. No quiero tener en contra a unos y a otros por culpa de esos carroñeros. ¿Entendido? Perfecto. Ahora, a trabajar. Nos esperan días muy duros.
Todos asintieron desde sus sitios y se levantaron para marcharse, cogiendo los folios. Valentina se acercó a Iturriaga y lo detuvo justo cuando se acercaba a la puerta.
—Jefe. Me gustaría comentarle un par de cosas, si no le importa.
—Adelante, Valentina. Pero mejor hablamos en mi despacho, vamos.
* * *
Valentina le había dado muchas vueltas a su conversación con Lúa Castro. No le resultaba fácil enfocar el hecho de que una persona fuese tan mezquina, una mujer casi de su misma edad, una profesional, y además, capaz de chantajear a la policía con algo tan delicado como las fotos de una menor fallecida. Pero Iturriaga tenía que saberlo, era necesario. No era cuestión de que más tarde aquel asunto le explotase en las manos. Mientras Iturriaga contestaba a una llamada de su teléfono móvil, se entretuvo mirando una foto enmarcada del inspector jefe, mucho más joven, sin barriga, con un gran bigote, firmando en un libro delante del ministro del Interior de turno. Otra foto mostraba a Iturriaga con sus dos hijas, radiantes de felicidad, él cubierto con un gorro de pescador verde claro, el mar al fondo, levantando una enorme lubina de roca. Valentina sonrió.
—Dígame, inspectora. Espere, voy a quitarle el sonido al teléfono un segundo… ya está. Soy todo oídos.
—No sé cómo decirle todo esto… bien. Ayer por la tarde, Lúa Castro, la periodista de sucesos de La Gaceta, vino a entrevistarse conmigo. Parece ser que Jaime Anido, el fotógrafo freelance que la acompaña siempre como un perro fiel, consiguió sacar fotos del cuerpo de Lidia mientras estaba aún flotando en la charca. En suma, que se saltó el precinto de seguridad sin cortarse un pelo… y luego hizo todo lo que le dio la gana hasta que lo encontramos.
Iturriaga frunció el ceño, ligeramente cabreado.
—Pensé que ustedes habían conseguido cogerlo a tiempo. Me refiero a que le habían obligado a borrar las fotos…
—Yo también. Pero tenía una cámara compacta escondida. No se nos ocurrió registrarlo, y la verdad, tampoco había porqué. Así que nos la ha metido doblada y bien doblada, y perdón por la expresión —dijo con cara de circunstancias.
—Bravo. Un marrón más para añadir a la lista —replicó con resignación el jefe—. ¿Y?
—Ayer, Lúa Castro vino a ofrecerme una especie de intercambio. Quería una exclusiva de la investigación a cambio de no publicar las fotos del cuerpo de Lidia.
Iturriaga silbó ligeramente.
—Menuda zorra, la tipeja esa. Ya hemos tenido problemas con ella alguna otra vez. Tengo que hablar muy seriamente con su padre. Su padre era compañero, sí… está ya retirado, un hombre muy particular, pero muy eficiente. Veo que su hija no ha heredado su profesionalidad… una pena, vaya.
—¿Qué vamos a hacer entonces?
—Nada, inspectora. Absolutamente nada. ¿Ha visto usted las fotos?
—Sí, me las trajo cuando vino ayer. Son bastante explícitas. No tanto como las que le hicimos borrar a Anido, pero le llega bien.
—Bien. No es un problema policial. Es un problema de su código deontológico, de su moral y todo ese tipo de cosas que no creo que esa chica haya oído en su vida. En suma, el problema es de ella, no nuestro. Hablaré con el director del periódico para que ni se les ocurra publicarlas, aunque no creo que haga falta. Tendrá que buscarse la vida por otro lado. Pero nosotros no vamos a favorecer a unos y a perjudicar a otros. Trataremos a todos por igual, como siempre. Y a ella, si me apuras, le vamos a dar menos información que a los demás. Que se joda, hablando en plata…
—Estoy de acuerdo. Otra cosa que también me gustaría comentarle, jefe… Pasado mañana se celebra en el Palacio de Congresos el congreso de Criminología…
—Ya estoy al tanto, inspectora. Estoy invitado, por supuesto… y usted también, creo.
—Lo que quería comentarle es que este caso… bien… tengo un pálpito. Creo que el asesino… —Valentina no parecía muy segura de cómo iba a tomarse Iturriaga su idea, así que se movió con pies de plomo.
—Arranque de una vez, Valentina. ¿Qué es lo que quiere decirme?
—Creo que… vamos a necesitar la ayuda de un psicólogo criminalista, inspector jefe. Este caso es muy complicado. La escena del crimen presenta unas características muy determinadas que a mí me llevan a pensar ciertas cosas. Ciertas cosas que no me gustan demasiado.
—¿Ciertas cosas? ¿Qué ciertas cosas? —preguntó realmente intrigado.
Valentina se atrevió a decir las «palabras prohibidas» al fin.
—Me refiero a asesinos seriales, jefe. Agresores en serie, ya me entiende. Este crimen tiene toda la pinta de…
Iturriaga la miró con ojos severos y la interrumpió.
—Inspectora, no tenemos ninguna prueba de que ese asesinato pertenezca a una cadena de crímenes. No empecemos con ese tipo de cosas. Alarman a la población y probablemente el asesinato sea de un caso aislado. Algún conocido obsesionado con la chica, algo así. Nada de asesinos en serie, por favor. Ha visto usted muchas películas, ¿no le parece?
Valentina enrojeció hasta la raíz del cabello.
—No estoy de acuerdo en absoluto, inspector, siento decirlo. Aunque respeto su opinión, creo que será necesario que consultemos a un psicólogo criminalista, insisto. Y mañana en el congreso… bueno, va a estar Javier Sanjuán. Ya lo sabe. Es la conferencia estrella…
—Ya. Sanjuán. El que sale en televisión. El del libro de los asesinos seriales. Sé de quién me hablas. Lo he visto varias veces en cursos y congresos. —La voz de Iturriaga no mostraba alegría precisamente.
—El mismo. Permítame que le diga una cosa… —La voz de Valentina traslucía incomodidad mientras hablaba—. No suelo hablar de ello, ya lo sabe. Pero cuando se me ocurrió en Vigo que el Charlatán iba a cambiar de barrio y de modus operandi, para idear el operativo de captura… no fue idea mía en realidad. La idea fue de Javier Sanjuán. No directamente, claro. Un periódico de Vigo publicó un perfil que había realizado del Charlatán que resultó ser tan ajustado como para inspirarme la idea… —Valentina empezó a incomodarse. No le gustaba nada hablar de aquellos momentos de su vida. Miró a Iturriaga con un punto de súplica en los ojos—. Inspector, Sanjuán acertó trece de los catorce puntos del perfil.
—Inspectora. —Iturriaga suspiró—. Haga lo que le dé la gana, está bien. No vamos a discutir por eso. ¿Quiere consultar a Sanjuán con su bola de cristal? Pues adelante. Que no se diga que no hacemos todo lo que podemos… Pero por favor. Que no se entere la prensa.
—Inspector, Sanjuán no es un vidente. Es un profesional de reconocido prestigio y no creo que consultar a un perfilador sea algo que esté mal visto…
—Vale, vale, inspectora. No hay problema. —Iturriaga desistió: empezaba a reconocer cuándo su investigadora había tomado una decisión firme, y en realidad eso no le pareció del todo mal. Aquella mujer tenía mucho carácter, era cierto—. Consulte a quien quiera. Como si quiere ir a una echadora de cartas. Me parece bien todo lo que haga. Deposito mi confianza en usted, pero siempre con discreción, ¿entendido?
—Perfectamente. Gracias, inspector jefe.
—Recuerde, quiero un informe diario completo de la marcha de la investigación. Confío mucho en usted. No me falle, inspectora.
—No se preocupe. No lo haré, jefe. No le fallaré. Quiero coger a ese hijo de puta sobre todas las cosas en el mundo.