[capítulo 21]: Problemas familiares

Valentina abrió la puerta del cuarto de su hermano y el olor a lobera, a perfume caro y a humo de cigarrillo le atacó la pituitaria sin piedad. La habitación estaba totalmente desordenada. Las sábanas, la colcha, la almohada, todo formaba un revoltijo con una guitarra eléctrica que había olvidado desenchufar. Entró, esquivando un par de cajas de CD que estaban en el suelo, desperdigadas, y abrió la ventana para que se aireara un poco. Luego movió la cabeza en un gesto de desagrado y desenchufó la guitarra de la pared.

El padre de Valentina veía la televisión cómodamente instalado en un sillón de la sala, mientras se tomaba una cerveza. Valentina se acercó y lo besó con cariño.

—¿Y Freddy?

—Ha quedado con Irina. —Enrique Negro escuchó el tono de voz de Valentina y la miró con expresión culpable. Sabía que su hija iba a enfadarse. Siempre lo hacía.

—¿Otra vez? —suspiró—. Me gustaría saber cuándo estudia ese chico. Estamos a final de curso y no se puede permitir suspender todo otra vez como el año pasado, papá. Deberías ser algo más duro con él, ¿no te parece? ¿Qué hace saliendo un lunes? Salió el viernes y el sábado también.

—Déjalo, pobre. Lo ha pasado muy mal, ya lo sabes. Y esa chica lo tiene totalmente loco, por lo menos tiene ilusión por algo. Se pone guapo, parece algo más centrado…

—Papá, no me cabe duda de que se pone guapo. Se está gastando un dineral en vaqueros de marca y perfumes… pero bueno. Eso no importa. Lo peor es que va a tirar el curso por la borda. Otra vez. Voy a tener que ponerme seria con él. O aprueba todo o el año que viene se pone a trabajar. En lo que encuentre. Me da igual. De reponedor en Alcampo… a ver si así espabila.

—Valentina, para. No tienes que responsabilizarte de Freddy. Tú bastante tienes con tu vida y tu trabajo para hacer el papel de madre. No es necesario. Freddy está pasando una mala época, pero pasará. Estoy seguro, Tina. Ten confianza. Todos hemos pasado por la adolescencia, hija. Hasta tú, creo recordar. Granos, desequilibrio hormonal, los primeros cigarrillos, el amor… ¿Qué quieres?

—Ya. Vale. Es que me saca de quicio verlo perder el tiempo tan miserablemente. Tiene capacidad para sacar buenas notas pero lleva camino de convertirse en el típico vago de la generación nini. Y eso me subleva, papá.

—Veo que has tenido un día de aúpa, hija. —Enrique intentó derivar la conversación para que Valentina olvidase su tema favorito, la educación de Freddy, con otro de sus temas favoritos, su trabajo—. ¿Qué me cuentas de tu nuevo caso? He visto en la tele que ha aparecido muerta la chica esa a la que habían secuestrado…

—Mejor no hablar de eso, papá. Ha sido horrible. Ni te lo imaginas. Un hijo de puta la ha violado y la ha estrangulado. Era aún una niña, casi… No voy a darte detalles del asunto porque, la verdad… no querrías saberlos. De todos modos, ya los leerás en los periódicos. Por cierto, he quedado en un rato con Helena para tomar una caña en el sir John Moore. Voy a ducharme y a cambiarme.

Enrique Negro cambió de canal y vertió lo que restaba del botellín de cerveza en el vaso. Paradójicamente, le preocupaba bastante más su hija que los desmanes adolescentes típicos de Freddy. Nunca le gustó que se hiciese policía, dato que vio confirmado cuando Valentina tuvo que coger, primero, la baja y después pedir el traslado tras los incidentes de Vigo. A pesar de la apariencia de frialdad, era una mujer muy arrebatada. No parecía tener consciencia del riesgo. Solo había que ver su forma de conducir. Y encima se había comprado una moto, a pesar de todo lo que él insistió. Ella se había limitado a encogerse de hombros y a decir «no te preocupes, papá. Voy a tener mucho cuidado». Enrique no quería perder a otro miembro de su familia en accidentes de tráfico. Llegaba y bastaba con las desgracias familiares ya acaecidas, para enfrentarse a otra más.

Un rato más tarde, Valentina se dirigió dando un paseo al pub sir John Moore, con sus vaqueros rotos y sus botas negras de motera. Llevaba el pelo recogido en una coleta tirante, para no tener que peinarlo demasiado tras la ducha. Ni una gota de maquillaje: no tenía el día para eso. Estaba cansada, agotada psicológicamente. Su cerebro necesitaba un rato de expansión, un par de cañas… y dormir por lo menos siete horas seguidas. Cuando llegó al pub inglés, aún casi vacío, Helena ya estaba sentada en una mesa del fondo, con la caña por la mitad. Estaba leyendo un libro y fumándose un cigarro. Valentina miró la hora: se había retrasado casi veinte minutos. Menudo día llevaba. La saludó con la mano.

Helena se levantó y le dio dos sonoros besos. Valentina nunca se cansaba de admirar los looks diferentes y absurdos de su amiga. Esa noche llevaba un blusón de colores vivos de estilo indefinible, hippy, combinado con una falda larga azul marino con bordados, que seguramente rescató del baúl de los recuerdos de su madre, y unas sandalias de cuero de mercadillo. Con el largo cabello castaño recogido en una trenza y los ojos del mismo color, parecía una especie de zíngara. Sin embargo, el conjunto resultaba favorecedor. Era una mujer muy hermosa, con una expresión siempre agradable y pacificadora.

Helena había dejado su trabajo como ingeniera química para montar su propio negocio de comida y productos orgánicos. Y sorprendentemente no le iba mal. Al revés, un montón de pijos naturistas convertidos a la «religión orgánica», como la llamaba Valentina, eran fans de los productos de Helena. Completaba sus ingresos leyendo el tarot en la parte de atrás de la tienda, una costumbre que a Valentina le horrorizaba, lo que le había granjeado fama de mujer estrambótica. A ella le daba igual. Se sacaba unos suculentos euros con las clientas, que estaban encantadas de la sabiduría arcana que emanaba de aquella mujer tan zen. «Simple aplicación de la psicología más elemental», solía decir. Helena tenía un novio de familia rica con aspecto de perroflauta que trabajaba en una ONG y con el que vivía en un apartamento del paseo de los Puentes, acompañados ambos por un adorable golden retriever que para Valentina era un ejemplo total de la existencia del síndrome de Estocolmo en los animales. A pesar de combinar absolutamente todos los estereotipos de chica progre de alimentos orgánicos, Helena era una mujer inteligente y fuerte que conseguía calmar a Valentina y levantarla cuando sufría sus bajones más intensos. La conocía desde el colegio y solo con verla un segundo podía diagnosticar cualquiera de sus estados de ánimo. La miró y por la expresión crispada de su rostro se dio cuenta de que estaba en el medio de uno de sus habituales momentos de crisis existencial de los últimos tiempos.

—Val. Voy a pedirte una caña. Tienes una cara de estrés que no te has visto bien… Es que si te hubieses visto, no habrías salido de casa sin maquillaje… —Valentina ni siquiera tuvo fuerzas para sonreír la broma—. Joder. Hay crisis, por lo que veo. Espera un momento.

Valentina miró el libro que estaba leyendo su amiga mientras esta iba a la barra a pedir la consumición. Las enseñanzas de don Juan, de Carlos Castañeda. Ojeó la solapa. Menudo tostón. A ella no le interesaban los profundos textos de autoayuda chamánica. Prefería con mucho una buena novela negra. Cuando su amiga volvió con dos cañas en la mano, blandió el libro ante sus narices, con una sonrisa burlona.

—¿Alcanzando el nirvana personal? —Miró con extrañeza hacia las dos cervezas—. ¿No te han dado ni unas miserables patatas fritas?

—¿Patatas fritas? Estás de broma. Claro que me las han ofrecido. Y se han quedado encima de la barra, fíjate. Las patatas fritas industriales son veneno para tu salud, Val. Grasas saturadas, aceite de dios sabe qué procedencia… ni de broma. Si hubiese algún pincho saludable, te lo traería. Y no te metas con Carlos Castañeda. Ni se te ocurra, blasfema.

—Deberías abrir un bar con pinchos orgánicos, Helena. Así los coruñeses tendríamos la oportunidad de purificar nuestros cuerpos y almas con alimentación noble, orgánica y espiritual… abonada con excrementos que eliminen el séptimo karma… y abran el chakra místico de la precognición neuronal…

—Ya sé que te gusta mucho meterte conmigo. Pero si dejases de comer todas esas porquerías, serías un espíritu mucho más libre… somos lo que comemos, ya lo sabes.

—Si te parece poco que haya conseguido dejar de fumar… no como tú, por cierto. —A Valentina le encantaba pinchar a su amiga y sus manías alimenticias. Solía enumerar todo tipo de comidas grasientas y tóxicas solo por el placer de ver su rostro transmutar hacia el verde a la mínima mención de una hamburguesa o de un donut.

—Yo solo fumo cigarrillos orgánicos, Valentina, me los traen todos los meses de Estados Unidos… Venga, dime qué te pasa de una vez. Respira hondo, estás más tensa que la cuerda de un violín desafinado.

Valentina suspiró, intentando relajarse. Bebió un sorbo largo de la cerveza fría.

—Bien. Te cuento. Estoy al mando de la investigación de Lidia Naveira, la chica a la que secuestraron el otro día y apareció muerta esta mañana…

—No jodas. Eso es fantástico, Val. ¿Te han quitado al final del «famoso caso del robo de los perros Chihuahua»? —intentó bromear, pero al ver la expresión de Valentina se alarmó un poco—. Pero bueno. ¿Por qué pones mala cara? ¡Si es genial! Me refiero a que seas tú la que va a…

Valentina la interrumpió.

—No te ilusiones. Estoy ahí porque Larrosa, el que iba a llevarla en principio, se ha ido de permiso unos días. Y por las vacaciones y las bajas. Casi estamos en cuadro en la comisaría. Así que voy a comerme yo todo el marrón.

—Pero si a ti te encanta eso, Valentina. Eres una policía estupenda, lo sabes. ¿Dónde está el problema? No lo entiendo. Es una oportunidad única…

—El asesino la secuestró y la violó, Helena. ¿Entiendes? Es un agresor sexual peligroso. No sé si podré con toda esta responsabilidad… —Valentina miró su vaso de cerveza y apuró otro sorbo. Se sentía muy ansiosa. La cerveza la ayudaba a soltarse un poco.

Helena la miró con resignación.

—Ya. Acabáramos. El «mítico» tema Vigo, claro… Tenía que salir el tema Vigo por alguna parte. Valentina, por Dios. Esto no tiene nada que ver con Vigo. Además, allí hiciste un trabajo de primera. Capturaste tú sólita a un violador que había atacado a un montón de chicas jóvenes… Eres una heroína, hazte a la idea. Te dieron una medalla.

—Sí, como al perro Patán… —Valentina aguantó la risa que se le escapaba durante unos segundos, luego se puso seria de nuevo—. Tú lo ves así, soy una heroína y todo eso, bla, bla, pero… Yo lo veo desde mi punto de vista. Casi no lo cuento. Bien sabes lo mal que lo pasé. Por otra parte, no tengo el más mínimo interés en ser una heroína otra vez. Súmale a lo del Charlatán todo lo que pasó después. Lo de mi madre. No sé… estoy empezando a salir del pozo y ahora tengo miedo de no dar la talla con esto. Es muy fuerte, Helena. El asesino le ha puesto maquillaje al cadáver… no te lo imaginas. Es siniestro. Muy siniestro.

—Relájate, Val. Vas a hacerlo muy bien —sonrió—. ¿No te das cuenta de que tantas novelas negras tienen que servirte para algo productivo? Por lo menos así amortizarás todo el dinero que te gastas en libros…

—Serás cabrita… —Valentina terminó su caña de un trago—. ¿Te acordaste de traerme La Boheme que te pedí? ¿La de Jussi Björling?

—Sí, por supuesto. Está aquí, en mi bolso, pero no me cambies de tema, guapa. Val, tienes que pasar página. Salir más. Buscarte un novio… Todo eso que llevo diciéndote desde hace un año, hija. No puedes escudarte en Vigo y en el accidente de tus padres para no evolucionar. A veces me da la sensación de que te estás boicoteando… ¿Qué fue de aquel chico tan mono, Ignacio, que parecía tan interesante?

—Ya estamos con el rollo new age y con el pesado de Nacho… ¿Quieres otra caña llena de indefinibles productos tóxicos? —Valentina no tenía ningún interés en seguir esa conversación—. Yo sí. Necesito más alcohol… A Nacho ni lo nombres, por favor. Otro petardo. Estaba obsesionado con ir con la bicicleta de montaña por todo el mundo, o algo así. Ahora debe de estar en el medio del Camino de Santiago, con su novia deportista, ambos en éxtasis en cada cuesta que encuentran…

—Hija, es que no te vale ninguno. ¿No será que eres demasiado exigente?

—Joder, Helena. ¿Qué querías que hiciese con un obseso de las bicis? Si solo sabía hablar de rutas y más rutas… era horroroso. Además, no sabía ni dar un beso en condiciones. Era de esos que te dejan la cara empapada… Espera… ¿Qué has dicho? ¿Yo exigente? Estás de broma, ¿no? Mira… voy a pedir otras dos cañas, que me van a hacer mucha falta…

El pub se había llenado de gente que salía del trabajo y se tomaba la caña o los vinos antes de cenar. Valentina esquivó a varios clientes mientras se dirigía a la barra a pedir. Sentado había un hombre joven, atractivo, vestido de traje, que la miró de arriba abajo con expresión un tanto rijosa. Valentina lo ignoró y pidió dos cañas a la dueña. Él no cejaba en su interés, acentuado por la ingesta de varias pintas de Guinness. Cerró el Marca y le dedicó una sonrisa que pretendía ser encantadora.

—Hola, preciosa. —La voz arrastrada daba la impresión de que había bebido algo más de un par de pintas—. Vienes mucho por aquí, ¿verdad? Me suenas mucho.

Valentina procuró no mirar hacia él mientras la camarera tiraba las cañas. Torció la cara y se concentró en mirar el gran reloj que había en la pared, la decoración a base de papel de periódico de los años cincuenta, una escopeta de caza colgada de una tira de cuero. Todo con tal de no tener que hacer caso a aquel tipo con aspecto de tener ganas de un ligue fácil. Cuando las dos cañas estuvieron delante de ella, pidió unas patatas fritas.

—No deberías tomar patatas fritas, encanto. Engordan un montón. Y tú estás muy buena. Sería una pena…

Los ojos de Valentina brillaron un momento con peligro, y el hombre se dio cuenta al momento, a ver la expresión de acero, de que había metido la pata.

—Perdona, ¿eh? No quería molestarte… joder, lo siento —empezó más que a disculparse a protestar, iniciando la retirada—. No he dicho nada… menudo genio… joder con las tías de ahora, no se os puede decir nada…

—¿Qué te decía el tipo de la barra? —preguntó Helena una vez que Valentina volvió a su lado.

—Lo mismo que tú, en suma. Que las patatas fritas engordan.

—Pues si quieres que te diga la verdad —dijo pícaramente echando un nuevo vistazo al tipo de antes—, no está nada mal… se podría decir que el pavo está como un queso.

—El queso también es tóxico, Helena, según tú, claro. En serio, estará todo lo buenorro que quieras, pero menudo gilipollas baboso. Paso de tíos así. Además, está totalmente borracho.

—Valentina. ¿Hace cuánto que no sales con nadie? Yo lo sé, pero es para recordártelo.

—Ya. Desde Vigo. Sé lo que quieres decir —contestó resignada, pues sabía lo que iba a continuación.

—¿No te parece que ya es hora de que eches un polvo en condiciones?

—No hace falta que seas tan directa, Helenita. No tengo ganas. No me ponen los tíos que conozco. No voy a follar por ahí con un tío que no me interese lo más mínimo, ¿no te parece?

—Follar de vez en cuando es necesario para no perder la práctica… ¿No crees? —Valentina puso una intensa cara de reproche que hizo reír a su amiga. A veces era tan pacata que llegaba a asustarla—. No, mujer, no me refiero a eso. Me refiero a que tienes que dejarte llevar más. Perder un poco el control. Disfrutar de la vida.

—Ya lo hago. ¿No me ves? Estoy tomando algo contigo, por ejemplo. No puedes decir que no disfruto de la vida.

—Dios. Mira que eres difícil, Val. Si te lo digo, es por algo. Eres una mujer muy atractiva y no es normal que pases todo el tiempo sumida en un celibato absurdo. Además, ya estuviste en terapia un montón de tiempo. Ahora deberías estar ya curada. Solo te falta un empujoncito…

—Pues saca la bola de cristal y mira si va a aparecer un hombre maravilloso en un corcel blanco, o en una enorme y potente Yamaha… —Valentina torció la cabeza, burlona, mientras cogía un buen montón de patatas fritas y se las llevaba a la boca.

—La bola de cristal no, pero voy a echarte el tarot, ya verás. Y gratis. No te quejes.

—Estás de broma, ¿no? Me parece bien que engañes a las marujas ortoréxicas que van a tu tienda, pero a tu mejor amiga… ¡Qué fuerte! —Valentina lo dijo divertida, aunque también parte de esa protesta era sincera.

—Te asombrarías si supieras lo que puedo hacer con esa baraja, amiga mía. Muchas personas de esta ciudad me mandan cartas de agradecimiento… —Helena levantó la cabeza y miró hacia la entrada del pub—. Ese chico que entra con una chica guapísima ¿no es Freddy? Madre mía, está enorme. Él sí que no pierde el tiempo, no como la boba de su hermana…

Valentina se volvió y vio a su hermano, con su flequillo negro, sus vaqueros caídos, sus calzoncillos de cuadros vichy a la vista y su cazadora de cuero recién comprada, al lado de una chica alta y delgada, de cabello rubio ceniza y espectaculares piernas, ceñidas en unas mallas negras. Ella lo miraba con arrobo, mientras él adoptaba poses de macho alfa protector que a su hermana le parecieron patéticas. Se le cayó el alma a los pies.

—Sí. Es Freddy, por supuesto. Está con Irina, su «noviecita» nueva. Ella trabaja en el solárium que está cerca de casa. Viene a buscarla todos los días. No tengo ni idea de cómo mi hermanito se ha ligado a un pivón de ese calibre. No sé qué le ve…

—Valentina, tu hermano es casi tan guapo como tú, si no lo es más… con esos ojazos azules y el pelo negro, tiene que arrasar. Y encima cultivando posturitas de vampiro de Crepúsculo… claro, tú lo ves como hermana mayor. Pero es un cañón para las niñas, eso, fijo.

—No me gusta esa chica para él. Es demasiado mona. Demasiado espabilada. No sé, no me da buena espina. No parece muy… no sé, «normal». Una chica como esa podría salir con cualquier tipo con pelas que le diese un nivel de vida alucinante.

—Dios mío, Valentina. Necesitas una temporada en el Tibet para purificarte. O en un balneario, también puede valer. O un convento franciscano. ¿Te has dado cuenta de cuántas necedades has dicho en una sola frase?

Valentina hizo una mueca y torció la cabeza con un gesto que quería indicar pena, pero no lo consiguió del todo. Le salió más bien un gesto divertido.

—¿Tú crees que estar tanto tiempo en la policía está convirtiéndome en una vieja gruñona y moralista?

—Sinceramente, amiga mía… sí. Lo pienso. Exactamente eso: pienso en una vieja gruñona moralista y llena de prejuicios… Pronto te saldrán arrugas y poco a poco te quedarás sola, viviendo con un montón de gatos que te olvidarán en cuando mueras, o algo peor… —Helena vio la cara de desánimo de Valentina y dejó de insistir—. Está bien. No es un destino demasiado horrible. Podía ser todavía más trágico. Brindemos por ello entonces. Por mi amiga gruñona, moralista y prematuramente vieja. —Helena sintió que estaba siendo demasiado dura con su amiga, así que decidió volver a la idea anterior—. A la que voy a echarle las cartas nada más llegar a casa.

Valentina hizo un gesto de resignación con su boca.

—Bueno, está bien… Como quieras. Pero que conste, esas cosas son una solemne tontería.

—Voy a hacerlo, Valentina Negro. Quieras o no, voy a hacerlo. Y luego te llamaré con los resultados. Vamos a reírnos un buen rato…

* * *

Freddy cogió a Irina de la mano y se la besó caballerosamente. Al lado de aquella chica se sentía como un superhéroe. Era tan ingenua, tan guapa, tan frágil… Parecía siempre a punto de quebrarse en sus brazos. Cuando entraban en cualquier sitio, todos se daban la vuelta. En realidad la miraban a ella, con su belleza eslava, sus ojos verde esmeralda, su cuerpo prácticamente de modelo. Iba casi siempre a buscarla a la salida del trabajo, orgulloso de tener una novia así. Mientras sus colegas iban de botellón a Méndez Núñez, él iba a tomar copas con su novia a sitios más serios que un parque lleno de críos borrachos que orinaban detrás de un árbol y latas y basura en el suelo. Que Irina trabajara era una ventaja, aunque Freddy tenía la suerte de tener una buena asignación semanal, cosa que la pesada de su hermana siempre ponía en entredicho…

—¿Qué quieres tomar? —Freddy la besó empalagosamente en los labios.

Ella respondió con su voz dulce y su marcado acento ruso.

—Una clara de limón, Freddy.

Cuando consiguió las consumiciones, Freddy se dirigió hacia las mesas del fondo y vio a su hermana con su amiga «la chiflada» —según él solía llamarla, un poco para devolver alguna de las pullas con que su hermana lo obsequiaba con frecuencia—, que miraban para ellos con curiosidad. Freddy paró en seco y apretó la mano de Irina.

—Vamos a las terrazas de fuera, mejor. ¿No te importa? Está mi hermana ahí dentro con una amiga. Paso de que empiece con el interrogatorio de todos los días. No te imaginas lo pesada que está.

—Es tu hermana, Freddy. Da gracias porque se preocupe por ti. Tienes que entenderlo. —Irina siempre intentaba contemporizar en los enfados de su novio. A ella le caía bien la familia de Freddy. Eran una familia normal, se querían. Estaban unidos. Hubiese dado una mano por tener algo así. Freddy no valoraba lo suficiente algo tan maravilloso.

—Paso, Irina. Vamos fuera, venga. No tengo ganas de discutir. Mi hermana ya está dedicándome esa cara de Rex, el perro policía versión cabreada que suele ponerme cuando quiere guerra…

* * *

Helena no podía parar de reír. En el momento en el que el hermano de Valentina las detectó, salió huyendo del local como si lo persiguiese la Inquisición. Era hilarante.

—¿Te has fijado? Mira, mira cómo huye esa pequeña comadreja humana —protestó Valentina, a la que no le costaba nada sacar a relucir la poca entereza de su hermano.

—Déjalo, Val. Eres demasiado estricta con él. Está sumergido en lo peor de la edad del pavo. Es normal que no quiera darse el lote con la novia con su hermana delante.

—Helena, va a suspender todo. Y a mi padre le va a dar un ataque. Está pagando un dineral en los Dominicos para nada. Es tirar el dinero, porque, míralo —lo señaló con un gesto de la barbilla—, se acercan los exámenes finales y él en lo único que piensa es en ir de marcha con Irina. Coño. No le llegan los fines de semana, no. No sea que se le escape la chica…

—Por cómo he visto que esa chica lo miraba, Irina parece estar totalmente colgada, Valentina. ¿Y si no es para nada ese monstruo calculador que adivinas detrás de su cara angelical?

—Hay algo en ella que no me cuadra, Helena. Llámalo olfato policial… no sé. No me convencen muchas cosas. Y lo que menos me gusta es que tiene siempre mucho dinero. Demasiado. Sí, ya sé que trabaja y todo eso. Pero… bueno. —Valentina se dio cuenta de que Helena la miraba otra vez con ojos de reproche—. Ya sé. Cosas mías. Lo dejo. Bastante tengo ya con el caso y con todo lo demás. ¿Nos tomamos la última? Yo mañana tengo que levantarme a las siete de la mañana…

* * *

Eran las tres y media de la madrugada cuando Valentina escuchó la llave moverse sigilosamente en la puerta. Ya era hora. Su hermano cada vez se estaba pasando más. Cada día llegaba más tarde. A pocos días de final de curso, y él danzando por ahí con la chica rusa, haciendo lo que fuera. Sin importarle un pimiento su padre, sus estudios y su futuro. Escuchó ruido en la cocina. Estaba preparándose la cena. Por lo menos no hacía mucho jaleo.

Valentina fue hacia la cocina. No podía evitarlo. Estaba furiosa con su hermano. Muy furiosa. ¿Qué hacía arruinando su vida con aquella chica que a las primeras de cambio iba a dejarlo por algún hombre con más dinero que él? Ella tenía claro que eso era exactamente lo que iba a ocurrir. Y no quería pensar en el palo que podía llevarse…

Cuando Freddy vio entrar a su hermana hizo un mohín de desagrado mientras sacaba un plato del microondas.

—Lo que faltaba. Ya llega la inspección policial. ¿Tú no trabajas mañana, hermanita?

Valentina husmeó el aire de la cocina. Reconoció muy sutilmente el peculiar aroma de la marihuana.

—Hueles a porro, Freddy. Déjame ver tus ojos.

—Pasa de mí, pesada, joder. Déjame en paz. He estado en un pub y había peña fumándose una truja dentro. Nos hemos tomado un par de cañas y poco más. Yo no tomo drogas y lo sabes perfectamente. Además, Irina odia las drogas.

—No, no lo sé. No tengo ni la más remota idea de lo que haces por ahí un lunes hasta las tres y media de la mañana, Freddy. Mañana tienes clase. ¿Vas a levantarte a tiempo para ir? No creo. Tienes encima los exámenes finales y no puedes volver a repetir curso. Y ya me dirás qué pub es ese donde permiten que la gente fume maría.

—Sí, claro. Para que tus colegas hagan una redada. Búscalo tú. Mira, hermanita. Pasa de mí. Quiero cenar y meterme en la cama.

—Freddy, tu novia no estudia. Está trabajando, y me parece bien. Pero tú tienes que estudiar y no estás haciendo absolutamente nada. El otro día estuve hablando con el de biología y me ha dicho que no has ido a los últimos exámenes. Y además, faltas a clase continuamente. De las matemáticas mejor no hablar. ¿Quieres decirme qué coño vas a hacer con tu vida? ¿De qué vas a trabajar? ¿Eh? —Valentina estaba realmente furiosa. Sentía que, en la terrible ausencia de su madre, ella tenía que asumir ese papel—. ¿Vas a trabajar de reponedor en el Carrefour? ¿O descargando pescado en el puerto? ¿Tú qué crees? ¿Que tu novia querría salir con un reponedor?

Freddy la miró con expresión furiosa. No soportaba que nombrara a su novia ni que pusiera en entredicho sus sentimientos.

—Métete en tus asuntos, hermanita. Tú no eres mi madre. Mamá está muerta, joder. Se murió en el puto accidente, y tú no estabas allí. Yo sí. Y tú, por mucho que quieras, nunca vas a ocupar su lugar. ¿Te enteras? A ti lo que te pasa es que no te quiere nadie. Estás celosa de que yo tenga una chica guapa que me quiera. No tienes novio, porque eres una bruja. Espantas a los tíos con ese carácter. Y ahora me voy a mi habitación. Vete a la mi-er-da. —Freddy, lleno de furia, separó las sílabas con claridad—. ¿Lo has pillado? Pues eso mismo…

Valentina miró en silencio la puerta de la cocina por donde se había ido su hermano. Se levantó y la cerró. Luego cogió un vaso pequeño del aparador. Fue hacia la alacena y se puso un chupito de whisky. No tenía fuerzas ni para buscar un trozo de hielo. Se lo tomó de un trago y luego suspiró profundamente. De pronto se dio cuenta de que no tenía nada de sueño.

«Menudo día más horrible», se dijo. Por lo menos, o eso pensaba ella, las cosas no podían ir a peor… ¿O sí? Fue su último pensamiento. Luego recordó que al día siguiente tenía que dirigir la primera reunión del operativo de un caso que —aunque no quería reconocerlo—, le producía una gran angustia. Era consciente del terrible desafío que aquel asesinato había llevado a su vida. Notó una punzada en la boca del estómago. Después de lo de Vigo, había muchas veces en las que se había planteado dejar de ser policía. Pero no fue capaz de dejar el cuerpo y empezar de nuevo. Intentó buscar algo más llevadero en Benidorm, pero luego ocurrió lo del accidente de sus padres. Y ahora, de repente, se veía inmersa en el crimen más extraño que había ocurrido en la ciudad desde hacía muchos años. Respiró hondo. Si seguía así, iba a pasar otra noche sin dormir. Y era algo que no podía permitirse.