[capítulo 20]: Lúa y Valentina

La Coruña, comisaría de Lonzas

Lúa Castro se detuvo en la puerta del despacho de la inspectora Valentina Negro con su habitual repiqueteo de tacones. Sabía que con aquella mujer no iban a servirle de nada ni su atractivo físico ni sus dotes de manipulación. Pero en su bolso llevaba un pen drive y unas fotos que eran el pasaporte a muchas cosas deseables. Las fotos de Anido iban a venirle de perlas. Anido… menudo cabrón. Se iba de repente a Londres en un vuelo sin fecha de regreso. «A hacer un encargo». A saber cuál era la verdad. Anido siempre se reservaba lo mejor para él mismo. Siempre presumía de ser muy hermético. Pero eso a ella poco le importaba en aquel momento. Jaime era su amante, pero no era su novio formal. Así que, en realidad, podía hacer lo que le viniese en gana aunque a ella, en el fondo, no le hiciese ninguna gracia. Llamó a la puerta y la entreabrió. La inspectora estaba de pie, de uniforme, mirando por la ventana. Se giró. Lúa se dio cuenta de que era más joven de lo que había previsto. No tendría más de treinta años… a lo mejor, treinta y dos…

—Buenas tardes, inspectora.

—Pasa, Lúa. Siéntate. Encantada.

Lúa se sentó frente a Valentina Negro y la analizó en unos segundos, mirándola de arriba abajo con disimulo. Era una mujer muy hermosa, sin duda alguna. Una mujer para la que la belleza quizá era más problema que beneficio. Tenía unos ojos grises con pequeñas vetas color granate que la miraron de frente, con honestidad. De repente, Lúa se sintió mal por lo que iba a hacer. Una sensación incómoda en el estómago, producida sin duda por aquella mirada brillante y el severo uniforme. Se fijó en la pequeña condecoración que lucía en la solapa del bolsillo.

—Lleva la cruz al mérito policial. —Lúa realizó un primer intento de suavizar el ceño de la inspectora Negro. Con aquel apellido ya imponía…

—Sí, es cierto. Veo que estás puesta en distintivos policiales y medallas, Lúa. No es algo común en una periodista de sucesos. —Sonrió un momento, una sonrisa franca que iluminó su cara.

—Mi padre era Policía Nacional, ahora está en segunda actividad. Él tiene la misma, la de distintivo rojo. Pensionada. Por eso lo sé.

—Interesante. Me alegro mucho. Bien. Cuéntame. Hoy estoy muy liada, como podrás comprender. No puedo ponerme a hablar sobre méritos y hazañas bélicas con todo el tomate que hay en la ciudad.

—De eso venía a hablarte. De Lidia Naveira.

Valentina se puso en guardia de forma instintiva, pero se limitó a hacer un gesto con las manos, invitándola a hablar. Lúa sacó del bolso las fotos de Jaime Anido. La escena del crimen, en todo su esplendor, con el cuerpo de la joven flotando en la orilla del estanque. La imagen lúgubre que se había grabado a fuego en la mente de la inspectora, de nuevo delante de sus ojos.

—Anido. —Valentina la miró de hito en hito y por la expresión de la periodista comprendió al momento que Lúa Castro y el fotógrafo eran algo más que coincidentes laborales—. Qué hijo de puta. —Su voz bajó hasta convertirse en un susurro—. Tenía otra cámara escondida…

—No me interprete mal, inspectora. No quiero publicarlas. No sería moral ni ético, ni conveniente para la investigación del asesinato. —Lúa se había aprendido de memoria lo que creía que iba a ser el discurso de la policía y lo soltó con desparpajo.

—Si no quieres publicarlas, ¿por qué demonios vienes aquí a enseñarme el trofeo? Perdóname, Lúa, pero no me lo creo. Dime. Suelta. No tengo toda la tarde para perder contigo y con tus enigmas. —El enfado de Valentina Negro era cada vez más evidente. Sus ojos soltaban chispas que no se molestó en disimular—. No me gusta tu estilo, Lúa. Es un poco repugnante. ¿No crees?

—Bien, inspectora. Lo entiendo. A cambio de estas fotos, no quiero nada. Bueno, en realidad… solo pretendo tener información de primera mano en temas que puedan ser tratados por la prensa. Lo que llamarían en La noria la exclusiva del caso, para entendernos. Mis jefes no saben que yo tengo estas imágenes, me matarían si no las entrego. Estaría despedida en menos de lo que canta un gallo. Es algo que quedará entre Anido, usted y yo.

Valentina pensó rápido. A lo mejor podía salvar la situación y sacar algún provecho de aquella especie de hiedra trepadora. Era demasiado codiciosa, lo que quería decir que tenía debilidades. Ya las encontraría.

—Voy a pensármelo, Lúa. —Valentina ya sabía que no iba a caer en una trampa tan burda, pero decidió seguirle el juego—. Primero voy a enterarme de cómo actúas en tu periódico. Voy a analizar tu honestidad periodística. Si sueles cumplir el código deontológico y esas cosas. Si veo que puedes recibir cierta información y tratarla con respeto, aceptaré el trato. Siempre y cuando esas fotografías pasen a mis manos. Ya, ya sé que tendrás cien copias. Pero me fiaré de ti. —Lúa no pudo evitar una sonrisa de triunfo.

—Descuide, inspectora. No pienso fallarle. Siempre y cuando usted me considere como periodista «oficial» del caso Naveira. Vamos, no le estoy pidiendo tanto. Lo único que quiero es que lo más sabroso del asunto, antes de hacerse público en una rueda de prensa o de cualquier otro modo… haya podido tenerlo yo primero… ya me entiende… para adelantarme un poco a los demás…

Valentina empezó a ver de una forma muy clara las intenciones de aquella carroñera de grandes ojos verdes. Seguro que siempre se salía con la suya… Bien. Alguna vez tendría que ser la primera en la que recibiera una buena patada en el trasero… Su voz empezó a destilar veneno de una forma educada y sutil.

—Veo con asombro que eres una trepa de libro, Lúa Castro. Imagino que en tu profesión esos comportamientos son habituales, así que procuraré no tomármelo como algo personal. He dicho «procuraré». —La mirada de los ojos rasgados era como un taladro—. No te hagas demasiadas ilusiones. Dices que tu padre es policía… ¿no? Con muchos años de servicio, imagino, ya que tú no pareces precisamente una niña… —La alusión salió de los labios de la inspectora con cierta sorna—. Si tienes tiempo entre chantaje y chantaje, pregúntale cómo actuaría él en un caso así… Y luego me cuentas lo que te ha dicho. —La inspectora miró fijamente a Lúa con expresión helada y sonrió—. Llámame mañana por la tarde, por ejemplo. A ver qué podemos hacer por ti. Y ahora, si no te importa… No puedo seguir atendiéndote. Como comprenderás, estoy muy ocupada con el caso.

Valentina procuraba ocultar su monumental cabreo lo mejor que podía. Se desentendió de la periodista con total desprecio, fingiendo que se ocupaba de unos papeles que tenía sobre el escritorio. Odiaba a la gente mezquina. Pero por alguna razón le resultaba mucho más odioso ese comportamiento en una mujer.

Lúa se levantó, detectando la hostilidad de la inspectora, y salió del despacho a hurtadillas, sin intentar despedirse, tras recoger las fotos que le había mostrado. Pensó que tenía la partida totalmente en sus manos. El caso Naveira iba a ser, tenía que ser exclusiva de su periódico y de Lúa Castro… Tuvo que reconocer que la destreza de Anido se merecía una buena cena a base de centollo, cava y otras cosas mucho más apetitosas para él. Pero eso tendría que ser, forzosamente, a la vuelta de su repentino y extraño viaje.