La Coruña, barrio de Los Rosales, lunes 7 de junio, 16:00 h
Jaime Anido se levantó de la cama dejando a Lúa desnuda y medio dormida, envuelta en la sábana, relajada después del polvo y el cigarro. Miró su móvil: cuatro llamadas perdidas. Se atusó el pelo, desperezándose, y, descalzo, se dirigió hacia el ordenador a consultar su correo. Tenía un montón de mensajes, pero uno en especial llamó su atención. Se sentó en su escritorio, extrañado. Hizo doble click. Sue nunca le enviaba correos desde el suyo personal. No era su forma habitual de comunicarse. Tenían otros medios de contacto. Se levantó a por la cajetilla de cigarrillos y a coger una Coca-Cola fría. Volvió a mirar el correo. Suecrompton@hotmail.co.uk ¿Qué querría? Miró hacia la habitación donde se encontraba Lúa. Allí seguía, totalmente amodorrada. No tenía el más mínimo interés en que cotillease en aquel tipo de asuntos. Encendió un cigarrillo y acercó el cenicero lleno de colillas resecas.
Querido Jaime. Sé qué hace tiempo que no me pongo en contacto contigo. Por aquí el asunto está regular, nuestros amigos siguen como siempre, ya me entiendes. Tengo ganas de verte. Pronto hará casi un año que no coincidimos, Jaime. Te echo mucho de menos. Ha ocurrido una desgracia con uno de los nuestros. Patricia Janz. Tu Patricia. Ha muerto. La asesinaron las pasadas navidades cuando estaba de visita en casa de su familia en Whitby. Sé que tenía que haberte llamado por teléfono para decírtelo… Pero no sabía cómo hacerlo. Lo siento de verdad. Pero ahora todo ha cambiado. Tienes que venir.
Ya sé que es imperdonable que haya tardado tanto en avisarte: no quería preocuparte, y, además, he estado muy ocupada con diversos asuntos de la hermandad. Por desgracia, desde la muerte de Patricia, las cosas se han complicado mucho.
Ven pronto, por favor. Te necesitamos. Especialmente yo.
Un beso. Y un latigazo.
Sue.
Jaime Anido apagó lo que quedaba de cigarrillo. Se había consumido solo en el cenicero. Patricia… ¿muerta? La noticia lo había dejado helado. Durante unos minutos no reaccionó. Luego, tecleó en Google. No tardó mucho en encontrar el suceso en la hemeroteca de un tabloide online. Allí estaba: el asesinato de Patricia Janz había causado un revuelo enorme en el norte de Inglaterra por sus extrañas características, plenas de morbo. Apareció en un cementerio, con la cabeza cortada y una estaca clavada en el corazón. Como si fuese una víctima de ultratumba del mismísimo Van Helsing, el cazavampiros. Joder. El inspector Geraint Evans, de la policía de Whitby, dirigía la investigación. Jaime no pudo seguir leyendo. Era demasiado para él. No podía ser verdad. Patricia. ¿Quién podría tener algún interés en matar a aquella chica inofensiva? Y además, matarla de aquella manera tan extraña era inexplicable. Patricia era su «pareja de baile habitual» en la hermandad del Ruiseñor y la Rosa, un club exclusivo al que pertenecía desde hacía ya algunos años. Era su chica favorita, con la que mejor se había compenetrado en la vida. Joder, Sue. Hacía seis meses que había sido asesinada y nadie había tenido la decencia de comunicárselo. No se lo podía creer. Qué hijos de puta. «¿En qué estabas pensando, Sue, para no coger un puto teléfono y contarme todo lo que estaba ocurriendo allí?», pensó, en un acceso de ira y desolación.
Sue. Él también tenía ganas de verla. ¿Qué problemas habrían surgido en la hermandad? Anido no podía evitar sentir un hormigueo interior cada vez que abandonaba el hilo cotidiano de su vida en Galicia y recordaba sus experiencias de Inglaterra. Entonces le invadió una urgencia íntima, atenazante, que le hacía desear estar allá, con Sue. Tenía que ir a Londres cuanto antes. Encendió otro pitillo y empezó a buscar vuelos directos a Heathrow desde Coruña. Allí había un billete bastante asequible. Al día siguiente volaría hacia Inglaterra. Tenía tiempo suficiente para hacer la maleta y dejar arreglados los asuntos que tenía pendientes. Le pediría a Lúa que se encargara de regar las plantas carnívoras y mirar la correspondencia. A ver qué disculpa le ponía para salir pitando… un encargo fotográfico en Londres muy bien remunerado no estaría mal. Era convincente. Ella no sospecharía nada raro. No tenía el más mínimo interés en que Lúa conociese sus actividades perversas en Inglaterra. Era imprevisible. A saber cómo podía reaccionar… Como una gata salvaje, seguro. A lo peor no volvía a echar un polvo con él en la vida.