—No. No puede ser. No puede verla, señor Naveira. Imposible.
—Es mi hija… ¿verdad? Es ella… mi niña… está ahí, muerta. ¿No se dan cuenta? ¿Y si no es ella? ¿Y si se han equivocado? Me cago en… déjenme pasar. ¡Por Dios bendito!
—Tranquilícese. Venga. Por favor. —Valentina hacía lo posible para calmar a aquella fuerza de la naturaleza. Los ojos verdes fulguraban con violencia y rabia, y hacían falta dos policías locales para sujetarlo—. Tal y como está el cuerpo ahora, no puede ni debería verlo. Ya lo verá después, en el depósito de cadáveres. Entiendo perfectamente por lo que está pasando, señor Naveira. Pero tiene que tener un poco de paciencia.
—Usted no entiende nada, señorita. No entiende nada. Usted no sabe lo que es perder a una hija de diecisiete años. Usted lo que tiene que hacer es coger al hijo de la gran puta que la ha secuestrado y la ha matado. Eso es lo que tiene que hacer usted. —La cara del padre de Lidia era una mueca trágica de ira y dolor.
—Hacemos todo lo que está en nuestras manos, señor Naveira. No hay nada que yo desee más en este momento que encarcelar al asesino de su hija, y lo sabe. No lo dude ni por un segundo.
Naveira sollozó con fuerza, totalmente trastornado de dolor. Se derrumbó en el suelo, sin fuerza ya con el cabello rojo alborotado en las sienes. Velasco se agachó a su lado y empezó a hablarle con su bien timbrada voz de locutor radiofónico, aplacándolo por momentos con gran eficacia. El consuelo empezó a hacer efecto, y Valentina consideró llegado el momento de llamar a quien fuera para que lo sacaran de allí. Si aquel hombre veía la escena del crimen, iba a ponerse más histérico todavía, y con razón, y encima toda España iba a enterarse de cada detalle del caso. Adiós al más que probable secreto del sumario. Suponía que lo que quería el asesino era fama y notoriedad. Lo que todos aquellos cabrones deseaban era su minuto de fama y gloria. Y ella no estaba demasiado dispuesta a concederle su mayor deseo.
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Lúa no estaba de muy buen humor. En efecto, habían sido los primeros en llegar, pero ella no había sacado casi nada en limpio que los demás colegas no tuviesen. Solo sabía que aquel cuerpo del estanque era el de Lidia Naveira y que su padre se había presentado allí para montar una escena, como era lógico. Por lo demás, el cabronazo de Molina, otras veces tan locuaz, no soltó prenda. Tenía que conseguir una entrevista con la inspectora Negro. Parecía un hueso duro de roer. Por no hablar de que había visto toda la escena con Jaime Anido y el subinspector supercachas. Le habían obligado a borrar las fotos, seguro. En cuanto lo dejaran libre, le preguntaría qué había visto en aquel escenario que pareció turbar a todo el mundo de una forma tan evidente. El subinspector forzudo de pelo rapado al uno estaba muy bueno. No estaría mal intentar seducirlo… a lo mejor así podía acceder al expediente, o conseguir alguna información. Aquel caso lleno de morbo era la vía más directa hacia el ascenso y el aumento de sueldo. Si por el camino tenía que follarse a aquel subinspector tan mono, no tendría ningún problema…
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Los miembros de la Científica cortaron el cable que sujetaba el cuerpo, guardándolo a continuación. Los de la funeraria levantaron el cadáver, ayudados por un policía que estaba dentro del agua, cubierto con un traje de neopreno. Sacaron el cuerpo con sumo cuidado. Cuando lo depositaron en una camilla, Xosé García colocó en las manos unas bolsas de papel, para preservar las posibles evidencias. Los brazos continuaron rígidos en su postura oferente, y el forense levantó una manga del vestido para averiguar cómo había conseguido el asesino mantener la postura paralizada de los brazos. En principio, los codos estaban fijados con cinta americana ancha de color grafito. Levantó cuidadosamente el vestido para tomar la temperatura rectal del cuerpo y le llamó mucho la atención la dureza de los músculos. El cuerpo parecía estar aún en un rigor mortis muy virulento… Se preguntó el porqué. Había algo que no cuadraba… Luego lo consultaría… Por el momento había que preservar todo el conjunto antes de que pudieran perderse las posibles pruebas, así que dejó que introdujeran el cadáver dentro de una enorme bolsa de plástico. El juez observaba las labores con total concentración, sacudiendo el cabeza, aún asombrado por lo que estaba presenciando. Después de hablar un rato con Xosé García, llamó por teléfono a la Facultad de Medicina de Santiago de Compostela. Había que hacer la autopsia cuanto antes, a ser posible por la tarde. El cuerpo había estado sumergido en el agua, así que no se podía esperar ni un minuto. Como decía Locard, «Tiempo que pasa, verdad que huye». López-Córdoba, un juez con veinte años de experiencia, sabía que aquel caso podía marcar su carrera, y no estaba dispuesto a correr ningún riesgo: quería contar con el mejor especialista de toda Galicia para analizar el cuerpo de aquella chica. Y su gran amigo Rafael Ladrón de Guevara era uno de los forenses más importantes de todo el país. Era fundamental que pudiese asistir a la autopsia.
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Valentina vio alejarse el furgón con el cuerpo y respiró profundamente. Aquella era su primera investigación por asesinato. Asesinato y seguro que también violación de una joven de diecisiete años. Una chica que ni siquiera había empezado a vivir. Intuyó que el Charlatán había sido un juego de niños comparado con lo que le iba a caer encima. Aquel asesino, reflexionó, era un verdadero psicópata, de gran inteligencia y además un gran provocador. No había tenido ningún reparo en dejar el cuerpo en un sitio público y a la vista, con el consiguiente riesgo. Había sido lo suficientemente frío como para secuestrar a Lidia a la luz del día en un lugar público; después, colocar de noche el cadáver y cubrirlo con flores, creando una escena estéticamente impactante, en otro sitio en el que un paseante solitario ocasional podía haberlo visto. Valentina intentó recordar sin demasiado éxito la clasificación de tipos de asesinos que había estudiado algunos años atrás. Ojalá fuese tan fácil catalogar a aquel tipo… Meditó lo que le había dicho el subinspector Velasco. A lo mejor hasta tenía razón con lo de La Bella y la Bestia.