Lúa Castro escribía en la redacción de Local del periódico La Gaceta de Galicia con una concentración que rayaba en el autismo y la vista clavada en la pantalla casi sin pestañear. Sangre. Habían encontrado sangre en el paseo marítimo. Se lo había filtrado un policía muy majo que formaba parte del dispositivo. Aquello era muy interesante. Si la sangre era de Lidia, aquello podía significar, por ejemplo, que aquella chica había sido atacada y secuestrada en el paseo marítimo mientras hacía footing. Como le había pasado a aquella otra joven de Madrid que hacía ya algunos años había tenido tanta repercusión… ¿Cómo se llamaba? Anabel Segura, por Dios, qué memoria. Dos energúmenos en una urbanización. Si hasta le habían dedicado un episodio de La huella del crimen… Era un caso muy parecido, la verdad. A Anabel la habían secuestrado por dinero. ¿Y a Lidia? ¿Por qué la habían secuestrado?
Sus padres estaban forrados; el padre era un crack para la prensa. Ya le había sacado una entrevista para el día siguiente. Por otra parte, Lidia era una joven de una belleza natural, podía perfectamente haberse dedicado a ser modelo si hubiese querido. ¿Qué estaría pensando la policía de todo aquel lío? Tenía que llamar a Larrosa para ver si podía sacarle algo. Larrosa era muy amigo de su padre. Seguro que conseguía que le echara una mano.
El director adjunto Alfonso Carrasco se acercó a la mesa de la redactora con curiosidad. Su voz traslucía un cierto tono de viejo verde que siempre ponía muy nerviosa a la redactora. Especialmente cuando estaba en el trabajo.
—¿Cómo vas, Lúa? Sé buena y ponle a todo mucho dramatismo. Esto nos va a hacer vender el doble de ejemplares de lo normal en estas fechas, ya lo sabes.
Lúa lo miró con cara de pocos amigos.
—Bien, bien, jefe. Voy bien. Voy de puta madre. Para las once de la noche espero haber terminado una parte de todo lo que tengo que hacer. Transcribir las grabaciones, pasar cuatro entrevistas, redactar todo… no me interrumpas, Alfonso, o no llego hoy a casa.
—Venga, mujer, no te agobies. Aún son las siete. Te da tiempo de sobra, incluso podemos tomarnos una caña antes de que te retires a casa.
—Si me tomo una caña, luego me tomo otra y me lío. Y hoy no es el día de tomar alcohol, que mañana nos espera otra jornada maratoniana. No tengo el más mínimo interés en hacerle una entrevista a Manuel Naveira con la cabeza embotada por la resaca.
—Pasamos entonces. Lúa. Hazme caso. Ponle a todo mucho morbo. No te cortes un pelo. Todo esto es una noticia bomba, hay que aprovechar el tirón, que llevamos un tiempo muy parados. Es la oportunidad de vender periódicos a dolor.
—Sí, jefe. Le pondré todo el morbo que haga falta. No te quejes, que siempre lo hago, así que tampoco hace falta que insistas demasiado. La historia en sí tiene todo lo necesario para que la gente esté pendiente del asunto durante una buena temporada. Por no hablar del padre, que es lo más parecido que he visto nunca a un vendedor de coches norteamericano, un hombre espectáculo. ¿Viste las fotos del momento «recogida de baldosines» por parte de los maderos? ¿Qué te parecieron?
—Fantásticas. Estáis haciendo un buen trabajo. Creo que en la edición de mañana nos comeremos a los de La Opinión con patatas. Sigue así y te subo el sueldo.
—Me conformo con que por una vez me dejes coger el mes entero de vacaciones.