[capítulo 11]: Cero negativo

—La sangre es cero negativo, coincide plenamente con el grupo sanguíneo de Lidia —comentó Álvarez en el laboratorio de la Policía Nacional mientras intentaba colocarse bien la bata, con el tono de rutina que dan los hechos ciertos—. Las pruebas de ADN van a tardar un poco, por desgracia no hay mucho de donde sacar, no va a ser fácil. Pero tengo el pálpito de que van a dar positivo.

Larrosa se secó el sudor con el pañuelo que su mujer planchaba en forma de cuadrado perfecto.

—Ya. Cero negativo. Bien. ¿Cuándo vamos a tener esas pruebas?

—Estamos trabajando contra reloj, no te preocupes. Prioridad absoluta. Pero hasta mañana no voy a poder confirmártelo… Lo siento. Por ahora no somos de CSI Las Vegas. Los milagros no existen, Carlos. —Álvarez se encogió de hombros y se colocó la bata blanca de nuevo—. Vaya mierda de batas nuevas. Ya podían haberse esmerado un poco más…

Larrosa no tenía ni tiempo ni ganas de ponerse a discutir la nueva indumentaria de la Policía Científica, así que fue directamente al grano.

—¿Dónde está Lucía, la chica de la sangre?

—¿Lucía Dexter? —Álvarez sonrió pícaramente—. Busca detrás, en el almacén. Si no está ahí, habrá ido a fumar. Ya sabes que se fuma más de una cajetilla al día… Así tiene esa voz aguardentosa.

Carlos Larrosa encontró en el pasillo del laboratorio a Lucía Arranz, la especialista en manchas de sangre y sus trayectorias. En la comisaría la llamaban Lucía Dexter por la serie de televisión protagonizada precisamente por un analista de salpicaduras, y ella estaba encantada con el apodo. Larrosa olió el fuerte aroma del tabaco segundos antes de que ella se pusiese a su altura. Le entraron ganas de fumarse un cigarro negro.

—Hombre, Lucia. Cuéntame. ¿Ya has visto las manchas de las baldosas? ¿Qué dice el análisis de las gotas?

Lucia miró a Larrosa con la cabeza ladeada y su cabello castaño y lacio cayéndole sobre parte de la cara y la bata blanca. Era una chica menuda, pero de constitución fuerte y con una gran confianza en su trabajo, a pesar de que solo hacía dos años que desempeñaba esa función. Todos le tenían mucho cariño, porque era divertida a morir, y su pelo cambiante de color era motivo frecuente de numerosas bromas.

—La forma indica que son manchas de proyección oblicua por caída libre. Ángulo de caída de noventa grados. Baja velocidad.

—¿Un golpe en la cabeza podría coincidir, por ejemplo, con esa trayectoria? —preguntó Larrosa.

—Podría ser. Aún no he terminado el análisis, pero creo que sí. Tienes razón. Un golpe en la cabeza rompería fácilmente los capilares del cuero cabelludo y produciría una pérdida de sangre que podría coincidir, sí… ¿Cuánto medía exactamente esa chica? ¿Un metro setenta y dos? ¿Sí? Pues podrían coincidir ambas: la velocidad de caída y el tipo de gota… claro que el golpe tendría que haberlo dado un hombre lo suficientemente alto… bien. Stop. Especular no es científico. —Lucía se pasó la mano por el pelo castaño y lo retiró de la cara—. Así que cuando haya terminado con todo el análisis, te comentaré todas mis conclusiones.

—Esto cada vez pinta peor. Si es un secuestro por dinero, ya deberían de haber contactado con la familia. —Larrosa casi reflexionaba en voz alta—. Me parece que va a tener que llevar este caso otro a quien le caiga el marrón. Soy muy mayor para este tipo de cosas. —Miró a Lucía y puso cara de circunstancias, como si tuviera que justificarse—. Me queda poco para la jubilación, quiero disfrutar con salud de un retiro agradable, no morir de un infarto debido al estrés laboral. Además, tengo un billete para las Canarias para mañana. Hace mucho tiempo que le tengo prometido ese viaje a mi mujer, y ya tenemos todo planificado desde hace varios meses.

—Es comprensible, Carlos. Te entiendo perfectamente. Este caso suena a mucho trabajo, y a contra reloj. Ánimo. —Lucía se despidió de él con una sonrisa.

Larrosa comprendió que toda esa larga explicación sonaba a derrota, y en el fondo de su alma lamentaba decir que no podía con ese caso, pero realmente ya se encontraba mayor y, sobre todo, resignado a que muchas veces la labor policial se quedara sin frutos. Además, estaba cansado de que prebostes y políticos le negaran soluciones y le cortaran las alas, como desgraciadamente podía atestiguar en sus más de treinta años de experiencia. Sin embargo, no era un viejo en su forma física, ya que llevaba con gran entereza esos casi sesenta años de vida.

Larrosa entró en el despacho del comisario Iturriaga para darle las novedades del Caso Naveira. Pensaba en sus minivacaciones: cinco días en Canarias, en un hotel de superlujo. Una escapada largo tiempo planificada junto a su mujer, se lo debía a ella, por todo lo que le había aguantado en los últimos cinco años, cuando su desilusión y su frustración se hicieron particularmente visibles. Larrosa incluso sufrió un intento de asesinato que nunca pudo ser esclarecido, pero por vez primera sintió el terror en los ojos de su esposa y eso fue algo que lo derrotó por dentro. De ahí que no fuera extraño que no se viera con fuerzas de llevar aquel tipo de investigaciones tan complejas, como la desaparición de una chica raptada, probablemente, por un agresor sexual. Cada vez lo tenía más claro. Estaba totalmente convencido de que aquel caso iba a traer mucha cola. Llamó a la puerta.

—Jefe. El grupo sanguíneo coincide con el de Lidia Naveira.

—¿Y el ADN?

—Aún no está listo. Hasta mañana, y con mucho esfuerzo, no van a tenerlo, hay que pensar que es fin de semana y estamos bajo mínimos. —Larrosa se quedó callado unos segundos, mientras se sentaba en la silla que estaba enfrente del escritorio de Iturriaga. Luego continuó—. Con su permiso, preferiría que transfirieran el caso a otra persona. Mañana me voy de vacaciones. Mi mujer no me perdonará si las anulo. Nos vamos a las Canarias. Cinco días. Ya lo tengo todo reservado.

—Carlos… ¿No te estás precipitando un poco? Podrías pasar las vacaciones para más adelante…

—Completamente seguro. Hasta aquí llego. Jefe, que ya tengo un by-pass… No me veo yo en una faena de este nivel. Dentro de unas horas las pruebas de ADN confirmarán que la sangre encontrada es de la chica. Las investigaciones de ese tipo de secuestros suelen ser largas y complejas. En el caso de que sea un secuestro… Y a mí me queda un año y medio para pasar a la segunda actividad… —Iturriaga asintió, le dijo que lo comprendía, y Larrosa abandonó el despacho con un gesto de gratitud en su rostro. Como policía experimentado, presentía que el crimen de Lidia daba acceso a un túnel oscuro. Y él no quería quedarse allí angustiado y atrapado.