Jávea, Alicante, domingo 6 de junio
Domingo. Cómo pasaba el tiempo. En septiembre terminaría su año sabático de la universidad, y no recordaba siquiera los meses anteriores. Habían pasado volando… Javier Sanjuán se dio la vuelta en la tumbona de la playa de piedras que se abría a la luminosa bahía para broncearse la espalda y cogió Las Provincias que estaba desordenado por el viento al lado de la botella de agua. Odiaba que el periódico se arrugase antes de leerlo, pero se había quedado dormido bajo los agradables rayos del sol, y la brisa marina aprovechó para enterarse de las noticias antes de que lo hiciese él. Aún tardó un poco en colocarlo todo en su sitio, cuidadosamente. Por lo menos, el suplemento interior de los domingos estaba intacto. Y el sudoku también, por lo que parecía.
Después leería con mayor detenimiento la noticia de la desaparición de aquella chica tan joven en La Coruña. Diecisiete años. La foto la mostraba alta, delgada, con una expresión de felicidad en su rostro de adolescente. Lidia Naveira. Un pelo rojo espectacular. Llevaba dos días desaparecida. Cuarenta y ocho horas era muy poco tiempo, podía haberse escapado de casa, pero para sus padres eran una tortura imposible de soportar. Cada llamada telefónica, el timbre de la puerta… cada minuto se convertía en un día de verdadero suplicio.
Había visto muchas veces aquellas fotos en los periódicos. Fotos de jóvenes que clamaban su desgracia, que miraban desde el papel con ojos de muerte, pidiendo auxilio a través de la sonrisa congelada de un instante feliz, ya pasado. Su profesión lo ponía en contacto con las familias de las desaparecidas, familias de ojos apagados, de voces en hilo. Trankimacin. Lexatin. Valium. Orfidal. Nada podía calmar la desesperación de padres heridos en lo más profundo de su alma. Aquella joven era demasiado hermosa y pura. Eso no era nada bueno. Se distinguía entre las demás. Podía haber sido víctima de un depredador…
Mejor no pensar en ello. Quizá apareciera en cualquier momento, una travesura de joven que huye a las playas con su recién estrenado novio. Un último retazo de rebeldía antes de terminar el curso. O una depresión que la llevaba a escapar durante un par de días. Javier dejó el periódico con un suspiro, otra vez sobre la toalla, poniendo encima el bote de crema solar y la botella de agua para evitar otra sorpresa desagradable. Se ajustó las gafas de Prada y se acomodó en la tumbona como un gato al sol. Qué poco faltaba para que se le acabase la buena vida. Unas horas nada más. Por la tarde volvería a Valencia. El lunes se ocuparía con gestiones que tenía pendientes y el martes viajaría hasta La Coruña para presentar su nuevo libro en El Corte Inglés. El miércoles daría una ponencia en unas jornadas de criminología que se celebraban en la ciudad gallega. Aprovecharía para quedar con un par de amigos a los que hacía mucho tiempo que no veía, por ejemplo. Y también para comer marisco. Se moría por comerse una docena de ostras acompañadas con un buen albariño, uno de sus vinos favoritos. Había consultado el tiempo y se esperaba que fuese bueno durante los días que iba a permanecer allí. Eso era una buena noticia.