[capítulo 8]: Pedro Mendiluce

Pedro Mendiluce degustaba un buen habano, como era su costumbre inveterada cada vez que tomaba el café después de comer. Una chica yacía medio desnuda echada en un sofá de diseño, a unos escasos metros de él. Asiática, de pechos pequeños pero firmes, lo miraba enfundada en ligueros negros y un pañuelo de seda que tapaba su sexo. Mendiluce gustaba de la hermosura de las jóvenes, y Suzie lo era, desde luego, aunque tenía esas facciones que otorgan una edad indefinida cuando se descubren tan pronto las servidumbres del cuerpo tras la lascivia del dinero y del poder.

Los cincuenta años de Pedro Mendiluce no se reflejaban en su rostro, a no ser por ciertas arrugas, y de forma especial en los pliegues que atravesaban la frente cuando fruncía el ceño, acompañados por la gruesa vena que se hacía bien visible en momentos de extrema tensión o de ira contenida. Pero en esos momentos no sentía ni lo uno ni lo otro, ya que se aprestaba a disfrutar de las placenteras atenciones de Suzie. La mañana había sido dura, y había tenido que emplearse a fondo para que un concejal no anulara una licencia de obras que había obtenido algún tiempo atrás mediante el pago de un buen dinero. Al final una llamada muy oportuna a un diputado autonómico había surtido efecto, pero durante un par de horas habían estado en el aire más de cinco millones de euros. Sin embargo, ese concejal lo había tratado con un cierto desprecio, sin pararse a considerar demasiado bien quién era él, y eso lo había dejado profundamente irritado.

Por eso Suzie presentía que su jefe iba a tratarla con cierta rudeza. Asistenta y masajista en esa casa llena de lujos, ella era un buen ejemplo de uno de los negocios predilectos del empresario, a saber, la prostitución de alto standing como medio de tener en un puño a la gente más importante de La Coruña. Ya no ganaba dinero directamente con ellas, pero entonces le eran quizá incluso más rentables, ya que podía presumir de tener a muchas personas influyentes de Galicia en sus fiestas a todo lujo… Sea como fuere, Suzie solo tenía una visión parcial de la vida y negocios de Mendiluce, y sus cuitas principales se resumían en intentar vivir y dejar vivir. Por eso, cuando el magnate la llamó a su lado, deseó que todo transcurriera del modo más normal posible. Pero dejó la esperanza a un lado en cuanto vio cómo Pedro Mendiluce rebuscaba en un cajón de la cómoda, el cajón que siempre tenía cerrado con llave, y sacaba un par de juguetes que a Suzie no le hicieron ninguna ilusión, más bien lo contrario. Su experiencia le decía que su jefe solo sacaba aquellos juguetes cuando tenía ganas de que ella le ofreciera algo «especial»… y nada agradable, por supuesto.

Cuando Mendiluce se acercó a ella con expresión fiera, la vena marcada en la frente y un objeto oscuro en su mano derecha, Suzie no pudo evitar un estremecimiento de pavor.