De cómo a Catalina la Grande la casaron a los quince años con un idiota y ella se sacó la espina hasta casi los setenta

Que a los quince años de edad te saquen de tu casa en Alemania, te envíen a Rusia y te casen con un mozo de diecisiete llamado Pedro que no sabe ni puede hacer el amor, y encima es idiota, no es como para dar saltos de alegría. La futura zarina Catalina II de Rusia, Sofía Federica Augusta von Anhalt-Zerbst, cambió de nombre y de religión, aprendió la lengua y se volvió más rusa que sus propios súbditos, pero tardó ocho años en perder la virginidad. Su marido prefería amaestrar perros y ratas, pasar las noches bebiendo en compañía de sus amigos y despertarla dando voces a altas horas de la madrugada. Con semejante panorama, no le quedó más remedio a la todavía gran duquesa que dedicarse a estudiar filosofía y a buscar en otra parte algún cachivache con el que entretenerse. La tía de Pedro, la zarina Isabel Petrovna, había tenido dos maridos y múltiples amantes; conocía muy bien lo deprimente que podía ser dormir sola estando rodeada de caballeros bien dotados y se ocupó de proporcionarle uno que la distrajera y, de paso, vista la desgana y poca maña del heredero, asegurase la dinastía, un tanto descalabrada y sin visos de continuidad.

El elegido fue Serguéi Saltikov, un joven apuesto y de buena familia, aunque ya casado, que cumplió fielmente el cometido de semental real y acertó a la primera. La frustrada desposada no sólo se estrenó en el lecho y descubrió que el sexo de los ángeles es pura entelequia, sino que también dio a luz a un retoño varón: Pablo, futuro zar, quien fue reconocido como hijo legítimo por el cretino de su marido. Una vez abierto el cofre de los tesoros, Catalina decidió no retornar a su obligada castidad, pues le había tomado gusto al asunto de la entrepierna, tanto que el pobre Serguéi no daba abasto y pidió el relevo un par de años más tarde. Fue enviado como embajador a Suecia, y dejó a su enamorada hecha un mar de lágrimas y dedicada a la lectura.

Curiosamente, por las mismas fechas, el impotente Pedro dejó de serlo. Una intervención quirúrgica solucionó su problema genital, pero debutó con una amante en lugar de utilizar su recién estrenada habilidad con la legítima, acción ésta que no pareció preocupar demasiado a la susodicha.

No cabe la menor duda de que la lectura proporciona gran placer a sus adeptos, pero no del tipo que provoca arrebatos y sofocos, agita los cuerpos y deleita de tal forma que no se ha encontrado hasta la fecha sustituto más eficaz, que requiera menos tramoyas y resulte más barato. Unos meses después de la marcha de Saltikov, apareció por la corte rusa un conde polaco de nombre Stanislav Poniatowski dotado de todos los atractivos que se presuponen a todo conde polaco que se precie, a saber: donaire, belleza y habilidades amatorias. Enfadada por la tocata y fuga del padre de su hijo, al principio Catalina se hizo la remolona, pero no tardó en rendirse a los encantos del aristócrata, tres años más joven que ella. A lo largo de un curso intensivo, Stanislav le mostró y demostró que hay cosas que no se aprenden en los libros por muy eruditos que éstos sean. Y de nuevo quedó embarazada, de una niña, asimismo reconocida por su marido, la cual murió en la infancia.

Tras cinco años de relación, Catalina se cansó o encontró un suplente mejor provisto, pues aseguran que el amor del polaco fue sincero y la amó durante el resto de su vida. Como premio a sus servicios, o tal vez para quitárselo de encima y no verlo deambular por los pasillos con ojos de carnero degollado, dos años después de ser nombrada zarina y con su apoyo, Stanislav fue elegido rey de Polonia, el último antes de que el país perdiera su independencia como nación libre durante ciento veintitrés años.

Sopa de Remolacha a la Polaca

INGREDIENTES:

1 l de agua

400 g. de remolacha

300 g. de carne de ternera con hueso

200 g. de huesos

200 g. de verduras del tiempo

10 g. de setas secas

50 g. de cebollas

1 l de ácido de remolacha

1 Hoja de laurel

1 diente de ajo

Pimienta, sal, azúcar

PREPARACIÓN:

Preparar un caldo con la carne, los huesos y las setas previamente puestas en remojo.

Añadir la verdura, la cebolla sofrita, el laurel y salpimentar las remolachas o cocinarlas separadamente con la piel, pelarlas, rallarlas y agregarlas al caldo colado.

Sazonar con el diente de ajo rallado, sal y azúcar.

Echar el ácido de remolacha.

También se puede preparar mezclada con caldo de apio.

No hay duda de que esta sopa es una bomba estimulante para todos: viejos y jóvenes, personas activas aficionadas al colchón y las que no lo son. Vamos, que vale para todos.

La remolacha es una hortaliza rica en vitaminas y fácilmente reconocible por su color y el sabor dulce de su raíz. No es especialmente afrodisíaca, pero mezclada con el apio estimula el organismo. Por otra parte, puede comerse en grandes cantidades pues su contenido en calorías es pequeño, una ventaja más que añadir, y no la menor.

El apio, por su parte, es una de las maravillas de la naturaleza, otra más, y, al igual que la remolacha, es bajo en calorías. Es una planta con poderosos efectos, afrodisíaca y estimulante de las glándulas sexuales. Ya lo dice el proverbio: «Si la mujer supiera lo que el apio hace al hombre, iría a buscarlo desde el norte hasta el sur».

Asimismo, existen setas con propiedades afrodisíacas. Claro que también las hay alucinógenas y venenosas. De eso sabían las brujas perseguidas por la Inquisición, pero, por si acaso, más vale no arriesgarse y utilizar las más comunes o, en su defecto, champiñones.

El hombre que ocupó el lugar del conde convertido en soberano se llamaba Gregori Orlov, también escrito Orloff. Era un soldado, héroe condecorado además, y tenía cuatro apolíneos hermanos en la Guardia Imperial, aunque él era el más encantador de todos. Catalina lo vio desde una ventana cuando hacía guardia delante del palacio y decidió pasarle revista, ambos en cueros. Dos años más tarde daba a luz a un hijo que fue rápidamente llevado a lugar seguro, puesto que Pedro no estaba por la labor de reconocer a un tercer bastardo de su mujer. Las cosas habían cambiado en palacio.

En efecto, la zarina Isabel Petrovna había fallecido y el gran duque se había convertido en zar. Entre sus prioridades estaba la de repudiar cuanto antes a su esposa, a quien llamó tonta y algo peor delante de toda la corte. Su intención era enviarla a un convento, sustituyéndola por la amante que lo había hecho hombre a tiempo completo y a quien sentaba a su lado en lugar de su consorte. Pero eso era no conocer a Catalina. Seis meses después de la coronación, los Orlov apresaron a Pedro, lo obligaron a abdicar, lo llevaron lejos de San Petersburgo y lo liquidaron al estilo de la actual camorra napolitana, estrangulándolo. De ello se encargó uno de los hermanos del favorito, Alexéi, que era el más fuerte y quien, tiempo después, se dedicó a la cría de caballos. El campo quedaba despejado para que los amantes dieran rienda suelta a su pasión con total libertad.

Si en todos los reinos las mancebas reales recibían regalos y privilegios para ellas y sus familiares, los mancebos no les iban a la zaga. El polvo, de cualquier género, está muy bien remunerado en las altas esferas. Orlov y sus hermanos obtuvieron títulos condales, presidencias de consejos varios, propiedades y todo tipo de facilidades que les permitieron convertirse en la familia más influyente y poderosa de Rusia. Durante trece años, Gregori fue la mano derecha y también la izquierda de Catalina; recibió incontables regalos, entre ellos varios palacios, uno con seiscientas habitaciones para jugar al escondite. Todo parecía ir como la seda, pero como lo muy conocido acaba siendo aburrido, Catalina aprovechó que su amante se la pegaba con la princesa Golitsyna y lo envió en misión diplomática a Rumania. Allí Orlov se enteró de que las dependencias que ocupaba en palacio, y que comunicaban con las de la zarina por medio de una escalera privada, estaban ahora ocupadas por un tal Vasilchikov, un tipo bastante más joven que él… y que ella. Regresó a caballo a galope tendido para recuperar su puesto en el catre imperial llevando consigo un extraordinario diamante del tamaño de medio huevo de gallina, conocido como el diamante Orloff, el cual forma parte del tesoro nacional ruso. Catalina se guardó la joya y le devolvió el puesto y sus estancias, pero por poco tiempo. Ya no había chispa entre ellos.

Es de suponer, sin embargo, que todavía compartieran alguna cena más o menos romántica y copiosamente servida a la luz de las velas, pues Catalina disfrutaba de la buena mesa casi tanto como en la cama. Además de ostras y caviar, productos nacionales rusos por excelencia y príncipes entre los alimentos afrodisíacos, es posible que deseara ingerir algo más consistente, puesto que tampoco era cuestión de perder la oportunidad de comer bien y de yacer aún mejor.

Cadera de Ternera Orloff

INGREDIENTES:

1 kg. de culata de ternera

50 g. de panceta

5 cebollas

4 zanahorias

1 vaso de caldo de carne

3 vasos de leche

2 yemas de huevo

1 ramita de romero

1 ramita de perejil

50 g. de queso parmesano rallado

1 vaso de vino blanco

140 g. de mantequilla

50 g. de harina

1 cucharada de pan rallado

1 pizca de pimienta negra

Sal

PREPARACIÓN:

Pelar y cortar las cebollas y las zanahorias en rodajas.

Picar finamente la panceta, el perejil y el romero.

Fundir 40 g. de mantequilla en una fuente de horno y dorar la panceta.

Colocar la ternera sobre la panceta y dorarla por los dos lados.

Verter el vaso de vino blanco por encima y añadir las cebollas y las zanahorias. Hornear 1 hora hasta que la carne y las verduras estén tiernas, dándole la vuelta a la carne varias veces y regándola con su propio jugo.

Salar ligeramente, retirar la carne del horno y reservarla caliente.

Añadir 25 g. de harina a las verduras, mezclar bien y rehogarlas durante 5 minutos.

Añadir la mitad de la feche ya caliente y cocer 5 minutos más.

Agregar el caldo caliente, el perejil y el romero, y cocer todo 10 minutos, removiendo hasta reducir la salsa.

Poner la salsa en el vaso de la batidora, salpimentar y hacer un puré.

Cortar la carne en lonchas de 1 cm, sin que lleguen a separarse de la base.

Abrir las lonchas, untarlas con la mitad de la salsa y volver a colocarla en su forma inicial.

Engrasar una fuente de horno con mantequilla y colocar en ella la carne.

Fundir 100 g. de mantequilla, añadir el resto de la harina y dorarla.

Añadir el resto de la leche cadente. Cocer sin dejar de remover unos 15 minutos y retirar.

Añadir las yemas de huevo y el queso rallado.

Remover, mezclar bien y sazonar.

Verter esta salsa sobre la carne, espolvorear con pan rallado y gratinar hasta que la superficie se dore.

La gastronomía europea le ha tomado gusto al nombre y, además de esta conocida receta de cadera de ternera, existen la ensalada Orloff, el pollo Orloff, el vodka Orloff y los medallones de solomillo al estilo Orloff. En fin, que la cocina le debe mucho a este garañón ruso transformado en brioso corcel tras seducir a una reina. Incluso hay un cóctel con el sugerente nombre de «Orloff parfait amour», elaborado con dos partes de vodka, una de curaçao y una de zumo de limón, que va de perlas antes del solomillo.

El siguiente en disfrutar de los favores de Catalina fue otro Gregon, Potemkin, también militar. Ambos tenían un carácter fuerte, eran celosos y estaba claro que no podían compartir las mismas sábanas durante mucho tiempo. Sin embargo, su amistad se mantuvo hasta la muerte del oficial y puede decirse que fue el hombre que mayor influencia ejerció en la vida de la zarina. Ella le consiguió el título de príncipe del Sacro Imperio Romano y lo colmó de regalos. Visto que no podían entenderse en la cama y a fin de no perder su ascendencia, Potemkin se convirtió en su Celestino particular eligiéndole los amantes.

A Catalina le aterraban las enfermedades venéreas, así que antes de invitar a los pretendientes a compartir su lecho, hacía que su médico los examinase y, para más precaución, dos de sus damas los cataban primero, como si fueran melones. Al igual que cualquiera de sus coronados colegas masculinos de cualquier época y, puesto que podía, los elegía jovencitos, guapos y bien equipados. Eso sí, los despedía cuando ya no le interesaban, aunque, generosa como era, los enviaba con los bolsillos llenos y el futuro asegurado para que no hubiera quejas.

Zavadovski; Zorich, un guapo húsar a quien se le subieron los humos, se atrevió a desafiar a Potemkin y perdió el favor real; Ivan Rimski-Korsakov, quien le tocaba el violín en sus diferentes variaciones y abuelo del conocido músico del mismo apellido; Lanskoi, un jovenzuelo a quien ella llevaba treinta años; Ermolov; Dmitriev-Mamanov, quien al tiempo que se acostaba con la zarina también lo hacía con otra señora a la que dejó embarazada, pasaron por los aposentos reales, cumplieron y desaparecieron de la vida de Catalina como habían llegado. El último fue Plato Zubov, cuarenta años más joven, que amó sinceramente durante seis años a la anciana sin dientes, arrugada, obesa y obligada a trasladarse en silla de ruedas, aunque, parece ser, en plena forma mental, gastronómica y sexual.

Una leyenda urbana asegura que murió de un ataque de risa, lo cual iría en consonancia con su carácter, pues se estaría riendo de la vida y de lo mucho que había disfrutado de ella. Otra más pérfida afirma que fue debido a que un caballo se le cayó encima durante una sesión de zoofilia, lo que es absolutamente ridículo, dado que los machos de Catalina la Grande siempre tuvieron dos patas. Lo cierto es que falleció de un derrame cerebral en noviembre de 1789.

Higos de Amor

INGREDIENTES:

4 hermosos higos maduros

1 limón

3 naranjas

La piel del limón rallada

Azúcar

4 almendras

PREPARACIÓN

Quitar el pedúnculo a los higos.

Mezclar en un cazo el zumo de las naranjas con una cucharada de zumo de limón y dos cucharadas de azúcar.

Añadir los higos y llevarlos a ebullición.

Reducir el juego, tapar el cazo y dejar cocer hasta que la fruta se ablande, aproximadamente entre media y una hora según la madurez del fruto.

Escurrir los higos y dejarlos enfriar.

Una vez fríos, hacer una incisión en la parte del pedúnculo, e introducir una almendra pelada.

Cerrar los higos y volverlos a impregnar con la mezcla de zumos y azúcar, ponerlos sobre una rejilla y dejar que se sequen durante toda una noche.

Los higos son una fuente energética extraordinaria, ideales para los deportistas y, en general, para todas aquellas personas que sufren un gran desgaste físico, como los amantes, en especial los del sexo masculino. Blando y suave como el seno de una mujer, pezón que destila miel, pocos frutos hay más eróticamente sugerentes. En la antigua Grecia, las higueras eran árboles sagrados y se representaba a los dioses con collares de higos alrededor del cuello. Y todavía hay lugares en los que se cuelgan en las puertas de las jóvenes solteras a la espera de que encuentren marido.

Cuando mi blanda Níse

lasciva me rodea

con sus nevados brazos,

y mil veces me besa;

cuando a mi ardiente boca

su dulce labio aprieta

tan del placer rendida

que casi a hablar no acierta;

y yo por alentarla

corro con mano inquieta

de su nevado vientre

las partes más secretas;

y ella entre dulces ayes

se mueve más, y alterna

ternuras y suspiros

con balbuciente lengua;

ora hijito me llama,

ya que cese me ruega,

ya al besarme me muerde,

y moviéndose anhela.

Entonces, ¡ay!, si alguno

contó del mar la arena,

cuente, cuente, las glorias

en que el amor me anega.

Juan Meléndez Valdés,

1754-1817