De cómo Germana de Foix intentó que se le empinara a Fernando el Católico y sólo lo logró a medias

Reyes y nobles, es conocido, tenían el derecho de pernada y se entregaban a ello con la alegría propia de quien se sabe dueño y señor. Si bien esta facultad, la prima notte, la prerrogativa de desvirgar a la novia el mismo día de su boda, no se encuentra recogida en ninguna legislación, algo habría de cierto cuando se habla de ello y queda muy bien en esas películas en las que la novia es rubia, hermosa y de ojos verdes, está vestida con un traje vaporoso y lleva el cabello cubierto de flores. La realidad no era tal. Las plebeyas no solían llegar vírgenes al matrimonio, la mayoría olía a ajo y otras cosas peores, la viruela causaba estragos y los cabellos no ondeaban en el aire cual hilos de oro, sino que estaban sucios y pegajosos, pues el jabón era un producto de lujo y el fabricado en casa con grasa y ceniza se utilizaba para lavar la ropa. Así pues, el señor de turno pasaba de hacer proezas amatorias cuando podía tener en su lecho a cualquier soltera, casada o viuda que se le antojase. Puestos a elegir, preferiría a una dama antes que a una campesina, aunque tampoco despreciaría un polvo rural de los de «aquí te pillo, aquí te mato», sobre todo cuando el caballero llevaba tiempo alejado de su hogar.

Y eso fue lo que hizo Fernando de Aragón. Con apenas diecisiete años y mientras sus consejeros y los de doña Isabel de Castilla negociaban las condiciones del contrato matrimonial en la población leridana de Cervera, el joven holgaba —o más bien folgaba, voz latina procedente de folliare, «soplar»— con Aldonza Roig de Iborra, catalana de cierta alcurnia y algunos años mayor que él. Tan bien y certeramente apuntó que preñó a la dama, a quien dejó en Zaragoza bajo la protección de su padre mientras él viajaba a Dueñas para casarse con la princesa castellana, gracias a una dispensa papal falsa y a espaldas del rey Enrique II, hermanastro de la desposada. El resultado de aquel erótico retozar fue un hijo, Alfonso, que nació un par de meses antes que la primogénita real, Isabel. El vástago, siguiendo los pasos de su padre, tuvo siete hijos con su amante Ana de Gurrea a pesar de ser arzobispo de Zaragoza y de Valencia, aunque, todo hay que decirlo, nunca ejerció de clérigo. Pero ésa es otra historia.

Volviendo a nuestro personaje, tuvo cinco hijos con su esposa por aquello de «tanto monta, monta tanto», que es una divisa bastante curiosa. Otra cosa habría sido que el lema rezase «tanto manda, manda tanto», pues lo de montar tiene unas connotaciones erótico-festivas muy particulares, aunque es de suponer que Isabel, educada por el más tarde inflexible inquisidor Torquemada, sólo aceptaría la postura del misionero, una abajo y el otro arriba. Cuentan que el nombre proviene de la época de la conquista de América, de cuando los frailes se dedicaron a enseñar a los indígenas la única forma correcta de realizar el acto sexual. Sería digno de ver la guasa de los aleccionados, que pronto bautizaron —nunca mejor dicho— la postura como «la del misionero». La reina, ferviente católica, cumplía como Dios manda el debitum coniugale, cuyo quebrantamiento suponía un pecado mortal, pero según dicen no debía de ser excesivamente fogosa en el lecho, por lo tanto, nada de pedestres sobeteos o goces lujuriosos sin ton ni son y sí cópula con el propósito de engendrar herederos para la Corona. El monarca también cumplía, pero no por eso dejaba pasar la oportunidad de descubrir paraísos ocultos bajo pesadas faldas de terciopelo como las de Beatriz de Bobadilla, joven procaz de diecisiete años y dama de la reina, a quien ésta se apresuró a casar con un facineroso y despachar a ambos a Canarias.

Aunque su ardor calenturiento no lo precisara, no cabe la menor duda de que algunos caloríficos platos de la cocina castellana ayudarían a Fernando de Aragón a cumplir sus obligaciones maritales y, por ende, dinásticas, así como sus escarceos clandestinos. Y ¿qué mejor medio que una buena sopa para abrir el apetito e infundir ánimos?

Sopa de Eva

INGREDIENTES:

1,5 kg. de manzanas reineta

1 rama de hinojo

1 tallo de apio

1 cebolla pequeña

Panceta al gusto

Aceite, sal, pimienta

PREPARACIÓN:

Lavar las manzanas, pelarlas y sacarles el corazón.

Poner las cáscaras y los corazones en una olla con agua y dejar cocer a fuego suave.

Cuando estén cocidos, filtrar el caldo y conservarlo.

Saltear la cebolla y el apio picados con un poco de aceite.

Incorporar la panceta cortada en dados y dorar.

Agregar las manzanas, previamente cortadas en pedacitos, y sofreírlas.

Echar una parte del caldo, la rama de hinojo y cocer lentamente hasta que las manzanas adquieran la consistencia de un puré.

Si es necesario, durante la cocción agregar más caldo de manzanas y rectificar el punto de sal y pimienta.

Servir bien caliente.

La manzana fue el primer afrodisíaco conocido y, recuérdese el éxito que tuvo Eva a la hora de espabilar a Adán. En realidad, lo de la manzana aparece por primera vez en la traducción al latín del Antiguo Testamento llevada a cabo en el siglo IV por san Jerónimo, el cual quiso dar entidad propia al desconocido «fruto prohibido» del Paraíso. Aparte de su color, su forma acorazonada una vez cortada por la mitad y sus nutrientes, la manzana no es un alimento especialmente excitante desde el punto de vista sexual, pero basta con creer que lo es para que funcione.

Sin embargo, sí son afrodisíacos el hinojo, el apio, la cebolla y, sobre todo, la pimienta, la «reina de los ardores», que alegra al viudo y estimula al indeciso. Aunque tampoco la cebolla le va a la zaga, pues dicha hortaliza acrecienta los sentidos y la resistencia en los lances amorosos.

Dado que don Fernando, gran aficionado a los placeres carnales y prosélito contumaz del viejo refrán «la jodienda no tiene enmienda», no estaba por la labor de guardar abstinencia en ausencia de su mujer, tuvo, que se sepa, otros cuatro hijos durante sus correrías por tierras peninsulares, porque allí donde se detenía, mojaba.

Aparte del ya mencionado Alfonso, tres años más tarde nació otra hija natural suya, Juana, de otra fémina catalana, de Tárrega, Joana Nicolau, hija de un militar de su ejército, viudo para más señas. Aunque, de acuerdo con las diferentes fuentes, no queda muy claro si la niña fue fruto de un día de loca coyunda con la moza de Tárrega para celebrar su victoria en la batalla de Perpiñán, o repitió con Aldonza Roig al ir a Zaragoza por las mismas fechas a conocer y reconocer a su primer vástago, asunto éste que estuvo a punto de provocar el divorcio de los regios esposos si no llega a mediar el Papa entre ellos. A doña Isabel no le hacía ninguna gracia que mientras ella dormía con hijos y sirvientas para no dar que hablar, su cónyuge dejase testimonio de su virilidad allá por donde pasaba. No obstante, educó con sus propios vástagos a los dos primeros bastardos, pero hasta ahí llegó y ni uno más. A otras dos hijas del pecado de su marido —y posiblemente a una tercera— las recluyó en un convento.

Durante una visita que el soberano realizó por tierras vascas, conoció bíblicamente —eufemismo para referirse al conocimiento carnal a fondo, o quizá habría que decir hasta el fondo— a doña Toda de Larrea, señora de Bilbao, a quien hizo la primera de estas hijas. A la segunda la engendró con la señora de Pereira, en un viaje por territorio luso o, tal vez, gallego. Y, parece ser, hubo una tercera en Valencia, el nombre de cuya madre no se ha conservado. A las tres las llamaron María para no complicarse la vida y las tres acabaron siendo monjas.

Al ser tanto el País Vasco como Galicia y Valencia regiones de mar, es seguro que su dieta también lo fuera y que el marisco fresco, cocido u horneado, especiado, en salsa, relleno o en sopa, conocido por sus propiedades afrodisíacas desde tiempos antiguos, fuera parte destacada de la misma.

Erótico de Pulpo

INGREDIENTES:

1 kg. de pulpo

1 kg. de cebollas

1 vaso de vinagre

3 vasos de vino tinto

1 kg. de tomates

1 ramita de romero

1 hoja de laurel

1 cucharadita de canela

1 cucharada de salsa de tomate

Aceite de oliva, sal

PREPARACIÓN:

Limpiar el pulpo e introducirlo en una cazuela con agua a fuego medio.

Sacarlo y trocearlo cuando adquiera un bonito color rojo.

Calentar un poco de aceite de oliva en una olla y sofreír el pulpo junto con medio kilo de cebollas picadas muy finamente hasta que éstas se doren.

Añadir el vinagre, el vino tinto, los tomates pelados, el romero, el laurel, la canela y la salsa de tomate.

Remover bien, salar y tapar.

Dejar cocer hasta que el pulpo esté tierno: de dos a tres horas.

Retirar los trozos de pulpo

y pasar la salsa por el tamiz para verterla luego sobre el pulpo.

Con su plasticidad, sus ocho tentáculos envolventes y sus adherentes ventosas, el pulpo es protagonista de leyendas en todos los pueblos del mar —en algunos incluso se le considera un dios— y de cuentos, a veces terroríficos, en los que rodea a sus víctimas hasta asfixiarlas, pero lo cierto es que permanece días enteros sin moverse de la entrada de la cueva donde se refugia su hembra para aovar y estrangula al rival que intente arrebatársela. Es tan antigua la creencia en las cualidades afrodisíacas de su carne que, ya en el siglo IV a. C., el poeta griego Diocles decía que: «los moluscos en general excitan el placer y despiertan el deseo, en especial el pulpo».

Añadir que en esta receta todos los componentes de la salsa que acompaña el plato son vigorizadores, estimulantes y afrodisíacos: la cebolla, el vinagre, el vino, el romero, el laurel, la canela y el tomate, así que el efecto está asegurado.

Constatados los resultados, a Fernando el Católico no le hizo falta ningún tipo de ayuda química o natural durante unos cuantos años, pero, ¡ay!, la edad causa estragos y, a pesar de que quien tuvo, retuvo, llegó el momento en que se acabaron sus heroicidades venéreas y se vio obligado a echar mano de refuerzos externos. Le ocurrió con cincuenta y cuatro años, edad asaz longeva para la época. Muerta doña Isabel y ante la perspectiva de tener que legar el reino de Aragón a su hija Juana, llamada «la Loca», y a su yerno Felipe el Hermoso, con quien se llevaba a matar, decidió contraer matrimonio de nuevo y tener descendencia sin tan siquiera respetar el año de duelo después de enterrar a la difunta, y como, aunque el dolor sea grande, no hay que dejar de comer, la elegida fue Germana de Foix.

La novia, además de sobrina del monarca galo Luis XII, detalle éste nada despreciable si se tienen en cuenta las ventajas políticas del enlace, era una joven de dieciocho años, regordeta, no demasiado agraciada y algo coja, pero lujuriosa en grado sumo y amante de dos placeres que juntos resultan explosivos: el sexo y la comida. La francesa puso su mayor empeño en cumplir con aquello para lo que había sido elegida: compartir la cama con un viejo achacoso que le triplicaba la edad y darle el deseado heredero, pero una cosa es querer y otra, poder. Cuatro años después nació un niño, que murió al cabo de pocas horas. Era preciso seguir intentándolo y ambos se aplicaron a ello concienzudamente.

Durante los años que siguieron y hasta su muerte a los sesenta y cuatro, el rey se atiborró de criadillas de toro, remedio infalible contra la impotencia, puesto que de lo que se come, se cría, o eso se decía y todavía se dice. El cocinero real dejó de lado la olla podrida, el pastel de berenjena con salsa de cangrejo, el salmón con hierbabuena, el capón recubierto con salsa de almendras y piñones, las codornices marinadas, los buñuelos con flor de saúco, los pastelitos de membrillo con queso frito, la crema de natillas y otras delicias para esmerarse en inventar recetas variadas de potajes, pasteles, brochetas y otras, cuyo ingrediente principal fueran los testículos de toro o, en su ausencia, de carnero, cordero o chivo. Visto que ni apuntillando la cabaña toril nacional lograba que se le irguiera el mástil de su decrépita nave, don Fernando probó polvo de cantárida, un insecto también llamado «mosca de España», que tomado de forma oral produce priapismo o, lo que es lo mismo, erecciones espontáneas. Pero esta «viagra» medieval es también un veneno que provoca apoplejías e infartos y fue utilizado con éxito por Borgias, Médicis y muchos otros para eliminar adversarios molestos.

En viaje de placer por tierras extremeñas siguiendo a la perdiz y de camino al monasterio de Guadalupe, el monarca hizo un último intento para dejar embarazada a la fogosa Germana y se extralimitó. Tras un ágape de criadillas bien sazonadas con salsa picante, y espolvoreadas con cantárida se puso a morir, y de hecho se murió, en la población de Madrigalejo el 25 de enero de 1516.

Un año más tarde, la desconsolada viuda de veintinueve años conoció al nieto de su difunto esposo, el futuro emperador Carlos, un jovencillo imberbe de diecisiete. No tuvo empacho alguno en convertirse en su maestra y mostrarle las habilidades aprendidas a lo largo de sus once años de casada, sólo que, esta vez, no precisó de criadillas ni de drogas y quedó preñada en un visto y no visto. La niña, Isabel de Castilla, acabó en un convento y la para la época incestuosa relación se convirtió en un secreto de Estado.

Con sus dos siguientes maridos Germana de Foix no tuvo hijos, pero no por eso decreció su afición por el fornicio y la comida. Al final de su vida era una mujer excesivamente obesa, pero también era inteligente, amena y, sobre todo, lujuriosa.

Ceviche de Criadillas o Testículos de Toro

INGREDIENTES PARA UNA PERSONA:

2 criadillas

1/2 cebolla cortada en juliana

1 tomate cortado en dados

1 cucharadita de cilantro picado

1 diente de ajo

Sal y zumo de limón al gusto.

Salsa picante al gusto

PREPARACIÓN:

Retirar la piel de las criadillas; lavarlas bien y partirlas en trocitos.

Cocerlas en agua con un diente de ajo hasta que estén blandas.

Retirar del fuego y dejar que se enfríen.

Mezclarlas con las verduras cortadas e incorporar el caldo de cocer las criadillas.

Al final, agregar zumo de limón, salsa picante y sal al gusto.

Griegos y romanos creían en los efectos afrodisíacos de las criadillas en general, y de toro en particular. De hecho, más de uno murió al ingerirlas crudas creyendo que así su efecto sería más eficaz. Posiblemente el hecho de que el propio Zeus se transformase en toro para raptar y seducir a Europa, a quien llevó a nado hasta la isla de Creta, tuviese algo que ver con las cualidades atribuidas a los testículos de este animal.

Al cilantro se le atribuyen propiedades para incentivar el apetito sexual y era muy popular en la Edad Media. Macerado en aguardiente o vino con cardamomo, clavo, jengibre, canela y miel se elaboraba una bebida llamada «hipocrás» que alegraba el ojillo y lo que no era el ojillo.

Halcón que se atreve

con garza guerrera,

peligros espera.

Halcón que se vuela

con garza a porfía,

cazarla quería

y no la recela.

Mas quien no se vela

de garza guerrera,

peligros espera.

La caza de amor

es de altanería:

trabajos de día,

de noche dolor.

Halcón cazador

con garza tan fiera,

peligros espera.

Gil Vicente,

1465-1537