VIVE MEMOR LETHI[12]

 

I

El Conductor de los ejercicios espirituales fué aquel curso el Padre Olano. Eran privados, para los alumnos solamente y se celebraban en la capilla particular del colegio. El Superior había aconsejado á Olano:

—Conviene que disponga bien su plan, Padre. Tome de la biblioteca los libros necesarios: enciérrese en su celda y trace punto por punto el modo en que las meditaciones han de distribuirse, adornándolas con las comparaciones, ejemplos y bien urdidas composiciones de lugar que han de ilustrarlas, de manera que no quede nada confiado á la improvisación. ¡Oh, de cuánta importancia es esto!

El Padre Olano tenía asco á la letra de molde, la cual solía inducirle á laberínticos embrollos; confiaba en las fuerzas propias y en su larga práctica de orador tremebundo. Así, prefería lanzarse á la elucubración espontánea.

Se precipitó en el currículo; se cerró en el cuarto, con un librito aforrado en roja piel labrada, y un buen abasto de papel. Caviló, plumeó, tachó, rasgó pliegos sin cuento. En las etapas de indigencia mental acudía en demanda de luces á un grabado en acero que el librito aquél tenía en la anteportada: allí estaba San Ignacio, en lo hondo de una cueva, los ojos en alto, la siniestra mano sobre el esternón, suspendida la diestra en el aire y con una pluma de ave; delante de él un considerable guijarro, á manera de bufete, con un libro abierto y un tintero con su pluma de repuesto; arriba y naciendo de nebulosas vedijas, la Virgen, con el niño en brazos, que señala imperativamente hacia el libro; más arriba y en la clave del grabado una hostia reverberante, en cuyo centro campea una cifra J H S sobre tres clavos; en el ángulo inferior derecho, caídos al desgaire sobre los pedruscos, un bastón, una capa y un chambergo con pluma al costado. Debajo de la estampa dice.

S. IGNATIUS LOYOLA S. J. FUNDAT

Manresal Spiritualia Exercitia

dictante Virgine scribit

Y en lo más alto de la página, sobre flotante cinta, una leyenda del salmo 138 que alude á la ciencia infusa.

¡Ay! El Padre Olano estaba huérfano de ciencia infusa. De aquí el que padeciera inenarrables tormentos y sudores antes de dar cima al plan que el Padre Arostegui le encomendara, y del cual transcribimos algunos fragmentos, con las mismas acotaciones que, al estilo de las comedias, el propio Olano puso.

J H S

«Los maestros espirituales dividen la materia de las meditaciones en tres órdenes, según los tres estados de los que meditan. Unos son pecadores que desean salir de sus pecados, y éstos caminan por el camino que llaman vía purgativa, cuyo fin es purificar el alma de todos sus vicios, culpas y pecados. Otros pasan más adelante y aprovechan en la virtud, los cuales andan por el camino que llaman vía iluminativa, cuyo fin es llenar el alma con el resplandor de muchas verdades y virtudes, y alcanzar grande aumento de ellas. Otros son ya perfectos, los cuales andan por la vía que llaman unitiva, cuyo fin es unir y juntar nuestro espíritu con Dios en unión de perfecto amor. Para los niños basta la vía purgativa. San Ignacio divide la materia en cuatro semanas, que nosotros reduciremos aquí á cuatro días. Para los niños basta y sobra».

«MEDITACION PRIMERA. PRELUDIO PRIMERO, ó sea composición de lugar». —Tenéis que imaginaros que veis al glorioso San Ignacio con el libro de los Ejercicios en la mano, y que á su alrededor tiene á un sinnúmero de justos confirmados en gracia, de pecadores convertidos y de tibios enfervorizados; y que, dirigiéndoos la palabra, dice: «Tomad, hijos, este libro y meditad seriamente las verdades que están en él contenidas». (Es preciso pintar bien la cara del fundador, según el retrato de Pantoja, que revela penitencias, y que desentrañen en la cojera una reliquia de su vida mundana], por donde tuvo siempre presentes los riesgos que corrió, estando si se condena ó no se condena. ¡Ah, si Jesús os señalara á todos al primer mal paso que dais!). Luego imaginaos que veis aquella gran muchedumbre que nadie puede contar, de todas naciones, tribus, pueblos y lenguas, que están ante el trono y delante del Cordero, revestidas de un ropaje blanco, con palmas en sus manos, con que simbolizan la victoria que han reportado, ya de los tiranos, ya de sus propias pasiones, y que aclamando á grandes voces, dicen: «La salvación la debemos á nuestro Dios, que está sentado en el solio, y al cordero, y sobre todo á los ejercicios de San Ignacio. (Apoc., cap. VII, versículos 9 y 10). Que entiendan los alumnos cómo tanto esta sentencia del Apocalipsis como otras varías de las Escrituras, dictólas el Santo Espíritu pensando en nuestra Orden».

«Los niños tienen especial precisión de los Ejercicios, porque si no grandes pecadores, suelen ser grandes tibios. ¡Ojalá, te dice el mismo Dios, fueses tú caliente por la gracia ó frío por el pecado! Mas, porque eres tibio empezaré á vomitarte de mi boca: quia tepidus es, incipiam te evomere de ore meo».

«Afecto de gratitud. ¡Bendito seáis, Dios mío, de haberme llevado á esta probática piscina en que se cura de toda enfermedad, no al primero que entra, sino á todos cuantos se presentan con deseo verdadero de curar!».

«Disposiciones y modo de hacer bien los santos ejercicios… Estará muy recogida la capilla; sólo se permitirá entrar aquella luz que se necesita para no tropezar, y que en lo demás esté muy obscura. Esto es muy importante para que los niños mediten, examinen y rumien mucho. Tener cuidado con los fámulos, que son unos gaznápiros, para que no se olviden de este requisito… Cuidarse de que los niños tengan la vista muy mortificada y mortificarán también toda curiosidad, y así sólo atiendan á los cuadros que yo les trace. Han de mortificar la lengua y el oído, para lo cual no habrá recreos en los cuatro días, que serán todos de silencio… Si queréis aprovechar muchísimo en estos ejercicios, entregaos y dejaos enteramente en las manos de Dios para que haga de vosotros y de todas vuestras cosas lo que quiera, á la manera que el barro en manos del alfarero, ó el leño en las manos del escultor. En todos estos días repetiréis con mucha frecuencia y de todo corazón alguna de estas jaculatorias: Hágase tu voluntad y no la mía. Señor, ¿qué queréis que haga? etc., etc… No estará de más que por las noches, en el tránsito de las camarillas, algún Padre ó Hermano haga ruidos raros y rumores temerosos. Esto dispone muy bien el corazón de los niños para el día siguiente».

«MEDITACION II. Del fin del hombre. Principio y fundamento de todas las meditaciones. —Persigúese que los niños vean cómo el hombre, por grandezas que llegue á alcanzar, no es nada. Hágaseles claro la vanidad de todas las ilusiones que puedan tener y lo necio de las esperanzas. Este es el principio y fundamento de los ejercicios: principio, como en las ciencias; fundamento, como en los edificios».

«Composición de lugar. —Se imagina ver á Dios lleno de majestad y grandeza, sentado en su trono. Barba luenga, hasta medio pecho. Ojos que ciegan. El trono, de púrpura. Muchas piedras preciosas. Más rico que lo más rico del mundo. (Ademanes solemnes; voz profunda y reposada; brazos al cielo, de vez en cuando. Se puede uno poner de puntillas, poco á poco…). Luego, dice Dios: Yo soy el principio y el fin: Ego sum principium et finis. También se puede ver un mar grande, grande, inmenso, de donde salen muchos ríos y que todos vuelven á él».

«Petición… Dios y señor mío, os suplico me concedáis gracia para hacerme superior á mí mismo y vencer todos los obstáculos que me lo puedan estorbar».

«Proposición (son palabras del santo). El hombre fué criado para alabar, reverenciar y servir á Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma».

Vienen ahora largos desarrollos de estos puntos, y, á modo de corolarios, dos afectos que se han de sacar; un acto de acusación de sí mismo; y un acto de dolor.

«Hágase revivir en la memoria de los alumnos las faltas ó pecados que hayan cometido. Empléanse palabras y términos repugnantes para denominar los pecados. Son llagas asquerosísimas; son postemas y manaderos de pus; son pústulas y lepra que infestan el aire que se respira é imprimen al alma que los comete una horrible fealdad. ¡Vosotros no lo veis; pero el ángel de la guarda, que está á vuestra diestra, lo ve, y sufre, y llora, y tiene que taparse el rostro con el ala, para no contemplar tanta suciedad! (Esta meditación debe hacerse á la tarde, después de la comida. Al hablar, se hacen gestos de repulsión, como si uno tuviera delante las nauseabundeces que describe). Como todo lo temporal está unido á pecado, dedúcese, como afecto, el desprecio de lo temporal. ¡Para en adelante prometo, quiero y propongo amar lo eterno y celestial!».

«El fin de Dios es su mayor gloria, y esto os ha de servir de norma en la vida. ¿No queréis entenderlo? ¿Seréis capaces de olvidarlo andando el tiempo, é incurrir en la blandura del mundo? Haced enhorabuena lo que os agrade; pero siempre será verdad que serviréis á la gloria de Dios, porque Dios logrará siempre é infaliblemente su fin. Sirviendo á Dios en la tierra, alabarás eternamente su misericordia en el cielo; no sirviéndole, glorificarás eternamente su justicia en el infierno. Píntase de un lado el cielo y de otro el infierno; pero esta pintura no es todavía más que un esbozo. Más adelante se añaden las tintas necesarias. Sácase el afecto de temor é incertidumbre. —¡Qué diré yo, oh, Dios mío! ¿Iré yo al cielo ó al infierno? —Quien ama su vida en este mundo, la perderá; y el que la aborrece en este mundo, la conservará para la vida eterna».

«De la indiferencia con que se deben mirar las cosas sensibles. (Palabras del santo.)… tanto ha de usarse de las cosas sobre la faz de la tierra cuanto ayuden para el fin…».

«Breve consideración acerca de cómo todas las cosas que no son Dios merecen indiferencia. Hacer reconocer el supremo dominio de Dios y sáquese como afecto la confusión de uno mismo, la humillación».

De otra meditación, sobre el Pecado de los Angeles y de nuestro padre Adán.

«Son palabras del Santo. El primer punto será traer á la memoria sobre el primer pecado, que fué de los ángeles; y luego, sobre el mismo, el entendimiento, discurriendo; luego la voluntad, queriendo todo esto memorar y entender por más se avergonzar y confundir, trayendo en comparación de un pecado de los ángeles, tantos pecados míos; y donde ellos, por un pecado, fueron al infierno, cuántas veces yo lo he merecido por tantos… El segundo es hacer otro tanto, es á saber, traer las tres potencias sobre el pecado de Adán y Eva, trayendo á la memoria cómo por el tal pecado hicieron tanta penitencia, y cuánta corrupción vino en el género humano, andando tantas gentes para el infierno. Digo traer á la memoria el segundo de nuestros padres, como después que Adán fué criado en el campo Domaceno, y puesto en el Paraíso terrenal, y Eva ser criada de su costilla, siendo vedado que comiesen del árbol de la Ciencia, y ellos comiendo, y asimismo pecando; y después, vestidos de túnicas pellíceas, y lanzados del Paraíso, vivieron sin la justicia original que habían perdido, toda su vida en muchos trabajos y mucha penitencia… Se describe el Paraíso, sin frío, calor, lluvias ni vientos; flores, frutos sabrosísimos, pájaros y animales dóciles; la felicidad del cuerpo de Adán y Eva… y cómo se pierde todo por un pecado».

«Derívase el afecto del arrepentimiento. El cielo y la tierra me dan testimonio de que Dios tiene un odio infinito al pecado. ¡Ah, si cayese una sola gota de ese santo odio en mi corazón! ¡Cuánto mejor hubiera sido para mí haberme podrido bajo tierra antes que pudiese pecar!».

De la MEDITACION V, también acerca del pecado. «No hay cosa más vergonzosa que el pecado, ni más infame que el pecador. Figúrate, alma mía, que Dios abre los ojos á todos de modo que puedan ver claramente en tu corazón todos los vicios y todos los pecados que has cometido en tu vida en pensamientos, palabras y obras. ¡Oh, Dios, qué rubor y qué vergüenza sería la tuya! ¿No irías antes á esconderte en las grutas y cuevas de los desiertos, que comparecer delante de los hombres?».

«MEDITACION VI. De las penas del infierno, y singularmente de la pena de daño. Con grande acuerdo propone San Ignacio la meditación de las penas del infierno inmediatamente después de las del pecado, para que así más lo deteste y llore quien por desgracia lo cometió, viendo el reato que trae como consecuencia necesaria».

«Son palabras de San Ignacio:

«Primer preámbulo, composición de lugar, que es aquí ver con la vista de la imaginación la longura, anchura y profundidad del infierno».

«El segundo, demandar lo que quiero; será aquí pedir interno sentimiento de la pena que padecen los dañados, para que si del amor del Señor eterno me olvidare por mis faltas, á lo menos el temor de las penas me ayude para no venir en pecado».

«El primer punto será ver con la vista de la imaginación los grandes fuegos y las ánimas como en cuerpos ígneos».

«El segundo, oir con las orejas llantos, alaridos, voces, blasfemias contra Cristo nuestro Señor y contra sus santos».

«El tercero, oler con el olfato humo, piedra azufre, sentina y cosas pútridas».

«El cuarto, gustar con el gusto cosas amargas, así como lágrimas, tristeza, y el verme (¡oh, gusano!) de la conciencia».

«El quinto, tocar con el tacto, es á saber, cómo los fuegos tocan y abrasan las ánimas».

A continuación de estas frases de Ignacio, aparecen en el manuscrito sendas amplificacioones de los puntos siguientes: el condenado pierde la fruición de Dios; el condenado perdiendo á Dios, pierde también el afecto con que era amado de las criaturas; después que el condenado ha perdido á Dios, y con él todas las cosas, entra además bajo la potestad del demonio: originales del Padre Olano. Luego:

«La repugnancia de uno mismo, que hasta ahora se ha ido acumulando como enorme abceso que vierte ponzoña y pus de fetidez atroz, hará que los alumnos sientan con toda instancia la necesidad de la confesión general, como no sean unos almas de cántaro».

Hay unas notas marginales;

«San Ignacio veía el demonio á manera de forma serpentina, acariciadora, ó semejante á una muchedumbre de ojos brillantes y misteriosos. Para niños me parece demasiado sutil. Dibújese á Satanás como hombre, con patas de cabrón, el cuerpo del color de la langosta cocida, rabo largo, cuernos feroces y labios apestosos. También en forma de cabra, y cómo á veces anda por las camarillas, y se lleva á los pecadores, de suerte que no incurran en torpezas ó tocamientos».

«MEDITACION VII. De la pena de sentido. Tiene por objeto asegundar el afecto de la anterior. Refiérase la parábola del rico avariento y de Lázaro, y de cómo aquél pide á Abraham que Lázaro, mojando en agua uno de sus dedos, fuese á refrescarle la lengua. La pena de sentido es universal y atormenta todo el cuerpo y toda el alma. El condenado yace en el infierno siempre en aquel mismo sitio que le fué señalado por la Divina justicia, sin poderse mover, como en un cepo: el fuego de que está, como el pez en el agua, todo circuido, le quema alrededor, á diestra, á siniestra, por arriba y por abajo. La cabeza, el pecho, la espalda, los brazos, las manos y los pies, todo está penetrado de luego, de manera que todo parece un hierro hecho ascua, como si en este momento se sacase de la fragua; el techo, bajo el cual habita el condenado, es fuego; el alimento que toma, es fuego; la bebida que gusta, es fuego; el aire que respira, es fuego; cuanto ve y cuanto toca, es fuego. Mas este fuego no se queda sólo en el exterior, sino que pasa también á lo interior del condenado: penetra el cerebro, los dientes, lengua, garganta, hígado, pulmón, entrañas, vientre, corazón, venas, huesos, médula de éstos, sangre (in inferno erit ignis inextinguibilis, vermis inmortalis, foetor intolerabilis, tenebrae palpabilis, flagella cedentium, hórrida visio demonum, confusio peccatorum, desperatio omnium bonorum); y lo que es más terrible, este fuego, elevado por divina virtud, llega también á obrar contra las potencias de la misma alma, inflamándolas y atormentándolas».

Prosiguen abundantes disquisiciones sobre la eternidad, sin interrupción y sin alivio. La octava meditación versa sobre la parábola del hijo pródigo, reposorio grato después de las lóbregas jornadas anteriores, porque:

«Esta parábola anima de un modo admirable al pecador para que no desespere del perdón, por grandes y muchos que sean sus pecados».

Concisa y elocuente insinuación de la benevolencia de los padres confesores:

«El padre confesor te oirá con toda dulzura y caridad».

Sucédense algunas meditaciones de apacible naturaleza, las cuales, por contraste, sirven para templar la aguda tensión de espíritu. La Meditación XII es como la clave del arco. Su asunto, la muerte.

«No hay cosa que tanto contenga al hombre de pecar como es el pensar en la muerte».

En una apostilla.

«Así como una vez desvanecida la doncellez de la hembra no es posible que se recobre, si se sabe incultar bien en el espíritu el torcedor de la muerte, no hay modo ya de recuperar la espontaneidad y descuido de los goces terrenos. Vive memor lelhi».

«Nequaquam morte moriemini. No seas tonta, no seas boba, dijo la serpiente á Eva, no moriréis. ¡Ay! Quitada esa barrera, cayó miserablemente en el pecado».

«Composición de lugar. Imaginaos que os halláis y veis enfermos en una cama, con el aviso de confesaros y de recibir el santísimo Viático y la santa Unción; luego os halláis moribundos, que os dicen la recomendación del alma, que vais perdiendo los sentidos, y que, finalmente, morís…».

«Morir es sacar de casa á ese tu cuerpo y llevarlo al campo santo, y allí dejarlo solo, de día y noche, rodeado de calaveras y huesos de otros muertos. Morir es dejar á tu cuerpo, solo, muerto, cadáver, para que lo coman los gusanos, que esto es lo que quiere decir cadáver, caro data vermibus, carne dada en comida á los gusanos».

Nada tan fecundo como la muerte. El Padre Olano aprovecha muy por largo dicha fecundidad en su manuscrito. Síguense diferentes meditaciones, hasta llegar al celebérrimo símil ignaciano de las dos banderas ó divisas enarboladas respectivamente por Jesús y Satanás. Satanás predica á sus huestes, ambición, entusiasmo, confianza en sí propio: Jesús, penuria cordial, perfidia, rebajamiento. O, dicho con palabras del santo:

«… Considerar el sermón que Cristo nuestro Señor hace á sus siervos, encomendándoles que á todos quieran ayudar en traerlos primero á suma pobreza espiritual; segundo, a deseo de oprobio y menosprecios, porque de estas dos cosas se sigue la humildad; de manera que sean tres escalones: el primero, pobreza contra riqueza; el segundo, oprobio ó menosprecio contra el honor mundano; el tercero, humildad contra soberbia…».

En las meditaciones sobre la vida de Jesucristo resplandece aquel estilo llanote y vernacular del Padre Olano, que es la elocuencia suma, á juicio de las madreselvas. Tomamos algunos ejemplos:

Dice Satanás á Jesús: «Pasaremos al desierto, si usted gusta. Allí estaremos solos».

Después de haber vencido la tentación del desierto «la Santa Virgen envióle comida, que ella misma había condimentado con sus purísimas manos: berzas, sopa, espinacas y quizá sardinas (caules, vel brodium ut spinaria et forte sardinas)».

La túnica de Jesucristo, según el Padre Olano: «Era de color de ceniza, redonda lo mismo por arriba que por abajo, con mangas también redondas; en la orilla, bordados, á la usanza judía. Habíala cosido la Virgen, y así como Cristo crecía, la túnica crecía también y no sufría deterioro». Detalle enternecedor: «Un año antes de la pasión, Jesús se había acostumbrado á llevar una camiseta de abrigo, debajo de la túnica».

«Durante la flagelación dióronle 6.000 golpes. De ellos fueron 5.000 en el cuerpo y 1.000 en la cabeza. La corona de espinas componíase de 1.000 puntas, y estaba tejida con junco marino».

Ya en las últimas meditaciones, persigúese el fin de alentar en el pecho de los ejercitantes la confianza en María y alguno que otro santo. Los ejemplos que el Padre Olano cita en su manuscrito son muchos. Tomaremos uno de muestra:

«Bonfinius, en su Historia de Hungría, cuenta que tres años después de la batalla de Nicópolis oíase una voz en la llanura pronunciando los nombres de Jesús y María. Encontróse ser la cabeza de un cristiano, muerto sin confesión, que honraba á la Virgen con particular devoción. Esta habíale preservado de las penas del infierno, conservando con vida su cabeza. Trajéronle un sacerdote, quien le confesó y dió de comulgar, no muriendo hasta este punto».

II

Las pláticas del Padre Olano se celebraban, como se ha dicho, en la capilla del colegio. Las maderas de los ventanales estaban entornadas. Sobre el altar pendían negros paños y crespones. El ambiente era lúgubre y medroso.

Al final de las meditaciones, cantaban á coro los alumnos, acompañados del harmonio:

¡Perdón, oh, Dios mío,

Perdón, indulgencia,

Perdón y clemencia,

Perdón y piedad!

Luego, Lezama, el tiple, y dos fámulos, á tres voces:

Pequé; ya mi alma

Su culpa confiesa;

Mil veces me pesa

De tanta maldad.

El silencio, durante los cuatro días, fué absoluto; la comida, escasa. Al tercer día, los tiernos corazones é inteligencias habían caído en un á manera de torpor y ofuscamiento continuo, originado por los hórridos sobresaltos que les metían en el pecho. A mitad de las meditaciones, algunos niños daban en tierra, presa de síncopes y soponcios. Al concluir la plática del infierno aullaban, con indecible espanto, más que decían:

Alma de Cristo, santifícame.

Cuerpo de Cristo, sálvame.

Agua del costado de Cristo, lávame.

Pasión de Cristo, confórtame.

¡Oh! buen Jesús, óyeme.

Dentro de tus llagas, escóndeme.

No permitas que me separe de ti.

Del enemigo malo, defiéndeme.

En la hora de mi muerte, llámame.

Y manda que venga á ti,

Para que te alabe con los santos

Por infinitos siglos. Amén.

«¡Oh, Jesús mío! Yo no me quiero condenar… Me quiero salvar… ¡Cueste lo que costare!».

Bertuco padeció, todo el tiempo que duraron los ejercicios espirituales, dolorosos desfallecimientos y agonías interiores. Dentro de él despertábase un sentido crítico y de rebelión contra aquellas verdades, pretendidamente inconcusas, que con tanto aparato escénico intentaban inculcarle. Maravillábase de la burda estofa de un Dios que cría al hombre como muñeco con que distraer infinito tedio, y lo trae á la acerbidad de una vida miserable y breve por recibir de él alabanzas, que, siendo Dios, no había de menester, no de otra suerte que un monarca antojadizo y estólido forma cortesanos que lo recreen con adulaciones y lisonjas. Pues si el hombre es cosa tan torpe y hedionda, ¿cómo asegurar que Dios lo hizo á imagen y semejanza suya? Cierto que es así, y no más perfecto, porque incurrió en el pecado del paraíso; mas, ¿por qué se le amasó de barro tan frágil que al primer soplo satánico hízose todo grietas y hendeduras? ¿Sabíalo Dios cuando lo sacó del barro? Pues hizo mal en criar seres para el dolor. ¿No lo sabía? Entonces, ¿dónde está la divina sapiencia y omnipresencia?

Bertuco se oprimía las sienes y trituraba los labios, murmurando: «¡Jesús, Jesús bondadoso, ayúdame! Es Satanás que se introduce en mi inteligencia. ¿Quién soy yo para desentrañar verdades tan altas? ¡Virgen mía, Virgencita blanca y guapina, madre de mi alma, no me desampares! Ves que camino al infierno. ¡Dame la mano!». Pasó toda una noche arrodillado en su camarilla. Fabricó á su modo unas disciplinas, con la cuerda de hacer las palas de red para el juego de pelota, y se azotaba hasta que los ojos se le anublaban y los sentidos se le adormecían.

El Padre Sequeros, que por lo demacrado de la carita de Bertuco adivinaba las cuitas y martirios del muchacho, le enviaba miradas de ternura, dándole con esto algún alivio y fortaleza. ¡Oh, si él pudiera conseguir algún día la seguridad interior de aquel varón santo y sereno! Y, sin embargo, no era raro que se burlasen de Sequeros, motejándolo de loco. ¡Cuánta injusticia! Bertuco entendía de claro modo en aquellos momentos la rara virtud de su inspector, una virtud de aplomo, por decirlo así, que le hacía caer del cielo perpendicularmente hacia el centro de la vida temporal y médula de todas las virtudes, como la plomada busca el centro de la tierra rigiéndose por la armonía múltiple y unánime de las constelaciones. Y de esta suerte, el eje de la vida de Bertuco, en lugar de correr á sumarse y entremecerse en el gran curso de la humanidad, iba descentrándose, apartándose del cauce hondo y materno, aspirando á huir aguas arriba, ó, no siendo esto hacedero, á ser remanso.

La necesidad de la confesión general llegó á hostigar al niño con la violencia de una comezón física. Pero el rubor de sus deshonestidades le mantuvieron largo tiempo indeciso en la elección de Padre con quien confesarse. Resolvióse por el valetudinario Avellaneda, conjeturando que la propincuidad en que se hallaba de la tumba y los muchos años de experiencia le ladearían á la indulgencia. En esto, la erró de medio á medio. Cuando el anciano oyó la historia menuda y prolija de Bertuco y Rosaura, encrespóse coléricamente; babeando, y con voz tartajosa, de mandíbulas desdentadas, profería frases amenazadoras.

—¡Mereces morir aquí mismo, sin absolución, miserable! ¡Tentado estoy de no absolverte, bestia maligna!

Bertuco se arrastraba por tierra, implorando:

—¡Absolución! ¡Absolución! ¡Por Dios, tenga caridad!

Y sus bellos ojos azules manifestaban el espanto de un cielo en donde se apagase el sol para siempre. Aquella mano temblona de senectud le absolvió. Bertuco salió de la celda con el alma leve y ágil; creía llevar alas en los talones, como un dios pagano. Al día siguiente, recibiendo la comunión, temió derretirse en un deliquio.