NATURALMENTE LOS CRÍMENES DE Jack el Destripador excitaron la imaginación pública y todos intentaban interpretar los crímenes siguiendo sus pasiones.
Los antisemitas quisieron ver en ellos la marca ritual de los judíos…
Los imaginativos buscaron establecer una relación entre los crímenes de Jack the Ripper y las prácticas de una cierta secta cristiana rusa, que tenía adeptos en Londres y cuyo acto principal consiste en mutilarse sexualmente. Veían en esos destripamientos sucesivos una venganza religiosa contra el sexo culpable del pecado original, al mismo tiempo que una cierta ejercitación manual para poder practicar con éxito y sobre sí mismos la operación de castración…
Se imaginaban también terribles asociaciones de sádicos que operaban en serie y gozaban de altas protecciones.
También se supuso que el asesino ocupaba una alta posición en la sociedad aristocrática inglesa y que, para ahogar el escándalo, pura y simplemente se le había ejecutado misteriosamente o se le había obligado a suicidarse…
Finalmente, los artistas veían en Jack el Destripador a un seductor héroe de novela que consideraba, como Thomas de Quincey, el asesinato como una de las bellas artes…
Esta última hipótesis, en nuestra opinión, parece acercarse más a la realidad. Estos días he tenido el encuentro más extraordinario que pueda tener un periodista en el curso de una investigación. No diré que he visto a Jack el Destripador, pero, salvo que fuese una burla —y una muy curiosa y muy sorprendente—, he charlado durante media hora, en pleno centro de París, con un hombre que le trató de cerca, que conoce su nombre, su suerte y cuya inverosímil personalidad ha permanecido secreta para mí.
A pesar de todo el escepticismo con el que tendría el derecho de acoger sus declaraciones, no puedo evitar creerlas plenamente y tener por auténticos tanto su historia como el retrato, dibujado con un cuidado extremo por una mujer misteriosa, que representaría a Jack el Destripador unas semanas antes de su primer crimen, cuando tenía diecinueve años.