La última victima de Jack el Destripador

EL 10 DE SEPTIEMBRE DE 1889 FUE DESCUBIERTA, bajo una bóveda de ferrocarril, la undécima víctima de Jack el Destripador. Debía ser la última o, al menos, fue la última que se atribuyó a sus actos.

Sólo quedaba, de la desgraciada, el cuerpo. Le habían cercenado la cabeza y le faltaban las dos piernas. En el límite del pecho y el vientre, estaban abiertos varios cortes por los que se salían los intestinos.

La muerte debía remontarse a tres días. El cadáver estaba desvestido y cubierto tan solo con una camisa desgarrada y manchada de sangre, atada con un cordoncillo. Una vez más, las incisiones fueron hechas de izquierda a derecha.

Le habían arrancado el corazón. Le habían seccionado las piernas con habilidad. Salvo las profundas heridas abdominales, la parte inferior del vientre era la única mutilada. El cuerpo estaba cubierto de equimosis, como si hubiese sido arrastrado y el asesino hubiese, después de la muerte —acaecida tras la hemorragia— cortado el brazo izquierdo por dos sitios, como si hubiese querido desarticularlo y hubiese renunciado a ello.

El examen de los órganos, todos relativamente sanos, salvo el bazo y el hígado, que estaban estigmatizados por el alcohol, reveló que la víctima se entregaba a la bebida. Las manos, que eran largas y afiladas, estaban sucias y descuidadas, pero no crispadas. No había indicios de lucha. La mujer había sido asesinada por sorpresa o durante el sueño. No había forcejeado.

El cuerpo estaba acostado sobre el vientre, con el brazo derecho replegado. No había huellas de lucha bajo la bóveda del ferrocarril. El drama no había acontecido allí, tan sólo se habían llevado hasta ese lugar los fúnebres restos.

La camisa estaba cortada de arriba abajo a partir de las axilas.

De nuevo, los cirujanos le reconocían al asesino una habilidad relativa, que no parecía ser debida a amplios conocimientos de la anatomía humana.