El cadáver de Támesis… y otro más

EL DÍA 1 DE JUNIO DE 1889, fue pescada en el Támesis, la parte inferior del tronco de una mujer joven de buena constitución.

Unos días más tarde, en la orilla de Surrey, pescaron la pierna y el muslo izquierdo.

Un día más tarde, encontraron la parte superior del tronco. La cavidad torácica estaba vacía: el bazo, los ríñones y una porción de los intestinos estaban aún adheridos a las paredes. El diafragma había sido seccionado en el centro con una sierra. Los costados estaban igualmente aserrados.

Finalmente, el lunes 10 de junio, pescaron un brazo y la mano derecha.

Los fúnebres restos no habían pasado mucho tiempo en el Támesis. La muerte se remontaba a unas cuarenta y ocho horas.

El cuerpo había sido despiezado de manera bastante tosca, pero con una innegable destreza. Parecía que el misterioso asesino tuviera un conocimiento relativamente profundo de las articulaciones del cuerpo humano y dirá en aquellos tiempos uno de los testigos que conocía la anatomía de la misma manera que un maître d’hôtel sabe despiezar un pollo. ¿Acaso no da esta horrible comparación la atmósfera de los hábitos y costumbres de Jack el Destripador?

Finalmente, en los detalles de las mutilaciones se encontraba la marca innegable del Ripper.

Faltaban la cabeza, los pulmones, el corazón, la mayor parte de los intestinos y los órganos secretos. Finalmente, como en los casos de tantas otras víctimas, le había arrancado con fuerza un anillo que, sin duda, había añadido a su lúgubre colección.

El sistema piloso de la desgraciada era castaño claro, las uñas de las dos manos estaban mordidas muy cortas, la marca segura de un avanzado embarazo y varios indicios más permitieron identificar a la víctima.

Era muy conocida en las viejas casas de inquilinos de rentas bajas del barrio pobre de Chelsea. Se la vio por última vez el 31 de mayo y el informe inglés, de una discreción que se acerca mucho a la hipocresía, añade que vivía «al día».

Como la pobre Jessie, había debido de encontrarse con terrible seductor. Sus agradables maneras, su elegancia y su encanto le habían inducido confianza. Se había entregado a él con los ojos cerrados, con la alegría de que una suerte inesperada hubiese puesto en su camino de pobre chiquilla una aventura sorprendente. También ella esperó pasar la noche con un gentleman. Y su ceguera la había conducido a la muerte.

La décima víctima fue encontrada el 17 de julio de 1889 entre medianoche y la una de la madrugada por un policía, en una callejuela del barrio preferido de Jack el Destripador: Whitechapel.

Para ella, el drama transcurrió más o menos de la misma manera que para las primeras víctimas. El encuentro insospechado en una calle desierta. La terrible cuchillada en el cuello que Jack propina tan bien… El derrumbamiento sobre la acera… Y, después, el cuerpo entregado a las terribles manías del asesino: el estómago y el vientre rajados, la falda y las enaguas subidas y el bajo vientre horriblemente mutilado.

El forense, expresándose con toda simplicidad en un lenguaje terriblemente conmovedor, dirá: «El rostro estaba aún caliente; era una pobre mujer de unos cuarenta años, de un bello temperamento [sic], con el pelo castaño oscuro; le faltaba un diente, al igual que a otra de las víctimas de esta serie. Una de las uñas de la mano izquierda estaba en parte desprendida. Este asesinato está relacionado con aquellos similares de los últimos años. Sólo había sangre en el lugar en que la víctima fue asesinada».