8

LOS GUERREROS NEGROS

El esfuerzo que tenía que hacer para producir sonidos deformaba la cara ya de por sí extraordinaria del Guerrero Negro (piel verde, labios escarlata, mejillas con franjas blancas, etcétera) en espantosas y complicadas muecas.

—Gogogol —gorgoteó y, a continuación, tosió—: Kafkafka.

—¿Eh? ¿Qué es eso? ¿Qué dice este tipo? —preguntó el Príncipe Bolo—. No he entendido ni una palabra.

—¡Qué fantasma! ¿Qué te parece? Me refiero a nuestro Bolo. Piensa que dándose esos aires no notaremos que está muerto de miedo.

Harún se preguntaba por qué Bocalegre permanecía al servicio del Príncipe Bolo si tenía tan mala opinión de él; pero mantuvo la boca cerrada, en parte porque no quería que ella le dijera algo desagradable, en parte porque empezaba a gustarle mucho, lo que hacía que se sintiera de acuerdo con sus opiniones, y más que nada porque había una Sombra gigantesca con una gran espada cerniéndose sobre ellos y un Guerrero que gruñía y siseaba a pocos pasos de distancia; en suma, porque no era momento para estar de conversación.

—Si, como se dice, en la actualidad la gente del país de Chup casi no habla nada, a causa de los decretos del Maestro del Culto, no es de extrañar que este Guerrero haya perdido temporalmente el control de la voz —explicaba Rashid Khalifa al Príncipe Bolo que permanecía impávido.

—Pues es un inconveniente —dijo éste—. Realmente, no me cabe en la cabeza que haya gente que no pueda hablar.

El Guerrero Negro, sin hacer caso del Príncipe, se dirigió a Rashid con rápidos ademanes y consiguió decir unas palabras que sonaron como graznidos.

—Muerte —dijo—. Blo-Vino-Ya.

—O sea, que quiere nuestra muerte —exclamó Bolo llevándose la mano a la espada—. Pues no va a serle fácil. Eso se lo prometo.

—Bolo —dijo el General Kitab—, ¿quieres callar? ¡Carape! Este Guerrero trata de decirnos algo.

Los ademanes del Guerrero Negro se aceleraron con desesperación: torcía los dedos en todas las direcciones, juntaba las manos formando ángulos distintos, señalaba partes de su cuerpo y repetía roncamente:

—Muerte. Muerte. Blo-Vino-Ya.

Rashid Khalifa se dio una palmada en la frente.

—Ya lo tengo —exclamó—. ¡Qué necio soy! Este hombre no ha parado de hablarnos con toda fluidez.

—No seas majadero —respondió el Príncipe Bolo—. ¿Fluidos esos gruñidos?

—Me refiero a las manos —respondió Rashid, mostrando considerable paciencia ante los barboteos de Bolo—. Se sirve del lenguaje de las manos. Y no decía «muerte» sino «Mudra». Es su nombre. Trataba de presentarse. «Mudra. Habló abhinaya». Eso decía. «Abhinaya» es el nombre del más antiguo lenguaje corporal que existe y que, por cierto, yo conozco.

Mudra y su Sombra inmediatamente empezaron a asentir vigorosamente. Ahora la Sombra envainó la espada a su vez y empezó a hablar por señas con la misma rapidez que el propio Mudra, y Rashid no tuvo más remedio que suplicar.

—Un momento. Que hable sólo uno, por favor. Y despacio; hace mucho tiempo que no practico y vais demasiado de prisa para mí.

Después de «escuchar» las señas de Mudra y de su Sombra durante un rato, Rashid se volvió hacia el General Kitab y el Príncipe Bolo con una sonrisa.

—No hay que preocuparse —dijo—. Mudra es amigo. Es más, éste ha sido un encuentro afortunado, porque aquí está nada menos que el Mejor Guerrero de Chup, al que la mayoría de chupwalas consideran el segundo del propio Khattam-Shud, el Maestro del Culto.

—Si es el segundo de Khattam-Shud —exclamó el Príncipe Bolo—, hemos tenido suerte, en efecto. Hagámoslo prisionero, carguémoslo de cadenas y digamos al Maestro del Culto que no lo liberaremos hasta que nos entregue a Batchit sana y salva.

—¿Y cómo te propones capturarlo? —preguntó el General Kitab suavemente—. No creo que se deje, ¿comprendes? Ejem.

—Por favor, escuchad —imploró Rashid—. Mudra ya no es aliado del Maestro del Culto. Le repugna la creciente crueldad y fanatismo del Culto de Bezabán, el ídolo de hielo sin lengua, y ha roto sus relaciones con Khattam-Shud. Ha venido aquí, a esta selva crepuscular, a reflexionar sobre lo que debe hacer ahora. Si queréis puedo traduciros lo que él diga en abhinaya.

El General Kitab asintió y Mudra empezó a «hablar». Harún advirtió que no utilizaba sólo las manos para expresarse. También era importante la posición de los pies, así como los movimientos de los ojos. Además, Mudra poseía un asombroso control sobre todos y cada uno de los músculos de su cara pintada de verde. Podía hacer que tremolaran y se ondularan independientemente, de un modo sorprendente, lo cual era uno de los recursos de su forma de expresión, el abhinaya.

—No penséis que todos los chupwalas siguen a Khattam-Shud, ni adoran a su Bezabán —«dijo» Mudra con su lenguaje mudo y móvil (Rashid traducía sus «palabras» al lenguaje corriente)—. La mayoría, sencillamente, temen sus poderes mágicos. Pero, si él fuera derrotado, el pueblo de Chup me seguiría a mí; y, aunque mi Sombra y yo seamos guerreros, los dos queremos la Paz.

Ahora le tocó «hablar» a la Sombra.

—Debéis comprender que en el País de Chup se considera a las Sombras iguales a las personas a las que están unidas —empezó (y Rashid iba traduciendo)—. Los chupwalas viven en la oscuridad, ¿comprendéis?, y en la oscuridad una Sombra no tiene por qué ser siempre una forma única. Algunas Sombras, como yo misma, aprendemos a cambiar sólo con desearlo. ¡Imaginad las ventajas! Si a una Sombra no le gusta el vestido o el peinado de la persona a la que está unida, ¡puede elegir el que más le guste! La Sombra de un chupwala puede tener la gracia de un danzarín aunque su dueño sea patoso, ¿comprendéis? Lo que es más, en el País de Chup muchas Sombras tienen una personalidad más fuerte que la Persona, el Yo o Sustancia al que están unidas. Así, con frecuencia es la Sombra la que toma la iniciativa, y la Persona, Ser o Sustancia va a remolque. Desde luego, puede haber desavenencias entre la Sombra y la Sustancia, Yo o Persona; pueden tirar cada cual por su lado (¡cuántas veces lo habré visto!), pero también se dan casos de verdadera compenetración y respeto mutuo. Por ello, la Paz con los chupwalas significa la Paz con sus Sombras. Y también entre las Sombras Khattam-Shud, el Maestro del Culto, ha causado graves daños.

Mudra, el Guerrero Negro, reanudó su relato. Sus manos se movían más y más aprisa, sus músculos faciales se ondulaban y fruncían de excitación y sus piernas danzaban con agilidad. Rashid tenía que apurarse para seguir su ritmo.

—La magia negra de Khattam-Shud ha llegado a límites sobrecogedores —reveló Mudra—. Ha profundizado tanto en la Variedad Oscura de la brujería que él mismo se ha hecho mutable y tenebroso, más Sombra que Persona. Y, a medida que ha ido asemejándose a su Sombra, ésta ha tomado las características de la Persona, y en estos momentos ya no es posible decir quién es la Sombra y quién la Persona de Khattam-Shud, porque él ha hecho algo que ningún chupwala soñó jamás, es decir, ¡se ha separado de su Sombra! Y ahora vaga por la oscuridad desprovisto de Sombra, y su Sombra va donde quiere. ¡Khattam-Shud, el Maestro del Culto, puede estar en dos sitios a la vez!

En este momento, Bocalegre, que miraba al Guerrero Negro con algo muy parecido a la adoración o devoción, exclamó:

—¡Pero ésa es la peor noticia del mundo! ¡Ya era casi imposible derrotarlo una vez, y ahora tú nos dices que tenemos que vencer dos veces!

—Exactamente —dijeron los graves ademanes de la Sombra de Mudra—. Además, este nuevo Khattam-Shud doble, este hombre-sombra, esta sombra-hombre, tiene un efecto muy pernicioso en las relaciones entre los chupwalas y sus Sombras. Ahora existe mucho descontento entre las Sombras por estar unidas a los chupwalas por los pies; y hay muchos altercados.

»Son tiempos muy tristes —dijeron en conclusión los ademanes de Mudra—. Y es que un chupwala no puede fiarse ni de su sombra.

Se hizo el silencio, mientras el General Kitab y el Príncipe Bolo digerían cuanto Mudra y su sombra habían «dicho». Y el Príncipe Bolo estalló:

—¿Y por qué hemos de creer a esta criatura? ¿No ha reconocido ser un traidor a su propio jefe? ¿Es que ahora hemos de tratar con traidores? ¿Cómo sabemos que esto no es otra traición? ¿Más doblez? ¿Una especie de trampa?

El General Kitab, según Harún había podido observar, habitualmente era un hombre ecuánime que gustaba de una buena discusión; pero ahora se ruborizó y hasta pareció que se hinchaba ligeramente.

—¡Canastos, Alteza! —dijo al fin—. Aquí mando yo. Callad la boca, si no queréis volver a Gup y que sea otro el que rescate a vuestra Batchit. No creo que eso os hiciera mucha gracia, rayos y centellas.

Bocalegre parecía encantada con la reprimenda; Bolo puso cara asesina, pero mantuvo la boca cerrada. Y más le valió a todos, porque, ante las acusaciones de Bolo, la Sombra de Mudra entró en un verdadero frenesí de mutaciones, agigantándose, rascándose por todas partes, adoptando el perfil de un dragón que vomitaba fuego y el de otras criaturas: grifo, basilisco, manticore, ogro. Y mientras la Sombra hacía estos alardes de furor, el propio Mudra se retiró unos pasos y se apoyó en la cepa de un árbol con expresión de aburrimiento, mirándose las uñas, bostezando y haciendo girar los pulgares. «El Guerrero y su Sombra forman un buen equipo —pensó Harún—. Cada uno representa un papel diferente y de este modo nadie sabe lo que piensan o sienten en realidad; que, desde luego, puede ser algo completamente distinto».

El General Kitab se acercó a Mudra con gran respeto, casi con un respeto exagerado.

—¡Rayos, Mudra, ¿nos ayudarás?! ¡No será empresa fácil la nuestra, en la Oscuridad de Chup! Nos vendría bien alguien como tú. Gran Guerrero y demás. ¿Qué me dices?

El Príncipe Bolo estaba echando chispas en el linde del claro mientras Mudra paseaba, pensativo. Al fin, volvió a hacer señas. Rashid tradujo sus «palabras».

—Sí, os ayudaré —dijo el Guerrero Negro—. Porque el Maestro del Culto tiene que ser derrotado. Pero antes debéis tomar una decisión.

—Apuesto a que sé de qué se trata —cuchicheó Bocalegre a Harún—. Es la decisión que debimos tomar antes de salir: qué salvamos antes, a Batchit o al Océano. Por cierto —agregó sonrojándose ligeramente—, ¿no lo encuentras imponente? ¿Tremendo, colosal, agudo? Me refiero a Mudra.

—Ya sé a quién te refieres —dijo Harún sintiendo la comezón de lo que podían ser celos—. No está mal, imagino.

¿Que no está mal? —siseó Bocalegre—. ¿Cómo puedes decir…?

Pero se interrumpió porque Rashid estaba traduciendo las «palabras» de Mudra.

—Como os he dicho, ahora hay dos Khattam-Shuds. Uno de ellos tiene a la Princesa Batchit cautiva en la Ciudadela de Chup y en este momento está pensando en coserle los labios en la Fiesta de Bezabán. El otro, como ya debéis de saber, está en la Zona Vieja, tramando la destrucción del Océano de las Corrientes de las Historias.

Una portentosa testarudez embargó al Príncipe Bolo de Gup:

—Tú dirás lo que quieras, General, pero una Persona es antes que un Océano, sea cual fuere el peligro. Tenemos que salvar a Batchit; Batchit, mi amor, mi tesoro. ¡Sus labios de grana deben ser salvados de la aguja del Maestro del Culto y sin tardanza! ¿Qué os pasa, gente? ¿Es que no tenéis sangre en las venas? General, y vos, Sir Mudra: ¿sois hombres o… o… Sombras?

—No hay por qué seguir insultando a las sombras —gesticuló la Sombra de Mudra con dignidad y sosiego. (Bolo se hizo el desentendido).

—Muy bien —convino el General Kitab—. ¡Adelante! Pero hay que enviar a alguien a investigar lo que ocurre en la Zona Vieja. ¿A quién enviamos? Vamos a ver… ¡Ejem…!

En ese momento Harún carraspeó.

—Iré yo —se ofreció.

Todos se volvieron a mirar al chico del camisón rojo con parches púrpura que se sentía un poco ridículo.

—¿Humm? ¿Qué dices? —preguntó el Príncipe Bolo con aspereza.

—Vosotros creísteis que mi padre era espía de Khattam-Shud —dijo Harún—. Ahora, si Vos y el General lo deseáis, yo espiaré a Khattam-Shud para vosotros. O a su Sombra, quienquiera que sea el que está en la Zona Vieja, envenenando el Océano.

—¿Y por qué diantre te ofreces voluntario para esta peligrosa misión? —preguntó el General Kitab.

«Buena pregunta —pensó Harún—. Debo de ser un perfecto idiota». Pero en voz alta dijo:

—Verá, Señor, la cosa es que durante mi vida he oído hablar del maravilloso Mar de las Historias, de los Genios del Agua y demás, pero no empecé a creer en todo ello hasta que, la otra noche, vi a Iff en mi cuarto de baño. Y ahora he venido a Kahani y he visto con mis propios ojos lo hermoso que es el Océano, con todas sus Corrientes de Historias de unos colores que ni siquiera sé cómo se llaman, y sus Jardineros Flotantes y sus Peces Multifauces y todo lo demás, pero quizá sea tarde, porque todo el Océano puede morir de un momento a otro si no hacemos algo, y no me gusta la idea, Señor, ni pizca, Señor, no me gusta pensar que todos los hermosos cuentos del mundo se echen a perder para siempre jamás. Como digo, no empecé a creer en el Océano hasta hace poco, pero quizá no sea tarde para hacer algo.

«Ya está —pensó—, ya lo has hecho: ponerte en ridículo». Pero Bocalegre le miraba como miraba a Mudra hacía un rato, y era muy agradable, no se podía negar. Y entonces Harún vio la expresión de su padre. «Oh, no —pensó—, ya sé exactamente lo que va a decir…».

—Hay en ti algo más de lo que salta a la vista, joven Harún Khalifa —dijo Rashid.

—Olvídenlo —murmuró Harún, furioso—. Olviden que hablé siquiera.

El Príncipe Bolo se acercó con grandes zancadas y dio a Harún una palmada en la espalda que lo dejó sin respiración.

—¡Ni pensarlo! —gritó Bolo—. ¿Olvidar que has hablado, joven? ¡Eso nunca se olvidará! General, yo pregunto: ¿no es éste el individuo más indicado para la misión? Porque él, al igual que yo, es esclavo del Amor.

Al oír esto, Harún procuró no mirar a Bocalegre y se ruborizó.

—Desde luego —prosiguió el Príncipe Bolo paseando y moviendo los brazos con arrogancia (y cierto atolondramiento)—. Del mismo modo que mi gran pasión, mi amour, me empuja hacia Batchit, siempre hacia Batchit, el destino de este muchacho es rescatar aquello que él ama: el Océano de las Historias.

—Está bien —el general Kitab accedió—. Joven Harún, tú serás nuestro espía. ¡Qué carape! Te lo has ganado. Elige a tus compañeros de expedición y marchaos —su voz era ronca y áspera como si tratara de ocultar su preocupación tras una apariencia de severidad.

«Se acabó —pensó Harún—. Ya es tarde para volverse atrás».

—¡Mucho ojo! ¡Deslízate en la sombra! ¡Observa sin ser visto! —exclamó Bolo con acento teatral—. Ahora también tú vas a ser un Guerrero Negro.

Para llegar a la Zona Vieja de Kahani había que dirigirse hacia el Sur por la Franja del Crepúsculo, costeando el País de Chup, hasta que el oscuro y silencioso continente quedaba atrás y el Océano Polar del Sur de Kahani se extendía en todas las direcciones. Harún e Iff, el Genio del Agua, emprendieron viaje con este rumbo cuando aún no había transcurrido una hora desde que Harún se ofreciera voluntario. Los compañeros que eligieron eran Goopy y Bagha, los Multifauces que burbujeaban detrás de ellos, y el viejo y sarmentoso Mali, el Jardinero Flotante, con sus labios lila y su sombrero de raíces. Mali caminaba sobre el agua a su lado. (Harún quería llevarse a Bocalegre, pero la timidez le impidió pedírselo y, además, ella parecía preferir quedarse junto a Mudra, el Guerrero Negro. Y, en cuanto a Rashid, éste era indispensable para traducir el Lenguaje de Signos de Mudra al General y al Príncipe).

Al cabo de varias horas de viajar a gran velocidad por la Franja del Crepúsculo, se encontraron en el Océano Polar del Sur. Aquí las aguas estaban más descoloridas y más frías que en ningún otro lugar.

—¡No cabe la menor duda, vamos por buen camino!

—¡Si antes estaba sucio, ahora está cochino! —dijeron Goopy y Bagha tosiendo y escupiendo.

Mali avanzaba a saltos sobre las aguas sin dar señales de incomodidad.

—Si tan envenenada está el agua, ¿no te ataca los pies? —preguntó Harún.

Mali movió la cabeza.

—Hace falta más que eso. Un poco de veneno, ¡bah! Un poco de ácido, ¡bah! Un Jardinero es pájaro viejo y correoso. A mí no me para esto.

Entonces, con gran sorpresa de Harún, el Jardinero entonó con su voz bronca una cancioncilla:

Puedes parar un cheque, sí,

Puedes parar una filtración,

Puedes parar la circulación, pero

¡No puedes pararme a mí!

—Lo que nosotros venimos a parar es la obra de Khattam-Shud, el Maestro del Culto —le recordó Harún adoptando la que él consideraba autoritaria voz de jefe.

—Si es verdad que cerca del Polo Sur hay una Fuente o Manantial de las Historias —apuntó Iff—, allí estará Khattam-Shud, podéis apostar lo que queráis.

—De acuerdo —dijo Harún—. ¡Pues vamos al Polo Sur!

La primera desgracia llegó poco después. Goopy y Bagha, haciendo pucheros, reconocieron que no podían seguir adelante.

—¡No pensábamos que estuviera tan mal!

—¡Os hemos defraudado! ¡Nos sentimos fatal!

—¡Qué dolor! ¡Qué calamidad!

—Ya no podemos ni hablar en rima.

Las aguas del Océano se hacían más viscosas a cada milla, más viscosas y más frías; muchas de las Corrientes de las Historias estaban llenas de una sustancia oscura y espesa como la melaza. «La causa de esto no puede estar muy lejos», pensó Harún. Y dijo tristemente a los Multifauces:

—Quedaos aquí, vigilando. Seguiremos adelante sin vosotros.

«Desde luego, aunque haya peligro, ellos no podrán avisarnos», comprendió Harún, pero los Multifauces estaban ya tan desconsolados que se reservó este pensamiento.

La luz era muy escasa (estaban en el mismo borde de la Franja del Crepúsculo, muy cerca del hemisferio de la Oscuridad Perpetua). Los viajeros continuaron hacia el Polo; y cuando Harún vio que del Océano se elevaba un bosque de alta maleza que se mecía a impulsos de una leve brisa, la falta de luz aumentó su desconcierto.

—¿Tierra? —preguntó Harún—. Creí que aquí no podía haber tierra.

—Aguas abandonadas, eso es —dijo Mali con repugnancia—. Infestadas de malas hierbas. Descuidadas. Echadas a perder. No hay nadie que se encargue del aseo. Es una vergüenza. Dame un año y te dejaré este lugar que parecerá otro —era todo un discurso para el Jardinero Flotante. Evidentemente, estaba indignado.

—No tenemos un año —dijo Harún—. Pero no quiero volar sobre esa selva. Les sería muy fácil descubrirnos y, por otra parte, no podríamos llevarte con nosotros.

—No te preocupes por mí —dijo Mali—. Ni pienses en volar. Yo abriré un camino —y, con estas palabras, se imprimió una brusca aceleración y desapareció en la selva flotante.

Segundos después, Mali se había puesto a trabajar y Harún vio volar por el aire grandes masas de vegetación. Las criaturas que habitaban en la selva de maleza escapaban despavoridas: polillas albinas gigantes, grandes y esqueléticos pájaros grises, largos gusanos blancuzcos de cabeza plana en forma de visera. «Aquí hasta la fauna es Vieja —pensó Harún—. ¿Habrá dinosaurios más allá?… Bueno, dinosaurios precisamente no, sino los que vivían en el agua… eso… ictiosaurios». La idea de ver asomar de las aguas la cabeza de un ictiosaurio era a un tiempo estremecedora y emocionante. «De todos modos, son vegetarianos, o eran vegetarianos —se dijo para tranquilizarse—. Por lo menos, eso creo».

Mali volvió corriendo sobre las aguas para dar el informe sobre los trabajos a realizar.

—Arrancar hierba. Controlar plagas. Dentro de nada, habré abierto canal —y se alejó.

Cuando el canal estuvo abierto, Harún indicó a la Abubilla Butt que entrara en él. No se veía a Mali por ningún sitio.

—¿Dónde te has metido? —gritó Harún—. No es el momento de jugar al escondite —pero no recibió respuesta.

Era un canal estrecho, en el que aún flotaban raíces y hierbas… y estaban en el corazón de la selva de maleza cuando ocurrió la segunda catástrofe. Harún oyó un leve siseo y un instante después vio que algo enorme era lanzado hacia ellos, algo parecido a una red colosal, una red tejida de oscuridad, que cayó sobre ellos aprisionándolos.

—Es un Manto de Noche —explicó Butt—, legendaria arma chupwala. Es inútil resistirse; cuanto más forcejeas, más se agarra. Lamento informar que nos hemos caído con todo el equipo.

Harún oía ruidos al otro lado del Manto de Noche: siseos y pequeñas risas ahogadas. Y también había ojos, ojos que miraban a través de la red, ojos como los de Mudra, con negro en lugar de blanco —pero éstos no eran amigos, ni mucho menos—. ¿Y dónde estaba Mali?

«Conque ya estamos prisioneros —pensó Harún, furioso—. Valiente héroe estoy hecho».