Harún no había olvidado lo que decía su padre acerca de Khattam-Shud. «Muchas ideas fantásticas están resultando ciertas», pensó. Al momento, la Abubilla Butt respondió sin mover el pico:
—Valiente Luna de Cuento sería nuestra Kahani si no hubiera por todas partes cosas de libro de cuentos.
Y Harún tuvo que reconocer que ésta era una observación razonable.
Avanzaban rumbo al Sur, camino de la Ciudad de Gup. La Abubilla había optado por permanecer a ras de agua, y navegaba como una lancha lanzando en todas direcciones espuma de las Corrientes de las Historias.
—¿Y no revuelve las historias? —preguntó Harún—. Toda esta turbulencia debe de mezclar unas cosas y otras terriblemente.
—¡Sin problema! —gritó Butt, la Abubilla—. Todo cuento que se estime puede resistir un poco de agitación. ¡Baruum!
Harún, abandonando lo que, evidentemente, no era un tema de conversación muy productivo, pasó a cosas más importantes.
—Dime algo más acerca de ese tal Khattam-Shud —pidió, y se quedó vivamente asombrado cuando Iff respondió casi con las mismas palabras que utilizara Rashid Khalifa:
—Es el Archienemigo de todos los Cuentos y hasta del Lenguaje. Es el Príncipe del Silencio y el Adversario del Habla. Por lo menos —y aquí el Genio del Agua abandonó el tono un tanto grandilocuente de sus anteriores palabras—, eso dicen. Cuando se trata del País de Chup y de sus habitantes, los chupwalas, todo son conjeturas y presunciones, porque hace generaciones que ninguno de nosotros ha cruzado la Franja del Crepúsculo hacia la Noche Perpetua.
—Vas a tener que perdonarme —le interrumpió Harún—, pero necesito unas cuantas aclaraciones geográficas.
—¡Uf! —resopló la Abubilla—. Instrucción deficiente, ya veo.
—Eso es completamente ilógico —repuso Harún—. Tú eres el que ha estado ufanándose de que la Velocidad ha ocultado esta Luna a la mirada de la gente de la Tierra. Por lo tanto, no me parece razonable esperar que nosotros conozcamos sus accidentes topográficos, principales exportaciones y similares.
Pero a Butt le brillaban los ojos. Desde luego, pensó Harún, para hablar con las máquinas había que hacer frente a muchas dificultades. Con su gesto impávido, no había manera de adivinar cuándo estaban tomándote el pelo.
—Gracias al genio de los Cabezas de Huevo del Edificio PECPE —empezó Butt, compadeciéndose de Harún—, la rotación de Kahani está controlada. En consecuencia, el País de Gup está bañado por el Sol Interminable, mientras que en Chup siempre es noche cerrada. Entre uno y otro está la Franja del Crepúsculo, en la que, por orden del Gran Controlador, los gupíes construyeron hace tiempo un Muro de Fuerza infranqueable (y también invisible). Se llama Muro de Chattergy en honor a nuestro rey que, desde luego, no tuvo absolutamente nada que ver con su construcción.
—Espera un momento —dijo Harún frunciendo el entrecejo—. Si Kahani gira alrededor de la Tierra, aunque gire muy aprisa, tiene que haber momentos en los que la Tierra se encuentre entre ella y el Sol. Por lo tanto, no puede ser siempre de día en la mitad. Ya estás otra vez contando cuentos.
—Claro que estoy contando cuentos —respondió la Abubilla Butt—. Y, si tienes algo que oponer, te agradeceré que se lo digas a la Morsa. Ahora te ruego que me disculpes, debo concentrar la atención en la navegación. El tráfico ha aumentado extraordinariamente.
Harún tenía otras muchas preguntas —por qué los chupwalas vivían en la Noche Permanente, si hacía mucho frío por la ausencia de sol, qué era Bezabán y qué hacía un Maestro del Culto— pero estaban acercándose a la Ciudad de Gup y las aguas y los cielos estaban cada vez más concurridos de pájaros mecánicos tan fantásticos como la Abubilla Butt: pájaros con cabeza de serpiente y cola de pavo real, peces voladores, pájaros-perro. Y en ellos cabalgaban Genios del Agua con barbas de todos los colores imaginables, turbante, chaleco bordado y bombachos en forma de berenjena, todos tan parecidos a Iff que Harún pensó que era una suerte que los colores de las barbas fueran diferentes, para poder distinguirlos.
—Algo grave debe de haber ocurrido —comentó Iff—. Todas las unidades han sido llamadas a la base. Si yo tuviera mi Herramienta de Desconexión —agregó secamente—, también habría recibido la orden, porque, aunque los Rateros lo ignoren, lleva incorporado en el mango un receptor muy avanzado.
—Afortunadamente, sin embargo —repuso Harún con igual aspereza—, puesto que casi me envenenas con aquel cuento asqueroso, ya has podido sacar tus conclusiones. De manera que nadie ha perdido nada, salvo, quizá, yo.
Iff hizo caso omiso y también Harún se distrajo del tema al observar una especie de berza o verdura muy gruesa y correosa que avanzaba a su lado, a la misma velocidad que Butt, sin esfuerzo aparente y haciendo ondear unos tentáculos de manera francamente inquietante. En el centro de aquel vegetal ambulante había una única flor lila de pétalos gruesos y carnosos, de una variedad que Harún desconocía.
—¿Qué es eso? —preguntó señalando con el dedo, aunque sabía que era de mala educación.
—¿Y qué va a ser? Un Jardinero Flotante —contestó la Abubilla sin mover el pico.
Aquello no tenía sentido.
—Querrás decir un Jardín Flotante —rectificó Harún al pájaro, que soltó un pequeño resoplido.
—Eso demuestra lo mucho que tú sabes.
En aquel momento, la veloz vegetación se irguió en el agua y empezó a retorcerse y anudarse hasta adquirir una figura vagamente humana, con la flor lila colocada en medio de la «cabeza», en el lugar correspondiente a la boca, y un rústico sombrero formado por hierbas toscamente trenzadas.
—O sea que de verdad es un Jardinero Flotante después de todo —advirtió Harún.
El Jardinero Flotante corría ahora ágilmente por la superficie del agua, sin hundirse ni por asomo.
—¿Y cómo quieres que se hunda? —dijo la Abubilla—. ¿No sería entonces un Jardinero Sumergible? Como puedes ver, flota, corre, camina, brinca. Sin problema.
Iff llamó al Jardinero, el cual inmediatamente saludó con un movimiento de cabeza.
—Lleváis a un forastero con vosotros. Qué raro. De todos modos, allá vosotros —dijo.
Tenía una voz tan suave como pétalos de flor (al fin y al cabo, hablaba con labios de lila), pero era un tanto lacónico.
—Creí que vosotros, los gupíes, erais todos muy charlatanes —susurró Harún a Iff—. Sin embargo, este Jardinero no dice mucho.
—Es bastante hablador —repuso Iff—. Para ser Jardinero, se entiende.
—¿Cómo estás? —gritó Harún al Jardinero, pensando que, por ser el forastero, debía presentarse.
—¿Tú quién eres? —preguntó el Jardinero con su acento suave y escueto a la vez, sin aminorar la marcha. Harún le dijo su nombre y el Jardinero movió la cabeza secamente—. Mali —dijo—, Jardinero Flotante de Primera Clase.
—Por favor —dijo Harún con su voz más cortés—, ¿qué hace un Jardinero Flotante?
—Mantenimiento —respondió Mali—. Peinar cuentos enmarañados. Podar. Limpiar. En suma: jardinería.
—Imagina el Océano como una gran mata de pelo —explicó la Abubilla—. Piensa que tiene tantas Corrientes de Historias como una espesa cabellera tiene hebras largas y suaves. Cuanto más larga y abundante la cabellera, más se enreda. Podríamos decir que los Jardineros Flotantes son como los peluqueros del Mar de las Historias. Cepillan, peinan, lavan y suavizan. Ahora ya lo sabes.
—¿Qué es toda esta contaminación? —preguntó Iff a Mali—. ¿Cuándo empezó? ¿Hasta dónde ha llegado?
Mali respondió a las preguntas por orden.
—Letal. Índole desconocida todavía. Empezó hace poco, pero se extiende con rapidez. ¿Gravedad? Extrema. Hay tipos de cuentos que llevará años limpiar.
—¿Por ejemplo? —preguntó Harún.
—Hay romances populares que se han convertido en largas listas de la compra. Lo mismo que los cuentos infantiles. Por ejemplo, se ha detectado un foco de helicópteros parlantes.
Dicho esto, Mali enmudeció y continuó la carrera hacia Ciudad de Gup. Minutos después, Harún oyó multitud de voces nuevas. Eran como un coro, muchas voces que hablaban al unísono, voces espumeantes y burbujeantes. Harún averiguó que subían del fondo del Océano. Miró a las profundidades y vio dos temibles monstruos marinos que nadaban al lado de la Abubilla, tan cerca de la superficie que casi parecían deslizarse por la espuma que levantaba Butt en su carrera.
Por su forma vagamente triangular y colorido irisado, Harún dedujo que debía de tratarse de alguna variedad de Pez Ángel, aunque eran tan grandes como tiburones gigantes y tenían docenas de bocas por todo el cuerpo. Las bocas se movían continuamente, aspirando y expulsando Corrientes de Historias, operación que sólo interrumpían para hablar. Cuando hablaban, según observó Harún, cada boca lo hacía con su propia voz, pero todas estaban perfectamente sincronizadas.
—¡Corre! ¡Corre! ¡No pierdas el tiempo! —burbujeaba el primer pez.
—¡El Océano está enfermo! Urge el remedio —prosiguió el segundo.
Una vez más, la Abubilla amablemente puso en antecedentes a Harún.
—Son los Multifauces —dijo—. Nombre que deben a la circunstancia que sin duda habrás observado, a saber, su cantidad de fauces o bocas.
«Vaya —pensó Harún, admirado—. Realmente hay Peces Multifauces, como decía Fatuo Buttú; y yo he tenido que viajar mucho, como dijo mi padre, para aprender que un Multifauces también puede ser un Pez Ángel».
—Los Multifauces van siempre por parejas —agregó Butt sin mover el pico—. Guardan fidelidad a la pareja durante toda la vida. Para expresar esta perfecta unión, siempre hablan en verso.
Aquella pareja de Multifauces no parecían gozar de buena salud. Sus muchas bocas no hacían más que escupir y toser, y tenían los ojos irritados.
—Yo no soy especialista —les gritó Harún—, pero ¿os encontráis bien?
Las respuestas no se hicieron esperar, puntuadas por burbujeantes toses:
—¡Qué mal sabor! ¡Qué asqueroso!
—¡Nadar en el Océano empieza a ser doloroso!
—¡Él es Goopy! ¡Yo soy Bagha!
—¡Perdona la rudeza, pero esto es una plaga!
—¡En los ojos, llanto; en la garganta, escozor!
—Seguiremos hablando cuando estemos mejor.
—Como habrás observado, a los gupíes nos gusta hablar —dijo Iff en un aparte—. El silencio está considerado una falta de educación. Por eso piden disculpas los Multifauces.
—Pues a mí me parece que hablan perfectamente —respondió Harún.
—Normalmente, cada boca dice algo diferente —explicó Iff—. La charla es mucho más animada. Para ellos, esto es como guardar silencio.
—Y, para un Jardinero Flotante, unas cuantas frases lacónicas son locuacidad —suspiró Harún—. No creo que llegue a entender este lugar. Por cierto, ¿qué hacen los peces?
Iff respondió que los Multifauces eran lo que él llamaba «artistas del hambre».
—Porque cuando están hambrientos engullen cuentos por todas sus bocas y entonces, en su estómago, ocurren milagros. Un poco de un cuento se combina con una idea de otro cuento y, ¡hop!, cuando escupen los cuentos, ya no son cuentos viejos, sino nuevos. Nada sale de la nada, Ratero; no hay cuento que surja del aire; los cuentos nuevos nacen de los viejos (son las nuevas combinaciones las que los hacen nuevos). Conque ya ves, nuestros artísticos Multifauces crean nuevos cuentos en su aparato digestivo. ¡Imagina lo enfermos que deben de sentirse ahora! Tanto relato sucio circulando por su interior, de delante atrás, de arriba abajo, de un lado a otro… ¡No me sorprende que tengan las branquias verdes!
Los Multifauces salieron a la superficie para lanzar otro sibilante pareado:
—¡La situación es alarmante!
—Y la Zona Vieja lleva la peor parte.
Al oír esto, el Genio del Agua se golpeó la frente con la mano, casi haciendo saltar el turbante.
—¿Cómo? ¿Qué? —preguntó Harún, y entonces Iff, más preocupado que nunca, explicó a regañadientes que la Zona Vieja, situada en la zona polar del sur de Kahani, era un lugar al que ya casi nadie iba. Había muy poca demanda de los viejos cuentos que corrían por allí.
—Ya sabes cómo es la gente, siempre cosas nuevas, siempre la novedad. A nadie le interesan los cuentos viejos. Así pues, la Zona Vieja estaba en desuso; pero se creía que todas las Corrientes de las Historias habían nacido hacía mucho tiempo de una corriente que fluía hacia el norte cruzando el Océano desde el Manantial o Fuente de las Historias que, según la leyenda, estaba situada cerca del Polo Sur de la Luna.
—¿Y si la Fuente está envenenada, qué pasará con el Océano… y con todos nosotros? —casi gimió Iff—. Demasiado tiempo la hemos descuidado y ahora tenemos que pagar por ello.
—¡Sujétense el sombrero! —interrumpió Butt—. ¡Voy a pisar el freno! Ciudad de Gup a la vista. ¡Tiempo récord! Ba-ba-baruum… Sin problema.
«Es asombroso lo pronto que uno se acostumbra a todo —pensó Harún—. Nuevo mundo, nuevos amigos: acabo de llegar y me parece que los conozco de toda la vida».
En Ciudad de Gup había agitación y actividad. Había canales que cruzaban la ciudad en todas las direcciones, porque la capital del País de Gup estaba construida sobre un Archipiélago de mil y una pequeñas islas próximas al Continente y en aquellos momentos los canales estaban llenos de embarcaciones de todas las formas y tamaños, abarrotadas de ciudadanos de Gup, no menos diversos, todos con semblante de preocupación. Butt, con Mali a un lado, y Goopy y Bagha al otro, avanzaba —ahora más despacio— por entre la multitud flotante, rumbo, como todos, a la Laguna.
La Laguna, una hermosa extensión de aguas multicolores, se encontraba entre el Archipiélago, en el que vivían la mayoría de gupíes, en casas de madera ricamente tallada con tejados ondulados de plata y oro, y el Continente, donde un gigantesco jardín de sobrio trazado descendía hasta el agua formando terrazas. En este Jardín de Recreo había fuentes, pérgolas y grandes árboles y, en torno a él, se levantaban los tres edificios más importantes de Gup, que parecían un trío de gigantescos pasteles: el Palacio del Rey Chattergy, con su espléndido balcón desde el que se dominaba el jardín; a su derecha, el Parlamento de Gup, conocido por el nombre de «Caja Parlante» porque era tal la afición de los gupíes a la charla que los debates podían prolongarse durante semanas, meses e incluso, a veces, años, y, a la izquierda, el Edificio PECPE, gigantesca construcción de la que salían zumbidos y chirridos, que alojaba las mil y una Máquinas Excesivamente Complicadas para Ser Descritas que realizaban los Procesos Excesivamente Complicados Para Explicarlos.
La Abubilla dejó a Iff y Harún en las escaleras que arrancaban de la misma orilla. El muchacho y el Genio del Agua desembarcaron y se unieron a la multitud que se congregaba en el Jardín de Recreo, mientras los gupíes que preferían el agua (Jardineros Flotantes, Multifauces y pájaros mecánicos) permanecían en la Laguna. En el Jardín de Recreo, Harún descubrió numerosos gupíes de extraordinaria delgadez, vestidos con unas prendas perfectamente rectangulares cubiertas de escrituras.
—Son las famosas Páginas de Gup —dijo Iff—. Es decir, el ejército. Los ejércitos corrientes están formados por compañías, regimientos y unidades por el estilo; nuestras Páginas se organizan en Capítulos y Tomos. A la cabeza de cada Tomo hay una Portada o Guarda; y ahí arriba tienes al jefe de toda la Biblioteca, que así llamamos nosotros al ejército: el General Kitab en persona.
«Ahí arriba» era el balcón del Palacio de Gup al que estaban saliendo los dignatarios de la ciudad. Era fácil identificar al General Kitab, un anciano caballero muy curtido, con su uniforme rectangular hecho de piel finamente labrada, con incrustaciones de oro parecidas a las que Harún había visto en las tapas de libros antiguos y valiosos. Estaba también el Speaker (o sea el presidente) de la Caja Parlante, un individuo rechoncho que ahora mismo no paraba de hablar con sus colegas en el balcón; y un caballero canijo y canoso con corona de oro y cara de tragedia. Sin duda éste era el Rey Chattergy en persona. Los otros dos personajes del balcón resultaban más difíciles de identificar. Uno era joven y, en aquel momento, parecía excitadísimo y tenía un aspecto arrogante y un poco atolondrado a la vez.
—Es el Príncipe Bolo, el novio de la Princesa Batchit, única hija del Rey Chattergy —cuchicheó Iff a Harún.
El último individuo del balcón tenía una cabeza espectacular, calva, tersa y reluciente, y un bigotito insignificante que parecía un trozo de ratón muerto.
—Me recuerda a Fatuo Buttú —susurró Harún a Iff.
—No tiene importancia, no le conoces.
—Pero ¿quién es?
A pesar de que habló en un susurro, muchos de los que se apretujaban en el Jardín de Recreo oyeron sus palabras y se volvieron a mirar con incredulidad al extranjero cuya ignorancia era tan asombrosa (y cuyo camisón era no menos asombroso). Harún observó que entre la muchedumbre había muchos hombres y mujeres de cráneo no menos reluciente. Todas estas personas llevaban la bata blanca de los técnicos de laboratorio y eran, evidentemente, los Cabezas de Huevo del Edificio PECPE, los genios que hacían funcionar las Máquinas Excesivamente Complicadas para Ser Descritas (o MECD) que realizaban los Procesos Excesivamente Complicados Para Explicarlos.
—¿Ustedes son…? —empezó, pero ellos le atajaron, porque eran muy listos, por algo eran Cabezas de Huevo.
—Nosotros somos los Cabezas de Huevo —asintieron y, con una expresión que parecía decir «no podemos creer que no lo sepas», señalaron al reluciente individuo del balcón y agregaron—: Y él es la Morsa.
—¿Él, la Morsa? —exclamó Harún asombrado—. ¡Pero si no se parece en nada a una morsa! ¿Por qué le llaman así?
—Es por su frondoso y lujuriante bigote de morsa —respondió un Cabeza de Huevo.
Y otro agregó con admiración:
—¡Fíjate bien! ¿No es una hermosura? ¡Cuánto pelo! ¡Qué sedoso y qué suave!
—Pero… —empezó Harún y se interrumpió al sentir en las costillas un codazo de Iff.
«Imagino que si eres tan calvo como esos Cabezas de Huevo —se dijo—, hasta ese patético ratón muerto que la Morsa tiene en el labio ha de parecerte lo más grande del mundo».
El Rey Chattergy levantó la mano y la muchedumbre enmudeció. (Algo insólito en Ciudad de Gup).
El Rey trató de hablar, pero no encontró palabras y, sacudiendo tristemente la cabeza, retrocedió. Fue el Príncipe Bolo quien prorrumpió en un discurso impetuoso.
—Se la han llevado —gritó con su voz arrogante y un poco atolondrada—. Mi Batchit, mi princesa. Los servidores del Maestro del Culto la secuestraron hace unas horas. ¡Brutos, canallas, villanos, perros! Las pagarán, pardiez.
El General Kitab prosiguió:
—¡Recondenado asunto del cuerno! Su paradero es desconocido, pero probablemente la tendrán prisionera en la Ciudadela de Chup, el Castillo de Hielo de Khattam-Shud en Ciudad Chup, en el corazón de la Noche Perpetua. ¡Voto al rayo! Mal asunto. Ejem.
—Hemos enviado mensajes a Khattam-Shud, el Maestro del Culto —empalmó el Speaker de la Caja Parlante—. Son mensajes que se refieren tanto al inmundo veneno que es inyectado en el Océano de las Corrientes de las Historias como al rapto de la Princesa Batchit. En ellos le exigimos que ponga fin a la contaminación y que nos devuelva, antes de siete horas, a la dama secuestrada. Ninguna de nuestras exigencias ha sido cumplida. Debo informaros, por lo tanto, de que entre los países de Gup y Chup existe estado de guerra.
—Es esencial actuar con la máxima urgencia —dijo la Morsa a la multitud—. Si no se ataca la raíz del mal, los venenos que con tanta rapidez están propagándose destruirán todo el Océano.
—¡Salvemos el Océano! —gritó la multitud.
—¡Salvemos a Batchit! —gritó el Príncipe Bolo. Esto desconcertó momentáneamente a la multitud; al fin, de buen grado cambiaron la consigna:
—¡Por Batchit y el Océano! —exclamaron, y el Príncipe Bolo se dio por satisfecho.
Iff, el Genio del Agua, asumió su expresión más afable.
—Bueno, joven Raterillo, esto es la guerra —dijo con falso pesar—. Por lo tanto, en el Edificio PECPE nadie va a tener tiempo para atender tu pequeña petición. Vale más que me devuelvas el Desconector. Luego te llevo a casa gratis. ¿Qué me dices? ¿Puede haber algo más justo que esto?
Harún asió el Desconector con todas sus fuerzas y sacó el labio inferior con expresión feroz.
—Si no hay Morsa, no hay Desconector —dijo—. Y punto.
Iff pareció aceptarlo con resignación.
—Toma una chocolatina —dijo, y de uno de los muchos bolsillos de su chaleco sacó una versión tamaño familiar de las pastillas de chocolate favoritas de Harún. Éste advirtió entonces que estaba hambriento y la aceptó, agradecido.
—No sabía que las fabricarais en Kahani —dijo.
—No las fabricamos —respondió Iff—. En Kahani, la producción de alimentos es estrictamente básica. Para artículos selectos y de lujo prohibitivo tenemos que ir a la Tierra.
—Ah, de modo que de aquí vienen los Objetos Voladores No Identificados —se admiró Harún—. Y lo que buscan son chucherías.
En aquel momento hubo movimiento en el balcón de palacio. El Príncipe Bolo y el General Kitab se ausentaron un momento y volvieron a salir para anunciar que las patrullas gupíes que recorrían las zonas adyacentes a la Franja del Crepúsculo, en busca de pistas del paradero de la Princesa Batchit, habían arrestado a un extranjero, una persona en extremo sospechosa que no había podido explicar satisfactoriamente quién era ni qué hacía en la Franja.
—¡Yo personalmente interrogaré al espía delante de todos vosotros! —gritó Bolo, y el General Kitab, aunque parecía un poco incómodo por la idea, no se opuso.
Y entonces un cuarteto de Páginas sacaron a un hombre al balcón, un hombre que vestía un largo camisón azul y tenía las manos atadas a la espalda y la cabeza metida en un saco.
Cuando le quitaron el saco, Harún se quedó con la boca abierta y lo que quedaba de la pastilla de chocolate se le cayó de la mano.
El hombre que tiritaba en el balcón de palacio, entre el Príncipe Bolo y el General Kitab, era el padre de Harún, Rashid Khalifa, el juglar, el desventurado Sha del Blablablá.