4

IFF Y BUTT

—Escoge un pájaro —ordenó el Genio del Agua—. Cualquier pájaro.

Esto era desconcertante.

—El único pájaro que hay aquí es un pavo real de madera —dijo Harún, con toda la razón.

Iff resopló con impaciencia.

—Uno también puede elegir algo que no tenga delante —dijo como si explicara algo muy fácil a un individuo muy tonto—. Uno puede dar el nombre de un pájaro aunque el ave no esté presente ni sea normal: cuervo, codorniz, colibrí, ruiseñor, estornino, papagayo, milano; uno puede elegir, incluso, una criatura voladora imaginaria, por ejemplo: caballo con alas, tortuga voladora, ballena aérea, serpiente espacial o ratón aéreo. Dar nombre a una cosa, etiquetarla, ponerle un asa, rescatarla del anonimato, en suma, identificarla… es una manera de darle el ser. En este caso, puedes crear al susodicho pájaro u Organismo Volador Imaginario.

—Eso tal vez sea así en el lugar del que tú vienes —dijo Harún—. Pero en estos parajes rigen reglas más estrictas.

—En estos parajes —repuso el barbiazulado Iff— tengo que perder el tiempo con un Ladrón de Desconectores que no se fía de lo que no puede ver. ¿Y qué has visto tú, Ladronzuelo? ¿Has visto África? ¿No? Entonces, ¿existe de verdad? ¿Y los submarinos? ¿Eh? ¿Y el granizo, y el béisbol y las pagodas? ¿Y las minas de oro? ¿Y los canguros, el Fujiyama, y el Polo Norte? ¿Y el pasado, sucedió? ¿Y el futuro, llegará el futuro? Tú fíate sólo de lo que ves y te encontrarás en un berenjenal, con el agua al cuello, en un buen fregado.

Dichas estas palabras, el genio metió la mano en sus aberenjenados bombachos y luego la sacó cerrada.

—Echa un vistazo al contenido —abrió la mano, y a Harún casi se le saltaron los ojos de las órbitas.

Por la palma de la mano del Genio del Agua caminaban unos pájaros diminutos que picoteaban y desplegaban sus alas en miniatura para revolotear. Y, además de pájaros, había fabulosas criaturas aladas de leyenda: un león asirio con cabeza de hombre barbudo y grandes y peludas alas; y monos con alas, platillos voladores, ángeles menuditos y peces que levitaban (y, al parecer, respiraban aire).

—¿Qué prefieres? Elige, escoge —invitaba Iff.

Y, aunque a Harún le parecía evidente que las mágicas criaturas eran tan pequeñas que no podrían transportar ni una uña mordida, decidió no discutir y señaló un pajarito con cresta que le miraba de soslayo con un ojo muy inteligente.

—Entonces nos iremos en la Abubilla —dijo el Genio del Agua casi impresionado—. Quizá sepas, Ladrón de Desconectores, que en los viejos cuentos, la Abubilla es el pájaro que conduce a todos los otros pájaros a su destino a través de muchos peligros. Bien, bien. Quién sabe, joven Ladronzuelo, lo que puedes resultar. Pero no tenemos tiempo que perder en cábalas —concluyó, se acercó rápidamente a la ventana y lanzó a la pequeña Abubilla a la oscuridad.

—¿Qué haces? —susurró Harún, que no quería despertar a su padre.

A lo que Iff respondió con su sonrisa perversa:

—Una ocurrencia tonta —dijo inocentemente—. Una excentricidad, un capricho. Desde luego, no porque yo sepa de estas cosas más que tú, pobre de mí.

Harún corrió a la ventana y vio a la Abubilla flotando en el Lago Dull, pero ahora era grande, tan grande como una cama de matrimonio; desde luego, lo bastante grande para que un Genio del Agua y un niño pudieran montar en ella.

—En marcha —exclamó Iff en voz demasiado alta para el gusto de Harún, y el Genio del Agua se subió al alféizar y saltó al lomo de la Abubilla; y Harún, sin apenas pararse a pensar si lo que iba a hacer era prudente, vestido todavía con su camisón rojo con parches púrpura y sujetando fuertemente la Herramienta de Desconexión con la mano izquierda, le siguió.

Cuando el chico se sentó detrás del Genio del Agua, la Abubilla volvió la cabeza para inspeccionarlo con ojo crítico pero (por lo menos, así lo esperaba Harún) también amistoso.

Y entonces despegaron y se elevaron rápidamente hacia el cielo.

La fuerza de la aceleración hacía que Harún se hundiera en las plumas suaves, mullidas y, en cierto modo, «peludas» del lomo de la Abubilla, plumas que parecían envolver a Harún para protegerlo durante el vuelo. Harún se tomó unos momentos para digerir el cúmulo de cosas asombrosas que habían ocurrido en poco tiempo.

Pronto estaban volando tan de prisa que la Tierra y el cielo se desdibujaron, lo cual dio a Harún la sensación de que no se movían en absoluto, sino que planeaban en un espacio imposible y borroso. «Cuando Butt, el Conductor del Coche Correo, subía como un cohete por los Montes M, yo tenía esta misma sensación de flotar —recordó—. ¡Pensándolo bien, esta Abubilla, con su cresta de plumas, me recuerda un poco al viejo Butt, con su pelo tieso! Y si las barbas de Butt me recuerdan un poco las plumas de un pájaro, las plumas de esta Abubilla, según advertí cuando despegamos, tienen tacto de pelo».

El ave volvió a acelerar y Harún gritó al oído de Iff:

—Ningún pájaro puede volar tan de prisa. ¿No será una máquina?

La Abubilla lo miró fijamente con su brillante ojo.

—¿Tienes algo en contra de las máquinas? —preguntó con una voz recia y potente, idéntica a la del Conductor del Coche Correo. Y acto seguido agregó—: Pero pero pero tú me has confiado tu vida. Entonces, ¿no merezco un poco de respeto? Las máquinas también tienen su amor propio. No pongas esa cara de asombro, no es culpa mía si te recuerdo a alguien; por lo menos, es un conductor, un individuo amante de las máquinas veloces.

—Tú me lees el pensamiento —dijo Harún con tono acusador, porque no era muy agradable que un pájaro mecánico le pinchara sus íntimas reflexiones.

—Pero pero pero por supuesto —respondió la Abubilla—. Además, me comunico contigo por telepatía, porque, como puedes observar, no muevo el pico, el cual conserva su actual configuración por razones de aerodinámica.

—¿Y cómo lo haces? —preguntó Harún.

Y, con la velocidad del rayo, le llegó la inevitable respuesta:

—Por un PECPE, Proceso Excesivamente Complicado Para Explicarlo.

—Me rindo —dijo Harún—. De todos modos, ¿tienes nombre?

—El nombre que tú quieras —respondió el pájaro—. ¿Podría sugerirte, por razones obvias, el de «Butt»?

Y así fue como Harún Khalifa, el hijo del juglar, surcaba el cielo nocturno a lomos de Butt, la Abubilla, llevando de guía a Iff, el Genio del Agua. Salió el sol; y al cabo de un rato, Harún divisó algo a lo lejos, un cuerpo celeste parecido a un gran asteroide.

—Es Kahani, la segunda Luna de la Tierra —dijo Butt, la Abubilla, sin mover el pico.

—Pero pero pero —tartamudeó Harún (lo que divirtió a la Abubilla)—, ¿no tiene la Tierra una sola Luna? ¿Cómo ha podido el segundo satélite permanecer ignorado durante tanto tiempo?

—Pero pero pero es por la Velocidad —respondió la Abubilla—. ¡Velocidad, la más Necesaria de las Cualidades! En cualquier Emergencia (fuego, coche, naufragio), ¿qué es lo que se requiere por encima de todas las cosas? Desde luego la Velocidad: de bomberos, ambulancia, barco de socorro. ¿Y qué es lo que más estimamos de un buen cerebro? ¿No es su Rapidez de Pensamiento? ¡Y en el deporte, la Velocidad (del pie, la mano, el ojo) es Esencial! Y si los humanos no pueden hacer algo con la suficiente rapidez, construyen máquinas para que lo hagan más aprisa. ¡Velocidad, Supervelocidad! De no ser por la Velocidad de la Luz, el universo sería oscuro y frío. Pero si la Velocidad trae la luz para revelar, también puede utilizarse para ocultar. La Luna Kahani viaja a tanta velocidad, ¡maravilla de las maravillas!, que no hay instrumento terrestre que pueda detectarla. Además, su órbita varía en un grado a cada ciclo, de manera que en trescientas sesenta órbitas ha sobrevolado todos los lugares de la Tierra. La Variabilidad del Comportamiento ayuda a la Evasión de la Detección. Pero la variación orbital tiene otras importantes finalidades: la red de distribución de Agua de Historias debe extenderse por todo el planeta de forma regular. ¡Bum! ¡Barum! Y esto sólo puede conseguirse a Gran Velocidad. ¿Te das cuenta de las ventajas de las Máquinas?

—¿Es que la luna Kahani es accionada por medios mecánicos? —preguntó Harún, pero Butt había concentrado su atención en cuestiones prácticas.

—Se acerca la Luna —dijo sin mover el pico—. Velocidad relativa, sincronizada. Iniciado proceso de aterrizaje. Contacto dentro de treinta segundos, veintinueve, veintiocho…

Ascendía rápidamente hacia ellos una extensión de agua reluciente y aparentemente infinita. La superficie de Kahani —en lo que alcanzaba la mirada de Harún— parecía enteramente líquida. ¡Y qué agua aquélla! Reluciente y multicolor, un brillante abigarramiento de unos colores que Harún nunca hubiera podido imaginar. Y, evidentemente, era un océano cálido; Harún veía cómo se elevaba de él un vapor que la luz del sol hacía fosforescente. Contuvo la respiración.

—El Océano de las Corrientes de las Historias —dijo Iff, el Genio del Agua, mientras las barbas se le esponjaban de orgullo—. ¿No vale la pena haber venido desde tan lejos y tan aprisa para verlo?

—Tres —decía Butt, la Abubilla, sin mover el pico—, dos, uno, cero.

Agua, agua por todas partes; ni rastro de tierra…

—Esto es un engaño —exclamó Harún—. O mucho me equivoco, o aquí no está la Ciudad de Gup. Y, si no está la Ciudad de Gup, tampoco está el edificio PECPE, ni está la Morsa, ni habrá servido de nada venir.

—Para el carro —dijo el Genio del Agua—, no te sulfures, no te subas a la parra, ten correa. Las necesarias explicaciones te serán dadas si tú lo permites.

—Pero esto es el Confín del Mundo —prosiguió Harún—. ¿Qué quieres que yo haga aquí?

—Para ser exactos, esto es el Norte Profundo de Kahani —respondió el Genio del Agua—. Y aquí hemos venido a buscar un atajo, supresión de trámites burocráticos, la forma de evitar el papeleo. Además, en honor a la verdad, debo reconocer que también aquí tenemos el medio de resolver nuestro pequeño problema sin necesidad de explicar a las autoridades de Gup mi pequeño error, es decir, pérdida de Herramienta de Desconexión y subsiguiente chantaje de Ratero. Hemos venido en busca del Agua de los Deseos.

—Hay que ir a las zonas de Océano más brillantes —agregó Butt, la Abubilla—. Es el Agua de los Deseos. Si la utilizas debidamente, puede hacer que tus deseos se conviertan en realidad.

—De este modo, la gente de Gup no tiene por qué enterarse —prosiguió Iff—. Cuando se te conceda el Deseo, me devuelves la Herramienta, te vas a la cama y colorín colorado. ¿Vale?

—Ah, bueno, bueno —dijo Harún no muy convencido y también, a qué negarlo, con una pizca de desilusión, porque él estaba deseando ver la Ciudad de Gup y averiguar algo acerca de los misteriosos Procesos Excesivamente Complicados Para Explicarlos.

—Eres un sol —gritó Iff con gran alivio—, un buen tío, un as, el candidato del pueblo. ¡Y ahora alerta! ¡Agua de los Deseos a la vista!

Butt, maniobrando con tiento, se dirigió hacia la zona resplandeciente que Iff señalaba con vehemencia y se detuvo en el borde. El Agua de los Deseos tenía unos fulgores tan vivos que Harún tuvo que desviar la mirada. Entonces Iff, el Genio del Agua, metió la mano en su chalequito bordado en oro y sacó un frasco de cristal tallado con tapón de oro. Desenroscó rápidamente el tapón, introdujo el frasco en la resplandeciente agua (que también tenía brillo de oro) y, después de poner el tapón, pasó el frasco a Harún con cuidado.

—En sus marcas, preparados, allá va —dijo—. Escuchar es lo que tienes que hacer.

El secreto del Agua de los Deseos era éste: cuanto más fervor ponías en el deseo, mejor funcionaba.

—Conque de ti depende —dijo Iff—. Déjate de pamplinas, ve al grano, pon manos a la obra y el Agua de los Deseos funcionará. ¡Y bingo! Tu deseo se habrá cumplido.

Harún, a horcajadas en la Abubilla Butt, miraba fijamente el frasquito que tenía en la mano. ¡Un sorbo y podría conseguir que su padre recuperara el Pico de Oro!

—¡Adentro! —gritó valerosamente; quitó el tapón; y tomó un buen trago.

Ahora el resplandor dorado estaba alrededor de él y también dentro de él; y todo estaba muy quieto, como si el universo entero esperase sus órdenes.

Empezó a concentrar su pensamiento…

No podía. Cada vez que trataba de pensar en los poderes narrativos de su padre y en la cancelación de su abono de Agua de Historias, la figura de su madre se empeñaba en interponerse, y él empezaba a desear que ella volviera, que todo fuera otra vez como antes… y entonces volvía la cara de su padre, suplicante, «hazme este favor, hijo, este pequeño favor nada más»; y otra vez su madre, y él no sabía qué pensar ni qué desear.

Hasta que oyó un sonido desgarrador, como si mil y una cuerdas de violín se hubieran roto de golpe y el resplandor dorado se apagó, y Harún volvió a verse con Iff y la Abubilla en el Mar de las Historias.

—Once minutos —dijo el Genio del Agua con desdén—. Once minutos y la concentración que se va, ka-bam, ka-bum, ka-put.

Harún bajó la cabeza, avergonzado.

—Pero pero pero esto es una vergüenza, Iff —dijo la Abubilla Butt sin mover el pico—. Como sabes muy bien, formular deseos no es fácil. Tú, señor Genio del Agua, estás disgustado por tu propio error, porque ahora no hay más remedio que ir a la Ciudad de Gup y allí tendrás que aguantar un buen rapapolvo, y quieres hacérselo pagar al chico. ¡Basta ya! ¡Basta o me enfado!

(Realmente, era una máquina muy vehemente y excitable, pensó Harún, a pesar de su tribulación. Se suponía que las máquinas eran hiperracionales, pero este pájaro podía mostrarse de lo más temperamental).

Iff, al ver el sonrojo de humillación que cubría la cara de Harún, se ablandó un poco.

—Pues vámonos a la Ciudad de Gup —dijo—. A no ser, claro, que prefieras devolverme la Herramienta de Desconexión y nos olvidemos del asunto.

Harún negó con la cabeza, apesadumbrado.

—Pero pero pero tú no dejas en paz al chico —protestó Butt, la Abubilla, sin mover el pico—. ¡Cambia de plan, por favor, ya! Iniciar inmediatamente proceso de animación. Haz beber al chico un cuento alegre.

—Basta de bebida —dijo Harún con un hilo de voz—. ¿En qué vas a hacerme fracasar ahora?

Entonces Iff el Genio del Agua habló a Harún del Océano de las Corrientes de las Historias y, aunque el chico se sentía apesadumbrado y fracasado, la magia del Océano empezó a surtir efecto. Miró las aguas y vio que estaban formadas por mil mil mil y una corrientes diferentes, cada una de un color, que se entretejían como un tapiz líquido formando un bordado de una complejidad que te cortaba la respiración. Iff explicó que eran las Corrientes de las Historias y que cada una de aquellas hebras de colores representaba y contenía una sola historia. Las distintas zonas del Océano almacenaban distintas clases de historias y, puesto que allí podían hallarse todas las historias que se habían contado y muchas que todavía estaban en proceso de invención, el Océano de las Corrientes de las Historias era, en realidad, la mayor biblioteca del universo. Y, puesto que las historias estaban archivadas en forma fluida, conservaban la facultad de cambiar y transformarse en nuevas versiones de sí mismas, de unirse a otras historias y convertirse en historias diferentes; de manera que, a diferencia de una biblioteca de libros, el Océano de las Corrientes de las Historias era mucho más que un almacén de relatos. No estaba muerto, sino vivo.

—Y si tienes mucho, mucho cuidado o mucha, mucha habilidad, puedes meter una tacita en el Océano —dijo Iff a Harún—. Así… —y sacó una tacita de oro de otro bolsillo del chaleco—. Hay que llenar la taza de una única corriente pura… así… —y lo hizo—, y se la das a un chico que esté triste, para que la magia del cuento le anime. Vamos, toma un trago, empina el codo, échatelo al gaznate —terminó Iff—. Te garantizo que te sentirás de primera.

Harún, sin decir palabra, tomó la tacita de oro y bebió.

Se encontró en un paisaje que parecía un tablero de ajedrez gigante. En cada cuadro negro había un monstruo: serpientes de dos lenguas, leones con tres hileras de dientes, perros de cuatro cabezas, reyes diablo de cinco cabezas, etcétera. Él, por así decirlo, miraba a través de los ojos del joven héroe del cuento. Era como ir en el asiento del pasajero; lo único que tenía que hacer era mirar, mientras el héroe iba despachando monstruo tras monstruo y avanzaba por el tablero hacia la torre blanca del extremo. En lo alto de la torre había (y qué iba a haber) una sola ventana, a la que estaba asomada (y quién iba a estar) una princesa cautiva. Lo que Harún estaba viviendo sin saberlo era el Cuento de Rescate de Princesa Número S/1001/ZHT/420/41/(r)xi: y, dado que la princesa de este cuento en particular se había cortado el pelo hacía poco y, por lo tanto, no tenía trenzas que soltar (a diferencia de la heroína del Cuento de Rescate de Princesa G/1001/ RIM/777/M(w)i, más conocido por «Rapunzel»), Harún, en su calidad de héroe, tenía que trepar por la pared de la torre, agarrándose con manos y pies a las ranuras que había entre las piedras.

Estaba a mitad de la ascensión cuando advirtió que una de sus manos empezaba a cambiar, se hacía peluda y perdía su forma humana. Entonces los brazos le reventaron las mangas de la camisa, y él vio que también eran peludos y largos y tenían articulaciones en lugares insólitos. Entonces bajó la mirada y vio que otro tanto estaba ocurriéndoles a sus piernas. Cuando de sus costados empezaron a salirle nuevas extremidades, comprendió que estaba convirtiéndose en un monstruo como los que acababa de matar; y la princesa, en lo alto de la torre, se llevó las manos a la garganta y exclamó con voz desfallecida:

—Eek, amor mío, en gigantesca araña te has convertido.

Ahora que era araña podía subir de prisa; pero, cuando llegó a la ventana, la princesa sacó un gran cuchillo de cocina y empezó a clavárselo en las patas, gritando rítmicamente:

Fuera, araña, vete a tu casa.

Sentía que se le iban las fuerzas y que apenas podía sujetarse a las piedras, y cuando ella consiguió cortarle el brazo que tenía más cerca, cayó al vacío…

—Despierta, corta el rollo, vuelve —oía que Iff decía, angustiado.

Harún abrió los ojos y se encontró tendido en el lomo de Butt la Abubilla. Iff estaba a su lado, con gesto de preocupación y también de mosqueo, porque Harún, a pesar de todo, no había soltado la Herramienta de Desconexión.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Iff—. Supongo que habrás salvado a la princesa y habréis caminado hacia la puesta de sol cogidos de la mano, ¿no? Entonces, ¿a qué viene tanto gemido, gruñido, retorcimiento y agitación? ¿Es que no te gustan los Cuentos de Rescate de Princesa?

Harún contó lo que le había sucedido en el cuento y tanto Iff como Butt se quedaron muy serios.

—No me lo puedo creer —dijo Iff al fin—. Es inaudito, sin parangón, nunca en la vida…

—Casi me alegro de oírlo —dijo Harún—. Porque empezaba a pensar que ése no era el método más indicado para animarme.

—Es la contaminación —dijo el Genio del Agua, compungido—. ¿No lo entiendes? Alguien o algo ha estado echando basura al Océano. Y, evidentemente, si en los cuentos entra basura, se corrompen. Abubilla, hace demasiado tiempo que falto de aquí. Si la contaminación ha llegado hasta esta zona del Norte Profundo, en la Ciudad de Gup la situación debe ser crítica. ¡De prisa, de prisa! ¡Todo avante! Esto puede significar la guerra.

—¿La guerra contra quién? —preguntó Harún.

Iff y Butt tuvieron un estremecimiento de algo muy parecido al miedo.

—Contra el País de Chup, situado en el Lado Oscuro de Kahani —respondió Butt la Abubilla sin mover el pico—. Esto parece obra del jefe de los chupwalas, el Maestro del Culto de Bezabán.

—¿Y ése quién es? —insistió Harún, que empezaba a desear haberse quedado en la cama-pavo real, en lugar de liarse con Genios de Agua y Herramientas de Desconexión, Abubillas mecánicas parlantes y celestes océanos de cuento.

—Se llama… —susurró el Genio del Agua y, al ser pronunciado el nombre, el cielo se oscureció un momento—: Khattam-Shud.

En el lejano horizonte, por un instante brilló un rayo en forma de tridente. Harún sintió que se le helaba la sangre.