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África tenía el pelo más ondulado de lo que aparentaba en las fotos. Era una chica alta y delgada, bien desarrollada. No era una niña, no era Jaime. Su aspecto era el de una mujer adulta a la par que joven, pero su mirada la delataba. Sus iris eran tan claros que más que azules parecían blancos, en contraste con los ojos oscuros de sus progenitores. La mirada mostraba la inseguridad y la culpa, la inocencia de quien nunca ha roto un plato y de pronto destroza toda una vajilla.

El chalet estaba abarrotado de amigos y familiares, incluyendo a su novio Elías. La noticia de la desaparición de África había alertado a todo aquel que la conocía y, según me contó Diego, recibieron numerosas llamadas interesándose por su bienestar y ofreciendo todo tipo de ayuda. Incluso les contactaron videntes que les contaban historias inverosímiles y muy crueles sobre violaciones y descuartizamientos.

Pero la realidad era mucho más sencilla.

Necesitaba un lugar tranquilo donde hablar, así que nos acercamos a la cocina. Inés tenía una sonrisa en los labios, y durante el trayecto me apretó la mano. Por su parte, Elías caminaba con la mirada fija en el suelo. Había una encimera con varios taburetes.

—Quiero escuchar la historia de tus labios, África —le dije, sentado a su lado—. Desde el principio.

—Todo esto es una locura. —Diego tenía una melopea equivalente a mi resaca—. Te vamos a mandar a un internado, ¿me oyes, hija?

—Por favor, Diego. —Clara estaba junto a ella, acariciándole el pelo con delicadeza y las lágrimas secas en los ojos.

—Y a ti te vamos a llevar a la cárcel —amenazó Rojas—. Sabía que no eras trigo limpio, Elías.

—Te he devuelto a tu hija —le respondió—. Deberías darme las gracias.

—Suerte tienes de que no tengo mi revólver, que si no te pegaba un tiro en cada rodilla, melenudo de mierda.

—Me gustaría ver cómo lo haces.

—De momento, te voy a lanzar a mi equipo de abogados, a ver si entre rejas tienes tantos huevos.

—Fue decisión mía —dijo África, y aquella era la primera vez que escuchaba su voz, dulce y aniñada.

La familia se quedó en silencio sepulcral. De fondo se escuchaban los murmullos de los invitados. África se abrazó a sí misma, con las manos en los hombros, como si necesitase un calor que no encontraba.

—Por el principio, por favor —insistí.

La chica tragó saliva. Clara le acarició el pelo. No pude sacar mi libreta para tomar notas porque no la encontré. Al parecer, la había perdido durante la borrachera.

—Elías no tiene nada que ver con esto, no me obligó. Yo se lo pedí, fue idea mía. Necesitaba esconderme durante una temporada.

—¿Dónde has estado todo este tiempo?

—Él se iba diez días a Francia, y yo quise ir con ellos. Pero papá no me dejó, por lo que improvisamos otro plan.

—¿A qué te refieres?

—El día antes de marcharme, me dio las llaves de su casa. Mientras él estaba en París con su familia, yo me quedaría en su habitación. Iban a ser unos pocos días nada más, no esperaba que sucediese todo esto.

Todo el rato estuvo sana y salva. En la casa del novio, mientras este iba de vacaciones. No hubo secuestro, Barrachina ni ningún otro psicópata se la había llevado.

—¿Por qué no llamaste? —preguntó Clara, con dulzura de madre.

—No quería que nadie supiese dónde estaba. Sabía que me ordenaríais que volviera. Por eso apagué el móvil. Necesitaba desaparecer una temporada. Pero cuando Elías me contó lo del falso secuestro y os vi en la televisión…

—Lo de la asistenta fue de locos —dijo el novio—. Fingir un secuestro cuando estaba tan tranquila en mi casa.

—Nosotros no estábamos nada tranquilos. —Gruñó Diego—. ¡Casi me da un infarto, joder! ¿Es que no pensabas en el daño que nos estabas haciendo?

—No podía deciros nada. —Prosiguió África—. Me habríais traído de vuelta. No quería eso.

—Esto no tiene sentido… —Diego abrió el frigorífico y saco una cerveza doble malta para continuar con la nebulosa del alcohol.

—Me ha costado mucho regresar. Fue al ver a mamá llorando en la televisión cuando me decidí.

—No te criamos así, África. —Rojas mezclaba decepción con rabia—. Eres una buena chica. Esto es impropio de la educación que te hemos dado.

El reproche quedó en el aire. Estaba claro dónde se había ocultado durante toda una semana. El coche aparcado en el garaje y ella refugiada en una casa vacía. Se llevó un poco de ropa y el diario. Una desaparición voluntaria. Elías me había choteado, haciéndome dar vueltas en círculo, buscando culpables donde no había. Sin embargo, había una pregunta que nadie había pronunciado todavía.

—¿Por qué te fuiste, África? —dije.

Intercambió una mirada de complicidad con Elías, o al menos así me pareció.

—Tenía miedo —contestó.

—¿De qué?

—No estoy segura. Es… como una presencia que me espía. Siento sus ojos clavados en mí. A veces llama por teléfono y cuelga sin decir una palabra. Estaba asustada.

—¿A qué te refieres? —Diego no salía de su asombro—. ¿Desde cuando te acosan?

—Cuando volví a casa le conté lo del secuestro falso. —Interrumpió Elías—. Pero estaba lo del video. Y hasta que no lo vi, no me lo podía creer.

—Llegué a pensar que eran imaginaciones mías, pero el video demuestra que no estoy loca. Si he vuelto es por mamá, pero no me siento segura aquí.

—¿Qué pruebas tenías? —pregunté—. ¿Qué te hacía sospechar que alguien te acosaba?

—Por pequeños detalles. Una vez fui a la piscina del gimnasio y me desapareció la toalla. En otra ocasión alguien me abrió la taquilla y registró la mochila. No son invenciones, pasó como lo cuento. Y después esa sensación, como de que alguien te sigue. Cada vez que salíamos de fiesta notaba que alguien me vigilaba de cerca, pero nunca vi a nadie. Elías me acompañaba a casa. Llegué a tener miedo incluso de ir sola por la calle.

—Una vez vimos algo. —Elías dio un paso al frente—. No sabemos quién era, pero nos seguía por la calle, y cuando me encaré salió corriendo.

—Podría ser cualquiera —contestó Inés—. Si a mí me amenazas por la calle, habría reaccionado igual.

—Tenía peleas frecuentes con Martha Cecilia. —Prosiguió África—. Le decía que dejara de rebuscar entre mis cosas, que me faltaba ropa y algunas fotos. Ella me juró que no había tocado nada. Entonces me asusté de verdad. Pensé que entraba a mi habitación y se quedaba allí, mirando mis cosas. Los pervertidos se comportan así, ¿no es verdad?

—Nadie puede entrar en esta casa sin que salte la alarma. —Diego se mostró tajante—. Este sistema de seguridad es de los mejores del mundo.

—No hay nada infalible, ¿sabes? —Contestó Elías, más interesado en imponerse al padre de África que en ayudar.

Todo aquello era muy subjetivo. Nada constituía una prueba, salvo el video de vigilancia. Alguien se había asomado al dormitorio de África. La chica escapó de casa por un presentimiento que resultó ser cierto.

—¿Sospechas de alguien de tu entorno? —pregunté.

—Esto es otra cosa. Es una inquietud constante. Sé cuándo está cerca. Parece una locura, pero puedo sentir su presencia.

—Sí que es una locura. —Rojas dejó con fuerza la lata de cerveza sobre la encimera—. Y va a terminar a la de ya.

—¿Qué vas a hacer, Diego? —Clara se mostró inquieta, y agarró con más fuerza la mano de su hija.

—Lo primero es avisar a la policía de que ha aparecido su hija —respondí, tratando de poner calma—. Deben retirar la denuncia para que no la sigan buscando.

—Y pienso denunciarte a ti. —Señaló a Elías—. Sí, imbécil: por retención ilegal o lo que sea. Te vas a cagar, payaso.

—Papá, por favor, ya te he dicho que…

—Y tú, hija, tienes prohibido salir de esta casa en lo que te queda de vida. No sabes lo que nos has hecho pasar a tu madre y a mí. Algún día tendrás hijos y sabrás lo que es esto.

África no dijo nada. Elías mostraba una sonrisa de compasión hacia Diego. No había nada que me sublevase más que la ignorancia combinada con la soberbia, pero no podía hacer nada.

—Muchas gracias por sus servicios, Roberto —me dijo a modo de despedida—. Páseme la factura cuando quiera, que la pagaré al contado. Y traiga mi revólver. Quizá lo use en breve.

Diego había dicho días atrás que era parte de la familia, pero estaba claro que mi presencia allí sobraba. Crucé una mirada con Inés. Nadie nos echaría de menos en aquella sala.